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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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02 de Mayo, 2013    General

CCXIII

CCXIII

      El pelirrojo podía tolerar o manejar muchas cosas. otras sólo las podía entender, pero sólo eso ya era algo. Lo que no podía tolerar, manejar o comprender, pese a intentarlo de todas las maneras habidas y por haber, era que alguien como Arn se mostrara tan poco digno en la adversidad, adversidad que, por otra parte, era relativa: su salud física, al menos, era excelente. La mental estaba ya más sujeta a duda, porque Balduino empezaba a creerlo descerebrado, y lógicamente se hacía difícil saber si la falta de cerebro era garantía absoluta de carecer de problemas mentales (precisamente porque para tener tales problemas parece necesario que en primer lugar exista una mente), o si la misma carencia de cerebro debía considerarse un problema. Por lo demás, su familia se hallaba a salvo, y de todos modos Arn no parecía extrañarla. Había perdido su Condado, pero sí su vida, lo que no era poco, y encima seguía en una pieza y, hasta donde se sabía, se hallaba relativamente fuera de peligro. En este sentido, su suerte era increíble: los Kveisunger gustosamente habrían ajustado con él ciertas cuentas que su padre les había dejado pendientes, pero salvaba su cabeza por ser amigo de Balduino. Se respetaba su integridad física, pero nada más. Era la viva encarnación de la autocompasión y la quejumbre, y así no podía pretender que no se lo hiciese blanco de burlas rotundas y hasta crueles, que para fatiga y espanto del pelirrojo, le permitían victimizarse a sí mismo aún más.

          Siempre había sido apuesto, aunque en su apostura resultara aburrido, vacuo y hasta inexpresivo: más o menos como una estatua indudablemente bella, pero que por lo demás no inspirara ni un sentir o pasión. Ahora, sin embargo, esa apostura había desaparecido. Por un lado eso venía como anillo al dedo ya que, si Erik enviaba a sus hombres a husmear otra vez en Vindsborg, ni en sueños podrían éstos reconocer al ex Conde fugitivo en aquella figura lastimosa; pero Balduino había planeado hacerlo pasar como uno más de los convictos bajo su cargo, y en cambio, si le preguntaban, tendría que responder de él que era un viejo mendigo, pues eso parecía; y podía incluso tenerse la certeza de que sería posible hallar más dignidad en el más lamentable y atribulado pordiosero, que en Arn. Su andar era ahora propiamente el de un anciano vencido por el tiempo y los golpes de la vida, lento, cabizbajo y hasta rengo; renguera inexplicable, porque en ningún momento se había lesionado la pierna, y tampoco fingía para despistar a eventuales espías o intrusos.

         Un día, Balduino trató de quitarse la duda al respecto.

         -¿Te duele la pierna?-le preguntó, en tono impaciente.

         Arn meneó la cabeza con aire trágico.

         -Me duele el alma-replicó en tono sufriente.

          Ya que tanto empeño ponía en autoinmolarse en martirio, Balduino, iracundo, pensó que sería excelente idea darle una mano rompiéndole unos cuantos huesos a puñetazo limpio. La tentación era enorme, y si no Arn, a no dudar que al menos él, Balduino, habría quedado inmensamente satisfecho cediendo a ella. Contuvo no obstante sus ansias de sangre, dio media vuelta y prácticamente huyó para no cambiar de idea. Ya había zarandeado una vez a Arn frente a toda la dotación de Vindsborg; y aparte de que hasta a él lo asaltaban inevitables pruritos protocolares ante la idea de que apalear ex Condes se volviera una costumbre o un deporte, aquella primera paliza había sido completamente inútil.

            -¡Y pensar que la mayoría de los villanos lamentan, en al menos un momento de su vida, no haber nacido príncipes!-despotricó más tarde frente a Anders-. ¡Están locos!... ¡Mira a éste que tenemos con nosotros, y dime si no es menos humillante nacer siendo babosa!

       -Es que, Balduino, la idea que nosotros los villanos solemos hacernos de los príncipes es en general bien distinta de la realidad, según sé ahora-acotó Anders.

           Y no sólo el mero lloriqueo de Arn era insoportable sino, también, su estilo para hacerlo. La voz ronca y espeluznante de Kehlensneiter sonaba a música celestial después de padecer durante media hora los plañidos del depuesto Conde, tan exagerados, que más de una vez todos sintieron que se los tomaba en solfa. Incluso cuando no estaba lamentándose, el tono llorón de su voz era exasperante. En una ocasión en que Balduino reprendía a Arn por hablar así, Tarian, casualmente, se adentraba desnudo en el mar, y los gemelos Björnson, que ya estaban hartos de Fúlnir, suspiraron cansadamente al ver alejarse al muchacho-pez.

          -Cómo envidio a ese chico...-murmuró Per.

         -...Seguramente no hay llorones en el fondo del mar-concluyó Wilhelm.

            -Quizás nos convendría seguir a Tarian hacia las profundidades. Sufriremos menos si nos ahogamos-postuló Hundi, de mal talante-. Aunque mejor idea sería convencer a Fúlnir de que seguir a Tarian hacia el mar resolverá instantáneamente todos sus problemas. Quién sabe, quizás el señor Cabellos de Fuego nos daría permiso.

           -Qué va-terció Adler-. Temerá que Fúlnir atormente a los peces con sus quejas, y como tanto ama a los animales, querrá ahorrarles ese suplicio.

            -Y eso si Fúlnir no escoge como víctima al propio Tarian-opinó Gröhelle-. Una cosa es segura, Fúlnir no irá detrás de Tarian si cree que con eso terminarán sus problemas, pues eso pondría fin también a su deporte favorito, que es quejarse, y quejarse, y quejarse...

          En cuanto al aspecto general de Arn, era ahora, como ya se dijo, el de una persona muy mayor. No se afeitaba, y sus bigotes y barba estaban más descuidados que los del viejo Lambert; y en eso de la mugre no quedaban atrás sus cabellos. parecía haber encanecido más el último tiempo, pero no era posible estar seguro de qué había realmente bajo tanta roña. Los ojos azules tenían una expresión milenaria. Balduino había oído historias de vampiros varias veces centenarios que, por alguna razón, lamentaban no poder morir; y aun sin haber visto a ninguno en persona, imaginaba que su mirada tenía que ser idéntica a la que se veía ahora, perpetuamente, en el semblante de Arn.

           -Señor Cabellos de Fuego, más te vale que mantengas a tu amigo lejos de mí-advirtió un día Ulvgang a Balduino-. Intento ser paciente con él, pero es tan repugnantemente marica, que me dan ganas de vomitar. Si me limito a golpearlo, llorará aún más, y se pondrá a filosofar sobre las crueldades con que el injusto destino lo castiga; así que, si me jode mucho, tendré que, directamente, partirle el cráneo en mil pedazos para asegurarme de que se calle de una vez por todas.

             ¡Adelante, adelante!... No hay nada adentro de ese cráneo, así que date el gusto, pensó el pelirrojo. Pero se contruvo. Si porque está mal hacer esas cosas, o porque quería reservarse el placer de hacerlas él mismo, jamás se sabrá...
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publicado por ekeledudu a las 15:07 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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