Blog gratis
Reportar
Editar
¡Crea tu blog!
Compartir
¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
« Blog
« CCXV
06 de Mayo, 2013    General

CCXIV

CCXIV

      Así las cosas, un atardecer Hrumwald se apersonó en Vindsborg, trayendo a Wjoland en la grupa de su caballo blanco. Parecía a Balduino que hacía siglos que no los veía, aunque a Wjoland la recordaba cada vez que recibía noticias de los Príncipes Leprosos. Tampoco a ellos los veía mucho últimamente. En sus más recientes viajes a Helmberg, la prisa le había impedido detenerse en la desembocadura del Viduvosalv como era su costumbre; y aunque nunca dejaba de enviar un mensajero para recibir noticias de ellos, se sentía un  poco culpable por tenerlos, desde su punto de vista, algo abandonados. El mensajero solía ser Anders o Karl o, menos frecuentemente, Emmanuel o Hundi; la vez más reciente había sido este último, quien desde hacía mucho tiempo era un jinete, cuando menos, aceptable, aunque gustara de la equitación casi tan poco como Tarian; y si odiaba el viaje hasta la desembocadura del Viduvosalv no era por temor a contraer lepra sino, de hecho, porque hacerlo implicaba cabalgar. Normalmente, dejaba caer siempre algún rezongo a la vuelta, pero la última vez, apenas dos días atrás, la gravedad de las noticias que traía lo habían dejado sin ganas de quejarse.

         -De acuerdo. La próxima vez, los veré personalmente-prometió Balduino.

         Hundi lo miró muy serio.

         -No, señor Cabellos de Fuego, no dispondrás de quince o veinte días más...-respondió-. O, mejor dicho, es Evaristo quien no tiene tanto tiempo. Vas ahora, o no vas.

        -No subestimes a un Príncipe Leproso. hace ya mucho tiempo que su aspecto es de verdad terrible, pero lucha por su vida y vence.

         No hubo nueva respuesta, pero por cómo lo miró Hundi, sombrío y demasiado elocuente, comprendió que para Evaristo estaba próxima la hora de perder. La certeza le arrancó un helado estremecimiento. Supo en ese momento que debía ir a despedirse por última vez de Evaristo, pero luego le faltó coraje.

        Y ahora, dos díes después, allí estaba Wjoland, como para recordarle la obligación pendiente y exigirle que cumpliera con ella cuanto antes. El no creía en Dios, o quizás no quería creer en El; y aun así, comprendió que le presencia de la joven en ese momento y lugar podía ser todo, menos casual.

         No salió inmediatamente al encuentro de los recién llegados; se demoró adrede para darse ánimos. Entre tanto, otros lo anticiparon, aunque ellos sin tanta cara larga. En su mayoría bromeaban acerca de que ahora a Wjoland no se la veía disgustada por venir en la grupa de determinado jinete, y acerca de lo que hrumwald hacía para tenerla tan contenta: sin duda, por las noches le enseñaba otro tipo de cabalgatas...

      Hrumwald desmontó y ayudó a Wjoland a hacer otro tanto, atención que ella no necesitaba en realidad, pero que aceptó gustosa por venir de quien venía. Acto seguido, la joven se abrió paso entre la gente, devolviendo sonriente comentario por comentario a diestra y siniestra, mientras a Hrumwald lo rodeaban varios de los hombres, cohibiéndolo un tanto con referencias a las dotes sexuales de él.

       -¡Balduino!-exclamó contenta al ver al pelirrojo-. Me demoró más de lo que pensé, pero ya terminé tu encargo, podemos ir cuando quieras. No quedó como hubiese querido, pero...-se interrumpió al ver que del otro lado no había la menor alegría o satisfacción-. ¿Qué pasa?-preguntó, turbada.

          -Lo siento, es mejor que te prepares para lo que nos espera-contestó Balduino-: Evaristo está muriendo.

         El semblante de Wjoland acusó el impacto de la noticia. Mientras tanto, prosiguió el pelirrojo:

        -El llevaba mucho tiempo desmejorando de a poco, no recuerdo desde cuándo, pero creo recordar que en primavera ya estaba muy mal. Hace dos días seguía con vida; ahora, pues... No sé.

           -Entonces, quizás encontremos tres Leprosos y no cuatro. No me habías dicho nada de ese agravamiento-señaló Wjoland, con un dejo de reproche.

          -No. Creo que contaba con que terminaras antes y que el resultado provocara en Evaristo una especie de mejoría milagrosa-contestó Balduino, sintiéndose culpable y también un poco avergonzado. En el fondo, seguía aferrado a tan absurda esperanza.

         -¿Y ahora qué haremos?-preguntó Wjoland-. ¡Y pensar que planeamos esto con tanta ilusión, esperando darles una sorpresa y una alegría, y resulta que llegaremos en medio de un clima de duelo! ¡Me siento tan... tan...!

       -...inútil-concluyó Balduino.

        Por un rato quedaron ambos cabizbajos y pensativos en un clima de absoluta pesadumbre. No era el momento ideal para que nadie se pusiera insufrible, pero los insufribles lo son, sobre todo, porque aparecen tan  inoportunamente como les es posible, cual invitados especiales de la Desgracia. Y en este caso, ese invitado especial por lo visto no se hizo rogar, y quebró el silencio con un reclamo tan plañidero como ridículo:

       -¡Antes habría preferido morir que ser testigo de esta nueva traición!...

          Balduino, más aburrido que otra cosa, se volvió hacia el lloriqueante Arn. Tenía preocupaciones demasiado serias para prestarle mucha atención.

           -Bueno, pues muérete de una vez por todas, y ya no serás testigo de nuevas traiciones-gruñó.

           -Balduino, ¡qué desconsiderado eres con este pobre hombre!, ¿qué bicho te picó?-protestó enérgicamente Wjoland, por lo visto sin advertir la verdadera identidad de aquél a quien defendía con tanto afán.

           -¡PUES ENTONCES AHÍ LO TIENES PARA CONSOLARLO!-gritó Balduino, ofuscado-. Permíteme que te lo presente: el señor Arn Arnson, ex Conde de Thorhavok... ¿Te suena de algún lado el nombre?concluyó, irónico.

      Wjoland quedó boquiabierta y atónita durante algunos segundos; por fin, extendió su índice hacia Arn y, todavía incrédula, preguntó a gritos:

          -¿ESTE VIEJO ES ARN?

         Alguien con ínfulas de gran seductor tolerará muchas cosas de sus conquistas, reales o pretendidas; pero ciertamente, no épitetos que humillen tales pretensiones de fauno irresistible, tales como mal amante, gordito o, en este caso, viejo. El insolente, ultrajante calificativo golpeó las adormiladas ínfulas de Arn, que desperaron iracundas y dispuestas a vengar tamaña afrenta con sangre:

          -¿A QUIÉN LLAMAS VIEJO, PUTA DESAGRADECIDA?...

          -¡INCREÍBLE!... ¡ASÍ QUE REALMENTE ERES TÚ, BASTARDO INMUNDO!-bramó Wjoland-. ¡NO SÉ CÓMO TE LAS HAS ARREGLADO PARA LLEGAR HASTA AQUÍ, PERO VAMOS A VER CÓMO TE LAS INGENIAS SIN TUS COBARDES MATONES!

         -¿QUIERES QUE TE MUESTRE CÓMO ME LAS INGENIO?... ¿EH?... ¿DE VERAS QUIERES QUE TE MUESTRE?...

      Si Wjoland quería o no quería tal demostración, era cosa discutible, pero por lo pronto, el que estaba encantado con el desarrollo de los acontecimientos era Balduino: por primera vez desde la llegada de Arn, éste hacía cualquier otra cosa que no fuera autocompadecerse y lloriquear. Como variante, resultaba maravillosa y, de más está decirlo, sumamente bienvenida; así que Balduino, olvidando que su deber quizás fuera intervenir, se cruzó de brazos, entusiasta espectador reacio a perderse siquiera el más mínimo detalle de la obra.

        -¿A VER?... ¡SORPRÉNDEME!-exclamó Wjoland, desafiante.

         -¡TÚ LO HAS QUERIDO!-rugió Arn, cegado de furor.

       Y se abalanzó sin ton ni son sobre Wjoland, dispuesto a hacerle ver quién era él. Habría podido perfectamente ahorrarse la molestia: ella quizás no lo había reconocido al principio, pero ahora sí que tenía muy en claro quién era él, es decir, el bravucón lascivo que la había forzado a vivir fugitiva hasta hallar la protección de Balduino. Este último  reaccionó ahora al fin, comprendiendo que había que evitar que la cosa tomara un cariz más grave. Pero aparte de que era algo tarde para ello, no quedó muy claro quién se hallaba de verdad necesitado de amparo. Por lo pronto, no era el caso de Wjoland: en el momento en que Arn, con  aspecto de oso malo, feo y barbudo, se arrojaba sobre ella, muy seguro de que hacerla escarmentar sería pan comido, ella, imprevistamente, descargó sobre su atacante un formidable uno-dos que, en realidad, se redujo más bien a uno y medio, y que lo hizo caer cuan largo era, dando la impresión de que el tiempo se detenía en ese instante increíble. Asombrado y confuso quedó Arn, asombrado y confuso quedó Balduino e igualmente asombrados y confusos quedaron los demás, que se habían acercado, atraídos por el intercambio de insultos entre los nada felices ex amantes, y que sólo de Ursula hubieran esperado cosa semejante, por muy bravas que en general fuesen las mujeres andrusianas. En resumen, el nuevo y nutrido público estaba tan encantado con la función como el único espectador inicial, pero éste no estaba ya tan seguro de querer llegar al desenlace, sobre todo cuando Arn se incorporó mucho más furioso que antes y decidido, en apariencia, a hacer pedazos a Wjoland. Subestimó al despechado, seguro de que aferrándolo fuerte por los brazos lograría dominarlo. Cuando descubrió, perplejo, que Arn lo estaba llevando a la rastra, no tuvo más remedio que  inmovilizarlo con una llave de lucha Kveisung. Ursula, quien recién ahora descubría quién era realmente Fúlnir y se preguntaba cómo un imbécil así había llegado a Conde, retuvo por su parte a la no menos beligerante Wjoland, aunque quien realmente logró calmarla, mediante unas pocas palabras dulces, fue Hrumwald, quien a continuación se volvió hacia Arn. Su gesto no pareció agresivo ni desafiante, sino, por el contrario, el de un hombre que quiere poner paz y tranquilidad, hablando de ser posible, y si no, de otra manera. Y por lo visto, tendría que ser de otra manera; pues Arn, advirtiendo que Wjoland estaba enamorada de aquel palurdo prognato, se enojaba más y más a cada instante, aunque, inmovilizado como estaba por la presa de Balduino, nada podía hacer, excepto bramar:

       -¿Y POR ÉSTE ES QUE ME DEJASTE, MALDITA DESGRACIADA?...

         -Nunca te dejé, porque nunca estuve contigo, excepto como prisionera-respondió tranquilamente Wjoland.

       -¡YO IBA A TRATARTE COMO A UNA REINA!...

          -Nunca espero que se me trate como a una reina, sino como a una persona: que me dejen vivir en paz. Y además, ¿qué me hablas de que en el futuro me tratarías como a una reina a mí, si mi presente contigo dejaba ya mucho que desear?

         -LO TENÍAS TODO... Y ME HUMILLAS ASÍ, YÉNDOTE CON OTRO... PERO YA VERÁS, LO MATARÉ FRENTE A TUS OJOS...

        -Como pongas siquiera un dedo sobre él, date por muerto-respondió Wjoland, con voz helada y un brillo temible en sus ojos grises-. Como Conde has pasado a la Historia, y como hombre nunca fuiste Historia porque, sencillamente, jamás fuiste hombre. Qué haces con Balduino, o cómo él te admite en Vindsborg, es lo que no logro entender; pero ya que de hombría hablamos, ¡a ver si intentas aprender un poco de la suya!... Aunque, francamente, estás en números rojos en esa materia; de modo que el aprendizaje quizás te demande todo el tiempo que te reste de vida.

         Estas palabras fueron seguidas por un rencoroso silencio de Arn, quien había dejado de oponer resistencia a Balduino. Este lo soltó.

         -Ve arriba. Luego hablaremos-ordenó.

         -No tengo por qué obedecerte... De hecho, tú me debes obediencia a mí: soy tu señor-replicó Arn, resentido.

        -¿Sí?... Bueno, ve a explicárselo a Erik, que él te busca mucho, sin duda impaciente por oír tus quejas contra mí. Hasta entonces, aquí mando yo; de modo que haz lo que te digo, o vete.

         -Vaya que disfrutas humillándome... ¿Vas a negarlo?

        -Todavía no empiezo a humillarte, estoy apenas entrando en calor; pero lo hago sólo porque me fuerzas a ello, y no porque lo disfrute. Decide: ¿subes, o abandonas Vindsborg?

         Arn paseó la mirada por su entorno, meditando o, quizás, en busca de aliados. Si esta última era su secreta intención, se vio defraudado: no tenía ninguno. Es más, el público de ocasión lo miraba hostil, como a un mal actor que arruina una obra. El papel de Fúlnir era interesante, pero ese tal Arn Arnson lo interpretaba mal...

          Finalmente, con un entusiasmo de condenado que asciende al cadalso, Arn masculló algo absolutamente ininteligible (pero sin duda no eran cumplidos ni buenos auspicios), dio media vuelta y marchó hacia la escalinata de Vindsborg.

        Los demás se quedaron mirando a Balduino, quien se rascó la cabeza, menos por los piojos que por tratar de recordar en qué estaba antes de la inoportuna irrupción de Arn.

          -Bueno, Wjoland-dijo al acordarse por fin-, me preguntabas qué debíamos hacer ahora que Evaristo agoniza. Sinceramente, ni yo lo sé; pero llevamos mucho tiempo planeando esto, así que sigamos adelante.

          -Hmmm... Sí, supongo que tienes razón-convino Wjoland.

       Y como en ese momento todos los demás recordaron que habían dejado las herramientas de trabajo dispersas en la playa, se fueron a recogerlas antes de que se extinguiesen las últimas luces del ocaso. Mientras tanto, Hrumwald y Wjoland se dispusieron a marcharse. 

           Ya habían montado ambos, cuando Balduino dijo a Wjoland, aprovechando que estaban a solas ellos y Hrumwald:

          -Te ahorraría el mal trago, si pudiera; pero necesito apoyo moral en esto.

       -Quiero ir contigo. Sólo espero que no lleguemos demasiado tarde-contestó ella.

       -Muy bien. Pasaré a buscarte poco antes del alba.

         -Haréis que sienta celos, señor...-intervino Hrumwald, sonriendo con timidez y en un tono que pretendía ser de broma, pero bajo el cual latía un temor muy real.

          -No lo creo, en vista de que nos acompañará una tercera persona que velará por nuestro buen comportamiento...-replicó tranquilamente Balduino, amagando una sonrisa.

Palabras claves , , , ,
publicado por ekeledudu a las 18:34 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
Más sobre este tema ·  Participar
· CCXX
Comentarios (0) ·  Enviar comentario
Enviar comentario

Nombre:

E-Mail (no será publicado):

Sitio Web (opcional):

Recordar mis datos.
Escriba el código que visualiza en la imagen Escriba el código [Regenerar]:
Formato de texto permitido: <b>Negrita</b>, <i>Cursiva</i>, <u>Subrayado</u>,
<li>· Lista</li>
SOBRE MÍ
FOTO

Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

» Ver perfil

CALENDARIO
Ver mes anterior Abril 2024 Ver mes siguiente
DOLUMAMIJUVISA
123456
78910111213
14151617181920
21222324252627
282930
BUSCADOR
Blog   Web
TÓPICOS
» General (270)
NUBE DE TAGS  [?]
SECCIONES
» Inicio
ENLACES
» EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO
FULLServices Network | Blog gratis | Privacidad