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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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Entradas por tag: interludio
10 de Septiembre, 2010    General

XI

XI: ACERCA DE LOS PRESENTIMIENTOS DE BALDUINO Y LOS SUCESOS DE FIN DE AÑO


      Una sensación que cada tanto asaltaba a Balduino sin que éste pudiera explicarse el por qué (aunque la asociaba a cosas que había oído y a ciertas impresiones que el paisaje producía en su ánimo) era la de que Freyrstrande, de algún modo, parecía desafiarlo. Aquella playa agreste tenía su rudo encanto, pero a veces se veía siniestra, y sin duda esto puede influir en las emociones de cualquiera. Balduino ya se había encariñado con mucha gente a la que temía perder. Sabía que el invierno siempre segaba unas cuantas vidas por año, y este hecho lo intranquilizaba.

       Que atribuyera cualidades humanas a Freyrstrande tal vez no sería de extrañarse, ya que tenía un flanco supersticioso que él apenas si advertía. pero no se dejaba amilanar por sus difusos temores y, por ejemplo, había dominado los que le inspiraban las Gröhelnsklamer, las Torrenteras de los Grifos: un sitio con fama de embrujado que en su momento lo había llenado de presagios.

      Concedía también gran importancia a sus sueños, particularmente a algunos que no entendía. Uno que conocemos a través de Hansi Friedrikson tenía que ver con un cielo con muchos soles. Otro que luego Balduino mencionó en varias cartas trataba de seres terroríficos destruyendo gigantescos castillos de arena de cuya construcción él había participado. Sobre el final del sueño, Hansi se asomaba por encima de una de las almenas y, con voz sobradora, se burlaba de las entidades enemigas y de su incapacidad para destruir lo que aún quedaba en pie.

      Sobre el final de diciembre, Balduino había ya anunciado a sus hombres su decisión de liberar a los otros dos Kveisunger que aún se hallaban recluidos en las mazmorras de Kvissensbrog. Esta decisión suya se discute hasta el día de hoy, y ha dividido  en varios bandos a los historiadores. Unos piensan que Balduino obraba como un militar astuto que sabía que tal decisión cimentaría aún más la lealtad que ya había infundido en sus hombres. otros sostienen que era un tonto iluso que se engañaba por un sentimentalismo que no le permitía ver el peligro que corría: uno de los hombres a liberar era el más peligroso de todos, Kehlensneiter, de trato difícil hasta para sus propios compañeros. Y además, liberados estos dos, ya no quedarían en Kvissensborg rehenes con los que obligar a los hombres de Balduino a obedecer a éste.

      Un tercer grupo considera (y tal vez éste sea el punto de vista correcto) que Balduino tenía razones prácticas tanto como humanitarias para proceder de esa manera. Sin duda lo que había oído de aquellos dos hombres a través de Ulvgang y su pandilla, a quienes lo unía una gran camaradería ahora, los predisponía a su favor; pero además ya se había producido una fuga en Kvissensborg, y siempre podía repetirse el incidente. Antes de que un individuo peligroso como Kehlensneiter saliera por su cuenta como enemigo sediento de sangre, era preferible tratar de ganarse su amistad y liberarlo gentilmente. Ejecutarlo era tal vez una forma drástica de dejarlo fuera de combate, pero que malquistaría a Balduino con Ulvgang y su gente. Por otra parte, el otro convicto, Hendryk Jurgenson, le era especialmente necesario, como se verá más tarde.

      Este Hendryk, dentro de la banda de Sundeneschrackt, había sido tatuador y Witz: una especie de brujo que los Kveisunger siempre tenían a bordo, sobre todo para conjurar tormentas. A través de Andrusje im den dagen av  Sundeneschrackt ("Andrusia en los días de Sundeneschrackt"), una obra menos conocida de Hansi Friedrikson, sabemos que, sin embargo, los Kveisunger creían poco en esta habilidad del Witz. Aun así consideraban prioritario tener unoa bordo, aunque más no fuera para completar el pintoresco panorama que ofrecían sus respectivas tripulaciones, y se los observaba con atención para evaluar sus supuestos poderes. La citada obra parecía menos digna de confianza que las Freystrandeskroniks, pero casi seguramente es cierta la afirmación del autor según la cual Sundeneschrackt creía de forma casi ciega en los poderes de Hendryk Jurgenson. También Balduino parece haber creído en ellos, por más que intentara tomárselos en chiste; y así, el 18 de diciembre de aquel año estuvo en vilo, seguro de que alguien a quien amaba profundamente sería asesinado, sólo porque así le había vaticinado Hendryk que sucedería durante una visita del pelirrojo a las mazmorras de Kvissensborg. En la fech indicadaa tuvo lugar el duelo entre Thorkill Rolfson y Anders; y Balduino, entendiendo la palabra homicidio en un sentido muy amplio temió por la vida de su escudero y amigo. Durante el duelo, perdió la consciencia; y uno de sus hombres, Snarki, estuvo seguro de haber visto un segundo antes una figura espectral pasando a través del cuerpo de Balduino. Este, al recobrarse, no tuvo dudas de que Anders estaba muerto, pero se equivocaba por completo. Este confuso y tétrico episodio dejó pensativos a muchos, incluso después de que la fatídica fecha quedara atrás sin que se produjera la tragedia anunciada.

      De todos modos, en los días previos y ulteriores a la fecha en cuestión, Balduino tuvo otros motivos de preocupación más concretos, que combinó con los de índole supersticiosa. En la liberación de Hendryk y Kehlensneiter estaría apostando muy fuerte, y por tentadora que fuera la ganancia, corría el riesgo de perderlo todo. Había visitado a ambos en la cárcel, con la sola compañía de Tarian, para inducirlos a que una vez libres se comprotaran con correeción. Se desconoce el tono y contenido de estas entrevistas, pero se sabe que Tarian era en ese tiempo la única persona viva que contaba con el cariño de Kehlensneiter, y su presencia debió poner paños fríos a la ardiente furia de este último. Aun así, Balduino al parecer temía las posibles consecuencias de la liberación de aquel siniestro convicto, y la aplazó por dos motivos, uno de los cuales era el vaticinio de Hendryk, que podía cumplirse por la mano de Kehlensneiter o la de su compañero. El otro fue una imposición de la Orden del Viento Negro, que a través de uno de sus máximos dirigentes, el capitán Dagoberto de Mortissend, le exigió a Balduino esperar un poco antes de consumar tal proyecto.

      Las dudas de Balduino fueron en aumento a raíz de un espeluznante relato hecho por Varg Knutson, cocinero de Vindsborg, hacia  los últimos días del año. Varg, entre todos los piratas, había sido el verdugo, encargado sobre todo de la ejecución de traidores y cobardes. A través de ese relato quedó claro que Sundeneschrackt y sus hombres tenían un flanco más oscuro y aterrador de lo que él pensaba; y luego de oírlo quedó con muchas dudas respecto a cuán sabio era lo que se proponía hacer, aunque consideraba que era demasiado tarde para dar marcha atrás sin que se resintiera su reputación. Y si se está rodeado de  endurecidos convictos, vaya si es fundamental estar bien conceptuado por ellos...

      El año cerró en Vindsborg, como en muchos otros puntos del Reino,  con la noticia del Día de la Gehenna y la supuesta ruina de Drakenstadt. El destino, luego de aquello, se anticipaba incierto y temible.

       Ha sido un arduo camino, pero estamos en condiciones de iniciar, o retomar, nuestro relato. Son los primeros días de enero de 959 y nos hallamos en la ruta que desde Hulderstadt, en el Ducado de Pffafensbjorg, avanza en dirección Norte, hacia Drakenstadt.

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08 de Septiembre, 2010    General

X

X: ACERCA DE TARIAN MORV MWYALCH


      En agosto o septiembre de 958 se produjo una fuga en las mazmorras de Kvissensborg. Ni lerdo ni perezoso, Balduino se presentó ante el Conde Arn de Thorhavok y acusó a Einar de incompetencia. Como además se mostró muy diplomático y obsequioso con el Conde, se ganó en tiempo récord la confianza de éste, pese a ser uno de los advenedizos; y lo convenció de que, si ponía Kvissensborg bajo su mando, esclarecería la fuga y se aseguraría de que no se repitiese. Arn accedió. Nominalmente, Einar siguió siendo el señor de Kvissensborg, pero quien de verdad mandaba allí era Balduino. Tanto éste como cualquiera de sus hombres pudo en lo sucesivo entrar y salir de allí a su antojo, y una de las consecuencias que a la larga trajo este hecho fue el cortejo, por parte de Anders, de Lyngheid, la hija de Einar, a espaldas de éste. El secreto de tal cortejo dejó de serlo promediando diciembre de ese año, porque Lyngheid quedó encinta para indignación de su padre, quien por error creyó que el osado cortejante había sido Balduino, y  fue a retar a duelo a éste. Finalmente el asunto derivó en un combate singular entre Anders y Thorkill Rolfson, encuentro en el que triunfó el primero. Sin embargo, mucho antes de que todo ello sucediera, Balduino hizo que Tarian fuera puesto en libertad, cumpliendo con la promesa hecha a Ulvgang Urlson, el padre del muchacho.

      No cabe duda de que Tarian es una figura histórica, pero tantos enigmas y detalles increíbles lo envuelven, que parece salido de un mito, comenzando por el hecho de que su madre habría sido, supuestamente, una sirena. El propio nombre del muchacho es un misterio. La grafía actual del mismo no es la que se lee en las fuentes contemporáneas, que reproducían los sonidos ajustándolos a la ortografía Bersik,aun a sabiendas de que se trataba de un nombre extranjero y por desconocer cómo escribirlo. Modificando dicha grafía por aproximación a otra lengua se llegó a la usada ahora, en la que  Tarian y Mwyalch son dos palabras galesas. Morv, de origen desconocido, significaría hijo de. Desde hace tiempo, los historiadores vienen reuniendo pruebas de la existencia, en Nerdelkrag, de una lengua secreta, mezcla de Bersik y diversas lenguas célticas, más vocablos que no encajan en ningún idioma desconocido y muchos de los cuales son aún incomprensibles. Entre quienes hablaban tan curioso idioma se hallaban los siniestros banqueros Haraldssen. Convencionalmente se ha llamado feérico a la extraña lengua, de la que se sabe poco con seguridad. Las hipótesis acerca de la naturaleza y procedencia de quienes la hablaban son tantas y tan descabelladas en su mayoría, que mejor obviar todo comentario al respecto; pero al menos parece un hecho que la madre de Tarian, o su padrastro al menos, la hablaban. No se sabe si también era el caso del muchacho, que sufrió tortura en Kvissensborg donde, entre otras cosas, le cortaron la lengua; por lo que Balduino jamás llegó a enterarse de cómo sonaba su voz, si tenía acento extranjero, etc.

      Hansi Friedrikson describe a Tarian como un veloz nadador que en el agua se impulsaba haciendo ondular verticalmente su cuerpo, como la mayoría de las serpientes marinas (sic), y que podía respirar bajo el líquido elemento. Habla de estas cosas como encontrándolas normales y no poniendo mucho más énfasis al hablar de Tarian que al referirse a Thomen el Chiflado, Ulvgang Urlson o Gabriel de Caudix. Es más, encuentra a este último más fascinante y digno de atención, tal vez porque con él no convivió tanto y perduró la noción del misterio que envolvían los vendajes del Leproso. El lector de nuestros días, no obstante, no puede compartir esa actitud, sin duda por lo convincente de la narración, y porque uno de los más antiguos sueños del hombre fue, desde siempre, poder nadar como un pez. De hecho, el caso de Tarian no es único, y allí están, para demostrarlo, las leyendas sobre Glauco, Francisco de la Vega o Nicolás Pesce, entre otros: hombres que supuestamente se adaptaron a la vida subacuática, al punto de poder respirar bajo el agua. El consenso actual es que en todos estos casos se trató de nadadores excepcionales cuyas hazañas fueron inevitablemente magnificadas.

      Pero el problema en el caso de Tarian es que se atribuye a éste la autoría de un libro intitulado Mei Heim ("Mi Hogar"), al que alguna referencia parece hacer Hansi Friedrikson al mencionar que Balduino enseñó a Tarian a escribir para disponer de una forma de enterarse de los secretos que yacen en las profundidades oceánicas. En 1960, como parte de los festejos conmemorativos de los mil años de la Batalla de Freyrstrande, la casa editorial Wunderval Buks publicó, por primera vez en casi dos siglos, una edición libre de censuras, no sólo de las Freyrstrandeskroniks, sino también de Mei Heim. Entre ésa y la anterior de 1772 hubo otras, pero tan mutiladas o alteradas, que no son dignas de mención.

      Mei Heim nos enfrenta a un doble problema. El primero es de índole psicológico. Las primeras páginas de la obra sirven al autor para presentarse y dar sus impresiones sobre la vida de los seres humanos. Algunas de estas impresiones nos parecen risueñas, como cuando comenta, con obvio desagrado, que no entiende la pasión de la gente por las flores, "que son cosas muertas, no como las del mar, que están vivas y comen" (refiriéndose a las anémonas de mar, que en realidad son animales, pero parecen flores). Otras resultan quizás un tanto chocantes y macabras para la mentalidad de algunos, como su opinión de que la gente debería comerse a sus muertos o dárselos a sus mascotas para que los coman, en vez de darles sepultura. Se rebela ante la idea de que en otros sitios los difuntos hasta dispongan de inútiles viviendas (aludiendo a criptas y mausoleos). En el fondo del mar, dice, no existe nada semejante; y a su juicio el único ser humano sensato que existió alguna vez, hasta donde él sabe, fue "Nuestro Señor Jesucristo, quien dio su cuerpo y su sangre en alimento", aunque no alcanza a comprender el misterio de la Transustanciación. Acepta no obstante la palabra de Fray Bartolomeo de Laisauria, el cura local, según la cual la hostia se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino en su Sangre luego de la consagración. De modo muy conmovedor, se declara absolutamente devoto, "porque El me libró del Infierno, de sus fuegos y tormentos"; y no se puede menos que pensar en sus diez años de padecimientos en las mazmorras de Kvissensborg, con su cuerpo ardiendo luego de cada paliza. Pone mucho empeño en aclarar que nunca quiso ser malo y que, si alguna vez lo fue, ya no lo es, aunque la posesión de un tridente lo asemeje a un demonio. Todo indica efectivamente que el joven identificaba las mazmorras de Kvissensborg con el Infierno.

      Leyendo éstas y otras frases suyas realmente se tiene la sensación de que el autor había sido trasplantado a un mundo que no era el suyo y que luego de diez años de atroces castigos en las mazmorras, no estaba muy seguro de no haber merecido semejante suplicio, aunque la gracia de Dios le hubiera ahorrado padecimientos mayores. De cualquier modo, todo esto podría ser fruto (y por lógica tendría que serlo) de una mente muy fantasiosa, muy hábil para fabular, para imaginar la mentalidad de un ser sólo en parte humano.

      Pero conforme avanza la lectura, el estupor aumenta. En una época en que tendía a creerse que bajo el mar la vida era muy similar a la de tierra firme, con ovejas mariinas, conejos marinos, zorros marinos y cosas por el estilo, Mei Heim es una descripción casi exacta del relieve y la fauna de las profundidades del Mar de Nerdel. Los escépticos señalan que lo del relieve no es del todo cierto; que a veces hay discrepancias en la descripción que hace el autor y el aspecto actual del fondo oceánico. Pero olvidan que el paisaje submarino, igual que el terrestre, está lejos de ser inmutable; que se halla sujeto a cambios provocados por sismos o erupciones volcánicas, sin contar que la memoria del autor puede ser falible y llevarlo a describir un sitio por otro, sobre todo tratándose de lugares adonde sólo estuvo una o dos veces antes de ir a parar a las mazmorras de Kvissensborg y a los que no regresó una vez salido de las mismas. O podria ser errónea la identificación actual de los sitios que él describe.

      Mei Heim sirvió de inspiración a varias generaciones de buceadores que, en algún momento, exploraron el Mar de Nerdel, buscando pruebas de la veracidad del libro y de la posible existencia del singular ser al que se atribuye su autoría. Ingenuamente, muchos trataron, para ello, de dar con los restos de naufragios que se mencionan en la obra, sin tener en cuenta que, aparte de que la fuertes corrientes los desplazan a veces de un sitio a otro, poco y nada podrían haber subsistido de ellos luego de más de mil años. Sin embargo, en 1995 el finlandés Esa Koivusaari, luego de exhaustivos estudios previos, se decidió a investigar en un área que supuso correspondería al naufragio que se menciona en el capítulo 5 de Mei Heim, descripto como relativamente reciente (en esa época, se entiende) y donde el autor afirma haber jugueteado con unas monedas de oro halladas en un cofre. Como en ese pasaje se dice que ocurría en un lugar donde la corriente no era tan fuerte, Koivusaari dedujo que cabía la posibilidad de encontrar algo, buscando en el sitio adecuado; y basándose en las descripciones, eligió como el más probable los alrededores del islote hoy conocido como Dappernsholmele. Durante dos años exploró allí, en forma intermitente, el lecho marino; y cuando ya estaba a punto de renunciar, sus dedos dieron por azar con un puñado de antiguas monedas de oro y, a su lado, con los restos de un cofre lleno de ellas, medio escondido entre las algas. "En ese momento el corazón me latió a un ritmo increíble-recuerda Koivusaari-. Por un instante, como si el episodio descripto en el capítulo 5 de Mei Heim  recién acabara de suceder, estuve seguro de ver una esbelta silueta ondulando verticalmente, medio oculta por los bosques de algas".

      ¿Qué prueba esto? "Por desgracia, nada-afirma Stephenson-. Si el autor de Mei Heim, quienquiera que él haya sido, no era un ser branquiado y capaz de respirar bajo el agua y resistir sin problemas los cambios de presión, al menos sí era una persona inteligente y extraordinariamente fantasiosa, y él mismo reconoce que el naufragio descripto en el quinto capítulo correspondía a una nave zozobrada recientemente. El autor pudo tener noticias del naufragio a través de fuentes que hoy desconocemos, sobre todo tratándose de una nave importante y cuyo hundimiento daría que hablar. Alguien con su imaginación no precisaría mucho más para luego verse mentalmente jugueteando con las monedas de oro de un cofre sumergido, sobre todo si sabe de la existencia de ese cofre. Lo único que demuestra la experiencia de Esa Koivusaari es con qué facilidad la mente nos hace ver lo que anhelamos ver".

      "Cuando hablamos de Nerdelkrag, y sobre todo del Mar de Nerdel, leyenda y realidad se desdibujan de tal manera, que es muy difícil mantener el rigor científico, por mucho que se quiera, como es mi caso", asegura el argentino Berón Padilla Fasano, especialista en Biología Marina, actualmente empleado en la Oceanike Fundation, en Drakenstadt. "El Mar de Nerdel es en sí mismo una rareza por muchas razones, entre ellas porque en sus aguas viven especies que normalmente se encuentran sólo en mares cálidos; si bien no alcanzan la espectacularidad que se ve en éstos. Si me aseguraran que hay un rincón del mundo donde las sirenas y los monstruos marinos son reales, pensaría que es aquí."

      Padilla Fasano -con quien estoy en deuda por haberme puesto en contacto con Edward Stephenson y por el material que él mismo me suministró para escribir el presente libro- vacila mucho antes de emitir su opinión sobre el autor de Mei Heim. "El problema es que tanto el libro como su autor son paradojas, imposibilidades científicas. Es cierto que por el momento no tenemos la menor prueba de la existencia de grandes serpientes marinas, por muchos que sean los testigos de sus supuestas apariciones, pero hay que reconocer que Mei Heim tampoco se explaya mucho sobre ellas. Describe con justicia el comportamiento de pulpos, barracudas, delfines y otras especies. Como un Geraat Vermeij medieval, describe diferencias mínimas entre conchas de moluscos muy afines entre sí. Incluso alude a criaturas que la ciencia oficial sólo logró catalogar a partir del siglo XX. Por supuesto, suponer que su autor era alguien capaz de respirar bajo el agua es científicamente inadmisible; pero entonces, ¿quién era? ¿Cómo obtuvo conocimientos tan profundos acerca de la fauna submarina? Hay quienes opinan que el libro tal vez no fue escrito en la Edad Media sino mucho más tarde, cuando ya se disponía de determinados métodos de inmersión submarina. Pero suponer que tales métodos existieran en 1772 no es mucho menos descabellado que imaginar a un híbrido de humano y sirena ondulando verticalmente al nadar y respirando bajo el agua a la manera de un pez, y de esa fecha es la copia íntegra más antigua de Mei Heim que se conoce en la actualidad. Incluso hay otras más antiguas, aunque con el texto filtrado por diversas censuras. Por mi parte, y aunque se me acuse de poco serio, soy de la opinión de que cuando la ciencia no tiene respuestas, es su turno de callar y permitir que el sueño divague a gusto. Como científico, niego rotundamente la posible existencia de un ser como Tarian Morv Mwyalch tal cual lo describe Hansi Friedrikson en las Freyrstrandeskroniks; pero como soñador, sostengo enfáticamente que Mei Heim sólo pudo ser escrito por un ser branquiado y cuyo hábitat natural era el océano."

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07 de Septiembre, 2010    General

IX

IX: ACERCA DE GUDRUN HEIMRIKSDUTTER


      Se acepta comúnmente que la Orden del Viento Negro, en su época de clandestinidad, inducía a sus mílites a la abstinencia sexual y hasta que hacía la vista gorda a deslices homosexuales entre ellos por temor a que yaciendo en el lecho con mujeres de procedencia desconocida traicionaran los secretos y el sigilo de la Orden ante alguna espía contratada por enemigos. De cualquier forma, durante los primeros veinte años de su vida, Balduino mostró apatía por el sexo, como por casi cualquier otro asunto que no guardara relación con su obsesiva meta de llegar a ser un guerrero famoso y reverenciado por las masas. Cuando en Freyrstrande esa meta pareció esfumarse, y desaparecidas las restricciones sexuales impuestas pro la Orden del Viento Negro, anheló por primera vez la compañía de una mujer, y se sintió atraído por una joven pastora llamada Gudrun Heimriksdutter. En el mejor de los casos, no era bonita; pero si bien tampoco había mucho para elegir, el temperamento de ella parece haber fascinado a Balduino, al punto de que, cuando logró ganársela, ya no quiso ninguna otra mujer. Ella fue quien lo apodó Brunshaarn, término difícil de traducir exactamente pero que, por aproximación, significaría Cabellos de Fuego (en realidad, el vocablo Brun, en Bersik, remite a la idea del resplandor rojizo despedido por cualquier fuego hecho a propósito para proporcionar calor y, en un sentido metafórico, a la Esperanza).

      Gudrun en modo alguno era una novia complaciente, sino una joven enérgica que sabía lo que quería, pero a comienzos del año 958, cuando Balduino llegó a Freyrstrande, atravesaba una crisis emocional a raíz de la muerte de su madre, y por primera vez en su vida se sintió necesitada de la compañía protectora de un hombre. Asombra, por lo tanto, que luego de la Batalla de Freyrstrande -lejana todavía en el momento en que se incia esta segunda parte de nuestra historia-, Gudrun aceptara la partida de Balduino con tanta tranquilidad, como es extraño también que una joven con tanto carácter soportara durante años el brutal trato de que su madre era objeto por parte de su padre. Según Hansi Friedrikson, éste, luego de años de estar en el hogar sólo a medias, ausent´´andose durante meses y regresando cada tanto sin otro propósito, al parecer, que el de atormentar a su esposa frente a la mirada angustiosa de la hija, desapareció por último durante una fuerte nevada, y nunca más se lo volvió a ver. Pero hay una incoherencia en el relato de Hansi: el insólito número de diversos testigos que presenció la partida de Heimrik, el padre de Gudrun. ¿Qué hacían cinco personas fuera de sus casas a tan altas horas de la noche y con semejante tormenta de nieve?

      Para explicarlo, durante tiempo se supuso que estas cinco personas habían acudido en defensa de la madre de Gudrun, maltratada nuevamente por su esposo: los alaridos de la desdichada mujer los habrían atraído en su ayuda. Pero en 1990 Stephenson demostró lo descabellado de tal suposición. En primer lugar, el cronista habría mencionado el hecho de haber sucedido. En segundo, los aldeanos de Freyrstrand vivían tan distantes entre sí, que no habrían podido oir a la sufrida mujer, y menosaún con una tormenta de nieve fustigando la región. Y en tercer lugar, si nunca antes habían intervenido cuando tenían lugar esas palizas (sin duda por enterarse demasiado tarde), ¿por qué precisamente lo harían esa noche? Stephenson sugirió entonces la posibilidad de que Heimrik hubiera sido asesinado por su esposa o más bien por su enérgica hija, ya harta y demasiado crecida para seguir tolerando tales escenas de violencia familiar sin tratar de impedirlas. El cadáver habría sido arrojado al pozo que, de acuerdo con un lacónico y enigmático Hansi Friedrikson, "estaba envenenado"  (sin que explique la causa o el autor de tal envenenamiento, y en sospechosa contradicción con otro párrafo en el que comenta que "se había secado"), motivo por el cual Balduino excavó otro. El homicidio, según Stephenson, habría sido vox populi en Freyrstrand, pero nadie habría querido que se procesara a Gudrun por ello, siendo muy comprensivos al respecto. Para encubrirlo, Hansi habría inventado la desaparición de Heimrik durante una tormenta de nieve, como también los supuestos testigos de la misma.

      La cosa no pasó de ser una teoría hasta que, en agosto de 2003, una excavación edilicia en Freyrstrand sacó a relucir los restos de un antiquísimo aljibe que fue inmediatamente bautizado como la Poza de Gudrun, aun cuando todavía no se había establecido su antigüedad. Varios peritos fijaron la misma entre los siglos IX y X de nuestra era, con lo que aumentaron las posibilidades de que se trataba de la misma poza que balduino había excavado para su novia. Pero cuando, con la esperanza de hallar algo que permitiera fechar con mayor precisión la antigüedad del aljibe, se empezó a escarbar en el fondo, se hizo un macabro descubrimiento: un esqueleto muy bien preservado por el lodo del fondo. Naturalmente, varios entendidos lo relacionaron con la teoría de Stephenson respecto al verdadero final del padre de Gudrun. El examen de los huesos y de la dentadura permitió establecer que se trataba de los restos de un hombre de alrededor de cuarenta años; y expertos de la policía forense precisaron que su muerte no había sido natural: costillas y omóplatos presentaban signos de haber sufrido impacto de un objeto filoso y pesado, como una espada o, más probablemente, un hacha.

      "Todo cerró entonces-declararía más tarde un emocionado Stephenson, hablando del hallazgo-. Algo que había pasado por alto al formular mi teoría es la mención que Hansi hace en su obra, de que Balduino procuraba que Gudrun siempre tuviese una provisión de leña que él mismo hachaba, y que al regresar del pastoreo hallara siempre el hogar encendido. Con el carácter que se le conoce a Gudrun, uno no puede evitar ceder al prejuicio de que Balduino se había dejado dominar por ella, habida cuenta de que, tal como la describe Hansi, la relación entre ambos parece muy poco romántica. Cuando Balduino aparece rescatando o protegiendo a alguien en las Freyrstrandeskroniks, nunca es a Gudrun, siempre se trata de otra persona. No tendemos a imaginar a un Caballero efectuando rutinarias y prosaicas tareas hogareñas, y hacerlo produce cierto desencanto. Por eso el informe forense me resultó especialmente conmovedor. En opinión de los peritos, quien hubiera atacado al hombre cuyo esqueleto se halló en el fondo del aljibe había mostrado especial saña. Uno imagina a Gudrun, una muchacha de menos de veinte años, asesinando a su propio padre de esa forma brutal para defender a su madre. Incluso para una persona dura como ella tiene que haber sido horrible. Luego piensas en Balduino hachándole una provisión de leña, y te das cuenta de que seguía siendo un Caballero enamorado protegiendo a una doncella, su novia más precisamente, de un dragón implacable; sólo que el dragón era un recuerdo espantoso como pocos."

      En 2006, luego de varias idas y vueltas, el ADN del hombre cuyo esqueleto apareció en el fondo del aljibe fue comparado con el de la mujer cuyos restos, según se supone desde hace siglos, serían los de Gudrun, y que reposan actualmente en la Catedral de Freyrstrand. El análisis reveló que entre ambos existía un parentesco de primer grado. Por supuesto, hay quien duda de que los restos que descansan en la Catedral sean realmente los de Gudrun, pero la precisión con que los hechos corroboran la teoría de Stephenson difícilmente pueda ser fortuita.

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02 de Septiembre, 2010    General

VIII

VIII: DE LOS ALDEANOS DE FREYRSTRAND Y LOS PRÍNCIPES LEPROSOS


      Fue en Freyrstrande donde se reveló la verdadera personalidad de Balduino. Aquel muchacho pelirrojo y en apariencia ambicioso y frío poseía un hambre de amor que lo aquejaba desde la infancia. No pudiendo satisfacerlo en el ámbito familiar, volcaba su cariño en los animales, quienes lo querían aunque fuera pecoso y feo y no por su valor político, sino simpplemente por lo que era. En Freyrstrande no renegó de ese primer amor, pero incorporó otros afectos. Reinició su relación con Anders, aprendiendo a quererse como hermanos los dos. Thorvald Hanson, uno de los dos veteranos tullidos que lo secundaban, rápidamente lo aquilató y vio en él una persona valiosa; y desde entonces le exigió mucho, pero también lo quiso entrañablemente.

      Los mismos lugareños sintieron por Balduino primero una gran curiosidad y luego un inmenso afecto. El más cercano a su corazón llegaría a ser alguien que entonces tenía alrededor de nueve o diez años y era pelirrojo, como él: Hansi Friedrikson, su futuro cronista. Había en aquella criatura una deliciosa combinación de inocencia y picardía ante la cual Balduino no pudo menos que dejar de fruncir el ceño que primero exhibió en forma ostensible nada más verlo.

      Además de él, hubo otros. Ardua tarea sería describirlos a todos. Entre otros, estaba un joven criador de renos sumamente campechano que lo llamaba amigo y lo honraba con un trato sencillo y una personalidad pintoresca que incluía ideas absurdas defendidas con notable tozudez: Kurt Ingmarson. Por momentos debe haber parecido una versión de Hansi en formato adulto ya que, aunque inocente como buen provinciano, su candidez era por momentos engañosa y ocultaba conductas dictadas por la travesura, si bien jamás por la maldad.

      Pero tal vez el más emblemático de esta galería de personajes de pueblo fuera Thomen el Chiflado, un pescador de rostro curtido y siempre predispuesto a la sonrisa a pesar de que tres de sus hijos habían muerto a muy temprana edad. Un asunto sumamente trivial le había valido el apodo, pero algunos detalles hacían suponer que éste era exacto, como cierta manía suya, la de llevar un enorme sombrero de paja si y sólo si viajaba en carreta, independientemente de que hubiera sol o no, y aunque tuviera que luchar contra ráfagas que pujaran por arrebatárselo. Como buena parte de los aldeanos de Freyrstrand (Freyrstrande, "Playa de Freyr", designa un accidente geográfico, en tanto que Freyrstrand es el emplazamiento humano levantado en él), Thomen mmovía a la sonrisa, pero no era una caricatura, como no lo eran los otros. Al mirarlo a los ojos, se veía en ellos un alma honesta e incorrupta; y al hablar con él, se le notaba una sabiduría que sólo quien ha vivido bien e intensamente y afrontado terribles pruebas espirituales alcanza. A veces, ante Thomen, Balduino se sentía estremecedoramente pequeño, aunque ahora varios le inspiraban tal sentimiento.

      Por lo demás, mantenía cierto contacto con cuatro hombres apostados en la desembocadura del Viduvosalv, a cierta distancia de Freyrstrande. Estos hombres venían de muy lejos, de Caudix, el Castillo de los Príncipes Leprosos: un singular feudo sometido al vasallaje nominal del Duque de Neuvitania y en el que todos los habitantes, desde el señor hasta el más humilde labriego, ostentaban dignidad principesca. Oficialmente, todos eran leprosos, pero se sabe que algunos estaban sanos, aunque a los ojos del resto del mundo quisieran hacer creer lo contrario, y éste parece haber sido el caso de Gabriel, el más joven de los cuatro apostados en las vecindades de Freyrstrande. De él nos dice Hansi Friedrikson que alguna vez había tenido lepra, pero ya no; lo que hace pensar que Gabriel en realidad padeció alguna afección de la piel que fue tomada erróneamente por lepra (confusión muy habitual en esa época) y que curo con el tiempo, por sí misma o gracias a tratamientos médicos recibidos en Caudix. Porque los Príncipes Leprosos aceptaban su enfermedad, pero en todo tiempo se especuló que buscaban una cura para la misma mediante artes alquímicas. De ser esto cierto, lo mantenían en secreto debido a la mala reputación que con frecuencia rodeaba a la alquimia. Leyendo las Freyrstrandeskroniks se tiene la sensación de que Hansi Friedrikson creía que los Príncipes Leprosos habían hallado una especie de pócima para demorar el avance de la lepra. Lejos de Caudix, y no disponiendo de materia prima ni de instrumental para elaborar tal pócima, la enfermedad se habría tomado su venganza en los compañeros de Gabriel, quien veía, entre el horror y la impotencia, que el estado de los mismos empeoraba lentamente y a la vez más rápido de lo habitual. Da la impresión que esta idea de Hansi es correcta, porque no era habitual que los Príncipes Leprosos, altivos y reservados, confiaran en gente ajena a Caudix, como lo hicieron con Balduino. Que sí lo hicieran en esa ocasión podría ser indicio de que temieran que en breve quedara vivo sólo Gabriel de ellos cuatro, y no quisieran dejarlo absolutamente solo.

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29 de Agosto, 2010    General

V

V: LA GUERRA HASTA EL DÍA DE LA GEHENNA


      Fuera cual fuere la razón que había atraído a los Wurms hasta Andrusia Occidental, allí estaban, y era menester aprestarse al combate, ya que el único intento de zanjar la paz con ellos tuvo un desenlace siniestro. Por desgracia, había mucha renuencia, entre los Caballeros de la Doble Rosa, a seguir bajo las órdenes de un Gran maestre que los había engañado durante tanto tiempo. Diego de Cernes Mortes combinó la fuerza y la persuasión para hacer frente a la crisis. Dijo que, si los Caballeros de la Doble Rosa no cumplían con su deber, los del Viento Negro tomarían sus lugares...y tal vez en más de un sentido. Ese argumento tuvo mucho peso. Los Caballeros de la Doble Rosa decidieron quedarse, pero exigieron la renuncia de Diego de Cernes Mortes, a lo que él no accedió. Sin embargo, su sobrino Maximiliano consintió en dimitir como Segundo Maestre, y lo sustituyó Tancredo de Cernes Mortes, individuo hostil a los Caballeros del Viento Negro y sumamente reacio a tratarlos más de lo estrictamente necesario; si bien, por el momento, accedió a tratarlos a regañadientes.

      Durante casi dos meses, las tropas acantonadas en los distintos puertos, ciudades y villas costeras de Andrusia Occidental no hicieron más que estar alertas, en angustioso suspenso. Los Wurms se dejaban ver mucho, pero no se decidían a atacar; en lo que probablemente influía mucho una valiente y ostensible exhibición de ficticio poder hecha el pasado diciembre por una flota comandada por el joven Erlendur Ingolvson. En marzo de 958 se iniciaron al fin las hostilidades, al principio bajo la forma de ataques y contraataques sin más propósito que medir fuerzas, pero haciéndose paulatinamente más violentos. Afortunadamente, los cuerpos de los Wurms no los hacían hábiles trepadores, y las costas de Andrusia Occidental eran, en general, altas; por lo que los monstruos debían contentarse con tratar de remontar los ríos y de derribar con sus tremendos cuerpos los poderosos y fortificados muros de las altivas ciudades. los defensores recurrían sobre todo a catapultas para mantenerlos a raya, pero poco más podían hacer, y hasta debían prescindir de las armaduras que les hubieran brindado protección psicológica, pero privándolos al mismo tiempo de la necesaria agilidad para esquivar los mortales chorros de fuego y brea candente de los Jarlewurms.

      En uno de los primeros combates realmente duros, el 23 de marzo, sucumbió Diego de Cernes Mortes, sin que nadie entre sus Caballeros llorara o lamentara su muerte. Muchos de ellos incluso recibieron la noticia con auténtico alborozo. No sólo había caído el traidor, sino también el Príncipe Gudjon Olavson, un musculoso guerrero oriundo de Drakenstadt sobre el que reposaban las esperanzas de la ciudad, pero que también era uno de los advenedizos; de modo que la nueva fue doblemente celebrada. Tancredo de Cernes Mortes asumió el Maestrazgo de la Doble Rosa, pese a una fugaz oposición presentada por maximiliano, sobrino de su predecesor. Era la época en que los Caballeros de la Doble Rosa y los del Viento Negro todavía se miraban con odio. Poco tiempo más pudo decirse tal cosa. 

      Un cronista de la guerra, Ignacio de Aralusia, describe cómo esos sentimientos fueron cambiando de a poco: Todos los días caía alguien en el frente de batalla, alguien que dejaba atrás amigos o parientes que también estaban combatiendo como él lo había hecho en vida; y estas tragedias personales se hacían a un lado por la necesidad imperiosa de seguir luchando, pero volvían a uno durante los descansos. En la cuadra era especialmente agobiante e insoportable ver cómo los lechos iban desocupándose a medida que caían calientes de cualquiera de las dos Ordenes; y de noche, era como si los espectros de los héroes muertos estuvieran presentes entre nosotros, penando por sus propias muertes y por la necdad que  nos mantenía fríos y distantes a los de cada orden respecto a los de la otra.

      Esta pesadilla de lechos vacíos tuvo un efecto conciliador: los Caballeros de ambas Ordenes terminaron hermanados, no sólo entre sí, sino también con las tropas villanas que combatían a su lado. Tal fue la actitud de la mayoría, pero no la de todos. Unos pocos que parecían desconocer el miedo y otros que apenas si se exponían al riesgo en combate, continuaron orgullosos y hostiles a cualquier reconciliación con sus viejos enemigos  y ahora forzados aliados, y reprocharon a los otros su actitud. Sólo en un punto coincidían todos, y era en el desprecio hacia quienes hubieran debido estar en el frente de batalla y habían quedado atrás. No todos los Caballeros de la Doble Rosa, en efecto, habían acudido a la convocatoria de Diego de Cernes Mortes; y en realidad, sólo una contada minoría se hallaba luchando contra los Wurms.

      Eestos, sanguinarios y arrogantes, estaban fracasando en su intento de remontar los ríos, pero diezmaban a los defensores de forma aterradora, aunque el hábito disminuyó mucho el número de bajas. Mientras tanto, y de la mano de la guerra, otros males menores flagelaban el Norte del Reino, entre ellos los Landskveisunger, salteadores típicos de Andrusia cuyas actividades recrudecían al entorpecerse la navegación marítima y al verse limitadas las actividades a tierra firme. Los correos de postas se veían obligados a hacer largos rodeos para evitarlos, pero unos cuantos de ellos fueron asesinados y robados a lo largo de la guerra, y sus cadáveres insepultos a menudo eran devorados por grifos: esa curiosa amalgama animal de águila y león que en ocasiones se vuelve de verdad feroz, pero cuya naturaleza sanguinaria ha sido tan exagerada.

      A fines de diciembre de 958, varios mensajeros difundieron una noticia aterradora y, como una nube de desgracia, se extendió el más negro pesimismo: Drakenstadt, el más poderoso bastión guerrero de Andrusia, había cedido bajo la embestida de los Wurms, a cuyas filas se había sumado en esta ocasión Bermudo, el único Jarlwurm que desde el comienzo había estado en contra de la guerra. Medio Reino se vio sacudido por el pánico. Nadie sabía en el Sur qué aspecto tenían los Wurms ni cuán feroces podían ser; y durante días, cualquier murmullo desc onocido o juego de luces y sombras que pudiera sugerir la silueta de un gran reptil, sembraba histeria y descontrol. Poblaciones enteras emprendieron penosos éxodos hacia el Sur huyendo de los aterradores presagios de su fantasía, y muchos nobles hicieron lo propio; pero algunos Caballeros de la Doble Rosa que no habían marchado a la batalla con sus compañeros, arrepentidos, lo hicieron ahora, sombríos y seguros de no retornar jamás a sus hogares. El dicho según el cual no se debe destruir Drakenstadt antes de hallarse ante sus ruinas, que con el sentido de no dar por hecha una desgracia antes de verla consumada es popular aún hoy en Andrusia, se remonta a aquellos días.

      Porque la noticia, difundida desde la misma Drakenstadt en un momento en que el desastre parecía inevitable, era errónea. La ciudad, tras denodada lucha, seguía en pie, aunque se habían vivido en ella horas de pánico sin precedentes que pasarían a la Historia como el Día de la Gehenna. Tan cercano había parecido el fin de Drakenstadt, que los juveniles miembros del Leitz Korp, institución creada ad hoc con jóvenes reclutados de poblaciones de tierra adentro para recibir instrucción militar en previsión de que la ciudad cayera bajo los Wurms, salieron de la misma con todo sigilo por orden de su entrenador, Hreithmar Hjalmarson, apodado Dunnarswrad. La misión de aquellos muchachos sería retornar a sus hogares, salvar a familiares y vecinos y organizar como pudieran la resistencia contra los reptiles. No obstante, uno de ellos volvió enseguida a Drakenstadt trayendo una niña para ponerla a salvo de los Wurms hasta ser devuelta a sus familiares. Trajo también una historia que se oyó entonces por primera vez y que sonaba absurda y risible, la de un Thröllwurm que capturaba niños entre sus fauces sin dañarlos y los salvaba de ser devorados por sus voraces congéneres. Más tarde se vincularía a este reptil con el que, según se decía, había protagonizado un incidente similar en el valle conocido como Lilledahl, un Thröllwurm casi agonizante que despertó la compasión de una niña que inocentemente se acercó a acariciarlo y a la que no quiso devorar, por lo que los agradecidos lugareños curaron sus heridas y lo alimentaron hasta que sanó. Actualmente, la pequeña ciudad de Vaurtsthrup, en el Lilledahl, conmemora con su nombre a aquel reptil al que los campesinos llamaron Vaurt, "Nuestro"; además, hay allí una escultura que evoca el encuentro del dragón y la niña, y que siempre está llena de flores dejadas por turistas a modo de homenaje y respetuosa ofrenda.

      Pero esta historia tardaría en trascender. Varios Thröllewurms habían logrado remontar el Kronungalv, el río a cuyas orillas se levanta Drakenstadt dividida, ya por entonces, en dos mitades, una en cada margen, y con ellos al menos tres Jarlewurms que derribaron la muralla Sur. Con la ayuda de Dios y desplegando un coraje extraordinario, Maarten Sygfriedson, caballero del Viento Negro, mató a uno de ellos, el monstruoso Talorcan el Negro, ante lo cual los otros dos se retiraron cobardemente; si  bien se estimaba que seguían en los alrededores. Además era una inquietante incógnita el paradero de Bermudo, que poseía la rara capacidad de camuflarse con el medio que lo rodeaba y podía ser, por lo tanto, un adversario temible.

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29 de Agosto, 2010    General

IV

IV: SOBRE LOS WURMS Y SUS MOTIVOS


      El carácter histórico de los Wurms es hoy en día defendido a rajatabla en los países de la Europa Traslotárica y es uno de los principales puntos de disenso entre la comunidad científica de dichos países y la del resto del mundo, que por supuesto los considera una leyenda o un mito. Pero incluso los más escépticos admiten la fuerza que la imagen de los Wurms ejercen sobre la psiquis humana. Porque, efectivamente, puede decirse que los Wurms no necesitan presentación. Hasta el fin de los tiempos los veremos asomar en el horizonte de la Humanidad y en el de la humanidad individual de cada uno de nosotros. Son aquello que nos somete a pruebas más duras de lo que creemos poder soportar; son aquello que nosobliga a seguir luchando cuando ya no tenemos fuerza para hacerlo; son lo que nos estremece cada vez que los vemos resurgir en lontananza, amenazantes y siniestros. A la sazón estaban gobernados por una especie de Rey, el VodVorag, que en aquel entonces era un tal Magnus y que no se había dignado presentarse todavía frente a las costas andrusianas. Se dividían en dos castas, una aristocrática, los Jarlewurms, colosales, de largos cuellos y colas y capaces de vomitar torrentes de fuego y brea ardiente, y sus siervos los Thröllewurms, similares a cocodrilos, pero mucho más grandes que éstos y con los ojos ocupando una posición frontal en el cráneo. Ni unos ni otros podían volar, aunque los Jarlewurms poseían alas que desplegaban a modo de velamen para aprovechar el viento favorable al hacerse a la mar.

      Es muy de humanos el considerar lejano e improbable aquello que más se teme y, en Andrusia, aun sabiéndose la existencia de los Wurms, se había relegado a éstos al terreno de lo mítico, donde héroes invencibles luchaban contra ellos y les daban muerte. Andrusia Occidental sabía ahora que, por desgracia, eran mucho más que un mito; la parte oriental, libre de su amenaza durante mucho tiempo, tardaría más en salir de su escepticismo.

      Qué había traído a tales monstruos hasta las costas de Nerdelkrag, era difícil precisarlo, pero una larga tradición hacía de los Wurms criaturas codiciosas y ávidas de tesoros, de los que en Andrusia occidental había en abundancia, particularmente en Drakenstadt, cuyos joyeros eran famosos en todo el Reino. Se pensó, por lo tanto, que ésa sería la causa, aunque no quedaba muy claro cómo podían haber sabido los Wurms, que venían de allende los mares, de tales riquezas. Sin embargo, se rumoreó más tarde que una flota mercante despachada por la Banca Haraldssen desde Ramtala hacia Ultramar en busca de materias primas, se había topado con algunos Wurms, intentando con tales informes comprar su salvación. Ese rumor fue avalado inconscientemente por los propios Haraldssen, quienes eran casi tan codiciosos como los propios Wurms y que no obstante, en la lucha contra éstos, brindarían un llamativo y relativamente desinteresado apoyo financiero. Tampoco esta vez dieron puntada sin hilo, pero se mostraron mucho más moderados de lo habitual, y hasta tuvieron accesos de preocupación y generosidad. Daba la impresión de que querían mitigar una sensación de culpa, actitud que, tal vez, deba ser bienvenida cuando aparece.

      De todos modos, cabe la posibilidad de que los Wurms dispusiesen de otras fuentes. En el caso de Drakenstadt, una monumental obra escultórica labrada en las paredes del Hrodesfjord o Fiordo de la Gloria, a cuyo abrigo se erige la ciudad, servía para delatar sus riquezas y, al mismo tiempo, vincularla de un modo vago a los Wurms. Se trataba del Drakensegenbrekker o Rompeolas de los Dragones, que hoy sólo se conserva en parte y muy deteriorado, pero que en su época fue una auténtica maravilla. Representaba a miles de reptiles alados, mostrándolos en diversas y muy disímiles posturas, muchas de ellas casi cotidianas o familiares, como por ejemplo cuidando a las crías en el nido o limpiando de parásitos sus cuerpos. cada una de las figuras era de tamaño modesto y, a decir verdad, sin gran semejanza con los Wurms ni con sus coladores y pacíficos parientes de más al Sur, los Draken o Drakes. La obra, orgullo de Drakenstadt, databa de tiempos tan remotos, que ya no quedaba nadie que pudiera decir si los dragones allí representados eran Wurms, Drakes o una tercera y ya extinta raza reptiliana. de cualquier forma, muchas de las figuras de piedra tenían gemas en el sitio correspondiente a los ojos, aunque hoy en día, luego de siglos de rapiña, ya no quede ninguna; y sin duda los poderosos Jarlewurms debieron advertir que una ciudad que se permitía tal ornamentación tenía muchas más riquezas, en tanto que los dragones esculpidos en el Rompeolas sin duda sirvieron a modo de excusa (aunque no la necesitaban) para reclamar como suya al menos esa porción de continente.

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29 de Agosto, 2010    General

III:

III: DE CÓMO VARIOS SECRETOS QUEDARON AL DESCUBIERTO


      Con Miguel de Orimor fuera de combate, alguien debía reemplazarlo en la misión de acabar con los Caballeros del Viento Negro, y él mismo eligió a quien le pareció más indicado, antes de retirarse a sus heredades para recibir atención médica y descansar. Recelando como ahora recelaba de todo y de todos, decidió confiar en Diego de Cernes Mortes, Gran Maestre de los Caballeros Custodios de la Doble Rosa, de la que él mismo formaba parte. Militarmente lo consideraba un tanto mediocre, ya que combatiendo a los advenedizos se había mostrado sumamente ineficaz; pero creía que con la información que él le brindara, lograría llevar a cabo sus propósitos. Además, era el único de cuyas intenciones no desconfiaba... y de quien más debió desconfiar.

      En efecto, Diego de Cernes Mortes no resultaba ineficaz luchando contra las huestes del Viento Negro por impericia o imbecilidad de su parte, sino porque estaba aliado a ellas en secreto. Decepcionado de la Orden a la que pertenecía, en el Monte Desolación había ayudado a los Caballeros del Viento Negro fingiendo combatirlos, ya que consideraba que ellos más que nadie honraban los ideales caballerescos. Llegado al sumo Maestrazgo, logró protegerlos más fácilmente, hasta la aparición de Miguel de Orimor en la escena. es casi seguro que éste, al principio, sospechó también de Diego de Cernes Mortes; pero el Gran Maestre no hacía confidencias a nadie sino a su sobrino Maximiliano, ni tenía más cómplices que éste dentro de la Orden que dirigía, por lo que era muy difícil probar algo en su contra.

      Por lo tanto, el Toro Bramador de Vultalia compartió con Diego de Cernes Mortes la información reunida hasta el momento por sus espías. El Gran Maestre se horrorizó al tomar conciencia de cuán lejos habían llegado las indagaciones de Miguel de Orimor, que incluían el hallazgo de irregularidades en las pesquisas de las Milicias de San Leonardo y la seguridad de que esta Orden contaba entre sus filas con traidores que colaboraban con los proscritos del Viento Negro. Con lo que se acercaba peligrosamente a la verdad: las Milicias en pleno apoyaban a los forajidos, fingiendo combatirlos.

      Diego de Cernes Mortes ya había demostrado, en una ocasión, que sus escrúpulos tenían límites, al hacer ejecutar bajo falsos cargos (aunque para salvar otras vidas, en su opinión, más dignas de ser salvadas) a quien lo había precedido en el Maestrazgo, federico de Cernes Mortes. Tal vez ahora se preguntara si desembarazándose de Miguel de orimor lograría salvar del desastre a la Orden del Viento Negro, o si sólo estaría dando a ésta algo más de tiempo antes de un inexorable fin y, en este último caso, hasta qué punto valía la pena recurrir al asesinato para posponer una inevitable ruina. Pero antes de llegar a una decisión, recibió un mensaje que hizo que los hechos tomaran un giro inesperado.

      El mensaje provenía de Andrusia, la región más septentrional del Reino, bañada por el Mar de Nerdel. Más precisamente, venía de Ramtala, uno de los puertos más importantes de esa región, y lo enviaba Thorstein Eyjolvson. Este era un segundón de la nobleza del Condado de Ulvergard y, a sus treinta y pico de años, parecía un pelmazo inmaduro incapaz de sentar cabeza. Sin embargo, tal imagen era una simple máscara que ocultaba una identidad secreta, la del gran Maestre del Viento Negro, que Miguel de Orimor había intentado descubrir, poniéndose frenético en el intento. Eyjolvosn vivía muy apartado del radio de acción de la Orden que lideraba, pero su imagen de tarambana le permitía vagabundear de aquí para llá sin despertar sospechas y, como quien no quiere la cosa, cada tanto se acercaba al centro del Reino y evaluaba y daba instrucciones a su hueste a trav´´es de sus oficiales. El y Diego de Cernes Mortes se conocían desde la época del Monte Desolación y, desde entonces, mantenían una doble correspondencia, una a través del correo de postas y otra mucho más secreta y cautelosa usando sus propios mensajeros.

      En este caso la misiva había sido enviada por el correo de postas, por lo que no traía nada que comprometiera al portador, remitente o destinatario; pero igual Diego de Cernes Mortes quedó intrigado por su contenido. Era una petición de ayuda para defender Andrusia Occidental de las correrías de los piratas Kveisung, que una vez más fustigaban las costas del continente desde sus reductos del gran archipiélago que se extendía a lo largo del Mar de Nerdel, las Islas Andrusias. Años atrás, aquellos piratas habían unido fuerzas bajo el mando del temible Ulvgang Urlson, apodado Sundeneschrackt ("el Terror de los Estrechos"), quien dejó en los puertos andrusianos imborrables y espeluznantes recuerdos, llegando incluso a saquear la poderosa Drakenstadt. Pero incluso entonces los príncipes de Andrusia se las arreglaron solos, sin requerir refuerzos como los que ahora solicitaba Eyjolvson. Así que Diego de Cernes Mortes concluyó que tal petición era un subterfugio para alejar del centro del Reino a los Caballeros de la Doble Rosa y conceder así un respiro a las huestes del Viento Negro. No era muy de su agrado movilizar fuerzas hacia el Norte sin necesidad real y sólo por una simple mascarada pero, aun así, lo hizo y muy de prisa.

      En enero de 958 un contingente de Caballeros de la Doble Rosa comandados por Diego de Cernes Mortes llegó a Ramtala. Diego se entrevistó inmediatamente con Thorstein Eyjolvson, entrevista de la que salió pálido y adusto. Luego de la misma reunió a sus tropas y admitió ante ellas su duplicidad en el asunto de los Caballeros del Viento Negro; y un estupor indignado y furioso recorrió las filas de la Doble Rosa ante tal confesión. Sintiéndose traicionados, reprocharon a su Gran Maestre haberlos traído hacia el Norte para alejarlos de los advenedizos, sus enemigos.

      Con mucha valentía y dignidad, Diego de Cernes Mortes aceptó las acusaciones, pero pidió a sus tropas que reservaran reproches y represalias para más adelante, ya que el Reino se hallaba en tan grave riesgo, que ahora las dos Ordenes enemigas, la del Viento Negro y la de la Doble Rosa, deberían trabajar juntas para combatirlo. Los piratas Kveisung habían sucumbido aplastados por unos enemigos mucho más peligrosos, que ahora amenazaban las costas del continente: una horrenda raza de dragones invasores, los Wurms.

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29 de Agosto, 2010    General

II:

II: ACERCA DE MIGUEL DE ORIMOR, EL TORO BRAMADOR DE VULTALIA


      Desde 950 hasta 957, los herejes y los Caballeros del Viento Negro fueron causa o pretexto de que en el centro de Nerdelkrag se combatiera en forma prácticamente ininterrumpida, aunque a menudo de manera aislada. Cuando en 954 el Gran Maestre de las Milicias de San Leonardo, Andrés de Leitzburg, escribió al cardenal Sergio de Lauralia manifestando que acabar con la Orden del Viento Negro era algo que estaba más allá de sus posibilidades, ya eran muchos los Caballeros de la Doble Rosa que, ad honorem o como mercenarios, se habían sumado al conflicto, oponiendo sus aceros a los de los advenedizos; entre ellos su Gran Maestre, Diego de Cernes Mortes, quien ya los había combatido en el Monte Desolación cuando era joven y no ostentaba tan alto cargo.

      Entonces el Vizpapa, máxima autoridad religiosa de la Iglesia Cernia, declaró cuestión de máxima prioridad desenmascarar y aniquilar a los Caballeros del Viento Negro, considerándolos una amenaza a la fe, tal vez tan grave como la herejía misma; y designó, para comandar las operaciones y representarlo en el frente de batalla, a un hombre muy especial. Se llamaba Miguel de Orimor, pero su impresionante presencia física y tremenda carga en combate le habían merecido el apodo de el Toro Bramador de Vultalia. A la vez que temible guerrero era devoto cristiano y, según se vio después, extremadamente astuto. Combinando fuerza y sagacidad, fue haciendo en torno de los Caballeros del Viento Negro un cerco cada vez más estrecho, merced a una notable red de espionaje que le brindaba información a él y sólo a él. Sin embargo, se sospechaba que no hacía uso de toda esa información, pues demoraba su mejor golpe para darlo en forma asaz contundente.

      En agosto de 957, sin embargo, algo pareció enfurecerlo sobremanera. Ordenó el arresto de un noble de Hallustig, Roland de Armelinskvald, bajo el cargo de ser parte de la proscrita Orden, y con intenciones de llevarlo a juicio y hacerlo condenar a muerte. Según trascendió más tarde, Miguel de Orimor había descubierto, muy indignado, que varios nobles estaban en situación de descarada duplicidad, perteneciendo tanto a la Orden de la Doble Rosa como a la del Viento Negro, pero favoreciendo sobre todo a ésta. por tanto, deseaba que el prisionero fuera ejecutado de manera especialmente cruel, y su cadáver exhibido en pedazos en las principales ciudades del centro de Nerdelkrag; luego de lo cual, los Caballeros del Viento Negro dispondrían de un plazo razonable para cesar en sus actividades, y presentarse espontáneamente ante la autoridad para descubrir sus rostros y entregar sus armas. A quienes así lo hicieran, se les respetarían sus vidas, pero no se garantizaba nada más. Quienes no aprovecharan esa ocasión de recibir misericordia, no tendrían otra, y en caso de caer prisioneros, se les depararía un fin tan terrible, que lamentarían no haber muerto en combate.

      Para sus seguidores, Miguel de Orimor era un paradigma caballeresco y el campeón de la Cristiandad, y no dudaban de que cumpliría con su palabra. Los Caballeros del Viento Negro habrían aprendido a temerle y lo consideraban un siniestro carnicero, y habrían sido menos optimistas al recibir la oferta, por lo demás muy poco tentadora, ya que antes que pasar el resto de sus vidas en prisión hubieran preferido, en tanto les quedara un hálito de vida, luchar como leones acorralados y morir combatiendo. Pero lo cierto es que nunca se les hizo la oferta, porque un incidente vino a alterar la situación en forma drástica. Tras ordenar el arresto de Roland de Armelinskvald, Miguel de orimor se dispuso a trasladarlo, con todo sigilo y custodiado por una fortísima escolta armada, hasta Leitzburg, la principal ciudad del Condado de Hallustig, para su juicio y ejecución. Al parecer, la Orden del Viento Negro se enteró de la captura de Roland cuando el traslado de éste se estaba efectuando, y no había ya tiempo  para reunir fuerzas suficientes para reunir fuerzas suficientes para rescatarlo exitosamente. Sin embargo, uno de sus miembros, un Caballero muy joven y osado, tomó una iniciativa por su cuenta: salió al encuentro de los hombres que llevaban  al prisionero a Leitzburg, y retó al propio Miguel de orimor a combate singular. El Toro Bramador de Vultalia trató al joven Caballero con mucho desdén, intimándolo a irse por donde había venido antes de que fuera demasiado tarde. Como el muchacho se mantuvo firme en su postura, Miguel de Orimor terminó aceptando el desafío, de lo cual derivó un combate con lanzas, previo arreglo de las condiciones: si ganaba el Toro Bramador de Vultalia, haría lo que quisiera con su joven adversario; pero si éste resultaba vencedor, él y Roland de Armelinskvald quedarían en libertad.

      Miguel de Orimor aceptó estos términos y el mismo desafío sólo porque, luego de hacer tanto hincapié acerca de las cobardes tácticas de combate de los Caballeros del Viento Negro, no podía rehusarse a que uno de éstos lo enfrentara en lucha franca y valiente, y porque no creía posible ser vencido. Pero a veces sucede lo impensable. Luego de casi veinte años de mantenerse invicto en este tipo de duelos, el Toro Bramador de Vultalia era malherido y derribado de su montura. Sobrevivió, pero sufrió unas cuantas fracturas y lesiones, además de la herida provocada por el lanzazo. Debieron consumirlo la rabia y la estupefacción pero, fiel a su palabra, ordenó que Roland de Armelinskvald fuera liberado y se le permitiera marchar en compañía de su salvador.

      Ninguno de los dos, ni el Toro Bramador de Vultalia ni su misterioso adversario, olvidaron jamás aquel encuentro.

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29 de Agosto, 2010    General

Interludio (I)

    I: SOBRE LOS CABALLEROS DEL VIENTO NEGRO

      A mediados de la década de 950-960, un fenómeno en expansión domina la historia del Reino de Nerdelkrag: el auge, en la región central de su vasto territorio, de diversos credos heréticos. la Iglesia llevaba para entonces mucho tiempo observando, impotente, cómo su autoridad se resentía en esa zona, no obstante el accionar de su brazo armado, los Caballeros de la orden de las Milicias de San leonardo: algo así como monjes guerreros con poder de policía religiosa, aunque extremadamente polémicos por intervenir en otros asuntos que quedaban fuera de su competencia. Entre los no eclesiásticos, el trato impartido a los herejes era muy dispar. Buena parte de los barones los combatía aunque más no fuera porque de ello dependían en gran medida sus facvores y fueros, pero siempre había alguno más imparcial, justo y tolerante, que sufría duras pruebas y tribulaciones por tales virtudes. Entre los vasallos de los grandes barones, a quienes debían fielidad teórica, pero contra quienes fraguaban alzamientos y traiciones por causas razonables o baladíes, la postura respecto a los herejes dependía a menudo de la lealtad que los uniera a su señor o de la rivalidad que los dividiera a ellos mismos entre sí. Se estima de todos modos que, en su pico más alto, la adhesión de los vasallos a la causa hereje fue muy elevada, y hay quienes piensan que pudo llegar a un cincuenta por ciento, porcentaje que, de todos modos, habría tenido altas y bajas. Por mezquinos que fueran sus móviles al alistarse en uno u otro bando, es preciso reconocer que, por el camino, varios de estos nobles de provincia -sin importar de qué lado estuvieran- hallaron acicates más espirituales y dignos. Pero a despecho de estas honrosas excepciones, el problema hereje se había vuelto un pretexto más para justificar las querellas feudales.

      La cosa se complicaba porque los herejes tenían sus propios paladines, unos Caballeros de lúgubre armadura negra envueltos en múltiples misterios. Para empezar, operaban en forma ilegal. Desde hacía tiempo, estos Caballeros eran conocidos como la Orden del Viento Negro. Hallándose en acción, mantenían siempre bajas las viseras de sus yelmos, por lo que no se sabía quiénes eran. Surgieron en forma progresiva y por eso, al principio, se pensó que eran uno o dos individuos, hasta qie no quedó más remedio que admitir que toda una hueste armada desafiaba la autoridad del Rey, operando sin su reconocimiento, aprobación o permiso. Esto los hacía aún más enigmáticos, puesto que alimentar y equipar a tantos guerreros requería de mucho dinero. Varios nobles, los Banqueros Haraldssen y los judíos fueron minuciosamente investigados y absueltos: no se obtuvieron pruebas concluyentes de que estuvieran apoyando en secreto a la clandestina Orden. Mientras tanto, ésta ganaba más y más popularidad entre las masas. Fascinaba la imagen de tétricos ángeles de la guarda y el misterioso anonimato de sus Caballeros. Además, no sólo protegían a los herejes, sino a cualquiera que se hallara en estado de debilidad o indefensión. Se los asociaba a la causa hereje más que nada debido al asunto del Monte Desolación: un volcán de Nemorea que estalló en violenta y súbita erupción luego de un sueño de siglos. De tal desgracia se culpó a brujas, herejes y otros excluidos sociales, ya fuera por provocarla directamente mediante artes negras o por desatar la ira de Dios con su comportamiento impío y escandaloso. Fue, hasta donde se sabe, la primera vez que los Caballeros del Viento Negro ampararon a los herejes tras sus escudos y espadas.

      Las crónicas más duras y adversas describen a los Caballeros del Viento Negro como cobardes que utilizaban métodos de lucha innobles y solapados, tales como la emboscada, y como forajidos que vivían del bandolerismo. Esta última acusación era otro intento por explicar cómo la Orden se sustentaba económicamente, pero a menudo aparece teñida de malicia e interés.

      Porque lo cierto es que la más antigua Orden de Caballería del Reino, los Custodios de la Doble Rosa, no podía menos que inquietarse ante los advenedizos, como llamaban a los Caballeros del Viento Negro. Los enemigos de hoy, en política, pueden ser loa amigos de mañana; y se temía que el Rey, tal vez presionado por el pueblo, terminara amnistiando a aquellos proscritos más próximos al heroísmo que a la villanía. El temor era tanto más lógico cuanto que los Custodios de la Doble Rosa ya no volverían a ser lo que, alguna vez, habían sido. Su Orden había nacido con el mismo Reino, en 744, para defenderlo de los enemigos que entonces acosaban sus fronteras: los Bersiker en el Norte y los súndaros en el Este. Ostentaban un glorioso pasado en tal sentido; pero ahora, en su mayoría se hallaban corrompidos, anquilosados por el dilema de defender  la Justicia, la Ley o al Rey (a menudo las tres cosas divergían), o simplemente dormidos en los laureles obtenidos por sus legendarios ancestros. Algunos debieron avergonzarse, sin duda, de que su propia inacción llevara al pueblo a confiar en otros paladines que no fueran ellos; pero siempre es más fácil achacar a otros los defectos de uno, sobre todo si se está acuciado por el interés. Y así, en su mayor parte los Caballeros Custodios de la Doble Rosa, temerosos de perder sus títulos, posesiones y el favor real, prefirieron creer y hacer creer a los demás que la Orden del Viento Negro era una amenaza que urgía extirpar.

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publicado por ekeledudu a las 17:17 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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