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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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22 de Agosto, 2014    General

CCXXII

CCXXII

      El silencio mortuorio en el que quedaron todos obligó a Balduino a explicar un poco la situación. Contó la historia del robo del Höjvar por parte de Svend, de la tripulación engañada, de la corte marcial y casi segura condena a muerte que aguardarían al joven guerrero si volvía sin Ursula a Urelm, la capital de Kaldern, pero era dudoso que a los hombres de Vindsborg les importara algo de eso. A una parte del propio Balduino tampoco le importaba. Sí, cierto, Svend parecía un tipo magnífico. Era comprensible que Ursula o cualquier otra mujer se enamorara de él. Pero Balduino no era mujer, y no habiendo podido incorporar a Svend a la manada que él lideraba, no podía verlo sino como a un macho intruso. Pero esa naturaleza intrusiva se conciliaba mal con el hecho de que de veras le caía bien.

       Sus explicaciones, por otra parte, no mejoraron el humor general. Del vínculo afectivo que unía a Ursula y Svend, Balduino no dijo una palabra, pero todos lo adivinaron, quizás porque, con la excepción de Thorvald, los hombres de Vindsborg siempre le habían parecido pequeños hasta la hilaridad a Ursula. Conforme a sus parámetros, Sven sí calificaba como verdadero hombre, y esto los ofendía. Ursula podía parecer muy masculina, pero cualquier parte de hembra que tuviera, la querían para ellos. Todo esto, naturalmente, más allá de que ella hubiera sido siempre un compañero más, y de que los compañeros deben permanecer unidos en cualquier circunstancia, lo que hacía incomprensible la inminente defección.

         Para algunos era más fácil que para otros. Entre los primeros estaban Thorvald, Karl, Ulvgang, Snarki y Adler, mientras que en el extremo opuesto se situaban Honney, Andrusier, Hundi y los Björnson. Quizás Hendryk lamentara un poco la partida de Ursula, pero su grupo eran fundamentalmente los Kveisunger, y daba la impresión de que lo que hiciera cualquier otro ya no le concernía. En cuanto a Kehlensneiter, era muy obvio que le daba igual.

        De todos modos, era inevitable para la mayoría de ellos sentirse cuando menos un poco apenados.

         Balduino y Anders permanecían juntos, en silencio, hasta que preguntó el primero:

       -Anders, ¿te llevabas mal con tu familia? Nunca me hablaste de ella.

          Anders bajó la cabeza, en un gesto que hizo sentir triste a Balduino, y que lamentara haber preguntado.

        -Crecí con una hermosa familia-contestó-. Eramos muy unidos. Mi madre, mi hermana y mi hermano más pequeño lloraban a mares cuando me fui. Mi padre y mi hermano mayor me cubrieron de insultos, pero creo que más por la impotencia de no poder retenerme, que por otra cosa. Los extraño mucho, y si no hablo de ellos es porque me duele tenerlos lejos y también me preocupo por ellos. Quería volver a casa ya convertido en Caballero, para llenarlos de orgullo; pero me asusta pensar que para entonces tendré al menos veinte años, y durante ocho me habré ausentado de casa. ¿Con qué me encontraré al volver? Vi morir a dos de mis hermanos. Quizás alguien más haya muerto en mi ausencia... Y me pregunto si, llegado el momento, hallaría coraje para volver y enfrentarme a esa posibilidad.

        Era una respuesta tan distinta de la que Balduino había imaginado por el gesto de pesadumbre de Anders, que no pudo evitar seguir indagando aun a riesgo de seguir metiendo el dedo en la llaga:

          -Pero si te llevabas bien con tu familia, ¿por qué te fuiste de tu casa?

        -Porque era muy niño y muy estúpido, y creía poder cambiar el mundo. Y quería hacerlo. En realidad, sospecho que sólo pretendía cambiar mi mundo privado: demostrar que un villano como yo, muy a pesar del desdén de los nobles, podía lograr grandes cosas.

          -Pero fracasaste al menos en superar los fracasos de la nobleza, ¿eh?-bromeó Balduino.

         -Es curioso que lo digas, porque estaba recordando el impacto que me produjo verte llorar cuando Thorvald te forzó a reconocer tu fracaso familiar-contestó Anders, pensativo-. Seré sincero: cuando en aquel momento yo mismo me contagié de tu llanto, creo que lloré por mí tanto como por ti. Se me ocurrió que tal vez tú fueras la única familia que me quedara, y yo no lo supiera. Tu ventaja sobre mí siempre será que no tendrás forma de sentirte dividido, porque no dejaste nada atrás.

       -Hmmm... Pero tu propia ventaja sobre mí será siempre que tienes adónde volver.

          -No sé si es una verdadera ventaja. Fue precisamente la imposibilidad de volver atrás lo que te motivó a superarte, a tratar de convertirte en el mejor de los Caballeros. Por otra parte, ya no sé dónde es atrás y dónde adelante. Pues si me vuelvo hacia el hogar paterno, serán mi esposa y mi hijo quienes queden a mis espaldas.

         -Bueno, puede, en todo caso, que pronto no seas el único en sentirte así. La Caballería es mi vida, la llevo en la sangre; no podría ser otra cosa que un Caballero. Pero ahí está Gudrun, y no es difícil darse cuenta de que un día tendré que renunciar a algo que amo. No será una elección fácil si tenemos en cuenta que ella se enamoró de mí precisamente por ser yo Caballero.

          -Bah... Eso sin duda fue lo que la atrajo de ti, pero ahora te seguiría amando de cualquier manera.

         Balduino sonrió.

          -Qué mal la conoces...-observó.

         -¿Dudas de ella?-preguntó Anders.

          -No tanto de ella, como de mí mismo. La Caballería te obliga a ser un dechado de virtudes. A Gudrun le importaría un bledo que no fuese Caballero en tanto conservara las virtudes; si las perdiera, mejor ni te digo adónde me mandaría.

            -Qué poca fe te tienes... ¡Vamos, Balduino! ¿Cuántas veces me dijiste que Caballero se nace, no se hace? Y acabas de reconocer que llevas la Caballería en la sangre.

         -Sí, pero puede que ése haya sido también el caso de Adam... y míralo ahora. En fin, por ahora sigo siendo Caballero y conservo al mismo tiempo a Gudrun; no lamentemos lo que aún no ha pasado, ni lo que ya pasó y no puede cambiarse. Una vez que a ti mismo te hayan armado Caballero, si no puedes volver personalmente a la casa de tus padres, al menos buscaremos alguna forma de hacerles saber cuán alto llegaste.

         -¿Y qué voy a hacer, enviarles un mensajero, como si yo fuera un encumbrado señor feudal, y ellos un par de súbditos a los que me sujetaran ciertos pesados deberes, pero con los que ni en sueños trataría en persona?... Gracias, pero olvídalo. Voy yo mismo, o no pienso más en el asunto.

          -Sí, quizás tengas razón.

          -Y a todo esto, ¿por qué la pregunta? Nunca antes te habías interesado por mi familia.

           -Sí, pero sólo porque, si la experiencia te enseña un detestable concepto de familia, das por sentado automáticamente que que todas se ajustan al mismo feo molde, aun cuando descubras que también las hay maravillosas, como la de Thomen. Pensé ahora en el asunto porque Ursula siempre habló poco y mal de su padre; a su madre nunca la mencionó, así que debe haber muerto. Y para buscar a Ursula, Svend tuvo que robar una nave del Rey de Kaldern; cuando lo lógico hubiera sido que éste alentara cualquier expedición lanzada a la búsqueda de una hija muy querida y desaparecida.

        -¿Crees, entonces, que se quedará con nosotros?

         -No lo sé; pero si se va, seguro no será por afectos familiares.

           -Ahora dudas, cuando hace apenas un rato decías, muy seguro, que Ursula se iría.

          -Es verdad, se va. Lo que pasa es que aún no me hago a la idea.

        -Balduino, ¿no crees que sería mejor que se lo prohibieras?

         -¡Prohibírselo!... ¡Ni que habláramos de una niña!... Ursula es una princesa, por si no te has dado cuenta, y retenerla contra su voluntad sería secuestro. Y con nuestros talentos para el crimen, hasta Adler tendría bastante que enseñarnos.

        -Precisamente eso es lo que quiero decir: este Svend sin duda debe tratar de secuestrarla, ¡que no quiera engañarme a mí haciéndome creer que gusta nada menos que de Ursula!

           -¿Y por qué no, después de todo? Tal vez nuestra enorme osa doméstica le parezca delicada como pétalos de rosa. Si no me crees, míralo más de cerca, y dime si no tiene un tamaño como para que hasta un Behemoth luzca pequeño y dulce a su lado. Además, si Svend quisiera secuestrar a Ursula, ¿cuáles serían sus propósitos? ¿A quién pediría el rescate? A nosotros, en todo caso; que por lo que sabemos, el Rey de Kaldern no pagaría un centavo, como no fuera para que se le llevaran lejos.

         -Tal vez el muy bribón quiera matar al Rey, apoderarse del trono y legitimarse casándose con Ursula.

           -El Rey de Kaldern seguramente tiene otras hijas. Si la cosa fuera legitimarse, podría casarse con cualquiera de ellas; en cambio, ha venido aquí a buscar a Ursula, sin seguridades de hallarla viva, y robando para ello una nave ceremonial del Rey. Si de veras Svend tramara algo contra éste, y no le lo parece, estaría haciendo las cosas muy mal. Por otra parte, ya quisiera verlo obligando a Ursula a hacer cualquier cosa contra su voluntad. Ahora bien: si Ursula, contra todas mis sospechas, tramara algo contra su Rey y Ursula lo apoyara, ya no sería asuntro nuestro. Supongo que sería traición, pero Su Majestad debería ser más afectuoso con su hija si no gusta de verla cómplice en una conspiración contra él, ¿no te parece?

          Anders respondió con gruñidos a los que Balduino no prestó atención, porque Ursula y Svend, por lo visto, habían terminado de hablar y llegado a una decisión, y avanzaban hacia Vindsborg. El pelirrojo se sentía aliviado tras conversar con su escudero, pero el semblante de éste era toda una proclama de mal humor. Balduino sonrió, le palmeó la espalda en un intento por animarlo y luego fue al encuentro de Ursula y Svend.

        No había sido un amanecer muy prometedor el de aquel día, y ahora el cielo había terminado de ponerse gris, y  el clima, ventoso. Balduino nunca olvidaría ese detalle, porque en la mayor  parte del mundo, un día nublado y ventoso sabe a tristeza, pero no en Freyrstrande, que era un lugar muy temperamental y salvaje. Era como si se hubiera puesto sus mejores atavíos en ocasión de un ceremonial: una despedida, en este caso. Y por otra parte, para despedir a una persona cualquiera, ñoña y blandengue, tal vez hubiera sido más adecuada una tibia mañana de primavera; pero, por supuesto, Ursula no era una persona cualquiera. Ursula era Ursula: una temible cazadora capaz de poner en fuga a la más sanguinaria de las fieras; Ursula, que había matado, cocido y devorado a un nada sabroso glotón, en venganza por robar carne puesta a secar al sol. Así era ella por lo general, y sin embargo, Balduino la había visto llorar desconsoladamente tras dar muerte a una loba sin advertir que estaba preñada. Y en este momento el pelirrojo se acordaba de aquel momento en particular, porque ahora Ursula se veía un tanto vulnerable.

         Se detuvieron a cierta distancia, Balduino de un lado, del otro Ursula con Svend unos pasos por detrás. Balduino estaba muy tranquilo, por cierto. Su diálogo con Anders le había hecho reflexionar sobre muchas cosas. No sabía si la de abandonar a su familia había sido una sabia decisión por parte de su joven escudero, pero tampoco estaba seguro de que lo hubiese sido quedarse. Pero de lo que sí estaba seguro era que Anders había hecho una elección a su propia cuenta y riesgo, y la familia, con sus llantos e insultos, posiblemente le hubiera complicado mucho la existencia. Tal vez parte de su actual renuencia a volver al hogar paterno, aunque no lo dijeste, se debiera al recuerdo de tan ingrata despedida. Y su único crimen había sido elegir de un modo tal vez egoísta, pero no más egoísta que el veredicto familiar que le exigía quedarse. Lo habían hecho sentirse, quizás, como un Judas; y tal como Judas se había desesperado ante las consecuencias de su traición a Jesús, tal vez desesperaría Anders si volvía a casa de sus padres y hallaba que uno de éstos, o algún hermano, había muerto: Mamá murió cuando yo no estaba en casa, y la última vez que la vi, su rostro estaba devastado en lágrimas por mi culpa.

       Por alguna razón pensó también en Thomen, que había perdido a tres hijos muy pequeños. Desde luego, en lo que a ellos hacía, el destino de Thomen como padre había sido mucho más trágico que el del padre de Anders. Ninguno de esos tres hijos había llegado a abandonar el hogar paterno para hacer su propia vida porque, directamente, no habían tenido vida. Thomen no había podido hacer de su voluntad una posesiva garra con la que retener a sus hijos amados; se los había arrebatado la Muerte. A veces se acordaba con cierta inevitable tristeza, por supuesto; pero la mayor parte del tiempo era un tipo alegre, que animaba fiestas con ese insólito y chillón instrumento suyo, la gaita. La adversidad le había moldeado el espíritu de una manera que hacía sentir muy humilde a Balduino. Luego de tres hijos muertos, sólo rogaba a Dios que los que le quedaban  pudiesen crecer y ser felices. Balduino estaba seguro de que, con tal de que este deseo suyo se cumpliera, Thomen no extendería garra alguna para retener a Ljod o a Thommy contra la voluntad de ellos.

          En lo profundo de su corazón, la garra de Balduino estaba justo encima de Ursula. Su primer impulso había sido cerrarla sobre ella; pero ahora sabía que no era así como se debía amar, y estaba consiguiendo controlarse, pero ¡cómo costaba!... Entonces miró a Svend. Desgraciado-pensó-, eres más alto que yo, más fuerte que yo, más apuesto que yo, te llevas a una compañera muy querida... Y así y todo, me caes bien. Quisiera no ser tan entusiastamente asno. Entonces Svend le devolvió la mirada, intrigado, adivinando que se lo sondeba. Y fue para Balduino como si en ese momento lo viera por primera vez, y estalló en una sonrisa de hermano celoso que de pronto se da cuenta de cuán afortunado es de tener por futuro cuñado al hombre que está ante sus ojos. En ese momento retiró su garra de encima de Ursula pero, extrañamente, fue él quien se sintió libre al hacerlo.

         Ursula, por su parte, se sentía incómoda. Algo tenía que decir, pero le costaba horrores empezar. Balduino decidió ahorrarle el esfuerzo:

        -Svend se ha jugado por ti y ahora es tu turno de corresponderle-dijo-. Defiéndelo con el coraje de una leona, y ruge también un poco en mi nombre, que él lo merece. Has sido una gran compañera, Ursula. Tenerte aquí fue todo un honor; un privilegio único, en serio.

         Ursula sonrió, feliz y emocionada, y acercándose a Balduino, se inclinó un poco para abrazarlo.

        -Te  agradezco tu comprensión, señor Cabellos de Fuego-respondió-. Creeme, el honor y el privilegio fueron míos.

        Balduino resistió heroicamente la presión de los brazotes musculosos de Ursula, sin soltar el menor quejido aunque su desventurada espalda crujió como si estuviera partiéndose en dos. Al separar el abrazo, ella sonreía como admirada de que alguien a su juicio tan chiquito poseyera tanta resistencia. Balduino sonrió, pero ya más nerviosamente, pues por encima del hombro de Ursula veía acercarse a Svend. Si ambos colosos se habían puesto de acuerdo para acabar con él, estaban haciendo un excelente trabajo.

        -Debes ser un gran tipo. Lamento no haber podido conocerte mejor-dijo Svend, mientras Ursula iba a despedirse de los otros.

        -Nunca se sabe-contestó Balduino, mientras permitía que el gigantón le triturara de nuevo la diestra y concluyera el trabajo de demolición de espalda iniciado por Ursula-. El destino es extraño. Quizás nos conceda otra oportunidad.

        No habría tal oportunidad, pero el destino es ciertamente extraño y, en el caso de Ursula, sería además cruel. Ninguna crónica cuenta qué fue de Svend y, de no haber sido por su brevísimo paso por Freyrstrande, ni siquiera se tendría constancia de su existencia. Años más tarde, un increíble y absurdo error burocrático comprometió a Ursula con el grotesco Gregorio IV, rey de Nerdelkrag. Los prometidos se odiaron ni bien se vieron, y allí mismo se cubrieron de insultos mutuamente. No obstante, razones diplomáticas exigieron que la boda se celebrara de todos modos, siendo aquel el primero de los tres matrimonios del citado rey. Luego de la noche de bodas, se sintieron tan asqueados uno del otro, que no volvieron a tocarse; pero quiso la Desgracia que esa misma noche Ursula quedase embarazada. Nueve meses más tarde nació Christian, único hijo de la pareja y futuro Christian I de Nerdelkrag. Ursula sintió por el hijo la misma repugnancia que le inspiraba el padre. Esto hizo que la posteridad le creara una siniestra fama de mala madre, pero cabe aclarar que, como padre, su real marido resultó mucho peor. El matrimonio entre Ursula y Gregorio, a la postre, sería una piedra que, arrojada cuesta abajo, provocaría una descomunal avalancha: una desastrosa guerra civil que duraría más de cien años.

         En cuanto a Ursula, una mañana, poco tiempo después del nacimiento de Christian, salió a cabalgar, y jamás regresó; y con esto también su rastro desaparece de la Historia. Piensan algunos que Gregorio la hizo asesinar, pero nueva evidencia sugiere que huyó sospechando precisamente que su vida peligraba en palacio y que, de hecho, volvió a Vindsborg, lo que nos permite soñar con que sus últimos años hayan sido más felices o, al menos, más tranquilos. No obstante, aquí entramos en el terreno de la especulación.

         De todos estos acontecimientos ulteriores, al menos la noticia de la insólita boda llegaría a conocimiento de Balduino, quien quedó absolutamente confuso e intuyó el desastre, sobre todo en razón de la opinión deplorable que le merecía Gregorio IV. Pero hay ignorancias piadosas, y Balduino se alegraría de no haber sabido todo aquello cuando Svend llegó en busca de Ursula. Los había despedido deseándoles, de todo corazón, que ambos fueran felices. Ursula se había marchado de Vindsborg creyendo que lo serían, y no habría aceptado que se la retuviese por la fuerza; así que nada se hubiera podido hacer por cambiar el destino. Al menos la despedida había sido feliz, más allá de que no pudiera decirse lo mismo del resto... ¡Vaya si hay ignorancias piadosas!...
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publicado por ekeledudu a las 11:52 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
08 de Noviembre, 2013    General

CCXXI

CCXXI


      A medida que el drakkar se aproximaba más -lentamente, porque dependía de los remeros para avanzar, ya que ahora el viento no le era favorable y se habían visto obligados a arriar el velamen- se veían mejor los detalles de diseño y la tripulación que lo gobernaba. El dragón esculpido en la popa parecía sonreír de manera grotesca. Ríete cuanto quieras-pensó Balduino, abochornado aún por el susto mayúsculo experimentado momentos atrás-. Después de todo, serás el único dragón al que le queden ganas de reír tras acercarse a Freyrstrande. Pero era más un deseo que un pensamiento verdaderamente jactancioso.

       La mayoría de las catapultas apuntaban más o menos hacia  el drakkar, pero más que nada por accidente, ya que conservaban la disposición en que se las había dejado al anunciarse por error la proximidad de un Jarlwurm. Por supuesto, ni hablar de emplearlas contra el barco, aun cuando sus tripulantes resultaran ser hostiles. Era cierto que, a primera vista, los visitantes parecían alcanzar tallas descomunales; pero aun así, para guerreros entrenados para luchar contra Wurms,  ningún enemigo humano se medía por su tamaño, así que, si debía combatirse contra ellos, se buscaría el cuerpo a cuerpo.

         -Es el Höjvar-confirmó Ursula, a la izquierda de Balduino.

          -Diablos, Balduino, ¡mira el tamaño del tipo que está de pie en la proa!...-se quejó Anders, envidioso-. ¿Por qué no nos das de comer lo mismo que comen ellos?

           -Porque si supiera de qué se alimentan, estaría demasiado ocupado comiendo yo mismo exactamente eso, como si llevase varios meses de hambruna-repuso Balduino, tan envidioso como su escudero-. Es atrozmente injusto: combates contra un tipo así, te vence y todos acuden a felicitarlo. Cómo no iba a ganar, si es el invencible campeón... Pero en cambio si tú lo vences, a nadie se le ocurre que puedas ser mejor guerrero que cualquiera de esos grandullones. No: resulta que has tenido suerte, y mejor ni se te ocurra  meterte otra vez en líos con gigantes así, porque la próxima no vivirás para contarlo... Ahora bien, si vuelves a batirte una, dos, diez, cien, mil veces contra enemigos siempre muy superiores en tamaño... ¿Se da cuenta por fin la gente de lo bueno que eres peleando?: ¡qué va!... Para ellos, eres el tipo más suertudo del mundo.

        -Bueno... También tú dices de mí que soy suertudo-le recordó Anders.

          -Sí, ¡vaya si lo eres!... Pero cuando venciste a Thorkill fue por méritos, como que te entrené yo mismo. Que pretendan después que sea muy devoto y lea la Biblia: probablemente David estuvo años practicando hasta el desmayo para adquirir buena puntería con la honda, y todo para que el estúpido autor del libro, creo recordar que supuestamente fue el profeta Samuel, afirme que venció porque combatía en nombre de Dios, pues de otra forma no habría podido derribar a Goliath.

          No hallando más palabras para expresar su indignación, Balduino detuvo la máquina de rezongar y se cruzó de brazos, como parodiando al individuo parado en la proa en inmovilidad estatuaria, quien se mantenía en la misma posición, como en pose para un monumento. Por supuesto, Balduino y Anders estaban lejos de ser unos raquíticos, rebosaban fuerza y salud, pero al lado de aquellos inesperados visitantes, incluso Ursula y Thorvald lucían pequeños; de modo que ellos dos directamente se sentían tristes e insignificantes pigmeos.

        -¿Conoces al tipo que está parado en la proa?-preguntó Balduino a Ursula.

          -Sí, ése es Svend-contestó Ursula.

         El viento  arremolinaba la larga melena del tal Svend, asemejándolo al más fiero león que se hubiera visto jamás.

         -Hmmm...-murmuró Balduino, pensativo; y añadió, inclinándose sobre Anders de modo que sólo él lo oyera:-. Sabes, las distancias son engañosas... Ya verás, cuando los tengamos frente a frente, que esos sujetos no son en realidad tan grandes como parecen. Y además, un tamaño así es más una desventaja que otra cosa: en cuanto echen a andar, ya verás que darán pena de tan torpes y grotescos.

         Ahora que se tenía la certeza de que se trataba de un drakkar y no de un Jarlwurm, toda la dotación de Vindsborg le había salido al encuentro más allá de las dos empalizadas, por si los visitantes fueran unos brutos dispuestos a arrasar con cuanto hallasen en su camino y las echasen por tierra, las incendiaran o cosa por el estilo. Además, así podían ver la nave en primera fila. No obstante, Balduino pronto lamentó hallarse en tan privilegiada ubicación: el Höjvar ya tocaba tierra, y Svend Svendson ganaba la playa de un salto. Un salto soberbio y elástico, que lo asemejó más a un dios que a un simple mortal, y que fue exactamente imitado por varios de los tripulantes.

          -Torpes y grotescos...-ironizó Anders-. ¿Tanta hambre tenías, Balduino, para tragarte tus propias palabras?

          -Los odio. Todavía no los conozco, y ya los odio-gruñó Balduino.

          Sin embargo, un Caballero es un Caballero, y aunque comprometido a combatir el mal, su corazón debe desconocer el odio. El de Balduino parecía muy ansioso de  subsanar tal desconocimiento, pero se procuraría, en aras del buen nombre de la Caballería, mantenerlo en la ignorancia. A tal fin, el pelirrojo ensayó una cortés sonrisa, que en ensayo quedó, ya que parecía requerir más entrenamiento que el noble arte de la esgrima; y las comisuras de sus labios parecían tan pesadas, que más fácil habría sido levantar una montaña. Por lo tanto, renunció a todo propósito de amable sonrisa, aunque no a su loable intención de no ladrar ni morder, y salió al encuentro de Svend y los suyos, seguido por Ursula. Todavía no había pronunciado una sola palabra, cuando el que ladró fue Svend:

         -¡¿Esta es la hospitalidad que se estila en Nerdelkrag, que se recibe a los extranjeros con amenazantes catapultas apuntando hacia ellos?!...

          Puesto a tragarse sus propias palabras, por lo visto era día de festín para Balduino, quien comprobaba enojado que la distancia no había sido engañosa, que todos aquellos energúmenos eran altos como torres y llenos de abultados músculos recios como el acero. Y encima, Svend era extraordinariamente apuesto a su manera, y tenía una hermosa voz, aun cuando sus primeras frases de aquel encuentro no lo fueran tanto. Todo aquello era para él un insulto personal, una ignominiosa afrenta; y si Svend quería buscar cuerda, ni soñaba en qué cantidad la encontraría.

           -Las catapultas apuntan en efecto hacia tu drakkar, pero por casualidad, y nadie está detrás para dispararlas-replicó Balduino con voz helada-; y de todos modos, te recuerdo que es una nave de guerra ésa en la que vienes, aunque pasada de moda y reservada ahora para uso protocolar.

         -Tienes razón. Disculpa-admitió Svend, inclinando la cerviz en gesto humilde y sumiso.

        No es tan odioso el gigantón, después de todo-pensó Balduino. La nueva y más benévola impresión se acentuó cuando Svend, insinuando una sonrisa, extendió amistosamente su diestra, en tácita invitación a reiniciar todo de cero. En ese momento, yendo de un extremo a otro, Balduino pasó de la absoluta antipatía a la total adoración: Svend era de veras un tipo magnífico, un hombre noble y honesto. Como además era fuerte, valiente y estaba al mando de un grupo de guerreros, calculó la ventaja de lograr que se uniera a su dotación, aunque el albergue y la manuntención de tal hueste comenzara planteándole serios problemas. Por lo tanto, cuando se dispuso a estrechar la diestra de Svend, una amplia y espontánea sonrisa iluminaba su rostro pecoso y más bien feo, y el gigantón le correspondió. Pero entonces tuvo lugar el amistoso apretón. Balduino era fuerte, pero un mortal común de todos modos, y estaba hecho de carne. Aquel energúmeno de dimensiones disparatadas por lo visto comía rocas y estaba hecho de roca, y por lo tanto, hiciera lo que hiciera representaba un peligro para cualquiera que no compartiese tal menú y constitución física. Esto se tradujo en que, independientemente de las dimensiones amistosas de Svend, su poderosa manaza trituró literalmente la diestra de Balduino, que por comparación era una pobre e indefensa manecita, como para obligar al pelirrojo a suplicar clemencia. La sonrisa se desvaneció en el semblante de la víctima, reemplazada por una grotesca parodia absolutamente insincera. ¿Qué rayos tenían contra él ? Entre Wjoland que le aporreaba las narices cada vez que intentaba besarle la mano y todos los grandullones que le machacaban la diestra con cada apretón supuestamente amistoso, sólo cabía intuir la existencia de un complot deliberado en su contra para lograr que depusiera toda cortesía.

         En vista de cómo crujieron los dedos de Balduino y la súbita metamorfosis facial de éste, tuvo Svend que admitir que no había medido bien su propia fuerza. No dijo nada, pero su expresión traslució un dejo de disculpa. Por desgracia, se sintió obligado a acompañar tal expresión con una nueva demostración a amistad, con lo que dio al pelirrojo una simple palmadita en la espalda, pero una más digna de Sansón o de Hércules que de Svend Svendson. Daba la impresión de que tal manotazo hubiera abatido una torre. Y Balduino muy lejos estaba de ser una torre, así que vio en un instante todas las estrellas habidas y por haber.

        Svend volvió a quedar confuso ante su nulo control de su propia fuerza, y su mirada trasuntaba ahora la misma preocupación de un niño que de un manotazo ha aplastado a un pobre e inofensivo insecto, y lamenta su acción. El insecto de marras, por lo tanto, volvió a sonreír para aparentar que todo estaba bien, y que no era para tanto, y se sintió casi heroico al hacerlo... Lástima que el pretendido heroísmo parecía más bien una súplica de misericordia: se rendía, Svend lo tenía a su merced, haría cuanto él quisiera, pero que ya no siguiera maltratándolo. Casi lo hubiera ofendido adrede para tenerlo de enemigo y no de amigo o cuasi amigo, así la sacaría más barata, gozando al menos de la opción de defenderse; pero ya era muy tarde para eso, pues su mano hecha añicos de momento ni en condiciones de sostener una espada se hallaba.

         -¿Eres Balduino de Rabenland, supongo?-preguntó Svend.

         -Lo soy, en efecto.

         -Sven Svendson, a tu servicio. Recibí tu mensaje el año pasado. Te agradezco que cuidaras a la Princesa y el mensaje que me enviaste informándome sobre ella y sobre los Wurms; sin embargo, esperaba recibir más noticias sobre su mejoría-y tras estas palabras, Svend se volvió hacia Ursula, y la saludó con una inclinación de cabeza-. Princesa...

           -Svend, lamento mucho que no se me haya ocurrido eso, pues entonces habría añadido unas pocas líneas aclarándote ciertas cosas-se disculpó Balduino-. No puedo manejar el servicio de postas a mi antojo, no tengo autoridad para enviar emisarios a tierra extranjera y necesito aquí a todo hombre que esté bajo mi mando. Todo lo cual implicaba que sólo podía enviar, de forma excepcional, a un único mensajero del servicio de post...

          -Olvídalo, amigo-cortó Svend con voz suave.

         Reforzó sus palabras posando una mano sobre el hombro de Balduino, y éste agradeció para sus adentros que, por una vez, lo hiciera con delicadeza y dulzura, y no con la brutalidad de Atila y sus hunos.

         -Princesa, todo está dispuesto para el regreso-anunció Svend, con solemnidad.

        -Muy bien-aprobó Ursula-. Regresad entonces... Yo aquí me quedo.

         -Alteza, si me permitís el atrevimiento...

         -Pero no te lo permito.

           -...os hago notar que sois necesaria en Urelm. Por eso vine a buscaros.

          -Puedes hacer de cuenta que no me encontraste.

          Svend estaba irritado, y al volver a hablar, se le notó, por mucho que intentara disimularlo. Evaluándolo, Balduino se admiró de que no hubiera estallado antes. Svend parecía un guerrero nato. En general, esa clase de gente es toda amabilidad, hasta que alguien les complica la vida con absurdos. Y además, Balduino tenía una ligera sospecha, y estaba esperando que la misma se confirmara.

           -Pensadlo bien, señora-prosiguió Svend-. Kaldern es vuestro hogar, después de todo, y....

          -Disculpa, pero tú no vas a decirme a mí dónde está mi hogar-replicó Ursula-. Eso lo decido yo.

          Finalmente Svend perdió los estribos.

          -¡Mierda, Ursula!-bramó-. No has cambiado, ¡demonios!... ¡Sigues siendo la misma testaruda de siempre!

           -¡Imbécil, más testarudo serás tú!...

        Fue lo último que se entendió antes de que ambos se intercambiaran insultos, gritando casi al unísono, cada uno sin escuchar al otro y sin  que se pudiera distinguir una frase coherente. Esto venía a confirmar la sospecha de Balduino: toda la formalidad protocolar de Svend era puro artificio, no estaba acostumbrado a dirigirse a Ursula de ese modo. Probablemente ambos entrenaban y cazaban juntos, y el trato que solía unirlos era más bien de índole cuartelaria. De lo contrario, ante la tozudez de Ursula, Svend sencillamente se habría disculpado, añadiendo que tenía órdenes que cumplir, y la habría embarcado a la fuerza. Pero no la sentía su princesa, sino su camarada de armas, y no entendía que no entrara en razones y le trayera tantas dificultades.

           Balduino se cruzó de brazos. Hubiera sido descortés reírse, pero las reyertas entre compañeros tenían a veces tantas similitudes con las querellas matrimoniales, que costaba permanecer serio viéndolas.

         -¡TÚ AQUÍ, TAN CAMPANTE, MIENTRAS YO ME PREOCUPABA POR TI!-rugía Svend-. ¡NI EN ESO FUISTE CAPAZ DE PENSAR!

          -¿Por mí?-preguntó Ursula, azorada-. ¿Tú te preocupabas por mí?

          -¡Claro!... ¿O qué creías? ¿Que no me consumiría de impaciencia y angustia día tras día, aguardando noticias suyas? ¿Que pensaría calmadamente en que quizás estuvieras muerta y entonces nunca sabría siquiera en qué sitio yacerían tus huesos por toda la eternidad?

          Ursula se estremeció ligeramente.

         Gustaban poco a Balduino las conclusiones a las que estaba llegando, y en su corazón amagaba desatarse una tormenta de celos y despecho. Celos de amigo exclusivista que adivina que alguien pretende arrebatarle a un camarada; despecho de varón desdeñado por una mujer que en realidad no le interesa, pero a la que no concede el derecho de sentirse atraída por un hombre que no sea él... ¡Y menos Ursula, caramba! ¡Ursula, de la que nadie esperaba que se sintiese atraída por hombre alguno!... Aunque eso último no era enteramente cierto. Ursula había experimentado alguna vaga atracción por Thorvald, eso parecía indudable. ¿Qué sucedía ahora, que eso no le bastaba?... Claro: no era fácil soslayar el hecho de que ella tenía dieciocho años y Thorvald sesenta y dos o sesenta y tres, aunque el potente físico de titán del viejo hiciera que su edad cronológica pareciera un chiste. 

          ¿Pero qué rayos me pasa-se preguntó Balduino-. Las erecciones de Thorvald cuando Ursula masajeaba su espalda prueban que él también se sentía atraído por ella. Nunca me molestó; no me habría molestado que se encamaran juntos; ¿y por qué ahora sí me revienta que Ursula guste de Svend? Tal vez porque él la está embaucando. El infame la seduce para obligarla a que haga lo que él quiera.

           Pero tuvo que admitir, muy a su pesar, que aunque se adivinara o intuyera que Ursula estaba enamorada de Svend, los sentimientos de éste, fueran cuales fueren, no resultaban obvios, y sin embargo no se lo podía acusar de seducción intencional ni de hacer falsas promesas. Balduino se anticipaba con su mente a todo esto. ¿Tenía sentido ser tan emocional y poco razonable? Por envidia había detestado de inmediato a Svend, luego le había caído muy simpático y ahora de nuevo lo veía con malos ojos por pretender llevarse a Ursula, y todo ello en menos de una hora. Felicitaciones, Cara de Bosta Colada-pensó-. Haces buenos méritos para convertirte en el tipo más imbécil de todos los tiempos, y eso que competencia jamás te escaseará... No sueles ser tan idiota; de modo que a ver si abandonas el empeño que hoy estás poniendo para ser el número uno en ese terreno.

          Mientras tanto, los ánimos de Ursula y Svend parecían haberse apaciguado.

          -Raro que vinieras a buscarme habiendo pasado tanto tiempo-comentó ella.

          -Te habíamos dado por muerta, puesto que no tuvimos más noticias tuyas-respondió Svend-. Bah, bueno,  yo nunca me resigné: no podía creer que hubieras muerto de una simple pulmonía. Pero se corrían rumores extraños acerca de un tipo medio chiflado... Oh, disculpa-se excusó, mirando embarazosamente a Balduino.

          -¿Así que eso se dice de mí?-preguntó Balduino, divertido-. ¿Y por qué lo dicen, si puede saberse?

          -Por muchas cosas. Dicen que te has rodeado de criminales peligrosos que un día te asesinarán a sangre fría, que tienes más animales que un zoológico, que has criado una manada de grifos con la tonta esperanza de lograr que te obedezcan y usarlos como animales de guerra... Pero no te ofendas, te aseguro que no creo en esas estupideces...

          -Ajá. Qué bueno-replicó Balduino, lacónicamente. Nunca antes había reflexionado sobre la extraña imagen que debía ofrecer ahora a los de afuera. No vio motivos, por otra parte, para avergonzar a Svend revelándole que lo que él llamaba estupideces en realidad eran versiones algo distorsionadas de hechos reales.

            -...en Urelm nadie las creyó, y el Rey menos todavía-prosiguió Svend-. Por eso, cuando se dijo que con esa persona tan extraña, tú, había una mujer cuya descripción coincidía con la de la Princesa, se me consideró imbécil por conceder crédito al rumor-se volvió hacia Ursula-. Tu padre el Rey no quería autorizar la expedición para buscarte: lo consideraba una pérdida de tiempo.

            -Pues se ve que fuiste muy persuasivo, si aquí estás pese a todo-dijo Ursula.

         Svend meneó la cabeza.

          -No-contestó-. El Rey jamás autorizó la expedición.

          -¿Te robaste el Höjvar?-preguntó Ursula, estupefacta.

           -Peor todavía, engañé a la tripulación. Ellos vinieron hasta aquí creyendo que se trataba de una misión oficial; que el Rey autorizó esto. Como bien sabes, tu padre siempre exige que este barco esté siempre a punto para utilizarlo en cualquier momento, por eso lo elegí. Había que zarpar cuanto antes para no llamar la atención. En cuanto vuelva a Urelm, me espera una corte marcial.

          Cayó un pesado silencio, durante el cual, tal vez, la locura implícita en la acción de Svend adquirió todo su significado en las mentes de Ursula y de Balduino. Para este último, ya no cabían dudas del nombre que debía darse a esa locura: amor.

          -No tienes que volver, campeón-sugirió-. Será un honor tenerte aquí, con nosotros.

      Svend meneó la cabeza una vez más, gravemente.

         -En primer lugar, sirvo al Rey de Kaldern, aun cuando en esta sola ocasión le haya desobedecido-respondió-. No sentiría respeto por mí mismo si me escondiera de su justicia aquí, cobardemente. En segundo lugar, llegué aquí engañando a toda una tripulación, la cual sería castigada en mi lugar cuando regresara a Urelm sin mí. Aun cuando yo eligiera quedarme; aun cuando les permitieras hacer otro tanto, la mayoría de ellos querría volver. Su orgullo es servir al Rey, y de todos modos tienen sus vidas hechas en Kaldern. Incluso si estuvieran dispuestos a tanto sacrificio, y no lo están, me sentiría un canalla por exigírselo. Te agradezco, entonces; pero no.

         -Comprendo-dijo Balduino.

           -Señor Cabellos de Fuego, quisiera hablar un momento con Svend a solas-solicitó Ursula.

         -Claro-accedió Balduino.

          Retrocedió hasta donde aguardaba la dotación de Vindsbord, incluidos los Jungene Kveisunger. Todos lo miraban expectantes.

          -¿Y?...-preguntó Anders, en nombre del grupo entero.

           -Ursula se va-respondió sombríamente el pelirrojo.

            -¡¿Se va?!...-preguntaron a coro varias voces indignadas, entre las que destacaban las de Honney y Andrusier.

          -Vuelve a su país. Es su derecho y lo respetaremos. Ha sido buena compañera nuestra y quiero que se lo demostremos en el momento de la despedida. Adam: ve a relevar a Gilbert en el torreón.

          -¡A la orden!-respondió Adam, burlesco, pero célere. Era la primera vez que obedecía a Balduino realmente a gusto: Ursula y él no se tragaban, nunca se habían tolerado, así que, ¿por qué andarse con hipocresías? No se querían, no iban a extrañarse mutuamente. Mejor ahorrarse la despedida. Por otra parte, el mayor problema no hubiera sido una eventual hipocresía, sino precisamente la falta de ella. Ursula y él nunca se habían gastado en falsedades, y hasta último momento se habrían demostrado su mutuo desprecio. Que la machona se fuera sin despedirse de él...
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02 de Septiembre, 2013    General

CCXX

CCXX

       Nunca había hablado mucho Ursula del Höjvar ("Majestad"), aunque unos pocos creyeron crecordar, y ella no tardó en confirmarlo, que así se había bautizado a cierta nave de guerra que el Rey de Kaldern, su padre, usaba con fines ceremoniales. Tratábase de un drakkar, tipo de embarcación ya en desuso. Balduino recordaba que en Drakenstadt, no estando familiarizados con tales barcos, al principio, viendo desde lejos a los Jarlewurms, se los había tomado por drakkars. Ahora, a la inversa, un drakkar había sido confundido con un Jarlwurm, y si bien Hendryk y los Jungene Kveisunger quizás no hubieran visto un drakkar en toda su vida, lo cierto es que menos aún habían visto un Jarlwurm; así que era comprensible y excusable su error. Balduino, sin embargo, había visto a aquellos monstruos, aunque de lejos, y se daba cuenta de que eran bastante diferentes de los drakkars, aun cuando éstos tuvieran sus proas rematadas en cabezas de dragones esculpidas en madera. Se le había dicho que se acercaba un Jarlwurm, y él lo había creído, y un creciente temor le había impedido razonar que aquella cosa tenía un cuello muy corto para ser un Jarlwurm; amén de que la disposición de las alas difería mucho de la del velamen de esa embarcación.

      Ahora que se daba cuenta, Balduino se sintió de pronto tan miserablemente gallina, que apenas pudo creerlo, y no se animó a decir palabra acerca de su falta de excusas para su confusión, aunque rompió a reír un tanto nerviosamente. Se avergonzó de que sólo Anders se adivinara tan avergonzado como él, si bien, según se verá, al menos Hijo Mío dio posteriores muestras de haber sentido miedo. Con la sola excepción de Adam, abúlico como siempre, y de Lambert, cuya edad y estado físico lo dejaban al margen de heroísmos aunque a la vez le inspiraban cierta indiferencia ante la idea de la muerte, el resto parecía decepcionado por la oportunidad desperdiciada. Ulvgang y Thorvald ignoraban qué era el temor, excepto, en el caso del primero, si era Tarian quien corría peligro; si los otros Kveisunger o los Björnson, aguerridos todos ellos, hubieran sentido algo de miedo, no lo confesarían así nomás. En todo caso, morir en combate era preferible a morir en prisión... ¿Ursula? ¿Ella, sentir miedo? Ridículo. Suerte que anatómicamente, y salvando el detalle en su entrepierna, estaba más cerca de ser varón que mujer. Todo eso era lógico y entendible, pero humillaba a Balduino que incluso los Jungene Kveisunger se hubieran mostrado impacientes por luchar, o que el aparentemente insignificante Ljottur, cuyo adiestramiento recién se iniciaba, hubiese tomado su propio manojo de jabalinas y tomado posición donde se le había ordenado, como disponiéndose a cumplir una orden cualquiera.

           -Habríamos vencido cómodamente a un Jarlwurm, señor Cabellos de Fuego-dijo a sus espaldas una voz que reconoció mucho antes de volverse hacia quien había hablado.

           Era Snarki. Los demás no les prestaban atención. Estaban muy ocupados lamentando el combate que no había sido o discutiendo con Ursula acerca de si realmente lo que se acercaba era el dichoso Höjvar y no un Jarlwurm.

          -Seguro, Snarki-contestó Balduino, algo intrigado por la expresión del hombre, tan misteriosa como su comentario; aunque a la vez se mantenía pendiente de la lejana discusión-. ¡TROPA!-exclamó, para atraer la atención general-. Que eso que se aproxima sea un drakkar, es una cosa; que realmente sea el Höjvar, otra muy distinta. ¡A no relajarse! Esa nave bien podría ser enemiga, aunque no imagino su procedencia en ese caso. Porque, ¿qué diablos tendría que hacer en estas aguas una nave extranjera y de carácter meramente protocolar?

           -¿No es obvio?-preguntó Arn-. Es una nave de Kaldern. Ursula es hija del Rey de Kaldern. Papá viene a buscar a su hija.

          -No seas idiota-lo amonestó Adam-. Con la hija que tiene, si Papá supiera dónde encontrarla, haría lo posible por olvidar el dato. Estoy seguro de que fue él quien hizo hundir la embarcación que nos la dejó aquí, de dudoso regalo.

                -Vuelve a llamarme idiota y te rompo la cara, escuálido.

         -Idiotaidiotaidiotaidiotaidiotaidiotaidiota...

         Arn podía no ser demasiado espectacular en lo físico, pero daba la impresión de que a Adam incluso Hansi estaba en óptimas condiciones de noquearlo. Así que ante la insolencia del larguirucho, rayana en la locura, Adler se apresuró a contener por el brazo a Arn, indicando por gestos que ni valía la pena gastarse en violencias.

           -Yo creo que nuestro Fúlnir tiene razón...-opinó, para apaciguar el ánimo del susodicho.

         -Otroidiotaotroidiotaotroidiotaotroidiota...

       -...¿Cómo se explica, si no, la presencia de un drakkar, una embarcación no tan corriente, justo aquí, donde está Ursula? ¡Es mucha casualidad!-concluyó Adler, ignorando la burla de Adam, a quien Arn miraba lleno de ideas asesinas.

           -Pero tampoco Adam deja de tener algo de razón-lamentó tener que opinar Balduino-. Hace más de un año que se hundió el Valhöll; ¿y recién ahora se acuerdan en Kaldern de buscar sobrevivientes?

           -¡Pues quizás recién ahora se enteren de que Ursula sobrevivió!-intervino Anders.

          -No. Quizás tú ni te hayas enterado, porque en esa época tú y yo seguíamos como perro y gato; pero yo mismo despaché un mensaje a Kaldern por medio del servicio de postas, estando Ursula con pulmonía aún, avisando de su presencia aquí.

         -¿Y qué te respondieron?-preguntó Arn, cruzándose de brazos en anticipado triunfo.

         -No hubo respuesta.

         -Bueno, ¿y eso no te pareció raro?-preguntó Arn.

         -Si fueras el menor de once hermanos, tampoco a ti te lo parecería, creeme. Además, tenía otras cosas en qué pensar. Para cuando me di cuenta de que existían padres diferentes de los míos, casi había olvidado que Ursula pudiera tenerlos. Y ahora que me acuerdo, no era el Rey de Kaldern el destinatario del mensaje...

           -¡Claro que no!-intervino Ursula, quien se había mantenido muy silenciosa y taciturna durante el último tramo del debate-. Te pedí que lo enviaras a nombre de Svend Svendson.

         -Misterio solucionado, entonces-concluyó Arn con autosuficiencia-: el tal Svendson codiciaba el trono de Kaldern, por lo que escondió bajo llave la carta de Ursula para fingir que ésta había muerto, hasta que el pobre viejo tuvo una sospecha, dio con el cofre donde se ocultaba la carta y así supo la verdad, aunque varios meses más tarde.

           -Pues a mí me parece-terció Ulvgang- que, o eres todo lo Drumb que asegura Adam, o lo es el tal Svendson, si guarda tan primorosamente las pruebas en un cofre, retando a los demás a descubrirlas, en vez de destruirlas como sería lógico. Más factible podría ser, si ese Svendson de veras codicia la corona de Kaldern, que ya haya tomado el poder y venga aquí a eliminar a la única sobreviviente de la dinastía a la que suplantó; pero ni siendo cruza con tortuga o con caracol tardaría tanto como lo ha hecho.

          -Fin de la discusión-cortó Balduino-. Ahora sabremos la verdad; pero mientras tanto, preparémonos por si hubiera lucha. Ursula: quédate a mi lado para confirmar que realmente se trate del Höjvar.
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02 de Septiembre, 2013    General

CCXIX

CCXIX

      Octubre fue un mes tan inusualmente frío, que ya en los primeros días hubo nevadas fuera de época, como un anticipo del terrible invierno que se venía encima y como un preludio de los tiempos adversos que se le venían encima, también, al propio Balduino. El primer día que los Jungene Kveisunger se hicieron a la mar para proseguir su labor en los canales, no tardaron en volver inmediatamente a tierra en sus barquichuelos, y el pelirrojo creyó, al principio, que debía ser peligroso navegar en un mar tan embravecido como lo estaba aquel día. Pero apenas Hendryk puso pie en tierra entre los excitados y algo asustados Jungene Kveisunger, aclaró que era muy otro el motivo de tanto revuelo: no había seguridades, pero al parecer un solitario Jarlwurm se aproximaba desde el Este. Esto parecía muy improbable, toda vez que la guerra contra los reptiles se libraba precisamente en dirección contraria, en Andrusia Occidental. Pero a la vez no era enteramente imposible, porque seguía sin conocerse, hasta donde sabía Balduino, el paradero del ambiguo Bermudo; así que el pelirrojo reunió a su tropa y les dio rápidamente instrucciones:

      -Es posible que Bermudo no ataque, porque su postura, desde el comienzo de la guerra, fue pacifista. Pero aparte de que no sabemos si se trata de él, la última vez se lo vio participando de un ataque a Drakenstadt. Si intenta arribar a estas costas, peor para él. Tenemos los medios para liquidarlo y lo haremos. Me disgusta un poco, será una lucha despareja; pero por otra parte, si va con sus congéneres y les cuenta cuán desprotegida está aún Freyrstrande, libraremos una lucha aún más despareja, y esta vez seremos nosotros quienes llevaremos las de perder; si bien, perdiendo o ganando, estaríamos en condiciones de dejarles un regusto amargo. Recordemos que Bermudo puede confundir su figura en el medio que lo rodea, según se dice. Aquí casi no hallará con qué mimetizarse, lo rodea sólo agua, pero quizás pueda hacerse transparente, o cosa por el estilo, no sabemos. ¡A sus puestos todo el mundo!

          No había tiempo para más que armarse debidamente y ocupar las respectivas posiciones, que Balduino tenía siempre asignadas en previsión de algo así, y que cada tanto iba modificando a medida que hallaba disposiciones más convenientes. Lo sorpresivo del suceso hizo que sonara directo y valiente, y hasta ahí, lo fue realmente; pero desde aquel día no volvería a ser el mismo, y viviría bajo la sombra de un secreto temor que se agigantaría en forma alarmante durante el agónico compás de espera previo a la Batalla de Freyrstrande, amenazando con fagocitarlo. Porque ese día, por primera vez, descubrió su propia vulnerabilidad.

         En efecto, en el pasado, combatir le había sido infinitamente más fácil por estar muy desapegado de su propia vida, que le era ingrata, y por estar más concentrado en sus sueños de gloria militar que en su presente. Eso lo había hecho frío y decidido. Ahora era distinto. Tenía una hermosa vida, la amaba; y la gloria militar, si de él dependía, podía irse al mismísimo Infierno.

        Y para colmo, no hacía tanto que había muerto Evaristo, el líder de los Príncipes Leprosos apostados en la desembocadura del Viduvosalv. ¿Qué le había dicho después de darle la bendición?: Recuerda resistir, incluso cuando toda esperanza parezca inútil. La esperanza no parecía inútil en este momento. Había muy buenas posibilidades de vencer... Y sin embargo, un súbito terror había nacido en él, y amenazaba salirse de control. Cierto, había luchado antes, siempre había vencido; pero entonces se enfrentaba a contrincantes humanos, mientras que ahora era un monstruo el que vendría a su encuentro, un poderoso dragón que, si triunfaba, no le dejaría la menor ocasión de revancha. Su primera derrota se convertiría entonces en la definitiva.

         Sintió un sudor frío escurriéndosele desde su frente. Intentó calmarse. Pensándolo bien, si un Jarlwurm merodeaba por los alrededores, mejor que se acercara: lo matarían, sin duda. Quizás, atento a que se lo esperaba en pie de guerra, no atacara enseguida. Tal vez permaneciera en las cercanías, y regresara durante la noche, esperando tomarlos por sorpresa... Lo que no ocurriría: permanecerían en máxima alerta.

           Así, de a poco, fue recobrando algo de coraje a medida que la siniestra silueta se acercaba desde el horizonte. Inevitablemente, pensó en Gudrun. Mentalmente, le dedicó a ella la lucha que se avecinaba. Si moría en combate, sería también por ella. ¡Cuánto hacía que no la veía!... Claro que, de haber podido verla en ese momento, no lo habría hecho: ella hubiese notado su miedo. ¿Qué habría dicho entonces?: Señor Cabellos de Fuego, bien valiente erais con las abejas, pero no os atreveis con los Wurms a los que veníais a combatir. Claro que, teniendo en cuenta vuestro éxito con las abejas... Sonrió al imaginar la escena, y su dignidad lo desembarazó de los últimos temores. ¿Conque él no se atrevía contra un único estúpido Wurm tan imprudente como para ponérsele a tiro?... No imaginaba aquel monstruo en qué lío se estaba metiendo.

          En ese momento se oyó la voz colérica e indignada de Ursula: 

        -HENDRYK, MÉTETE TU VISTA EN EL CULO, Y LO MISMO TUS JUNGENE KVEISUNGER. ¡IMBÉCILES!... ESO NO ES NINGÚN JARLWURM, ES EL HÖJVAR.

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05 de Agosto, 2013    General

CCXVIII

CCXVIII


        En adelante, la adaptación de Arn a la vida en Vindsborg avanzó con mayor celeridad. Se lo hacía blanco de muchas bromas pesadas, en lo que, por supuesto, los Kveisunger solían ser los principales bromistas. Antes, reaccionaba muy mal ante tales bromas, retirándose en solitario, enfurruñado, y quejándose luego a Balduino de ello. Ahora, en cambio, si bien se veía que muy bien no le caían, las soportaba como podía y se tomaba luego cumplida revancha si se presentaba la oportunidad. Entonces empezó a resultar más simpático a todo el mundo, incluyendo al propio Balduino. Este era bastante solitario por elección, e incluso hallándose en grupo era más frecuente que se mantuviera en silencio, estudiando a todos los demás, y observando a Arn interactuando con el resto de la dotación, se sintió a la vez divertido y enternecido. Resultaba obvio que ya no les temía, quizás confiando en que la autoridad de Balduino fuera suficiente protección; pero a la vez se sentía extraño entre ellos, incluso ahora que le prodigaban rudas demostraciones de afecto, o quizás a causa de ellas. Se veía necesitaba mucho de la camaradería de sus congéneres masculinos y que, ahora que la había hallado, no le importaba que viniera de un grupo de temibles presidiarios pero, a la vez, le parecía rara, tal vez por no venir acompañada de la deferencia debida a un gran señor. Por supuesto, no la esperaba, ni estaba en condiciones de esperarla; pero aun así, seguía sorprendiéndole no hallarla.

        -Te diré dos cosas y quiero que medites atentamente sobre ellas-le advirtió Balduino una tarde-. En primer lugar, nuestros Kveisunger no confían así nomás en promesas, y cuando confían en ellas, es muy, muy peligroso para quien las haga dejarlas incumplidas.

        -¿Qué quieres decir?-preguntó Arn.

        Tenía motivos para sentirse inquieto, en vista de las promesas hechas por su padre a Sunndeneschrackt y sus hombres antes del juicio que había llevado a éstos a prisión, y relegadas luego al olvido.

        -Ni más ni menos que lo que digo-contestó Balduino-. Lo segundo que quiero decirte es que, antes de decidir un cambio, es mejor cerciorarse de que éste realmente valga la pena.

         -Sinceramente te lo digo: me estás irritando-dijo Arn, fastidiado-. No tengo inconveniente en meditar sobre lo que quieras, pero meditaría mejor si no fueras tan vago y abstracto. No tengo la menor idea de qué tratas de decirme. ¿Son indirectas, o qué? ¿Por qué no dejas de hacerte el misterioso y hablas más claro?

        -Desde tu punto de vista tienes razón, por supuesto, y te pido disculpas si no lo consideré antes de empezar a hablar; pero me temo que ya metí la pata y hablé, y prefiero pese a ello no decirte más por ahora, antes de saber exactamente dónde estamos parados. No, no son indirectas; simplemente, es probable que tengamos una charla tú y yo dentro de breve tiempo, y quiero que estés preparado para ese momento.

        Lo único que consiguió Balduino con todo esto fue que Arn quedara preguntándose qué se traería el pelirrojo. De meditar los puntos que le había recomendado éste, muy poco; aun así lo hizo, más que nada por temor a que la charla anunciada se pospusiera si con total sinceridad confesaba no haber meditado.

         No se fiaba del todo de Balduino. Era obvio que éste no tenía intenciones de entregarlo a Erik, y dudaba de que fuera a cambiar de opinión por interés, si Erik ofreciera una recompensa por la cabeza de su derrocado predecesor. Como decía el propio Balduino, no se puede sobornar con minucias a quien alguna vez soñó con tener todo un reino a sus pies. Pero Arn empezaba a descubrirlo demasiado astuto para su gusto, mucho más de lo que parecía tras su fachada de honorabilidad. Y podía ceder por miedo. De hecho, Arn pensaba que aquello de antes de decidir un cambio, mejor asegurarse de que éste valga la pena, contra lo que dijera Balduino, podía ser una indirecta: Aquí estás bien, vives tranquilo; ¿verdad que no vale la pena intentar recuperar lo que perdiste?... Y era cierto, allí estaba tranquilo. No tenía decisión sobre nada, pero de alguna manera era una variante cómoda... Por ahora. Porque que ni soñaran con convencerlo de dejar las cosas como estaban. En el mediano plazo, recobraría su Condado como fuera. Aparte de que era suyo por derecho, se lo había quitado un grupo de personas en las que había confiado y que habían traicionado esa confianza. Por lo tanto, nada le apetecía más que recuperarlo; recobraría su heredad aunque fuera a sangre y fuego y aunque luego terminara cediéndola al mismo Diablo.

           Por esos días Kurt se apersonó en Vindsborg, después de una prolongada ausencia justificada por el embarazo de Heidi, su esposa. Su tío Thorstein solía venir en su lugar para traer los productos familiares a canjear en Vallasköpping; no obstante, un jueves por la mañana vino él personalmente. Llamó la atención de Balduino, sin embargo, que la caja de la carreta estuviera prácticamente vacía.

         -Caramba, futuro papá-dijo alegremente Balduino, estrechándole la mano-, ¿tanta urgencia tienes de, en fin, cualquier cosa que necesites de Vallasköpping, que te tomas molestias por tan poco?

         Kurt abrió los ojos en elocuente expresión de susto.

         -¡Uy, amigo, no!-exclamó-. ¡Es que Heidi... Bueno, tú sabes!

        -¡Ja!...-rió sarcásticamente Lambert. A buen entendedor, pocas palabras.

       Y se volvió hacia Balduino entre múltiples e involuntarios guiños de ojo, señalando a Kurt con aire triunfante.

        -Bueno... Si no reñís demasiado a menudo...-murmuró Balduino.

          -Amigo, ¡por Dios!... Si fuera a menudo, no volvía para la cena, me quedaba paciendo en la pradera junto con mis renos-exclamó Kurt-. Necesitaba ver caras amistosas, y vine más que nada por eso. Hace mucho que no venía por aquí... y...

         Se interrumpió. En ese momento acababa de ver, descendiendo la escalinata de Vindsborg entre muchas caras ya conocidas, una que no le era familiar, la de Arn, de la misma manera que distinguiría pronto el rostro también desconocido de Ljottur, a quien todavía no notaba. Kurt no era Kurt si se enteraba de novedades en Vindsborg y no iba a inspeccionarlas bien de cerca; y por lo visto, en este caso Kurt sí era Kurt, porque exactamente eso fue a hacer. Por el camino se cruzó con Anders, le estrechó la mano, pero no se detuvo a cruzar palabras con él ni con nadie. Tenía una misión autoencomendada, y cumpliría con ella... Anders y Balduino intercambiaron miradas humorísticas.

         Aquel encuentro prometía ser inolvidable: un ex Conde malcriado, caprichoso y en vías de reeducación iba a encontrarse por primera vez con uno de sus más inefables ex súbditos, sin que ninguno de los dos supiera quién era el otro. Por lo tanto, en honor a la solemne ocasión, alrededor de ambos cesaron todos los movimientos, se acallaron todas las conversaciones y se creó un clima de expectación.

            -Amigo, bienvenido. Kurt Ingmarson, a tu servicio-se presentó el susodicho, apretando muy entusiasta la mano de Arn.

           Este captó el silencio del entorno y no le gustó nada. Aquéllo debía ser una farsa planificada de antemano para divertirse a sus expensas. Además, para alguien acostumbrado a que los demás hinquen rodilla en tierra ante él, que otro se presente así, estrechando manos tan plebeyamente, es cosa completamente insólita. Para colmo daba la impresión de que Kurt, habiéndose apoderado de la diestra de Arn, no la soltaría ni en las próximas Pascuas. Eso aturdió bastante a Arn, y lo que quedaba en funciones de su cerebro estaba demasiado abocado a intentar adivinar la presunta burla oculta en todo aquello; así que, distraído, murmuró:

          -Yo soy Arn...

          -Qué bestia-reprobó Balduino en murmullos, agarrándose la cabeza ante tan sincera presentación después de todos los esfuerzos que se hacían para mantener a Arn de incógnito.

        -¿¿¿ARN????...-exclamó Kurt, tan inocente como exultante, como para que hasta Erik lo oyera desde Helmberg-. ¡IGUALITO QUE EL BURRO DE FRAY BARTOLOMEO!...

          -Msé-gruñó Arn, de mal humor, intuyendo acertadamente que el público hacía denodados esfuerzos por reprimir carcajadas surtidas-. O como nuestro Conde.

          -Esteee... Ex Conde-le recordó prudentemente Karl.

         -Lo cual viene a demostrar que así como muchos caballos se llaman Sansón y muchas gallinas se llaman Clotilde, Arn es nombre propio de burros-sugirió malignamente Anders.

          -No hay necesidad de ser ofensivos-gruñó Arn, aún de pésimo humor.

         -¡Por supuesto que no!... Por eso a ti te llamamos Fúlnir: porque lamentaríamos ofender a los burros-aportó Balduino.

          -FúlnirFúlnir...-repitió Kurt.

          -No sé a qué tanto tratar de memorizar el apodo-terció Hijo Mío-, si así como mi hermano llama Prátar a todo el mundo, porque olvida los nombres de casi todos, para ti no hay nadie que no sea Amigo, supongo que por la misma razón.

          -¡Pero si yo recuerdo perfectamente cómo os llamáis todos... Eh... Bonifacio-bromeó Kurt, quien, por supuesto, no tenía la menor idea de quién era el adolescente que acababa de intervenir.

           -Igual todos somos Amigo para ti-insistió Emmanuel.

          -Es verdad-admitió Kurt, pensativo. En ese momento vio al fin a Ljottur y decidió, por supuesto, que él no podía quedar fuera de su exhaustiva investigación-. Bueno, amigo, ha sido un gusto...-y estrechó de nuevo la diestra de Arn, aunque ya sin tanto zamarreo, en vista de que había encontrado otra novedad que inspeccionar.

          Y fue a dar la bienvenida oficial a Ljottur, pero esa ceremonia ya no concertó la atención general. Arn se lo quedó mirando en silencio, como si de una inencasillable especie zoológica se tratara, hasta que descubrió que la mayoría de los demás lo miraban así a él, para inri de su orgullo higalquesco. El encuentro había tenido momentos bufos, pero no podían haber sido previamente preparados: el tal Kurt había sido espontáneo y campechano en todo momento. Y no obstante, aquellos bastardos se habían regodeado de antemano; ¿habría otro chiste oculto? Suponía que sí, pero le daba rabia no saber de qué se trataba, y lo alegró el inicio de las actividades del día, que obligó a todo el mundo a ponerse serio.

        

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05 de Agosto, 2013    General

CCXVII

CCXVII

      Arn no volvió a ser el mismo desde aquel día. probablemente fuera resultado, como había esperado Balduino, de constatar, a través de los Leprosos, que había estado lamentándose por nimiedades. No era que, pasando de un extremo al otro, ahora se tomara las cosas con excesiva filosofía y nada le importase; se hecho, muchas veces reflexionaba sobre su nueva situación y volvía a sentirse víctima, pero ahora al menos luchaba contra ese sentimiento.

      -Cuando uno se creyó muy importante, cuesta asimilar el aprendizaje de la propia insignificancia-dijo una vez a Balduino.

        Ya lo sé, Arn-contestó el pelirrojo suavemente. Empezaba a sentir gran afecto por el ex Conde; pese a que éste le llevaba varios años, lo sentía un hermano menor por el que debía celar para que no repitiese los mismos errores cometidos por él.

        -No merecía lo que me ha pasado, Balduino-dijo otro día.

       -No empieces de nuevo, Arn-gruñó Balduino

        -No me malinterpretes. Todo cuanto intento decir es que, aunque no me haya preocupado gran cosa por mi pueblo, amaba sinceramente a mis amigos. Era feliz organizando justas y torneos o partidas de caza para agasajarlos. Algunos de esos pasatiempos nos dejaban un tanto maltrechos-Arn sonrió soñadora y melancólicamente ante el recuerdo que tan lejano le parecía ahora-, pero parecía unirnos una camaradería inmensa. Después de cada justa, torneo o cacería, compartía con los más íntimos un baño en una enorme cuba... Y ahora puede que sean esos mismos quienes se unieron para traicionarme.

         -Evidentemente no todos ellos, porque si al menos uno no te hubiera sido leal, habría sido más fácil eliminarte de otra manera; por ejemplo, haciéndolo parecer un accidente de caza. Pero por lo visto, alguien no participó del complot, alguien que, quizás, te tenía un afecto muy visible y al que, por lo tanto, ni le propusieron ser parte de él. Es obvio que tiene que haber sido uno de tus más cercanos. No podían matarte a ti sin matarlo también a él. Si lo hacían, ya les sería muy difícil hacerlo pasar como un accidente y que sonara creíble; así que quien urdió la conspiración prefirió no disimular. Que ése no fue Erik, es indudable: no tiene sesos para organizar siquiera un partido de damas, y como carisma tampoco tiene, no habría hallado muchos seguidores; así que tiene que haber alguien más.

       -Y ése que, según tú, me fue fiel, ¿quién piensas que pudo ser?-preguntó ansiosamente Arn.

          -Pero Arn, ¡mira qué preguntas me haces!... ¿Cómo quieres que lo sepa?, ¡si ni conozco a tus amigos!

       -¿Cómo que no?... ¡Si te los presenté!

        -Tal vez lo hiciste, alguna de las veces que fui a verte estando ellos de huéspedes en tu palacio; pero si es así, no recuerdo sus nombres ni sus caras; y si vamos al caso, tampoco ellos me dieron mucha importancia, puesto que no sólo no me incluyeron en el complot contra ti, sino que ni siquiera se gastaban en disimular mucho cuando sus jinetes iban de aquí para allá durante las interminables preliminares del golpe. El propio Erik, si alguna vez me lo presentaste, no recordaba mi cara, como tampoco yo la suya.

         -¡Pero si os presenté, te digo!-exclamó indignado Arn-. Fue el día que...

        -Olvídalo, Arn. Si dices que nos presentaste, es que nos presentaste. Te creo.

        -No, espera, quiero explicarte bien para que no abrigues la más ligera duda. ¿Recuerdas cuando...?

         No, Balduino no recordaba nada, por supuesto. No tenía por qué recordar: Arn se refería a tiempos en los que el pelirrojo no tenía la menor sospecha de que se tramara algo y, por lo tanto, no había hallado motivos para memorizar caras que estaban de paso y no le servían para sus propias intenciones. Pero por lo visto, Arn encontraba apasionantes esos detalles, así que no quedaba más remedio que dejarlo hablar, ¡pero era tan aburrido!...

         -Mira-lo interrumpió Balduino en cierto momento, más a modo experimental que otra cosa-: Tarian va al agua.

        Arn lo miró estupefacto.

        -¿Y qué con que Tarian vaya al agua?-preguntó-. ¡Como si no fuera ahí adonde va siempre!... ¿En qué me quedé?... ¡Ah sí! Bueno, como te decía...

        Evidentemente, el cerebro de Arn tenía sus peculiaridades. Hasta ese momento, Balduino se había preguntado si estaba enterado de que Tarian pasaba buena parte de su tiempo en el mar y  podía respirar bajo el agua. Es más, hasta había esperado que Arn preguntara: "¿Tarian?... ¿Y quién rayos es Tarian?", ya que hasta ese momento no había dado el menor indicio de saberlo. Luego de alrededor de un año de convivencia con Tarian, Balduino seguía fascinado por las habilidades subacuáticas del muchacho-pez y encontraba inexplicable que cualquier otra persona no quedara igualmente impresionada. Pues bien, Arn no estaba nada impresionado, le parecían trivialidad. Ahora, detallar con pelos y señales las exactas circunstancias en las que él había presentado mutuamente a Balduino y Erik, eso sí era imprescindible y trascendente.

        El pelirrojo hizo un nuevo intento:

         -Sabías que Tarian es hijo de una sirena, ¿no?

          Arn puso cara de fastidio.

         -Balduino, ¿cuál es tu problema?-preguntó con fastidio- ¿Te gustan los hombres, o qué?

         -¿Cómo dices?

          -Que si sientes alguna especie de pasión antinatural por Tarian. No hablas más que de él.

           No hablar más que de Tarian era, para Arn, mencionarlo dos veces seguidas en el transcurso de alrededor de un mes.

         -No seas absurdo...-suspiró Balduino, exhausto. Arn lo agobiaba.

          -¿Absurdo? Balduino, si cada vez que ves a Tarian desnudo te pones a hablar largo y tendido sobre él, ¿qué quieres que piense?

            -¿Largo y tendido?... ¡Por Dios! Y por supuesto que Tarian estaba desnudo, imbécil,  ¿o qué quieres, que se meta en el mar prolijamente vestido de pies a cabeza? Cuando te bañabas con tus amigos en la cuba después de cada torneo, ¿estabais todos vestidos? ¿Todavía con vuestras armaduras, quizás?

         -No seas tonto, por supuesto que no; pero he notado...

         -No importa. Mira, de acuerdo: con Tarian nos une una fogosa y ardiente pasión, soy un monstruo lascivo y degenerado en constante búsqueda de placeres prohibidos, e hice construir la sauna exclusivamente para recrear mi vista en cuerpos de hombres desnudos. Y ahora, termina de una buena vez: ¿en qué te quedaste?

         -¿Eh?... ¡Ah, ya recuerdo! Como te decía...

         Balduino había escarmentado: nunca más volvería a interrumpir tan monótona verborragia, así Arn terminaría antes. Se quedó preguntando si aquél habría interpretado la ironía, o si tomaría en serio lo de la fogosa y ardiente pasión con Tarian, y pese a ello no se le movería un pelo. Bien visto, en este momento nada parecía conmover a Arn, salvo el para él memorable y solemne momento en que había presentado mutuamente a Balduino y Erik.

            Una eternidad más tarde acabó el soporífero monólogo, para inmenso alivio del pelirrojo, quien a esas alturas se sentía como arrollado por toda una tropilla de caballos. Arn quedó silencioso un rato y luego repitió, pensativo aún:

       -No: yo no merecía que me pasara esto...

          Se hizo entre ambos un silencio, que volvió a interrumpir Arn:

         -Balduino.

        -¿Qué?

        -Yo no merezco lo que me ha pasado.

         -Sí, ya te oí.

         El nuevo silencio fue brevísimo esta vez:

         -Balduino.

        -¿Qué, Arn?

        -¿Merezco lo que me ha pasado?

         -No, hombre, no... Pero nadie en este mundo recibe lo que merece-contestó distraídamente Balduino-. Aunque, quizás, sí, ahora que lo pienso...

         -¿Eh?... No, un momento; tú no puedes decirme esto. Escucha...

         -Oh, Dios mío-murmuró horrorizado Balduino, comprendiendo que había puesto otra vez en marcha la máquina de decir monólogos-. Arn, a ver si me entiendes bien.

         -No, espera un minuto, esto debo aclararlo...

        -¡ARN!-ladró Balduino, impaciente. Las distantes cabezas de todos los demás se volvieron hacia él, pero no le importó y, de hecho, en ese momento tampoco se habría mosqueado si Erik y todos sus esbirros estuvieran allí en ese momento y acabaran de descubrir quién era en realidad Fúlnir-. Lo que trato de decir es que depende de cómo lo mires. Durante muchos años entrené arduamente para comandar un gran ejército, disponer de un poderoso castillo y convertirme en un guerrero de leyenda. En vista precisamente de ese arduo entrenamiento, podría decirse que no merezco estar en este sitio, un olvidado rincón del mundo, es una fortaleza que es poco más que una ruina y un mal chiste, y comandando a un puñado de presidiarios. Sin embargo, partiendo de la base de que toda persona merece ser feliz, sí merezco estar aquí, pues en Freyrstrande soy feliz.

         -Oh-murmuró Arn.

         ¿Habría entendido cuando menos media palabra de lo que Balduino intentaba decirle? Parecía dudoso, teniendo en cuenta la cara poco inteligente con que había quedado reflexionando. La verdad, a Balduino no le importaba: lo que contaba era detener cualquier posible nuevo discurso.

         -Balduino-dijo Arn una vez más.

           -Dime...-murmuró Balduino sin mirarlo.

          -No soy tan malo, ¿eh?

         El pelirrojo se volvió para mirarlo, y la expresión de Arn, propiamente la de un niño que ha hacho una tarea que le fue encomendada y aguarda elogios de sus mayores, lo hizo reír.

           -La verdad sea dicha, Fúlnir-bromeó-: entre más te conozco, más pienso que eres gran compañero, un tipo sensacional. El que no siempre resulta fácil de digerir, no sé si lo conoces, es un tal Arn Arnson... 


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19 de Junio, 2013    General

CCXVI

CCXVI

      Arn se llevó tamaño susto al ver a los Leprosos saliendo de la cueva, cubiertos por tétricos mantos e infinidad de vendajes. Por supuesto, en la fría Andrusia la lepra se conocía sólo a través de referencias bíblicas, y los nobles no solían ser asiduos lectores de la Biblia. Aun así, algún conocimiento del tema tenía Arn, y lo poco que sabía, lo estremecía; pero sus incompletas nociones sobre la lepra no lo habían preparado para el espectáculo de aquellas figuras fantasmagóricas bajo las cuales las carnes se corroían poco a poco. Sin embargo, demasiado bien aleccionado por Balduino, disimuló su repulsión y su temor. No le costó tanto, ya que los efectos de la tunda de la noche anterior se hacían sentir bien reales y le daban otra cosa en qué pensar.

       El clima entre los Leprosos era decididamente de funeral y derrota. Siempre solía quedar apostado de guardia uno de ellos. Balduino al no ver a nadie afuera: temió que algo hubiera ocurrido y estuvieran todos muertos. En ese momento, su horror superó por mucho al que luego asaltó a Arn, cuando al fin los tres Leprosos aún en pie emergieron de su guarida. Fue bastante feo comprobar que, si ninguno de ellos montaba guardia, aparentemente se debía a que estaban convencidos de que no valía la pena, a que todo les daba igual. Y mucho peor fue, lo mismo para Balduino que para Wjoland, que Sergio, Apolonio y Gabriel se quedaran mirándolos a ambos, como preguntándoles por qué monstruosa injusticia su camarada agonizaba, y ellos dos derrochaban salud. Normalmente, eran los Leprosos los sabios, los filósofos, los quetenían respuestas para todo. Ahora que los papeles se invertían, Balduino y Wjoland no se sentían a la altura de las circunstancias; y aun así, algo tenían que decir o hacer.

           -Os hemos traído un regalo...-dijo al fin el pelirrojo-. Ya sé que no es momento, pero...-y se interrumpió. Si efectivamente lo sabían, ¿para qué lo habían traído a pesar de todo? Sus propias palabras le sonaban torpes y grotescas.

          Wjoland, no obstante, advirtió que los apagados ojos de los tres Leprosos se avivaban un poco, igual que brasas semiextintas bajo la acción de un fuelle. Ella supo entonces que no había sido un error seguir con el plan original; que aun cuando el regalo en sí les fuera indiferente en este momento de dolor, los confortaba que alguien se acordara de ellos. Así que se volvió hacia Arn, y éste recordó lo que le habían mandado hacer, y extendió la diestra que empuñaba lo que el había tomado por dos vulgares palos largos y muy pesados y dispuestos en cruz. Gabriel lo identificó de inmediato como un estandarte sin desplegar, y se adelantó para recibirlo, intrigado.

           -Quisiéramos ser mejores anfitriones-dijo a Arn, hacia cuyo rostro contuso señalaba embarazosamente-, pero con esas heridas, mejor quedaos a distancia, señor. Soy Gabriel de Caudix, y ellos son mis compañeros y superiores, Apolonio y Sergio...-concluyó, señalando ahora a sus camaradas que aguardaban detrás.

         Cortesía es cortesía, y si se la ha aprendido desde la más temprana infancia, luego brota por instinto. Ahora bien, Arn se encontraba en un brete; porque la buena educación le exigía presentarse a su vez, la prudencia le exigía mantener su verdadera identidad en secreto, y la lógica le recomendaba inventar un nombre que luego recordara fácilmente, si por fuerza debía presentarse bajo uno falso.

          -Llamadme Fulnir-acabó respondiendo muy a su pesar. No es que le hubiera tomado cariño al mote, pero ahora había aprendido a volverse cada vez que alguien lo llamaba así; de modo que convenía resignarse a él y aprovecharlo.

         -¿Podemos ver a Evaristo?-preguntó Balduino, temiendo, fatalista, que se le respondiera que eso ya no era posible.

         Gabriel, entregado a la tarea de desenrollar el estandarte ante los ojos de Apolonio y Sergio, tan anhelantes como los suyos, se sintió avergonzado por no haber invitado a los dos visitantes conocidos a ver al agonizante. Iba a disculparse, cuando se le adelantó Apolonio:

         -Sí, claro, perdonad. El te aguardaba, Balduino, sabía que vendrías, y no quería morir sin despedirse de ti y darte un último obsequio. También le complacerá verte a ti, Wjoland, pero sentimos no tener nada que ofrecerte: lo que teníamos para darte, ya te lo dimos cuando estabas por dejarnos, si es que entiendes.

          Apolonio les indicó que lo siguieran, y mientras avanzaban de uno en uno, Balduino se volvió hacia Wjoland, en gesto sorprendido e interrogante: ¿qué le habían regalado antes de que ella los dejara? El creía recordar que, al volver a Freyrstrande tras su convivencia con los Leprosos, ella no llevaba nada más que aquello con lo que había venido. No obstante, a su mirada inquisitiva respondió ella con una sonrisa enigmática y apenas insinuada, muy extraña; y eso le recordó al pelirrojo que aquella vez, antes de emprender el regreso, los Leprosos habían pedido unos instantes a solas con ella, y que luego, durante el trayecto, había estado rara y silenciosa. Cualquier cosa que le hubieran dado, tenía que ser muy especial: quizás alduna pequeña y poco frecuente joya, o algún brebaje descubierto mediante alguimia... Pero, pensándolo bien, no podía ser esto último: los Leprosos no contaban allí con el instrumental necesario, carencia que precisamente permitía a la enfermedad avanzar sobre ellos más velozmente.

         La caverna estaba iluminada por una única antorcha, y a la luz de la misma se veía un inusual desaseo, producto del desánimo que se apoderaba de los tres Leprosos destinados a sobrevivir a su líder. yacía entre unas mantas en el rincón más confortable de la caverna, bien al amparo del viento.

          -Tienes visitas, Evaristo-anunció Apolonio.

          -¿Balduino?...-jadeó el agonizante.

          -Y Wjoland-precisó Apolonio.

          -¡También Wjoland!-se alegró Evaristo, sonriendo débilmente-. Sí que es una grata sorpresa...

           Se le dificultaba un tanto el habla, pero, valerosamente, procuraba disimularlo. La verdad era que, salvando ese detalle, su aspecto hacía pensar que simplemente hubiera despertado muy tarde y tuviese pereza para incorporarse.

         Esperó a oír los pasos de Apolonio retirándose, y dijo entonces:

         -Lamento el desorden. Sé que lo hay, por muy ciego que esté: hay restos de comida descomponiéndose aquí y allá, y dentro de esta gruta todo hedor se intensifica, como podéis comprobar. No debería tolerárselo a mis compañeros, no es bueno para ellos; pero ¿sabéis?, la lenta agonía de un ser querido, lo sé por haber pasado por la experiencia más veces que ellos (demasiadas veces, me atrevo a decirlo), siempre es triste y desgastante. Mi esperanza es que, cuando todo haya terminado, ellos vuelvan a ser los de antes.

         -Si me permitís que os lo haga notar, deberíais pensar un poco más en vos mismo y menos en los demás, señor-respondió.

           -Y mira quién lo dice-se burló Evaristo-. De todos modos, no puedo hacer otra cosa. A veces la vida carece de sentido si no hay otros en quiénes pensar y por los que esforzarse en seguir adelante... Por otra parte, la mía no fue una mala vida, si lo pienso; pero también fue sufrida y extenuante y, en consecuencia, no será un gran pesar abandonarla, sobre todo ahora que mi tiempo útil llegó a su fin, y soy una carga para mis compañeros. Hace ya varios días que el Señor me llama. Creo que El sabrá perdonar que lo haya hecho esperar un poco. Un par de motivos me retenían todavía en este mundo, y uno era la incertidumbre respecto a mis compañeros. En Caudix, se sentirían aliviados una vez que todo terminase; pero aquí... Aquí sólo se tienen ellos tres para consolarse y reconfortarse unos a otros...

         -Intentaré venir a verlos más seguido-dijo Balduino-, aunque lamento no poder prometer nada.

          -Te lo agradezco, sobre todo por Gabriel. No quisiera estar en su lugar... Un muchacho que aún tiene toda una vida por delante, demasiado sano para ser Leproso y demasiado Leproso para ser sano, rodeado sólo de personas muy enfermas... Tu amistad le ha hecho bien.

           -Podría quedarme un tiempo con ellos-propuso Wjoland.

           -No. Gracias, pero no-se opuso Evaristo-. Ya lo hiciste una vez.

          -Pero sólo por mi propio bien, en aquella ocasión-le recordó Wjoland-. Podría ahora hacerlo de nuevo, por devolver aquel favor.

          -Pero si ya nos lo devolviste con creces en aquella misma ocasión, ocupándote de algunas labores y, sobre todo, haciéndonos reír con tus ocurrencias... No reímos muy a menudo. De veras que no nos debes nada.

         -Pero me parece que vuestros compañeros tienen derecho a decidir...

         -Wjoland, por favor-interrumpió Balduino con suavidad-. Evaristo conoce a sus compañeros mejor que nosotros... El sabrá lo que dice.

         Era todo cuanto podía alegar sin trasgredir los límites de la discreción. Trasgrediéndolos, habría agregado que de veras no era buena idea la de Wjoland, porque tiempo atrás, Gabriel se había enamorado o semienamorado de ella. Y aparte de que Wjoland vivía ahora en pareja con Hrumwald, su condición de Leproso desaconsejaba a Gabriel buscar compañera entre mujeres sanas. Claro que Wjoland era en cierto modo distinta, pero igual era preferible no arriesgarse: había motivos para suponer que, pese a su entereza en otros asuntos, Gabriel habría sobrellevado mal una negativa a eventuales propuestas amorosas.

          Wjoland quedó mirando a Balduino, adivinando que éste callaba algo. El pelirrojo entrevió que, por su parte, ella tenía algo para replicar, y también motivos para llamarse a silencio. De tácito común acuerfdo, prefirieron dejar las cosas así.

       En ese momento volvió a entrar Apolonio, ahora escoltado por Sergio a su derecha y por Gabriel a su izquierda. Evaristo los oyó acercarse, y olisqueó el aire, tal vez intentando identificarlos por su olor; y sonrió débil pero sinceramente.

         -¿Por ventura Nuestro Señor ha vuelto para sanar a otros tres Leprosos?-preguntó-. La última vez que escuché esos pasos, venían a la rastra.

          -Nunca más nuestros pies irán a la rastra, hermano-contestó Apolonio-. Te lo prometemos. Puedes irte en paz.

          Había tal determinación en su voz, que hacía pensar en un guerrero aprestándose para el combate. Balduino lo miró, y luego, por turnos, a Sergio y a Gabriel. No estuvo seguro, pero le pareció que este último había llorado intensamente hacía poco. Si era cierto, el efecto de ese llanto debía haber sido benéfico, porque se lo veía mucho más relajado.

         -Balduino y Wjoland nos han hecho un regalo, Evaristo-dijo Apolonio-: un estandarte.

         -¿Sí?...-preguntó el moribundo, con radiante asombro en medio de su sufrimiento-. Esto me gusta. Cuéntame como es. Después de todo, también es mío, aunque no pueda verlo, ¿no?

         -Seguro, hermano, seguro... Es hermoso como no podría hallarse otro. Negro, tan negro como la noche o como la adversidad, y sin embargo, resplandece a la vista; porque en su centro, un espléndido fénix renace triunfante de sus cenizas. Es un estandarte para que quienes lo vean recuerden que ni en las peores circunstancias deben rendirse; y nosotros tendremos eso muy en cuenta cada vez que lo veamos.

         Balduino quedó pasmado ante esas palabras. la verdad era que, efectivamente, ésa había sido su intención original; pero varias veces había dudado de conseguir ese objetivo, y nunca más que al enterarse de la agonía de Evaristo. Parecía que en momentos de tanto dolor no había consuelo posible.

          -Entonces os comprometo, cuando yo ya no esté, a salir afuera una vez al día y agitar ese estandarte tan alto como os sea posible-pidió Evaristo-. Así yo, en las estancias del Señor, podré verlo, saber dónde estáis para orar por vosotros y, sobre todo, permanecer en paz, seguro de que cumplís con vuestra promesa de jamás daros por vencidos. ¿Es realmente ese estandarte todo lo hermoso que asegura Apolonio, Wjoland?

        -No sé, señor, a mí me parece que no es para tanto-respondió Wjoland, que en realidad consideraba que el resultado de tanta labor había terminado siendo un adefesio único, y que lo único valioso en él eran las intenciones y, por lo tanto, estaba todavía más desconcertada que Balduino ante la buena recepción del obsequio.

         -Tanta humildad me hace pensar que lo confeccionaste tú misma en su mayor parte, ¡o me equivoco, Balduino?-preguntó Apolonio.

         La respuesta tardó en llegar.

         -Casi todo lo hizo ella, sí-admitió al fin el pelirrojo-. En realidad, yo no hice nada. El diseño lo proyectó Hendryk, nuestro tatuador, y...

              Fue todo cuanto pudo decir antes de quedar anegado en lágrimas: un llanto terrible, convulsivo, cuyas verdaderas causas ni él fue capaz de discernir, pero en el que sin duda se mezclaban dolor, rabia impotente y una honda emoción. Dolor ante la inminencia de la muerte de un hombre justo, cuando infinidad de hombres malvados gozaban de buena salud, y toda la libertad del mundo para cometer cuantos desmanes quisieran; rabia consigo mismo, por ser incapaz de modificar eso, e incluso, más modestamente, de retribuir a los Leprosos cuanto ellos habían hecho por él, al punto de que el estandarte era más el regalo de otros que suyo; y emoción por la increíble entereza de los Leprosos incluso ante los más crueles reveses de la vida, mientras que él era un cobarde que se hubiera derumbado por mucho menos.

         También Wjoland lagrimeaba un poco, pero mucho más calmadamente, con la serenidad de quien considera que el Universo está en buenas manos, y que cuanto ocurra en él tendrá su razón de ser, aunque uno no llegue a comprenderla.

        -Creo que puedes encargarte de los preámbulos, Apolonio-pidió Evaristo, en cuanto hubo cesado aquel llanto compulsivo del pelirrojo-. Estoy algo cansado.

           -Cómo no-accedió Apolonio-. Balduino, ya te adelantamos que tenemos algo para ti. Todos estamos de acuerdo en otorgártelo, pero sólo uno puede hacerlo, de modo que el honor será de Evaristo. No se trata de nada material; no tenemos bienes materiales, y de todos modos, no alcanzarían para pagar lo que has hecho por nosotros...

        -Ni he hecho tanto, ni hay deuda que deba ser pagada, al menos por parte vuestra. A lo sumo, si no soy yo el deudor, estamos a mano.

         -Eso lo dices porque no tienes lepra, y no sabes cuán difícil es recuperar el orgullo una vez que descubres que la tienes y ves cómo la gente, seres amados inclusive, se apartan de ti con temor y repugnancia. No, no te escucharemos-cortó Apolonio, al ver que Balduino iba a protestar de nuevo-. Sólo nosotros sabemos hasta qué punto  reforzó nuestra dignidad el que te acercaras a nosotros y nos trataras como a tus pares; y queremos agradecértelo  del único modo que nos es posible hacerlo, pero si llegaras a alardear de lo que recibiste, o simplemente a anunciarlo por tu propia voluntad, ese don perderá su valor. Sin embargo, si te preguntan (y puede que te pregunten, porque nosotros sí tenemos libertad de hablar de ello, y nos encargaremos de que todo el mundo llegue a saberlo), puedes responder con la verdad. Lo que queremos concederte es un honor que en Caudix sólo muy excepcionalmente reciben los no Leprosos...

           -La bendición-susurró Balduino, escéptico, impactado por aquella gracia que ni en sueños habría imaginado recibir-. Pero si...

            -De la bendición se trata, en efecto, y sin peros-cortó Apolonio, tajante-. Sabemos que apreciarás ese honor, y que procurarás seguir mereciéndolo en lo sucesivo tanto como lo mereces ahora; que no nos avergonzarás con conductas indignas. También para nosotros será un privilegio; así que déjanos hacer.

           -Acércate, hijo-indicó Evaristo.

           Todavía aturdido, Balduino tardó en advertir que se dirigía a él. Se aproximó al moribundo e, instintivamente, hincó rodilla en tierra, un gesto que antes había hecho sólo una vez, al ser armado Caballero, y que nunca más volvería a hacer, como no fuera obligado por el protocolo. Evaristo se incorporó dificultosamente, con ayuda de Sergio y Gabriel, y Apolonio se acercó con un recipiente que, según se vio después, contenía aceite. Evaristo hundió en el óleo su índice derecho, o mejor dicho lo que quedaba de él, y trazó una pequeña cruz en la frente del pelirrojo.

        -Sé bendito, Balduino de Rabenland, amigo de los Príncipes Leprosos-dijo-, en mi nombre y en el de todos mis hermanos de Caudix. Que el Señor guíe tus pasos y te sostenga en la adversidad como lo hace con nosotros; y si en nuestras manos estuviera alguna vez ayudarte, no dudes en buscarnos allí donde estemos.

          Las palabras repercutieron en cada ángulo y oquedad de la gruta, amplificadas como si efectivamente Dios mismo estuviera expresando su voluntad. Evaristo palpó suavemente el hombro de Balduino, invitándolo a incorporarse. Cuando así lo hubo hecho el pelirrojo, Evaristo lo abrazó y lo besó en la mejilla. Esto era habitual en muchas ceremonias de la época, pero acto seguido Evaristo volvió a abrazarlo, como con desesperación.

          -Quisiera ahorrarte el sufrimiento que te aguarda, lo haría mío con gusto; pero no puedo-dijo en afectuoso tono de padre despidiendo a un hijo muy amado que marcha hacia una cruenta, y absurda guerra.

      Balduino quedó desconcertado ante tales palabras. No era el único: el resto de los presentes de miraban entre ellos, preguntándose si un segundo después de impartir la bendición, la última cuerda que ataba la mente de Evaristo se habría roto, haciéndolo entrar en el desvarío. Quizás el clima de la ceremonia, estando ya tan próxima su muerte, le había hecho retroceder, en su cerebro, hasta Caudix, adonde había bendecido a tantos Leprosos recién llegados, intentando prepararlos para las penales que soportaban y que aún les sobrevendrían en gran cantidad.

         -Ven, Evaristo, necesitas descansar-lo invitó amablemente Apolonio, intentando, con tacto, separar aquel abrazo.

        Pero Evaristo no hizo xaso, y se aferró al pelirrojo aún con mayor fuerza.

         -Fuiste nuestro amigo-continuó-. Sólo recuerda resistir incluso cuando toda esperanza parezca vana, con el mismo coraje que demostraste la noche que nos conocimos, cuando maltrecho y todo luchabas por volver a ponerte en pie...

          -¿Por qué, Evaristo, qué pasa?-preguntó Balduino, considerablemente inquieto.

          Pero a espaldas de Evaristo, Apolonio asomó su rostro, llevándose un dedo a los labios en reclamo de silencio; y Balduino no siguió preguntando. El propio Evaristo parecía ahora incómodo, como si se diera de pronto cuenta de que había hablado de más. Volvió a besar a Balduino, en la frente esta vez, y se separó al fin de él.

          -Lo bueno siempre llega a su fin, pero por suerte eso es también lo que termina ocurriendo con lo malo-concluyó-. Adiós, hermano. Ya volveremos a hablar... Sólo que no en este mundo, ni en esta vida.

         Y así diciendo, se dejó llevar por Sergio y Gabriel de regreso a su improvisado lecho. Apolonio quedó luego junto al moribundo, mientras los otros dos Leprosos iban a despedirse de Balduino y de Wjoland. Los condujeron hasta la salida, y ya en la boca de la gruta, dijo Sergio:

           -Oye, Balduino, respecto a lo que sucedió hace un rato, no le des demasiada importancia. Lamento que estuvieras presente cuando todo esto ocurrió. Nosotros ya estamos acostumbrados: es muy habitual que alguno de nuestros compañeros, estando agonizante, hable de cosas que suenan incoherentes y que, no obstante, parecen tener sentido al mismo tiempo, aunque uno no sepa captarlo. Dicen algunos en Caudix que quienes van a morir se enteran de golpe de muchas cosas pasadas y futuras, pero que, para no arruinar a nadie la aventura de la vida, no les es permitido revelar  sino veladamente; sin embargo, no es cosa probada. Podrían ser sólo simples delirios de moribundo.

         Tal vez lo fueran en efecto, pero Balduino no podía librarse de la sensación de que Evaristo, en el umbral de la muerte, había vislumbrado en su futuro cosas de las que habría sido preferible no enterarse. Durante el viaje de regreso se distendió un poco, pero volvió a pensar en ello en Freyrstrande cuando, hacia el atardecer, la familiar y tétrica imagen del compacto frente de nubarrones pareció hablarle desde el horizonte. La negra cerrazón se veía más cercana y más lúgubre que nunca, y ante ella, Balduino se sintió invadido por funestos presagios.

         Años más tarde recordaría frecuentemente aquel día, ya sin dudas de que Evaristo había entrevisto hechos del futuro y se había entristecido. Porque, en efecto, aguardaban a Balduino pruebas muy duras, y una especialmente cruel tendría lugar a fines de ese año; mas él no podía saberlo en ese entonces. Tenía muchas cosas que hacer y en las que pensar, así que decidió ser práctico y confiar en que la bendición con que los Leprosos lo habían honrado sirviera a modo de talismán contra la desgracia; actitud sabia por su parte. Y así, las inquietudes de Balduino, de momento, se extinguieron mucho antes que el propio Evaristo, quien murió antes del siguiente amanecer. Sus tres compañeros Leprosos hicieron una pira funeraria y quemaron sus restos, algo a lo que no estaban acostumbrados, pero que les permitiría, llegado el momento, llevar a Caudix al menos sus cenizas, para sepultarlas en suelo consagrado de su propia tierra, en vez de en un olvidado rincón del mundo; y durante la ceremonia fúnebre, quizás, el espíritu del difunto se elevó hacia los Cielos, igual que el fénix del estandarte que Gabriel agitó por primera vez aquella mañana, como haría todos los días hasta hallarse de regreso en el castillo de los Príncipes Leprosos.


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19 de Junio, 2013    General

CCXV

CCXV

      Cuando al día siguiente Wjoland y Hrumwald escucharon los golpes en la puerta de la casa de Herminia, adonde vivían con la anciana, seguían dudando de quién sería la tercera persona a la que se había referido Balduino, y se preguntaban, incluso, si no sería el propio Hrumwald. Así que, cuando éste abrió la puerta, lo primero que hizo después de invitar a Balduino a pasar, fue mirar hacia el exterior en busca de otra persona; pero no había nadie más en el umbral.

        -Arn quedó con los caballos-aclaró Balduino.

        -¿Arn?-preguntó Hrumwald, perplejo.

         -Sí, Arn, ¿por qué? ¿Qué ocurre?

          -Nada, sólo me preguntaba si será la persona más adecuada para... para...

        -Oh, sí, ¡vaya si lo es!-respondió Balduino-. Además, no era cosa de romperle el corazón dejándolo atrás, ¿no?, con lo entusiasta que se veía por acompañarnos.

         Del inmenso "entusiasmo" de Arn se cercioró personalmente Wjoland cuando, más tarde, acompañó a Balduino hasta el sitio donde Arn montaba guardia montado sobre Slav y con Svartwulk a su lado. Este último no paraba de bufar como con disgusto y desdén, acaso protestando por la gentuza en cuya compañía lo había dejado el pelirrojo. El ex conde tenía el rostro hinchado y amoratado. De hecho, lo que tenía roto, más que el corazón, era precisamente la cara, y era obvio que semejante demolición formaba parte de los argumentos persuasivos de Balduino. Porque sin duda, Arn había empezado negándose: ¿él, un elevado señor, rebajándose a hacer de lacayo del ingrato de Balduino, tan traicionero, tan felón, que hasta había mantenido oculta a una fugitiva?... ¡Sólo estando muerto! Ahora bien, para desgracia de Arn, esto no había sido un gran inconveniente para Balduino, quien, puñetazos mediante, pareció abocarse de lleno a convertirlo en cadáver para subsanar el detalle. Por supuesto, Arn acabó capitulando: había intentado defenderse, pero un simple noble, tan inexperto en eso de pelear a puño limpio, ni en sueños era adversario serio para alguien entrenado en las más arteras y sucias técnicas de lucha Kveisung; y tan harto tenía a Balduino, que éste había mandado de paseo todo código de lucha caballeresca, toda la loable hidalguía que solía caracterizarlo.

         Por todo lo cual, Arn era ahora la imagen misma de la docilidad: haría cuanto Balduino quisiera, pero que, por favor, ya no volviera a pegarle.

          -Bueno, Fúlnir-le decía ahora el pelirrojo-: te toca el honor de llevar esto...

         Arn agarró maquinalmente lo que se le daba. Era un palo bastante largo... O al menos lo era desde el punto de vista de quien ha recibido una paliza el día anterior y todavía se siente tan dolorido y semiaturdido, que nada más le importa. Era un palo largo y pesado, y cruzado por otro cerca de la punta. Por supuesto, técnicamente no estaba imposibilitado de identificar de qué se trataba en concreto, o la finalidad que cumplía el armatoste; sin embargo, si uno está demasiado concentrado en algo (en este caso, soportar el dolor tan viril y dignamente como fuera posible, y replantearse el comportamiento a adoptar en lo sucesivo), lo más probable es que apenas si preste atención a cualquier otra cosa.

        Balduino montó sobre Svartwulk y tendió la mano a Wjoland para que subiera también y se acomodara en la grupa. Ella lo rechazó cortésmente.

         -Gracias, tengo mi propia cabalgadura-dijo.

          En ese momento vio Balduino a Hrumwald, de pie, conduciendo de la brida a su caballo blanco. Se preguntó a qué obedecería aquello, si a un gesto de generosidad por parte de Hrumwald, o a un ataque de celos que le aconsejaba impedir que Wjoland viajara aferrada a la cintura de otro hombre, o a un rechazo por parte de la propia Wjoland a recorrer así el trayecto hasta la desembocadura del Viduvosalv. Tal vez fuera todo ello junto, pero reflexionando sobre los hipotéticos celos de Hrumwald, no pudo menos que sonreír, recordando que el año anterior había sido él el celoso, en la creencia de que el porquero cortejaba a Gudrun.
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06 de Mayo, 2013    General

CCXIV

CCXIV

      Así las cosas, un atardecer Hrumwald se apersonó en Vindsborg, trayendo a Wjoland en la grupa de su caballo blanco. Parecía a Balduino que hacía siglos que no los veía, aunque a Wjoland la recordaba cada vez que recibía noticias de los Príncipes Leprosos. Tampoco a ellos los veía mucho últimamente. En sus más recientes viajes a Helmberg, la prisa le había impedido detenerse en la desembocadura del Viduvosalv como era su costumbre; y aunque nunca dejaba de enviar un mensajero para recibir noticias de ellos, se sentía un  poco culpable por tenerlos, desde su punto de vista, algo abandonados. El mensajero solía ser Anders o Karl o, menos frecuentemente, Emmanuel o Hundi; la vez más reciente había sido este último, quien desde hacía mucho tiempo era un jinete, cuando menos, aceptable, aunque gustara de la equitación casi tan poco como Tarian; y si odiaba el viaje hasta la desembocadura del Viduvosalv no era por temor a contraer lepra sino, de hecho, porque hacerlo implicaba cabalgar. Normalmente, dejaba caer siempre algún rezongo a la vuelta, pero la última vez, apenas dos días atrás, la gravedad de las noticias que traía lo habían dejado sin ganas de quejarse.

         -De acuerdo. La próxima vez, los veré personalmente-prometió Balduino.

         Hundi lo miró muy serio.

         -No, señor Cabellos de Fuego, no dispondrás de quince o veinte días más...-respondió-. O, mejor dicho, es Evaristo quien no tiene tanto tiempo. Vas ahora, o no vas.

        -No subestimes a un Príncipe Leproso. hace ya mucho tiempo que su aspecto es de verdad terrible, pero lucha por su vida y vence.

         No hubo nueva respuesta, pero por cómo lo miró Hundi, sombrío y demasiado elocuente, comprendió que para Evaristo estaba próxima la hora de perder. La certeza le arrancó un helado estremecimiento. Supo en ese momento que debía ir a despedirse por última vez de Evaristo, pero luego le faltó coraje.

        Y ahora, dos díes después, allí estaba Wjoland, como para recordarle la obligación pendiente y exigirle que cumpliera con ella cuanto antes. El no creía en Dios, o quizás no quería creer en El; y aun así, comprendió que le presencia de la joven en ese momento y lugar podía ser todo, menos casual.

         No salió inmediatamente al encuentro de los recién llegados; se demoró adrede para darse ánimos. Entre tanto, otros lo anticiparon, aunque ellos sin tanta cara larga. En su mayoría bromeaban acerca de que ahora a Wjoland no se la veía disgustada por venir en la grupa de determinado jinete, y acerca de lo que hrumwald hacía para tenerla tan contenta: sin duda, por las noches le enseñaba otro tipo de cabalgatas...

      Hrumwald desmontó y ayudó a Wjoland a hacer otro tanto, atención que ella no necesitaba en realidad, pero que aceptó gustosa por venir de quien venía. Acto seguido, la joven se abrió paso entre la gente, devolviendo sonriente comentario por comentario a diestra y siniestra, mientras a Hrumwald lo rodeaban varios de los hombres, cohibiéndolo un tanto con referencias a las dotes sexuales de él.

       -¡Balduino!-exclamó contenta al ver al pelirrojo-. Me demoró más de lo que pensé, pero ya terminé tu encargo, podemos ir cuando quieras. No quedó como hubiese querido, pero...-se interrumpió al ver que del otro lado no había la menor alegría o satisfacción-. ¿Qué pasa?-preguntó, turbada.

          -Lo siento, es mejor que te prepares para lo que nos espera-contestó Balduino-: Evaristo está muriendo.

         El semblante de Wjoland acusó el impacto de la noticia. Mientras tanto, prosiguió el pelirrojo:

        -El llevaba mucho tiempo desmejorando de a poco, no recuerdo desde cuándo, pero creo recordar que en primavera ya estaba muy mal. Hace dos días seguía con vida; ahora, pues... No sé.

           -Entonces, quizás encontremos tres Leprosos y no cuatro. No me habías dicho nada de ese agravamiento-señaló Wjoland, con un dejo de reproche.

          -No. Creo que contaba con que terminaras antes y que el resultado provocara en Evaristo una especie de mejoría milagrosa-contestó Balduino, sintiéndose culpable y también un poco avergonzado. En el fondo, seguía aferrado a tan absurda esperanza.

         -¿Y ahora qué haremos?-preguntó Wjoland-. ¡Y pensar que planeamos esto con tanta ilusión, esperando darles una sorpresa y una alegría, y resulta que llegaremos en medio de un clima de duelo! ¡Me siento tan... tan...!

       -...inútil-concluyó Balduino.

        Por un rato quedaron ambos cabizbajos y pensativos en un clima de absoluta pesadumbre. No era el momento ideal para que nadie se pusiera insufrible, pero los insufribles lo son, sobre todo, porque aparecen tan  inoportunamente como les es posible, cual invitados especiales de la Desgracia. Y en este caso, ese invitado especial por lo visto no se hizo rogar, y quebró el silencio con un reclamo tan plañidero como ridículo:

       -¡Antes habría preferido morir que ser testigo de esta nueva traición!...

          Balduino, más aburrido que otra cosa, se volvió hacia el lloriqueante Arn. Tenía preocupaciones demasiado serias para prestarle mucha atención.

           -Bueno, pues muérete de una vez por todas, y ya no serás testigo de nuevas traiciones-gruñó.

           -Balduino, ¡qué desconsiderado eres con este pobre hombre!, ¿qué bicho te picó?-protestó enérgicamente Wjoland, por lo visto sin advertir la verdadera identidad de aquél a quien defendía con tanto afán.

           -¡PUES ENTONCES AHÍ LO TIENES PARA CONSOLARLO!-gritó Balduino, ofuscado-. Permíteme que te lo presente: el señor Arn Arnson, ex Conde de Thorhavok... ¿Te suena de algún lado el nombre?concluyó, irónico.

      Wjoland quedó boquiabierta y atónita durante algunos segundos; por fin, extendió su índice hacia Arn y, todavía incrédula, preguntó a gritos:

          -¿ESTE VIEJO ES ARN?

         Alguien con ínfulas de gran seductor tolerará muchas cosas de sus conquistas, reales o pretendidas; pero ciertamente, no épitetos que humillen tales pretensiones de fauno irresistible, tales como mal amante, gordito o, en este caso, viejo. El insolente, ultrajante calificativo golpeó las adormiladas ínfulas de Arn, que desperaron iracundas y dispuestas a vengar tamaña afrenta con sangre:

          -¿A QUIÉN LLAMAS VIEJO, PUTA DESAGRADECIDA?...

          -¡INCREÍBLE!... ¡ASÍ QUE REALMENTE ERES TÚ, BASTARDO INMUNDO!-bramó Wjoland-. ¡NO SÉ CÓMO TE LAS HAS ARREGLADO PARA LLEGAR HASTA AQUÍ, PERO VAMOS A VER CÓMO TE LAS INGENIAS SIN TUS COBARDES MATONES!

         -¿QUIERES QUE TE MUESTRE CÓMO ME LAS INGENIO?... ¿EH?... ¿DE VERAS QUIERES QUE TE MUESTRE?...

      Si Wjoland quería o no quería tal demostración, era cosa discutible, pero por lo pronto, el que estaba encantado con el desarrollo de los acontecimientos era Balduino: por primera vez desde la llegada de Arn, éste hacía cualquier otra cosa que no fuera autocompadecerse y lloriquear. Como variante, resultaba maravillosa y, de más está decirlo, sumamente bienvenida; así que Balduino, olvidando que su deber quizás fuera intervenir, se cruzó de brazos, entusiasta espectador reacio a perderse siquiera el más mínimo detalle de la obra.

        -¿A VER?... ¡SORPRÉNDEME!-exclamó Wjoland, desafiante.

         -¡TÚ LO HAS QUERIDO!-rugió Arn, cegado de furor.

       Y se abalanzó sin ton ni son sobre Wjoland, dispuesto a hacerle ver quién era él. Habría podido perfectamente ahorrarse la molestia: ella quizás no lo había reconocido al principio, pero ahora sí que tenía muy en claro quién era él, es decir, el bravucón lascivo que la había forzado a vivir fugitiva hasta hallar la protección de Balduino. Este último  reaccionó ahora al fin, comprendiendo que había que evitar que la cosa tomara un cariz más grave. Pero aparte de que era algo tarde para ello, no quedó muy claro quién se hallaba de verdad necesitado de amparo. Por lo pronto, no era el caso de Wjoland: en el momento en que Arn, con  aspecto de oso malo, feo y barbudo, se arrojaba sobre ella, muy seguro de que hacerla escarmentar sería pan comido, ella, imprevistamente, descargó sobre su atacante un formidable uno-dos que, en realidad, se redujo más bien a uno y medio, y que lo hizo caer cuan largo era, dando la impresión de que el tiempo se detenía en ese instante increíble. Asombrado y confuso quedó Arn, asombrado y confuso quedó Balduino e igualmente asombrados y confusos quedaron los demás, que se habían acercado, atraídos por el intercambio de insultos entre los nada felices ex amantes, y que sólo de Ursula hubieran esperado cosa semejante, por muy bravas que en general fuesen las mujeres andrusianas. En resumen, el nuevo y nutrido público estaba tan encantado con la función como el único espectador inicial, pero éste no estaba ya tan seguro de querer llegar al desenlace, sobre todo cuando Arn se incorporó mucho más furioso que antes y decidido, en apariencia, a hacer pedazos a Wjoland. Subestimó al despechado, seguro de que aferrándolo fuerte por los brazos lograría dominarlo. Cuando descubrió, perplejo, que Arn lo estaba llevando a la rastra, no tuvo más remedio que  inmovilizarlo con una llave de lucha Kveisung. Ursula, quien recién ahora descubría quién era realmente Fúlnir y se preguntaba cómo un imbécil así había llegado a Conde, retuvo por su parte a la no menos beligerante Wjoland, aunque quien realmente logró calmarla, mediante unas pocas palabras dulces, fue Hrumwald, quien a continuación se volvió hacia Arn. Su gesto no pareció agresivo ni desafiante, sino, por el contrario, el de un hombre que quiere poner paz y tranquilidad, hablando de ser posible, y si no, de otra manera. Y por lo visto, tendría que ser de otra manera; pues Arn, advirtiendo que Wjoland estaba enamorada de aquel palurdo prognato, se enojaba más y más a cada instante, aunque, inmovilizado como estaba por la presa de Balduino, nada podía hacer, excepto bramar:

       -¿Y POR ÉSTE ES QUE ME DEJASTE, MALDITA DESGRACIADA?...

         -Nunca te dejé, porque nunca estuve contigo, excepto como prisionera-respondió tranquilamente Wjoland.

       -¡YO IBA A TRATARTE COMO A UNA REINA!...

          -Nunca espero que se me trate como a una reina, sino como a una persona: que me dejen vivir en paz. Y además, ¿qué me hablas de que en el futuro me tratarías como a una reina a mí, si mi presente contigo dejaba ya mucho que desear?

         -LO TENÍAS TODO... Y ME HUMILLAS ASÍ, YÉNDOTE CON OTRO... PERO YA VERÁS, LO MATARÉ FRENTE A TUS OJOS...

        -Como pongas siquiera un dedo sobre él, date por muerto-respondió Wjoland, con voz helada y un brillo temible en sus ojos grises-. Como Conde has pasado a la Historia, y como hombre nunca fuiste Historia porque, sencillamente, jamás fuiste hombre. Qué haces con Balduino, o cómo él te admite en Vindsborg, es lo que no logro entender; pero ya que de hombría hablamos, ¡a ver si intentas aprender un poco de la suya!... Aunque, francamente, estás en números rojos en esa materia; de modo que el aprendizaje quizás te demande todo el tiempo que te reste de vida.

         Estas palabras fueron seguidas por un rencoroso silencio de Arn, quien había dejado de oponer resistencia a Balduino. Este lo soltó.

         -Ve arriba. Luego hablaremos-ordenó.

         -No tengo por qué obedecerte... De hecho, tú me debes obediencia a mí: soy tu señor-replicó Arn, resentido.

        -¿Sí?... Bueno, ve a explicárselo a Erik, que él te busca mucho, sin duda impaciente por oír tus quejas contra mí. Hasta entonces, aquí mando yo; de modo que haz lo que te digo, o vete.

         -Vaya que disfrutas humillándome... ¿Vas a negarlo?

        -Todavía no empiezo a humillarte, estoy apenas entrando en calor; pero lo hago sólo porque me fuerzas a ello, y no porque lo disfrute. Decide: ¿subes, o abandonas Vindsborg?

         Arn paseó la mirada por su entorno, meditando o, quizás, en busca de aliados. Si esta última era su secreta intención, se vio defraudado: no tenía ninguno. Es más, el público de ocasión lo miraba hostil, como a un mal actor que arruina una obra. El papel de Fúlnir era interesante, pero ese tal Arn Arnson lo interpretaba mal...

          Finalmente, con un entusiasmo de condenado que asciende al cadalso, Arn masculló algo absolutamente ininteligible (pero sin duda no eran cumplidos ni buenos auspicios), dio media vuelta y marchó hacia la escalinata de Vindsborg.

        Los demás se quedaron mirando a Balduino, quien se rascó la cabeza, menos por los piojos que por tratar de recordar en qué estaba antes de la inoportuna irrupción de Arn.

          -Bueno, Wjoland-dijo al acordarse por fin-, me preguntabas qué debíamos hacer ahora que Evaristo agoniza. Sinceramente, ni yo lo sé; pero llevamos mucho tiempo planeando esto, así que sigamos adelante.

          -Hmmm... Sí, supongo que tienes razón-convino Wjoland.

       Y como en ese momento todos los demás recordaron que habían dejado las herramientas de trabajo dispersas en la playa, se fueron a recogerlas antes de que se extinguiesen las últimas luces del ocaso. Mientras tanto, Hrumwald y Wjoland se dispusieron a marcharse. 

           Ya habían montado ambos, cuando Balduino dijo a Wjoland, aprovechando que estaban a solas ellos y Hrumwald:

          -Te ahorraría el mal trago, si pudiera; pero necesito apoyo moral en esto.

       -Quiero ir contigo. Sólo espero que no lleguemos demasiado tarde-contestó ella.

       -Muy bien. Pasaré a buscarte poco antes del alba.

         -Haréis que sienta celos, señor...-intervino Hrumwald, sonriendo con timidez y en un tono que pretendía ser de broma, pero bajo el cual latía un temor muy real.

          -No lo creo, en vista de que nos acompañará una tercera persona que velará por nuestro buen comportamiento...-replicó tranquilamente Balduino, amagando una sonrisa.

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02 de Mayo, 2013    General

CCXIII

CCXIII

      El pelirrojo podía tolerar o manejar muchas cosas. otras sólo las podía entender, pero sólo eso ya era algo. Lo que no podía tolerar, manejar o comprender, pese a intentarlo de todas las maneras habidas y por haber, era que alguien como Arn se mostrara tan poco digno en la adversidad, adversidad que, por otra parte, era relativa: su salud física, al menos, era excelente. La mental estaba ya más sujeta a duda, porque Balduino empezaba a creerlo descerebrado, y lógicamente se hacía difícil saber si la falta de cerebro era garantía absoluta de carecer de problemas mentales (precisamente porque para tener tales problemas parece necesario que en primer lugar exista una mente), o si la misma carencia de cerebro debía considerarse un problema. Por lo demás, su familia se hallaba a salvo, y de todos modos Arn no parecía extrañarla. Había perdido su Condado, pero sí su vida, lo que no era poco, y encima seguía en una pieza y, hasta donde se sabía, se hallaba relativamente fuera de peligro. En este sentido, su suerte era increíble: los Kveisunger gustosamente habrían ajustado con él ciertas cuentas que su padre les había dejado pendientes, pero salvaba su cabeza por ser amigo de Balduino. Se respetaba su integridad física, pero nada más. Era la viva encarnación de la autocompasión y la quejumbre, y así no podía pretender que no se lo hiciese blanco de burlas rotundas y hasta crueles, que para fatiga y espanto del pelirrojo, le permitían victimizarse a sí mismo aún más.

          Siempre había sido apuesto, aunque en su apostura resultara aburrido, vacuo y hasta inexpresivo: más o menos como una estatua indudablemente bella, pero que por lo demás no inspirara ni un sentir o pasión. Ahora, sin embargo, esa apostura había desaparecido. Por un lado eso venía como anillo al dedo ya que, si Erik enviaba a sus hombres a husmear otra vez en Vindsborg, ni en sueños podrían éstos reconocer al ex Conde fugitivo en aquella figura lastimosa; pero Balduino había planeado hacerlo pasar como uno más de los convictos bajo su cargo, y en cambio, si le preguntaban, tendría que responder de él que era un viejo mendigo, pues eso parecía; y podía incluso tenerse la certeza de que sería posible hallar más dignidad en el más lamentable y atribulado pordiosero, que en Arn. Su andar era ahora propiamente el de un anciano vencido por el tiempo y los golpes de la vida, lento, cabizbajo y hasta rengo; renguera inexplicable, porque en ningún momento se había lesionado la pierna, y tampoco fingía para despistar a eventuales espías o intrusos.

         Un día, Balduino trató de quitarse la duda al respecto.

         -¿Te duele la pierna?-le preguntó, en tono impaciente.

         Arn meneó la cabeza con aire trágico.

         -Me duele el alma-replicó en tono sufriente.

          Ya que tanto empeño ponía en autoinmolarse en martirio, Balduino, iracundo, pensó que sería excelente idea darle una mano rompiéndole unos cuantos huesos a puñetazo limpio. La tentación era enorme, y si no Arn, a no dudar que al menos él, Balduino, habría quedado inmensamente satisfecho cediendo a ella. Contuvo no obstante sus ansias de sangre, dio media vuelta y prácticamente huyó para no cambiar de idea. Ya había zarandeado una vez a Arn frente a toda la dotación de Vindsborg; y aparte de que hasta a él lo asaltaban inevitables pruritos protocolares ante la idea de que apalear ex Condes se volviera una costumbre o un deporte, aquella primera paliza había sido completamente inútil.

            -¡Y pensar que la mayoría de los villanos lamentan, en al menos un momento de su vida, no haber nacido príncipes!-despotricó más tarde frente a Anders-. ¡Están locos!... ¡Mira a éste que tenemos con nosotros, y dime si no es menos humillante nacer siendo babosa!

       -Es que, Balduino, la idea que nosotros los villanos solemos hacernos de los príncipes es en general bien distinta de la realidad, según sé ahora-acotó Anders.

           Y no sólo el mero lloriqueo de Arn era insoportable sino, también, su estilo para hacerlo. La voz ronca y espeluznante de Kehlensneiter sonaba a música celestial después de padecer durante media hora los plañidos del depuesto Conde, tan exagerados, que más de una vez todos sintieron que se los tomaba en solfa. Incluso cuando no estaba lamentándose, el tono llorón de su voz era exasperante. En una ocasión en que Balduino reprendía a Arn por hablar así, Tarian, casualmente, se adentraba desnudo en el mar, y los gemelos Björnson, que ya estaban hartos de Fúlnir, suspiraron cansadamente al ver alejarse al muchacho-pez.

          -Cómo envidio a ese chico...-murmuró Per.

         -...Seguramente no hay llorones en el fondo del mar-concluyó Wilhelm.

            -Quizás nos convendría seguir a Tarian hacia las profundidades. Sufriremos menos si nos ahogamos-postuló Hundi, de mal talante-. Aunque mejor idea sería convencer a Fúlnir de que seguir a Tarian hacia el mar resolverá instantáneamente todos sus problemas. Quién sabe, quizás el señor Cabellos de Fuego nos daría permiso.

           -Qué va-terció Adler-. Temerá que Fúlnir atormente a los peces con sus quejas, y como tanto ama a los animales, querrá ahorrarles ese suplicio.

            -Y eso si Fúlnir no escoge como víctima al propio Tarian-opinó Gröhelle-. Una cosa es segura, Fúlnir no irá detrás de Tarian si cree que con eso terminarán sus problemas, pues eso pondría fin también a su deporte favorito, que es quejarse, y quejarse, y quejarse...

          En cuanto al aspecto general de Arn, era ahora, como ya se dijo, el de una persona muy mayor. No se afeitaba, y sus bigotes y barba estaban más descuidados que los del viejo Lambert; y en eso de la mugre no quedaban atrás sus cabellos. parecía haber encanecido más el último tiempo, pero no era posible estar seguro de qué había realmente bajo tanta roña. Los ojos azules tenían una expresión milenaria. Balduino había oído historias de vampiros varias veces centenarios que, por alguna razón, lamentaban no poder morir; y aun sin haber visto a ninguno en persona, imaginaba que su mirada tenía que ser idéntica a la que se veía ahora, perpetuamente, en el semblante de Arn.

           -Señor Cabellos de Fuego, más te vale que mantengas a tu amigo lejos de mí-advirtió un día Ulvgang a Balduino-. Intento ser paciente con él, pero es tan repugnantemente marica, que me dan ganas de vomitar. Si me limito a golpearlo, llorará aún más, y se pondrá a filosofar sobre las crueldades con que el injusto destino lo castiga; así que, si me jode mucho, tendré que, directamente, partirle el cráneo en mil pedazos para asegurarme de que se calle de una vez por todas.

             ¡Adelante, adelante!... No hay nada adentro de ese cráneo, así que date el gusto, pensó el pelirrojo. Pero se contruvo. Si porque está mal hacer esas cosas, o porque quería reservarse el placer de hacerlas él mismo, jamás se sabrá...
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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