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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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Entradas por tag: novela
Mostrando 31 a 40, de 269 entrada/s en total:
09 de Mayo, 2012    General

CXCII

CXCII

      La posada a la que finalmente fueron a dar Balduino, Anders, Hansi y Emmanuel, aunque de traza humilde, estaba bien enclavada en el corazón de Helmberg. Previamente, y por sugerencia de Anders, habían recorrido las barriadas más pobres, con la esperanza de irrumpir en medio de una gresca, hacer el papel de héroes y ser recompensados con alojamiento gratuito; pero en todas partes parecía reinar una inoportuna paz, y en cambio a ellos todo el mundo los miraba con manifiesta aversión y desconfianza. Estaba claro que se trataba de gentes de dudosa laya y no muy afectos a los Caballeros. Rodeados de personas así, Balduino y sus compañeros no necesitarían que Erik los mandase asesinar: la fauna que los rodeaba lo intentaría por su cuenta. Desde luego, durmieran donde durmieran, lo harían por turnos, con al menos uno de ellos velando el sueño de los otros tres; pero eso no era motivo para no procurarse una noche tan tranquila como fuera pòsible. Por lo tanto, salieron de aquellos arrabales hacia el centro de la ciudad, y de esa manera, sobre la mano izquierda,  vieron una modesta construcción con techo a dos aguas contra cuya fachada, con la espalda pegada a la pared, dormitaba una extraña figura tendida en el suelo, con el rostro cubierto tras un gran sombrero de paja que hacía evocar el de Thomen el Chiflado.

        Balduino y Anders se consultaron mutuamente con la mirada; pero como su escudero se veía tan indeciso como él, fue el pelirrojo quien por fin resolvió que aquella posada podía ser tan buena como cualquier otra. Así que, tratando de atraer la atención del muchacho dormido -a quien tomó, quizás con acierto, por un mozo de cuadra-, carraspeó, ligeramente al principio, más fuerte después, pero siendo evidente que podía seguir con su carraspeo hasta el Día del Juicio Final sin conseguir su propósito, decidió ser más directo:

        -Chico-llamó-. Eh, tú... El del sombrero... Trabajas aquí, ¿no?

           -¿Ah?...-respondió al fin el sujeto tirado en el suelo.

          La exclamación había sonado más como desganado mugido de vaca hastiada, que a servicial respuesta de empleado laborioso; y más o menos así de prestos y entusiastas fueron los movimientos del muchacho, que en primer lugar alzó un poco el gran sombrero de paja como para cerciorarse que de verdad le hablaban a él, y pareció muy decepcionado al constatar que sí.

         -Ah-volvió a mugir, incorporándose con exasperante cachaza entre bostezos y desperezos varios- Yo soy Rattele... No, no soy Rattele.

          -Bueno, ¿en qué quedamos: lo eres, o no?-preguntó Anders, impaciente. 

      -¿Ah?...-mugió por tercera vez Rattele, o como quiera que se llamase el extraño y perezoso espécimen aquel, cuya voz era propiamente la de un bobo.

          -¿Cómo te llamas?-preguntó Balduino, en tono de firme reclamo.

           -Rattele... Pero no me llamo así, no, no me llamo...

          -¡Pero no te estamos preguntando cómo NO te llamas!-exclamó Emmanuel, exasperado.

          -Calma, Emmanuel, calma...-dijo Balduino, apaciguador-. ¿Quieres decir que te dicen Rattele, pero no te llamas, así?

          -Ljottur Erlingson, sí, a vuestro servicio-dijo entre sonrisas estúpidas el muchacho, si eso era; porque su edad biológica constituía un misterio, aun cuando mentalmente parecía no alcanzar siquiera cinco años. Y al pronunciar aquellas palabras, por fin de pie y medianamente derecho, se quitó el sombrero al tiempo que se inclinaba leve y respetuosamente; con lo que al fin pudo vérsele bien el rostro.

        Y era, sin dudas, un feo rostro. Una larga melena rubia y un par de ojos azules no necesariamente son sinónimo de belleza. Eso ya quedaba en claro viendo a hendryk Jurgenson, y ahora el rostro de este Rattele venía a confirmarlo.

       Para empezar, seguía siendo un misterio su edad: lo mismo podía tener doce años que cuarenta. De lo que no quedaban dudas era que aquellos ojillos maliciosos de ningún modo eran los habituales en jóvenes de doce, veinte, veinticinco años: tenían la expresión dura, taimada y hasta corrupta de un hombre adulto y descreído de todo valor moral. Eso suscitaba desprecio en él, pero por otro lado se veía tan enclenque que inspiraba lástima. Su cuerpo esmirriado parecía el de un chico de doce o trece años, flacucho y pálido... ¡Al punto que, quizás, el mismísimo Adam Thorsteinson habría parecido todo un fortachón a su lado!... Su rostro era estrecho, prominente y afilado, más bien repulsivo; de hecho, recordaba en todo el hocico de un roedor, lo que explicaba su apodo, Rattele, que significaba ratita.

        Se babeaba de un modo a la vez patético y grotesco. Parecía imposible hallar un sujeto más repulsivo que aquél.

        Balduino estaba persuadido de que Svartwulk era casi humano; dicho sea esto, naturalmente, sin ánimos de ofender a tan noble corcel. Entre otras cosas, creía que cierto particular bufido de su caballo era una manifiesta expresión de repudio cuando algún individuo el caía especialmente mal. Y como a él mismo este Rattele le causaba una pésima impresión, quedó a la espera de dicho bufido. Se asombro de que el mismo no llegase pero, pensándolo bien, hasta un caballo tan inteligente tenía derecho a errar en sus juicios de tanto en tanto.

         -¿Trabajas aquí?-insistió Balduino.

         -Ljottur Erlingson a vuestro servicio-reiteró Rattele, repitiendo la deferente inclinación, siempre con el enorme sombrero entre sus manos.

            -¡Trabajas aquí!-exclamó Anders. ¿Estamos de acuerdo sobre este punto?, pareció preguntar su mirada.

      -Me llaman Rattele.

        -¡Que sí, hombre, que ya te entendimos!...-exclamó Balduino, impaciente; y ante el subsiguiente sobresalto de Rattele, se arrepintió de su pequeño estallido-. Lo siento, no quise asustarte. Mira: somos dos Caballeros que...

         -¡NO!-exclamó Rattele, presa de un súbito horror sin límites.

         Difícil hallar más estremecedor rictus de pánico que el que ahora deformaba el semblante de Rattele. Contagiados, Balduino y Anders echaron mano a sus aspadas y volvieron grupas, esperando, como mínimo, verse rodeados de enemigos armados hasta los dientes. Después de todo, estaban muy cerca de Erik, quien no les guardaba mucha simpatía que digamos. Cuando, desconcertados, se volvieron de nuevo hacia Rattele, éste huía calle abajo a una velocidad prodigiosa, como perseguido por todos los demonios del Infierno. Ni atinaron a intentar detenerlo; no tenían la menor idea de qué lo había asustado tanto. Y durante cosa de dos o tres segundos, el estupor paralizó las lenguas de los cabalgantes.

        Fue Anders el primero en recobrarse:

         -Debe ser la Maldición del Sombrero Enorme-sentenció-. Te pones uno de ésos y quedas chalado para toda la vida... Aunque ya calzarse un sombrero así es síntoma de locura, si lo piensas. Como sea, con éste ya conocemos dos casos.

        -Thomen no está loco-rebatió Balduino.

       -¿Y nuestro nuevo amigo roedor, tampoco?-preguntó Anders, en tono burlón-. Daba desde el principio la sensación de ser medio idiota, pero ahora creo que pone exagerado esmero en serlo sin remedio.

           -Hmmm...-murmuró Hansi, repentinamente atacado por un acceso de maligna hilaridad-. Medio idiota, lo que se dice medio idiota...

           No dijo más, pero A buen entendedor, pocas palabras... Anders no tenía precisamente fama de sagaz en Vindsborg, y él lo sabía de sobra. Todos lo sabían.

        De reojo y con creciente indignación, Anders observó a Hansi estremecerse y ponerse colorado bajo indecibles esfuerzos por reprimir la carcajada.

        -Como te rías tú también, te dejo de a pie-gruñó a Hijo Mío, quien, contagiado de Hansi, no podía evitar sonreír también-. Bueno, Balduino, ¿qué hacemos ahora?

         -Nuestros buenos y risueños escuderos podrían ir en busca del dueño de la posada-sugirió el consultado.

         Emmanuel,  impaciente por servir y hacerse notar a los ojos de su señor, descabalgó de inmediato, y Hansi hizo lo mismo para no ser menos. Ambos entraron en la posada atropellándose casi, y cubriéndose mutuamente de insultos. En ello estaban, cuando de algún rincón de la sombría posada surgió un vozarrón atronador:

        -¡FUERA DE AQUÍ, PESTES, QUE YA OS TENGO DICHO QUE NO TENGO NI TENDRÉ NADA PARA VOSOTROS!

      Una aparición habría asustado menos a Emmanuel y a Hansi que aquella reprimenda inesperada y proferida en tono desmedidamente brutal y amenazante.

        -E-E-Es que v-v-venimos como huéspedes... Nuestros s-s-señores a-aguardan afuera-tartamudeó Emmanuel.

       -¡RATTELE!... ¿HAS OÍDO? ¿DÓNDE ESTÁS, PEDAZO DE INÚTIL? SI NO QUIERES QUE TE ROMPA LOS HUESOS...

       -No está-interrumpió Emmanuel, ya más calmado; pero no sabiendo si se le creería o no, añadió:-. Se asustó y huyó.

         Y casi tanto como antes el mismo Rattele se asustaron Emmanuel y Hansi cuando se oyó un fuerte crujir de tablas de madera del piso, y de una habitación contigua apareció una figura descomunal, semejante a un ogro de cuentos de horror, riendo de manera desagradable.

         -Huyó, ¿eh?... Bien, parece que yo mismo tendré que hacerme cargo. ¡Llevadme ante vuestros señores!
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publicado por ekeledudu a las 15:10 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
02 de Mayo, 2012    General

CXCI

CXCI

      Molestó a Erik que Balduino, cuando Anders se disponía a jurar, hiciera una alusión a la mujer y a las hijas de Arn, acotando que el juramento no sería válido si se había infligido a éstas algún daño físico o moral. Un Caballero no puede ser leal a quien, no pudiendo castigar a un enemigo, toma venganza en la esposa y la descendencia de éste.

      -Están sanas y salvas en la Iglesia de San Juan Bautista-aclaró Erik, de mala gana.

        -Perfecto, ya lo comprobaremos... Mientras tanto, adelante con el juramento.

       Pero Erik intentó varias veces alterar en provecho propio los términos impuestos por Anders para su juramento. No logró que Anders cediera; y al fin, rabioso, tuvo que resignarse.

      -Os invitaría a quedaros un rato más; pero creo que no sería apropiado-dijo, después de recibir el juramento de fidelidad-. Hay muchas posadas en Helmsberg, y os llevará vuestro tiempo decidir en cuál albergaros-y añadió, con una sonrisa venenosa:-. Podríais disfrutar de la hospitalidad del Conde de Thorshavok; pero, puesto que no sabéis quién es...

        Balduino sonrió como si le hubieran hecho el mayor de los honores. Al mirar de reojo a Anders, sin embargo, lo notó asombrado, indignado y ofendido, todo al mismo tiempo; y temió que se dirigiera a Erik con imprudente altivez. Sus temores tenían fundamento...

         -Quién es, no lo sé, en efecto-masculló el joven escudero-; pero sí sé que no es ninguno de los presentes.

        Mas tan emponzoñado venablo, que tal vez habría enfurecido a la fiera, no dio en el blando, puesto que Balduino, hablando al mismo tiempo que Anders y más alto que éste para ahogar lo que fuera que éste dijese, interpuso un escudo para que la fiera de marras siguiese gruñendo y nada más:

        -Me congratulo enormemente de que hayáis entendido la situación y nuestro punto de vista, señor. Nos vamos, pues, si nos autorizáis a ello-dijo.

         -Ni se me ocurriría reteneros...-replicó Erik, con agria sonrisa.

          Y Balduino y Anders hicieron sendas y leves inclinaciones y dieron media vuelta, musitando un adiós que no les fue correspondido. Lo malo fue que esta vez Hijo Mío, por olvido, hizo otro tanto; y Hansi, por imitación, también, lo que arruinó la bella impresión lograda al principio. Y mientras se retiraban tras Balduino y Anders, Emmanuel se acordó, llenándose de horror.

            -Enano-susurró a Hansi-, ¡olvidamos hincar rodilla en tierra!

         -¡Oh-oh!...-exclamó Hansi, consternado-. Bueno, ya metimos la pata. Parece que no se dio cuenta, huyamos antes de que lo note y nos castigue.

        Anders, que estaba en pie de guerra con Erik y había alcanzado a oír el último comentario, se volvió ligeramente hacia Hansi, y gruñó:

         -Como ese idiota se atreva a poneros siquiera un dedo encima, yo...

        -Bueno, bueno, Anders, nadie pondrá un dedo encima de nadie-cortó Balduino.

         Su tono era una prudente invitación a guardar silencio. Anders no tuvo inconvenientes en captarla, aunque sí para obedecerla. Tener que tragarse todas las barbaridades y palabrotas que pujaban por salir de su boca cual nauseabundo y repugnante vómito le era penoso, pero se aguantó como pudo hasta traspasar los límites de palacio. Ya encaramado sobre Slav, siempre con Hijo Mío en la grupa y cabalgando al paso junto a Balduino y Hansi montados sobre Svartwulk, dio rienda suelta a su verborrágico rencor:

          -...¡Y pretende que se lo reconozca como el verdadero Conde! ¿Pero no se le ha ocurrido, para empezar, comportarse como tal? Es un patán único. Fijaos, cómo será de legítimo que ni por un segundo se le ocurrió levantar del trono su cochino trasero, ¡temiendo sin duda que mientras tanto acuda otro a sentarse! Yo, en su lugar, habría dispuesto personalmente que se nos reservaran buenos aposentos, demostrando así que manejo el palacio como quiero, precisamente porque es mío, ¡pero qué va a ser suyo!... A Arn jamás se le habría ocurrido tratarnos así. ¿Y ese mequetrefe iba a animarse a tocar siquiera un cabello de Hansi o de Emmanuel?... ¡JA!... ¡Por sobre mi cadáver!

        -Por supuesto que Arn jamás nos trató así, Anders-admitió Balduino, suspirando cansado-, pero ten en cuenta que no hemos halagado a Erik con las bonitas palabras que sí dedicamos en su momento a Arn.

        -¡No le hace, no le hace!... Arn lleva la nobleza en la sangre. Este pánfilo, en cambio, es una caricatura. Hasta Oivind, Dios lo guarde, se habría visto más majestuoso en el trono que él. Además...

         -Anders-cortó Balduino. La gente escuchaba vocear a Anders y se volvía a mirarlos, pero eso al pelirrojo no le importaba; lo que quería era frenar aquella agobiante e interminable quejumbre-, Erik nos ha hecho un favor al no alojarnos en palacio, así al menos estaremos seguros de que no nos hará asesinar durante la noche. Por supuesto, otro más sutil nos haría seguir para acabar con nosotros en plena calle o en la posada donde hallemos albergue, así quedaría como que unos ladrones nos robaron y asesinaron, y él parecería ajeno a todo el asunto. Pero obviamente no es más que un niño caprichoso en formato adulto y con poder. De hecho, empiezo a pensar que, quizás, en este asunto él no sea más que un pelele. Por lo demás, lo mejor que podemos hacer es ignorar su descortesía y tratar de no ponernos a su altura. No necesitamos alojamiento en palacio: somos guerreros, y por lo tanto estamos acostumbrados a las privaciones. El blanducho es él. Y en palacio nos habríamos sentido como en una mazmorra, sobre todo por las ratas que lo habitan, comenzando por el propio Erik. Nosotros somos Caballeros; recordémoslo.

       -Hablando de privaciones, sospecho que de lo que deberemos privarnos esta noche será de techo-dijo Emmanuel-. Tal vez este Erik no intente hacer creer que hemos sido atacados por ladrones, pero tampoco precisa hacerlo: basta ver qué tarifas cobran algunos posaderos para comprender que son cualquier cosa, menos gente honesta... Si se me permite la humilde pregunta, ¿alguno de vosotros tiene dinero?

          -No lo necesitamos. Pagaremos nuestro alojamiento trabajando-replicó Balduino.

        -¿Trabajando?-preguntaron al unísono Anders, Hansi y Emmanuel, unidos los tres por un palpable horror.

         -Sí, trabajando, ¿qué hay con ello?-preguntó Balduino, como con extrañeza; pero se hacía el burro, porque sabía de sobra la respuesta.

        -Pues que estamos que nos caemos de cansancio, por si no lo notas...-replicó Anders con acritud e ironía-. Balduino: gracias a tu amigo Amund y su tropa de imbéciles, yo, anoche, perdí lo menos dos valiosas horas de sueño.

         -Como yo dormí tan espléndidamente...-ironizó Balduino.

         -¡Te despertaron igual que a todos, sí; pero quien tuvo que acompañarlos para que registraran Kvissensborg fui yo!

         -Bueno, Anders, a ver: ¿qué brillante idea tienes para encontrar albergue por una noche?... Porque te advierto que es éste el momento de decirla. Si no tienes ninguna, más vale que mandes de paseo esos lloriqueos que tan mal combinan con tu armadura, y nos persuadamos como podamos de que el descanso es para maricas, y no para machos como nosotros, que si nos acostamos para dormir, es sólo porque de noche no se ve nada, y así no es posible trabajar. En otras palabras... Seamos prácticos.

        Anders puso cara de suplicio.

        -Pero, ¿los posaderos no se honran de dar cobijo a Caballeros en sus establecimientos? ¿No nos hospedarían a cambio de nada, como no sea el honor de tenernos allí?-gimió.

      -Eso tiene que venir de ellos. Si tenemos la suerte de salvar a alguno de ser desvalijado por forajidos, o de poner orden en medio de una trifulca que amenace dejar su posada en ruinas, sin duda serán generosos con nosotros; pero si no, lo veo muy difícil, porque antaño muchos Caballeros, a quienes se recibía en las posadas con grandes honores, demostraban luego ser más forajidos que los mismísimos forajidos; y no pocas veces eran ellos mismos quienes, borrachos, dejaban en ruinas esas posadas.

         -Oh, ¡rayos!... ¡Cómo envidio a mi propio hijo, quien en este mismo momento debe estar durmiendo plácidamente en su cuna o en brazos de su madre!

         -Bueno, Anders-trató de calmarlo Balduino-, propongo dejar de lado los lamentos y recurrir, en busca de un sitio donde pasar la noche, a nuestra inteligencia. Un lugar muy caro no nos conviene porque, para cuando hubiéramos terminado de pagar una noche de hospedaje con nuestro trabajo, estaría rayando el alba. Tampoco una muy barata, porque entonces nos alojarían en un cuarto que se caería a pedazos y en compañía de pulgas, chinches y quién sabe qué otros simpáticos inquilinos de la misma calaña. Una no tan barata ni tan cara es justo lo que nos conviene.

        No en vano suele decirse que se es esclavo de las propias palabras y amo de los silencios... Ni imaginaba el pelirrojo cómo se lo crucificaría por tan imprudentes aunque lógicas deducciones...
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publicado por ekeledudu a las 16:35 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
20 de Abril, 2012    General

CXC

CXC

      En lo físico, Erik, el nuevo Conde de Thorhavok, parecía mucho más aristocrático que Arn. Como éste, era rubio y de ojos azules, aunque su rostro era más anguloso. También se veía más atlético que Arn, quien en sus últimos tiempos en el poder había acumulado una modesta barriga y ahora, en poco tiempo, había ido al otro extremo, quedando hecho un esqueleto. Sin embargo, algo en Erik le daba ya a simple vista un aire rufianesco y desagradable que desorientó a Balduino, quien olvidó hincar rodilla en tierra ante él; y Anders, quien para no meter la pata lo imitaba en todo, tampoco lo hizo. Fue un momento desesperante para Hansi y Emmanuel, quienes no supieron qué hacer. Balduino era Caballero, Anders lo parecía; en el peor de los casos, ambos podrían justificar la descortesía  alegando ser demasiado orgullosos para hincar rodilla en tierra ante nadie que no fuera un rey. Pero Hansi y Emmanuel no tenían armadura de la que hacer gala y por la cual sentirse resguardados, de encolerizarse el Conde; así que sew miraron ambos, aterrados casi, consultándose mutuamente en silencio.

        La iniciativa vino de Emmanuel, quien sabía que cualquier pretexto era bueno con tal de denigrar y encarcelar a un gayané. Resolvió, por lo tanto, no dar motivos a Erik para que lo hiciera. Se adelantó con cierta timidez, y Hansi, vacilante hasta entonces, se le puso a la par para no ser menos. Juntos, hicieron sendas reverencias ante el nuevo Conde de Thorhavok, quien asintió complacido ante el gesto para luego quedar mirando a los dos jóvenes revestidos de armadura, sin decir nada, mientras un individuo ubicado de pie a su diestra se inclinaba sobre él y le susurraba algo al oído. Balduino reconoció al sujeto: era el antiguo consejero de Arn. Por lo visto, las ratas habían abandonado el barco, pero no podía reprochárseles nada en vista de que, de entrada, el propio  capitán de ese barco no había tomado medidas para que no hiciera agua...

         -¡Bueno, bueno!... ¿Qué pasa aquí?-preguntó Erik, con un buen humor que no parecía del todo natural-. ¿No se estila ya que los vasallos muestren debido respeto hacia su señor feudal?

        -Se estila, sin duda-repuso Balduino, inclinando cortésmente la cabeza-; pero yo dependo del Rey, no del Conde de Thorhavok, ni de nadie más.

         Anders empalideció. Era cierto: Balduino no era vasallo del Conde de Thorhavok... Pero él, sí, en su condición de señor de Kvissensborg. ¿Y ahora?... ¡En lindo lío estaba metido! Rehusarse a reconocer como señor a Erik podía traerle nefastas consecuencias, pero... ¿ese mequetrefe disfrazado de noble, señor suyo? ¡Tenía ojos de víbora! No, de víbora no... Su mirada era sucia y maligna, pero mucho más solapada que la de cualquier reptil. ¿Ante alguien así tenía que hincar rodilla en tierra? Y además, si lo hacía ahora, tan tardíamente, parecería que lo obligaba el miedo; lo que, encima, sería cierto.

         -Es curioso, porque tengo entendido que ante Arn sí hincabais rodilla en tierra... Y que durante un buen tiempo, antes de venir a Thorshavok,  obrasteis a espaldas del Rey, lo mismo que el resto de la Orden en la que militáis... Y de todos modos, el Rey está lejos. Aquí cuenta sólo la autoridad del Conde de Thorshavok, es decír, la mía...

          Hasta ahí, no era el propósito de Balduino mostrarse desafiante; no era aconsejable. Pero las últimas palabras de Erik le parecieron tan soberbias, tan pedantes, que cambió bruscamente de planes. Que aquel renacuajo despreciable tratara de amenazarlo, era más de lo que podía soportar.

         -Mirad-replicó con dureza-: si bien es cierto que durante cierto tiempo obré a espaldas del Rey, lo cierto es que ahora es su autoridad la que me avala. La del Rey. Que él esté cerca o esté lejos, no le hace: tal vez las distancias os resulten importantes, pero dudo que vuestros esbirros y lacayos piensen igual que vos, sobre todo porque ellos tienen más razones que vos para temer por el propio pellejo si trascendiera que amenazasteis, insultasteis o dañasteis a un Caballero de Su Majestad. Si además se hiciera una investigación al respecto, algún dedo os señalaría a vos, y no faltaría quien pronunciase la chocante palabra usurpador, añadiendo quizás que, quien hoy usurpa el trono de un Conde, podría mañana hacer otro tanto con el de un Rey.

          -Vos...-dijo Erik, intentando de nuevo recobrar el control.

          -Un momento, que todavía no termino. Supongamos, como decís, que el Rey está lejos. Los Wurms, no obstante, están cerca, o al menos más cerca que Su Majestad. Estoy aquí para proteger a Thorhavok de esos monstruos; cuando ellos se hayan ido, me iré yo también. Hasta entonces, ya que no amigos, nos conviene ser aliados. Dejadme en paz, y yo haré otro tanto con vos. Que éste o aquél sea Conde, a mí en nada me afecta pues, insisto, estoy al servicio de Su Majestad; si bien, indirectamente, presto servicio al Conde de Thorhavok, como es obvio. ¿Quién es hoy ese Conde? No tengo la menor idea. Teóricamente, Arn, a menos que haya muerto y yo no lo sepa; pero en ese caso quisiera ver el cadáver o la tumba correspondiente. Vos os sentáis en el trono del Conde, pero temo que vuestro título será válido sólo cuando Arn haya muerto. En cuanto a la rodilla que hinqué en tierra ante Arn pero no ante vos, tened en cuenta que, con aquél, actué obligado por las circunstancias, y nada más. El comenzó tratándome como a enemigo por medio de uno de sus vasallos; preguntad, si no me creeis, a vuestro consejero, que antes lo era de Arn. Yo debía revertir eso, así que vine aquí y lo adulé en mi provecho. Pero muy imbécil tendríamos que ser nosotros dos, yo por repetir esa treta ante vos, y vos mismo por creerla sincera, si hiciera lo mismo ahora, especialmente porque mi hipocresía sería obvia: todavía no se sabe que Arn haya muerto, ¿y ya jurando y perjurando lealtad a otro Conde de Thorhavok o aspirante a tal?... Los asuntos de este Condado no me incumben, excepto en lo que hace a los Wurms. Arregladlos como mejor os plazca, pues; no interferiré. Ya debe constaros que no estoy encubriendo a Arn, y si aún tuvierais dudas al respecto, podréis despejarlas cuantas veces os venga en gana, personalmente o a través de vuestros hombres. Pero que se me deje en paz, es todo lo que pido. Por lo demás, una rodilla que se dobla por temor o por interés, no pertenece a alguien de lealtad fiable, y me parece que de ésas tenéis varias aquí. Si yo fuera vos, desconfiaría de mucha gente aquí, y quizás, en primer lugar, de mis aliados y asesores más próximos.

       Ante esto, Erik volvió su anguloso rostro hacia su consejero, en silencioso reclamo de asistencia; pero el consejero en cuestión empalideció, y durante unos minutos ni amagó inclinarse sobre el oído de su señor. Este interpretó ese silencio como la reflexión de alguien que cavilaba para responder verazmente; de modo que no lo instó a responder.

         A río revuelto, ganancia de pescadores. Balduino aprovechó la situación para seguir trabajando en favor suyo:

         -No obstante, no puedo menos que telicitaros por la elección de vuestro consejero-dijo-. Es hombre de inteligencia aguda y corazón limpio. Si de alguien podéis fiaros, es de él.

         -¿Por qué?...-preguntó Erik, asombrado-. Era el consejero de mi primo Arn.


           -Lo sé, por eso lo conozco....-contestó Balduino. No añadió la palabra imbécil, implícita en el tono de sus palabras-. Pero ahora es vuestro consejero, y pondrá en ello el mismo celo con que antes asesoró a vuestro primo, estoy seguro. Simplemente, se adapta al cambio... Igual que tantos otros, yo incluido, ¿verdad, Anders?


        -¿Eh?... ¡Ah, sí!-respondió el interrogado, despertando de su ensimismamiento.

         Visiblemente aliviado, el consejero, a espaldas de su señor, sonreía agradecido a Balduino, mientras la atención de Erik se desviaba hacia Anders:

           -¿Y vos?-preguntó, en tono de desafío o de imperioso reclamo-. Como señor de Kvissensborg, vos sí deberíais hincar rodilla en tierra ante mí.

        Pero Anders no había permanecido ocioso mientras Balduino hablaba con Erik. Si el miedo lo había urgido a buscar una solución para salir del brete, la seguridad de saber que no estaría solo en el mismo, sino ayudado por su mejor amigo, le había proporcionado la necesaria calma para pensar, y en ciertas palabras del pelirrojo había hallado inspiración; así que respondió:

         -Hincaría rodilla ante el Conde de Thorhavok... Pero no sé quién es él: si Arn, a quien presté un juramento que aún me liga a él si está vivo, o a vos, que os sentáis en su trono. Cuando no queden dudas, hincaré rodilla en tierra.

          -¿Y qué haréis hasta entonces?-preguntó Erik con desconfianza-. Forzosamente deberéis decidiros por uno o por otro.

        -No lo creo, señor-repuso calmadamente Anders-. Kvissensborg es un señorío pequeño, y sus tropas son necesarias para resguardar Freyrstrande de eventuales ataques de los Wurms. No es posible, en este momento, ponerlas al servicio de querellas feudales.

         -Pues vais a ponerlas-replicó Erik, alzando la voz, ahora sí en tono de abierto desafío- ¡ a menos que queráis arriesgaros a ser sospechado de traición, depuesto y arrojado a un calabozo!

        -Andaos con cuidado...-intervino Balduino-. El señor Anders de Kvissensborg colabora conmigo en la defensa de Freyrstrande por orden del Rey, como su predecesor, el infortunado señor Einar; ¿o por qué creeis si no que Arn, quien al principio no me tuvo la menor simpatía, se vio obligado a reiterar esa orden a su vasallo de Kvissensborg? Y aun así, me puso tantas dificultades como pudo. Luego me gané su confianza adulándolo un poco porque, la verdad, no quería pelear con él, como tampoco quiero hacerlo con vos ahora, aunque esté dispuesto a hacerlo si me ob ligáis a ello. Como dije antes, no es ésa la opción más conveniente, ni para mí ni para vos. Pero si forzáis al señor Anders a desobedecer una orden real, nos obligaréis a ambos, a él y a mí, a traicionaros a vos por no traicionar al Rey, cuya autoridad sigue estando por encima de la vuestra.

         -¡Pues no saldréis de este palacio hasta que sepa a qué atenerme con vosotros!-estalló Erik-. ¡Ni en sueños, estad seguros de ello!

         -Pero es que ya sabéis a qué ateneros. Os lo dijimos-replicó Anders-: defenderemos de los Wurms las costas de Freyrstrande. Como éstas forman parte de los dominios del Conde de Thorhavok, con ello prestaremos el más leal y sacrificado de los servicios al Conde de Thorhavok, sea éste quien sea.

         -En efecto-convino Balduino-. Ahora que, si prefirierais encargaros de ello vos personalmente...

       -¡Todos mis otros vasallos me han jurado fidelidad!-rugió Erik, irritado.

          -¿Y?... ¡Gran garantía!-replicó burlonamente Balduino-. Yo, en lugar vuestro, desconfiaría más de quienes en voz más alta hayan jurado, ya os lo dije. Alguno de ellos ha de tener escondido a Arn, o lo tendrá bien pronto. Duplicidades así pueden ser muy, muy útiles, ¿sabéis? : como no nos gustaba nuestro antiguo señor feudal, lo depusimos e instalamos a otro en su lugar. Pero por las dudas de que éste nos guste aún menos, guardamos el anterior en el desván, aprovechando que no conoce exactamente qué papel desempeñamos en el golpe que lo derrocó y que, por el contrario, fingimos ser sus más leales protectores...

         -Nuestra lealtad, sin embargo, es limitada, aunque sincera-añadió Anders-. No creo que Arn se acerque a Kvissensborg; no obstante, juraré sobre las Santas Escrituras que, si lo hiciera, lo encerraré en un calabozo y os avisaré al respecto. A más no me puedo comprometer por ahora, pues ignoro quién es el verdadero Conde...

          -¡Yo lo soy!-interrumpió Erik, despechado.

          -Y yo soy el hombre más endiabladamente apuesto que se haya visto jamás en todo el Reino; pero por alguna razón, cuando se lo explico a alguien, me creen tan poco como a vos-ironizó Balduino-. ¿Decías, Anders?...

             -... Si el verdadero Conde es Arn, estará seguro en el calabozo. Defenderé su vida con la mía, nadie podrá entrar para acabar con él. Si en cambio el verdadero Conde fuerais vos, os complacería enteraros de que lo tuviese en prisión y ya no pudiera causaros molestias.

        -No me complacería tanto como creeis-replicó secamente Erik-, pues no hay enemigo inofensivo, salvo cuando está muerto; y ha sido el señor de Rabensland, no yo, quien hacía apenas un instante hablaba de duplicidades convenientes.

         -Honestas duplicidades, si nos os molesta admitirlo...-dijo Balduino.

        -Duplicidades al fin, señor de Rabensland-gruñó Erik-. Y bien, señor de Kvissensborg, ¿qué decís?... Conminado por cuestro Conde a entregar a Arn, ¿cuál sería vuestra decisión?

      Anders ya empezaba a disfrutar aquello.

          -Os lo entregaría, por supuesto-respondió-; a menos, claro, que considerase que mi señor el Conde de Thorhavok fuera él y no vos, lo que decidiría sobre la marcha.

        Pareció que Erik, iracundo, iba a contestar algo, cuando el consejero se inclinó sobre él y le susurró al oído quién sabía qué. Lo que fuera, dejó pensativo al usurpador. Este dio la impresión de debatirse consigo mismo.

         -Que traigan las Escrituras-ordenó al fin.
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14 de Abril, 2012    General

CLXXXIX

CLXXXIX

      Adler, de guardia en el torreón, interceptó a Hansi cuando éste se encaminaba tras su padre hacia la barca de pesca. A Friedrik no dejaba de asombrar que un Caballero precisase tanto de los servicios de su hijo, pero lo consideraba un inmenso honor y, en consecuencia, ni se le habría ocurrido protestar.

        La llegada del chico, cuando en Vindsborg se acababa de desayunar, fue ciertamente oportuna. El y Emmanuel ayudaron a Balduino y Anders a enfundarse en sus respectivas armaduras y subieron tras ellos, cada uno en la correspondiente grupa sobre Svartwulk y Slav, y acto seguido los cuatro se pusieron en marcha hacia Helmberg. Pero no habían cubierto aún un gran trecho, que divisaron una figura harapienta que venía hacia ellos por el camino y, cuando estuvo lo bastante cerca, agitó los brazos indicándoles que se detuvieran. Balduino se puso instantáneamente en guardia, no fuera a tratarse de una emboscada Landskveisung -aunque era dudoso que éstos se animaran a atacar a hombres armados y que no parecían llevar un botín tentador-o, poeor aún, del tal Erik; pero entonces, a duras penas, reconoció al individuo-

          -¿¡Arn!?...-exclamó, casi sin poder creer a sus ojos.

         -¿A...?-el nombre, pronunciado como pregunta, se atoró en la garganta de Anders.

        No menos estupefactos estaban Hansi e Hijo Mío. Y había motivos: el depuesto ex Conde de Thorhavok parecía una década más viejo de lo que en realidad era, llevaba al menos una semana sin afeitarse y sus ojos parecían tremendamente agobiados. En ellos, las pupilas azules tenían sin embargo un irreconocible matiz heroico, como el de alguien que ha sufrido mucho y pese a todo resiste aún. Balduino no recordaba haber visto jamás tal expresión en los ojos de Arn; paradójicamente, ella lo ayudó a reconocerlo, y le inspiró un inmenso respeto hacia él.

            Lástima que ni la expresión noble ni el consiguiente respeto duraron mucho... Sólo hasta que Arn habló por fin:

           -Sí, soy yo-musitó-. Me humilla que me veáis así. Me han traicionado, me han...

           -Bueno, bueno, ya, Arn-lo interrumpió Balduino, en un intento por tranquilizarlo, pero incapaz de disimular su propia impaciencia e irritación ante aquel tono plañidero-. Cualquier cosa que fueses antes, sigues siéndola ahora, sin importar qué parezcas.

            -Eres el primero que aún me sigue viendo como Conde-murmuró Arn, con la cabeza gacha y casi al borde de las lágrimas.

         Me temo que Conde es precisamente lo único que no eres de todo aquello que solías ser, y no me refería a eso... ¡Pero para qué gastarme en tratar de hacerte entender!, pensó Balduino, sintiendo que ambos hablaban distintos idiomas. Por fuerza, uno de los dos tendría que aprender el del otro, y él de ningún modo pensaba adaptarse al de Arn.

        Anders no sabía qué pensar del ex Conde de Thorhavok. Parte de él lo compadecía pero, por alguna razón que no atinaba a entender, también le inspiraba ahora un sentimiento nuevo, equiparable al asco.

        Tampoco Hansi o Emmanuel sabían cómo tomar a Arn. Eran conscientes de que algo no andaba bien, pero de nada más. En este momento, al lado de Arn, Tarian les habría parecido una persona común y corriente, sin peculiaridad alguna.

              -Necesito tu ayuda... Vuestra ayuda, la de ambos...-prosiguió Arn.

          -Y la tendrás-replicó Balduino-. Precisamente ahora nos dirigimos a Helmberg a conocer a este tal Erik.

          -¿No me traicionarás tú también?

         Balduino no quería ser grosero, pero si Arn seguía hablando en ese tono llorón, temía acabar cediendo a la ira, o a la ironía.

        -Arn: si hubiera querido traicionarte, ya lo habría hecho. Recuerda que, en cambio, Anders y yo te previnimos acerca de esto que finalmente ocurrió. Algunas cosas olían muy raro-respondió, conteniéndose-. Podríamos haber investigado por nuestra cuenta para sumarnos a la conspiración. Es más: ahora mismo, si quisiéramos, podríamos hacerte prisionero y entregarte a Erik. El momento para traicionarte es ahora; si no lo hacemos, es que ya no lo haremos, ¿de acuerdo?...

         -Es que como ya estás tan al tanto de lo de Erik...

          -Sí, bueno, sabemos que existe y que te ha depuesto y reemplazado como Conde de Thorhavok, pero nada más. No me parece tanta información, y si disponemos de ella es sólo porque precisamente anduvieron los esbirros de Erik en Vindsborg, buscándote. Por si aún se mantuvieran en la región, más te vale ocultarte hasta nuestro regreso. Conozco un lugar en el que, teóricamente, estarás a salvo. Se trata de una iglesia: pedirás asilo en ella. No sé en qué medida dicha protección será eficaz, pues hasta yo, que soy un descreído, guardo mayor respeto por la Casa de Cristo que muchos que tan devotos afirman ser, especialmente si son poderosos o están armados; pero por otra parte, no se me ocurre mejor lugar. El cura es un buen hombre, no te traicionará adrede; antes, sin notarlo, revelaba secretos de confesión, pero en algún momento se lo hicimos saber, y creo que se ha enmendado, o que al menos se cuida más que antes-dijo Balduino.

        E indicó a Arn cómo llegar a la iglesia de Fray Bartolomeo.

         -¿Y por qué me dices todo esto?...-preguntó Arn-. ¿Acaso no vais a llevarme allá?

         Balduino se impacientó aún más: ¿con pretensiones era la cosa, encima?

         -No sería prudente-replicó-. Hasta aquí, si alguien nos viera, esto parecería un diálogo de un par de Caballeros con un vagabundo. Llamaría la atención que el vagabundo en cuestión subiera a la grupa de uno de esos Caballeros. Además, nos urge entrevistarnos con Arn para estudiarlo un poco.

          -¿Estudiarlo?... ¿Y qué tienes que estudiar de él?-siguió gimoteando Arn, ahora menos plañidero por sentirse molesto y desconfiado-. ¡Yo puedo decirte la clase de persona que es! Es...

         -Arn, yo podría decirte a ti qué clase de persona me dirías que es Erik: un cobarde e infame traidor. Pero como hasta hace apenas unos pocos días atrás habrías dicho que era un muy noble y muy leal vasallo tuyo, más vale que dejes que nosotros mismos nos cercioremos al respecto e intentemos profundizar un poco más en su carácter. Es una tontería no tratar de conocer a un enemigo potencial. Y una cosa es segura: amigo nuestro, Erik seguro que no es.

           -Está bien-gruñó Arn, en un tono que lo asemejó a un niño enfurruñado; más exactamente, a Balduino le recordó al Hansi que hasta hace no tanto lo acusaba a él de ser malo cada vez que le negaba algo.

           -Bueno, Arn, hagamos eso. Quédate en la iglesia; a nuestro regreso, yo mismo iré a buscarte y te traeré noticias-concluyó Balduino.

         No le preguntó si estaba de acuerdo, porque algo le decía que no lo estaba. Pero ahora las reglas las pondría él, y no estaba muy seguro de poder soportarlo más, por otra parte.

        Arn gruñó algo, hizo un gesto que con buena voluntad (muy buena, a decir verdad) podía interpretarse como un saludo y les dio la espalda, iniciando la marcha conforme a las instrucciones de Balduino y dejando a éste tan perplejo como sus tres acompañantes ante tamaña descortesía.

         -Se ve que junto con su Condado le arrebataron sus modales-gruñó.

         -Es cierto-admitió Anders-; sin embargo, me preocupa menos él que yo mismo. De algún modo, me repugnó un poco. ¿Se me habrán subido los humos a la cabeza?... Y sin embargo, no me siento diferente de cuando no tenía castillo alguno, o más noble ahora por tenerlo.

        -Es que es otro el problema. Te has ennoblecido, te sientas como te sientas, y no puedes evitar cierta... repugnancia, digamos, hacia Arn, que ha perdido toda dignidad. La perdió porque la base de su dignidad eran sus títulos y su sangre noble, y ésos no son fundamentos razonables para el orgullo. Ahora no tiene títulos, y su sangre noble no vale mucho, valiera lo que valiera antes; lo que sí parece cotizar muy bien en el mercado es su cabeza. De todos modos, intentemos ser humildes, que en parte fue la poca dignidad que veía en los demás lo que en otro tiempo me convirtió en un soberbio insufrible, aunque no puedo culpar exclusivamente a eso.

           Y tras esta reflexión, reanudaron la interrumpida marcha hacia Helmberg.


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11 de Abril, 2012    General

CLXXXVIII

CLXXXVIII

      Tras aquella conversación privada entre Balduino y Amund, tocó a Anders conducir a este último y a sus hombres a Kvissensborg para que lo revisaran de arriba abajo, aunque a las mazmorras nadie quiso descender

         -¿No podían venir a una hora normal?-gruñó Anders al día siguiente, durante el desayuno-. Perdí al menos dos horas de sueño gracias a esa puta inspección... ¡Como si no fueran suficientes tus queridos simulacros de invasión nocturna!-agregó, volviéndose hacia Balduino.

         -Bueno, Anders, ya era hora de que hasta alguien como tú, bendecido por la diosa Fortuna, conociera un poco de suerte negra-replicó Balduino, de excelente humor-. Por otra parte, el señor de Kvissensborg eres tú; por lo tanto, ¿quién sino tú iba a abrirles las puertas de tu señorío, para que registrasen a su antojo? Hildert no iba a hacerlo sin contar con orden tuya.

          -¡O tuya!... Sabes que te obedecen tanto como a mí.

          -Pero Anders, ¿cómo iba a tomarme esa libertad pasando por encima de la autoridad del señor del castillo?... Si querías que fuera yo, no tenías más que ordenármelo.

          -Deja de hacerte el inocente, no te va. ¡Imagíname dando órdenes al mismo Caballero del cual soy escudero!

         Balduino se vio atacado por un acceso de risa que por poco no lo hizo atorarse con el pan que masticaba en ese momento.

         -Bueno, bueno-concedió al fin-, lo sé: es una situación bien rara la nuestra, lo sé: debo obediencia al señor de estas tierras, quien por esos absurdos de la vida es mi escudero y a su vez me debe obediencia. De todas formas, creo que venía bien que nuestros visitantes te identificaran como señor de Kvissensborg, así a sus ojos quedaría como que en la región hay, no ya uno, sino dos poderosos nobles.

           -¡Poderosos nobles!...-intervino Honney en tono burlón y entre un coro de risitas-. Tienes delirios de grandeza, señor Cabellos de Fuego, disculpa mi sinceridad. Mira en qué ruina estás y qué piojosos te secundamos y repite, sin reírte ni llorar, eso de los poderosos nobles.

         -Hay muchas formas de poder, Honney, y un carácter firme, que es lo que le falta al buen Amund, es una de ellas. De cualquier forma, ahora no presumo de gran poder; lo importante era convencer a Amund de que lo tenemos, y creo que lo logré. Tampoco es que se precisara gastarse mucho en este caso.

         -Lo que me pregunto es cuánto puedes fiarte de este tal Amund-comentó Ulvgang-. ¿Por qué te sería más leal de lo que fue con tu amigo Arn? Sospecho que te traicionará en cuanto el tal Erik le muestre un poco sus colmillos.

          -Por supuesto que no podemos fiarnos demasiado, y por eso mismo Anders y yo iremos a amansar al perro, para que no asuste a Amund-replicó Balduino.

         -¿Vamos a Helmsberg?-preguntó Hijo Mío, entusiasmado-. ¿El enano también?

         -No sé qué te emociona tanto... Estoy que me caigo de sueño-gruñó Anders-. Dime, Balduino, que no iremos hoy.

           -Me temo que tendrá que ser hoy-contestó el pelirrojo-. Amund y sus hombres tendrán que dormir en algún momento...

          -¡Nosotros también, por si no lo has notado!...-gimió Anders.

          -...anoche no lo hicieron, para caernos de sorpresa a nosotros y no darnos tiempo de reaccionar en caso de tener a Arn escondido aquí-prosiguió Balduino-; así que deben haber acampado en algún lugar y estarán descansando en este preciso instante. Tenemos que aprovechar esa ventaja. Iremos a Helmberg y domaremos a Erik para Amund; así, cuando éste regrese, no tendrá que temer a sus colmillos. Y de esa forma será más probable que se comporte lealmente con nosotros.

          -Ya parecemos más comediantes que guerreros-observó Anders en tono resignado-. ¿Qué papel representaremos ahora?

         -Oh, aunque no lo creas, seremos con Erik más sinceros, incluso, de lo que fuimos con Arn, quien, aunque imbécil, no es mala persona en el fondo... En cambio, este Erik me cae mal ya de oídas. 

           -Pero también Arn te caía mal de oídas, al principio.

          -Y si de algo me arrepiento, en parte, es de haberme involucrado tanto con él. Eso me fue útil, por supuesto; pero también me creó conflictos éticos, como ya sabes... Y con Erik podría ser peor. Convendrá en todo momento tenerlo por enemigo y tratarlo lo menos posible pues, si simpatizáramos también con él, luego no sabríamos si apoyarlo a él o a Arn, y en un caso u otro nos sentiríamos miserables y traidores. Erik decididamente no es buen elemento: por algo la esposa y las hijas de Arn debieron asilarse en una iglesia. Con gran optimismo, podríamos suponer quese refugiaron allí por temores infundados, o que los hombres de Erik malinterpretaron las instrucciones de éste; sin embargo, no es buena señal que quienes lo sirven, como Amund, hablen de él con temor exento de amor o de verdadero respeto. La impresión que produce es la de un vulgar usurpador inseguro de sus derechos y temeroso de que le arrebaten un poder adquirido por la fuerza. Con alguien así, es mejor no tratar mucho: intentaremos, simplemente, convencerlo de que nos deje en paz, sin prometerle nada, pero haciéndole creer que sí le prometemos. Básicamente, ésa sería la idea, pero habrá que ver sobre la marcha cómo la llevamos a cabo. Ignoramos qué consejeros tiene Erik. Quienes sean, si Erik se está guiando por lo que ellos le indican, no han de ser buenos en su oficio.

         -Si es por eso, y desde que tengo uso de memoria, todos los condes de Thorshavok han tenido malos consejeros... O los tuvieron buenos, pero jamás siguieron sus instrucciones-dijo pensativamente Thorvald.

         Y fue el último comentario sobre el tema, antes que la charla pasase a las actividades que tenían por delante ese día.
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07 de Abril, 2012    General

CLXXXVII

CLXXXVII

       Amund lanzó un suspiro desazonado.

        -Tienes razón, tienes toda la razón del mundo-admitió-. Nos ofrecieron una buena suma por neutralizar a la escolta y liquidar al se... A Arn. Era tentador, pero creo que ayudó a decidirnos el temor a quedar enfrentados entre nosotros mismos. Unos estaban firmemente decididos a aceptar, y nos persuadieron a los demás a hacer otro tanto diciendo que, si los delatábamos, estaríamos traicionando muchos años de amistad, y que el Co... que Arn no valía ese sacrificio. Fue un argumento de muchos peso, porque amamos la camaradería, y al Con... a Arn, digo, le servíamos sólo porque era nuestro deber. No nos resultaba especialmente bueno ni especialmente malo...

          -Sí, eso lo imagino.

         -...e incluso nos consolábamos pensando que quizás el nuevo Conde resultara mejor que el otro. Nunca se nos ocurrió que pudiese ser peor. Eso acallaba nuestras conciencias.

         Balduino meneó la cabeza.

         -Qué ironía-comentó-. Unos cuantos de vosotros estáis ya obteniendo vuestro castigo por lo que hicisteis. Los que persuadieron al resto de tu grupo a la traición, murieron al consumar la misma; y tú quedaste en un papel más destacado del que desearías, aunque por otro lado, tal vez, te agrade haber llegado tan alto...

          -¿Y cómo sabes que los que nos convencieron a los demás están muertos?...-preguntó Amund, muy inquieto ante lo que no sabía si era sagacidad por parte del pelirrojo o estupidez y autodelación por su propio lado.

           -Porque sería lógico que, si aun vivieran, uno de ellos ocupara el puesto que finalmente te concedieron a ti. Ellos eran los ambiciosos, los que persuadieron al resto, y sin duda habrían intentado sacar la mayor tajada de la traición . Se ve que la escolta más leal de Arn ofreció una resistencia encarnizada, ¿eh?...

           -Sí, a ésos ni se habló de tentarlos para que se nos unieran. Creímos caerles por sorpresa, pero estaban listos para cualquier eventualidad. Murieron como valientes.

           -Ajá. Bueno, Amund, el caso es que todo esto, incluida tu deshonra, es cosa del pasado. No la juzgaré. La protección que te ofrezco es a condición de que en el futuro te abstengas de participar en villanías semejantes.

          -Olvídala... Tengo la impresión de que me será imposible no mezclarme en villanías siendo capitán de la guardia de nuestro nuevo Conde.

         -No tienes que seguir sus órdenes al pie de la letra u obedecerle con toda la presteza que él te exija.

         -Temería por mi pellejo si no lo hiciera. El señor Erik es un hombre nervioso e irascible.

          -Por supuesto, como todos los que se involucran en malandanzas y carecen de agallas para fingir la dignidad que no tienen, ¿no crees?

           -Puede ser, no sé. No puedo juzgarlo, ya que yo mismo me descubro mucho menos valiente de lo que creía.

           -Pues bueno es que lo descubras, porque sólo así tienes la posibilidad de modificar eso. Más tarde o más temprano, todo hombre debe enfrentarse a su propia conciencia. Ella es a veces el enemigo más implabable de todos... Un temor puede anular otros, Amund. Teme el día en que tengas que vértelas con tu propia conciencia, y entonces te preocuparán muy poco las represalias con las que te amenace el buen señor Erik.

          -Gracias, señor, lo recordaré.

          -Y dile que aquí no encontraste a Arn. No tienes por qué agregar que quizás venga aquí en busca de refugio; ¿de acuerdo?

          -Sí, sí, pero... ¿qué diré a mis hombres?

         -Oh, eres su jefe y no tienes por qué darles explicaciones acerca de nada. Ellos no han oído ni media palabra de nuestra pequeña conversación; lo último de lo que se han "enterado" es que estoy al servicio de Su Majestad. Y en realidad esto es cierto, puesto que la Orden del Viento Negro ya no está proscrita y defiendo Freyrstrande en nombre del Rey, pero sin las facultades extraordinarias que me atribuí. De cualquier modo, creen tener claro quién soy. Si te preguntaran algo, y luego de recalcarles sutilmente que no tienen derecho a interrogarte así, puedes responder tonterías y vaguedades y hacerles creer que cuentan con tu confianza y que, si supieras más, se lo dirías; así los halagarás y dejarán de husmear en asuntos que no les incumben. Harás bien ganándotelos de a poco, demostrando seguridad, valor, lealtad y cierto paternalismo,  aunque sea simulándolas, si no cuentas con esas cualidades. Ningún subordinado sigue a gusto a un líder indeciso y débil... Aténte a estos consejos, y todo estará bien.
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04 de Abril, 2012    General

CLXXXVI

CLXXXVI

       A la mayor parte de la dotación de Vindsborg le era indiferente lo que estaba ocurriendo. y lo único que querían saber era cuándo podrían irse a dormir otra vez. Pero Anders, aunque somnoliento, estaba ya más intrigado; y Snarki, quien de todos modos se hallaba de guardia y observaba todo en primera fila, directamente se encontraba al borde de la locura en el infructuoso intento de entender cómo y para qué pasaba Balduino de la devolución de amenazas al intercambio de cumplidos.

          -Bien, Amund-dijo Balduino, estrechando los hombros del capitán en gesto de protectora camaradería-. Os diré qué vamos a hacer... Enviaréis a uno de vuestros hombres a registrar el interior de Vindsborg, y así quedará definitivamente demostrado que el fugitivo que buscáis no está aquí. Solo a la caballeriza no entrará hasta más tarde, y cuando lo haga, lo acompañaré; es por su propia seguridad.

         -No necesitáis demostrármelo, señor, creo en vuestra palabra.

        -Lo sé, pero podría no suceder lo mismo con vuestro señor el Conde. En cambio, así podréis decir a éste, sin mentir, que revisasteis aquí y no encontrasteis nada... Mientras tanto, os comentaré unas cuantas cosas, en confianza...

         -Será para mí un honor escuchar cualquier cosa que tengáis a bien decirme, señor.

         -Amund, seamos sinceros: los barones van y vienen, y los recientes sucesos son la mejor prueba. Mi red de informantes me había advertido desde hace tiempo que esto sucedería, por otra parte: sin duda habréis notado que ni siquiera os pregunto por la identidad del fugitivo al que buscáis. No necesito hacerlo. Había advertido a Arn que esto iba a ocurrir. Si él fue lo bastante tonto para no tomar sus precauciones, allá él; pues mis deberes son fundamentalmente hacia Dios y el Rey. Que en Thorhavok gobierne este Conde o aquel otro, sencillamente no me concierne. Sin embargo, vuestro caso es diferente. Vos podríais perder vuestro puesto y vuestra cabeza por mal cumplimiento de vuestras órdenes o por cumplirlas con excesivo celo. En tales condiciones, nada garantiza vuestra permanencia, no ya en vuestro vargo, sino en este mundo. Lo que ha sucedido ahora, no nos engañemos, no es más que el resultado de una vulgar lucha por el poder. A veces hay un bando bueno y un bando malo. No es éste el caso; de otro modo, la conciencia podría empujaros hacia el bando bueno. Pero no, en este caso hay un bando débil y un bando fuerte, y mañana, y esto es lo más preocupante, podría surgir un tercer bando todavía más fuerte... O el mismo bando débil de antes, revigorizado y con ansias de venganza. En estas condiciones, siempre conviene contar con un aliado poderoso, alguien que sea ajeno a tales luchas... Como yo. os doy mi palabra de Caballero, por lo tanto, de que en tanto no os involucréis en actos ruines como matar a indefensos o abusar de inocentes, tendréis mi protección mientras pueda brindárosla... Pero el caso es que deberé informar al Rey de todo esto y, lógicamente, lo que yo diga tendrá mucho peso en la opinión que del Conde Erik se forme Su Majestad. Ahora bien, dado que soy Caballero, para mí hay sólo una cosa realmente importante: ¿qué ha sido de la esposa y de las hijas de Arn? Esto no lo he podido averiguar y es un dato decisivo, porque deshacerse de un enemigo peligroso es una cosa, y lo que se haga con la familia del vencido, otra muy distinta.

        Amund vaciló un tanto antes de responder.

         -Señor, sabéis muchas cosas, y no estoy seguro de querer descubrir a través de qué vías obtuvisteis ese conocimiento...-comenzó.

         -Tampoco os lo diría. Hay muchas cosas que un hombre al servicio de Su Majestad debe mantener en reserva... pero continuad.

        -El caso es éste: la esposa y las hijas del señor Arn están sanas y salvas, al menos por el momento. Se encuentran en la Iglesia de San Juan Bautista.

         -Ajá-repuso Balduino, lacónicamente, rascándose el mentón.

        Esperó el regreso del soldado designado para revisar el interior de Vindsborg, y dijo: 

        -Ahora, a la caballeriza. Que vengan al menos dos o tres hombres más. Y yo os preceré. Entre otros peligros, hay allí un cerdo, un grifo y un caballo flumbrio, todos ellos muy... temperamentales, digamos. No os gustará véroslas con ellos.

             -¿Habéis dicho un grifo, señor?-preguntó el soldado.

          -Exactamente eso dije.

           Era un zoológico un tanto demasiado bien provisto, habida cuenta de que ya se había constatado la existencia de seis perros (la jauría estaba arriba, todavía durmiendo; se ve que, desde su punto de vista, no eran horas para fastidiar a perros decentes); pero que hubiera incluso un grifo, supuestamente imposible de domesticar, sonaba increíble.

         Concluido el examen de la caballeriza, los hombres testimoniaron a su capitán que no había nadie allí, fuera de los mentados animales. Desde sus mismas caras se los notaba todavía impresionados con Held, y el propio Amund recibió la confirmación con asombro. Balduino aprovechó la distracción que le brindó el asombro del capitán para acercarse a Thorvald.

          -Llévate arriba a los hombres, ármalos y estad preparados-le susurró-. Puede que se arme jaleo. Os necesito listos para pelear.

        Thorvald no pareció sorprendido ante la orden. Se llevó a todo el mundo arriba mientras Balduino llamaba aparte a Amund con un gesto de la mano.

          -Bien, Amund-dijo-: voy a tutearte, y tú harás lo mismo conmigo, y me llamarás Balduino; y seremos aliados, camaradas, amigos y hermanos... O enemigos mortales. Tú eliges.

         Amund sonrió.

          -Disculpad, señor, pero no entiendo la broma-dijo.

        Balduino meneó la cabeza.

        -Aparte de que te dije que me tutearas, esto no es ninguna broma, Amund. En absoluto-vio que la dotación de Vindsborg regresaba descendiendo las escalinatas: Ulvgang, Honney, los Björnson... Obviamente venían muy entusiasmados por la posibilidad de un inminente combate. Continuó entonces:-. En este mismo instante, mis hombres bajan a la playa listos para enfrentarse con los tuyos en lucha armada, si por desgracia fuera necesario. Caso de ocurrir así, no te quepa la menor duda de que los diezmaríamos. Nos hemos entrenado para luchar contra los Wurms, como bien sabes. En esas condiciones, tus guerreros no pueden ser huesos duros de roer para nosotros. Fíjate, ni armas traigo, y tampoco las necesito: las tuyas me bastan y sobran. Aprendí de los Kveisung todas las tretas de lucha que se te ocurran, y con ellas tengo más que suficiente para reducirte y desarmarte. Por lo tanto, te aconsejo mucho cuidado con lo que elijas hacer. Casi todo lo que te dije fueron mentiras de las que me sinceraré ahora, pero hay algo en lo que fui honesto como nunca en mi vida, y quiero que comprendas su alcance: esta misma noche, o mañana, si quieres, podrás registrar Kvissensborg y cerciorarte de que el señor Arn no está allí. Podrás también registrar freyrstrand, y sabrás que tampoco allí se esconde. Sin embargo, de que no esté intentando llegar hasta aquí ya no estoy tan seguro. De ser así, quizás lo encuentres y lo mates, y cortes su cabeza para enviársela al Conde Erik. Llegué a apreciar a Arn, su muerte me dolería; pero no te detendré. Cumplirás con tu deber, y si tienes éxito, me lo harás saber. Y a pesar de todo ello, podrás apelar a la protección que te ofrecí antes, a condición de que no incurras en ruindades, como te previne; pues empeñé en ello mi palabra de Caballero, que para mí es sagrada y que estimo más que mi propia vida. Que eso quede claro.

          Se hizo un silencio que, aunque breve, en la oscuridad pareció eterno y ominoso.

          -De hecho, es lo único que entiendo o creo entender de todo esto-respondió por fin Amund-. Algo en vuestra voz... en tu voz... me impulsa a confiar en ti. Pero quizás ya haya incurrido en ruindades.

          -En parte es cierto. Ya lo sé.

          -¿Lo sabes?... ¿Qué sabes?...

          -No eres un mercenario contratado para derrocar a Arn, sino directamente alguien que servía a éste y lo traicionó. Sin darte cuenta, lo sigues considerando tu señor, puesto que así lo llamas. Dicho sea de paso, ten cuidado con eso. Ese Erik es un usurpador, y como tal, castigará con dureza cualquier síntoma de añoranza del régimen que derrocó. Tenlo en cuenta.
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27 de Marzo, 2012    General

CLXXXV

CLXXXV

      Con la esperanza de que, por buen comportamiento, Balduino les levantara el castigo, en los días siguientes todos se esmeraron mucho en los simulacros de invasión nocturna, y más que nadie Emmanuel, aunque tal dedicación, en su caso, se debía por un lado a que quería hacer méritos en su condición de escudero de Balduino, y por el otro, al temor a que por un error suyo se castigara al grupo entero. El pelirrojo suponía, cándidamente, que manteniendo agotada a la dotación de Vindsborg se pondría fin al boxeo y a la lucha, por lo que insistió en redoblar los simulacros en tanto sus hombres conservaran bríos, aunque el sueño insuficiente lo estaba volviendo malhumorado incluso a él mismo. Eso sí, a Honney ya no reincidió en sus lamentos por su hipotética vejez; pero, por desgracia, en eso de lloriquear no tardaría en llegarle un reemplazante que lo superaría por varios cuerpos, volviéndose duro de soportar.

       Todo comenzó una noche en que Snarki, apostado de guardia al pie de la escalinata de Vindsborg, subió corriendo la escalinata y despertó a todo el mundo. Se alzó un clamor indignado, porque ya habían tenido simulacro la noche anterior, y repetirlo ahora parecía excesivo; pero Balduino alzó una mano para imponer silencio.

          -¿Os parece de veras lógico que un centinela suba a despertar a todo el mundo en vez de gritar desde su puesto, aun tratándose de un simulacro y no de una invasión verdadera?... ¡Cómo sois bobos!-gruñó, adormilado-. Explícate, Snarki, ¿qué pasa?

        -Hay jinetes armados abajo. Exigen que salgamos todos para una inspección. Los manda un capitán Fulano de Tal que dice actuar obedeciendo órdenes del Conde Erik de Thorshavok.

         -¿Del Conde qué...?-exclamaron a un tiempo Balduino y Anders.

         -Amenazó con arrasar con Vindsborg si nos resistimos.

        Balduino se indignó sobremanera al oír aquello.

         -Ah, ¿de modo que la cosa es, encima, con amenazas?... El único que va a arrasar con algo aquí seré yo: ¡con las ganas de bravuconear de esa gente!... Muy bien, bajemos todos... Y, Snarki, acompáñame y repite delante de ese capitanejo sus exactas palabras.

          -¿Conde Erik?-se preguntaba Anders en voz alta, sin entender-. ¿Pero qué rayos pasó con Arn?...

       -Me temo que no es difícil barruntarlo, ¿no?: lo previnimos y, por desgracia, no estábamos equivocados en nuestras sospechas, tenemos otro Conde y habrá que aprender a lidiar con él.

         -¿Y Arn?

          -Sin prisas, Anders. Si aún vive, lo que es dudoso, a su debido tiempo veremos qué podemos hacer por él. Pero ante este Erik, quien, como todo usurpador, no estaría exactamente feliz de que mostrásemos mucho interés por su despojado predecesor, más vale aparentar, en principio, que lo que haya sucedido a Arn nos importa un bledo... Pero empecemos poniendo en su lugar a ese asno de capitán...

         Así diciendo, salió a la intemperie y descendió la escalinata, con Snarki pegado a sus talones y el resto de la dotación detrás, excepción hecha de Lambert, quien estaba de guardia en el torreón.

         A cierta distancia de la escalinata, abajo, había una treintena de jinetes aguardando firmes y hieráticos. Algunos de ellos portaban antorchas que arrancaron reflejos en las bruñidas armaduras. Al frente de ellos había un hombre de alrededor de cuarenta años, montado rigurosamente en su corcel y exhibiendo un aire que, de algún modo, no era del todo natural. Daba la impresión de posar para una estatua ecuestre.

           Snarki había tomado la delantera mientras avanzaba con Balduino hacia el oficial al mando. Este, por lo visto, le había caído muy mal, en vista de las palabras con que lo presentó:

         -Fue él, señor Cabellos de Fuego-dijo, señalando al capitán con el acento implacable del fiscal que exige al jurado la cabeza del reo-. Exigió que nos presentáramos de inmediato ante él, o de lo contrario no vacilaría en arrasar Vindsborg hasta sus cimientos.

            Balduino movió la cabeza con expresión de soberano desprecio, digna de sus viejos tiempos de supremo antipático.

           -¿Ah, sí? Imprudentes palabras-respondió, como escupiendo; y cuando el capitán intentó hablar, lo sofrenó alzando la diestra ante él-. Si apreciáis vuestra vida, no volváis a desafiarme de esa manera-advirtió, agitando un índice de forma temible-, pues venís sólo en nombre de un Conde que por el momento es todavía un perfecto don nadie; en tanto que yo soy hombre de confianza de Su majestad. No se trata sólo de que pueda mataros aquí mismo, sino también de que puedo hacerlo sin rendir cuentas a nadie más que al Rey; ¿ha quedado claro?...

          No eran sólo las palabras de Balduino, era también el tono helado con que las pronunciaba, el cual hacía pensar en que había muy cerca un verdugo con un hacha dispuesta, y que de él dependía que aquella noche esa hacha no se usara excepto, como mucho, para cortar leña...

          -En realidad, señor-dijo el capitán, turbado-, creo que he sido malinterpretado...

          -Mis hombres no malinterpretan nada, eso no es propio de guerreros bien entrenados como ellos-cortó bruscamente Balduino, y Snarki, a su lado, pensó en otra cosa para no echarse a reír-. No la embarréis más queriendo arreglarla, señor capitán, y pensad muy bien qué vais a decir en nombre de vuestro señor, y que bien podríais terminar colgado con él en un mismo patíbulo.

         -Creo, señor...

          -¿Creeis?... ¿Qué creeis?... Creed en Dios, que sólo El podrá salvaros, a vuestro señor y a vos, si trasciende qué trato dais a un emisario de Su Majestad, para colmo íntimo amigo suyo. Con el señor Arn fui paciente y benévolo, más de lo que debía; no sé si lo seré tanto con un nuevo Conde, quienquiera sea él; y de vos, un simple lacayo suyo, no tengo por qué tolerar nada... Pero abreviemos: ¿qué queréis?

      -Buscamos a un fugitivo.

         -¿Y para esto nos hacéis levantar en plena noche?... ¿Para que ayudemos en su captura? ¿No podíais esperar hasta mañana? ¿Qué creeis, que vuestro forajido no necesitará tomarse también su tiempo para dormir... Que seguirá siempre adelante, sin detenerse siquiera a descansar?

         -Señor, es que suponíamos...

          -¿Suponíamos QUIÉNES, exactamente: vos y quién más?

         Siguió un silencio un tanto tenebroso, luego del cual el capitán respondió algo en voz baja.

           -Diablos, ¿sois hombre o doncella, que os dirigís a mí con tanta timidez?... ¡NO OS ESCUCHO!-rugió el pelirrojo, pese a haber oído bastante bien.

            -Yo... Yo supuse...

        -Tened cuidado con cómo me habláis, ese tono osado en demasía puede traeros problemas. Pero vayamos al grano: ¿qué suponíais, en tan mala hora?

         -Supuse que...

         -¡EN VOZ ALTA!-bramó Balduino.

         -SEÑOR, SUPUSE QUE EL FUGITIVO PODÍA HALLARSE AQUÍ...

        -¡AQUÍ!... ¿ES QUE TENGO ASPECTO DE PROTECTOR DE MALHECHORES? ANDAOS CON CUIDADO, ¡ORILLÁIS VUESTRA PROPIA DESGRACIA!

         -¡NO, NO, NO, SEÑOR!... ¡JAMÁS OSARÍA INSINUAR NADA SEMEJANTE, CREEDME! ¡PERO ES QUE NO SABÍA QUE VOS ESTARÍAIS A CARGO AQUÍ!

       -Un momento: ¿cómo que no sabíais?...-intervino malignamente Snarki-. ¡Si os lo dije yo mismo! ¿Es que no me entendisteis?...

        -¡YO... YO DEBÍA CERCIORARME! ¡NO PODÍA IMAGINAR QUE TAN ALTO SEÑOR...!

            -LO QUE EN VERDAD ES ELEVADO, Y EN DEMASÍA, ES VUESTRO TONO DE VOZ. ¡SED MÁS HUMILDE, O PAGARÉIS POR VUESTRA ARROGANCIA!

         Si el capitán no hablaba en voz alta, era un mariquita temeroso, muy poco digno de la profesión marcial. Si por el contrario hablaba en voz alta, era un soberbio, un insolente al que no se podía tolerar. 

        ¿Qué rayos quiere de mí este pelirrojo?, pensó atribulado el hombre. Es muy difícil conservar el valor si se está ante quien parece ser alguien de mucho poder y al que se ha hecho enfadar. Una persona culta hubiera medido mentalmente la distancia que separaba a Balduino del Rey al que tan lealmente aseguraba servir y que lo había investido de tanto poder,  y habría razonado que había tiempo de sobra para matar a Balduino diez o veinte veces y arreglar todo para que pareciese una muerte accidental. Pero sería toda una hazaña que aquel capitán supiese leer y escribir; pretender de él otra proeza intelectual habría sido excesivo, cosa habitual entre los soldados de extracción villana. Y los plebeyos tienden a humillarse ante quienes ostentan cierta dignidad aristocrática. Conjugadas ambas cosas en un audaz lance, daba la impresión de que, si a Balduino se le tocaba siquiera un cabello, el culpable no viviría para ver el siguiente amanecer.

         El capitán empezó de nuevo, intentando mesurar el volumen de su voz para que no sonara timorato ni arrogante:

          -Es que, señor, no podía saber que vos estabais a cargo aquí, en, en...

           -¿...en semejante ruina?-concluyó Balduino; y a la luz temblorosa de las antorchas, el capitán empalideció, pero una sonrisa fingidamente inocente afloraba al rostro de Balduino-. ¿Son ésas las palabras que buscáis? Bien, quienes servimos al Rey no desdeñamos los palacios, cuando nos lo ofrecen; pero si una misión nos exige acampar a la intemperie en el mismísimo Infierno, señor, exactamente eso hacemos; ¿o por qué creeis, si no, que gozamos de la confianza de Su Majestad? ¿Por qué, sino porque moriríamos mil veces por él? A los dieciséis años, yo ya estaba al mando de la guardia palaciega, tanto se confiaba en mi absoluta lealtad y devoción...

          Snarki lamentaba que Balduino no lo hubiera despachado. Le era difícil permanecer serio mientrras oía todas aquellas jactancias absurdas; pero el acabóse fue la cara del capitán, llena de bobalicona admiración ante el supuesto hito en lo que parecía una impresionante carrera militar por parte de Balduino. En ese momento no pudo ya Snarki mantener la compostura, pero había temido que algo parecido sucediera, y ya tenía preparada una frase para encubrir en verdadero motivo de la risa:

          -Creo, señor Cabellos de Fuego, que el capitán pensará muy bien la próxima vez en qué lugares revisar... No lo estáis haciendo pasar un buen momento...

         -No pretendo inquietar a nadie, sin embargo- "aclaró" descaradamente el pelirrojo-. Sólo quiero que cada uno de nosotros ocupe el lugar que le cuadra... No obstante-añadió, volviéndose de nuevo hacia el capitán-, entiendo perfectamente vuestra situación, y estoy más que dispuesto a ayudaros; porque no hacéis sino cumplir órdenes, como yo mismo-apoyó una mano en el hombro del capitán, con aire solidario y protector-. Los hombres comunes, por lo general, no tienen idea de la tremenda responsabilidad que cargamos sobre nuestros hombros, y nos odian porque ven como atropello lo que no es más que el cumplimiento del deber. Parecéis hombre de sobrados méritos en tal sentido: ¿los valora debidamente vuestro señor? Porque si no fuera así, yo mismo me encargaría de hablar en favor vuestro ante el Conde Erik.

            El capitán se relajó, feliz de que la amenaza de temporal desapareciera en lontananza.

          -Os lo agradezco, señor-contestó, sonriendo complacido-, pero afortunadamente mi señor aprecia los méritos que adivináis en mí y, de hecho, fui ascendido hace poco.

          -No adivino nada, os aquilato, que es diferente; pero ¿estáis seguro de que no podría hacer nada por vos? Os podría recomendar para que os encargarais de la custodia personal del Conde.

           -Ya la tengo a mi cargo, señor, gracias...

           -Bueno... No me sorprende. Creo que tengo el ojo entrenado para advertir el potencial de un hombre; y después de todo, tras tener a mi cargo la guardia palaciega, ¿qué más lógico que notar cuándo un hombre está hecho para obtener un puesto similar?

         -Oh, señor, honor que me hacéis... Yo protejo al Conde, un noble señor, sí, pero en fin, no es lo mismo que custodiar nada menos que al Rey.

          -Vuestra humildad os honra, pero no os excedáis. Me caéis bien... Creo que no me dijisteis vuestro nombre.

          -Amund Gregson a vuestro servicio, señor.

          -Por el contrario: Balduino de Rabenland al vuestro.

            Hubo un intercambio de sonrisas. La de Amund equivalía al meneo de rabo de un perro emocionado ante la aparición de un amo querido y temible, y que, condescendiente ante una barrabasada del animal, depusiera los palos a favor de los mimos. La de Balduino se veía espléndida, y no era del todo insincera, ya que estaba muy satisfecho de cómo marchaba el asunto, y ahora que tenía a Amund convenientemente mareado y a su merced, empezaba a sentir simpatía por él...


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21 de Marzo, 2012    General

CLXXXIV

CLXXXIV

       -Puede que la historia sea cierta-prosiguió Balduino-, pero sus narradores la interpretaron burdamente, pues hicieron de Gran Roble una víctima, cosa que no era, excepto de su propia debilidad y estupidez; la verdadera víctima, desde luego, era Irene, quien ningún mal había hecho a nadie y sólo quería sobrevivir. Pero la ñoñería romántica obra maravillas, y Gran Roble se transformó, merced a una balada, en alguien que no tuvo elección, que estaba entre la espada y la pared, y que se condenó a sí mismo al condenar a su amada. Así inspiró compasión, cuando su conducta era inexcusable. Lejos de ser el duro que pretendía, Gran Roble demostró pertenecer a la más baja y despreciable categoría de blandengues, los que vienen adulterados de supuesta reciedumbre y cometen villanías manejados por otros. Triste cosa es que su detestable papel conmoviera a unos cuantos de nuestros cofrades en la Orden: si tanto lo compadecían era, sin duda, porque se sentían identificados con él. Pero un Caballero que tiemble ante eventuales amenazas a su reputación puede ser temible, y por otra parte un Caballero no debe aspirar a convertirse en el más duro de todos. La Caballería exige que uno sea implacable y compasivo, duro y blando, todo en las dosis exactas y en los momentos precisos.

         -Pero, ¿qué tiene que ver esta historia con lo que estábamos hablando?

        -En que estoy casi seguro de que, en algún momento, a Ulvgang sus hombres intentaron someterlo a una prueba, como a Gran Roble los suyos; hablo de cuando nuestros Kveisunger se enfrentaban a la flota de Thorvald y hallaron a Tarian en pleno océano. Pero, a diferencia de Gran Roble, Ulvgang tuvo las pelotas suficientes para responderles que podían meterse su dichosa prueba en el culo. El caso es que nuestros bravos Kveisunger, como los hombres de Gran Roble, se creen muy machos y muy duros, pero hay algo que los hace temblar como gallinas: la superstición. Todo lo que para ellos es vago e inaprehensible los acobarda. Por otra parte,  es lo habitual que alguien capaz de medirse solo contra diez u once hombres e incluso más, se encoja de pavor ante lo sobrenatural. Ahora bien, una superstición Kveisung sostiene que trae mala suerte tener niños a bordo de una nave. Y Tarian tenía sólo once años cuando Ulvgang lo admitió a bordo del Zeesteuven. Aquí las cosas sucedieron a la inversa que en la historia de Gran Roble, que culminaba con los hombres de éste siguiengo a la muerte a su jefe por no admitir que tenían miedo. Ulvgang creía que la presencia de Tarian a bordo del Zeesteuven, en efecto, le sería fatal; pero lo amaba tanto que  resolvió afrontar su destino con coraje. Y si el capitán se mostraba tan intrépido, sus hombres quedarían como cagones si no hacían otro tanto, pero el caso es que tenían miedo; no obstante,  creyeron que había una forma de manipular a Ulvgang, de obligarlo a proceder como querían, y era acusarlo de estar ablandándose. Tal vez terminaran creyéndolo, tal vez lo habían creído asimismo los hombres de Gran Roble, pero las acusaciones de éstos encubrían lujuria y envidia, y las que los hombres de Ulvgang imputaron a su jefe no eran mucho más honestas. En su caso, encubrían temor.

        'Pero era estúpido querer infundir temores ridículos en alguien como Ulvgang, que incluso contra guerreros espectrales había combatido, sobreviviendo a pesar de todo. Sabía quién era, sabía cuánto valía y sabía que no estaba ablandado en absoluto; al contrario, se endureció aún más y con mayor ferocidad para proteger a Tarian. Y humilló a quienes lo desafiaban. Los acusó de cobardes, lo que en realidad eran en ese momento. Por otra parte, algunos de sus hombres estaban de su lado: Gröhelle y Kehlensneiter, por ejemplo, y también Honney y su viejo compinche Mälermann, aunque estos últimos quizás a desgano: ya habían arriesgado sus cabezas antes, amotinándose contra Ulvgang, y no debía apetecerles la idea de contrariarlo de nuevo y perderlas esta vez... Equivalía a encontrar mucha, mucha mala suerte, sin necesidad de que Tarian la trajera. En resumen, Ulvgang quizás tuviera escasos aliados, pero los que tenía eran más sanguinarios que lobos entre ovejas. Eso debe haber disuadido cualquier conato de motín, pero el clima enrarecido persistió, y se agravó a medida que los hechos parecieron demostrar que, en efecto, Tarian había traído mala suerte: la flota de Thorvald no concedía ni un segundo de paz ni respiro a los Kveisunger. Sabes que Thorvald me merece enorme respeto, que admiro su coraje; pero estoy seguro de que ni él habría podido con Ulvgang, que lo superaba en astucia, de no haber sido por la presencia de Tarian a bordo del Zeesteuven. La certeza de que el niño-pez traía mala suerte acabó creándola: Ulvgang ya no podía concentrarse debidamente en luchar contra Thorvald en forma contundente, pues ahora su prioridad era mantener a salvo a Tarian, y no tanto del enemigo externo como del interno. Temía que su amado hijo fuera asesinado; defenderlo pasó a ser su única prioridad... 

       'Todo lo cual, de ser cierto, explicaría varias cosas. Primero, por qué nuestros Kveisunger guardan silencio sobre lo acontecido en ese último año de piratería, aunque sean muy locuaces al hablar de todas sus restantes aventuras, incluso la derrota final en Svartblotbukten. Ese último año les debe haber sido insoportable: los Kveisunger tienen en alta estima la camaradería, pero en ese ambiente de malestar provocado por la división entre simpatizantes y detractores de Tarian, por así llamarlos, no había compañerismo posible. Unos y otros estaban unidos sólo por la premonición de que no tardaría en sobrevenirles el final. No son recuerdos agradables, y seguramente no quieren hablar de ellos... En segundo lugar, ayuda un poco a entender también la relación que luego acabó creándose entre Ulvgang y Thorvald. Este, para Ulvgang, no era sólo un enemigo valiente y por lo tanto honorable: era como la mano amiga que arma en mano abrevia las penas del agonizante. Luego del desastre de Svartblotbukten, los piratas de Sundeneschrackt volvían a ser hermanos en lo bueno y en lo malo, aunque en número menguado; y esta vez, todos estaban unidos para proteger a Tarian, aunque más no fuera para que aquella derrota tuviera algún sentido.

        'Imaginemos cómo vivió Tarian todo esto. Durante ese único año de convivencia, sin duda la relación entre padre e hijo sufrió los embates de su entorno. Para cuando tuvo lugar la batalla final en Svartblotbukten, estaba fortalecida. Esa solidez del lazo familiar infundió en Tarian una inmensa dosis de obstinación y valor, que le permitió resistir diez u once años de tormento carcelario. Hacia el final estaba comprensiblemente acobardado y confundido. Cuando, una vez libre, chocó con el rechazo de Ulvgang, volvió al pasado con su mente, en busca de respuestas para aquella reacción, que no entendía; y reinterpretando los hechos a su manera, halló esas respuestas.

       'Durante aquel último año de libertad, Tarian se sintió imán de los dedos acusadores de buena parte de los hombres de Ulvgang, que lo hicieron sentirse ave de desgracia. En la niñez se es particularmente vulnerable, y Tarian debe haberse sentido impactado por esas acusaciones. No se lo culpaba por algo que hubiera hecho, sino por lo que iba a hacer, adrede o no: traer infortunio. En algún momento, la sensación de ser malquerido debe haberlo impulsado a plantearse la posibilidad de volver al océano, abandonando para siempre el Zeesteuven y a su padre. Por otro lado, anhelaba fervientemente quedar junto a éste, tal vez por ser su único pariente cercano vivo; pero ese detalle es lo más especulativo de todo esto.

         'Ulvgang no tenía dudas respecto a sus sentimientos hacia Tarian. La fisonomía de éste era demasiado similar a la de Margyzer, la amada sirena de Ulvgang; y los ojos verdiazules del chico eran un vivo recordatorio de su paternidad. Pero no pasaron juntos todo el tiempo que merecían. Ulvgang debía cumplir con sus deberes de capitán, y a la vez vigilar a los enemigos externos e internos y velar por la seguridad de Tarian. No deben haber tenido demasiado tiempo para el diálogo tranquilo. Ulvgang, además, seguramente lo exhortó varias veces a dejar el barco, aunque otras tantas debe haberlo detenido cuando Tarian, amargado, se decidía por cuenta propia a abandonarlo. Y es que aquel pirata implacable no vacilaría en defender a su hijo con su propia vida, pero a veces temía que esto no bastara para protegerlo. Por eso a veces  trataba de persuadirlo de que se marchara. Puede que a veces, luego de hablarle así, él mismo terminara reteniéndolo. De todos modos, en ciertas ocasiones, Tarian debió preguntarse si Ulvgang, al insistir en que se marchase, no estaba cediendo a las presiones de su tripulación, que le exigía deshacerse del muchacho. En Svartblotbukten no tenía ya dudas, pero su convicción flaqueó de nuevo cuando, más de diez años más tarde, Ulvgang lo recibió con fría indiferencia. Le pareció claro entonces que el temor a parecer blando, o quizás a haberlo sido, había hecho mella en su padre. Otros indicios parecían certificarlo: por ejemplo, el hecho de que Ulvgang, prisionero en las mazmorras, no admitiera que Tarian era hijo suyo. En realidad, por supuesto, con ello buscaba sólo protegerlo; pero la duda pudo inducir a Tarian a la errónea conjetura de que Ulvgang se avergonzaba de su paternidad. Y durante una de las peores torturas sufridas por Tarian, Ulvgang intentó mantenerse impasible para evitar que mataran a su hijo; fue Kehlensneiter quien, como sabes, perdió el control, y pagó por ello con su nariz y sus orejas. De cualquier forma, la inacción de un padre puede ser malinterpretada por la mente confusa y el corazón dolido de un hijo... Pero el tiempo del dolor está quedando atrás para Tarian. Ahora es el tiempo de la ira y el desquite, de demostrar a su padre cuánto se equivocó al despreciarlo. Quizás sea, para él, el comienzo de una etapa más positiva.

          -¿Lo crees realmente?-preguntó Anders, dubitativo.

          -Cuanto puedo decir es que la ira provechosa es preferible al dolor callado y pasivo-replicó Balduino.

         Anders no contestó. Cuando habló al fin, luego de un prolongado silencio, el cambio de tema fue total, hecho que Balduino recibió con verdadero alborozo: hay ocasiones en que las trivialidades son un auténtico bálsamo para el espíritu.
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21 de Marzo, 2012    General

CLXXXIII

CLXXXIII

      Tarian siguió participando, en lo sucesivo, de las prácticas coordinadas de combate, cuando las había. En vista de ello, Balduino debió regañarlo a gritos tanto como a cualquier otro cada vez que cometía un error; no hacerlo hubiese sido tratarlo como a un imbécil o a un marica. Tarian, sin embargo, no tenía problema en que Balduino o cualquier otro lo tratara de esa manera; sólo aborrecía que Ulvgang lo hiciese. Balduino podía entenderlo, porque Ulvgang, andustiado en secreto por la posibilidad de que Tarian corriese peligro, se había excedido, dando la impresión de ser un sádico atormentando a su víctima predilecta.

         -Lo que no puedo entender-le dijo Balduino una vez, estando ambos a solas-es que Tarian seguramente corre más peligro en el fondo del océano y, no obstante, sus inmersiones te tienen sin cuidado.

         -Eso no es cierto, señor Cabellos de Fuego-contestó Ulvgang-. Las veces que Tarian se ausentó durante días, temblaba para mis adentros temiendo que algo le hubiera sucedido allá abajo. Rezaba para que se tratara, sencillamente, de que no deseaba volver. Pero quiero un hijo valiente, no puedo prohibirle que bucee cuanto quiera. Ahora bien, es evidente que acerca de eso, él entiende más que yo. Por consiguiente, nada puedo hacer, excepto confiar en que sea cuidadoso; pero ¡cómo no quieres que me llene de espanto si comete, ante mis propios ojos, todos los errores habidos y por haber?... ¡Recuerda que aquel día creíamos que había decidido, por cuenta propia, combatir a los Wurms desde la playa y con nosotros, si un día vinieran aquí!

       Balduino no pudo menos que darle la razón.

         No quedaba claro qué motivaba realmente a Tarian a practicar con ellos. Balduino se lo preguntó una vez, pero no obtuvo respuesta, cosa que lo enojó de veras. Gustaba de respetar los secretos de la gente, gustaba de deducir por su cuenta qué secretos podían ser ésos, aunque nunca supiera si acertaba o no; pero Tarian proporcionaba pocos indicios que fueran de ayuda. Sin una mínima pista, las posibilidades de descubrir él mismo la verdad eran nulas, y eso exasperaba al pelirrojo. Reservado y de naturaleza eminentemente melancólica -por más probada que estuviera su capacidad de reír y bromear tanto como cualquier otro-, Tarian resultaba extraño; sondearlo resultaba tarea ímproba.

         -Bueno, no quiso decirte por qué optó por practicar con nosotros, pero ¿y qué?...-preguntó Anders, cuando Balduino comentó el tema con él.

           -Anders, Ulvgang me recomendó proteger a Tarian, y aunque no fuera así, lo cierto es que lo quiero como si fuera mi hermano, como a Hansi, como a Kurt, como a ti mismo; y sólo entendiéndolo bien podré apoyarlo como se debe.

         -Balduino, sabes mejor que yo que Tarian confía en ti más que en nadie. Cuando necesite apoyo, te lo hará saber.

         -Por otra parte, hasta que decida irse, Tarian está bajo mi mando. Un líder debe conocer bien a sus subordinados inmediatos.

           -Me haces reír, Balduino, disculpa que te lo diga. ¿Bajo tu mando? ¿Tarian? Ese hace lo que se le viene en gana, y cuando te obedece es también porque le viene en gana o por gracia divina.

          -Sí que sabes cómo levantar los ánimos de un líder aquejado por crisis, Anders-ironizó Balduino.

           -Y además, sabes de él cuanto necesitas saber. Que quieras saber todo lo que pasa por la mente de alguien peligroso como Kehlensneiter, lo entiendo; pero Tarian es inofensivo.

          -Da esa impresión, sí, pero  no se debe contar con ello. las grandes traiciones de la Historia fueron posibles porque alguien no desconfió de quien debía.

         Anders suspiró cansadamente.

          -Te oí decir eso ya antes, y supongo que tienes razón-respondió-; pero igual no dices más que tonterías, porque tú no desconfías realmente de Tarian, como no desconfías de mí.

         -Tú eres mucho más transparente que Tarian-repuso Balduino.

         -Me importa un bledo la transparencia, ¡no desconfías de Tarian!-porfió Anders-. Hace un rato era el apoyo a Tarian, ahora es que no te inspira confianza. ¿Qué tal si te sinceras y reconoces que, simplemente, Tarian te intriga? No condeno esa curiosidad, yo también la tengo; pero Tarian es conmigo todavía más reservado de lo que es contigo, y como no tengo tu habilidad para conjeturar, no me queda más remedio que resignarme.

         -Pues te aseguro que tu ingenio se está aguzando, y justo en el momento en que menos me conviene... Sí, Tarian me intriga... Pero si hace unos meses hubiese dicho el discurso del apoyo o el de la desconfianza, tú lo habrías creído.

         -Pues mi ingenio no alcanza para elucubrar sospechas acerca de los motivos por los que Tarian eligió sumarse a nuestras prácticas. Pero ya que tú algo debes sospechar... ¿qué tal si me iluminas?

        -Sí, sospecho algo, pero no tengo forma de saber cuán fundamentado es mi punto de partida. Dime: ¿qué opinarías de alguien que es a la vez herrero y zapatero?

       -Me parecería admirable. No conozco a nadie que ejerza dos oficios al mismo tiempo... Bueno, bah, aquí, en Freyrstrand, todos saben de todo, en general; pero no puede decirse mucho en favor de la calidad de algunos de sus trabajos. Les basta para sus necesidades, pero nada más.

         -Pues a eso apuntaba. Dominar a fondo los secretos de un único oficio demanda ya mucho tiempo y dedicación, es el aprendizaje, casi, de toda una vida. Quien quisiera aprender a fondo dos oficios, creo que terminaría no ejerciendo a la perfección ninguno de ellos, y perdería la clientela, tanto en su condición de zapatero como en la de herrero, desplazado por otros mejores que él. ¿Qué le recomendarías tú a alguien así?

        -Que se decidiera por sólo uno de esos oficios y se perfeccionase sólo en ese. Pero no entiendo que tiene que ver todo esto con Tarian.

        -Bien, el caso es éste: alguien que fuera a la vez herrero y zapatero tal vez desempeñaría ambos oficios, o uno al menos, aceptablemente, pero nunca tan a la perfección como alguien que sólo se dedicara con mucho ahínco a dominar sólo el arte de la herrería o el de la zapatería... Ahora bien, Tarian es anfibio, vive tanto en tierra como en agua, pero resulta bastante mediocre para las tareas en tierra firme. A nosotros nos admiran y, por momentos, hasta nos despiertan cierta envidia su capacidad de respirar bajo el agua, sus habilidades natátiles, su increíble insensibilidad al frío; pero no conocemos a nadie más que posea esas características. Así que a nosotros nos parece un ser único; pero no lo es, todas esas singularidades le vienen del linaje materno, del pueblo de los hombres-peces, de los cuales deben subsistir todavía al menos algunos ejemplares, por más que nuestros Kveisunger hayan dudado de ello más de una vez. De hecho, en tiempos en que Ulvgang conoció a la madre de Tarian ya se decía que los tritones y sirenas estaban extintos. Sabemos que Tarian,  no hace tanto tiempo, vivió un intenso aunque breve romance submarino; probablemente, con una sirena. Y si queda o quedaba una viva, podría haber otras. Quizás también tritones. En ese ambiente, Tarian ya dejaría de parecer tan singular, al menos en el sentido positivo del término. Seguramente no sería quien nadase mejor puesto a competir contra vigorosos tritones, y quizás éstos lo aventajarían también en otros aspectos que ignoramos. Visto de esa manera, quizás también su desempeño en el mar pudiera calificarse de mediocre. Vendría a ser entonces como un  hombre que, por dedicarse a la vez a la herrería y a la zapatería, no sobresaliera en un oficio ni en otro.

       Anders sonrió.

         -¡Ya quisiera yo ser así de mediocre en el agua!-exclamó.

      -Seguro, Anders, yo también; pero hay situaciones que en cierto modo te obligan a ser, no sólo muy bueno o descollante, sino directamente el mejor. Volvamos al ejemplo del herrero que además es zapatero. En los pequeños pueblos, puede haber sólo un herrero y sólo un zapatero; de modo que con esos te tienes que conformar. Pero en las ciudades grandes, normalmente hay varios, de modo que todos ellos deben cuidar su clientela. Si no lo hacen, esa clientela buscará otros herreros u otros zapateros. Supongamos, entonces, que el hombre de nuestro ejemplo ha perdido clientela tanto en su oficio de herrero como en el de zapatero. Elige, por lo tanto, uno de esos oficios, e intenta perfeccionarse en ése para recuperar sus viejos clientes. Estos, sin embargo, ya no le tienen la confianza de antes. Han encontrado otro mejor herrero y otro mejor zapatero, y prefieren seguir con ellos. Tarian, en algún momento, decidió que debía elegir entre el mar y la tierra firme...

         -...y crees que eligió la tierra firme-intuyó Anders.

            -No exactamente. De hecho, hizo su primera elección al enamorarse. Puestos en la balanza los motivos para elegir entre la tierra y el mar, no cupieron dudas acerca del resultado: en tierra tenía un padre indiferente, el recuerdo de las torturas padecidas en Kvissensborg y, en el mejor de los casos, nosotros, sus amigos, que un día deberemos irnos y dejarlo solo; mientras que la vida en el mar le prometía una posible compañera, la esperanza de iniciar su propia familia. El mar fue sin dudas su primera elección, y por eso se ausentó durante varios días, tal vez convencido de nunca más regresar excepto, como mucho, para despedirse. Pero algo salió mal en sus planes. Sabemos que una de las posibles causas de las torturas que sufrió en Kvissensborg fueron esas llamativas orejas puntiagudas que tiene y que además mueve a voluntad. Se ha pensado que por ello los carceleros lo vieron como a un fenómeno o un monstruo, y reaccionaron en consecuencia... O tal vez no. Tal vez usaron eso como pretexto para justificarse a sí mismos sus crueldades. Y en las profundidades marinas, entre el pueblo semihumano con cola de pez, pudo haberle ocurrido algo parecido con sus piernas, que serían vistas como una rareza. De ser así, su situación debió ser similar a la de nuestro hombre teórico, el que habiendo podido ser sólo herrero o sólo zapatero necesitaba recuperar la credibilidad de sus clientes. Probablemente, las sirenas y tritones lo vieron como una abominación a causa de sus piernas. Entonces, él se vio obligado a probarles que merecía que lo trataran como a su igual.

         Anders descubrió sin asombro que el suspenso apenas si le permitía respirar. O Balduino era realmente muy hábil para deducir, o lo era para fantasear, pero sin duda sus historias, deducidas o fantaseadas, eran atrapantes.

           -No sabemos en qué consistió la prueba que Tarian debió afrontar-prosiguió Balduino-; pudo ser una carrera a nado, tal vez una lucha. No me cabe duda de que, si conociéramos los detalles, tendríamos motivos para sentirnos orgullosos de él. No es alguien que se rinda así nomás: su valiente resistencia en las mazmorras de Kvissensborg es la mejor prueba de ello. Aun así, fue derrotado, y derrotado, tal vez, no ante cualquier público, sino frente a uno quedeseaba verlo vencido por considerarlo ridículo y deforme debido a que posee piernas y no cola de pez, que es, creemos, lo normal en El Mundo Bajo las Olas. Y si la derrota fue dura, peor fue, quizás, el desdén que le brindó su amada sirena, que quizás incluso obsequió sus favores al vencedor... Socialmente, los perdedores están mal vistos. Ese triunfalismo es habitual, pero no menos injusto. Puedo comprender a Tarian, porque yo mismo soñaba con ser el campeón del Reino y, como sabes, sentí que mi mundo se venía abajo cuando me enviaron aquí, castigado, según imaginaba... ¿Recuerdas?

         -Recuerdo-asintió Anders-. Pero, ¿qué supones que hizo Tarian tras su derrota?

          -El es muy emocional. Sufrió mucho; tú estabas en Kvissensborg, con Lyngheid encinta y próxima a dar a luz, cuando él regresó de su larga ausencia. Lloraba a mares, calladamente; me hizo mal verlo, pero no quise preguntar nada, sólo acompañarlo en silencio.

         -No me habías dicho nada de eso...

          -No. Para cuando volví a verte, el gran acontecimiento del momento, el nacimiento de tu hijo, me hizo olvidar cualquier otra cosa. Como tú mismo no preguntaste nada, recién ahora caigo en la cuenta de que no estabas al tanto.

          -Creo que mi propia felicidad me hizo olvidar que Tarian se había enamorado-dijo Anders, sintiéndose de pronto un tanto egoísta.

         -Da lo mismo, ahora lo sabes... Bueno, en ese momento en que Tarian lloraba a mi lado, intenté imaginar lo que podía haberle sucedido; cada vez me formo un panorama más completo al respecto, aunque me frustra ignorar si es exacto. Como sea, algo sucedió ese día, algo que seguramente lo hizo considerar la posibilidad de elegir una vida en tierra firme. Analizándolo, debe haber llegado a la conclusión de que no todo es tan malo aquí. Kvissensborg, al fin y al cabo, no ha de ser en su mente más que un mal recuerdo que pronto empezará a disiparse. Hildert y sus hombres lo tratan ahora casi como a un príncipe; la gente de Freyrstrand lo considera raro, pero no se lo dice, sin duda porque saben que, a su manera, ellos son tan raros como él, y lo tratan muy bien. Algunas de las rarezas de él hasta se complementan con las de ellos: míralo si no juntar flores como con asco para que Gudrun, romántica como un ladrillo, se las dé de comer a sus ovejas... Debo ser el único hombre del mundo sin motivos para estar celoso de que a su novia otro hombre le regale flores. Tarian parece considerarlas basura de la que hay que librarse; Gudrun, forraje para su rebaño.... Al margen de todo esto, otro trascendente acontecimiento, el nacimiento de tu hijo, influyó en la decisión de Tarian. Ahora que tienes aquí esposa e hijo, lo lógico sería que , aunque tusa deberes te obligaran a alejarte de Freyrstrande, acabaras regresando tarde o temprano. Así, Tarian debe razonar que, incluso aunque uno de sus amigos, yo, se marchara para siempre, le quedaría otro aquí: tú. Y aunque no volvieras, dejarías atrás una especie de prolongación tuya, la de tu linaje. Emocional como es Tarian, necesita gente sobre la cual  volcar su afecto: si nos marcháramos, lo creo capaz de asumir por cuenta propia las funciones de temible perro guardián de Kon, manteniendo al niño bajo su custodia hasta el regreso del amo. No me parece sano que sólo tenga ese tipo de objetivos en su vida pero, por otra parte, mejor tener objetivos como ésos que ninguno en absoluto. También está Hansi, por supuesto: Tarian lo adora... En fin, tiene ahí unos cuantos motivos para quedarse en tierra, pero posiblemente le parezca que necesita probar, en cierto modo, que merece estar aquí. Nosotros no le exigimos perfección, y tampoco hay aquí una doncella por cuyo amor se sienta obligado a hacer las cosas mejor que nadie. Con hacerlas más o menos igual que cualquier otro le bastaría. la prueba que decidió afrontar, o un paso de la misma, fue demostrar sus aptitudes para las maniobras coordinadas.

         -Pero si realmente quiere vivir en tierra firme, ¿por qué sigue sumergiéndose prácticamente todos los días y, en ocasiones, ya desde el alba y hasta mucho después de la puesta de sol?

           -Bueno, después de todo, nació en el mar, ¿no? Y no olvides que, a pedido mío, hace ciertas tareas allí; concretamente, buscar cuevas submarinas. Pero creo que eso no es sino un pretexto para él. me parece que busca su camino en la vida, y supone que ese camino puede estar sólo en tierra o sólo en el mar, y no se decide del todo por uno o por otro. No es así; no tiene por qué ser así, al menos, y estoy casi seguro de que n o será así. En primer lugar, Tarian necesita del mar para nutrirse. Es cierto que, en Kvissensborg, sobrevivió diez u once años a base de comida carcelaria bien terrestre, pero Varg es mucho más mortífero como cocinero... Un día de éstos, quizás yo mismo me zambulla de cabeza en el océano en busca de mariscos crudos-Balduino sonrió-. Sería tonto de su parte privarse de lo que, para él, deben ser exquisitos manjares. Y como no es tonto, no se priva ni se privará. En segundo lugar, ama el mar. Aun si se lo propusiera, no podría prescindir de él. Eso es evidente, porque en lo que puede me obedece, pero si  en algo fracasé miserablemente es en mis intentos de mantenerlo lejos del mar. A la larga, y puede que ya esté sucediendo, creo que Tarian aprenderá que su naturaleza anfibia no es culpa suya, e incluso que no es culpa en absoluto; que puede ser y hacer lo que le venga en gana, si con ello no causa daños serios y graves a los demás. Daños menores, los causamos todos, intencionadamente o no. Si no obstante a los demás les disgusta que él ser indiferente, pueden ser ellos quienes se amolden a Tarian, y así ser iguales a él...

        Anders quedó pensativo.

         -Pero no tiene sentido suponer que pueda estar comprendiendo eso si, por otra parte, insiste en participar de prácticas que no necesita y que dudo que le gusten-señaló.

          -Anders, no sé qué bicho te picó, pero de veras te felicito, hoy razonas bastante bien; pero así y todo, creo que te equivocas. La persona imperiosamente  necesitada de aceptación se siente oprimida y, por lo mismo, reacciona de forma adversa para ella misma si no logra sus propósitos... Tarian siente que su padre lo desprecia, que se avergüenza de él; sólo eso explica, en su mente, que lo haya rebajado con tanta saña frente a los demás. Así que pretende demostrarle su propia valía y hacerle guardar en el culo su vergüenza y desprecio, demostrándole que, si quiere, puede desempeñarse más que aceptablemente en tierra firme. Pero eso no significa necesariamente que se proponga vivir en tierra firme, aunque considere la posibilidad de hacerlo; al contrario, si hasta a su propio padre manda al diablo, ¿qué mierda puede importarle lo que cualquier otro pueda objetar?...

         -¿Pero cómo es posible, Balduino, que Tarian no huela a gato encerrado en ciertas actitudes de Ulvgang? Antes de que ambos fueran hechos prisioneros junto con el resto de la banda en Svartblotbukten, Ulvgang demostró amar intensamente a Tarian, así que, ¿cómo no duda él que, de ese amor, su padre haya podido pasar al desprecio y el bochorno?

         -Andes, déjame contarte algo que oí una vez, una historia fea que los juglares interpretan como tragedia romántica y que, en realidad, es todo un paradigma de imbecilidad y cobardía, o me lo parece, al menos. Unos salteadores, hombres ellos que se tenían todos por muy machos y muy duros, atacaron muy astutamente unas carrozas custodiadas por una fuerte escolta que, sin embargo, fue diezmada. Los salteadores obtuvieron un buen botín, pero en una de las carrozas viajaba una dama de la nobleza, una mujer de verdad bellísima. El jefe de la banda no permitió que se le hiciera daño. Era un hombre físicamente imponente, al que por ello apodaban Gran Roble. Garantizó protección a la dama, cuyo nombre era Irene, y anunció que pedirían rescate por ella.

        'Sin embargo, a veces las cosas salen muy mal, y eso fue lo que sucedió en esta historia: Gran Roble se enamoró perdidamente de su cautiva. Dicen que también ella de él, pero yo no lo creo; en cualquier caso,  si estaba enamorada, al menos le habrá hecho creer a Gran Roble que sí lo estaba, quizás para que él la dejase libre o se descuidase, dándole la oportunidad de huir. Empezaron a pasear solos por el bosque. Durante uno de estos paseos, los vio un hombre de la banda. En ese momento, Gran Roble e Irene se estaban besando, y no advirtieron que los observaban; pero cuando volvieron al campamento, pesó sobre ellos el silencio acusatorio del resto de los salteadores. Presintiendo dificultades, Gran Roble alejó un poco a Irene y se enfrentó a sus secuaces. Estos lo acusaron de estar ablandándose y de preferir una hembra cualquiera a la lealtad de sus camaradas. Gran Roble intentó defenderse de esas acusaciones, pero los otros no estaban dispuestos a creerle, a menos que cumpliera con una prueba terrible que le exigían; y él, sombrío, accedió a cumplir con ella.

        'Entonces, Gran Roble llegó hasta Irene, y la arrastró violentamente hacia donde aguardaban los demás. Una vez allí, la arrojó al suelo, y alrededor de la muchacha se arracimaron los secuaces, con sus semblantes deformados por la lascivia y la brutalidad. Cayeron sobre ella como buitres hambrientos sobre la carroña. la vejaron cuanto quisieron, sin conmoverse un ápice ante sus súplicas de clemencia; y suplicando clemencia fue que murió la desdichada Irene, muy maltratada y sin deseos de vivir luego de tal ultraje. Gran Roble lo contempló todo, en apariencia impávido, pero hecho pedazos por dentro. Su reputación estaba a salvo, pero el precio fue condenar a muerte a la mujer que amaba. No pudo soportarlo. El siguiente asalto que planeó fue casi suicida. El botín a obtener era considerable, muy tentador; pero la custodia de la caravana superaba a los salteadores. Sin embargo, los hombres temieron quedar como cobardes si no seguían a Gran Roble. Este, sencillamente, se hizo matar durante el ataque, porque no quería vivir sin Irene y cargando, además, con la culpa de haber causado su muerte. Caído su líder, el coraje abandonó a los salteadores, que fueron presa fácil de la escolta. Ni uno sobrevivió. Murieron suplicando en vano la misma clemencia que la infortunada Irene les había suplicado a ellos, y que ellos no le habían concedido; murieron, en una palabra, en la más patética de las deshonras.
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publicado por ekeledudu a las 18:54 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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