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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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Mostrando 11 a 20, de 269 entrada/s en total:
01 de Abril, 2013    General

CCXII

CCXII

      Balduino se veía forzado a complejas asociaciones mentales, a primera vista inconexas unas con otras, para intentar aproximarse a la no menos compleja mente de Adam. Ursula consideraba abominable a este último; le parecía un cobarde y rastrero ayudante de siniestros hechiceros. Tampoco Ljottur le era muy querido que digamos, y esto podía no ser casual si se tenía en cuenta la similitud que había entre él y Adam. Ambos eran enclenques, si bien ahora Ljottur, merced a una mejor alimentación, empezaba a poner un poco más de carne entre sus huesos; y en un principio, lo rodeaba un cierto aire vil que recordaba el de Adam, aunque no era tan pronunciado como el de éste. Eso debía tener su importancia de alguna manera. Ljottur se parecía a Adam, y sin duda por eso no caía simpático a Ursula; y Adam, que a su vez detestaba a la giganta, reaccionaba solidarizándose con el primero... O bien sentía cierta empatía hacia él, y Ursula, notándola, endosaba a Ljottur la antipatía reservada originalmente a Adam... O bien, sencillamente, las mencionadas similitudes despertaban en este último y en Ursula las inevitables emociones antagónicas e independientes una de otra. La explicación más probable parecía la última, porque Ursula y Adam reñían por muchas cosas, pero Ljottur nunca llegó a ser motivo de discordia entre ellos. De hecho, y aunque Adam era relativamente amable con Ljottur, por la forma en que, a veces, lo miraba desde la distancia, era obvio que al mismo tiempo sentía cierto desprecio por él, igual que, tal vez, se despreciaba a sí mismo.

       Un probable motivo para dicho desprecio podía buscarse en el presunto pasado de Caballero de Adam. Ljottur era tan miedoso como Snarki lo había sido en otro tiempo, y los Caballeros a menudo eran desdeñosos con los cobardes. Quizás ése había sido en otro tiempo el caso de Adam, y tal vez conservara ese rechazo. El mismo Adam era un reconocido cobarde y, por lo tanto, la persona menos apropiada para repugnarse del miedo ajeno; pero, ya se ha dicho, también a sí mismo se despreciaba Adam, además de la probabilidad de que adhiriera a la humana tendencia de notar la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio. De todos modos, Balduino creía que la cobardía de Adam había sido muy exagerada, tal vez a consecuencia de la idea simplista de que todo oscuro secuaz de gente rayana en lo diabólico, por fuerza tenía que ser cobarde. El hecho de que hubiera osado traicionar en provecho propio a aquéllos a quienes servía era un indicio en contrario de que él lo fuera, pues obviamente había necesitado de una enorme dosis de coraje para desafiar así a la poderosa y temible Hermandad, que tarde o temprano acabaría encontrándolo y haciéndole pagar cara su traición. Adam había aceptado ese destino con fatalismo, pero sin verdadero miedo: lo encontrarían, lo matarían, no habría escondite posible; que así fuera.

      Posiblemente, entonces, Adam despreciara a Ljottur por miedoso, y a la vez le diera trato preferencial por encontrar que en otros aspectos se le parecía. Pero había otro probable motivo para el desprecio de Adam, que había que buscar en su propia falta de miedo a ser asesinado: nada parecía tener valor real para él, y su propia vida menos, que ninguna otra cosa; así que Ljottur, simplemente por parecérsele, quedaba igualmente devaluado. Fuera cual fuere el motivo, afecto no le tenía, y al enterarse de que, según Hendryk, Svartwulk intentaba proteger a Ljottur en sustitución de un espíritu que le sirviera de tótem, Adam opinó que esto explicaba que también los Kveisunger se mostraran protectores con el chico: debían ser mucho más animales de lo que parecían, si se preocupaban por alguien tan insignificante.

          Claro que, amarga constatación, había en Vindsborg alguien que no sólo resultaba más insignificante que Ljottur, sino también, a la vez (y aunque pudiera parecer contradictorio con su insignificancia), más irritante y aburrido. En otras palabras: Arn se estaba convirtiendo en el mayor dolor de cabeza de Balduino...
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publicado por ekeledudu a las 16:53 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
23 de Marzo, 2013    General

CCXI

CCXI

        Los Kveisunger no sabían bien qué hacer o cómo tomar a Ljottur. Lo consideraban medio idiota, pero después de unos días dio la impresión de que les inspiraba cierta tosca ternura, y empezaron a mostrarse protectores con él. Honney lo comparó en algún momento con un animalito, una mascota; lo cual dio pie a muchos chistes acerca de que Ljottur era el único animal del señor Cabellos de Fuego que hasta la fecha no había mordido o atacado de cualquier otra forma a Honney, y que por eso éste se hallaba tan contento con él. Por su parte, el feroz e impredecible Kehlensneiter aparentaba indiferencia por Ljottur, se desentendía en general de él. Pero se murmuraba que en alguna ocasión, siendo de noche y creyendo que los demás dormían, se había levantado a tomar guardia y, ya a punto de salir, había vuelto sobre sus pasos para arropar a Ljottur, cuyas cobijas estaban en total desorden, exponiéndolo a tomar frío. Kehlensneiter no concedía este tipo de gentilezas a nadie, excepto Tarian y Hansi. De ser cierto este rumor, y Balduino tenía la corazonada de que lo era, la pretendida indiferencia de Kehlensneiter era fingida; pero como una corazonada no es una certeza, decidió investigar el origen se aquella versión, que de la que él se enteró por Karl, a quien, a su vez, se la había contado Adler. Así que una tarde, tras las labores del día, abordó a este último en compañía de Karl, para preguntarle si había sido testigo directo del suceso, o si simplemente lo conocía por otros.

        -No, no... Por otros-contestó el interrogado, un tanto nerviosamente.

         -¿Por quién, exactamente?-preguntó Balduino.

         -No recuerdo-fue la respuesta.

          -¡Pues haz memoria, hombre!...-se impacientó Karl.

          -Calma, Karl, calma...-dijo Balduino, apaciguador-. Vamos a ver, Adler, usemos la lógica: con seguridad no lo supiste por un Kveisung, pues ningún Kveisung sería tan indiscreto respecto a un asunto así. Es un episodio que muestra muy emocional a un compañero suyo y, por lo tanto, muy blandengue. Por una cuestión de códigos, algo así se mantiene en secreto. El único entre los Kveisunger que, quizás, podría atreverse a algo así sería Ulvgang, quien es más duro que los otros y se permite hablar de sus propias emociones, por lo que no creo que encuentre vergonzosas las ajenas; pero de todos modos, creo que ni él ventilaría algo así. Y si hubiera sido él, lo recordarías: si uno no es capaz de recordar que nada menos que El Terror de los Estrechos le ha hecho una confidencia, no sé de qué podríamos acordarnos en este mundo. Descartaría también a los Björnson y a Ursula, que se comportarían más o menos igual que ellos en este asunto. Es también poco probable que haya sido Adam: abúlico como es, encontraría igual de rutinario, aburrido o intrascendente que Kehlensneiter arropase a Ljottur o lo destripara... Aunque, ácido como es, también podría ocurrir que se burlase de él en su propia jeta, en cuyo caso quien terminaría destripado sería él.

        Adler exhaló un suspiro, visiblemente aliviado de que Balduino mencionara aquello.

         -Bueno, ahí está, señor Cabellos de Fuego-dijo-. Si algo de esto llega a oídos de Kehlensneiter, nos degüella, nos desuella vivos, nos fuerza a devorar nuestros propios intestinos... Ya sabes que no le gusta que uno ande diciendo cosas de él, así que no me exijas esa audacia...

           -Imbécil, ¿y para qué empiezas a hablar, y te arrepientes luego, entonces?-lo intrepó Karl, fastidiado-. Ya que has abierto tu boca, ábrela hasta el fin, desembucha; y luego, si Kehlensneiter se entera, puedes decirle que fue culpa mía, que quien fentiló todo este asunto fui yo. Entre la simpatía que me guarda y los años que tengo, que de todos modos ya estoy a las puertas de la muerte, el tema está resuelto.

         Adler se volvió hacia él con genuino horror en su rostro salpicado de cicatrices de viruela.

           -¿Estás loco?... ¡Yo nunca haría algo así, y de todos modos, dudo de que Kehlensneiter hiciera diferencias entre un infidente u otro! ¡Tal vez se tragara que iniciaste el rumor, pero si creyera que yo lo repetí, pagaría con mi vida tanto como tú!-miró otra vez a Balduino-. Señor Cabellos de Fuego, debo pedirte que olvides todo esto, será lo mejor.

         -Muy bien, muy bien, lo olvidaré... Pero antes de hacerlo, te diré algo, y medita muy bien al respecto: Kehlensneiter puede ser nuestro compañero o nuestro enemigo. Ambas cosas a la vez, no; es imposible. Deberíamos tener el coraje de ponerlo a prueba y descubrir si es una cosa u otra, fuera cual fuere el resultado. Por otra parte, respóndeme: si vamos a achicarnos frente a Kehlensneiter, ¿cuál es el sentido de entrenarnos para luchar contra los Wurms, que son mucho más temibles?

         -Sólo en parte tienes razón, señor Cabellos de Fuego. Pues los Wurms están lejos, y mi esperanzaes que nunca lleguen aquí. Esto es lo que me mantiene en Kvissensborg; pues, aunque quiero serte fiel, si de veras creyera que podrían venir, habría huido hace mucho tiempo.

          -Si de veras piensas así, eres muy tonto. No es imposible que alcancen estas costas algún día, aunque no es probable.

            -Ya lo sé, y por eso me tomo en serio todas tus órdenes. Pero el caso es que cuando vengan, si vienen, lo verdaderamente imposible sería la huida; así que no quedará más remedio que luchar y morir heroicamente, aunque uno en realidad mucho diste de ser un héroe. Triste consuelo, pero mejor eso que nada. En cambio, con Kehlensneiter hasta ese consuelo sería imposible. Hice algo que estaba mal, algo que a él no le agradaría. ¿Qué defensa queda cuando a uno lo paraliza la culpa y el terror de un verdugo de ojos espeluznantes resuelto a vengarse?... ¡Los ojos, señor Cabellos de Fuego, los ojos de ese hombre!... ¡Dios, si estoy seguro de que hasta la mirada de un Wurm parecería angelical por comparación!

        Y en ese instante, Adler miró hacia todas direcciones, asaltado por un  horrendo aunque afortunadamente vano presentimiento. 

          -Cálmate, hombre, Kehlensneiter no anda por aquí-lo tranquilizó Balduino-. Vamos, Karl.

          Daba la impresión de que menos trágico habría sido para el viejo Karl perder el único brazo que aún le quedaba, que no ser útil al pelirrojo en algún asunto. Balduino lo conocía de sobra; así que, cuando se retiraban, le dijo:

         -Cambia de cara, que lo que quería saber, lo he averiguado.

          -¿Sí?...-preguntó Karl, escéptico.

          -Así es. Con el terror que sienten hacia Kehlensneiter los posibles testigos de ese curioso incidente con Ljottur, es evidente que no andarían inventando chismes sobre él, conociendo a qué se arriesgan: describieron algo que realmente ocurrió y que, por insólito, les hizo olvidar por un momento toda prudencia. El hecho fue cierto, e importa un comino quién fue testigo del mismo. Es cierto que el viejo Lambert no teme tanto a Kehlensneiter; él podría animarse a divulgar zonceras sobre el buen cortagargantas, pero nunca antes demostró afición por el chisme, así que supongamos que no la tiene.

           Pero incluso admitiendo la realidad del incidente, por el momento Balduino no se sentía capaz de interpretarlo como era debido. Que Ljottur había tocado una fibra sensible en el corazón de Kehlensneiter, parecía un hecho; pero el motivo continuaba siendo un enigma. Habría que estudiar atentamente su conducta en busca de más evidencia. Por desgracia, el trabajo no dejaba mucho tiempo para ello, y menos teniendo en cuenta que había otros múltiples asuntos que atender.

        Casi tan inusual como el comportamiento de Kehlensneiter era el de Adam. Frente a Ljottur, éste deponía sus habituales burlas y sarcasmos. Cuando alguien se lo hizo notar, Adam replicó que Ljottur parecía una mente privilegiada por comparación con varios de los imbéciles que había en Vindsborg y que, por lo tnanto, merecía cierta deferencia. Cuál era la verdad latente bajo esta burla, imposible saberlo. Al principio, Balduino trató de llegar a ella partiendo del supuesto de que Adam de veras había sido Caballero en otro tiempo, lo que parecía comprobado por increíble que pareciera, y que frente a alguien tan vulnerable como Ljottur, sus antiguos instintos caballerescos afloraban en él muy a su pesar.

          Por desgracia, había una objeción a tal teoría: en otro tiempo,  Snarki, todavía obeso y sospechado de un crimen del que era inocente, se había visto igualmente necesitado de protección. Y con él, Adam no había mostrado la menor compasión. Al contrario, se había regodeado mortificándolo con insinuaciones macabras, como alusiones a esa horca que, por entonces, aguardaba a Snarki aunque se hubiera diferido su cita con ella por habérselo enviado a trabajar a Vindsborg. En ese asunto, Balduino sabía que Adam no había sido el único: de oídas le constaba que también Honney acostumbraba a divertirse de forma muy parecida con Snarki por el mismo tiempo. Por lo tanto, quizás entendiendo qué había llevado a Honney a comportarse así, se comprendieran también los motivos de Adam. A éste era inútil preguntarle: contestaría con burlas y estupideces. Así que Balduino optó por interrogar a Honney en la primera oportunidad que se le presentó.

          Pero el intento fue un fracaso:

           -¿Qué quieres entender, por qué Adam torturaba a Snarki recordándole a cada rato que lo aguardaba la horca?-preguntó Honney, desconcertado, cuando Balduino lo encaró-. No es complicado de entender. Adam es una basura, una mierda de tipo. Por eso lo hizo. ¿Qué es lo que no entiendes de ello?

            -Eh... ¿Es por eso mismo que tú también asustabas a Snarki?

           -¡Eso no, señor Cabellos de Fuego, eso no!... Yo sólo me divertía un poco, ¿qué quieres?, él era un  gordo miedoso, yo me aburría y él estaba ahí...-se interrumpió al notar que Balduino reprimía una carcajada-. ¿Qué?

          -Nada, olvídalo-respondió Balduino, meneando la cabeza. ¿Malvado... un Kveisung? ¡Cómo se atrevía a insinuar villanía semejante!...
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18 de Marzo, 2013    General

CCX

CCX

      Algunas de las reacciones de otros habitantes de Vinsdborg para con Ljottur eran lógicas o predecibles. Ninguna más que la de Hijo Mío, sin embargo. Emmanuel quería ser armado Caballero, así que haría cuanto Balduino le ordenara, incluso introducir su cabeza en las fauces de una fiera de ser necesario, con tal de alcanzar su meta. Al parecer, era esencial mostrarse amable y protector con Ljottur; por lo tanto, precisamente eso pensaba hacer. Lo cual no fue obstáculo para que igual diera a Balduino la sorpresa de su vida en otro aspecto. Ello ocurrió cuando Hansi, tras ausentarse de Vindsborg durante varios días, se dejó ver de nuevo por allí, llegando a la hora del desayuno. Nada más oír su voz desde el exterior, Emmanuel tragó apresuradamente cuanto tenía en su boca, hizo a un lado su tazón de cereal, se puso de pie de un brinco y acudió a su encuentro, gritando alborozado:

        -¡Eh, macho!... ¡Ya era hora de que vinieras a visitarnos, nos tenías olvidados!...

         Tamaña recepción era completamente inaudita. Para Hijo Mío, Hansi era Enano, El Monaguillo, Marica y muchas otras cosas más, a veces varias de ellas juntas, ninguna muy halagüeña; ¿qué significaba ahora aquello de macho?

          Sólo Anders no manifestó sorpresa alguna. Y es que sólo él sabía que Hijo Mío sentía más respeto con Hansi desde que se había enterado de la valiente conducta de éste durante el motín de Kvissensborg. Así que alzó la cabeza para explicar precisamente éso; pero la visión de múltiples caras poco inteligentes, estupefactas ante el misterioso comportamiento de Emmanuel, fue demasiado para él. Lo acometió un acceso de risa, una auténtica explosión, y los cereales a medio masticar salieron disparados de su boca cual proyectiles. Algunos de ellos impactaron en Ursula, su vecina más próxima.

        -¡ANDERS, VUELVE A EMPORCARME ASÍ Y TE JURO QUE DE UN GOLPE TE MANDO A CONTINUAR DESAYUNANDO AL CHIQUERO DE HRUMWALD!-vociferó ella, colérica.

           -EL EGIPCIO ESTÁ CADA DÍA MÁS LOCO-gritó por su parte el sordo Gilbert, resumiendo la impresión general.

          Quien menos que nadie entendía qué le pasaba a Emmanuel era el propio Hansi. No se había sentido valiente durante el motín de Kvissensborg, y no se le ocurría que Emmanuel pudiera considerar que sí lo había sido, y mucho menos que lo admirara o respetara más por ello. Es más, para sus adentros, recordando aquella noche, se decía que sólo de milagro no se había cagado encima.

        Soportó abrumado que Emmanuel le palmeara la espalda con desmedido entusiasmo y aún más energía, y que le rodeara los hombros con su brazo; pero no entendía nada y, peor aún, no le gustaba. Emmanuel y él podían ser eventuales aliados, no eran exactamente enemigos, pero ¡caramba!, la vida resultaba muy insípida sin un buen intercambio de pullas. Esperó a ver si Anders, quien por lo visto algo sabía qué locura afectaba a Hijo Mío, se decidía a explicarla; pero Anders, para variar, no podía parar de reír, por mucho que los demás prometieran violarlo si no aclaraba al menos el motivo de tanta hilaridad.

         Por fin, Hansi se hartó.

         -No seas aburrido...-murmuró, mirando a Emmanuel con disgusto y reproche.

           -¡Eh, prátar, cómo me dices eso, si yo te quiero!-exclamó Emmanuel, sin achicarse ni dejar de sonreír afablemente. 

          -CADA DÍA MÁS LOCO Y MÁS PUTO...-rectificó Gilbert a gritos.

          -El único prátar que puede tener aquí un negro como tú, es Terafá-dijo Hansi, sonriendo venenosamente.

           Perplejo y sombrío, Emmanuel se cruzó de brazos en gesto poco amigable. Al aprecer, las hostilidades acababan de reanudarse oficialmente.

          -¿Ah, sí?-replicó desafiante-. ¿Ah, sí?... ¡Pues gracias a Dios que soy negro sólo por mi color de piel, y no de puro mugriento, como cierto gadzo enano que conozco!... ¡Si hasta tocar a Terafá es menos merimé que tocarte a ti!

           Hansi evaluó pensativamente la ofensa y sonrió con maligno aunque inocente deleite. Ahora sí las cosas estaban, por fin, como le gustaban a él.

         -...pero igual te quiero, prátar-concluyó Emmanuel.
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23 de Enero, 2013    General

CCIX

CCIX

      Así que al día siquiente Anders fue a Kvissensborg, y Balduino disfrutó así de una relativamente silenciosa jornada laboral, durante la cual pudo entregarse a lo que le interesada. Sus reflexiones lo llevaron, en primer lugar, a Tarian. Recientemente, éste había sellado su amistad con Balduino merced al tatuaje en común representando a los delfines; y sin embargo, curiosamente, buscaba más la compañía de Ljottur... Quien, en cambio, le rehuía con idéntico empeño.

      Tras meditarlo, el pelirrojo llegó a la conclusión de que la amistad que Tarian le profesaba a él se fundaba sobre todo en la gratitud por haberlo salvado del horror de las mazmorras de Kvissensborg, pero a la vez se sentía un poco ajeno a él. A sus ojos, Balduino era una persona normal, o tan normal como pudiera serlo cualquiera que viviese en Vindsborg. El, por el contrario, se sentía como un inadaptado, como alguien que no encajaba del todo en tierra firme; y en Ljottur, que era otro bicho raro, debía ver a alguien similar. 

         Por desgracia, el sentimiento no le era correspondido, posiblemente porque Ljottur cargaba con la cruz de una fealdad muy acentuada, y la apostura de Tarian debía lastimarlo, igual que la belleza del sol lastima los ojos si  se lo mira muy directamente; y como se hace con el sol, Ljottur prefería desviar la mirada. Era verdad que en Vindsborg los feos eran mayoría, comenzando por el propio Balduino; pero la mayoría de esos feos tenían en compensación alguna otra cualidad que hacía que no les resultara envidiable la apostura ajena. Los Kveisunger, por ejemplo, se preciaban de ser los más bravos, duros y más temibles machos que pudieran hallarse. Que alguno de ellos lamentara no ser carilindo habría inspirado más burlas que comprensión. Entre ellos, parecía que cuanto más feo se fuese, mejor.

          Pero no ocurría así con Ljottur. Su fealdad resultaba grotesca, pero no aterradora, y era equiparable a la de una rata; no en vano había cargado en otro tiempo con el mote de Rattele, "ratita". Para colmo, a primera vista, Tarian era todo pureza y virtud, cual si de un ángel se tratara, aunque Balduino sabía que sus ocasionales desfachateces nada tenían de angelicales, ni de virtuosas; pero el caso era que esa aparente pureza podía parecer todo un reproche para quien sintiera sucia su propia alma. Y Ljottur sin duda sentía sucia la suya. Por un lado, porque sabía de sobra, incluso antes de verse restringido por Balduino, qué sufrimiento causaba a los pequeños animales que lograba atrapar y ensartar en ramitas puntiagudas. Por otro lado, él mismo padecía las secuelas de la perniciosa influencia de Gudhlek, el posadero al que Ljottur había servido durante cierto tiempo. 

           Determinar los alcances de esa influencia exigió cierto devaneo a Balduino, a quien el mero recuerdo del desagradable posadero despertaba una repugnancia tan visceral, que apenas podía soportarla. Y es que le había tolerado muchas cosas, excepto aquella amenaza dirigida a Ljottur: Los Caballeros vinieron por ti, te encerrarán en un calabozo oscuro y lleno de fantasmas. Aquello le había parecido el colmo del ultraje, dado que él era precisamente un Caballero y se consideraba un protector de desamparados, y no un malvado monstruo con el que se podía amenazar a niños y débiles para obligarlos a acatar cualquier orden y soportar calladamente cualquier suplicio. Ciertamente muchos Caballeros distaban de ser dechados de virtudes, pero Ljottur quizás no lo supiera; simplemente, sus cortos alcances hacían que cualquier cosa le pareciera temible. De hecho, su inteligencia parecía la de un niño pequeño, inferior incluso a la de Hansi, que era de lo más avispado. Y partiendo de la base de que los niños son lo que los adultos hacen de ellos, la conducta de Ljottur resultaba más comprensible teniendo en cuenta que durante cierto tiempo había estado sometido a Gudhlek.

        Este gustaba de sentirse poderoso. Su corpulencia física, sin duda, ayudaba a producirle esa sensación. Quizás algo en la posada de la que era propietario pusiera también su granito de arena para ello. No estaba mal ubicada; quizás fuera barata, aunque Balduino, Anders, Emmanuel y Hansi hubieran trabajado como condenados para pagar sólo una noche de alojamiento y comida. Ese había sido, posiblemente, un caso extraordinario, pero sin duda había contribuido a infundirle cierta sensación de poderío: un par de Caballeros (jamás había llegado a enterarse de que Anders seguía siendo, por el momento, un simple escudero) acudían a él, se rebajaban a trabajar como villanos porque necesitaban hospedaje y alimento. Ambos habían venido a él humildes y honestos, pero él había tomado humildad por humillación, y honestidad por necesidad extrema. Su razonamiento había sido que, si un Caballero no mostraba arrogancia ni hacía valer derechos de sangre entre los villanos, había caído en desgracia frente a otros más poderosos que él. Y estas circunstancias, había creído le permitían a él comportarse como un poderoso más, pese a ser sólo estúpido y mediocre; asumirse él mismo como un pequeño señor feudal, y hacer vulgares siervos suyos a aquellos dos Caballeros.

       Desde luego, como cualquier otra cosa, señores feudales habíalos buenos y malos; y Gudhlek, en ese rol, había resultado de los peores, los que utilizaban a capricho su posición privilegiada; los que arrojaban a sus súbditos hambrientos huesos mal pelados sobrantes de su comida para que se los disputen, y creían merecer gratitud eterna por ello. Y en su feudo asignaba a Ljottur el papel de bufón. Era su propiedad, su objeto de diversión; y por lo tanto, si algo o alguien amenazaba al bufón, lo defendería, igual que cualquier otro propietario podría defender su casa. Pero lo que él mismo hiciera luego con él, era otro cantar. Si se le entojaba, podía incluso matarlo sin pedir permiso ni rendir cuentas a nadie, porque era su propiedad.

          Balduino recordaba que la expresión de Ljottur, al verlo por primera vez, era más bien ladina y vil; le había desagradado instantáneamente. Ahora, en ese sentido, parecía otra persona; nunca más se le había visto aquella mirada horrible. Y el cambio se había operado, no progresiva, sino velozmente, al identificar a Balduino y Anders como Caballeros. El terror lo ganó entonces: allí estaban los malvados monstruos que, según Gudhlek, vendrían a buscarlo si se portaba mal. Ahora bien, ¿qué se entendía exactamente por portarse mal? Ateniéndose a que la mente de Ljottur era simple como la de un niño, y a que un niño es lo que de él hacen los adultos, podía suponerse que Ljottur imitaba a Gudhlek y que, por ende, quizás fuera capaz de muchas ruindades, apañado probablemente por el propio posadero siempre, por supuesto, que la ruindad no redundara contra éste. Quién sabía, incluso, si Gudhlek mismo no le había enseñado aquello de ensartar pequeños animales vivos en ramas puntiagudas.

           Pero, por supuesto, a nada de esto se refería el posadero con aquello de portarse mal. Lo que quería decir era que, en la posada, Ljottur no debía romper nada ni aun por accidente, ni robar comida por más que estuviera muriéndose de hambre, ni obedecer con lentitud si se le daba una orden, por cansado que estuviera. El bufón era un siervo más, y debía agradecer si su señor feudal le hacía el honor de simplemente permitirle estar vivo; y ni hablar si además lo vestía y lo alimentaba, aunque la vestimente fueran harapos y la comida resultara peor que la que preparaba Varg. Si pese a ello Ljottur tenía sus propias nociones sobre el bien y el mal -y si todo lo anterior era correcto, debía tenerlas, pues estando con Balduino su conducta no dejaba demasiado margen para reproches-, posiblemente fuera por instinto o resultado de malas experiencias. Al fin y al cabo, las eventuales víctimas de sus daños o insolencias debían haber montado en cólera contra Ljottur, asustándolo. De esos iracundos quizás lo salvara Gudhlek, pues al fin y al cabo, se trataba de su bufón, de su propiedad, circunstancia que, sin embargo, no lo privaba de apalearlo después, cuando le viniera en gana. Balduino no olvidaba cómo Ljottur había suplicado al posadero que en todo caso le pegara, pero que no permitiera que se lo llevaran los Caballeros; indicio claro de que sufría palizas frecuentes por parte del posadero, y que ya estaba resignado a ellas.

        Ahora, secuestrado por el Monstruo Pelirrojo, Ljottur descubría que éste no era tan malvado, después de todo. Al menos, por ahora la pasaba mejor con él que con Gudhlek, ya que comía siempre y nunca le pegaban; pero era mejor no fiarse, un monstruo era un monstruo, y a éste en particular había cosas que no le gustaban y le hacían enojar, bien se veía. En cuanto al tal Tarian, el hecho de que fuera tan bueno y hermoso le recordaba permanentemente que él era malo y feo. Mejor no tenerlo cerca...
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publicado por ekeledudu a las 13:29 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
10 de Enero, 2013    General

CCVIII

CCVIII

      Balduino halló muy interesante analizar las relaciones entre Ljottur y los demás miembros de la dotación de Vindsborg, lo que al principio se complicó, con Anders parloteando como cotorra todo el tiempo. Alguna indirecta le hizo, citando palabras del Eclesiastés, ésas según las cuales hay un tiempo para hablar y un tiempo para callar; pero este último tiempo, por lo visto, Anders lo consideraba todavía muy lejano. Por esos días, en consecuencia, prefirió la compañía de Tarian, silencioso a la fuerza pero que, Balduino estaba seguro, habría permanecido bastante tiempo callado aun pudiendo hablar. Aunque acabó exigiendo a Anders menos cháchara y él no se ofendió, al rato se ofendió, al rato se olvidaba de dicha exigencia y reanudaba su cotorreo. Para colmo, estaba más parlanchín que de costumbre, exultante cada vez que la conversación se desviaba hacia su hijo. Constantemente, el orgulloso padre descubría inverosímiles parecidos entre él y Kon, y se ponía a disertar sobre ellos, y entonces no había forma de pararlo. No pudiendo hacer otra cosa, Balduino se esforzaba por distinguir esas supuestas semejanzas entre padre e hijo; pero sin éxito. A lo que más se parecía un bebé, según entendía, era a otro bebé; y en el caso específico de Kon, si se quería encontrar parecidos con alguien más, sería con su madre, por sus ojos azules. Sin embargo, Balduino hallaba muy difícil desilusionar a Anders, diciéndole sinceramente que estaba hablando puras gansadas.

          -Mira, Anders-lo cortó un día-, ya que hablas del tema, y puesto que eres señor de Kvissensborg, me parece mejor que al menos una vez por semana te des una vuelta por allí, aparte de los domingos que te tomas para ver a tu esposa y tu hijo; pues, ¿sabes?, uno siempre debe precaverse de eventuales traiciones y, por muy leales que parezcan Hildert y sus hombres, siempre es mejor andarse con cuidado. Uno de nosotros debe ir en persona a consolidar esa lealtad, y es mejor que lo hagas tú, ya que, aparte de que eres señor de Kvissensborg, a mí sólo me respetan, mientras que a ti te aman. De paso, por supuesto, podrías tomarte tu tiempo para estar en familia.

            -Pero si...-balbuceó Anders, confuso.

            Hasta él encontraba extraña la repentina sugerencia de Balduino. La mentalidad militar de éste, proclive a prever posibles traiciones, estaba muy relajada últimamente; y de todos modos, ¿por qué Kvissensborg, cuya dotación estaba ahora compuesta de orgullosos guerreros, y no por la torpe soldadesca de antaño? Los mayores peligros estaban en Vindsborg, con Kehlensneiter a la cabeza, por más que todo se viera tranquilo.

         Al fin, tras unos instantes de cavilación, barruntó qué se traía Balduino y sonrió, con esa espléndida sonrisa suya que lo hacía tan amado y que lo haría inolvidable para quienes lo conocieron.

       -Es deber de todo señor feudal recompensar a sus leales vasallos-dijo en fingido tono pomposo y condescendiente-; de modo que, por haberme servido bien, mañana te retribuiré con todo un día de silencio-y palmeó el hombro de Balduino mientras éste sonreía por contagio.
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publicado por ekeledudu a las 14:25 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
16 de Noviembre, 2012    General

CCVII

CCVII

       Durante cierto tiempo, la adaptación de Ljottur y Arn a la vida en Vindsborg fue cosa ardua. Ljottur, al menos, ponía mucha voluntad. A él no había que repetirle las órdenes para que obedeciera, aunque sí para que las comprendiera correctamente, ya que muchas veces no las entendía bien y, cuando quedaba solo, permanecía mirando hacia todos lados, con aire confuso, triste y temeroso, hasta que Balduino volvía a acercársele.

          -¿No entiendes?-le preguntaba entonces-. Pero Ljottur, ¿por qué no me lo dijiste? ¡Si no tengo inconveniente en repetirte las cosas cuantas veces sean necesarias!

            Balduino lo reprendía siempre en tono amable y suave, pero Ljottur reaccionaba agachando la cabeza con expresión humillada, por lo que pronto dejó de reprenderlo, limitándose a acercarse a él con una sonrisa y repetir la explicación de turno. A veces, obligarse a tantas atenciones especiales para con Ljottur inspiraban en Balduino deseos de gritar de exasperación, pero lo ayudaba a contenerse el hecho de que el chico, una vez comprendido lo que se le pedía, obedeciera sin dudar. Daba la impresión de disfrutar del trabajo duro, aunque por la noche se hallaba siempre tan cansado que casi a la rastra debía subir los peldaños de la escalinata de Vindsborg y, una vez arriba, a menudo se desplomaba en el suelo cuan largo era, durmiéndose sin cenar. Por supuesto, ello generó muchas bromas acerca de que procuraba dormirse enseguida, o fingir que dormía, a fin de no quedar a merced de los mejunjes de Varg.

         Balduino tenía buenos motivos para forzarlo a trabajar duro, porque Ljottur, en sus escasos ratos libres, no tenía mejor idea que mirar disimuladamente hacia todas direcciones, en obvia búsqueda de animales que poder ensartar cruelmente en alguna rama. El despiadado hábito llenaba de ira a Balduino, por lo que, cada vez que pescaba a Ljottur en esa actitud, le hablaba con firmeza para dejarle en claro que no toleraría que torturase a ninguna criatura, ni aun a las perjudiciales como los roedores.

          -No me explico por qué Ljottur se asusta tanto cuando se lo digo-comentó una vez a Anders sobre el particular-. De acuerdo, me obedece, y eso es lo positivo; pero se aterra cuando le reitero con firmeza la prohibición de maltratar animales, y no me explico la causa, ya que le hablo tranquilamente.

          -¿Hablas en serio?...-se burló Anders-. ¿Tranquilamente, dices? Tengo entendido que hay asesinos que matan con absoluta tranquilidad, y tu cara, cada vez que le recuerdas a Ljottur que no permitirás que sea cruel con los animales, es la de un asesino. Ni a respirar me atrevería si me miraras así.

           Balduino conservaba sus fluctuantes opiniones acerca de los poderes shamánicos de Hendryk. Ciertamente, tenía algunas vagas pruebas de que eran reales, como por ejemplo en lo referente a su filgia bajo cuya forma lo había atacado; pero a veces lo asaltaban dudas de que de veras se tratara de una simple filgia y no de un auténtico monstruo marino sin conexión con Hendryk. Entonces se le ocurría que éste quizás no fuera otra cosa que un gran farsante extremadamente astuto. Sin embargo, algo que nunca le cuestionó fue su juicio acerca de que maltratar animales era, para Ljottur, una especie de venganza por no tener tótem. Quizás la cosa no pasara exactamente por tótemes o no tótemes, pero lo indiscutible parecía que Ljottur trataba de mitigar un enorme dolor secreto endosándoselo a otros, en este caso a animales. Balduino llegó a esa conclusión luego de recordar, como quien recuerda una culpa largamente olvidada, que él mismo había maltratado una vez a un animal en su infancia. En efecto, un pobre perro se le había acercado haciéndole fiestas; y él le había asestado una patada, como si el animal fuera la encarnación misma de su sufrimiento. Pero el cruel acto no le había aliviado el dolor en lo más mínimo, y Balduino se acurrucó en posición fetal y se echó a llorar. Y cuando, contra toda prudencia, el perro volvió a acercársele y lamió sus lágrimas, no sólo no volvió a patearlo, sino que se abrazó desesperadamente a él, y muy pronto lo hizo su compañero y le dio un nombre. Que por supuesto, fue Argos.

          Meditando, Balduino encontró tan extraño que el perro regresara tras el maltrato inicial, como el inusitado afecto que Svartwulk parecía sentir por Ljottur; y se preguntó si también él habría carecido de tótem en su infancia... Quiso comentar con alguien la extraña idea, y ¿a quién eligió para ello?: ¡a Fray Bartolomeo!

          -¡Otra vez!...-refunfuñó el cura, indignado-. ¡Otra vez diciendo herejías!... ¿Será posible que no puedas quitarte ese mal hábito?

              -Pues perdonad si cometí el error de suponer que un asunto de índole espiritual pudiera ser de la incumbencia de un sacerdote-ironizó el pelirrojo.

         -No te hagas el inocente. Sabes perfectamente que al hacerme esa consúlta lo único que querías era buscar cuerda. Buscabas vengarte.

             -¿¡Vengarme... Yo!?

            -¡Sí, sí: vengarte!... Ves el dolor de Ljottur, recuerdas el que sufriste tú, meditas sobre el dolor del mundo y buscas infantilmente vengarte de Aquel  a quien consideras culpable de todo ese dolor: Dios. Lamento mucho informarte que cualquier ofensa que hagas al Señor es una coz asestada al Cielo. Casi diría que esas coces son acordes a semejante asno, si no temiera que mi propio burro se ofendiera ante tal comparación, y se declarara en huelga. A mí es a quien haces rabiar y no a Dios, por si no te has dado cuenta... Y creo que sí te das cuenta. Ahora escucha, taimado y malicioso hereje: tan orgulloso estás de haber alcanzado la dignidad de Caballero, ¿y pretendías alcanzarla sin sufrir?... ¿Qué necesidad habría de Caballerzos, si el mundo estuviera lleno de amor, de paz y felicidad? ¡A ver si al menos te pones de acuerdo!...

          Balduino optó por callarse. Suele ser una prudente medida cuando otro tiene razón y no se dispone de una respuesta inteligente que ofrecer...
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16 de Noviembre, 2012    General

CCVI

CCVI

      A su debido tiempo, tocó a Balduino el turno de tatuarse, y antes de que Hendryk iniciara su labor, el pelirrojo le refirió la insólita escena presenciada momentos atrás.

         -¿Y?...-preguntó Hendryk, con aparente abulia, mientras alistaba sus herramientas de trabajo.

           -¿Cómo que "y"?-exclamó Balduino-. ¿Todavía no conoces a ese caballo mío?... ¡Lo lógico habría sido que destrozara a Ljottur a golpes de cascos!... Tú eres witz, eres shamán; a ver, entonces, qué puedes hacer con tus poderes para echar luz sobre este misterio.

         -Si de verdad tuviera poderes, fulminaría con un rayo a cada descriteriado que no tiene mejor idea que cotorrear cuando necesito concentrarme para hacer un tatuaje; y ahora voy a empezar, así que más vale que te calles, ya que de veras crees que tengo tales poderes-gruñó Hendryk.

         -No jodas, Hendryk. O eres witz y tienes poderes, o eres un fraude y no los tienes. Decídete.

          -Que te calles, te digo. Están los que tienen mejor vista que otros, los que oyen mejor que otros, los que corren más velozmente que otros. Yo puedo ver mejor que otros hacia otros mundos, eso es todo. Lo de Ljottur y tu caballo es extraño, sí. Quizás, para empezar, pueda descubrir cuál es el tótem de Ljottur; a lo mejor eso ayudaría a resolver este asunto. Pero ahora me dejas tatuarte, o te parto en dos.

         La última frase, pronunciada sin alzar la voz ni enfatizar en exceso, parecía más una sagrada e inviolable promesa que una amenaza. Balduino decidió que no había por qué empujar a Hendryk a cumplirla, y se calló; pero reflexionó que el witz era probablemente, ante todo, un gran tramposo. Pues cuando llegara el momento de "develar· la solución del misterio, anunciaría: El tótem de Ljottur es el Caballo, eso le permite acercarse a Svartwulk sin riesgo alguno... ¡Vaya portentosas deducciones! Probablemente tuviera razón Snarki al burlarse de los supuestos poderes shamánicos de Hendryk.

          Cuando el tatuaje estuvo terminado, Hendryk anunció que el resto de ese día ayunaría y se procuraría algunos cabellos de Ljottur; y por la noche, celebraría una ceremonia con miras a descubrir el tótem del muchacho, si tal era; porque continuaba siendo  una incógnita su edad. Balduino lo dejó parlotear, pero, para sus adentros, reía ante lo que le parecía una farsa muy obvia.

          No exteriorizó sus pensamientos, sin embargo, y después del almuerzo se fue a pasar la tarde con Gudrun; pero al regresar a Vindsborg, muy entrada la noche, vio en la playa a Hendryksentado con las piernas frente a una gran fogata en la que mantenía la vista fija. No estuvo muy seguro de que el witz contemplara realmente la fogata, o si vagaba semi-inconsciente a través de mundos misteriosos, inaccesibles al mortal común. De nuevo no sabía qué pensar de él, pero daba la impresión de estar muy seriamente abocado al asunto del tótem de Ljottur. Lleno de dudas, Balduino fue a encerrar a Svartwulk en la caballeriza, sin decir palabra, para no turbar la concentración de Hendryk.

           Al día siguiente, sin embargo, lo había vuelto a ganar el escepticismo respecto a los supuestos poderes de Hendryk salvo, desde luego, en lo concerniente a su filgia en forma de monstruo marino. Pero transformaciones similares eran tan relativamente corrientes en todo el Reino, que no se sentía muy impresionado por ese asunto en particular.

           -¿Y, poderoso witz, has descubierto cuál es el tótem de Ljottur?-le preguntó en susurros, irónico, al abordarlo a solas, cuando por la mañana todos bajaban a la playa para las tareas del día.

           -No tiene-contestó Hendryk, distraídamente.

       -¿Qué quieres decir?-preguntó Balduino, atónito-. ¿No tiene qué?

         -¿Qué crees, idiota?-preguntó Hendryk, exasperado-. ¡Tótem!... Ljottur no tiene tótem.

          Habían llegado ambos al último peldaño de la escalinata. Balduino lo aferró por el brazo.

          -Aguarda un minuto. Esto me lo aclaras-dijo, llevándoselo aparte casi a la rastra, para impaciencia de Hendryk, que aunque lo obedeciera y respetara a su modo, también lo consideragba un descomunal imbécil en algunos aspectos... Si bien no tenía opinión demasiado favorable de la inteligencia de casi nadie.

          Balduino lo miró con una expresión muy particular, la de un hombre entre divertido e indignado por un engaño inocente del que barrunta haber sido víctima, y que se obstina en descubrir. Viéndolo, Hendryk sonrió con ganas, y esa sonrisa sin malicia confirió cierta efímera belleza a su habitualmente malvado y feo rostro de simio rubio.

         -Todo ser humano posee tótem-dijo Balduino.

         -¿Ajá?...-replicó Hendryk.

          -Por lo tanto, también Ljottur tiene el suyo.

           -Si tú lo dices...

          -El Caballo... El tótem del chico es el Caballo.

          -¡Pues me lo hubieras dicho antes de que me tomara tantas molestias en vano para descubrirlo!

          -Pero, ¿estás de acuerdo conmigo?

          -¡NO! Ya te dije: me parece bastante evidente que Ljottur no tiene tótem, pero aquí mandas tú, aunque vaya jefe éste que dice que lo negro es blanco, y lo blanco, negro.

          -Entonces, ¿no crees que lo más lógico es suponer que el tótem de Ljottur es el Caballo?

           -¿Sólo porque tu Svartwulk le hizo la gracia de permitirle acariciarlo? No, no creo. También a ti te concede ese privilegio, pero tu tótem es el Lemming, no el Caballo.

          -Bueno, ¿y entonces cuál es el de Ljottur?

           -¡Cómo me haces hablar al pedo! ¡Ya te dije que no tiene!

            -Hendryk, no digas tonterías, ¡toda persona tiene su tótem!

           -¿Y desde cuándo entiendes tú tanto del tema?

          -Los herejes angelitas...-comenzó a explicar Balduino.

           No fue capaz de seguir. Imaginó a Gudrun, impaciente, cruzada de brazos ante él: Señor Cabellos de Fuego, quizás seáis muy bueno en asuntos de guerra, pero el witz es Hendryk. ¿Os acordáis del heno mohoso que, según vos, no comerían mis ovejas? ¿Os acordáis de la colmena de abejas de la que os ocupasteis personalmente para que no corriéramos peligro? Se sintió ridículo.

           -¡Es impensable que una persona no tenga tótem!-exclamó frustrado.

               -¿Y qué quieres que haga?... ¡Si no tiene, no tiene!... Es un caso raro, lo admito. Yo tampoco pensé que existieran personas sin tótem, pero por lo visto las hay, porque aquí tenemos una. Si el Caballo fuera en realidad el tótem de Ljottur, tu Svartwulk, que es un garañón agresivo, olería en él una especie de macho rival, y lo atacaría más furiosamente que a ningún otro... Por cierto que esa mala bestia no necesita de todos modos demasiados alicientes para atacar-concluyó Hendryk, irónico.

      -Bien, supongamos que tienes razón y Ljottur careciera de tótem. ¿En qué redunda esto?

         Hendryk se puso mortalmente serio, y por ello y por su demora en contestar comprendió Balduino que algo andaba mal.

            -En que posiblemente la vida de Ljottur sea muy breve, sin un espíritu velando por él.

           Balduino no supo qué crédito conceder a estas palabras, pero se puso tan serio como Hendryk.

           -¿Y qué se puede hacer?-preguntó-. Para modificar eso, quiero decir.

           -No sé si hay algo que pueda hacerse, ésta es una situación insólita a la que nunca me había enfrentado antes. Pero se me ocurre que quizás tu caballo esté haciéndolo por nosotros.

          -¿Svartwulk?

          -Sí. Se dice que los animales son especialmente receptivos al mundo espiritual, y que son ellos, por ejemplo, los primeros en advertir cuando en algún sitio hay un alma penando. Svartwulk probablemente note la desprotección de Ljottur y esté asumiendo un papel protector. Aseguran algunos que la proximidad de determinado animal en torno al vientre de una mujer encinta o del techo que la cobija es decisiva respecto al tótem que tendrá el niño al nacer; que en cierta forma, el animal invoca, con su cercanía, al espíritu que tiene su apariencia. Yo no estoy tan de acuerdo con eso, pero quizás me equivoque. Como éste es un caso atípico, no puedo estar seguro, pero no habría que descartar que Svartwulk esté invocando, a sabiendas o no, al Caballo, para que proteja a Ljottur.

           -Esa costumbre que tiene Ljottur de ensartar animales vivos en ramas, ¿podría, quizás, ser la causa de que no tenga tótem? ¿Tal vez los espíritus, que tienen forma de animal, lo rechazan por eso?

             -No sabía que tuviera esa costumbre, nunca lo vi haciendo eso.

           -Se la descubrí en Helmberg, y desde entonces lo vigilo. Suelo adivinarle las intenciones y reprenderlo de antemano.

        -Ah, eso lo explica. Bien, sí, podría ser; pero yo más bien pienso lo contrario: debe estar vengándose en los demás animales, instintivamente, de que ningún espíritu animal haya querido protegerlo.

         Fue lo último que dijeron sobre el tema antes de ir a trabajar junto a los demás, pero la mente de Balduino volvió sobre el asunto varias veces a lo largo de ese día; y por la noche pasó más tiempo del habitual en la caballeriza junto a Svartwulk.

           -¿Será cierto, como cree Hendryk, que intentas proteger a Ljottur?-preguntó en voz alta, mirando al caballo, como a la espera de que respondiese-. Me alegro mucho-añadió, palmeándole afectuosamente el hocico-. Es bueno que el corcel de un Caballero proteja a los débiles, igual que su amo. Cuídalo mucho, ¿eh?, que en el fondo no es, quizás, más que un pobre ser muy desdichado.
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17 de Octubre, 2012    General

CCV

CCV

      Balduino había proyectado, ese día, ir a ver a Gudrun; así que fue por Svartwulk y, de paso, sacó también a Slav para que anduviera un poco por ahí a su capricho, si su amo no se dignaba ir a Kvissensborg, posibilidad más que remota, por otra parte. En eso se acercó Tarian, con evidentes intenciones de decirle algo.

         -Retrocede un poco, Tarian, ya conoces a este animal... Ya estoy contigo-previno el pelirrojo.

         Tarian no necesitó hacerse repetir la sugerencia. Todos en Vindsborg, por supuesto, eran muy cuidadosos en lo referente a Svartwulk, y muy pocos simpatizaban con Terafá, pero sólo a Tarian parecían ambos poco menos que auténticos monstruos de pesadilla. Cualquier cosa que lo hubiese traído hasta allí, debía ser muy importante, porque había olvidado toda precaución al acercarse; si bien ahora, exageradamente, parecía querer alejarse del caballo unas cuantas leguas.

         -A ver, Tarian, dime...-lo instó Balduino, acercándose a él.

           Tarian lo llevó afuera y, acuclillándose, dibujó algo en el suelo húmedo. Acto seguido se hizo un lado para que el pelirrojo pudiera apreciarlo. Aparentemente, el dibujo representaba dos peces, uno debajo del otro y nadando en direcciones opuestas; sin embargo, esto a Balduino decía muy poco, hasta que lo asaltó una sospecha.

          -¿Debo suponer que eso son delfines?-preguntó sonriente, burlón casi; y cuando Tarian asintió, la sonrisa cedió paso a una estruendosa carcajada-. Muy bien alimentados esos delfines tuyos, por cierto.

             Pero al menos el torpe dibujo cobraba ahora sentido: era el símbolo de la amistad entre los marinos, o al menos entre los Kveisunger. Para Balduino, que prácticamente no conocía otros marinos que estos últimos, venía a ser lo mismo.

         Tarian desnudó entonces sus bíceps, llevándose alternativamente la palma de una mano al bíceps del brazo opuesto, exhibiendo los de Balduino, los rozó con la diestra.

          -¿Tú quieres que nos tatuemos los delfines?-preguntó Balduino, asombrado; y lo conmovió ver a Tarian asentir vehementemente-. Bueno, Tarian... Para mí es un honor inmenso y, por supuesto, acepto; sólo que tendrá que ser otro día, porque...

            Se interrumpió. Ese día, por supuesto, él tenía intenciones de ver a Gudrun; pero tiempo atrás, Tarian se había desollado los bíceps frotándolos con un fragmento de piedra pómez para borrarse tatuajes anteriores. Y, según sabía Balduino ahora, para reemplazarlos por otros. Debía haber sido una operación muy dolorosa. Balduino la veía ahora como un sacrificio en nombre de una amistad que el muchacho se disponía a perpetuar en nuevos tatuajes. Por lo tanto, sintió que posponerlo para otro día sólo porque él quería visitar a Gudrun, era un poco como pisotear o desdeñar ese sacrificio.

           -...porque... Bueno, porque, después de todo, para Hendryk también es día libre, ¿no?, y creo que...-balbuceó.

          Bastó esa frase inconclusa para que Tarian corriera a buscar al tatuador. Pareció que Balduino podría visitar a Gudrun como era su deseo porque, francamente, Hendryk no tenía el menor deseo de hacer tatuaje alguno en la piel de Tarian, ni ese día ni nunca: todavía se hallaba ofendido. Efectivamente, le era muy difícil perdonar al muchacho-pez la frialdad con que se había deshecho de sus tatuajes previos; lo veía como un intolerable ultraje a su arte. Balduino siguió con la mirada a Tarian mientras éste perseguía al tatuador por toda la playa, capturando ocasionalmente su mano y tironeando de ella mientras lo miraba suplicante. Iba a intervenir en la escena cuando Hendryk, al parecer, se ablandó. Tarian se inclinó y dibujó en la arena algo que obviamente debía ser el motivo a tatuar. Hendryk meneó la cabeza con obvio disgusto. 

            Por último, Tarian, por señas, logró convencer a Hendryk de que lo siguiera, y lo condujo hasta donde aguardaba Balduino.

        -No tienes que hacerlo hoy, si no quieres, Hendryk-aclaró este último.

         -Ah, ¿tú sabías que este idiota iba a pedirme que le hiciese un tatuaje? No tiene vergüenza, después de borrar sin consideración los que ya tenía-gruñó Hendryk-. Pero en fin, accedo sólo porque se trata de él, que a cualquier otro le partiría la cabeza... Y mejor lo tatúo pronto, antes de que me arrepienta... Si es que consigo entender lo que quiere este niño bonito...

          -Los Delfines, Hendryk. Quiere que nos tatúes los Delfines, en sus bíceps y en los míos.

           El rostro de Hendryk se petrificó de asombro, antes de torcerse en una mueca de incrédula burla.

          -¿Así que esos toneles que dibujaste eran delfines?...-preguntó, volviéndose hacia Tarian-. Bueno, siendo así, intentaré olvidar con qué indiferencia te despojaste de los tatuajes anteriores; porque, la verdad, en nombre de la amistad, son admisibles muchas barbaridades... ¡Pero-advirtió, de nuevo ganado por un breve arrebato de cólera- más vale que éste ni lo toques, o te frío a fuego lento como al pescado que eres!

         Tarian hizo con la mano un gesto que lo mismo podía interpretarse como una forma de desechar los temores de Hendryk, o como una manera de dar a entender a este último que sus amenazas lo tenían sin cuidado. El tatuador, por lo visto, eligió la primera interpretación, y Balduino no quiso ponerla en duda aun cuando, resignado, tuviera que posponer por ello su visita a Gudrun.

         El día estaba nublado y más bien ventoso; por lo que Hendryk eligió, para iniciar su labor, un sitio allí mismo, a la intemperie, donde hubiera luz suficiente para ver lo que hacía, y que además estuviera a resguardo de las molestas y constantes ráfagas que levantaban arena que no pocas veces entraba en los ojos. Se instaló, en suma, al amparo del lado externo de la pared sur de Vindsborg, junto a la entrada de la herrería.

        -A ver, Tarian, ven aquí-gruñó, en cuanto estuvo allí con sus instrumentos-. No es que me quede demasiado pigmento-advirtió-, así que me tendré que arreglar con lo que haya. ¿Preferirías vuestros delfines de color...?-preguntó, vacilante-. Negros-se respondió a sí mismo-. Os los haré negros.

          -Un momento, ¿no tenemos derecho a...?-empezó Balduino.

         -No. No tenéis-replicó Hendryk-. El tatuador soy yo, ¿no? Entonces, yo decido qué tatuaje estoy dispuesto a hacer, y cuál no.

          -Espera, Hendryk, espera... Somos nosotros quienes llevaremos eso en la piel, tenemos derecho a elegir...

         -...si vais a llevarlo o no. Nada más-concluyó Hendryk, con sonrisa maligna-. Vuestros derechos terminan allí. Tengo para ofreceros delfines negros, quizás con alguna pizca de rojo o dorado; lo tomáis, o lo dejáis. ¿Qué iba a tatuaros, delfines verdes?... Urgh.

          -Hendryk, si no nos haces los tatuajes tal como nosotros los queremos, ¿qué tendrá de raro que después, piedra pómez en mano, procedamos a deshacernos de ellos?...

         -¡Ni hablar!...-bramó Hendryk-. Para evitar tamaño sacrilegio es que de entrada expongo qué estoy dispuesto a tatuar y qué no. Si sabiéndolo aceptas tatuarte como exijo y te deshaces después de los tatuajes, ¡me reservo yo el derecho a luego deshacerme de ti!-replicó Hendryk, sonriendo mucho, pero con expresión de monstruo marino pronto a engullirse una barcaza con tripulación y todo.

           -Dime al menos de qué otros colores dispones.

       -Negro, verde, fucsia, violeta, blanco... Además de un poco de esto y otro poco de aquéllo...

         -Cinco colores, Hendryk, cinco, y resulta que no podemos elegir.

          -¡NO!... Mandas sobre mí en muchas cosas, pero no en  mi arte. Y ahora, te dejas de rebuznar y decides de una vez si te dejas tatuar o no. Y me dejas en paz, o te hago picadillo.

           -¿Ah, sí?... ¿Ah, sí?... ¿Conque ésas tenemos?-exclamó Balduino, en tono desafiante y agresivo. Los puños de Hendryk de verdad eran de temer, pero eso a él no le importaba en lo más mínimo en este momento-. ¡Muy bien!... Quieres pelea, y yo te la daré.

          Tarian resopló cansadamente, y fue a sentarse contra la pared. No podía decirse a sí mismo pacifista, porque la lucha formaba parte de la supervivencia, a menudo dependiendo ésta de aquélla; pero los seres de tierra firme, los humanos sobre todo, le resultaban bien raros en ese aspecto, ya que peleaban por cosas realmente insólitas, y a veces hasta por diversión. Y él era la excepción a una regla, ya que prácticamente todo Vindsborg vino a arracimarse en cuanto cundió la noticia de que de nuevo Balduino y Hendryk se confrontaban a golpes. Más tarde, todo el mundo coincidiría en que había sido una de las peleas más espléndidas que habían visto en mucho tiempo, y eso dará una idea de la motivación de ambos contendientes. Sin embargo, cuando por último no restaba el menor resuello a ninguno de los dos, fue obvio que tendrían que avenirse a una reconciliación. Por desgracia, cada uno de ellos persistía en defender su postura con tanta fiereza como al principio, así que acordaron que la decisión de Tarian dirimiera la cuestión. Pero cuando el joven dio a entender que para él estaba bien cualquiera que eligiera Balduino, Hendryk protestó: que Tarian se decidiera por un  color determinado, sin saber cuál escogería Balduino... Tarian no quiso saber nada, y entonces, tras otra larga discusión que pareció preludio de un segundo combate, se convino en elegir un mediador. Nueva discusión: ¿quién sería ese mediador?... Fray Bartolomeo, a quien todos habían olvidado, que había visto bastante y estaba ya harto, se adelantó en el momento en que las trompadas parecían, una vez más, a punto de reanudarse.

          -De esto, de reconciliar, se ocupa la Iglesia-gruñó.

          La idea de que el cura oficiase de mediador no hacía mucha gracia a Balduino ni a Hendryk, quienes se veían venir un interminablesermón previo acerca de la indignidad de la violencia; y sin embargo, no tuvieron más remedio que aceptar, pues era el único cuyo juicio sería sin dudas imparcial.

         No hubo sermón previo. Tal vez Fray Bartolomeo tuviese prisa, aunque, según sevio más tarde, otra razón podía llamarlo a silencio respecto al uso de la violencia. De cualquier modo, fue directo al grano. Se le explicó lo que desconocía de la situación: el origen exacto de la gresca, y entonces refunfuñó:

        -¡Y todo esto por un vulgar tatuaje; por un ornato más propio de paganos que de gentes civilizadas!... En fin... A ver, hereje: ¿de qué color lo querías tú?

         -Negro-replicó el interrogado. 

          -¿Neg...?-preguntó el cura, genuinamente desconcertado. Algo se le escapaba-. ¿Y tú, Hendryk?

          -¡Negro, pues!-repuso el tatuador-. Ya os lo dije.

            Fray Bartolomeo quedó estupefacto.

           -¿Cómo que negro?...-preguntó-. A ver si puedo entender esto, empecemos de nuevo: ¿de qué color lo querías tú, hereje?

          -Eh... Bueno, negro-contestó el pelirrojo, de mala gana.

           -¡Negro!... ¿Y tú, Hendryk?

           -Negro.

           El público de ocasión había empezado a reír en voz baja y ahora cada vez más fuerte, pero Fray Bartolomeo no encontró cómico el asunto.

      -¡PERO VOSOTROS ESTÁIS BURLANDOOS DESCARADAMENTE DE MÍ!-estalló.

         -¡No quiero burlarme, hermano, no quiero burlarme!-replicó Balduino, impaciente-. me encanta el negro, ¿cómo podría ser de otra manera? ¡Si es el color de mi armadura!... Además, tampoco es que haya tanto para elegir. El verde, para un delfín, se ve horrible; el fucsia y el violeta son colores de puto; el blanco, de muertos... Ni pensar en usar cualquiera de ésos. No, negro está bien.

          -Sea negro, entonces-gruñó Fray Bartolomeo, dando media vuelta en un gesto que manifestaba claramente que lo que de verdad era negro de allí, por no decir tétrico, eran sus actuales intenciones. Un día de éstos, lo mato, reflexionó, y tenía que esforzarse mucho para conseguir que no fuera ése el día del anhelado asesinato.

          -Entended, hermano, era una cuestión de principios-se justificó Balduino.

            -O de ganas de buscar cuerda. Y te has dado el gusto: la encontraste, y de sobra. Así que déjame en paz de una buena vez-rezongó el cura, alejándose.

         Balduino empezaba a sentirse un poco tonto, y escudriñó las miradas de los otros, en un intento por descubrir qué pensaban ellos. Halló de todo. Los Kveisunger no parecían interesarse por la tontería o inteligencia de Balduino en todo el asunto: estaban satisfechos de haber presenciado tan magnífica pelea, y si el pelirrojo la había provocado adrede e innecesariamente, tanto mejor: se podrían decir muchas cosas de él, pero no que careciera de agallas, y lo había demostrado una vez más. Ursula debía pensar más o menos del mismo modo, y los Björnson estaban de guardia, pero sin duda hubieran compartido ese sentir. Snarki parecía francamente aturdido, y era obvio que, para él, los pretendidos principios de Balduino no tenían pies ni cabeza; y aunque Thorvald se mostraba enigmático, debía compartir el pensamiento de Karl. Este, mirando a Balduino con cierta aflicción, parecía preguntar: ¿Era de verdad necesario todo esto, señor Cabellos de Fuego?...

          Pero quien de verdad lo hizo sentirse sumamente estúpido fue Tarian. Este ofrecía ahora su bíceps derecho a Hendryk (quien, dicho sea de paso, ni se había lavado el rostro antes de poner manos a la obra, como si nada anormal hubiese ocurrido) para que éste empezara a tatuar, y clavaba en el pelirrojo tal mirada irónica, que hasta una estatua se habría sentido imbécil, de ser observada así.

            -Una cosa es que yo elija algo, y otra muy distinta, que me la impongan-siguió alegando en su defensa, cada vez más incómodo.

        -Si tú lo dices...-replicó hendryk, creyendo que le hablaba a él-. Pero suerte que elegiste lo correcto, porque de otro color no iba a hacerte nada. Y ahora, cierra el pico, que preciso concentrarme.

        Balduino iba a replicar algo, pero lo detuvo la mirada de Tarian, más irónica que nunca. ¿Te pondrás a pelear de nuevo, pedazo de idiota?, parecía preguntar, con alarmante franqueza. Y como Balduino, después de todo, no estaba tan seguro de no haber sido un poco tonto, consideró que no era imprescindible, ni mucho menos, seguir haciendo gala de su tontería, y se calló.

          Unos diez minutos llevarían así, solos los tres -pues los demás se habían dispersado concluida la mediación de Fray Bartolomeo-, cuando, de repente, apareció Hijo Mío a la carrera:

         -¡SEÑOR, MI SEÑOR BALDUINO!... ¡VENID PRONTO, NO CREERÍAIS SI OS LO DIJERA!...

       Hendryk interrumpió su labor, y se volvió hacia él hecho una furia:

        -¡SILENCIO, MIERDA, SILENCIO!-bramó-. ¿CÓMO DEMONIOS SE PRETENDE QUE HAGA BIEN MI TRABAJO, SI NO PARÁIS DE FASTIDIAR?... ¡¡¡SILENCIO!!!... ¡NO ES PEDIR DEMASIADO, ME PARECE!...

          Todo indicaba que hasta un Jarlwurm en día de mal humor era menos peligroso que un artiste temperamental que no conseguía trabajar en paz. Emmanuel no se atrevió ya a decir esta boca es mía. De hecho, apenas si se atrevió a moverse para mirar a Balduino y pedirle, por señas, que lo siguiera, cosa que el pelirrojo hizo enseguida, en vista de que tenía una larga espera antes de que le llegara su turno de tatuarse.

        Por el camino pasaron junto a Arn, quien se había acurrucado en posición fetal contra la pared de Vindsborg, y era la viva imagen de la hosquedad.

         -¿Todo bien, Fúlnir?-preguntó Balduino al paso, un tanto distraídamente.

          Con cara  de muy pocos amigos, por no decir ninguno, Arn alzó la cabeza, sorprendiendo a Balduino, quien por primera vez advirtió que el depuesto Conde tenía ahora, no ya uno, sino ambos ojos morados. Le costó reprimir la risa: cualesquiera santas virtudes que tuviera Fray Bartolomeo, por lo visto la paciencia no figuraba entre ellas.

          No sé de que me divierto tanto-reflexionó-. Si Fray Bartolomeo lo hubiese puesto en cintura, tener aquí a Arn sería más llevadero... Pero dudo de que haya tenido más éxito que yo. Mira esa cara larga que pone el muy bobo.

         -¡Allí, señor!-exclamó bruscamente Emmanuel.

         Balduino miró en la dirección indicada por el egipcio, y lo que vio, asombroso e increíble, lo tomó por descuido, de modo que pegó un respingo y abrió tamaños ojos. Porque desafiando toda lógica, el impredecible y fiero Svartwulk, que jamás permitía que se le acercara nadie, excepto su amo, estaba pegado a Ljottur, cuya crueldad hacia los animales conocía  tan sobradamente el pelirrojo. Ljottur se abrazaba al cuello del caballo casi con desesperación, como si el animal fuera una mascota muy querida y estuviera a punto de perderla, mientras Svartwulk le babeaba el hombro, casi tan emocionado como solía hallarse frente al propio Balduino. 

       Este miraba una vez, volvía a mirar, y seguía sin poder creerlo.

         -Esto es cosa de brujería-musitó débilmente.
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09 de Octubre, 2012    General

CCIV

CCIV

      Al día siguiente, domingo, Fray Bartolomeo acudió como siempre a dar misa en Vindsborg, y con él vino Hansi, por supuesto. Su primera preocupación ni bien llegó fue confesar a quien deseara hacerlo, pese a que rara vez los feligreses de Vindsborg, y los Kveisunger menos que nadie, se creían en la obligación de descargar sus conciencias. La excepción habitual era Snarki, así que el cura se volvió hacia él en primer término.

          -Ven, hijo mío-le sugirió.

         Algunas miradas se dirigieron burlonas hacia Emmanuel, pero ya Snarki seguía a Fray Bartolomeo hacia la cocina, que era donde tenían lugar las confesiones, muy a pesar de Varg, quien se veía obligado a tolerar esta intrusión. Todos sabían que aquélla sería la confesión más prolongada, por lo que hubo cierta irónica sabiduría en el comentario que esta vez hizo Hendryk al respecto:

          -Este bribón de Snarki debe ser un degenerado que fantasea con violarnos a todos, o cosa por el estilo. De lo contrario no se entiende que tenga tanto para confesarle al cura, ¡si es incapaz de matar siquiera una mosca!

         -En efecto, en efecto...-fue la aprobación general.

          Pero Balduino añadió:

         -Pues precisamente ése es el asunto, los más buenos son quienes más tienden a mortificarse por culpas reales o imaginarias.

         -No sé, ¡yo no!...-aclaró Andrusier, con la expresión intrigada de quien se enfrenta al más complejo de todos los enigmas.

           -Bueno... Para todo hay excepciones, supongo...-respondió Balduino. Sus Kveisunger se tenían por poco menos que un dechado de virtudes, y él ya lo tenía asumido. Sólo Ulvgang, y ocasionalmente Gröhelle, se admitían abiertamente a sí mismos y al grupo como criminales.

          Arn quedó pensando en que el tal Snarki del que hablaban era el mismo que lo había amenazado con acuchillarlo luego de que él hiciera cierto comentario sobre ese cerdo que estaban criando en Vindsborg. Si ése era el incapaz de matar siquiera una mosca, ¡cómo serían los malos de verdad!... Bueno, que me maten, si es su deseo. Al menos así acabarán mis sufrimientos, pensó.

         Acabó al fin la confesión de Snarki. Este se unió a los demás, y fray Bartolomeo se encaminó directo a la mesita que hacía las veces de altar. Iba a dar comienzo a la misa, cuando Hansi tiró de su manga. El cura se volvió hacia él.

         -¿Qué pasa?-preguntó.

       -¿Y las demás confesiones, hermano?...preguntó el chico.

         -¡Bah!... Si alguien quisiera confesarse, ya lo habría pedido.

          -Pero es que...

         -¿Alguien se quiere confesar?-preguntó Fray Bartolomeo, en voz bien alta, para que lo oyeran todos y su monaguillo quedara conforme. Y ante el silencio subsiguiente, gruñó por lo bajo:-. Cómo me haces perder tiempo, mocoso, ¡cómo me haces perder tiempo!

         Se dispuso una vez más a iniciar la misa, cuando Hansi volvió a tironear de su manga. Fray Bartolomeo, con expresión sufrida, giró hacia él una vez más y, con voz lánguida, preguntó:

         -Y ahora, ¿qué, eh?...

          Con un gesto de su índice, Hansi le indicó que se acercara para poder decirle algo al oído. El cura, habituado a esos secretismos de su acólito, por primera vez notó lo poco que tenía que agacharse ahora para oírlo, y se asombró. ¡Cómo crece este sabandija!, pensó. El pensamiento lo distrajo, y tuvo que pedir a Hansi que repitiese lo que acababa de decirle en susurros:

           -Creo que deberíais insistir, pues hay al menos alguien más que precisaría aliviar su conciencia-recapituló Hansi.

          -¿Eh?... ¿Y cómo lo sabes, y a quién te refieres?-preguntó Fray Bartolomeo, estupefacto-. ¿Qué dices?... ¡No te oigo!

          Hansi se impacientó: hoy, Fray Bartolomeo parecía más sordo que Gilbert.

            -¡A quien sea que haya puesto ese ojo negro al señor Arn!-repitió, elevando notoriamente el volumen del susurro.

        Los demás pudieron no haber entendido la frase completa, pero el volumen demasiado alto les permitió al menos oír de quién se susurraba. Fray Bartolomeo castigó con un buen coscorrón la indiscreción de su monaguillo, y éste no volvió ya a insistir: ¿qué sentido tenía señalar una violencia ajena a un cura tan proclive a ella?

          Sin embargo, Hansi dedujo que al parecer Fray Bartolomeo había quedado preocupado por el asunto, puesto que celebró la misa un tanto caóticamente, equivocándose a cada rato. Omitió corregirlo: no quería ser premiado con un nuevo coscorrón. La mayor parte de la misa era siempre en latín, y los feligreses no entendían ni jota de todos modos. Si Hansi, quien tampoco entendía más que unas pocas palabras traducidas alguna vez por el cura, sabía sin embargo en qué orden venía cada frase, era por haberlas oído hasta el hartazgo durante continuas misas; así que, ¿qué importaba?

        Concluida la misa, cuando todos se retiraban cada uno a lo suyo (es decir, a aprovechar el día de descanso como mejor les placiera), Fray Bartolomeo interceptó a Balduino:

          -Hereje, ¿quién golpeó a... en fin, ya sabes a quién?

            -Yo-respondió Balduino, con una sonrisa rebosante de orgullo malévolo y satisfecho.

           -Ya me lo temía, y veo que cometí un gran error insistiendo en que te lo llevaras contigo...-comenzó el cura.

          -Error que aún estáis a tiempo de reparar-señaló Balduino sin muchas esperanzas.

        -...pero me siento ahora en la obligación de ayudarte. Por experiencia propia sé que ese sujeto puede ser muy pesado; de modo que hablaré con él y trataré de meterle ciertas cosas en la cabeza, ¿de acuerdo?

         -Ya que por lo visto haréis la vista gorda a mi indirecta...-murmuró Balduino, resignado.

          Así que Fray Bartolomeo buscó a Arn, y ambos se retiraron afuera, a un sitio apartado de los demás. Recordó entonces el cura que no había preguntado a Balduino qué nombre falso usaba Arn. Tal vez fuera mejor así: si iba a tener una charla franca con él, ningún sentido tenía llamarlo por un nombre ficticio.

           -Hijo mío-comenzó-, sé que estás atravesando un momento de grandes tribulaciones...

           -¿Sabéis? ¿Qué sabéis, hermano?-preguntó agresiva y amargamente Arn-. No sabéis nada.

       -En ese caso-dijo pacientemente Fray Bartolomeo-, tal vez quieras decírmelo, así yo te ayudaría a...

          -No podéis ayudarme-interrumpió Arn-. ¿Qué vais a hacer, decir a esta caterva de zafios que me guarden el debido respeto?

          -Es muy bueno que te traten como a uno más de ellos, así no llamará la atención si...

           -¡Me han puesto apodos!

          -No es nada personal. Ellos...

         -¿Que no es nada personal? ¿Y no podían, entonces, llamarme al menos de una forma un poco más acorde con mi majestad?

         Fray Bartolomeo prefirió no señalar que la majestad de Arn no superaba por lo visto la de un gusano, y estaba buscando una respuesta apropiada, cuando el quejumbroso añadió:

         -¡Podían, por ejemplo, haberme apodado Adler!

         Este hombre ya me tiene harto. Parece un niño acusando ante sus mayores a otros niños que lo tuvieran a maltraer, pensó el cura, agobiado.

          -Ya existe aquí alguien apodado así...-suspiró cansadamente.

         -¿Y os parece lógico que cualquier palurdo lleve un mote más glorioso que yo, que soy noble?

         -¡Si a Adler lo han apodado así, águila, por ese naso que tiene y que lo asemeja a dicha ave! ¿Dónde veis la gloria en ello?

           -¡Y además hay otras palabras para designar al águila! ¡Podían, por ejemplo, haberme apodado Ar!

          -Como suena tan diferente de Arn...-ironizó Fray Bartolomeo.

             -Lo que más me duele es la traición de Balduino y Anders, en quienes confiaba-prosiguió Arn, estallando en lágrimas.

        -¡Traición!...¡No digáis zonceras! ¡El hereje...!

          -Han olvidado toda promesa de lealtad, toda bella frase pronunciada ante mi trono... Proceden conmigo como si fuera uno de sus siervos, a mí, que era su señor y que tanto los ayudé...

         -Msé... Incluyendo cierta paliza que el hereje recibió por cuenta vuestra en Kvissensborg, si no os molesta recordarlo.

        -¡No me estáis escuchando, hermano!--exclamó Arn, con redoblado llanto.

          -¡Vos sois quien debe escucharme a mí y no lo hace!... Oíd...

            -¡Hoy, al despertar, me quité un piojo de mi cabellera! ¡Un piojo!... ¿Podéis creerlo?

        Lo que no puedo creer, es que existan cretinos como éste, así de maricas-reflexionó Fray Bartolomeo, superado por los lloriqueos de Arn y completamente harto de ellos-. Decididamente, el hereje, al morir, irá a pararf de cabeza al Cielo. Una hora de escuchar toda esta sarta de lamentaciones, como castigo, es mucho peor que una eternidad en el Infierno, y luego de sufrirlas, no le quedarán ya pecados que expiar.

       -¿Un piojo?... ¿Sólo uno?-bromeó-. ¡Felicitaciones, pues! Daos por conforme si tenéis apenas un piojo, que aquí sólo los calvos están a salvo de ellos, y los demás...

          ¡Y encima he de soportar vuestras burlas!-sollozó Arn-. ¿Qué clase de vida es ésta?... ¡Ojalá Erik hubiera logrado matarme!

         Fray Bartolomeo resopló furioso.
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06 de Septiembre, 2012    General

CCIII

CCIII

      Al pie de la escalinata, la mirada atenta de Ursula distinguió la figura que emergía del mar y se acercaba a Vindsborg, tras franquear las dos empalizadas. Aguardó a tenerla próxima antes de indicarle el primer escalón, donde descansaba un bulto.

       -Ahí tienes tus ropas y una toalla, Tarian-le dijo, antes de palmearle la espalda como para demolérsela-. ¿Todo bien, campeón?

        Tarian asintió a la luz de la antorcha sostenida por Ursula. La inmersión había tenido sobre él un efecto tranquilizador, como siempre, de modo que no se acordaba de la práctica de la mañana y de sus promenores más que como un incidente molesto que haría bien en evitar que se repitiera.

       Tomó la toalla y sus ropas y subió hasta el patio de Vindsborg. Había ya terminado de secarse y estaba poniéndose los calzones, cuando bruscamente se abrió la puerta, sobresaltándolo. Del interior salieron dos figuras, una de ellas arrastrando brutalmente a la otra, que protestaba a voz en cuello contra ese maltrato:

         -¡SUÉLTAME! ¡ES UNA ORDEN! ¡DÉJAME EN PAZ, TE DIGO!

       Era la voz de Arn. Tarian se alarmó, y sus puntiagudas orejas, como siempre que se enojaba o se ponía nervioso, empezaron a moverse como en enérgico aleteo. Intentó identificar al que arrastraba a Arn; pero estaba muy oscuro, y si disponía de sentidos vedados a la gente de tierra firme, éstos posiblemente le eran de escasa utilidad fuera del agua. No entendiendo qué diablos ocurría, pero advirtiendo algún tipo de gresca, pensó en enemigos externos. Por varias razones, era una suposición absurda; sin embargo, él no era un guerrero, no deseaba serlo y no pensaba como tal. Pero de cualquier manera, no se sentía ajeno a eventuales ataques a Vindsborg; de modo que si había que pelear, pelearía. Y con esa intención, se arrojó sobre la figura que arrastraba a Arn... O sea, sobre Balduino, a quien no reconoció en ese momento. Pero Balduino sí que lo reconoció a él (su olor a mar era inconfundible) y sintió deseos de retorcerle el pescuezo.

        -¡TARIAN! ¿QUÉ RAYOS HACES? ¡DEJA DE JUGAR!

       No tuvo que repetir la orden. Cohibido por su metida de pata, Tarian se hizo a un lado en el momento en que Arn, aprovechando su intervención, intentaba ponerse de pie. Balduino trustró la huida del infortunado ex Conde y, sin el menor miramiento, volvió a arrastrarlo, escaleras abajo esta vez. Por supuesto, durante el trayecto Arn se llenó de magullones; por lo que no paró de quejarse y gemir plañideramente. Y tras ambos fueron Anders y Hendryk, so pretexto de tomar sus respectivas guardias, y deseosos en realidad de no perderse el menor detalle. Otros espectadores usaron el patio o alguno de los escalones superiores a modo de palco mientras Ursula, abajo, alzaba la antorcha, intentando entender qué diablos ocurría. Ahora los seis perros de Hundi se habían sumado a Balduino y su séquito de ocasión, ladrando con mucho entusiasmo, algunos precediendo, otros flanqueando y otros cerrando la formación, cual bulliciosa pero leal escolta.

        Tarian, mientras tanto, decidió que el incidente no era más que una nueva prueba de la locura humana. Recogió sus cosas y entró en Vindsborg para terminar de vestirse. Lo asombró constatar que aún quedaba alguien allí: Ljottur, quien seguía comiendo como si nada hubiera ocurrido, pero que alzó la mirada al entrar el muchacho-pez. Las miradas de ambos se cruzaron, idénticas en su mutua curiosidad; pero Ljottur fue el primero en desviarla, con un aire de inmensa aflicción que desconcertó a Tarian y le inspiró infinita piedad, sobre todo al verlo hacer a un lado la cena inacabada y acostarse rápido en el suelo. Tarian entendía esa prisa, por haberla experimentado en carne propia alguna vez: la prisa de quien desea olvidar hasta su propia existencia; la de quien anhela dormirse y ya nunca despertar.

        No era Ljottur la única persona tendida en el suelo en ese momento: afuera, también Arn yacía, aunque, en su caso, sobre la mucho más muelle arena de la playa, adonde lo había tumbado un puñetazo de Balduino que acababa de ponerle negro un ojo. El pelirrojo estaba furioso y esperaba que Arn se incorporara para seguir apaleándolo a gusto. Mientras tanto, notó que los rodeaba un nutrido grupo.

          -¿¡QUÉ MIERDA MIRÁIS!?-rugió al corro de espectadores-. ¡NADA TENÉIS QUE HACER AQUÍ! ¡DESAPARECED!

         -Yo sí tengo que hacer, mi puesto de guardia es aquí-replicó satisfecho Hendryk, tendiendo hacia Ursula su diestra en tácito reclamo de la antorcha.

        -Y yo debo reportarte las novedades-pretextó Ursula.

       -¿¡Y QUÉ NOVEDADES HAY!?...-vociferó Balduino.

          -Ninguna novedad, esto es lo que iba a decir-replicó Ursula, achicada, cediendo muy a desgano antorcha, puesto de guardia y privilegiado punto de observación; y se retiró malhumorada y gruñendo, lo mismo que Anders, este último en dirección al torreón. Pero al menos Ursula podría seguir mirando desde la distancia, cosa que hizo tomando adecuada posición en uno de los peldaños superiores.

       Arn estaba decididamente insoportable, y Balduino sospechaba que lidiar con él sería extenuante si no le dejaba pronto algunas cosas en claro; por lo que quería molerlo a golpes para aleccionarlo un poco y, de paso, desahogarse. Pues si de algo no se le podía acusar, era de no ser comprensivo y solidario con las desgracias del prójimo. Lo había sido con Snarki en su momento, al notarlo temeroso, inseguro y, para colmo, acusado de un crimen ajeno; lo había sido igualmente, cómo no, con Tarian, viéndolo convertido en un lastimoso desecho humano en las mazmorras de Kvissensborg; lo había sido también con la vieja Herminia, amargada por el abandono, años ha, de su esposo, y por la muerte de su único hijo, hechos que la habían forzado a cerrarse en sí misma, temerosa de sufrir otra vez si volvía a querer a alguien; lo había sido con Hrumwald, avergonzado éste de su fealdad y enamorado de una mujer en apariencia fuera de su alcance; incluso con Ljottur, pese a su siniestra costumbre de ensartar pequeños animales en ramitas convertidas en minúsculas estacas, por haberlo visto maltratado por alguien más fuerte. Con todos ellos, y muchos más, sí, sí, sí... ¡Pero Arn!... ¡Un hombre apuesto y saludable, separado quizás de su familia, pero con la certeza de que ésta se hallaba tan a salvo como él mismo y quizás más!... Y sin embargo, allí estaba él, arrastrándose por los suelos, patético, imagen misma del fracaso; él, que por su misma condición de Caballero hubiese debido soportar más digna y virilmente la adversidad, de la que, por otra parte, tenía buena parte de culpa. ¿Había sido, después de todo, un Conde que se hiciera querer por sus súbditos? ¡Qué va!... A lo sumo, no se había hecho odiar demasiado, pero tampoco amar, precisamente. ¿Y no le habían prevenido Anders y él, Balduino, de que esto amenazaba ocurrirle? Y no había hecho el menor caso a tales advertencias, pese a lo cual, la suerte seguía acompañándolo... Porque otro, en lugar de Balduino, habría recordado la paliza recibida en Kvissensborg y aprovechado para vengarse del culpable indirecto; o incluso, sólo por congraciarse con el nuevo Conde, habría entregado a éste, atado de pies y manos, a su depuesto y fugitivo predecesor, el cual, por haber dejado de ser poderoso, ya no era útil. Y otros menos honorables en sus malandanzas que Ulvgang y sus Kveisunger, olvidando la obediencia debida a balduino, se habrían desquitado en Arn de la traición sufrida a manos de éste. Sí, Arn era un tipo con suerte, qué duda cabía...

         Y Balduino ya estaba harto. No lo soportaba, y ahora, volviendo a reflexionar sobre ello, lo aferró de nuevo por la ropa y lo arrastró una vez más, escaleras arriba en esta ocasión, y siempre escoltado por la bulliciosa jauría de Hundi. Ante esto, todos los espectadores corrieron al interior de Vindsborg a ver cómo proseguía la función. No mucho después, con los perros precediéndolo, llegaba Balduino, siempre con su carga humana a la rastra, la cual soltó apenas hubo traspasado con ella la puerta. Arn cayó pesadamente al suelo y no dio muestras de querer moverse de allí. Iba Balduino a reiterarle la orden cuyo incumplimiento había desatado el incidente, cuando vio que los seis perros se habían precipitado sobre la comida desparramada y lamían el sitio adonde había caído, con tal ahínco, que se hubiese dicho que pretendían pulimentar el piso.

        ¡Hasta esa suerte tiene!, pensó Balduino, furioso e indignado. Si yo tuviera problemas serios y me tocara limpiar el piso, estos quiltros pulguientos no sólo no me serían de ayuda, sino que, además, lo empeorarían llenándolo de cagadas. Habladme después de justicia divina. En ese momento llegó Emmanuel, relevado por Anders de la guardia en el torreón. Impaciente por hacerse valer, recogió los pedazos del tazón, sin que nadie le ordenase hacerlo. Balduino, por no destriparlo, le agradeció entre gruñidos, y luego paseó la mirada entre los presentes, cruzándose con la de Ulvgang, más reflexiva que otra cosa. Ahora sabía Ulvgang por qué Arn le repelía tanto: era una babosa humana y un marica quejumbroso.

        Balduino advirtió, en las miradas de los demás, que la opinión de Ulvgang estaba generalizándose, e hizo un esfuerzo más por proteger a Arn de él mismo:

       -Mañana será otro día, ¡a dormir todos!
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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