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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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Mostrando 21 a 30, de 269 entrada/s en total:
17 de Agosto, 2012    General

CCII

CCII

      Al regresar Balduino a Vindsborg trayendo a Ljottur, se encontró con que a Arn, para mortificación de éste, se lo había apodado Drumb, "Idiota", y también Fúlnir, "Protestón". Maldijo su propia suerte. No le cupieron dudas respecto a los inmensos e involuntarios méritos con que Arn se había ganado tales apodos, que soportaba mal; pero estaba seguro de que traerían problemas. Así que se llevó aparte a Anders, y le ordenó:

       -Encárgate de que lo llamen por su nombre. No el verdadero, por supuesto... El otro.

         -Balduino, ¿estás loco? ¿Qué quieres que diga a nuestros hombres?... ¡Nos pondremos en ridículo, y pondremos en ridículo a Arn...!

           -¡¡¡Que no lo llames por ese nombre!!!...

        -¡...Lo pondremos en ridículo también a él, si les decimos: No seáis tan malos, llamadlo por su nombre, como si de un chico lloroso se tratara, más allá de que lo parezca! Si quieres pasar vergüenza, y hacérsela pasar a Arn, encárgate tú de decirles tal cosa.

          -Bueno, al menos procura no usar tú esos sobrenombres para dirigirte a...a...-Balduino rebuscó inútilmente en su cerebro y por fin, vencido, concluyó, de pésima gana:-... a Arn.

             Su inseguridad al terminar la frase hizo muy obvio cierto detalle, y Anders, advirtiéndolo enseguida, prorrumpió en carcajadas burlonas.

             -¡OLVIDASTE EL NOMBRE!-exclamó, regocijado-. ¡ERES EL PRIMERO EN OLVIDAR EL NOMBRE QUE A TI MISMO SE TE OCURRIÓ Y QUE NOS REGAÑAS POR NO USAR!

           -Anders, condenación... ¡Baja la voz!-gruñó Balduino-. Y además, no olvidé nada.

         -¿Ah, no?... ¿A ver?...

          -No lo diré, ¡no tengo por qué probarte nada!

          -¿No me digas?...

           El rostro de Anders era una máscara paródica de expectante solemnidad mientras aguardaba desafiante, intentando reprimir nuevas y más estruendosas carcajadas. Viéndolo, Balduino -quien, por supuesto, ni por asomo recordaba el nombre falso bajo el que pretendía ocultar a Arn- no podía concentrarse. Estaba a punto de admitir su derrota, cuando Anders, finalmente, no logró contenerse más, soltó la carcajada y, con ella, un aluvión de saliva que vino a bañar el semblante del pelirrojo.

          -Puerco-gruñó Balduino-. Bueno, bueno, ¡de acuerdo! Puede que lo haya olvidado...

            -¡Oh! Puede, ¿eh?-recalcó Anders, mordaz.

           -...pero es que tengo demasiadas otras cosas en qué pensar. Para eso te tengo a ti. Recuérdame de una buena vez el nombre, y a otra cosa.

             -¿Y cómo quieres que te lo recuerde?, ¡si yo mismo lo he olvidado!-exclamó Anders, llorando de la risa-. Para mí es Arn, y también para los demás, excepto ahora sólo para Ursula, y eso suponiendo que no esté tomándonos alevosamente el pelo; Hijo Mío tardó en entender, pero, milagrosamente, lo consiguió. No obstante, en tu lugar dejaría todo como está. Al menos todos sabemos quién es Drumb y Fúlnir... Y seamos sinceros, Balduino, ¡Arn no colabora en lo más mínimo para que  se lo moteje más benévolamente! ¿Querrás creer que echó a Tarian cuando éste se le acercó con intenciones amistosas? Rayos, si es para matarse, que Dios le da pan a quien no tiene dientes: ¡ojalá cuando vinimos aquí nos hubiera dado la bienvenida alguien así de simpático y amigable como Tarian, en vez de sujetos temibles como Honney y Andrusier!

          -¿De qué te quejas tanto?, si Honney y Andrusier no nos hubieran hecho daño, aunque más no fuera por orden de Ulvgang y porque tres de sus compañeros, entre ellos el propio Tarian, seguían de rehenes en Kvissensborg...

            -Pero tuvimos que meditarlo bien antes de llegar a esa conclusión, ¡y si vamos al caso, tampoco a... a Drumb, pensaba hacer daño Tarian!

             -Tienes razón. Mañana por la mañana hablaré con... Eh... Bueno, mañana a la mañana... hablaré con, en fin, con  el nuevo integrante de nuestra dotación.

           -¿Sí?... ¿Con Ljottur?-preguntó Anders, todavía jocoso.

             -Con Fúlnir-concluyó Balduino, vencido.

         Esa noche, cuando Varg sirvió el indigesto mejunje de turno, todos hacían cola para retirar su respectiva ración, excepto Arn y Ljottur. Ultimo en la fila estaba el apático y desagradable Adam. Advirtiendo a aquellos dos rezagados que permanecían sentados en el suelo con la cabeza agacha, uno aquí y otro allí, gruñó:

            -Eh, Drumb, tienes que venir por tu cena, y tú también...-y se interrumpió, porque Ljottur ya no necesitaba que se le dijese nada: acababa de incorporarse sin necesidad de que Adam completara la frase, y se había colocado último en la cola-. ¿Oyes, Drumb?-Adam sonrió venenosamente, deleitado tal vez por la perspectiva de mortificar a un ex conde y no a un fulano cualquiera-. Drumb, mira que...

            -¡Aah!...-exclamó Ljottur, con aire molesto, tirando de la manga de Adam, quien se quedó mirándolo con cara bobalicona, sin entender qué le ocurría.

         La misma situación se repitió dos o tres veces: Adam le hablaba a Arn, pero era Ljottur quien se daba por aludido, asumiendo al parecer que el único Drumb, el único idiota a quien podían referirse, era él mismo. Adam acabó hartándose.

           -Bueno, alteza, muérete de hambre, si es tu gusto-masculló-. Tampoco es que vayas a perderte de algo formidable; quién sabe, quizás la saques más barata pasando hambre que comiendo la porquería que están sirviendo.

            En ese momento apareció Balduino con su propio tazón humeante. Al ver a Ljottur en la cola, se le acercó:

          -Varg, nuestro cocinero, te dará un tazón que deberás conservar y limpiar tú mismo-le indicó amablemente; y añadió, volviéndose hacia Arn-. Supongo que tú ya tienes el tuyo...-vaciló un momento, pero concluyó:-... Fúlnir.

            -No tiene, señor Cabellos de Fuego, no quiso almorzar-aclaró Lambert, con uno de sus típicos y convulsivos guiños de ojo.

            -¡Que no almorzaste!... ¡Pero tienes que alimentarte, hombre!-dijo Balduino con simpatía, sentándose junto a Arn y dándole unas amistosas palmaditas en la espalda.

          Arn se volvió hacia el pelirrojo con aire de amargura y enfado. Balduino habría querido hartarlo a cachetazos, pero intentó ser paciente:

            -Aquí tienes que ir tú mismo por tu comida-aclaró con gentileza.

          Con gesto de graciosa condescendencia, como obligado a permitirse un gesto magnánimo para con la plebe -siendo así que el insistente crujir de su estómago delataba otros posibles motivos mucho más válidos-, Arn se puso de pie y se colocó detrás de Ljottur. ¿Estará este imbécil intentando incrementar y teatralizar su desdicha para hacerla ostensible?, se preguntó Balduino, irritado.

           La cola avanzaba rápidamente. Llegado su turno, Ljottur se halló ante Varg, quien le proporcionó un tazón y se lo llenó con una sustancia negruzca de temible aspecto. Luego fue el turno de Arn. Con aire hosco e indiferente, Varg le dio también a él un tazón.

          En ese momento llegaron a oídos de ambos los gritos del sordo Gilbert:

         -A ver cómo le sienta al marica de Arn esta cosa que hizo el viejo Varg...

           -Ssssshhhht... Cállate, imbécil-respondieron varios en susurros, los de Karl los más desesperados.

          Fue como si Varg no hubiese oído a Gilbert. En cuanto a comensales, él tenía una deplorable opinión de prácticamente todos los hombres de Vindsborg. Le parecían quejumbrosos como viejas beatas todos ellos, y no esperaba que Arn fuese una excepción, ni tampoco que resultase peor que los demás. Pero Arn, oyéndose llamar marica, se puso lívido y apretó los dientes.

           Cuando ocupó su sitio junto a Balduino, éste tenía aún algún resto en su propio tazón. Anders había terminado y eructaba ruidosamente, acariciándose el vientre con una expresión de sublime felicidad que sólo podían comprender quienes supieran lo que era ajustarse el cinturón en épocas de vacas flacas.

           -Me toca en el torreón, ¿no Karl?-preguntó, desperezándose satisfecho y sonriente.

           -Sí, señor Anders-contestó el interrogado-. Relevaréis a Emmanuel. Y tú, Hendryk-añadió, volviéndose hacia el mentado-, reemplaza a Ursula al pie de la escalinata.

        -Tú siempre el mismo lameculos, ¿eh, viejo puto?-espetó Hendryk, por buscar cuerda-. A Anders o al señor Cabellos de Fuego les hablas como a príncipes, y en cambio al resto de nosot...

           Un súbito, violento ruido a roto dejó sin concluir el discurso de Hendryk. Todas las miradas convergieron hacia Arn, quien había arrojado al suelo adrede su tazón de comida. Que el menú no le resultara apetitoso, se entendía; pero su aire de sufrimiento al límite, digno de quien se dispusiera a afrontar los más espantosos suplicios infernales, resultaba ya grotesco. Esta vez no sólo Balduino, sino todos los presentes, se preguntaron si expresaba emociones sinceras o exageraba para llamar la atención. Una cosa, sin embargo, era indudable: al pelirrojo no le importaba. A duras penas reprimía su creciente cólera:

          -Si quieres, puedes cenar directamente del sulo-dijo con voz helada-, cosa que por otra parte harás como repitas esta escena que ni de Hansi o de Thommy habría tolerado, y que mucho menos aceptaré de ti. De cualquier forma, lo que no vayas a comer, lo limpias.

         -Límpialo tú-gruñó Arn, con brusquedad.

          -Ajá... A ver... Que lo limpie yo... Que lo limpie yo...-masculló Balduino, viendo todo tan rojo como sus propios cabellos, o peor aún.


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31 de Julio, 2012    General

CCI

CCI

      Esa misma noche, Balduino llevó a Arn a Vindsborg y lo presentó bajo un nombre falso que luego, por las razones que se verán enseguida, nadie logró recordar jamás. No pretendía engañar a sus hombres respecto a la verdadera identidad del inesperado nuevo miembro de la dotación de Vindsborg; y tampoco se interpretó que pretendiera hacerlo, porque, salvo Ursula, casi todos dieron muestras de comprender de sobra quién era aquel rubio insulso que venía a sumarse a la dotación de Vindsborg, y que el Señor Cabellos de Fuego simplemente les estaba notificando bajo qué nombre falso lo mantendrían escondido. No gustaron a Arn las miradas que le dedicaron los Kveisunger, las cuales le hicieron sentirse cual pichón acechado por gatos malvados y famélicos; y como al día siguiente Balduino regresó a Helmberg a buscar a Ljottur, estuvo unas cuantas horas ausente, para desolación de Arn, quien temía que durante esa ausencia aquellos energúmenos se abalanzaran sobre él. Debidamente armado, sus temores no habrían sido serios; pero se le había hecho dejar su espada en la iglesia de Fray Bartolomeo para que no llamara la atención, y llevaba apenas un cuchillo al cinto.

         No obstante, Balduino le había recomendado que intentara mezclarse con los demás, y pensó que Snarki y Lambert eran buenas opciones para comenzar. Por lo que, luego del desayuno, mientras todos bajaban las escaleras en dirección a la playa en inicio de la jornada laboral, estuvo buscando desesperadamente un tema para trabar conversación con ellos, y lo encontró al ver a Terafá vagando por ahí.

          -Ese cerdo ya está listo para ser faenado-comentó.

          Snarki y Lambert se miraron, imaginando la reacción de Balduino ante semejante frase tan desafortunada; y respondió el primero:

            -Más cerca del cuchillo estás tú que él...

          Con lo que pretendía advertir que, como osara poner tan sólo un dedo sobre el cerdo, Balduino tomaría sangrienta venganza; pero Arn, malinterpretando el chascarrillo -que en realidad lo era sólo a medias, por supuesto-, lo tomó como amenaza seria. El equívoco era comprensible, porque Snarki, quien por otra parte habló como plenamente convencido de lo que decía, ya no era el bordo con cara de bebé de otros tiempos y, ya que no malvado, al menos ahora se veía duro; pero tan mal comienzo bastó para que, al menos de momento, las ganas de sociabilizar de Arn se disiparan como por arte de magia.

          Dado que ese día se dedicó a la práctica de maniobras coordinadas, hubo que explicarle a Arn en qué consistían; de lo que, por orden previa de Balduino, se encargó Adler llevándolo aparte a tal fin. Cuando se sumó a los otros en los ejercicios, no se desempeñó tal mal como podía haberse esperado. Era evidente que tenía la mente en otra parte, pero al menos sobrellevaba bien las exigencias físicas requeridas. Para su desgracia, sin embargo, de nuevo estaba Ulvgang a cargo de dirigir la práctica, de la que, como era de rigor desde hacía un tiempo, participaba Tarian. Sobre éste centró primero Ulvgang su atención. En algún momento se cruzaron largamente las miradas de padre e hijo, enigmática y rebosante de orgullo secreto la del primero, desafiante la del segundo. Fue Ulvgang el primero en desviar la vista, más que nada para no delatar sus sentires más íntimos; pero Tarian, no del todo equivocadamente, interpretó que por fin había hecho las cosas bien y dejado a su padre sin la menor reprimenda que hacerle. ¿Una tregua entre ambos? Ni hablar: simplemente, el campo de batalla se trasladaba a otro terreno.

          Muy satisfecho del desempeño de Tarian, Ulvgang posó su atención sobre Arn, quien, por no meditar en lo que hacía y ser novato, cometía más errores que ninguno. No tenía motivos para guardarle muchas consideraciones:  Arn era hijo de un Conde cuya codicia, sumada a muchas otras, había redundado en sufrimiento durante años para Tarian. Su amistad con el señor Cabellos de Fuego salvaba su pellejo, y por otra parte Tarian había sobrevivido al tormento y a la adversidad, lo que ameritaba repensar cualquier venganza contra el ex conde y su linaje. Pero incluso sin intenciones de desquite, sólo mirar a Arn repugnaba a Ulvgang, aunque ni él mismo entendiera el motivo; y al reprobar y criticar su desempeño durante la práctica, no ocultó el desdén que le inspiraba. Arn, humillado y lleno de recelos y temores, soportó los reproches a cara de perro.

         Posiblemente también Tarian ignorara quién era en realidad aquel nuevo miembro de la dotación de Vindsborg, o quizás considerara, por experiencia propia, que los hijos no han de cargar con las culpas de los padres. Como sea, durante el primer descanso intentó acercarse a Arn, quien, no conociendo bien a sus nuevos compañeros, no supo de quién se trataba, ni con qué intenciones venía el muchacho-pez; por lo que le exigió que lo dejase solo. Tarian respetó su deseo y debió tragarse lo quye había anhelado transmitir de algún modo a Arn: que entendía perfectamente cómo se sentía éste, porque también a él acostumbraba martirizarlo por sus errores en los ejercicios. Pero enseguida se cruzó con su padre, y éste quedó duramente impactado por la mirada de silencioso ocio que le dedicaba su hijo, y cuya causa no lograba intuir.

            Parece que me vuelvo viejo, tonto y emocional, pensó Ulvgang. Miró a Tarian despojarse de sus ropas y sumergirse en el mar, y supo instantáneamente que el joven no sólo no retomaría la práctica ese día, sino que, directamente, no volvería a participar de práctica alguna. Lo que se había propuesto, demostrar a Ulvgang que podía hacer las maniobras coordinadas tan bien como cualquier otro, ya lo había logrado; ahora, como Arn, sólo quería que se lo dejase en paz. ¿Qué importa si me duele?, se preguntó Ulvgang. El estará bien. Pero no habría sentido mayor dolor con una espada hundida en pleno vientre o desollado vivo; de poco le servía filosofar en ese momento. Con cada día que pasaba crecía el amor que sentía por su hijo, y cada vez le costaba más aparentar indiferencia.

           También Anders estuvo a punto de acercarse a Arn para hablarle y consolarlo; pero sintió a sus espaldas la tremenda manaza de Thorvald inmovilizándolo sin esfuerzo.

          -No, muchacho-dijo el vozarrón de trueno-: ni se te ocurra.

         Quizás unos pocos meses antes hubiese Anders desobedecido, u objetado al menos; pero sentaba cabeza rápidamente y, entre otras cosas, comprendía ahora que el viejo sabía más que él acerca de muchas cuestiones. Asintió en silencio, y quedó a la espera de explicaciones que jamás llegaron. Siguiendo un consejo que solía darle Balduino, buscó él mismo esas explicaciones, y se maravilló al descubrir que no era tan difícil hallarlas, después de todo: Thorvald tal vez considerara que a Arn le convenía curtirse, o que a eventuales espías de Erik les resultaría más difícil dar con él si no lo veían en compañía de Balduino o de Anders.

         Sobre ello reflexionaba cuando se acercó Hijo Mío y dijo, en voz tan alta que parecía un heraldo precediendo y pregonando a voces la llegada de un poderoso monarca:

          -¡No entiendo al señor Balduino!... ¿Por qué rayos debemos llamar al señor Arn bajo nombres falsos?, ¡si todos sabemos quién es en realidad!...

          -Emmanuel, cierra el pico-ordenó Thorvald, sin inmutarse, mientras Anders, ante tan poca discreción,  rezaba para que lo tragara la tierra.

         -¡Pero si es cierto!... ¡Todos sabemos...!

           -Y hasta las piedras sabrán, Emmanuel, si no te callas... Y como hasta las piedras sepan, te trituro los huesos. Estás advertido.

         El tono de Thorvald era tranquilo, amable y firme, el de un hombre que hace una solemne promesa que indudablemente cumplirá. Hijo Mío se calló mientras Anders miraba en todas direcciones, como esperando que del arenal de la playa brotaran hombres de Erik dispuestos a matarlos a todos.

        La verdad era que, en las cercanías inmediatas, no había nadie más que Adam, cuyos ojos se cruzaron con los de Anders. El larguirucho se veía sarcástico respecto a la poca inteligencia y aún más escasa discreción de Emmanuel. Entonces, de improviso, Ursula vino a sumarse al grupo.

           -No entiendo al señor Cabellos de Fuego-declaró-; pero tú lo conoces mejor, Anders, y tal vez puedas explicarme: ¿¿¿de dónde rayos ha salido el nuevo???... Parece bastante inútil; ¡y francamente, no alcanzo a entender por qué el señor Cabellos de Fuego, pudiendo traernos en cambio a su amigo Arn, aprovechando que éste tiene problemas y sería más capaz, nos encaja en cambio a este Fulano de Tal que ni dónde está parado sabe!...

           Adam encogió su larga y desgarbada humanidad, como pretendiendo hacerse un ovillo, y se cruzó de brazos, meneando al mismo tiempo la cabeza con aire burlescamente reprobador.

            -Entre más grandes, más estúpidos...-gruñó.
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publicado por ekeledudu a las 12:03 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
19 de Julio, 2012    General

CC

CC

      Con la caída de la noche, los cuatro se hallaban de regreso en Freyrstrande. Anders y Emmanuel volvieron de inmediato a Vindsborg, pero Balduino llevó a Hansi a casa de Friedrik y luego siguió viaje hasta la iglesia de Fray Bartolomeo adonde, tal y como se le había aconsejado, Arn había ido a refugiarse.

      Apenas había Balduino golpeado la puerta con la aldaba, que del otro lado se oyó un imperioso reclamo:

        -¡HERMANO!... ¡HERMANO!... ¡LA PUERTA!... ¡ID A ATENDER, APRESURAOS!

        Era la voz de Arn, y nada más oírla, cierto instinto informó a Balduino que algo no andaba en orden, impresión confirmada cuando por fin apareció Fray Bartolomeo.

        -Gracias a Dios... ¿Por qué tardaste tanto?-susurró, invitando a Balduino a entrar.

         Era la segunda vez en el mismo día que se le reprochaba una demora, y Balduino tuvo el pálpito de que, si Erik lo hubiese hecho eliminar, el cura habría tenido, gracias a Arn, motivos muy válidos para llorar su muerte. Sonrió con perverso regocijo: recordaba demasiado bien cómo se había reído de él el cura cuando el famoso incidente de las abejas, viéndolo en el río junto a Gudrun y sin que ninguno de los dos se hubiese despojado siquiera de una prenda. Aunque no la hubiese planeado, más cumplida venganza que ésta difícilmente habría podido encontrar.

         -Era hora de que dejarais de sufrir en soledad, no me deis las gracias por la compañía que os procuré-murmuró Balduino, jocoso.

       -¡DARTE LAS GRACIAS!... Como pretendas dejarlo aquí, te mato, ¡y el verdadero sufrimiento lo he conocido desde que albergo a este huésped que tan gentilmente me encajaste!

         -Vamos, vamos... Esto es una iglesia, ¿no? ¿Negaríais asilo a un hombre acosado por mortales enemigos?

       -Hereje, convive un tiempo con él y, para empezar, entenderás que tenga tantos enemigos. Por lo demás, no: no negaría ni le negué asilo, como puedes ver, aunque casi estoy arrepentido de ello; pues, si de martirios se trata, habría preferido uno más tradicional, como ser arrojado a un caldero lleno de aceite hirviendo. Suena más misericordioso y humanitario que éste... Pero en fin, aquí estás tú, y él no para de contarme cómo recobrará su Condado con tu ayuda y la de Anders...

       -¿Eh?... ¿Habláis en serio?

         -¡Nunca más en serio!... ¿O qué crees, que me quedan ganas de bromear? Mi sentido del humor se fue al diablo, y en cuanto a tu amigo, mejor ni te digo adónde puede irse él... Pero bueno, no importa: podrás acompañarlo en tan heroica y gloriosa empresa... Venced o morid, pero ni se te ocurra traérmelo de vuelta.

       Tras este diálogo en cuchicheos, Balduino siguió a Fray Bartolomeo hasta un cuartito adyacente a la iglesia propiamente dicha. Allí, sentado ante una pequeña mesita, Arn se disponía a cenar.

          -¡Balduino!-exclamó, feliz-. ¡Cómo me alegro de verte! ¿Cuándo regresaste?

          -Acabo de llegar...

       -¿Y viniste directamente a trraerme noticias?... ¡Eso sí es fidelidad de buen vasallo! Debes estar cansado, ordenaré al cura que te traiga algo de comer...

       Al oír esas últimas palabras, poco faltó para que Fray Bartolomeo se ocupara de que de verdad fueran últimas en el más drástico de los sentidos. De nadie sino del mismísimo Jesucristo o de jerarquías superiores de la Iglesia recibía él órdenes y. por lo demás, se disponía precisamente a atender a Balduino sin necesidad de que un hidalgüelo depuesto viniera a recordarle deberes hospitalarios que él conocía de sobra; así que, harto, estuvo a punto de cantar al ex Conde unas cuantas verdades.

        -Gracias, Fray Bartolomeo, pero no tengo hambre-intervino el pelirrojo.

          -Muy bien, iré a dar de beber a Arn-gruñó Fray Bartolomeo; y en un esfuerzo por no parecer irrespetuoso, añadió, volviéndose hacia el ex Conde:-. Refiérome a mi burro.

          El intento por no parecer irrespetuoso acababa de fracasar irremisiblemente. A Arn, sombrío, lo ofendía por lo visto que un asno se llamara igual que él. El cura se dio cuenta, pero tan harto estaba, que sólo de milagro no añadió que asno y ex Conde eran, no sólo tocayos, sino, además, cóngéneres. Ello, por supuesto, habría sido imperdonable: el de cuatro patas era buen asno, no había por qué denigrarlo con comparaciones injuriosas...

         -Suerte que nos dejó solos-gruñó Arn cuando Fray Bartolomeo se hubo retirado-. No me gusta este cura, es demasiado raro.

         -Hmmm... Déjame pensar... Practica lo que predica, es solidario, honesto... ¡Y hasta fe tiene! Definitivamente, te quedas corto: es rarísimo, no raro.

          -Es un palurdo mal educado, pero sabré recordarlo como se merece. No importa: no hablemos más de él... ¿Qué sabes de mi familia?

        -Tu esposa y tus hijas están a salvo en la Iglesia de San Juan Bautista.

        -¿Las viste? ¿Les dijiste que estoy a salvo?

         -No, Arn. Es decir: las vi, hasta hablé con tu esposa, pero quiero ser señor de mis secretos. Si le hubiera contado que te he visto, ahora estaría preguntándome si alguien nos oyó, o si algún enemigo astuto no le sonsacará esa información con gran maña. Esto último hubiese sido tanto más probable cuanto que Erik sabe que no estoy a sus pies, ni mucho menos, y que ni de mí ni de Anders puede fiarse. Yo mismo le dije que comprobaría personalmente que no hubiese hecho daño a tu familia, porque ofende al honor de un Caballero maltratar a la mujer e hijos de un vencido, o permitir que otro lo haga. Si tiene algo de seso, y admito que es dudoso que lo tenga, Erik habrá enviado a alguien a espiarme mientras estuve en Helmberg.

         -¿Quiere decir que te siguieron?

          -Estoy seguro, aunque ni me fijé. Mirar hacia toldas direcciones es mal indicio, una prueba de que se está obrando mal o al menos a espaldas de otro. Pero me siguieron, sin duda; no sé si por orden del mismo Erik o por iniciativa propia y para hacer méritos. Si fingiendo ser adictos tuyos entraron en San Juan Bautista después de que yo me marché de allí  y sondearon a tu esposa, no tendrán de qué acusarme. Tal vez informen a Erik de que estuve en la iglesia, pero se desilusionarán cuando se enteren de que se lo dije yo antes de que ellos le fueran con el chisme y, por lo tanto, no le traen nada novedoso.

         -Ya veo. ¿Y mi mujer? ¿Te preguntó por mí?

        -No. Mantuvo una saludable reserva: no se fiaba de mí, no sabía si yo era amigo o enemigo. Se mostró cortés, pero distante.

         -¿En serio?... No entiendo, ¿acaso no se ha enterado del trato que nos une? ¿No se da cuenta de que, si en alguien puede confiar, es en ti?

         -No, y menos mal que no lo hizo-replicó Balduino, impaciente-. Arn, ¿qué tal si despiertas a tu nueva realidad, por desagradable que sea ésta? Fuiste Conde de Thorhavok, sí, y puede que vuelvas a serlo algún día; pero en este momento eres un pordiosero y un fugitivo lleno de enemigos. Eres también otras cosas, claro, pero este aspecto de tu presente es el que en primer lugar debes tener en cuenta si quieres, no ya recobrar tu condado, sino directamente conservar tu vida. Solías confiar en la lealtad de todos tus vasallos; no quisiste oírnos a Anders ni a mí cuando te previnimos acerca de una pòsible conspiración contra ti, y conmigo hasta te enfadaste. Ahora pagas las consecuencias de creer en la lealtad y la sinceridad de todo el mundo. ¿No crees que, para variar, viene muy bien esa saludable desconfianza que me demostró tu esposa? nada más imagina que un esbirro de Erik nos hubiese visto a ambos confidenciando sin la menor reserva, ¿qué habría pensado de ello y qué consecuencias nos habrían sobrevenido. Luego, razona: es una mujer, no un guerrero forzado y habituado a aquilatar lealtades. Si aun así hubiese advertido que te soy fiel, correríamos grave peligro, porque entonces no sería la única por mucho tiempo: otros, más duchos en eso de sopesar el carácter humano, lo advertirían con mayor facilidad.

        -Tienes razón. Perdonaré la brusquedad de tus palabras, porque tienes razón. ¿Consideraste, sin embargo, que quizás sospechen de ti y de Anders de todos modos? Convendrá fortificar adecuadamente Kvissensborg y Vindsborg en previsión de eventuales sitios.

         -¿Estás loco, Arn?... ¡Para empezar, aun cuando fuese buena idea en el caso de Kvissensborg, da risa de sólo pensar en tomarse la molestia tratándose de Vindsborg!

         -¿Por qué?

       -¿Y me lo preguntas?... ¡Si tú mismo, en su momento, ordenaste a Einar complicarme bien las cosas, lo que él cumplió fielmente instalándome, primera medida, en una ridícula ruina con pretensiones de fortificación militar!...

          Arn empalideció. Era cierto, claro, pero no había creído que Balduino lo supiese, y él mismo lo había olvidado, persuadido durante meses de que el pelirrojo era su amigo y su más leal vasallo, y eliminando de su mente la imagen odiosa del advenedizo enrolado en una Orden de falsos Caballeros y liste para despojar a los verdaderos de sus fueros y riquezas.

       Balduino advirtió el azoramiento de Arn, e íntimamente se sintió divertido. No tenía motivos para guardarle rencor, pues el ex Conde, queriendo perjudicarlo, lo había en cambio beneficiado más allá de lo imaginable; pero igual era un placer sincerarse al fin con él.

        -...Kvissensborg, por su parte, resistiría un tiempo, pero no eternamente; y sería absurdo que nos dejáramos acorralar donde fuera sin poder contar con refuerzos capaces de romper el sitio e inclinar la balanza a nuestro favor. Carecemos de aliados en esto, tendremos que arreglárnoslas solos...

          -No solos, Balduino, tenemos aliados... He reflexionado, y de la fidelidad de algunos de mis vasallos sería imposible dud...

         -Arn, olvídalo, ¿quieres? Bah, bueno, no quieres, pero igual olvídalo... No fortificaremos Kvissensborg, ni nos dejaremos arrinconar allí. Nada de eso ocurrirá. Aprestándonos para un eventual sitio sólo conseguiríamos ponernos en evidencia como enemigos de Erik. Por otra parte, no necesitamos hacer eso: si Erik envía tropas a Kvissensborg, las dejaremos entrar y que pongan el sitio de cabeza buscándote, si quieren, porque no estarás allí.

        -¡Ah!... ¿No?

       -No. Anders juró a Erik que te encerraría en un calabozo si te acercabas a Kvissensborg, y haremos que cumpla ese juramento, ya que no en espíritu, al menos sí en letra...

          -¿Anders juró eso? ¿En serio?...-interrumpió Arn, en tono de dolido escepticismo.

           -Sí, Arn-replicó Balduino, intentando conservar la paciencia que Arn le agotaba a ritmos alarmantes-: Anders juró eso, ¿cuál es el problema?

       -¿Cómo que cuál es el problema? ¿Es que ya no se estila que un buen vasallo admita sin rodeos su lealtad hacia su señor feudal y se muestre dispuesto a morir por él?

         Lo bueno: ya no debería Balduino esforzarse por conservar la paciencia. Lo malo: ello era así porque la susodicha acababa de agotársele.

          -Arn, si Anders hubiese hecho semejante idiotez, que te habría dejado a ti con un apoyo menos, ni habría tenido Erik que ordenar arrestarlo y darle muerte: me hubiera encargado yo mismo-gritó.

         -Balduino, fíjate cómo te diriges a mí, o...

         -¿O qué?... ¡Despierta de una buena vez, Arn! No estás en posición de amenazar a nadie, ni eres señor de nada. Tan grandes ilusiones te haces respecto a la lealtad de tus vasallos, ¡pero no les has dado motivos para que te sean fieles! Te interesaban más los torneos, las justas y las partidas de caza que el gobierno de tu condado. No sé, puede que entre tus vasallos haya alguno de excepcional fibra moral que opine que, bueno o malo, eres el legítimo Conde de Thorhavok, y esté dispuesto en consecuencia a apoyarte en tu regreso al poder. Pero no podemos fiarnos de eso, porque no eres bueno evaluando a la gente. Eso me consta porque, cuando nos conocimos, te mentí y adulé cuanto quise, y tú creíste que era sincero. ¡Escúchame hasta el final!-exclamó Balduino, cuando el semblante de Arn se transformó bajo una horrorizada sorpresa-, y no vayas ahora, tontamente, a desconfiar de mí cuando más fiel te soy. Podrás no ser mi señor ni el de Anders; pero sigues siendo nuestro amigo, y estamos dispuestos a defenderte a muerte. Te engañé cuando nos conocimos para que dejaras de tratarme como a un enemigo, lo que no era ni pretendía ser; pero luego te tuve afecto sincero aunque inconveniente. Protegeremos al amigo, pero no restituiremos en el poder al señor feudal. Por otra parte, no contamos con fuerzas suficientes para ello. Sin embargo, si sigues mis instrucciones, no sñolo conservarás tu vida sino que, a largo plazo, puede que recobres tu condado.

         -¿Es que acaso puedo hacer otra cosa?...-preguntó Arn, amargado.

         -No, tienes razón: no puedes. Es la primera frase inteligente que te oigo decir desde que llegué aquí. Atiende: vendrás conmigo a Vindsborg y vivirás allí bajo un nombre falso. deberás convivir, entre otros, con peligrosos Kveisunger, incluido nada menos que el propio Sundeneschrackt. En ningún momento admitiré quién eres realmente, pero ellos se darán cuenta solos ni bien te presente, estoy seguro. No cometas estupideces como intentar darles órdenes o mostrarte despectivo con ellos, o se vengarán en ti de la traición que tu padre les hizo hace más de diez años, y la pasarás realmente muy mal. Es más, se vengarán o intentarán vengarse de todos modos; pero en tanto no oses desafiarlos, lo que sería un desatino de tu parte, te demostrarán cierta benevolencia. Saben de mi amistad contigo e intentarán respetarla, pero tienes que ayudarlos. Sobrelleva virilmente la adversidad y te ganarás su deferencia, pero no te tendrán piedad si te muestras débil y llorón como ahora.

        'En Vindsborg serás sólo un hombre más bajo mis órdenes. Nada más, pero tampoco nada menos. vestirás harapos, dormirás en el suelo y te sentirás fatal a manos de mi cocinero hasta que te acostumbres a los mejunjes que prepara. Intentaremos cambiar un poco tu apariencia; lo bastante para que cueste reconocerte, no tanto como para que llames la atención y despiertes sospechas en los hombres de Erik en caso de que éstos vuelvan por aquí. A Amund Gregson, quien capitanea ahora la guardia, creo habérmelo metido en el bolsillo, y puede que también  nos ayude en lo que pueda tu antiguo consejero, quien ahora lo es de Arn; pero tanta más suerte tendremos cuanto más trabajemos en pos de nuestros objetivos. De a poco te irás mezclando con mis hombres, de modo que quien te vea te identifique al instante  como carne de presidio y no como un alto barón depuesto. Debes verte grosero, malhablado, duro y peligroso; así nadie podrá reconocerte aun teniéndote ante sus propios ojos. Quiero, además, que observes bien a la gente de Freyrstrand, pues eran súbditos tuyos, y me gustaría que los recordaras cuando vuelvas al poder.

        -¿Crees, entonces, que recobraré lo que me pertenece?-preguntó Arn, con acentos de esperanza en su voz.

        -Eso no puedo saberlo, pero tienes posibilidades. Y si el destino quiere que vuelvas al poder, es mi deseo que seas un mejor Conde de lo que fuiste en otro tiempo; que en lo que puedas, mejores la suerte de las gentes sencillas, por amor a las que conociste aquí. Tengo motivos para creer que Erik no será Conde por mucho tiempo: si no es un vulgar pelele controlado por otro, como sospecho que es, de todas formas el aroma del poder tentará a otro. Su condición de usurpador no hace simpático a Erik; como además no promete ser  hábil en e4l gobierno, podemos suponer que quien lo derroque se presentará como tu vengador y como el hombre necesario para Thorhavok. Aguardaremos ese momento, veremos qué ocurre a continuación y entonces decidiremos. Hasta que ese momento se presente, haremos que se te desdeñe como factor de peso en la lucha por el poder. Cuando resurjas, si has de resurgir, lo harás con una imagen totalmente renovada. Cualesquiera desaciertos de tu gobierno anterior habrán sido olvidados. Serás el Conde depuesto que prefirió llamarse a silencio antes que desatar una guerra civil en su condado; el hombre que renunció al poder para, anónimamente, colaborar en la defensa de Freyrstrande contra los Wurms. Todos amarán esa imagen, de modo que procura merecer tal amor; ¿de acuerdo?

      Así diciendo, Balduino extendió su diestra hacia Arn, invitándolo a sellar un acuerdo. Lástima que la expresión bobalicona de Arn hacía pensar que no entendía una sola palabra del discurso del pelirrojo, como si éste hubiera hablado en súndaro. No obstante, tal vez por instinto o por inercia, finalmente estrechó la mano de Balduino. Fue un apretón de manos flojo; hasta la diestra de Kehlensneiter era más agradable de estrechar. Pero, como fuera, se había concretado un pacto; y al menos en el corto plazo, Balduino tendría sobrados motivos para arrepentirse de ello.
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09 de Julio, 2012    General

CXCIX

CXCIX

      No tenían mucho tiempo, y por eso Balduino se marchó poco después, llevando a Ljottur en la grupa de Svartwulk. No podía Anders hacer otra cosa que esperar junto a Hansi y Emmanuel, lo que hicieron los tres sentados a la mesa donde había desayunado. Pero a los diez minutos, la espera ya se hacía tensa hasta el agobio. Por más que se dijera a sí mismo que Balduino sabía cuidarse solo, le era imposible a Anders no preocuparse. Intentaba sobreponerse a sus temores reflexionando que todo Caballero tenía enemigos y estaba más expuesto al peligro que cualquier otra persona, y que más valía una muerte noble que una vida indigna; pero ese tipo de pensamientos sirve de muy poco cuando es un amigo muy querido el que está en riesgo sin que uno pueda hacer nada por ayudarlo.

        Tan sombríos pensamientos resultaron contagiosos, tanto más cuanto que sobre la cocina entera había caído un tétrico silencio, roto sólo por el ruido de pasos que acompañaba a Gudhlek en su ocasional entrar y salir. El posadero conservaba en su rostro amoratado las huellas de la golpiza de la noche anterior. Otras heridas, éstas de su espíritu miserable, parecían sensibilizarse en cuanto veía a Anders. Entonces era obvio su anhelo de venganza; pero no lo era menos el hecho de que, si algo no podría hacer, sería caer por sorpresa sobre el joven: aparte de que su andar pesado lo delataría desde lejos en casi cualquier sitio, varias tablas sueltas del piso de la posada, con un rechinar desagradable, anunciaban su presencia cual heraldos de baja estofa cuando se las pisaba, y a veces era imposible evitarlas.

         A la cocina, Gudhlek ya había entrado en varias oportunidades luego de la partida de Balduino. La primera vez, para prepararse el desayuno; en otras dos ocasiones, a preparárselo a clientes recién llegados. Siempre que estaba en la cocina miraba de soslayo a Anders, quien advertía instintivamente  la oleada de negro rencor, pero sin concederle importancia: el posadero no constituía una gran amenaza, no debía precaverse de modo especial contra él. Emmanuel, sin embargo, se tomaba muy en serio su fingido rol de escudero de Anders, y creía que éste cometía un tremendo error al descuidarse así, que pagaría metiéndose en graves aprietos de los que él, Emmanuel, tendría que sacarlo. Por ello mantenía su diestra posada sobre la empuñadura del cuchillo que llevaba al cinto y que sabía manejar bastante bien, según creía; aunque nunca había tenido ocasión, hasta entonces, de usarlo para otra cosa que no fuera trabajar o alimentarse, y la perspectiva de emplearlo para fines menos santos lo ponía un tanto nervioso.

      De repente, sintiendo que si no hablaba del asunto estallaría, preguntó:

       -Anders, ¿has matado alguna vez a alguien?

  -A varios. Todos la misma noche, en Kvissensborg... Durante un motín-contestó el interrogado-. ¿Por qué?

        -¿Qué sentiste en ese momento?

       -Para serte franco, estaba demasiado ocupado tratando de evitar que me mataran a mí para meditar demasiado acerca de lo que hacía. Eran muchos y peleaban con ganas... Ganas, sobre todo, de liquidarnos a Balduino y a mí, ¿recuerdas, Hansi?

        -¿ estabas?-preguntó con asombro Hijo Mío, volviéndose hacia Hansi.

        Este asintió.

          -Justamente de eso me acordaba ahora-dijo con gravedad-, porque esa noche hubo un momento en que nos tuvieron arrinconados en una cocina, aunque mucho más grande que ésta.

         -¿ peleaste también? ¿En serio?

        La creciente excitación de Emmanuel no conmovió gran cosa a Hansi.

          -No, no peleé...-repuso, pensativo.

          -¿Cómo que no peleaste?-terció Anders-. No le creas una palabra, Emmanuel: sí peleó. Fue muy valiente.

           -No peleé...Pero un hombre me atrapó y amenazó al señor Cabellos de Fuego con matarme si no se rendía-añadió Hansi-. Creí que me mataría de todos modos, que no me dejaría ir vivo... Y de puro miedo, le metí mis dedos en sus ojos, y él me soltó.

           -Bueno, ¿y qué es eso, sino pelear?-preguntó Anders, notando que Emmanuel miraba a Hansi con un nuevo respeto.

         Hansi se encogió de hombros. Para él, una pelea no era tal si no era con armas de verdad o, por lo menos, a puñetazos.

          -Lo mató el señor Cabellos de Fuego-concluyó-. Desde entonces, algunas noches me persigue en sueños un hombre sin ojos.

          -Primera vez que lo dices-comentó Anders, mientras Emmanuel se santiguaba.

          -Sí, primera vez.

         Se hizo de nuevo el silencio. Anders y Emmanuel quedaron a la espera de más detalles por parte de Hansi, pero éste se había ensimismado en sus propias cavilaciones, y era dudoso que siquiera se diera cuenta de la expectativa creada.

         Advirtiendo que la espera sería vana, dijo Emmanuel:

         -Se rumoreaba en la tribu que mi tío había matado a un hombre.

         -¿Cómo que se rumoreaba? ¿Mató o no mató?-preguntó Anders.

      -Los únicos que sabían la verdad sobre ese tema en la tribu eran los adultos. Ellos decían que no, pero nadie les creía entre los más jóvenes, Tío Santiago solía emborracharse muy seguido. Durante una de esas borracheras, decían algunos, mató a un hombre, que en su último aliento lo maldijo. El mulo del difunto volvía a él noche tras noche para atormentarlo-Hijo Mío se santiguó una vez más-. Cuando se embriagaba de nuevo, Tío Santiago veía al mulo. Siempre nos preguntamos cómo se vería éste; horrible, a juzgar por los gritos de Tío Santiago. Otras veces este último tomaba su bujamí y tocaba melodías muy tristes en ella, y se decía que entonces el mulo las oía y, apiadándose, lo dejaba en paz. De hecho, era frecuente que hasta los mismos ángeles se conmovieran oyendo esos rasguidos y lloraran. Te dabas cuenta porque entonces caía más rocío del habitual.

      Anders no reparó en la poética interpretación de Emmanuel; estaba demasiado ocupado, primero preguntándose qué rayos sería un bujamí y luego deduciendo que debía ser aquella especie de laúd que había visto en manos de Santiago la noche de la juerga con los egipcios. Entonces no había prestado atención especial a las melodías, pero recordaba ahora, con asombro, haber visto aquella noche a Kehlensneiter sentado junto a Santiago y con una inusual expresión de paz en su semblante.. En Tarian, por el contrario, la música parecía haber provocado un profundo e inexplicable desasosiego. Ciertamente, el muchacho-pez mostraba un pasmoso desinterés por la música y la danza, pero por lo mismo su rauda huida de aquella noche, advertida por escasos pero coincidentes testigos, se antojaba más misteriosa. Se había bromeado al respecto diciendo que, quizás, Santiago sólo era buen músico para alguien tan sordo como Gilbert, y que cuando empezaba a tañer su instrumento más valía poner pies en polvorosa. Balduino, sin embargo, había podido evaluar el talento del egipcio, describiendo su música como poderosamente emotiva; pero quizás tan tristes acordes hicieran mal al corazón de alguien como Tarian, ya muy melancólico por naturaleza.

        -¿Y nunca te asustó la idea de matar?-preguntó Emmanuel, volviendo a su preocupación del momento.

           -Sí, como a todo el mundo... Pero si vas a ser Caballero, más te vale hacerte a la idea de que habrá veces en que tengas que matar, a menos que no te importe que te maten a ti. Queda siempre el consuelo de que será en defensa de la justicia-replicó Anders.

           -¿Siempre?... El señor de Orimor, no hace tanto, hizo que el señor Balduino creyera haber cometido grandes injusticias sin proponérselo-objetó Hijo Mío.

          -Tal vez, pero Balduino, en su momento, no lo había visto así. Creía sinceramente hacer lo correcto. Y después de todo, no hay seguridad de que no lo fuera, sólo dudas.

         -¿Puede haberlas?... Quiero decir, en el momento de matar a otra persona, ¿no se supone que tienes que estar seguro de que ésa es la única solución posible?

         -Emmanuel, por favor... Como sigas hablando así, harás que me sienta un asesino incluso por lo de aquella noche en Kvissensborg. No tengo respuestas para tus preguntas; sólo un filósofo las tendría. Balduino es así, pregúntale a él cuando vuelva. No sé, debe ser que soy un tonto para estas cosas.

       -¡Sin duda!... ¡Sin duda!... ¡Magnífica deducción!-intervino malignamente Hansi, con total solemnidad.

        Anders soltó un gruñido mientras Hansi y Emmanuel reían por lo bajo.

        Fue el último instante de hilaridad durante la larga espera, que de allí en más transcurrió en opresivo silencio. Cada uno de los tres había vuelto a sus propias y lúgubres reflexiones. Y si Anders meditaba sobre lo que podía sucederle a Balduino y las hondas responsabilidades que recaerían sobre él si ocurriera lo peor, y Emmanuel reflexionaba acerca de las funestas implicaciones de matar a un semejante -mientras permanecía atento a la posibilidad de que Gudhlek atacase a un desprevenido Anders, obligándolo a saltar en defensa de éste-, Hansi, por su parte, pensaba en aquella recurrente pesadilla en la que se veía perseguido por un hombre sin ojos.

          Se había vuelto tan rutinaria, que apenas si pensaba en ella estando despierto. Durante brevísimo tiempo, le había resultado angustiante, porque en sueños, escapando del monstruo sin ojos, llamaba desesperadamente a Balduino, sin que nadie le respondiese, excepto los ecos de su propia voz. Pero en algún momento, tras comentar la pesadilla con Balduino, éste lo había exhortado a enfrentar solo al monstruo la próxima vez que soñara con él. Hansi recordó el consejo; al seguirlo, la pesadilla, como el rpopio monstruo, había perdido poder sobre él, transformándose de a poco en un absurdo más como tantos otros que asaltan a la mente durante el sueño.

          Recién ahora pensaba Hansi en el llamativo hecho de que había confiado sus temores a Balduino y no a su padre. Eso le había parecido normal, tanto como el hecho mismo de que en la propia pesadilla, no encontrando a Balduino, no llamara a nadie más en su ayuda. Y es que Friedrik, su padre, parecía insensible al miedo e incapaz de comprenderlo. Hombre rudo y de conceptos simplistas, había sentido asombro y tristeza al comprender, en cierto momento, que su hijo quería más al señor Cabellos de Fuego que a él. Intuyendo que en ello buena parte de la culpa debía ser suya, había tenido con su hijo el primer diálogo extenso, profundo y sincero de su vida. Conmovido, Hansi había meditado mucho sobre aquella charla, y decidido que su deber era quedarse co9n su padre aun cuando lo tentara más la idea de convertirse en escudero del señor Cabellos de Fuego y formarse en el arte de la Caballería. Pero para ciertas cosas era ya demasiado tarde; y Friedrik jamás inspiraría en su hijo la seguridad y confianza que le despertaba Balduino.

         Y ahora había un sitio vacío a la mesa; de cuatro sillas, sólo tres estaban ocupadas, y Hansi mirabq de reojo a Anders y notaba que algo preocupaba a éste, cosa por otra parte no muy difícil de advertir en un joven habitualmente tan alegre y ahora con cara de funerales. Para que estuviese así, el señor Cabellos de Fuego debía hallarse de verdad en peligro... Hansi se preguntó si, como en su pesadilla, tendría en lo sucesivo que enfrentarse solo a muchas cosas. Tal vez estuviera preparado para hacerlo, pero la pérdida de la persona que le había enseñado a ello, la más cercana a su corazón, dolería de todos modos.

         Así estaban los tres, compartiendo una espera que se hacía eterna, cuando al fin volvió Balduino.

          -¡Por Dios!-exclamó Anders-. Ya era hora, temí que te hubiese ocurrido algo. ¿Por qué rayos tardaste tanto?

         El tono de la última pregunta era de reproche. Balduino, quien había hallado todo normal y no creía haber demorado tanto, quedó perplejo.

           -Mira, Anders-repuso-: cuando el señor de Orimor me halló en Vindsborg y por segunda vez tuve que enfrentarme a él en combate singular, me diste por muerto ya mucho antes de que iniciara la lucha. Ahora otra vez me imaginabas difunto. No sé si sentirme halagado por tu preocupación o, más bien, defenestrarte por agorero; pero la próxima vez, toma una pala y empieza a cavar mi tumba, que a lo mejor sí se distienden tus nervios. Espero que no te ofendas si luego regreso vivo y hago que todo tu trabajo sea de balde...
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11 de Junio, 2012    General

CXCVIII

CXCVIII

       -Descansa bien, Ljottur-susurró Balduino.

         Asombró a Anders que el pelirrojo llamara a Rattele por su verdadero nombre, no menos que la forma casi maternal en que lo arropó antes de acostarse él mismo. Había camas en la habitación, pero sólo dos. Emmanuel ocupaba una de ellas; Ljottur-Rattele y Hansi podían perfectamente compartir la otra. Sin embargo, Balduino había pedido a Hansi que durmiera en el suelo, a la diestra de él. Al chico, tal petición le había parecido un gran honor; pero Anders comprendió que, por alguna razón, Balduino no se fiaba de Ljottur-Rattele; sentimiento mutuo, por otra parte. Ljottur-Rattele no temía a Hansi ni a Emmanuel, y había llegado a captar que Anders no era más que un escudero, lo que adormecía cualquier temor que aquel pudiera inspirarle. Balduino, sin embargo, era un Caballero; a él sí le temía. Los Caballeros se llevaban a quienes se portaban mal, y jamás volvía a saberse de ellos. Lo había oído decir a Gudhlek durante años, y no se le quitaría semejante idea de la cabeza así nomás. Pero estaba demasiado fatigado para huir, de modo quese rendía de antemano a cualquier cosa que quisiera hacérsele, y le sorprendía verse, por una vez, objeto de tiernos cuidados en vez de castigos crueles.

         Esa noche, Anders no hizo preguntas; tanto él como Balduino estaban aún más cansados que Ljottur-Rattele, y además, tenían compañía. Pero al día siguiente, frescos y a solas ambos en la caballeriza, hablaron de todo lo que les quedaba pendiente. Por supuesto fue Anders, picado de nuevo por la curiosidad, quien inició el diálogo:

         -¿Puede saberse qué buscas?-preguntó; porque Balduino, efectivamente, parecía haber perdido algo, y lo buscaba ansiosamente a la luz de una antorcha.

         -Exactamente eso-gruñó Ballduino, señalando hacia un rincón.

          Anders estiró el cuello y observó, perplejo, lo que parecía un pequeño osario de pájaros de talla menuda, lagartijas, ratones y otros animales menudos.

         -¿Y eso?...-preguntó.

          -Rattele-respondió sombríamente Balduino.

         Y le contó del incidente del razón atravesado de lado a lado por una rama pequeña convertida en estada, ocurrido el día anterior.

          -No estaba del todo seguro de que él lo hubiese hecho, aun  cuando todo indicara que era obra suya-explicó-, pero Gudhlek dijo ayer que Rattele suele refugiarse aquí a menudo. Siendo esto cierto, si eso de matar cruelmente animalitos como éstos era un macabro hábito suyo y no un episodio aislado o algo de lo que él nada tenía que ver, aquí tenía que haber pruebas de ello. Y ahí están las pruebas... Lamentablemente.

         -¿Por eso ayer, al principio, preferiste no meterte entgre Gudhlek y él?

         -Exacto. Me decidí sólo porque Gudhlek es mucho peor que él, pero preferí dejar que tú te encargaras del asunto.

         Anders se llenó de indignación ante aquellas palabras.

        -¿Y no podías darme la orden, en vez de sólo mirarme con cara misteriosa, pedazo de bastardo?-protestó, furioso.

         -No, cretino, no podía-replicó Balduino, risueño-. Puesto que serás Caballero algún día, aprende desde ahora que un caballero no espera autorización de nadie para defender a quien lo necesite, o para ponerse del lado de la justicia; como mucho, más tarde se excusa ante quien corresponda por haber pasado por alto ciertas reglas protocolares, y en ocasiones ni eso. Así que vale más que vayas acostumbrándote a actuar por cuenta propia e incluso a desobedecer ciertas órdenes; por eso tardé en intervenir, y para entonces ya te encargabas tú del asunto, como era la idea. Por otra parte, ya que venías trinando de rabia contra el amable posadero, no iba a privarte del placer de molerlo a golpes, ¿verdad?

          -De acuerdo, gracias y disculpa. Pero dime: ¿qué haremos ahora con Rattele? Aquí no podemos dejarlo, quedaría a merced de Gudhlek, quien se vengaría en él de la paliza que le di anoche. Esperaba llevárnoslo con nosotros, pero, ahora que me entero de que cultiva este pasatiempo que debe resultarte particularmente odioso...

          -Y sin embargo, tendremos que llevárnoslo. A Ljottur-aclaró Balduino, tajante-; a Ljottur, que tiene miedo, que ha sufrido mucho a manos de Gudhlek y precisa de nuestra protección. En cuanto a Rattele, que se solaza en la cruel agonía de pobres animales que ningún daño le han hecho, por su bien será mejor que ni se le ocurra acompañarnos.

        Y a continuación expuso sus intenciones inmediatas. Antes de partir de regreso a Vindsborg, había que cerciorarse de que la esposa y las hijas de Arn se hallaran de verdad a salvo en la Iglesia de San Juan Bautista, como se les había asegurado.

          -Cuando lo hayamos hecho, nos vamos tan rápido como podamos-prosiguió-. Helmberg no nos será grata ni saludable mientras Erik sea Conde de Thorhavok. En San Juan Bautista dejaremos a Ljottur para que cuiden de él, hasta que pueda volver a buscarlo; en efecto, no tenemos suficientes monturas, de modo que retrasaría nuestra marcha si nos lo llevásemos ahora.

           -¿Temes que Erik trame algo contra nosotros? Parecía inspirarte tanto desdén ayer... Decías que no es más que un niño malcriado en versión adulta.

          -Sí, más o menos esa opinión me merece, pero incluso un niño tonto y caprichoso puede hacer bastante daño si se le da poder; de modo que, si nos mantenemos a prudente distancia de Erik, mejor. Es más, creo que, por las dudas, convendrá que sólo yo vaya con Ljottur a San Juan Bautista. La esposa y las hijas de Arn tal vez se hayan refugiado allí sólo por no tener otro lugar adonde ir; podría ser, también, que Erik, temiendo por la estabilidad de su corona, esté listo para hacerlas capturar en cuanto pongan un pie fuera de la iglesia, y luego usarlas de rehenes o cosas aun peores... Y siendo este último el caso, no verá con buenos ojos a quien se entreviste con ellas, como tengo intención de hacerlo. Puede que tenga apostados hombres armados o espías cerca de la iglesia. Si me hiciera arrestar, luego vendrían por ti, y te sería imposible escapar teniendo que cuidar también de Hansi e Hijo Mío, aunque este último se defiende aceptablemente parfa su edad. Por lo tanto, hay que evitar la lucha en tanto sea posible. Si vinieran por ti, no ofrezcas resistencia, finge no entender qué ocurre y deslígate de mi visita a San Juan Bautista. Cuando saquen el asunto a colación, dirás que en todo momento reprobaste mi entrevista con la esposa de Arn; y yo diré lo mismo. Si te preguntan, el motivo de tu reprobación era que temías desatar las iras de tu nuevo señor Erik; te parecía imprudente. No alegues lealtades de buen vasallo que, dada tu anterior conducta frente a él, serían increíbles. Por lo demás, calla tanto como puedas. 

         -De acuerdo... Y si quedo libre, intentaré rescatarte.

           -No, Anders, no tendrías posibilidades. Aun dejándote libre, con seguridad te estarían vigilando para ver cómo te portas, así que házles creer que te lavas las manos; que si fui tan tonto como para desoír tus advertencias y meterme de lleno en líos, ése es mi problema, no el tuyo... Y regresa a Vindsborg.

           -Balduino, por Dios, ¿me pides que te deje aquí, a merced de un enemigo?... ¡No podría hacer eso!

          -No se trata de que me abandones, Anders, sino de que te guíes por la cabeza y no por el corazón. Lo primero es poner a salvo a Hansi y adormecer al mismo tiempo la desconfianza que pudiera tenerte Erik; volviendo a Vindsborg sin alterarte lograrías ambas cosas. En Vindsborg, asesorado por Ulvgang y Thorvald, puedes urdir todos los  rescates que quieras, con la ventaja de que hay allí muchas caras que aquí no son conocidas y sobre las que, por lo tanto, no se impondría especial vigilancia si las vieran rondando cerca de la prisión donde me mantuvieran cautivo... Aunque algunas de esas caras desconocidas son más bien terroríficas, hay que admitirlo. Yo me las ingeniaría para mantener mi cabeza sobre los hombros hasta que me liberaran.

        -Sí, te las ingeniarías. Como siempre, tienes razón, compañero.

          -Y otra cosa, Anders: no te fíes de Gudhlek. De nadie, para ser más exactos, pero mucho menos de él. Es un mal bicho, me recuerda al tal Thorkill Rolfson. Si vinieran a arrestarte hombres de Erik, a él le encantaría aportar su granito de arena en venganza por la paliza que le diste anoche. Por lo tanto, si eso sucediera, intenta que los hombres de Erik vean las cosas como a ti te convenga: tú eres el señor de Kvissensborg, por tus venas corre sangre noble; ¿te creerán a tu, o a una escoria de baja extracción como ese patán de posadero?...Rebájalo, haz que cualquier acusación que formule en tu contra valga menos que mierda de asno.

        -Entendido, Balduino-accedió Anders.
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29 de Mayo, 2012    General

CXCVII

CXCVII

      Benjamin Ben Jakob solía decir siempre que un Caballero debía ser en primera instancia un defensor de la justicia y de la vida, y sólo en última un exterminador de inicuos. Por ello, Balduino luchaba consigo mismo por dominar aquella creciente repugnancia que lo dominaba; al fin y al cabo, cualquiera de sus Kveisunger era mucho más criminal que cien sujetos como Rattele, y él lo sabía. Pero esto no bastaba para aplacarlo, y ni él mismo se explicaba por qué.

         Luego de cortar leña, Anders y él debieron efectuar ciertas reparaciones. Por su parte, Hijo Mío y Hansi lavaron sábanas. Fue una jornada verdaderamente ardua por la cantidad de trabajo, pero mucho más fatigosa aún por la constante presencia de Gudhlek, tan poco querible éste como Rattele, quien, dicho sea de paso, demoraba en volver a la posada, como si intuyera que el regreso podía serle muy poco saludable.

          -Podéis sentaros a la mesa en la cocina. La cena está servida-dijo al fin Gudhlek.

          Anders, Emmanuel y Hansi largaron cuanto tenían entre manos y corrieron en dirección a la cocina. Más interesado en mantener su dignidad, Balduino fue a velocidad normal.

           -¿Y Rattele?-preguntó a Gudhlek.

         -Ya vendrá, y cuando lo haga, le daré la paliza de su vida-contestó el posadero-. Quién sabe, quizás se haya refugiado en el establo, como suele hacerlo.

           -¿En el establo?... ¡Que ni se le ocurra! Mi caballo sería capaz de matarlo a golpes de cascos.

           -Bueno, ése es problema suyo, no mío ni vuestro, ¿o sí?

          El tono era desdeñoso, burlón. Balduino se rebeló al oírlo. Rattele podía haberle caído mal, pero el posadero le era todavía más repugnante.

           -Es problema mío, y más vale que sea el vuestro-dijo en tono temible-. Tomad medidas para que nada le suceda, u os juro que lo lamentaréis de verdad.

          Gudhlek se sobresaltó un tanto. No en vano: las palabras habían sonado espeluznantes.

           -Bueno, bueno, ya iré a buscarlo... No os preocupéis por este asunto, id y disfrutad de vuestra bien merecida cena-respondió, apaciguador, en cuanto hubo recobrado su dominio sobre sí mismo.

           Balduino asintió, con cara de mal humor satisfecho. Creía que el posadero había entendido que se estaba pasando de la raya, que estaba atravesando un límite que era peligroso rebasar. Y él se moría de hambre, así que decidió olvidar el asunto e ir a cenar. Pero cuando llegó a la cocina, y ya antes de ocupar su sitio a la diminuta mesita que allí había, notó las caras largas de sus compañeros de travesía: lo que Gudhlek había servido de cena era un engrudo inenarrable, un mazacote no muy diferente de la comida que debía preparar para sus cerdos, si no era la misma u otra aún peor.  Si no mejor que las creaciones de Varg, tampoco era peor; y sin embargo, lo que en Vindsborg hubiese resultado admisible por el continuo hábito, aquí parecía completamente inaceptable incluso para Anders, Emmanuel y Hansi, muchachos de humilde cuna todos ellos, acostumbrados a épocas de vacas flacas y a comer cualquier cosa que hubiera en la mesa. Porque habían trabajado hasta deslomarse los tres y, por lo mismo, creían merecer trato más hospitalario. Estaban seguros de que esta bazofia no era lo que Gudhlek servía habitualmente a sus clientes.

           Balduino comprendió qué pasaba por las mentes de sus compañeros, y lo aflgiió un poco no poder ahorrarles ese momento humillante; pero aunque era evidente que el posadero estaba llevando su paciencia al límite, él no pensaba trasgredir sus conceptos acerca de lo lícito y lo ilícito; y por otra parte, la humillación no ocurre si la actitud no le da lugar. Así que Balduino, como hallando todo perfectamente normal, se sentó en su sitio y probó el horroroso engrudo.

           -Hmmm... No está mal-dijo;  y la verdad es que, aunque debía saber horrible, estaba demasiado famélico para notarlo.

           Gudhlek vino enseguida, sin que se supiera para qué, como no fuera para burlarse. Paseó la mirada por el grupo, como con indiferencia. Para entonces, también Hansi e Hijo Mío habían empezado a comer; pero Anders, cuyo tazón seguía intacto, se volvió hacia el posadero:

         -¿No hay otra cosa?...

          La pregunta había sido un craso, descomunal error. Gudhlek sonrió con maligno regocijo.

         -Lo mejor se reservar para los clientes-respondió-. Vosotros sois sólo jornaleros, de modo que comed lo que se os sirve... O no comáis, me es igual.

          Y tras decir aquello, se retiró.

          Anders demoró en reaccionar; le parecía que aquello no podía ser otra cosa que una broma de dudosa calaña. No era justo. Ni él, ni Balduino, Hansi o Emmanuel habían hecho algo que ameritara tan despectivo trato. Permaneció uno o dos minutos mirando al vacío, con expresión triste, hasta que de golpe, como si recién entonces captara el hecho en toda su dimensión, se incorporó hecho una fiera, con los puños cerrados, como dispuesto a hacer añicos cuanto se pusiera en su camino.

        -¡HIJO DE PERRA!-bramó-. ¡LO VOY A...!

  -¡NO!... QUIETO, ANDERS, ¡SIÉNTATE!-ordenó Balduino.

          Renuente y decepcionado, el joven escudero obedeció.

       -No es justo, Balduino-dijo, cabizbajo y transido de desconsuelo.

         -No, Anders, por supuesto que no lo es; pero en otro tiempo yo mismo no supe serlo, y sin embargo me soportaste valientemente durante cuatro largos años. A este bastardo de posadero mañana ya no lo verás más; resiste un poco, entonces. Estás muy cansado, eso es lo que sucede; todos lo estamos, y por eso nos tomamos algunas cosas demasiado a la tremenda. Mañana las verás con otros ojos; hasta entonces, no des a tus enemigos el placer de verte vencido o humillado. Si luego de cenar nos aloja entre sus cerdos, dale las gracias como si dormir ahí fuera el anhelo de toda tu vida, que igual es más honorable dormir en el chiquero que bajo el mismo techo que lo aloja a él... Te haces más grande y noble con cada día que pasa, Anders, y eso es algo que espíritus pequeños y mediocres como este Gudhlek rara vez perdonan; de modo que ve acostumbrándote. A ellos siempre les encantará rebajarte para así sentirse grandes; no les des ese gusto, amigo.

          -Tienes razón, Balduino-aprobó Anders, reconfortado.

           Pareció que las cosas quedarían así. Ya de mejor ánimo, Anders se dispuso a comer aunque el contenido de su tazón estaba frío ahora y, por consiguiente, menos apetitoso que nunca. Incluso habían empezado a bromear alegremente los cuatro, cuando desde el exterior oyeron unos furibundos truenos proferidos sin duda por Gudhlek. Qué gritaba éste exactamente, al principio no se entendió; pero luego la voz se oyó más cercana y quedó claro, entonces, que amenazaba a alguien.

         Por fin la nitidez de las voces evidenció que Gudhlek y otra persona, quizás Rattele, acababan de entrar en la posada.

           -¡INSERVIBLE DE MIERDA, YA TE ENSEÑARÉ YO A ESCAPARTE POR AHÍ Y DEJARME SOLO CON TODO EL TRABAJO!-rugía Gudhlek-. ¡TOMA, PARA QUE APRENDAS!

      Siguió a eso un chasquido similar al de un látigo cortando el aire, y un gemido desgarrador que todos identificaron como perteneciente a Rattele. Ese consenso en la identificación resultaba un tanto llamativo porque, en definitiva, jamás habían oído gemir a aquél; y por el sonido, la lastimera queja habría podido pertenecer a un animal. Balduino mismo se preguntó por qué estaba seguro, y ci la semejanza entre el rostro del caballerizo con el hocico de una rata justificaba la asociación.

           -¿Pero de qué rayos habla este ganso?... ¡Si el trabajo lo hicimos nosotros!-farfulló Anders, indignado.

           -¡NO ERES MÁS QUE UN INGRATO CON QUIEN NO VALE LA PENA MOLESTARSE EN FAVORES, QUE NO ERES CAPAZ DE RETRIBUIRLOS COMO SE DEBE! ¡OTRO, EN MI LUGAR, TE HABRÍA MATADO A GOLPES HACE YA MUCHO TIEMPO, Y YO, EN CAMBIO, TE HE TENIDO LÁSTIMA, ME HE DESVIVIDO POR TI... Y ASÍ ES COMO ME LO PAGAS!

        Cómo le gusta a este Gudhlek maltratar a los demás... Y el de Rattele es sin duda un rostro que invita al maltrato, pensó Balduino. De nuevo apareció en su mente el semblante vil y odioso, tan repugnantemente parecido al hocico de una rata, e inmediatamente aprobó para sus adentros cualquier castigo que se impusiera a aquel ser despreciable.

          -Señor Cabellos de Fuego...-murmuró Hansi.

         -Rattele tampoco es bueno, Hansi-respondió anticipadamente Balduino, quien no había comentado con sus compañeros de viaje lo del ratón atravesado por la rama, pero lo recordaba demasiado bien para andarse con benevolencias hacia el autor de semejante crueldad.

           -No sé, Balduino-dijo Anders-. A mi me parece que...

           Pero lo que le parecía a Anders no tuvieron el gusto de oírlo, porque en ese momento se abrió de golpe la puerta de la cocina y entró Rattele, desnudo de la cintura para arriba. Su cuerpo sin ropas y cubierto de estigmas dejados por golpizas, antiguas unas y recientes otras, se veía horrorosamente tan escuálido y enfermizo como el de Adam. Ninguno de los cuatro comensales pudo evitar un vago sentimiento de espanto ante aquella exhibición de costillas que parecía todo un reproche a su propio vigor.

         Gudhlek entró poco después, enorme, tremendo, malvado, jugando con un cinto que traía en su mano derecha. Al verlo, Rattele se acurrucó en un rincón de la cocina, estremecido de horror.

          -No me pegues otra vez, amo... Por favor-gimió, con las lágrimas rodando por sus mejillas-. No volveré a hacerlo, lo prometo...

           -Puedes estar seguro de que así será-respondió Gudhlek, con voz helada y siniestra-. Me encargaré de que así sea.

          Cayó un horrible silencio, durante el cual no se oyó más que el sonido amenazante del cinto de Gudhlek cortando el aire y el lloriqueo aterrado de Rattele.

         Anders buscó la mirada de Balduino con la suya, pero no la encontró, pues el pelirrojo mantenía la cabeza gacha, debatiéndose entre el recuerdo del ratón atravesado por una diminuta estaca, y la ostensible maldad de la presente escena.

         Finalmente optó Anders por actuar por su cuenta:

         -Disculpad-dijo a Gudhlek-, pero creo que, haya hecho el chico lo que haya hecho...

          -No es asunto vuestro-cortó Gudhlek-, ocupaos de vuestra cena y dejadme hacer.

           Era una orden, y Anders, demasiado entrenado para obedecer, la acató instintivamente, pero no de buen grado. Se volvió una vez más hacia Balduino, quien había alzado la cabeza y le devolvía la mirada con expresión hermética, misteriosa. Infructuosamente, Anders intentó escrutarla, buscar en ella indicios de aprobación o reprobación; pero no los encontró. Se dijo que quizás Balduino, con ese gesto silencioso, buscara recordarle que ya antes lo había llamado al orden respecto al posadero, y que un Caballero no tenía por qué repetir al escudero que lo servía una orden impartida con anterioridad. Así que llegó a la conclusión de que la violencia no era buena opción si no quería problemas con su señor, aun cuando éste fuera también su amigo. Pero ya que el Caballero allí era Balduino, esperaba que éste interviniera o le ordenara a él hacerlo; y sin embargo, parecía obvio que nada de ello ocurriría.

            Consultó con la mirada a Hansi e Hijo Mío, como si en última instancia  esperara que la orden viniera de ellos. De inmediato advirtió lo infantil de su comportamiento, y se avergonzó: él, un Caballero en ciernes, aguardaba que un par de niños le dijeran qué debía hacer. Y por otra parte, los niños en cuestión, tan confusos como él por la inacción de Balduino, lo miraban a su vez como preguntándole si iba a quedarse así, sin hacer nada. Y sí, claro que exactamente eso haría, ¿qué otra cosa podía hacer?

         Pero el gimoteo convulsivo de Rattele, a la vez grotesco y patético, le hacía mal, y dio al traste con sus intenciones.

             -Yo me encargaré de que vuestro sirviente no os fastidie más, pero...-murmuró con timidez.

            Gudhlek sonrió entre la satisfacción y la burla, y se volvió hacia Rattele.

          -Oh... ¿Has oído, Rattele?... ¡El se encargará! ¡Ya te lo había prevenido-rió-, te advertí que, si seguías portándote mal, un día vendrían a buscarte los Caballeros y te llevarían con ellos!

           Ni Balduino, ni Anders, Hansi o Emmanuel esperaban nada como lo que sucedió a continuación: Rattaele, ya bastante aterrorizado hasta entonces a la vista de Gudhlek blandiendo el cinto, ahora directamente perdió todo control sobre sí mismo, estallando en alaridos de espanto, entrecortados por un llanto desesperado:

           -¡NO, AMO! ¡NO LOS DEJES... POR FAVOR! ¡PÉGAME, PERO NO DEJES QUE ME LLEVEN!

          -Demasiado tarde, Rattele. Ya están aquí, vinieron por ti. te arrojarán a un calabozo oscuro, húmedo... y lleno de fantasmas-replicó Gudhlek, con repugnante sonrisa, la sonrisa de un hombre sádico que se deleita en el sufrimiento del prójimo. Y miró fugazmente a los cuatro comensales, seguro, al parecer, de que el espectáculo los divertía tanto como a él, aunque más no fuera por el consuelo de ver que otro la pasaba peor que ellos.

         Pero con el espantoso alarido que a continuación profirió Rattele, Balduino se puso de pie, bullendo de rabia. Llevaba ya unos cuantos minutos reprimiéndose por distintos motivos, pero cada vez más convencido de que Gudhlek recibiría la paliza de su vida antes de que el sol se alzase de nuevo sobre el horizonte. Y ahora la gota había desbordado el vaso. Balduino se sentía orgulloso de ser Caballero, un defensor de débiles y necesitados; y este energúmeno desalmado, Gudhlek, lo hacía quedar como un Cuco ante alguien que necesitaba de su protección. Podía soportar el trabajo duro, la mala comida y muchas cosas más, pero no esto. Así que, cuando se incorporó, más semejante a un implacable verdugo que a un Caballero, un temible volcán retemblaba en su interior, a punto de estallar en violentísima erupción.

           Pero Anders le ganó de mano. Ni advirtió que Balduino se había levantado al mismo tiempo que él. No importaba qué sucediera luego, lo único que le interesaba era impedir que Gudhlek continuara martirizando a Rattele. Sobre uno y otro vinieron a caer las sombras de los dos jóvenes que se incorporaban a un tiempo, funestas para el posadero, protectoras para el caballerizo que, sin embargo, fue de los dos el único que se aterró. Intentó huir, pero Balduino lo atrapó cuando pasó junto a él. Al sentir a la miserable criatura temblando bajo su potente abrazo, que imposibilitaba todo movimiento a su presa sin causarle daño, lo ganó una compasión que, sin embargo, no le hizo olvidar otras cosas.

          -Tranquilo-murmuró al oído de Rattele, mientras Hansi y Emmanuel se acercaban, también, para tratar de calmarlo. Más allá, el ruido de la lucha entre Gudhlek y Anders se amalgamaba en lo que para los oídos de Balduino era la más melodiosa de las músicas-. No te permitiremos ciertas cosas, no podemos hacerlo, no seguirás dañando sin motivo a otras criaturas vivientes... Pero tampoco nadie volverá a lastimarte. Nunca más. Relájate y disfruta del espectáculo... Qué pelea, ¿eh? Nadie pensaría que a ese chico bonito le enseñaron a pelear nada menos que los piratas de Sundeneschrackt, ¿no?

          Por lo pronto, el que nunca lo hubiera imaginado era, por lo visto, Gudhlek. El creía que nadie que no tuviera su misma apariencia de bruto podía ser bueno peleando, y en base a ello había cometido el error de suponer que vencer a Anders tenía que ser pan comido. Se estaba llevando un chasco único. Anders se tomaba su tiempo para humillarlo: al principio no hizo más que esquivar los golpes  de su contrincante hasta dejarlo completamente agotado, y en ese punto lo remató de un formidable, glorioso derechazo que lo hizo caer como se derrumba una montaña, entre las ovaciones entusiastas de Hansi y Emmanuel, la perversa aunque silenciosa satisfacción de Balduino y el total desconcierto de Rattele. Sólo lamentó Anders haberlo liquidado tan de golpe, hubiera querido seguir demoliéndolo a gusto; ¿pero qué iba a demoler, si Gudhlek estaba ya tendido cuan largo era en el suelo, como si le hubiera pasado por encima el mismísimo Goliath?... El posadero  demoró su buena media hora en recobrar la conciencia, y mucho más, sin duda, en asimilar las consecuencias de sus abusos: a la mesa de la cocina, donde antes había cuatro comensales eran ahora cinco, y se hartaban de pan y embutidos obtenidos de la despensa.
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22 de Mayo, 2012    General

CXCVI

CXCVI

      Era obvio que Gudhlek Hallmarson gustaba de sentirse fuerte y poderoso. Que hubiera bautizado su posada con el nombre del palacio de un antiguo dios del panteón Bersik habría podido atribuirse, en cualquier otro, a una simple inspiración poética, pero nada parecía menos poético o romántico que el propio Gudhlek. Era un bruto que pensaba con sus músculos y al que lo dominaba el ansia de conquistar glorias, por mediocres que fueran éstas.

          Dos Caballeros y sus respectivos lacayos se rebajaban a trabajar como mulas a cambio de una noche de albergue y comida. La situación no podía menos que deleitarlo.

        -Os lo advierto, aquí los títulos de nada valen para comer-advirtió a sus improvisados siervos-. Vosotros...

        -Se te aclaró que te pagaríamos con nuestro trabajo, ¡abrevia!-exclamó agresivamente Anders.

   -Cálmate, Anders-sugirió Balduino, tranquilamente.

          -Os sería muy saludable-convino Gudhlek, con una sonrisa sucia y despreciable-. Creo que vos y yo llegaremos a entendernos muy bien, señor pelos rojos.

        -No sé, maese posadero-respondió Balduino, sin alterarse por el insolente apodo-, porque me parece que de veras sufrís de grave problema de entendimiento, si habiéndoos dicho que se os pagaría con trabajo, venís con estas aclaraciones innecesarias.

         -Sólo es para que vayámonos entendiendo-dijo gravemente Gudhlek.

          -¡Pero si nada había para entender!... De nuestra parte, al menos. De la vuestra, claro, la certeza en este sentido es ya mucho menor.

        De veras era dudoso que Gudhlek fuese lo bastante inteligente para comprender cuando menos el exacto sentido de las palabras de Balduino; aun así, la sonrisa socarrona y desdeñosa de éste le permitió intuir que se burlaba de él. Terminó de convencerse de ello cuando, ante su expresión de absoluto azoramiento, el pelirrojo, se cruzó de brazos y su sonrisa se tornó falsamente afable, una fachada tras la cual seguía agazapada la mofa. ¿Y, has comprendido por fin?, parecía preguntar.

        Gudhlek sonrió también, pero la suya no era una sopnrisa tan divertida. Era la de un hombre insignificante y cruel que descubre la manera adecuada de vengarse de una afrenta.

        -Al trabajo, entonces-dijo, mirando a Balduino y Anders-. Vosotros dos partiréis leña, para empezar; y vosotros dos- añadió, volviéndose hacia Hansi e Hijo Mío-, limpiaréis la posada de arriba abajo. En cuanto terminéis, vendréis a mí y os daré más trabajo. Cada tanto iré a revisar que todo esté haciéndose correctamente. Por la noche, si me complacen los resultados, os daré comida y alojamiento.

          Era un abuso mondo y lirondo, pero Balduino no se iba a achicar, y Anders, Hansi e Hijo Mío lo sabían.

           -Comprendido-contestó Balduino, como si quien impartía las órdenes fuese el mismísimo Benjamin Ben Jakob-. ¿Os ha quedado claro, esta vez, que sí entendí?... Porque si no, puedo repetíroslo-y el tono de estas últimas palabras sonaba inocente hasta la imbecilidad.

         Sin esperar respuesta, se volvió hacia sus compañeros:

         -Quienes somos jóvenes y briosos debemos ser comprensivos y amables con la gente mayor y físicamente incapacitada para tareas más pesadas-dijo en voz alta-, y ser pacientes con cualesquiera quejas, insistencias y caprichos con que nos agobien. Y nosotros somos guerreros; nada puede doblegarnos así nomás, y menos el trabajo duro, que para nosotros ni siquiera empieza a serlo. Ataquémoslo con ferocidad.

        Hansi ponderó por un momento la posibilidad de recordarle a Balduino que él no era ni sería guerrero, sino sólo pescador; pero no podía quedarse sentado tranquilamente mientras los demás trabajaban como demonios. Y por otra parte, a menudo seguía soñando despierto con su viejo sueño de convertirse en Caballero cuando tuviera la edad suficiente; y puesto que la situación así lo exigía, le pareció mejor seguir el consejo de Balduino y serlo ya en su imaginación, y considerar la dura labor que sin duda les aguardaba como un grande y temible Jarlwurm cuya muerte los llenaría de gloria. Además, tanto él como Anders y Emmanuel consideraban ahora deshonroso no demostrar que eran muy hombres y muy vigorosos y que, por lo tanto, estaban a la altura de las circunstancias.

           -Seguro... El descanso es cosa de viejas-respondió perversamente, alzando sutilmente la voz para que lo oyera Gudhlek.

       Sin más preámbulos, los cuatro pusieron manos a la obra, aunque sólo Balduino mantuvo en todo momento la dignidad en alto. Los otros tres no tardaron en reflexionar que eran unos idiotas por dejarse mandonear como si fueran esclavos; pues Gudhlek, fiel a su palabra, apareció varias veces -demasiadas- para supervisar la labor, y siempre tenía algo que objetar: que los trozos de leña debían ser más pequeños, que no estaban debidamente acomodados en la leñera, que Hansi Y Emmanuel levantaban demasiado polvo, que tal o cual sitio no había quedado del todo limpio... De veras parecía una vieja rezongona. Los atareados compañeros de Balduino, recordando el discurso de éste acerca de cómo elegir una buena posada, ardían en deseos de estrangularlo por hablar zonceras. El mismo lo recordaba con gran humillación para sus adentros; y lo consternó enterarse de cuán presentes tenía Anders aquellas imprudentes palabras.

         -Mira, lo que importa ahora es hacer un buen papel ante este posadero abusivo; guárdate las quejas y las ironías para después, ¿eh?-y ante la respuesta hostil que recibió de Anders, añadió Balduino:-. Esos deslices sexuales que atribuyes a mi madre nada tienen que ver en este asunto.

        -Y para colmo, esta maldita hacha está desafilada...-gruñó Anders.

           -Bueno, la mía tampoco es una maravilla... Busquemos piedras y afilémoslas antes de seguir. Es más práctico que protestar.

         Era una idea sensata, y de inmediato procedieron a llevarla a cabo. Estaban buscando las necesarias piedras, cuando Balduino recordó haber visto una muy apropiada y decidió ir por ella. Pero coincidentemente, Rattele se hallaba también por allí, tendido cuan largo era entre la hierba; y cuando vio a Balduino avanzar hacia él, el pánico volvió a dominarlo y, poniéndose de pie, echó a correr. Iba ya el pelirrojo a gritarle que se detuiviera, que enten diese de una vez por todas que no pretendía hacerle daño, cuando allí donde Rattele había estado acostado, entre la hierba aplastada, algo llamó su atención, y se inclinó para verlo mejor. Lo que vio, lo heló de repugnado estupor.

         Era un pobre ratón agónico, atravesado de lado a lado por una ramita afilada. Se hallaba en sus últimos estertores, pero vivo aún, aunque sin posibilidades de recuperarse.

         Los roedores eran una plaga a mantener a raya en todo el Reino; por lo que Balduino, por mucho que amara a los animales, no podía oponerse a su eliminación, más allá de que no sintiera especial predilección por ratones, ratas y afines. Y sin embargo, la visión de aquel desdichado animalito lo llenó de piedad. Quien hubiera hecho aquello había obrado, no por exterminar bichos dañinos, sino por malévolo disfrute en la agonía de otros seres. ¿Pero quién podía haber hecho aquello? ¿Rattele? La presencia de éste en el lugar de los hechos no bastaba para señalarlo como autor de temeña atrocidad. Tal vez fuera obra de otro, y Rattele simplemente lo hubiese hallado así... Pero su actitud, tendido sobre la hierba, había sido la de alguien que aprovecha un instante para relajarse. Y si se distendía observando la muerte lenta de una pobre criatura, no hacía falta mucho para atribuirle la autoría del hecho.

        Pero era muy fácil sospechar de Rattele, cuya chocante fealdad inevitablemente le enajenaba afectos y simpatías. Balduino se resistió: se resistía a creerlo. Estaba la posibilidad de que Rattele se hubiese tendido sobre la hierba sin  siquiera notar que tenía cerca un ratón agonizante. No era tan difícil de notar, pero hay personas distraídas que pasan por alto detalles increíblemente obvios, y Rattele sin duda no era muy sagaz.

         Tuvo que admitir, sin embargo, que intentaba absolverlo contra una evidencia muy contundente, puesto que momentos antes lo había visto llevando una bolsita en cuyo interior algo, casi seguramente aquel pobre ratón, se movía. Balduino recordó el aire furtivo que tenía entonces Rattele, que ahora se le antojaba más similar que nunca al hocico de una rata dañina, sucia y horrible, supurando vileza por cada uno de los poros de su cuerpo. La imagen le inspiró una repugnancia que jamás  habría creído poder sentir, una repulsión más fuerte que él, que le exigía a gritos apoderarse de Rattele y matarlo a golpes. El mundo estaría mucho mejor cuando aquella inmundicia hubiese desaparecido.

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22 de Mayo, 2012    General

CXCV

CXCV

      Hansi se disponía a salir de la caballeriza, cuando vio por la puerta a medio abrir a Rattele que volvía trayendo en sus manos algo pequeño y muy movedizo, que no logró distinguir en ese momento.

       -Señor Cabellos de Fuego... Ahí vuelve el chico, el caballerizo-susurró.

         -A ver...-murmuró Balduino, acercándose a la puerta, que entrecerró tanto como pudo en la medida en que la rendija le permitiera seguir observando furtivamente a Rattele. Anders, Emmanuel y Hansi, intrigados, se arracimaron en torno a él.

        Rattele había improvisado una pequeña bolsita con un trozo de tela. En ella, por lo visto, traía algún animalito, quizás un pájaro o un razón recientemente capturado. Balduino razonó que, pese a su aire repulsivo, no debía ser tan malo, si amaba a los animales: y sin embargo, su andar furtivo desmentía tan favorable impresión, pues a cada paso miraba a un lado y a otro, como temiendo que se lo pescara en alguna falta.

           -Echaos un poco hacia atrás...-susurrço Balduino a sus compañeros, haciendo lo propio cuando ellos le hubieron cedido el espacio sufuciente-. Más a la derecha, Hansi.

        El mentado se movió siguiendo indicaciones de Balduino, lo que lo salvó de recibir un buen portazo en la cara cuando Rattele, mirando por encima de su hombro para asegurarse de que nadie lo viera, se dispuso a entrar. Pero cuando el extraño personaje miró de nuevo hacia adelante y se encontró inesperadamente frente a Balduiino, lo paralizó el horror, en contraste con la criatura que mantenía aprisionada en la bolsita, que bregaba por liberarse, y cuyos movimientos permitían ahora identificarlo como un ratón.

           -Rattele-lo interrogó Balduino, en tono duro-, ¿por qué te asustas tanto cada vez que te encuentras con nosotros?... No, ¡no te irás así nomás!-añadió, sujetando por el brazo a Rattele cuando éste se dispuso a huir-. ¡Respóndeme!-ordenó.

        Pero no recibió más réplica que gemidos aterrados, de modo que terminó por aburrirse y soltarlo. Rattele volvió sobre sus pasos huyendo como si lo persiguiera el mismo diablo.

          -¿Pero qué rayos te sucede, muchacho?...-gruñó Balduino, exasperado-. Bueno, ojalá los Wurms sigan tu bello ejemplo, si llegamos a enfrentarnos a ellos-añadió-. En fin, vayamos a reportarnos con nuestro patrón temporario...
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14 de Mayo, 2012    General

CXCIV

CXCIV

      La verdad era que a Balduino le daba igual que hubiera caballerizo o que no lo hubiera: ¿qué podía importarle, si de todos modos la ferocidad de Svartwulk impedía que se le acercara cualquier otro que no fuera su amo? Anders, por supuesto, no tenía ese problema con Slav, pero igual le agradaba cuidar personalmente de su caballo. Lo malo era que después de esa faena vendrían quién sabía cuántas tareas más, y él estaba fatigado.

        -Por cierto, Anders-dijo Balduino, mientras daban de comer a los caballos:-, hoy la cosa se te complicó un poco ante Erik, pero tengo que felicitarte, pues saliste airoso haciendo uso de tu cerebro y sin instrucciones previas.

           -¡Ja!... ¿Oíste, mocoso?-exclamó Anders, volviéndose hacia Hansi-. ¡Ya te voy a enseñar yo a ser irónico como lo fuiste hace un rato con el tema de la idiotez!

            -Yo sólo medité en voz alta sobre palabras que tú mismo pronunciaste, ¿qué hay de malo en ello?...-se defendió Hansi, con una expresión de pobre angelito y un tono de voz acorde, que habrían hecho llorar hasta a una estatua-. Y además, entonces dijiste medio idiota, sólo medio-pero aquí ya no pudo evitar sonreír-. No eras caso totalmente perdido.

         -Sabandija, debería enseñarte a ser más respetuoso. Ya me armarán Caballero de verdad y entonces me guardarás la debida reverencia-gruñó Anders, adoptando un fingido tono amenazante.

         -No estés tan seguro, Anders-objetó Balduino-. Sé de ciertos escuderos que ganan apuestas a los señores a quienes sirven y tienen el descaro adicional de bailotearles burlescamente alrededor-y cuando se acallaron las inevitables risitas, añadió-. A todo esto... Cuando nos retirábamos de palacio, ese comentario que hiciste acerca de que Erik no quería ponerse de pie por temor a que, mientras tanto, otro se sentara en el trono... ¿Lo hiciste por alguna razón en especial?

         -Ninguna en absoluto, era sólo una broma. ¿Por qué me lo preguntas?

         -Porque estoy seguro de que Erik no durará mucho en su trono, se siente demasiado inseguro en él. Es más, como creo haberte dicho antes, me da la sensación de que es una especie de pelele; que otro le llenó la cabeza de ansias de poder, orquestó la conspiración y permanece en las sombras, a la espera de que llegue su momento oportuno.

        -¿Y cuándo sería ese momento, señor?-preguntó Hijo Mío, vivamente interesado.

         -Preferentemente, cuando se anunciara oficialmente la muerte de Arn. Porque entonces este personaje emergería de las sombras y derrocaría a Erik, pero quedando ante los ojos de todo el mudno como el vengador de su primo, no como un segundo usurpador. Me parece que ésta sería la única explicación razonable para muchas cosas. Por ejemplo: ¿por qué habrían de apoyar los conspiradores a alguien tan insulso y poco carismático como Erik? Lamentable sería que él fuera el más talentoso del grupo. Por supuesto, el hecho de que todos fueran unos imbéciles podría explicar que confabularan tanto antes de decidirse a dar el golpe; pero me vuesta creer que entre la nobleza de Thorhavok la estupidez entusiasta se haya vuelto epidemia. Más bien sospecho que, o las cosas se les fueron complicando sobre la marcha, por ejemplo por no encontrar el adecuado idiota útil (el cual, por supuesto, terminaría siendo Erik), o bien el panorama, al verdadero líder de la conspiración, le era dificultoso de entrada por no querer que trascendiera su papel en la misma y buscar la forma de permanecer en las sombras. En otras palabras, los otros complotados podrían incluso ignorar quién es ese verdadero líder, que podría haber actuado desde cierta distancia. Pero sea cierto todo esto o no, lo incuestionable es que Erik duda de la lealtad de todo el mundo, y ése es el único punto en el que demuestra algo de inteligencia. No infunde respeto ni simpatía, no demuestra grandes dotes para el gobierno ni creo que disponga de ilimitadas riquezas con las que comprarse apoyos. Por ahora, el verdadero poder lo ejerce el consejero, quien permanece inamovible en su sitio aunque los condes vengan y vayan.

          -Eso te iba a preguntar-dijo Anders-. ¿Cómo se llama el consejero?

          -¿Y yo qué sé?... Consejero, ¿cómo quieres que se llame?, si estoy seguro de que nació a la diestra del trono, allí morirá y allí se lo sepultará. Todavía no gateaba, y seguro asesoraba ya al Conde de turno.

         -Pues aunque opines que Consejero detenta el verdadero poder en Thorhavok, a mí me pareció bastante nervioso en cierto momento.

          -¡Pues claro, hombre!... ¿Cómo no estarlo? Da la casualidad de que sólo sobre su cabeza no tiene autoridad alguna; del cuello para arriba, su persona está en manos del señor al que tenga el honor de servir, y en ese momento la hallaba poco firme sobre sus hombros. Por eso valió la pena apuntalarla un poco. No necesariamente por gratitud, mas sí por conveniencia propia,  Consejero de ahora en más lo pensará mucho antes de hablar mal de nosotros a Erik, si tenía tal intención. Hablamos bien de él, así que ahora perjudicarnos a nosotros sería perjudicarse un poco él mismo. En realidad, una persona puede hablar bien de otra sin que esto sea recíproco, y por motivos válidos; pero en fin, una mente chata como la de Erik difícilmente lo entienda así. Y Consejero, que sin duda lo sabe y aprecia su cabeza, no arremeterá contra dos momentáneos aliados, no antes, al menos, de conseguirse otros. El miedo podría quizás impulsarlo a traicionarnos, pero esperemos que no necesite hacerlo; y en cualquier caso no podemos reprocharle esa falta de coraje, pues hasta un soldado como Amund Gregson resultó tamaño cagón, así que ¿por qué iba Consejero a ser más valiente? Pero en fin, ya habrá tiempo para ver si algo se nos pasa por alto. Terminemos aquí y vayamos a que el buen posadero nos dé más trabajo...

         -¿Qué tal si hoy no cepillamos los caballos?-sugirió Anders en tono pedigüeño.

         -Buena idea-aprobó Balduino; y como a esta frase siguió un resoplido de Svartwulk, agregó:-. Deja de refunfuñar, tirano de cuatro patas. Intenta ser más comprensivo, que así quizás algunos seres humanos, aunque más no sea por vergüenza, seguirán tan loable ejemplo...
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14 de Mayo, 2012    General

CXCIII

CXCIII

         La posada se llamaba Breidablik, como el palacio del antiguo dios del sol, Balder; pero su dueño nada tenía de divino o señorial y, a decir verdad, su traza era propiamente la de un verdugo: gigantesco, velludo, de brazos tremendamente musculosos. Ni su talla ni su aparentemente descomunal fuerza intimidaron a Balduino ni a Anders, pero sus pupilas, rebosantes de podredumbre espiritual, despertaron en ambos inmediata e idéntica aversión.

         El posadero, por el contrario, pareció muy satisfecho con el aspecto de sus nuevos e inesperados huéspedes.

             -Me llamo Gudhlek Hallmarson y soy el amo del Breidablik...-anunció pomposamente-. Como Thor.

            El palacio de Thor era el Bilskirnir, no el Breidablik, pedazo de bestia, pensó Balduino. Reflexionó que quizás diera lo mismo, ya que Gudhlek no se parecía ni a Thor ni mucho menos a Balder; en todo caso, a un troll malvado, sucio y feo. Por lo demás, tildarlo de ganso debido a su supina ignorancia y soltura de lengua habría desatado airadas y lógicas protestas entre los mentados plumíferos; de modo que mejor calificarlo sólo como una vulgar bazofia.

         -Necesitamos comida y albergue por una noche, lo mismo para nosotros que para nosotros que para nuestros caballos-dijo Balduino, echando al olvido el grueso error mitológico-, pero sólo podemos pagarlo con trabajo.

          Gudhlek sonrió de forma desagradable, un gesto que a Balduino hizo recordar ciertos desdeñosos comentarios de Arn acerca de las clases villanas.

          -Hay de sobra, hay de sobra...-respondió el posadero-. Podéis comenzar atendiendo vosotros mismos a vuestros caballos, en vista de que mi caballerizo ha huido.

        -Y a todo esto... ¿Qué bicho le picó?-preguntó Anders.

          -Sí, bueno, pero ¿por qué huyó?-insistió Anders.

          -No importa, señor. Habréis de ganaros vuestro pan, y cuanto antes empecéis, antes terminaréis... Ocupaos de vuestros caballos y luego venid a verme, que os daré más trabajo.

         Y así diciendo, Gudhlek entró en la posada,  dejando a Hansi e Hijo Mío aterrados, a Anders indignado y a Balduino, pensativo.

          -Al diablo... ¡Tiene que haber mejores posadas que ésta!-dijo Anders, rabioso-. Este bastardo nos trata como a enemigos. Vámonos, Balduino, busquemos otro lugar. Además, esa insólita fuga del caballerizo me huele mal.

            -Pues son dos excelentes razones para quedarnos-contestó Balduino. Si el amo del Breidablik, igual que Thor, nos considera enemigos, le daría gusto vernos huir con el rabo entre las patas... Y por otra parte, la extraña fuga de su caballerizo merece ser investigada, ¿no crees?

           -Lo que creo es que no deberíamos desviarnos del asunto que nos trajo a Helmberg, el cual ya ha concluido, salvo  que ignoramos si Erik nos dijo la verdad en lo referente a la esposa y a los hijos de Arn-replicó Anders.

         -De eso podemos encargarnos mañana. Mi prioridad ahora es la que dijo el posadero: empezar cuanto antes para terminar cuanto antes. No tienes que quedarte aquí, si no quieres: esperas a que Hansi me ayude a quitarme la armadura, y te buscas otra posada, llevándote a él y a Emmanuel. Pero yo sí me quedo, pues va en esto mi orgullo.

         -Sabes que sin ti no me iré-gruñó Anders, decepcionado.

         -Créeme que te lo agradezco. Ojalá haya un Cielo, aunque yo lo dude: irías a dar de cabeza en él. Ya sé que a veces soy un poco pesado.

           -Oh, Balduino... ¡No te tires a menos de esa manera! ¿Por qué sólo un poco?-se burló Anders.
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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