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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
08 de Noviembre, 2013    General

CCXXI

CCXXI


      A medida que el drakkar se aproximaba más -lentamente, porque dependía de los remeros para avanzar, ya que ahora el viento no le era favorable y se habían visto obligados a arriar el velamen- se veían mejor los detalles de diseño y la tripulación que lo gobernaba. El dragón esculpido en la popa parecía sonreír de manera grotesca. Ríete cuanto quieras-pensó Balduino, abochornado aún por el susto mayúsculo experimentado momentos atrás-. Después de todo, serás el único dragón al que le queden ganas de reír tras acercarse a Freyrstrande. Pero era más un deseo que un pensamiento verdaderamente jactancioso.

       La mayoría de las catapultas apuntaban más o menos hacia  el drakkar, pero más que nada por accidente, ya que conservaban la disposición en que se las había dejado al anunciarse por error la proximidad de un Jarlwurm. Por supuesto, ni hablar de emplearlas contra el barco, aun cuando sus tripulantes resultaran ser hostiles. Era cierto que, a primera vista, los visitantes parecían alcanzar tallas descomunales; pero aun así, para guerreros entrenados para luchar contra Wurms,  ningún enemigo humano se medía por su tamaño, así que, si debía combatirse contra ellos, se buscaría el cuerpo a cuerpo.

         -Es el Höjvar-confirmó Ursula, a la izquierda de Balduino.

          -Diablos, Balduino, ¡mira el tamaño del tipo que está de pie en la proa!...-se quejó Anders, envidioso-. ¿Por qué no nos das de comer lo mismo que comen ellos?

           -Porque si supiera de qué se alimentan, estaría demasiado ocupado comiendo yo mismo exactamente eso, como si llevase varios meses de hambruna-repuso Balduino, tan envidioso como su escudero-. Es atrozmente injusto: combates contra un tipo así, te vence y todos acuden a felicitarlo. Cómo no iba a ganar, si es el invencible campeón... Pero en cambio si tú lo vences, a nadie se le ocurre que puedas ser mejor guerrero que cualquiera de esos grandullones. No: resulta que has tenido suerte, y mejor ni se te ocurra  meterte otra vez en líos con gigantes así, porque la próxima no vivirás para contarlo... Ahora bien, si vuelves a batirte una, dos, diez, cien, mil veces contra enemigos siempre muy superiores en tamaño... ¿Se da cuenta por fin la gente de lo bueno que eres peleando?: ¡qué va!... Para ellos, eres el tipo más suertudo del mundo.

        -Bueno... También tú dices de mí que soy suertudo-le recordó Anders.

          -Sí, ¡vaya si lo eres!... Pero cuando venciste a Thorkill fue por méritos, como que te entrené yo mismo. Que pretendan después que sea muy devoto y lea la Biblia: probablemente David estuvo años practicando hasta el desmayo para adquirir buena puntería con la honda, y todo para que el estúpido autor del libro, creo recordar que supuestamente fue el profeta Samuel, afirme que venció porque combatía en nombre de Dios, pues de otra forma no habría podido derribar a Goliath.

          No hallando más palabras para expresar su indignación, Balduino detuvo la máquina de rezongar y se cruzó de brazos, como parodiando al individuo parado en la proa en inmovilidad estatuaria, quien se mantenía en la misma posición, como en pose para un monumento. Por supuesto, Balduino y Anders estaban lejos de ser unos raquíticos, rebosaban fuerza y salud, pero al lado de aquellos inesperados visitantes, incluso Ursula y Thorvald lucían pequeños; de modo que ellos dos directamente se sentían tristes e insignificantes pigmeos.

        -¿Conoces al tipo que está parado en la proa?-preguntó Balduino a Ursula.

          -Sí, ése es Svend-contestó Ursula.

         El viento  arremolinaba la larga melena del tal Svend, asemejándolo al más fiero león que se hubiera visto jamás.

         -Hmmm...-murmuró Balduino, pensativo; y añadió, inclinándose sobre Anders de modo que sólo él lo oyera:-. Sabes, las distancias son engañosas... Ya verás, cuando los tengamos frente a frente, que esos sujetos no son en realidad tan grandes como parecen. Y además, un tamaño así es más una desventaja que otra cosa: en cuanto echen a andar, ya verás que darán pena de tan torpes y grotescos.

         Ahora que se tenía la certeza de que se trataba de un drakkar y no de un Jarlwurm, toda la dotación de Vindsborg le había salido al encuentro más allá de las dos empalizadas, por si los visitantes fueran unos brutos dispuestos a arrasar con cuanto hallasen en su camino y las echasen por tierra, las incendiaran o cosa por el estilo. Además, así podían ver la nave en primera fila. No obstante, Balduino pronto lamentó hallarse en tan privilegiada ubicación: el Höjvar ya tocaba tierra, y Svend Svendson ganaba la playa de un salto. Un salto soberbio y elástico, que lo asemejó más a un dios que a un simple mortal, y que fue exactamente imitado por varios de los tripulantes.

          -Torpes y grotescos...-ironizó Anders-. ¿Tanta hambre tenías, Balduino, para tragarte tus propias palabras?

          -Los odio. Todavía no los conozco, y ya los odio-gruñó Balduino.

          Sin embargo, un Caballero es un Caballero, y aunque comprometido a combatir el mal, su corazón debe desconocer el odio. El de Balduino parecía muy ansioso de  subsanar tal desconocimiento, pero se procuraría, en aras del buen nombre de la Caballería, mantenerlo en la ignorancia. A tal fin, el pelirrojo ensayó una cortés sonrisa, que en ensayo quedó, ya que parecía requerir más entrenamiento que el noble arte de la esgrima; y las comisuras de sus labios parecían tan pesadas, que más fácil habría sido levantar una montaña. Por lo tanto, renunció a todo propósito de amable sonrisa, aunque no a su loable intención de no ladrar ni morder, y salió al encuentro de Svend y los suyos, seguido por Ursula. Todavía no había pronunciado una sola palabra, cuando el que ladró fue Svend:

         -¡¿Esta es la hospitalidad que se estila en Nerdelkrag, que se recibe a los extranjeros con amenazantes catapultas apuntando hacia ellos?!...

          Puesto a tragarse sus propias palabras, por lo visto era día de festín para Balduino, quien comprobaba enojado que la distancia no había sido engañosa, que todos aquellos energúmenos eran altos como torres y llenos de abultados músculos recios como el acero. Y encima, Svend era extraordinariamente apuesto a su manera, y tenía una hermosa voz, aun cuando sus primeras frases de aquel encuentro no lo fueran tanto. Todo aquello era para él un insulto personal, una ignominiosa afrenta; y si Svend quería buscar cuerda, ni soñaba en qué cantidad la encontraría.

           -Las catapultas apuntan en efecto hacia tu drakkar, pero por casualidad, y nadie está detrás para dispararlas-replicó Balduino con voz helada-; y de todos modos, te recuerdo que es una nave de guerra ésa en la que vienes, aunque pasada de moda y reservada ahora para uso protocolar.

         -Tienes razón. Disculpa-admitió Svend, inclinando la cerviz en gesto humilde y sumiso.

        No es tan odioso el gigantón, después de todo-pensó Balduino. La nueva y más benévola impresión se acentuó cuando Svend, insinuando una sonrisa, extendió amistosamente su diestra, en tácita invitación a reiniciar todo de cero. En ese momento, yendo de un extremo a otro, Balduino pasó de la absoluta antipatía a la total adoración: Svend era de veras un tipo magnífico, un hombre noble y honesto. Como además era fuerte, valiente y estaba al mando de un grupo de guerreros, calculó la ventaja de lograr que se uniera a su dotación, aunque el albergue y la manuntención de tal hueste comenzara planteándole serios problemas. Por lo tanto, cuando se dispuso a estrechar la diestra de Svend, una amplia y espontánea sonrisa iluminaba su rostro pecoso y más bien feo, y el gigantón le correspondió. Pero entonces tuvo lugar el amistoso apretón. Balduino era fuerte, pero un mortal común de todos modos, y estaba hecho de carne. Aquel energúmeno de dimensiones disparatadas por lo visto comía rocas y estaba hecho de roca, y por lo tanto, hiciera lo que hiciera representaba un peligro para cualquiera que no compartiese tal menú y constitución física. Esto se tradujo en que, independientemente de las dimensiones amistosas de Svend, su poderosa manaza trituró literalmente la diestra de Balduino, que por comparación era una pobre e indefensa manecita, como para obligar al pelirrojo a suplicar clemencia. La sonrisa se desvaneció en el semblante de la víctima, reemplazada por una grotesca parodia absolutamente insincera. ¿Qué rayos tenían contra él ? Entre Wjoland que le aporreaba las narices cada vez que intentaba besarle la mano y todos los grandullones que le machacaban la diestra con cada apretón supuestamente amistoso, sólo cabía intuir la existencia de un complot deliberado en su contra para lograr que depusiera toda cortesía.

         En vista de cómo crujieron los dedos de Balduino y la súbita metamorfosis facial de éste, tuvo Svend que admitir que no había medido bien su propia fuerza. No dijo nada, pero su expresión traslució un dejo de disculpa. Por desgracia, se sintió obligado a acompañar tal expresión con una nueva demostración a amistad, con lo que dio al pelirrojo una simple palmadita en la espalda, pero una más digna de Sansón o de Hércules que de Svend Svendson. Daba la impresión de que tal manotazo hubiera abatido una torre. Y Balduino muy lejos estaba de ser una torre, así que vio en un instante todas las estrellas habidas y por haber.

        Svend volvió a quedar confuso ante su nulo control de su propia fuerza, y su mirada trasuntaba ahora la misma preocupación de un niño que de un manotazo ha aplastado a un pobre e inofensivo insecto, y lamenta su acción. El insecto de marras, por lo tanto, volvió a sonreír para aparentar que todo estaba bien, y que no era para tanto, y se sintió casi heroico al hacerlo... Lástima que el pretendido heroísmo parecía más bien una súplica de misericordia: se rendía, Svend lo tenía a su merced, haría cuanto él quisiera, pero que ya no siguiera maltratándolo. Casi lo hubiera ofendido adrede para tenerlo de enemigo y no de amigo o cuasi amigo, así la sacaría más barata, gozando al menos de la opción de defenderse; pero ya era muy tarde para eso, pues su mano hecha añicos de momento ni en condiciones de sostener una espada se hallaba.

         -¿Eres Balduino de Rabenland, supongo?-preguntó Svend.

         -Lo soy, en efecto.

         -Sven Svendson, a tu servicio. Recibí tu mensaje el año pasado. Te agradezco que cuidaras a la Princesa y el mensaje que me enviaste informándome sobre ella y sobre los Wurms; sin embargo, esperaba recibir más noticias sobre su mejoría-y tras estas palabras, Svend se volvió hacia Ursula, y la saludó con una inclinación de cabeza-. Princesa...

           -Svend, lamento mucho que no se me haya ocurrido eso, pues entonces habría añadido unas pocas líneas aclarándote ciertas cosas-se disculpó Balduino-. No puedo manejar el servicio de postas a mi antojo, no tengo autoridad para enviar emisarios a tierra extranjera y necesito aquí a todo hombre que esté bajo mi mando. Todo lo cual implicaba que sólo podía enviar, de forma excepcional, a un único mensajero del servicio de post...

          -Olvídalo, amigo-cortó Svend con voz suave.

         Reforzó sus palabras posando una mano sobre el hombro de Balduino, y éste agradeció para sus adentros que, por una vez, lo hiciera con delicadeza y dulzura, y no con la brutalidad de Atila y sus hunos.

         -Princesa, todo está dispuesto para el regreso-anunció Svend, con solemnidad.

        -Muy bien-aprobó Ursula-. Regresad entonces... Yo aquí me quedo.

         -Alteza, si me permitís el atrevimiento...

         -Pero no te lo permito.

           -...os hago notar que sois necesaria en Urelm. Por eso vine a buscaros.

          -Puedes hacer de cuenta que no me encontraste.

          Svend estaba irritado, y al volver a hablar, se le notó, por mucho que intentara disimularlo. Evaluándolo, Balduino se admiró de que no hubiera estallado antes. Svend parecía un guerrero nato. En general, esa clase de gente es toda amabilidad, hasta que alguien les complica la vida con absurdos. Y además, Balduino tenía una ligera sospecha, y estaba esperando que la misma se confirmara.

           -Pensadlo bien, señora-prosiguió Svend-. Kaldern es vuestro hogar, después de todo, y....

          -Disculpa, pero tú no vas a decirme a mí dónde está mi hogar-replicó Ursula-. Eso lo decido yo.

          Finalmente Svend perdió los estribos.

          -¡Mierda, Ursula!-bramó-. No has cambiado, ¡demonios!... ¡Sigues siendo la misma testaruda de siempre!

           -¡Imbécil, más testarudo serás tú!...

        Fue lo último que se entendió antes de que ambos se intercambiaran insultos, gritando casi al unísono, cada uno sin escuchar al otro y sin  que se pudiera distinguir una frase coherente. Esto venía a confirmar la sospecha de Balduino: toda la formalidad protocolar de Svend era puro artificio, no estaba acostumbrado a dirigirse a Ursula de ese modo. Probablemente ambos entrenaban y cazaban juntos, y el trato que solía unirlos era más bien de índole cuartelaria. De lo contrario, ante la tozudez de Ursula, Svend sencillamente se habría disculpado, añadiendo que tenía órdenes que cumplir, y la habría embarcado a la fuerza. Pero no la sentía su princesa, sino su camarada de armas, y no entendía que no entrara en razones y le trayera tantas dificultades.

           Balduino se cruzó de brazos. Hubiera sido descortés reírse, pero las reyertas entre compañeros tenían a veces tantas similitudes con las querellas matrimoniales, que costaba permanecer serio viéndolas.

         -¡TÚ AQUÍ, TAN CAMPANTE, MIENTRAS YO ME PREOCUPABA POR TI!-rugía Svend-. ¡NI EN ESO FUISTE CAPAZ DE PENSAR!

          -¿Por mí?-preguntó Ursula, azorada-. ¿Tú te preocupabas por mí?

          -¡Claro!... ¿O qué creías? ¿Que no me consumiría de impaciencia y angustia día tras día, aguardando noticias suyas? ¿Que pensaría calmadamente en que quizás estuvieras muerta y entonces nunca sabría siquiera en qué sitio yacerían tus huesos por toda la eternidad?

          Ursula se estremeció ligeramente.

         Gustaban poco a Balduino las conclusiones a las que estaba llegando, y en su corazón amagaba desatarse una tormenta de celos y despecho. Celos de amigo exclusivista que adivina que alguien pretende arrebatarle a un camarada; despecho de varón desdeñado por una mujer que en realidad no le interesa, pero a la que no concede el derecho de sentirse atraída por un hombre que no sea él... ¡Y menos Ursula, caramba! ¡Ursula, de la que nadie esperaba que se sintiese atraída por hombre alguno!... Aunque eso último no era enteramente cierto. Ursula había experimentado alguna vaga atracción por Thorvald, eso parecía indudable. ¿Qué sucedía ahora, que eso no le bastaba?... Claro: no era fácil soslayar el hecho de que ella tenía dieciocho años y Thorvald sesenta y dos o sesenta y tres, aunque el potente físico de titán del viejo hiciera que su edad cronológica pareciera un chiste. 

          ¿Pero qué rayos me pasa-se preguntó Balduino-. Las erecciones de Thorvald cuando Ursula masajeaba su espalda prueban que él también se sentía atraído por ella. Nunca me molestó; no me habría molestado que se encamaran juntos; ¿y por qué ahora sí me revienta que Ursula guste de Svend? Tal vez porque él la está embaucando. El infame la seduce para obligarla a que haga lo que él quiera.

           Pero tuvo que admitir, muy a su pesar, que aunque se adivinara o intuyera que Ursula estaba enamorada de Svend, los sentimientos de éste, fueran cuales fueren, no resultaban obvios, y sin embargo no se lo podía acusar de seducción intencional ni de hacer falsas promesas. Balduino se anticipaba con su mente a todo esto. ¿Tenía sentido ser tan emocional y poco razonable? Por envidia había detestado de inmediato a Svend, luego le había caído muy simpático y ahora de nuevo lo veía con malos ojos por pretender llevarse a Ursula, y todo ello en menos de una hora. Felicitaciones, Cara de Bosta Colada-pensó-. Haces buenos méritos para convertirte en el tipo más imbécil de todos los tiempos, y eso que competencia jamás te escaseará... No sueles ser tan idiota; de modo que a ver si abandonas el empeño que hoy estás poniendo para ser el número uno en ese terreno.

          Mientras tanto, los ánimos de Ursula y Svend parecían haberse apaciguado.

          -Raro que vinieras a buscarme habiendo pasado tanto tiempo-comentó ella.

          -Te habíamos dado por muerta, puesto que no tuvimos más noticias tuyas-respondió Svend-. Bah, bueno,  yo nunca me resigné: no podía creer que hubieras muerto de una simple pulmonía. Pero se corrían rumores extraños acerca de un tipo medio chiflado... Oh, disculpa-se excusó, mirando embarazosamente a Balduino.

          -¿Así que eso se dice de mí?-preguntó Balduino, divertido-. ¿Y por qué lo dicen, si puede saberse?

          -Por muchas cosas. Dicen que te has rodeado de criminales peligrosos que un día te asesinarán a sangre fría, que tienes más animales que un zoológico, que has criado una manada de grifos con la tonta esperanza de lograr que te obedezcan y usarlos como animales de guerra... Pero no te ofendas, te aseguro que no creo en esas estupideces...

          -Ajá. Qué bueno-replicó Balduino, lacónicamente. Nunca antes había reflexionado sobre la extraña imagen que debía ofrecer ahora a los de afuera. No vio motivos, por otra parte, para avergonzar a Svend revelándole que lo que él llamaba estupideces en realidad eran versiones algo distorsionadas de hechos reales.

            -...en Urelm nadie las creyó, y el Rey menos todavía-prosiguió Svend-. Por eso, cuando se dijo que con esa persona tan extraña, tú, había una mujer cuya descripción coincidía con la de la Princesa, se me consideró imbécil por conceder crédito al rumor-se volvió hacia Ursula-. Tu padre el Rey no quería autorizar la expedición para buscarte: lo consideraba una pérdida de tiempo.

            -Pues se ve que fuiste muy persuasivo, si aquí estás pese a todo-dijo Ursula.

         Svend meneó la cabeza.

          -No-contestó-. El Rey jamás autorizó la expedición.

          -¿Te robaste el Höjvar?-preguntó Ursula, estupefacta.

           -Peor todavía, engañé a la tripulación. Ellos vinieron hasta aquí creyendo que se trataba de una misión oficial; que el Rey autorizó esto. Como bien sabes, tu padre siempre exige que este barco esté siempre a punto para utilizarlo en cualquier momento, por eso lo elegí. Había que zarpar cuanto antes para no llamar la atención. En cuanto vuelva a Urelm, me espera una corte marcial.

          Cayó un pesado silencio, durante el cual, tal vez, la locura implícita en la acción de Svend adquirió todo su significado en las mentes de Ursula y de Balduino. Para este último, ya no cabían dudas del nombre que debía darse a esa locura: amor.

          -No tienes que volver, campeón-sugirió-. Será un honor tenerte aquí, con nosotros.

      Svend meneó la cabeza una vez más, gravemente.

         -En primer lugar, sirvo al Rey de Kaldern, aun cuando en esta sola ocasión le haya desobedecido-respondió-. No sentiría respeto por mí mismo si me escondiera de su justicia aquí, cobardemente. En segundo lugar, llegué aquí engañando a toda una tripulación, la cual sería castigada en mi lugar cuando regresara a Urelm sin mí. Aun cuando yo eligiera quedarme; aun cuando les permitieras hacer otro tanto, la mayoría de ellos querría volver. Su orgullo es servir al Rey, y de todos modos tienen sus vidas hechas en Kaldern. Incluso si estuvieran dispuestos a tanto sacrificio, y no lo están, me sentiría un canalla por exigírselo. Te agradezco, entonces; pero no.

         -Comprendo-dijo Balduino.

           -Señor Cabellos de Fuego, quisiera hablar un momento con Svend a solas-solicitó Ursula.

         -Claro-accedió Balduino.

          Retrocedió hasta donde aguardaba la dotación de Vindsbord, incluidos los Jungene Kveisunger. Todos lo miraban expectantes.

          -¿Y?...-preguntó Anders, en nombre del grupo entero.

           -Ursula se va-respondió sombríamente el pelirrojo.

            -¡¿Se va?!...-preguntaron a coro varias voces indignadas, entre las que destacaban las de Honney y Andrusier.

          -Vuelve a su país. Es su derecho y lo respetaremos. Ha sido buena compañera nuestra y quiero que se lo demostremos en el momento de la despedida. Adam: ve a relevar a Gilbert en el torreón.

          -¡A la orden!-respondió Adam, burlesco, pero célere. Era la primera vez que obedecía a Balduino realmente a gusto: Ursula y él no se tragaban, nunca se habían tolerado, así que, ¿por qué andarse con hipocresías? No se querían, no iban a extrañarse mutuamente. Mejor ahorrarse la despedida. Por otra parte, el mayor problema no hubiera sido una eventual hipocresía, sino precisamente la falta de ella. Ursula y él nunca se habían gastado en falsedades, y hasta último momento se habrían demostrado su mutuo desprecio. Que la machona se fuera sin despedirse de él...
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publicado por ekeledudu a las 13:25 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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