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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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08 de Noviembre, 2011    General

CLXIX

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      La Desgracia, que con tanta violencia se abatía sobre Drakenstadt, de momento dejaba en paz a Freyrstrande, donde la máxima tragedia del momento era la supuesta fealdad del hijo de Anders. No había tenido mejor idea el feliz padre que cargar en la carreta a Lyngheid y al niño y llevar a ambos a Vindsborg para hacer una especie de presentación oficial en sociedad de la criatura. Parecía lógico, porque todos allí sentían gran curiosidad y muchos deseos de conocer al retoño de Anders. Llegado el momento, incluso Kehlensneiter se acercó a mirar, y cuanto había de siniestro en él pareció adormecerse a la vista del inocente, dormido en ese momento. Pero, para empezar, Lyngheid se sentía incómoda, única mujer entre tantos hombres, forajidos peligrosos muchos de ellos para más datos. Estaba allí por explícito deseo de Anders, y casi seguramente no había puesto la menor objeción; pero cuando su orgulloso marido le dio la mano para ayudarla a bajar de la carreta, ella prefirió quedarse en su sitio, con la esperanza, sin duda, de volver enseguida a Kvissensborg. El hecho de que él, como medio chiflado, no parase de ir y venir de la carreta al corro de compañeros que por turnos iban pasándose el bebé, debía consolarla un poco; porque al menos cuando volvía hasta la carreta, no cesaba de prodigarle mimos. Lyngheid prácticamente incluso respiraba sólo por Anders; y sólo teniendo a éste a su lado se sentía de verdad feliz.

         Ahora bien, la hipotética fealdad del hijo de Anders tal vez fuera lamentable; pero los que de verdad eran una catástrofe (además de mucho más feos que cualquier pobre bebé) eran los Kveisunger, que siendo tan diestros para manipular cualquier cosa, a la hora de cargar con el niño exhibieron una torpeza única. El colmo fue Andrusier, regañado hasta pro sus propios camaradas, quien estuvo a punto de aferrar a la criatura por una de sus muñecas. Pero el resto de los piratas se desempeñó apenas un poco mejor. Hansi e Hijo Mío cuchichearon entre ellos que evidentemente no podía esperarse otra reacción: el bebé era tan feo, que ponía nerviosos a Ulvgang y su pandilla.

        -Con vosotros como ayos, ni hambre ni pestes son necesarios para que aumente la mortalidad infantil: vosotros solitos podéis encargaros de ellos-se burló Adam.

        -¡¡¡ADAM!!!-tronó Balduino.

         -¿Y yo qué dije ahora?...-protestó el mentado.

         Nada adrede, sin duda; pero era de poco tacto eso de hablar de mortalidad infantil, incluso en chiste como era el caso, delante de un padre y una madre obviamente temerosos de cualquier cosa que pudiera suceder a su hijo.

         -Pero señor Cabellos de Fuego, ¿por qué lo reprendes?-saltó Ursula-. ¡Si por una vez esta piltrafa humana hizo una sabia observación!... ¡Mira nada más a este montón de inútiles, incapaces de agarrar bien a una criatura y pasándosela unos a otros con cara de miedo!

         -Es que es demasiado...-balbuceó Gröhelle-. El bebé... O sea...

         Ursula se cruzó de brazos con gesto risueño, a la espera de que el tuerto terminara de decir aquella sarta de gansadas. Su insinuada expresión de hilaridad sacó de sus casillas a Gröhelle, pero al parecer también lo inspiró magistral y súbitamente para redondear la idea:

         -¡Se puede caer!  ¡Es muy frágil!

         -No me vengas con ésas-se mofó Ursula-. Otra cosa que tienes en tu entrepierna también amenaza caerse de puro podrida, y eso no te impide sostenerla cada noche en tu mano.

         -¡¡¡ÚRSULA!!!-bramaron al unísono Thorvald, Balduino y sobre todo Karl. Este último, por encima de sus mostachos, miró en dirección a Lyngheid, preguntándose horrorizado qué opinión se llevaría de todos ellos, si la única mujer de Vindsborg hablaba con un léxico como para horrorizar al mismísimo Diablo.

         -¡Si es cierto!...-se defendió Ursula, imagen misma de la Inocencia en el banquillo de los acusados.

        -Modera tu lenguaje, ¡hay una dama presente!-farfulló Karl.

         -Eh, Karl...-comenzó Per Björnson, sonriendo malicioso.

         -...¡así no se habla a una dama!-concluyó Wilhelm con idéntica malicia.

          Con un único gesto harto elocuente, Karl dio a entender que, en lo que a él concernía, había ya perdido toda esperanza de hallar en Ursula a la princesa que supuestamente era, y que no tenía intenciones de tratarla diferente de cualquier otro miembro de la dotación de Vindsborg.

         -Se ve que conoces bastante bien nuestras vergas, ¿eh Ursula?

         -¡¡¡HONNEY!!!-volvieron a tronar Karl, Thorvald y Balduino.

         -Por supuesto que las conozco-respondió Ursula, burlona-. Me viene bien verlas cuando necesito reírme un poco... Sólo con la tuya, ¿quién necesita de bufones?

         -Hmm...Disimula cuanto quieras, pero sí que te he pescado varias veces mirándolas muy seria-contraatacó Honney.

         -Sería cuando aún las estaba buscando, ¿qué crees? ¡No es tan simple encontrar algo tan pequeño!...

        -¡Ay, ay, ay!... ¡Ay, ay, ay!...-exclamó de repente Hundi, quien en ese momento sostenía en brazos al bebé-. ¡Se está moviendo! ¡Se está moviendo!

        Más tranquilo se lo habría visto en el Día del Juicio Final, a punto de ser condenado al Fuego Eterno, que allí, sosteniendo en brazos a un bebé medio adormilado que empezaba a moverse. De hecho, estaba sencillamente aterrado. Sus seis perros estaban junto a él en ese momento, y al parecer, captaban que aquélla era una ocasión importante, aunque no entendieran bien por qué; y obviamente ellos no podían perdérsela. Ahora notaron primero el nerviosismo de su amo, y se incorporaron con las colas muy erectas, cual guerreros pendientes de la orden de ataque. En eso, el bebé estalló en llanto. Qué era esa cosa que berreaba con tantas energías, los perros no lo sabían, pero consideraron apropiado responder con un coro de ladridos.

        -¡Ayudadme, estúpidos!-exigió Hundi, rabioso porque, para colmo, la mayor parte de los presentes se había echado a reír, en vez de ayudarlo a sobrellevar lo que para él era la más tremenda de las crisis.

       Snarki, Ursula y Balduino se precipitaron a un tiempo hacia Hundi, no se sabía si para rescatar a éste o, más bien, al bebé que llevaba en brazos y que era una de las pocas presentes cuya cordura ofrecía aún alguna garantía, y cuyo llanto era pèrfectamente comprensible si se tenía en cuenta qué manada de chiflados lo rodeaba.

          -Mejor lo devolvemos con su madre. Quizás tenga hambre-sugirió Balduino, extendiendo los brazos para recibir al niño, a quien en ese momento sostenía Snarki.

        Cuanto más miraba el pelirrojo al bebé, más adorable le parecía éste y más se sorprendía de que alguna vez lo hubiese considerado feo. Durante el corto trayecto hasta la carreta no paró de besarlo y hacerle mimos de toda clase, absolutamente enternecido.

         -Llevaré a mi mujer y a mi hijo de regreso a Kvissensborg y volveré enseguida-prometió Anders, tomando al bebé y pasándoselo a su vez a Lyngheid.

         -Seguro, seguro...-aprobó Balduino, observando que Lyngheid se descubría un poco el pezón derecho para amamantar.

         Una especie de sexto sentido advirtió entonces al pelirrojo que algo no estaba en orden. Aturdido, se preguntó qué podía andar mal. Fue entonces cuando descubrió, indignado, que la mayor parte de los hombres de Vindsborg, queriendo aparentar que sólo por casualidad y yendo de un pie en otro, se habían acercado mucho a la carreta. Su expresión airada los llamó un poco al orden, pero no demasiado: volvieron a alejarse, también andando de un pie en otro y estirando cada tanto el cuello en dirección a la carreta.

         -Bueno, parte enseguida, ¿eh?, que te necesito aquí cuanto antes-dijo el pelirrojo a Anders.

         No quedó muy claro si Anders captó que lo que en realidad quería Balduino era que la dichosa carreta partiese de una vez por todas. Cuando al fin ello sucedió, el pelirrojo, furibundo, arremetió contra el resto de su dotación con ímpetus de uro. Ulvgang, quien esperaba eso, le salió al cruce:

         -Señor Cabellos de Fuego... ¡Si no veíamos por fin una buena teta, hasta íbamos a olvidar cómo son!

         -¿¡PERO ERA PRECISO QUE ESA TETA FUERA NI MÁS NI MENOS QUE LA DE LYNGHEID!?...-tronó Balduino.

         -¡Tampoco te hubiera gustado que viéramos la de Thora o la de Ljod!... Y no fue nada personal, elegimos ésa sólo porque era la que estaba a la vista. ¿Preferías que personalmente pusiéramos en exhibición el seno de cualquier otra hembra?

          -Ah, cállate... ¡Con esa mentalidad, con la excusa de que si durante mucho tiempo no se toca una buena teta, se termina olvidando qué se siente al hacerlo, mejor ni pensar en lo que haréis si Lyngheid llega a venir de nuevo por aquí!

      -¡Ah, eso no, señor Cabellos de Fuego!... ¡Anders es compañero nuestro, después de todo, y Lyngheid es su hembra! ¡Nosotros sabemos dónde detenernos!

          -Eso espero...-gruñó el pelirrojo, de mal talante-. Eso espero...
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publicado por ekeledudu a las 12:59 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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