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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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01 de Julio, 2011    General

CXV

CXV

      Pocas noches más tarde, Balduino visitó de nuevo a Gudrun; y luego de hacer el amor, cuando ambos se abrazaban iluminados por la lumbre del hogar, conmovidos y felices de tenerse el uno al otro, ella interrumpió el pensativo silencio que se había hecho entre los dos:

        -También hoy estabais muy motivado, señor Cabellos de Fuego. ¿A quien visteis feliz hoy?-preguntó.

         Balduino, inmerso en sus reflexiones, demoró en responder.

        -A Tarian-contestó sonriendo-. Está enamorado.

         -¿Tarian... enamorado?-Gudrun sonrió a su vez-. Bueno, sí que es una sorpresa; pero...

         Se interrumpió. No quería parecer chismosa, pero de veras estaba intrigada por la noticia, ya que no quedaban mujeres solteras en Freyrstrande.

         -¿Ha conocido a alguien en Vallasköpping?-preguntó al fin.

          -No precisamente en Vallasköpping-respondió él, besándola y guiñando pícaramente un ojo.

         Entre los aldeanos de Freyrstrand, sólo Gudrun, aparte de Hansi, sabía exactamente qué clase de ser era Tarian. El carácter misterioso de éste, y el hecho de haberlo sorprendido varias veces internándose en el mar, alimentaban muchas conjeturas, pero nadie más sabía nada en concreto.

         -¿Os lo dijo él?-preguntó.

           -No, no suele hacer ese tipo de confidencias. No sé si será porque al no poder hablar le cuesta más la comunicación, o si sería igual aunque pudiera hablar. En cualquier caso creo que, si por alguna magia recuperase ahora el habla, está tan habituado al silencio y la reserva que no sería muy comunicativo... Pero de esas cosas no es difícil darse cuenta solo.

         No era difícil, en efecto. Cuando Tarian reflexionaba, sin prestar atención a nada que no fueran sus propios pensamientos, parecía insondable; pero a la vez sus sentires más íntimos resultaban explosivos de tan notorios. Y los últimos días algo venía alterando su semblante, que ahora irradiaba felicidad como luz irradia el sol; y estaba perpetuamente ausente con el pensamiento, sin duda por hallarse junto a su desconocida enamorada.

       La identidad de ésta intrigaba a Balduino. Que fuera ella quien fuese, Tarian la había conocido bajo las aguas del mar, era obvio: por eso pasaba ahora mucho más tiempo allí. ¿Sería una sirena, o un cruce entre sirena y humano, como el propio Tarian? ¿Cómo la habría conocido? La mente de Balduino volvía a veces sobre aquellas armas que el hijo de Ulvgang abandonaba en quién sabía qué sitios. ¿Habría encontrado alguna colonia de seres submarinos necesitada de armas para defenderse de amenazas desconocidas para el género humano? ¿Habría hallado en dicha colonia a esa desconocida compañera que tanta dicha insuflaba en su alma?

          -Conozco poco a Tarian...-murmuró Gudrun.

          -También yo-se lamentó Balduino.

          -...pero parece buen muchacho. me alegra que sea feliz.

          -A mí también, pero... Debo ser egoísta, porque por otro lado, la verdad... Pienso que cualquier día de éstos quizás se marche a los abismos marinos junto a su nueva compañera, y confieso que no me gusta la idea. Me he acostumbrado a él.

          -Pues no es justo de parte vuestra, señor Cabellos de Fuego, disculpadme que os lo diga. El mar es su mundo, como la Caballería es el vuestro, o el pastoreo el mío.

         -Sí, pero yo no soy como tú. Ya sabes cuánto me gustaría llevarte conmigo cuando me vaya.

        -Y sabéis también que eso no puede ser, ni que Tarian deba condenarse a permanecer encadenado a tierra firme sólo por el afecto que os tiene.

         -Sí, claro que lo sé. Y sería además un crimen intentar algo semejante, dado que él destella de felicidad así como está... Pero eso no significa que no vaya a extrañarlo cuando se marche... ¡Pobre Emmanuel!, si no puede entender que Ursula, con lo tosca que es, sea una princesa, menos puede entender que Tarian, que tan apuesto y aristocrático se ve, no sea un príncipe...

          Se interrumpió, pensando que sin embargo Tarian no debía verse muy civilizado comiendo pescado crudo y cosas por el estilo.

          -Creo que Emmanuel debe encontrar un tanto enrevesada la vida en Vindsborg-continuó-. En eso se parece al propio Tarian, quien me temo que nos ve un tanto extraños.

          Hubo otra breve pausa, durante la cual siguieron acariciándose en silencio; luego añadió Balduino:

         -A veces, sólo por un momento, me gustaría intercambiar lugares con Tarian: yo ser él, y que él fuera yo; porque me intrigan las profundidades océanicas y los secretos que ellas albergan. Me frustra y me exaspera pensar que él podría hablarnos de ello, si tuviera lengua... Si no fuera porque un grupo de imbéciles malvados encontró muy divertido cortársela, entre otras torturas que le infligieron...

        -Bueno, Oivind sabía cosas... O decía saber, al menos... Uno nunca sabía qué pensar de lo que contaba aquel viejo charlatán...

         -¿Qué quieres decir?

         -Me refiero a lo que afirmaba acerca de hombres que aprendieron a respirar bajo el agua... Algo os habrá dicho a vos también...

       -¡No!-respondió Balduino, vivamente interesado-. Cuéntame...

         -No sé si debería-dijo Gudrun-. Oivind no hablaba mucho sobre ello, ni aun en sus peores borracheras. Era algo que le daba mucho miedo. Sobrio, jamás hizo alusión al asunto y, es más, negó haber dicho jamás lo revelado estando ebrio; y sin embargo, cosa rara, aunque se lo tenía por mentiroso y fabulador, a nadie jamás le dio por pensar que aquello fueran simples fantasías de borracho... Y la verdad, a mí misma me asusta un poco pensar en lo que solía contar en esas ocasiones.

          Balduino se inclinó sobre ella y la besó.

           -Estoy contigo, ¿no?-dijo-. Nada malo puede ocurrirte estando yo aquí.

          -Y tal vez tampoco si no estuvierais, si vamos al caso, pero... Igual me espeluzna pensar en lo que dijo.

           -¿Y qué dijo?-insistió Balduino-. Cuéntame, querida...

          -Hablaba de que, en todas las épocas, hubo gente que deseó poder respirar bajo el agua y nadar como los peces... Y él decía haber oído, en los muelles de Vallasköpping, historias de gente que lo logró... Parece que existen hierbas que hacen posible a los seres humanos llevar vida de peces, en el océano, pero a costa de transformaciones horripilantes...

          Balduino experimentó un escalofrío ante esa referencia a transformaciones horripilantes. Hacía pensar en La Hermandad, esa siniestra, diabólica y anónima cofradía cuya existencia misma había sido puesta en duda o incluso denunciada como falsa y en cuyas huestes, no obstante, había militado, si bien como no más que un simple peón desechable, Adam Thorsteinson. Las fuentes más veraces avalaban la pretérita existencia de dicha cofradía, pero la daban por definitivamente desaparecida el 15 de noviembre de 898, el famoso Día de los Altares Rojos. Balduino no creía que esas fuentes ocultaran algo adrede; pero tal vez sólo dieran por cierto lo que querían suponer. Al fin y al cabo, nadie en su sano juicio podía desear la supervivencia de algo tan abominable como La Hermandad, cuyos miembros, consumidos por los efectos devastadores de la magia negra, terminaban convertidos en algo que sólo superficialmente, y por momentos, conservaba vestigios aparentes de humanidad.

         -... Oivind decía que, según se murmuraba en los muelles, esas hierbas, por breve tiempo, permiten a un ser humano respirar bajo el agua; pero que, luego de unas horas, ese efecto desaparece, y un ansia de cantidades mayores de esas hierbas se apodera de quien ya las usó una vez: un ansia esclavizante, que ya no lo abandona. Y luego de ingerir cierta cantidad, la persona acaba convertida en monstruo, un monstruo sin la menor conciencia de su anterior existencia humana.

         -Pues en lo que a mí respecta, los efectos de esas hierbas me encantan-dijo Balduino, sonriendo; y ya empezaba Gudrun a mirarlo con espanto y desconfianza, cuando él añadió:-: cuando hablas de ellas, te aferras más a mí.

           Gudrun constató asombrada que era cierto. Tal pavor le inspiraban aquellas historias que, instintivamente, se había abrazado con más fuerza a Balduino. Iba a apartarse, avergonzada, pero él no le dio tiempo. Cerró en torno a Gudrun su brazo, en gesto protector, y buscó los labios de ella con los suyos. La sintió relajarse con ese beso, que fue prolongado; luego estuvieron acariciándose mutuamente hasta que ella, exhausta, se rindió al sueño. Balduino quedó contemplándola arrobado: le encantaba mirarla mientras dormía. Al mismo tiempo, quedó reflexionando maquinalmente sobre lo que ella le había contado acerca de aquellas hierbas misteriosas. Alguien más le había contado a él algo parecido... Pero ¿quién? 

          Enseguida lo recordó: había sido Ulvgang, teorizando sobre el por entonces enigmático monstruo que atacara a Balduino en la playa, una criatura de llamativa estructura antropomorfa. Entre otras posibilidades, había sugerido la de que fuera un hombre transformado en monstruo: "Tarian decía que hay algas capaces de adaptar al ser humano a la vida marina... El cuerpo se vuelve escamoso, aparecen en él agallas como las de los peces... El cambio es irreversible".

         Era una lástima que así fuera, pensó Balduino. A él le habría encantado convertirse por un rato en lo que fuera, con tal de sacarse la duda respecto a lo que albergaban las profundidades oceánicas; pero no por el resto de su vida, ni tampoco si el cambio implicaba perder la conciencia de su humanidad. Por muy fascinantes que le resultasen los secretos del mar, muchas cosas lo ataban a tierra firme; sin contar que cualquier cosa que pareciera guardar conexión, por mínima que fuera ésta, con La Hermandad, le resultaba aterradora.

         Sin embargo, Balduino no pudo deshacerse tan fácilmente de la idea, de veras tentadora, de que existía una mínima esperanza de que un día pudiera acceder a los enigmas de los abismos marinos. Pero en ese momento, la visión de Gudrun durmiendo apaciblemente le arrebató el corazón, y le impidió pensar en nada que no fuera ella. Le besó la frente con cariño, y la mano de ella buscó instintivamente el cuerpo de él; y se durmieron juntos, abrazados.
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publicado por ekeledudu a las 14:26 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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