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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
07 de Septiembre, 2011    General

CXXXVII

CXXXVII

       La partida de jinetes desapareció hacia el Este. Todos la miraron alejarse mientras trataban de desembarazarse de un persistente  aturdimiento. La visita de Miguel de Orimor parecía haberlos dejado bajo un nefasto hechizo.

        El primero en recobrarse fue Adam. Caminó sin vacilar hacia Balduino y puso su diestra bajo el mentón de él para forzarlo a alzar la vista.

         -Fuiste un imbécil-sentenció-. Lo sabes, ¿verdad?: si no hubieras quemado mis reservas de Fuego de Lobo, ahora tú mismo podrías aspirarlo y olvidar por lo menos por algunos instantes la locura del mundo.

            Balduino fue incapaz de responder, pero aquellas palabras sonaron como una bofetada y desataron entre el resto de la dotación una ola de descomunal estupor saturado de cólera.

         -¡Adam-rugió Thorvald-, deja de decir idioteces y reemplaza a Adler en el torreón!

         Faltaba todavía para la hora habitual de los relevos, y Adam ni siquiera tenía guerdia ese día; pero era evidente que Thorvald quería cerrarle el pico y salvarle de paso el pellejo. Lo dudoso era si el viejo quería protegerlo de la ira de los otros o de la propia. Adam siempre había parecido capaz de muchas bajezas, pero nadie estaba con ganas de tolerarle esta.

          -Y si no me voy, ¿qué? ¿Acaso me vas a matar?-preguntó Adam, desafiante.

          -Estás yendo demasiado lejos esta vez-advirtió Thorvald con voz tétrica.

          -Me parece que no comprendes de qué se trata todo esto... Lo unico que intento es ayudar-respondió Adam.

         -¡Mentira!-exclamó irritada Ursula, avanzando hacia el larguirucho como si se propusiera arrollarlo-. ¿Cuándo has querido ayudar tú?

           -Nunca-admitió Adam, sin inmutarse-. Claro que tampoco había hasta ahora nada en lo que valiera la pena ayudar.

          -¿Y qué ha cambiado ahora?

           -El señor Cabellos de Fuego tiene en este momento su oportunidad de dejarse de tonterías y vivir, por fin, su propia vida; de ya no pensar en los demás, sino en lo que es bueno para él. Si quiere ser Caballero, que lo sea; pero que se olvide de cosas tales como esos ideales obsoletos que tiene, los cuales, precisamente por su condición de ideales, son imposibles de llevar a la práctica, y que se dedique a tratar de ser feliz.

           -¿Lo eres tú?-preguntó Karl; y se vio que Adam apretaba los labios, desarmado por la pregunta y como despertando a una realidad amarga.

          Anders lo salvó de responder:

          -¿Y qué intenta Balduino todo el tiempo, sino ser feliz?-dijo-. Antes de venir aquí, él no era tan altruista como ahora. Eso de amar al prójimo no era para él, o eso creía... Y nadie en su sano juicio lo habría juzgado feliz. Aquí sí lo es, y no creo que por coincidencia se preocupe de que los demás también lo sean.

          -No digamos gansadas... El señor Cabellos de Fuego siempre se preocupó por los demás antes que por sí mismo. Podría haber sido parte de la Orden de la Doble Rosa y ascender posiciones hasta alcanzar el favor del Rey.

         -Gran logro...-ironizó Ulvgang-. ¿Sabes cómo habría terminado el señor Cabellos de Fuego, si hubiera optado por ese camino?: ahorcado por traición. Alguien, por envidia, habría urdido calumnias para perjudicarlo; y Su Real Majestad, estúpidamente, hubiera terminado creyéndolas.

         -Posiblemente-apoyó Thorvald-. Los poderosos siempre desconfían de los que ascienden posiciones rápidamente, aun de aquellos que les sirven con más lealtad.

          -Excelente razón para hacer reales las calumnias...-dijo Adam, sonriendo burlonamente.

           -¿Qué quieres decir?...-le ladró Ursula.

         -Quiero decir que, antes de que lo acusaran de nada, el señor Cabellos de Fuego podría haberse hecho coronar Rey...

     -Ah... ¿Podría?-preguntó Emmanuel, asombrado-. Entonces, ¿el señor Cabellos de Fuego está emparentado con Valentiniano el Grande?

      Adam lanzó una carcajada sarcástica.

      -Qué ingenuo eres, Hijo Mío...-se burló-. ¿En serio crees que es tan esencial el parentesco con Valentiniano el Grande? ¿Que es tan difícil fraguar un árbol genealógico simulando inexistentes vínculos de sangre entre un Rey que lleva dos siglos muerto, y un noble cualquiera? ¿Que entre un bufón como Gregorio III, que era un títere de quienes lo rodeaban, y un Rey decidido como lo habría sido el señor Cabellos de Fuego, muchos no habrían preferido a este último?

        -¿Y tú cómo sabes eso?...-preguntó súbitamente Balduino, con obvio asombro, demostrando que pese a su silencio y aparente ensimismamiento había seguido atentamente el debate.

        -¿Como sé qué, exactamente?

         -Que el Rey Gregorio III nunca gobernó en realidad, sino que otros lo hicieron por él y lo usaron de pelele.

         -Oh, ¡por favor!... Lo sabe todo el mundo.

         -Pues yo no lo sabía-objetó Thorvald.

         -Yo tampoco-apoyó Anders.

         -Y yo, mucho menos-adhirió Karl.

         -Y yo lo supe sólo por estar indirectamente ligado al poder-dijo Balduino-; porque el señor Ben Jakob estaba en contacto con el señor Diego de Cernes Mortes, uno de los hombres que gobernaban tras bambalinas bajo Gregorio III. Adam, ¿cómo es que tú también lo sabes? ¿Quién eres en realidad? ¿Por qué no lo admites de una buena vez?...

         -No sólo no viene al caso sino que, además, sabes perfectamente quién soy, o mejor dicho, qué soy: un prisionero. Antes de eso fui aquello por lo que se me condenó a prisión: un traficante y consumidor de Sales de las Brujas. Nada más hay de mí que sea digno de saberse. Si escuchaste o imaginaste cualquier otra cosa, habrá sido una tontería; allá tú si la creíste cierta.

           -Sí... O bien diferimos respecto a lo que en tu vida es digno de saberse-gruñó Balduino.

          -Lo que por ahora necesitas saber, ya te lo dijo tu amigo el grandullón, ¿no crees?: defendiste el bando equivocado. Salvaste la vida de asesinos monstruosos, de personas que causaron la muerte espantosa de inocentes cuya sangre, por lo tanto, empapa también tus manos...

         Balduino empalideció, acusando el impacto de aquel golpe bajo. El resto de los presente se acercó a Adam con un aire amenazante que habría intimidado a cualquier otra persona, pero que a él, que nunca había estimado en mucho su propio pellejo, no lo intimidó. Al contrario: al verse rodeado adoptó un horripilante aire combativo que le confirió apariencia inhumana y demencial. Se encogió sobre sí mismo, con aspecto de buitre que defiende la carroña de la que se nutre.

         -¡Ahora sabes de qué vale el mundo, y que no puedes confiar en nadie!-gritó, mirando a los que lo rodeaban, como retándolos a callarlo, si podían-. ¡Dedícate a lo que mejor te convenga, y deja que los demás vivamos, muramos y nos pudramos como nos venga en gana!...

         En ese momento, Ursula se arrojó sobre él. Adam, habitualmente tan abúlico, por primera vez parecía de verdad vivo y dispuesto a luchar por algo, su propia integridad física en este caso; sabía que ursula no le guardaba el menor afecto, como él no lo sentía por ella, y que acababa de proporcionarle la excusa que necesitaba para molerlo a palos como era su deseo. Tal vez la giganta no pretendiera más, pero dada su corpulencia y la escualidez de Adam, más el terrible furor de la atacante, era poco probable que aquél saliera vivo. No se dejó atrapar por ella, sin embargo: la esquivó a una velocidad que nadie le conocía hasta ese momento, sonriéndole con la burla miserable del fracasado que se solaza en el fracaso de otros. Claro que fue lo último que consiguió hacer antes de que un puñetazo de Anders, cómodo y sin esfuerzo, lo derribara allí mismo cuan largo era, dejándolo inconsciente.

       Acto seguido, el joven escudero se acercó a Balduino.

          -No les hagas caso-recomendó-. Ni a Adam, ni a El Toro Bramador de Vultalia-y le puso una mano en el hombro en un intento de reconfortarlo.

        -El señor de Orimor dijo lo que cree que es la verdad-rebatió Balduino, sombrío.

         -Pero no lo es-porfió Anders.

         -Lo creeré si el señor Ben Jakob me lo asegura mirándome a los ojos. Tengo que preguntarle cuanto antes-concluyó Balduino.
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publicado por ekeledudu a las 13:36 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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