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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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24 de Marzo, 2011    General

LXIII

LXIII

        El día siguiente fue el de la boda de Anders y Lyngheind, acontecimiento sobrio que pasó sin pena ni gloria: no hubo invitados, se celebró en total intimidad en una cámara de Kvissensborg y fue, ante todo un trámite, aunque la novia irradiaba una felicidad contagiosa que enterneció a todo el mundo y a su consorte más que a nadie. Balduino asistió, pero su mente estuvo en otra parte todo el tiempo, concretamente junto a Thommy, temiendo que su estado se agravara de nuevo. Cuando más tarde pensó en la ceremonia, se le hizo raro pensar que ahora Anders era un hombre casado, aunque pasara la mayor parte del tiempo en Vindsborg, atento a sus deberes.

          De cualquier manera, Balduino no tardó en enterarse de que Thommy seguía mejorando, y uno o dos días más tarde Fray Bartolomeo vino a informar que también Herminia había sanado.

             -Bueno, hereje, gracias a Dios todo salió bien-suspiró el cura.

          -¿Gracias a Dios?...-gruñó Balduino-. Qué estúpido puede sentirse uno. No pretendo que se componga una oda en mi honor, pero ¡diablos!... Menudo trabajo tuve para convencer primero a Thomen, luego a Thommy y por último a Thora de que no había que rendirse, ¡y ahora resulta que el mérito le corresponde a Dios!...

         -No seas injusto. Todos saben que tú ayudaste, y de cuanto agradecen al Señor, no figura en último término el tenerte aquí. ¿Qué más quieres? Para llevarte todo el crédito en la curación de Thommy tendrías que haber estado dispuesto a asumir la culpa total en caso de que hubiese muerto, y creo que coincidirás conmigo en que ésa habría sido una muy pesada carga...

          -¡Hmmm!...-siguió gruñendo Balduino.

        -Bueno, bueno, deja de refunfuñar; imagina que todos te atribuyeran lo que sólo el Todopoderoso puede conceder, y vinieran luego a pedirte imposibles. Todos reconocen que ayudaste, así que menos protestas, por favor...

        La verdad es que el mejor reconocimiento fue el obsequio que hizo Thora a Balduino: una sabrosa torta de nuez que al día siguiente, por la mañana, Ljod misma llevó a Vindsborg. La joven no andaba sola por allí desde fines del año anterior, y se asombró de que ahora todos, por donde ella pasaba, fingían saludarse unos a otros, con voz burlona:

        -Feliz Yule, señor Cabellos de Fuego.

         Y ella entendió que las pullas le estaban dedicadas, pero no el motivo.

        Balduino quedó relamiéndose ante la apariencia y el apetitoso olor de la torta que Ljod puso en sus manos. Para su desgracia, cuestiones de compañerismo lo obligaban a compartirla con todos sus hombres; de modo que el trozo que le tocaría finalmente sería en verdad muy pequeño.

         En ello pensaba con disgusto, cuando Ljod le preguntó, con mucha inocencia:

         -Señor Cabellos de Fuego, ¿por qué todos, cuando me ven, se dicen unos a otros: Feliz Yule, señor Cabellos de Fuego?

         Entre la idea de que realmente le tocaría sólo una pequeña porción de la torta de nuez y aquella pregunta que le traía recuerdos tragicómicos, la jeta de Balduino se fue hasta el suelo.

         -¿Y por qué crees?... ¡Porque cuando en Navidad viniste aquí a saludar y viste a Tarian, quien apareció ante ti desnudo, no hiciste más que repetir esa frase una y otra vez!-replicó el pelirrojo con ironía, no sabiendo si reír o llorar recordando el hecho.

       Ljod se puso colorada.

        -Yo no me acuerdo de eso, señor Cabellos de Fuego-murmuró con timidez.

         -Te creo, justo ibas a acordarte, nena-intervino Anders-. Seguramente recuerdas mejor ese garrote que tiene Tarian entre las piernas, ¿eh?

          -Si se enteran mis padres, no se qué dirían-dijo Ljod-. ¿En serio...?

         -Sí, en serio, pero si crees que voy a convocarlos a una asamblea especial para contárselo, debo parecer mucho más imbécil de lo que soy-repuso Balduino-. En fin, cortemos esta torta...

         Ljod, con el rostro purpúreo, volvió a irse por donde vino, tratando de ignorar los muchos Feliz Yule, señor Cabellos de Fuego que su mero paso suscitaba entre la gente de Vindsborg. Tanta era su vergüenza, que no volvería a vérsela allí sino hasta la boda de Kurt y Heidi, en que vendría mezclada con tanta gente que casi nadie le prestaría atención. Para tal acontecimiento se vería libre de ironías pero, por lo demás, por años iba a cargar con ellas, hasta que acabara acostumbrándose a las mismas y, por lo tanto, perdieran su gracia.

          Por lo demás, Balduino degustó su mísera porción de torta de nuez, de veras exquisita, bocado por bocado, tratando de que durara tanto como pudiera. Por pequeña que hubiese sido su porción, nunca la olvidaría, y en los años que siguieran su recuerdo contribuiría a hacerle paladear la vida entera del mismo modo.

        Mientras el invierno iba llegando a su fin, Snarki y Hendryk iban terminando los respectivos trabajos especiales que Balduino les había encargado. En el caso del primero se trataba de una montura y arreos que se adaptaran a la peculiar anatomía de los grifos, algo complicado sobre todo porque sobre dicha montura habría un jinete y las piernas de éste no tendrían que estorbar el aleteo de la bestia. Por supuesto, hasta que Held alcanzara un tamaño que le permitiera volar con un jinete sobre su lomo, habría tiempo de perfeccionar el diseño de la montura; pero mientras tanto, había que acostumbrarlo a ella, ciñéndole una de tamaño proporcional. Así que cuando estuvo lista la primera, Balduino se calzó un par de guantes de grueso cuero confeccionados también por Snarki y se abocó a la ímproba tarea de colocarla en el lomo de Held. A éste la idea no le gustó nada, y varias veces lanzó picotazos en dirección al pelirrojo.

        -Suficiente-gruñó éste, golpeándole la cabeza sin brutalidad pero firmemente, más bien para sólo recordarle quién mandaba allí-. Somos amigos, pero entiende que necesito que te acostumbres a esto.

        Y Held repitió la agresión unas cuantas veces, recibiendo otros tantos golpes represivos, hasta que al fin hubo de resignarse y dejar que se le colocara la montura. Sin embargo, apenas la tuvo puesta, intentó quitársela con el pico.

        -Snarki, observa si a tu parecer intenta quitársela simplemente por mañoso, o si las correas estorban sus movimientos o podrían hacerlo en pleno vuelo-dijo Balduino-. Quiero que la lleve puesta un buen rato cada día para acostumbrarlo a ella, pero es un animal que está creciendo, y no quiero provocarle malformidades por torpeza. Verifica que se ajuste bien a su anatomía, al menos hasta donde entiendes.

         -Hmmm...-murmuró Snarki, tras estudiar a Held y su flamante montura desde todos los ángulos posibles-. ¿Podrías levantarlo un poco, señor Cabellos de Fuego? Sí, así... No, me temo que habrá que quitársela. Parece que le molesta en las coyunturas de las alas... Ya la perfeccionaré.

        -Muy bien, compañero, en esto mandas tú-replicó Balduino-. A ver, Held, te quitaré esto...

          El grifo pareció tan molesto cuando le fue quitada la improvisada montura como lo había estado en el momento de ponérsela, y volvió a arremeter a picotazos de inmediato reprimidos con nuevos chirlos en la cabeza.

         -Creo que también voy a necesitar muñequeras, Snarki-opinó el pelirrojo, tras concluir aquella tarea -. Mira.

        El grifo le había abierto una herida en la muñeca derecha, por la que manaba abundante sangre.

          -Ponerte tu armadura es lo que necesitarás cuando lo montes... Estás loco, señor Cabellos de Fuego-sentenció lapidariamente Honney, mirando a Held con sus verdes ojos de gato malvado-. Creéme, jamás lograrás domar a esa mala bestia.

         Si con fieras tú obtuve notables logros, ¿por qué no con un grifo?, pensó Balduino, sonriendo enigmáticamente.

         -Nunca es una palabra que debe pronunciarse con gran prudencia, Honney-replicó en cambio.

        Snarki seguiría confeccionando monturas proporcionales a Held a medida que éste fuera creciendo. No le costó hallar un modelo que, según creía, no atrofiaría el correcto desarrollo de las alas del grifo, ni estorbaría en modo alguno los movimientos de éste. Ello, por supuesto, no impidió que el animal intentara quitársela apenas Balduino se la hubo colocado, recibiendo los consiguientes golpes correctivos. Costaba a Held aceptar la autoridad del pelirrojo; lo ponía a prueba una y otra vez, pero con frecuencia cada vez mayor se encogía ante una orden o regaño suyo, particularmente cuando recibía reproches luego de cometer una trastada. Tras herir a Balduino con su pico, venía a lamerle la herida, como arrepentido; y cuando lo veía acariciar a los perros de Snarki, a Terafá o a Svartwulk, parecía reventar de celos, y acudía corriendo a reclamar mimos él también. En esas ocasiones, la cosa se complicaba. En general, la dignidad de Svartwulk y la de Terafá impedían a éstos dirigirse hacia el cachorro de grifo más que para ponerlo en su lugar cuando se volvía insolente (lo que ocurría a menudo, como es lógico en una cría juguetona); pero no ocurría lo mismo con los perros, que al verlo moverse le ladraban frenéticamente y demoraban en callarse si no se los llamaba al orden desde el mismo inicio. Held, como consciente de que tan molestos animalejos ocupaban en Vindsborg un rango muy inferior al suyo, procedía con ellos con el mismo desdén que Svartwulk y Terafá reservaban hacia él, lo que salvaguardaba la integridad física de los perros. Porque cuando Held se cansaba de tanto ladrido y ponía en acción su pequeño pero ya temible pico, la jauría se daba a la fuga gañitando y con el rabo entre las patas, algo harto saludable teniendo en cuenta que se hallaban en franca desventaja.

       Hendryk, mientras tanto, no cesaba de exprimir su frondosa fantasía en busca de imágenes capaces de aterrar a los Wurms. Varias veces sus diseños, esbozados vagamente en la arena de la playa o en el piso de Vindsborg (valiéndose de una piedra caliza en este último caso) merecieron aprobación general, pero él no estaba de acuerdo, y  no vacilaba en decirle a Balduino en sus propias narices que era un tonto si de verdad pensaba lo que estaba diciendo.

          -Esto no sirve para nada-gruñía-. Se trata de asustar a los Wurms, no de provocarles un ataque de risa.

           -No sé, Hendryk, pienso que exageras... Pero será como digas-replicaba sumisamente el pelirrojo-. En esto tú eres el entendido.

          -Al paso que avanzan esos dibujos, la guerra habrá terminado mucho antes de que estén listos-observó Anders en una ocasión, buscando cuerda.

         -Y muchísimo antes de que tú por fin descifres qué quiere decir Terafá, bravucón barato-replicó Hendryk, triunfante; y Anders se abocó una vez más a la tarea de hallar solución a ese para él complicado enigma, que lo estaba volviendo loco y lo dirigía siempre a las mismas probables opciones: Sucio, Gordo...
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publicado por ekeledudu a las 15:41 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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