LXV
Al día siguiente, el tiempo no estuvo tan crudo como para que en Vindsborg no pudieran continuarse normalmente las labores. Los muchachos venidos de Kvissensborg se presentaron puntualmente para terminar la flotilla de botes o para continuar las prácticas de escalamiento en las Gröhelnsklamer según el caso, mientras el resto continuaba con las catapultas. En estas tareas estaban todos ocupados, cuando se vio acercarse desde el Este a un solitario jinete.
-Creo que es El Incendiario en persona-gritó Gilbert, sin medir, como siempre, el volumen de su propia voz. Pero esa circunstancia esta vez no fue causa de bochornos, ya que el jinete estaba aún demasiado lejos para oir aquella frase.
Claro que el abochornado no habría sido Gilbert sino Karl, siempre tan preocupado por la etiqueta, el decoro y la corrección, y que alzó su rostro mostachudo para controlar que nadie más dijese algo inmdebido. Pero si bien se lo respetaba por el coraje exhibido en batallas pretéritas, su horror ante las faltas al protocolo no hacía sino incentivar entusiastamente a los irreverentes. Y así, en cuanto Gabriel estuvo lo bastante cerca, varios corrieron a recibirlo y cayeron de rodillas ante él, gritando con horror y angustia impostados:
-¡NOS RENDIMOS, SEÑOR, NOS RENDIMOS!... ¡NO MÁS EXPERIMENTOS, POR FAVOR, PIEDAD!...
-Idiotas-gruñó Gabriel, desmontando. Bajo los vendajes de su rostro, sus ojos brunos traspasaron con mirada fúlmine a todos y cada uno de aquellos insolentes antes de que, tras lo que pareció un instante de reflexión, sonriera él mismo, meneando la cabeza-. Yo y sólo yo preciso misericordia... Un único y miserable error me ha condenado a escarnio eterno... ¿Cómo estás, Balduino?-añadió, estrechando la mano del pelirrojo, que se le había acercado.
-Depende... ¿Qué precio pedirás a cambio de respetar nuestras pobres vidas?
-Eres despreciable... Te desentiendes del hecho de que tú, entre otros, estabas trabajando a mi lado codo a codo en aquel famoso experimento-bromeó Gabriel, antes de volverse a saludar a Anders.
El Leproso saludó uno por uno a los demás antes de ponerse a trabajar a la par de ellos. En otro tiempo, también aquello hubiera horrorizado a Karl: a un huésped honorable no se lo hacía trabajar como a un vulgar siervo. Pero también él había aprendido que Gabriel veía a sus compañeros corroídos por la enfermedad, y sentía esa corrupción en su propia carne y en su misma alma, y que el hecho de estar inactivo le daba sobrado tiempo para pensar en ello y mortificarse; mientras que mezclado entre la dotación de Vindsborg y participando de las labores como uno más de los hombres de Balduino se sentía casi normal.
-Anoche hubo unas extrañas luces en el cielo, ¿las viste?-comentó el pelirrojo a Gabriel durante uno de los descansos-. Parece que aquí son muy frecuentes. Las llaman las Luces del Norte.
Gabriel sonrió enigmáticamente, un gesto muy habitual en él, que siempre parecía imbuirle una cualidad ultraterrena.
-Ya las habíamos visto el año pasado, cuando no hacía tanto que estábamos aquí-dijo-. Apolonio nos despertó anoche para que pudiéramos verlas de nuevo. Vino muy bien porque, la verdad, mi fe estaba flaqueando... No siempre puedes mantenerte calmo cuando ves a tus compañeros y eres consciente de que están muriendo de a poco, aunque ellos lo sobrelleven con envidiable valor. Anoche, ver esas luces en el cielo me recordó que Alguien más grande que cualquier ser humano vela desde arriba por los mortales... Ya sé, no me lo digas: a ti te dejaron impávido esas luces, ¿no?
Balduino no contestó de inmediato, pero la verdad era que las Luces del Norte lo habían dejado todo, menos impávido. Tenía la sensación de haber experimentado algo misterioso y de increíble belleza, algo que lo hacía sentirse infinitamente pequeño, mas se negaba a permitir que el recuerdo de las Luces del Norte le distrajeran de la miseria y maldad que él sabía que habían en el mundo y que le parecían prueba irrefutable de la inexistencia de Dios.
-No sé qué decirte-respondió al fin; porque ni él sabía qué pensar de lo visto la noche anterior, ni lo sabría más tarde, cuando las Luces del Norte volvieran a iluminar la noche con su fantasmal fulgor y él fuera consciente de que acababa de presenciar algo muy próximo a lo que los hombres llamamos milagro.
Pocos días más tarde, cuando Balduino cabalgó hasta la casa de Herminia para asegurarse de que la anciana no hubiera sufrido recaídas en su enfermedad (y puesto que la halló más gruñona y con cara de perro que nunca, hubo que concluir que su salud era excelente) se encontró con Wjoland y le habló de aquella visita de Gabriel.
-Estoy tan en deuda con Evaristo y los demás...-se lamentó ella, recordando su estancia en el refugio de los Príncipes Leprosos-. Y me siento tan inútil... No veo qué podría hacer por ellos.
Balduino sonrió.
-Creo que hay algo que podríamos hacer por ellos, Wjoland-contestó-; pero exigiría más de ti que de mi. Tendrías que trabajar mucho.
-Siempre que sea algo que esté a mi alcance, no hay problema-respondió Wjoland.
Media hora más tarde, el pelirrojo se reunía con Hendryk.
-Deja cualquier cosa que tengas entre manos, necesito que des prioridad a otro asunto-dijo.
-¡No te quejes después de que tus dibujos para asustar Wurms demoran mucho!-protestó Hendryk, con encolerizada impaciencia afeando aún más sus ya muy antiestéticas facciones andrusianas.
-Es que, con tu pericia, lo que voy a encargarte ahora no puede darte mucho trabajo-explicó Balduino-. Preciso que dibujes un fénix.
-¿Un fénix?... Y eso, ¿qué mierda es?-preguntó Hendryk.
Balduino quedó desconcertado: lo último que hubiera imaginado era que Hendryk, tan experto en mitos, leyendas y secreto, ignorara qué era un fénix.
-Un ave de la que ni siquiera se sabe si existe, pero muy importante a nivel simbólico, sobre todo en alquimia-explicó con decepción-. Se dice que, llegada a cierta edad, vuela hasta el sol, donde se consume en llamaspara luego renacer de sus propias cenizas. Pero si no sabes dibujarla...
-Señor Cabellos de Fuego, ni una palabra más. Tendrás tu fénix-decidió Hendryk, apasionado ante el reto-. No se sabe si existe, ¿eh? Eso significa que nadie la ha visto, que no se sabe cuál es su verdadero aspecto...
A Balduino eso no se le había ocurrido.
-...pero yo se lo voy a mostrar-concluyó Hendryk-. Ya verás, señor Cabellos de Fuego: ¡te voy a hacer tal dibujo, que cuando lo veas, olvidarás lo que te dije y pensarás que crecí rodeado de esas aves!