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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
31 de Marzo, 2011    General

LXXII

LXXII

       Joseph de Urasoil limpiaba la punta de su lanza, sucia de sangre, vísceras y plumas. A él y a otros dos hombres les había tocado la tarea de exterminar a los grifos de Maese Ulvgarson, dado que nadie más quería intentar la domestiación de aquellas fieras, y menos después de lo ocurrido.

         Para impedir que los grifos se alejaran volando durante la instrucción, Ulvgarson los había mantenido encerrados todo el tiempo en una tosca construcción de madera erigida de prisa en la plaza para ese propósito, y que con idéntica prisa sería derribada ahora. Aquel mamotreto absurdo e inútil arruinando la visual carecía ahora incluso de sentido teórico.

          Unos siervos retiraron los cuerpos de los grifos en el mismo instante en que Joseph terminaba de limpiar su lanza.

         -Pobre Maese Ulvgarson-comentó uno de los siervos.

          -Y pobres bestias-replicó Joseph, meneando la cabeza con cierta lástima-. Una pena... Acabaron sacrificadas por nada, por una idea tonta digna de un trasnochado... Me gustaría saber a qué idiota se le ocurrió. Lo que no entiendo es que el señor Eyjolvson, a quien Dios guarde, avalara el proyecto.

         -Creí que los Caballeros estabais de acuerdo con la idea, y que aguardabais impacientes el éxito del señor Ulvgarson.

          -Bueno... Son dos cosas distintas. Ya que se iba a intentar de todos modos, lo menos que podíamos hacer era desear que el proyecto tuviese éxito, ¿no?

         -Supongo que sí, señor.

         Joseph saludó, juntó sus armas y salió a la calle. En otro tiempo, la figura de un Caballero llevando él mismo su panoplia hubiera resultado llamativa; ahora, lo extraño era encontrar alguno cuyo escudero siguiera vivo para encargarse de la tarea.

         Desató su caballo y, luego de montar con agilidad sorprendente en alguien excedido de peso como él, se dirigió a la Muralla Norte. Por el camino vio de lejos a un grupo de hombres entre los que destacaba uno a quien, curiosamente, parecía haberle crecido un par de astas de ciervo en la testa. Por supuesto, no se asombró al acercarse más y comprobar que el hombre en realidad cargaba con una magnífica pieza de caza recién obtenida. La cabeza del ciervo quedaba por encima de la del cazador, provocando de lejos la impresión de un hombre muy abrigado al que le hubiera crecido una recia y muy ramificada cornamenta.

           El grupo estaba integrado por Felipe de Flumbria y sus amigos, uno de los cuales era el cazador. Este último gritó a Joseph:

            -¿Y, gordo? ¿Cuándo harás tú algo como esto?

          -Mejor dejo estas cosas para ti, Número Dos-replicó Joseph-. Por cierto, no quiero dejar pasar esta oportunidad de destacar lo maravillosos que te sientan los cuernos.

          Y siguió tranquilamente su camino, sin apurar a su caballo ni hacer otra cosa que sonreír ante el revuelo que siguió a la provocación. El tal Número Dos había tirado el ciervo al suelo, desenvainado su espada y amagado correr hacia el jinete que le daba la espalda, todo ello gritando como loco insultos y juramentos de venganza de toda índole. Sus camaradas lo sujetaban de todas partes para contenerlo.

          En medio de toda esta situación, Joseph escuchó que alguien, mezclado entre la gente que tenía a su izquierda, exclamaba:

         -¡Señor, señor!...

        Quien fuera, lo llamaba a él. Se volvió hacia su siniestra, intrigado. Los ojos azules del blondo Joseph dieron con un muchacho de cabello castaño oscuro, ondulado, y ojos entre grises y verdes.

         Desde lejos, Felipe de Flumbria y sus amigos lo vieron acercarse a Joseph, pero sólo el primero pareció interesado en aquel personaje. Los demás no le prestaron atención; y menos que nadie, el hombre a quien Joseph había insultado y que, olvidado incluso de su espléndida pieza de caza, rumiaba su resentimiento.

           -¿Por qué no me dejasteis convertir a ese cerdo gordo en salchichas?-bramó.

         -Matarlo ahora te habría traído problemas-le respondió alguien-. Ahora la prédica de turno es que debe reinar la paz entre nosotros los Caballeros.

       -Pues lo mataré algún día. Lo juro.

         -Entonces te sugiero entrenar bastante-intervino Felipe de Flumbria, quien había reconocido a Robin Haraldssen en la figura que se acercaba a Joseph de Urasoil, y se preguntaba qué asunto en común tendrían aquellos dos-. Ese gordo debe ser bastante bueno con las armas, si en vez de achicarse devolvió insulto por insulto.

         El otro hizo un gesto de menosprecio.

         -No es más que un gran barril de grasa...-murmuró.

         -¿Por qué te llamó Número Dos?-preguntó otro del grupo.

          El interrogado indicó por gestos que no tenía idea.

          -Esto me recuerda que el otro día ese imbécil de Roland de La Mö me llamó Número Cinco, y tampoco entendí por qué-terció otro.

          -Y a mí Número Nueve-aportó otro.

          Felipe no los escuchaba. Reflexionaba que Robin Haraldssen era otro que no se dejaba intimidar así nomás. El lo sabía porque, noches atrás, lo había arrinconado en una calle semidesierta, amenazándolo con la punta de la espada a la altura de la nuez de Adán, luego de que Robin, en respuesta a una orden suya, le entregara lo que parecía un vulgar pedrusco.

           -¿Y pretendes que crea que esto es draconita? ¿Me tomas por imbécil, Haraldssen?-había bramado Felipe acto seguido.

         -No... Pero ya que lo mencionáis, la identificación es exacta. No me refiero a lo de la piedra, sino a lo del imbécil-replicó el muchacho de ojos grises verdosos.

         -Ten mucho cuidado con lo que me dices... No tengo forma de obligarte a proporcionarme el dato que te exijo, pero me es lícito vigilarte hasta que te traiciones y, sin quererlo, me reveles lo que deseo; y sólo por eso es que te dejo vivo. Pero no te conviene esa insolencia, pues cuando no me seas necesario, nada te protegerá de mí. Yo no temo a tu siniestra parentela de ladrones disfrazados de banqueros.

        Robin sonrió con desdén.

          -Es que no hay nada que temer de esa siniestra parentela de ladrones disfrazados de banqueros-replicó-. Para ellos soy sólo una oveja negra que en este momento les es de cierta utilidad, y nada más. No se jugarían por mí. Por lo demás, bien se ve que no sólo de banqueros se disfrazan los ladrones... Algunos prefieren hacerlo de nobles.

          -Si eso es una indirecta, doblemente deberías ahorrártela, pues no voy a robarte nada, y menos tu estúpido guijarro...

         -No veo por qué no. Quien no retrocede ante el asesinato, ¿por qué ha de hacerlo ante el robo?... A menos que no sea el guijarro lo único estúpido aquí.

         Felipe hizo una mueca de furia ante la nueva insolencia, y envainó la espada antes de ceder ante la tentación.

          -...Pero te repito, te hubiera sido más saludable cooperar conmigo. Sólo te pedía que me mostraras un trozo de draconita. Me consta que tienes alguno en tu poder, y quisiera juzgar por mí mismo su belleza y valor. De obtener las cantidades que se me antojen puedo ocuparme yo mismo. Pero decidiste no colaborar.

          -Muy por el contrario: lo hice... Pero como ya os dije antes: no es el guijarro lo único estúpido aquí.

        Felipe prefirió dejar las cosas así, al menos por el momento. Más que valor, lo de Haraldssen parecía locura... Ningún villano cuerdo e inerme desafiaba a un Caballero que con su espada le apuntaba a la nuez de Adán.

          Y ahora aquel chiflado se le había acercado a Joseph de Urasoil. Felipe se preguntaba qué tramarían ambos, o para qué necesitaba Haraldssen a Joseph. Ya lo averiguaría...
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publicado por ekeledudu a las 13:46 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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