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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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29 de Agosto, 2010    General

V

V: LA GUERRA HASTA EL DÍA DE LA GEHENNA


      Fuera cual fuere la razón que había atraído a los Wurms hasta Andrusia Occidental, allí estaban, y era menester aprestarse al combate, ya que el único intento de zanjar la paz con ellos tuvo un desenlace siniestro. Por desgracia, había mucha renuencia, entre los Caballeros de la Doble Rosa, a seguir bajo las órdenes de un Gran maestre que los había engañado durante tanto tiempo. Diego de Cernes Mortes combinó la fuerza y la persuasión para hacer frente a la crisis. Dijo que, si los Caballeros de la Doble Rosa no cumplían con su deber, los del Viento Negro tomarían sus lugares...y tal vez en más de un sentido. Ese argumento tuvo mucho peso. Los Caballeros de la Doble Rosa decidieron quedarse, pero exigieron la renuncia de Diego de Cernes Mortes, a lo que él no accedió. Sin embargo, su sobrino Maximiliano consintió en dimitir como Segundo Maestre, y lo sustituyó Tancredo de Cernes Mortes, individuo hostil a los Caballeros del Viento Negro y sumamente reacio a tratarlos más de lo estrictamente necesario; si bien, por el momento, accedió a tratarlos a regañadientes.

      Durante casi dos meses, las tropas acantonadas en los distintos puertos, ciudades y villas costeras de Andrusia Occidental no hicieron más que estar alertas, en angustioso suspenso. Los Wurms se dejaban ver mucho, pero no se decidían a atacar; en lo que probablemente influía mucho una valiente y ostensible exhibición de ficticio poder hecha el pasado diciembre por una flota comandada por el joven Erlendur Ingolvson. En marzo de 958 se iniciaron al fin las hostilidades, al principio bajo la forma de ataques y contraataques sin más propósito que medir fuerzas, pero haciéndose paulatinamente más violentos. Afortunadamente, los cuerpos de los Wurms no los hacían hábiles trepadores, y las costas de Andrusia Occidental eran, en general, altas; por lo que los monstruos debían contentarse con tratar de remontar los ríos y de derribar con sus tremendos cuerpos los poderosos y fortificados muros de las altivas ciudades. los defensores recurrían sobre todo a catapultas para mantenerlos a raya, pero poco más podían hacer, y hasta debían prescindir de las armaduras que les hubieran brindado protección psicológica, pero privándolos al mismo tiempo de la necesaria agilidad para esquivar los mortales chorros de fuego y brea candente de los Jarlewurms.

      En uno de los primeros combates realmente duros, el 23 de marzo, sucumbió Diego de Cernes Mortes, sin que nadie entre sus Caballeros llorara o lamentara su muerte. Muchos de ellos incluso recibieron la noticia con auténtico alborozo. No sólo había caído el traidor, sino también el Príncipe Gudjon Olavson, un musculoso guerrero oriundo de Drakenstadt sobre el que reposaban las esperanzas de la ciudad, pero que también era uno de los advenedizos; de modo que la nueva fue doblemente celebrada. Tancredo de Cernes Mortes asumió el Maestrazgo de la Doble Rosa, pese a una fugaz oposición presentada por maximiliano, sobrino de su predecesor. Era la época en que los Caballeros de la Doble Rosa y los del Viento Negro todavía se miraban con odio. Poco tiempo más pudo decirse tal cosa. 

      Un cronista de la guerra, Ignacio de Aralusia, describe cómo esos sentimientos fueron cambiando de a poco: Todos los días caía alguien en el frente de batalla, alguien que dejaba atrás amigos o parientes que también estaban combatiendo como él lo había hecho en vida; y estas tragedias personales se hacían a un lado por la necesidad imperiosa de seguir luchando, pero volvían a uno durante los descansos. En la cuadra era especialmente agobiante e insoportable ver cómo los lechos iban desocupándose a medida que caían calientes de cualquiera de las dos Ordenes; y de noche, era como si los espectros de los héroes muertos estuvieran presentes entre nosotros, penando por sus propias muertes y por la necdad que  nos mantenía fríos y distantes a los de cada orden respecto a los de la otra.

      Esta pesadilla de lechos vacíos tuvo un efecto conciliador: los Caballeros de ambas Ordenes terminaron hermanados, no sólo entre sí, sino también con las tropas villanas que combatían a su lado. Tal fue la actitud de la mayoría, pero no la de todos. Unos pocos que parecían desconocer el miedo y otros que apenas si se exponían al riesgo en combate, continuaron orgullosos y hostiles a cualquier reconciliación con sus viejos enemigos  y ahora forzados aliados, y reprocharon a los otros su actitud. Sólo en un punto coincidían todos, y era en el desprecio hacia quienes hubieran debido estar en el frente de batalla y habían quedado atrás. No todos los Caballeros de la Doble Rosa, en efecto, habían acudido a la convocatoria de Diego de Cernes Mortes; y en realidad, sólo una contada minoría se hallaba luchando contra los Wurms.

      Eestos, sanguinarios y arrogantes, estaban fracasando en su intento de remontar los ríos, pero diezmaban a los defensores de forma aterradora, aunque el hábito disminuyó mucho el número de bajas. Mientras tanto, y de la mano de la guerra, otros males menores flagelaban el Norte del Reino, entre ellos los Landskveisunger, salteadores típicos de Andrusia cuyas actividades recrudecían al entorpecerse la navegación marítima y al verse limitadas las actividades a tierra firme. Los correos de postas se veían obligados a hacer largos rodeos para evitarlos, pero unos cuantos de ellos fueron asesinados y robados a lo largo de la guerra, y sus cadáveres insepultos a menudo eran devorados por grifos: esa curiosa amalgama animal de águila y león que en ocasiones se vuelve de verdad feroz, pero cuya naturaleza sanguinaria ha sido tan exagerada.

      A fines de diciembre de 958, varios mensajeros difundieron una noticia aterradora y, como una nube de desgracia, se extendió el más negro pesimismo: Drakenstadt, el más poderoso bastión guerrero de Andrusia, había cedido bajo la embestida de los Wurms, a cuyas filas se había sumado en esta ocasión Bermudo, el único Jarlwurm que desde el comienzo había estado en contra de la guerra. Medio Reino se vio sacudido por el pánico. Nadie sabía en el Sur qué aspecto tenían los Wurms ni cuán feroces podían ser; y durante días, cualquier murmullo desc onocido o juego de luces y sombras que pudiera sugerir la silueta de un gran reptil, sembraba histeria y descontrol. Poblaciones enteras emprendieron penosos éxodos hacia el Sur huyendo de los aterradores presagios de su fantasía, y muchos nobles hicieron lo propio; pero algunos Caballeros de la Doble Rosa que no habían marchado a la batalla con sus compañeros, arrepentidos, lo hicieron ahora, sombríos y seguros de no retornar jamás a sus hogares. El dicho según el cual no se debe destruir Drakenstadt antes de hallarse ante sus ruinas, que con el sentido de no dar por hecha una desgracia antes de verla consumada es popular aún hoy en Andrusia, se remonta a aquellos días.

      Porque la noticia, difundida desde la misma Drakenstadt en un momento en que el desastre parecía inevitable, era errónea. La ciudad, tras denodada lucha, seguía en pie, aunque se habían vivido en ella horas de pánico sin precedentes que pasarían a la Historia como el Día de la Gehenna. Tan cercano había parecido el fin de Drakenstadt, que los juveniles miembros del Leitz Korp, institución creada ad hoc con jóvenes reclutados de poblaciones de tierra adentro para recibir instrucción militar en previsión de que la ciudad cayera bajo los Wurms, salieron de la misma con todo sigilo por orden de su entrenador, Hreithmar Hjalmarson, apodado Dunnarswrad. La misión de aquellos muchachos sería retornar a sus hogares, salvar a familiares y vecinos y organizar como pudieran la resistencia contra los reptiles. No obstante, uno de ellos volvió enseguida a Drakenstadt trayendo una niña para ponerla a salvo de los Wurms hasta ser devuelta a sus familiares. Trajo también una historia que se oyó entonces por primera vez y que sonaba absurda y risible, la de un Thröllwurm que capturaba niños entre sus fauces sin dañarlos y los salvaba de ser devorados por sus voraces congéneres. Más tarde se vincularía a este reptil con el que, según se decía, había protagonizado un incidente similar en el valle conocido como Lilledahl, un Thröllwurm casi agonizante que despertó la compasión de una niña que inocentemente se acercó a acariciarlo y a la que no quiso devorar, por lo que los agradecidos lugareños curaron sus heridas y lo alimentaron hasta que sanó. Actualmente, la pequeña ciudad de Vaurtsthrup, en el Lilledahl, conmemora con su nombre a aquel reptil al que los campesinos llamaron Vaurt, "Nuestro"; además, hay allí una escultura que evoca el encuentro del dragón y la niña, y que siempre está llena de flores dejadas por turistas a modo de homenaje y respetuosa ofrenda.

      Pero esta historia tardaría en trascender. Varios Thröllewurms habían logrado remontar el Kronungalv, el río a cuyas orillas se levanta Drakenstadt dividida, ya por entonces, en dos mitades, una en cada margen, y con ellos al menos tres Jarlewurms que derribaron la muralla Sur. Con la ayuda de Dios y desplegando un coraje extraordinario, Maarten Sygfriedson, caballero del Viento Negro, mató a uno de ellos, el monstruoso Talorcan el Negro, ante lo cual los otros dos se retiraron cobardemente; si  bien se estimaba que seguían en los alrededores. Además era una inquietante incógnita el paradero de Bermudo, que poseía la rara capacidad de camuflarse con el medio que lo rodeaba y podía ser, por lo tanto, un adversario temible.

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publicado por ekeledudu a las 20:04 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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