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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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08 de Enero, 2011    General

XII

XII

      Tras escuchar por boca de Anders, ese mismo día, la narración del altercado entre madre e hijo, Balduino volvió a oírla al día siguiente cuando, ya revestido de armadura, se disponía a partir para Helmberg. Pero esta vez era otra versión, como que el narrador era el mismísimo Osmund; y en ella, desde luego, Hermelind hacía el papel de La Malvada. Finalizado el relato, el púber miró a Balduino como el súbdito que acude ante el monarca en pos de justicia y aguarda nada menos que sentencia de muerte contra el infame que lo ha agraviado.

      El pelirrojo, el día anterior, se había desternillado de la risa al oír las tribulaciones de Anders en casa de Osmund, provocando la indignación del joven escudero. Ahora se volvía hacia éste mendigando ayuda. Anders, con una sonrisa de suprema, maligna y vengativa dicha, meneó la cabeza. Que Balduino se las arreglara solito, ya que tan divertido le había parecido antes el asunto.

      -Pues...-balbuceó el pelirrojo, mirando a su alrededor. Thorvald, el único capaz de ayudarle en aquel trance, estaba en el torreón de guardia. Lo rodeaba el resto de la dotación, que se divertía a sus anchas al verlo en bretes como aquel. No pensaba darles el gusto-. ¿Y vosotros qué hacéis aquí?... ¡A trabajar todo el mundo! Tú también, Osmund. Aguanta como un hombre, sin protestar, y trabaja duro, también como todo un hombre... y ya verás como todo se soluciona por sí mismo.

      No quedó más remedio a Osmund que asentir, pese a que de lejos se notaba que había esperado otro desenlace. Balduino fue a la caballeriza, ensilló a Svartwulk y rápidamente montó sobre él.

      -¿Huyes, cobarde?-se burló Anders-. ¿No esperarás a que Osmund se reponga de tu respuesta para medir fuerzas de nuevo con él? O, si prefieres, puedo traerte a Hermelind.

      .No, gracias-contestó Balduino, con voz agobiada-. Los declaro vencedores a ambos, sin necesidad de batallar contra ellos... Nos vemos mañana, Anders-y Balduino partió al galope.

      -¡Eh! ¡Que Helmberg está hacia allá!-gritó Anders, sonriendo con sorna y señalando hacia el Este, viendo que Balduino no galopaba en esa dirección, sino rumbo a la casa de Gudrun.

       A Balduino normalmente lo incomodaba muchísimo que Gudrun lo viese con armadura, pero esa mañana ella partiría hacia aquel valle adonde se proponía apacentar a sus ovejas durante un tiempo. No sabiendo cuándo volvería a verla, Balduino mandó al diablo sus escrúpulos.

      A la misma Gudrun le habría molestado que él se valiese de la armadura para cortejarla. Ahora que se había concretado cierta relación, se habría sentido igualmente incómoda al verlo siempre cona tuendo de guerra, tal vez porque si ella, para estar a tono, se hubiera vestido de princesa -caso improbable de contar con tal indumentaria en su reducido guardarropa- se habría visto grotesca. El rostro de Gudrun era interesante, pero tosco y temperamental, y su elemento eran las planicies fustigadas por la intemperie, no los palacios. Hasta el propio Balduino lo reconocía para sus adentros aunque en realidad, pensaba que, precisamente debido a tal temperamento, si Gudrun hubiese querido mejorar su aspecto le habría convenido ponerse también ella una armadura, que la habría hecho lucir excitante y terrible como una amazona.

       De cualquier modo, Balduino generalmente vestía ropas tan bastas que, de no ser por sus gestos, su porte y su actitud en general, habría pasado por un campesino más. Las pocas veces que lo había visto de armadura, Gudrun casi siempre lo había visto apuesto, pero a la vez un tanto extraño.

      Sin embargo, aquella mañana la joven ya se había puesto en marcha con el grueso del rebaño, y estaba todavía a poca distancia de su hogar, cuando escuchó el retumbar de cascos y se volvió, sorprendida. El jinete revestido de armadura era todo un halago para sus ojos, según lo habitual; pero, por primera vez, asumió que ése era el mismo hombre que todas las tardes encendía el fuego del hogar para que ella no se sintiera mísera y helada al volver del pastoreo. Un día se iría y ella quedaría sola de nuevo, pero esto era hecho sabido y no necesitó recordárselo a sí misma. Y sería en un tiempo venidero; si en un año o dos o más bien al día siguiente, imposible saberlo. Pero el ahora era ahora, y ahora Balduino seguía allí.

       -¿Todavía no termino de irme y ya vais a galantear a otra?-bromeó Gudrun, cuando lo tuvo junto a ella, tras examinar más de cerca el gallardo aspecto de Balduino.

      -¿Te ibas sin despedirte?-le reprochó él, desmontando.

      -Bueno, será sólo un mes después de todo, para qué tanta despedida edulcorada... Pero ya que vinisteis... Veo que vos partís de viaje también...

       -Sí, a Helmberg.Voy a ver a Arn.

      -¡Por Dios, señor Cabellos de Fuego!...Galantead a quien queráis, pero que sea al menos a una mujer

      -No te preocupes. A Arn voy a verlo sólo porque tengo que tratar un tema con él, pero a la vuelta regresaré con Wjoland, y es para ella que me engalano.

      -Qué bueno, porque aparte de que nuestro estupido Conde no dejaría su palacio para venir a Freyrstrand, que me sustituyerais por un hombre sería ya un poco demasiado.

      Balduino le había rodeado la cintura con sus brazos, y Gudrun le había echado los suyos al cuello, mirándolo a los ojos con sus pupilas de color celeste lavado. Había afecto en ellos, pero resultaba difícil saber cuánto.

       -Dime: ¿no estás un poco celosa?-preguntó Balduino con ansiedad.

        No era la primera vez que Gudrun oía de él frases parecidas, y ya empezaba a aburrirse de ellas.

      -Señor Cabellos de Fuego-contestó, separando el abrazo-: supongo que habláis en broma. Pero sois dueño de elegir a la mujer que queráis, o incluso de tener varias, si os place. Simplemente, en el momento que haya otra, me haré a un costado; pues si algo no necesito es un hombre compartido con otras mujeres.

      -¿Y así te lo tomas?... ¡Yo me pondría verde de celos si otro hombre te hiciera la corte! Primero lo molería a trompadas, y después...

       -Ahorraos vuestro emocionante relato-cortó Gudrun-; pues para empezar, muy pocos hombres hay en Freyrstrand, e incluso uno menos desde ayer. Secundariamente, no deseo ni he deseado a otros hombres, al menos por ahora; sólo a vos, y de vos depende que asík continúe. Que vengan todos los hombres que quieran a hacerme la corte, que ninguno tendrá éxito. Pero si a pesar de ello alguno sí me enamorara, casi seguramente sería menos por merito suyo que por vuestra culpa. Y no os haría cornudo: primero os dejaría muy en claro la nueva situación. Como a partir de ese momento vos y yo nada tendríamos que ver uno con el otro, si se os ocurriera dároslas de macho herido y vengativo sería la última idea que tendríais en este mundo; pues no habría armadura capaz de salvaros de mí.

        -Bueno... Los guerreros sabemos que la muerte puede llegarnos en cualquier momento-broméo Balduino, en pose jactanciosa.

      -Pero no creo que sea tan frecuente que todos acaben convertidos en una informe masa de metal y carne picada, ¿no?-replicó Gudrun, sonriendo ferozmente-. Balduino imaginó la escena y puso cara de horror, y ella rió-. Recordad que vos empezasteis...

      -Sí, y mejor que también concluya-gimió el pelirrojo. Gudrun no dijo nada, pero aprobó entusiastamente con la cabeza, mostrándose sumamente complacida por tan sabia decisión y volviendo a los brazos de él-. ¿Ha comido hoy Copito de Nieve?

      -Le dejé agua y comida para dos días, señor Cabellos de Fuego; pero si podéis, pasad a verlo antes de ese plazo. Le dará gusto veros.
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publicado por ekeledudu a las 15:38 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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