XLI
Benjamin había previsto quedarse sólo un día más en Vindsborg, pero finalmente su estancia se prolongó durante tres días con sus respectivas noches, incluyendo aquel de su llegada. La razón de extendiese su permanencia allí fue un suceso que se produjo la segunda noche, el cual lo tuvo en vela hasta que clareó el alba y lo dejó, por consiguiente, demasiado exhausto para partir esa misma mañana.
El suceso en cuestión tuvo lugar poco antes de la cena. Anders estaba dándole vueltas al asunto del nombre del marranito de Balduino. Se había sentado aparte, las espaldas contra la pared, con una cómica expresión enfurruñada en su atractivo rostro.
-Obeso... Sucio... Malcriado...gruñía, siempre mirando a Balduino por el rabillo del ojo, en un intento por detectar una reacción que delatara como correcta a alguna de aquellas opciones.
Benjamin meneó la cabeza. Algunas cosas, por lo visto, no habían cambiado nada... Anders, guapo y simpático, tal vez fuera tan capaz como el que más de razonar; no obstante, para acertar prefería guiarse por la ley del mínimo esfuerzo, la cual, en vista de las escasas dotes adivinatorias del muchacho, terminaba convirtiéndose en la ley del inútil esfuerzo.
-Balduino-dijo de pronto el judío-: tu cochinito es pequeño aún, pero crecerá. Creo que entonces me apetecería una buena porción de cerdo asado.
-¡Eso!...-exclamó Andrusier, indignado, sin poder contenerse; y hubo un asentimiento casi unánime.
-De ningún modo os es permitido, señor-replicó Balduino, con expresión inescrutable-. Es Terafá: no lo comeréis.
Anders había dejado de refunfuñar para escuchar, muy atentamente, aquel diálogo. Concluido el mismo, Balduino y Benjamin se quedaron mirándolo; y con ellos, el resto de los presentes. Anders bajó la cabeza de nuevo.
-Jamón... Chuletas... Tocino...-masculló.
-De veras, me apetecería mucho-insistió Benjamin.
-De ninguna manera-replicó Balduino-. Quede claro: tenéis prohibido comeros a mi puerquito.
-Prohibido... Comestible... Puerquito...-gruñó Anders, siempre espiando cada tanto a Balduino, al acecho del gesto delator que esperaba de él. Y dio la impresión de que al joven escudero no le atraían esas nuevas posibilidades, porque enseguida volvió sobre sus pasos:-. Gordo... Sucio...
Balduino estudiaba con mucha curiosidad a Anders cuando, pese al viento que soplaba afuera, se oyó un ruido de cascos y relinchos. No fue el único el oírlo: varios se precipitaron hacia la puerta, ganándole de mano, pero fue Hundi el primero en alcanzarla, rodeado de su sempiterno séquito perruno.
-Es Thorstein, señor Cabellos de Fuego-comunicó.
Benjamin pegó un respingo. Para él sólo había existido un Thorstein, cuyos restos reposaban ahora en la Catedral de San Miguel, en Ramtala. Pero este otro Thorstein al que se refería Hundi era un soldado joven y rubio, que ante Balduino pareció recordar algo grave, y de inmediato tragó quién sabía qué cosa que tenía en la boca. Lo que fuera, era voluminoso, y dejó morado al muchacho por el esfuerzo de hacerla pasar por el garguero. Como afuera nevaba otra vez, estaba cubierto de restos de nieve.
El y Balduino sostuvieron en la puerta una brevísima conversación en voz baja. Concluida la misma, el pelirrojo se volvió hacia Anders:
-Levántate. Tenemos cosas que hacer en Kvissensborg.
-¿Pasa algo malo?-preguntó Benjamin.
-Einar Einarson ha sido asesinado.