XLVII
Ya en Kvissensborg, Balduino impartió unas cuantas órdenes a todo el mundo, y la primera de ellas fue que se hiciese pasar por la barbería, aherrojados ambos, a Hendryk y Kehlensneiter. Mientras estos dos eran adecentados por turnos, Balduino fue a buscar a Anders, seguido de Tarian y Karl.
-¿Cómo está Lyngheid?-preguntó, luego de los saludos.
-Mejor, creo. No hay médico en Kvissensborg, pero la comadrona confía en que nada de lo sucedido afecte su embarazo... Claro que no sé cómo puede estar tan segura de ello: asistió sólo a una parturienta antes, y fue la madre de Lyngheid.
-Ah, caramba. Hacen ya unos cuantos años, ¿eh? Bueno, confiemos en ella, ya que no hay otra... Sabes, me temo que te necesitaré en Vindsborg.
-Lo imaginaba, pero mira que prometí a Lyngheid venir a verla al menos una vez por semana... No me hagas quedar mal con ella.
-Anders, ésta es la primera vez, hasta donde sé, que te tomas en serio una promesa hecha a una mujer; de modo que puedes estar seguro de que no haré ni sugeriré nada que te fuerce a arruinar tan bella conducta. Y ni bien concluya el duelo, arreglamos lo de la boda... Vamos, hombre-dijo Balduino, palmeando las espaldas de Anders, al ver que éste ponía cara de circunstancias-. Se trata de tu boda, no de tu funeral. El matrimonio no es el Infierno que tanto pregona Lambert.
-¿Y cuántas veces has estado tú casado, para dar fe de ello?-ironizó Anders.
-Pues... Bueno... Ninguna... Yo sólo decía, nomás...-balbuceó el pelirrojo, turbado; y agregó de repente, en un arrebato de inspiración:-. Pero no parecías tan renuente en enero, cuando vinimos a ver a Einar para que solicitaras la mano de Lyngheid.
-Sí, pero entonces estaba de por medio el desafío de engañar a Einar y obtener su consentimiento.
-Bueno, pues lo logramos, y le costó la vida, ¿no? Cuando en un asunto hay un cadáver, mejor tomarse en serio ese asunto. Además, Lyngheid es bellísima, y será la madre de tu hijo. Piensa también en ello.
Anders se quedó sumido en reflexiones. Mientras tanto, Balduino se volvió hacia Karl.
-Busca a Hildert, y que te muestre los libros. Hay cosas aquí que me gustan poco.
-¿Los libros? ¿Qué libros, señor Cabellos de Fuego?
-¡Los libros contables, por supuesto!...
-Pero señor Cabellos de Fuego, ¿yo qué sé de contabilidad?
-Vamos, hombre, no te subestimes. Tienes más experiencia en cualquier cosa que ningún otro, y alguien tiene que encargarse de esto, porque sospecho que están teniendo lugar, digamos, pequeños desfalcos. Cada uno de esos pequeños desfalcos sería en sí mismo cosa de risa, si no fuera porque hay muchos, Es un poco como esas manos que hurtan pequeñas porciones de pastel, hasta que, llegado el momento de llevarlo a la mesa, se advierte que sólo quedó de él la mitad. Serás el sabueso ideal para atrapar a esos bribones que tan astutos parecen creerse.
Esta vez, también Anders notó el resentimiento en la mirada habitualmente obediente de Karl.
-Como ordenéis, señor-respondió sin embargo el viejo, disciplinado igual que siempre-. Con vuestro permiso...
Y se fue con pasos rápidos y enérgicos, como si se dirigiera a trompear a alguien o, más probablemente, para evitar que ese alguien fuese Balduino, cuyas últimas órdenes le eran tan poco gratas.
-¿Puede saberse qué te ocurre últimamente?-preguntó Anders cuando quedó a solas con Balduino-. ¡Sí que estás extraño!... El otro día, llorando a mares la muerte de Einar, que tan mal te caía en vida; ahora, desconfiando de Hildert, de cuya fidelidad tienes abundantes pruebas y que da la impresión de ser demasiado superior para rebajarse a villanías tales como el hurto.
-Lo del llanto fue una confusión que discutiremos más tarde, pero por lo pronto no desconfío de Hildert-contestó Balduino-. No de sus intenciones, al menos; porque, la verdad, parece mucho más hábil con la espada que con la pluma, y aún más tonto que yo en cuestiones de dinero. Y no olvides que, durante un tiempo, Oivind hasta cierto punto se hizo cargo de la economía de Kvissensborg, cuando hizo el balance de los daños resultantes del motín...
-Ah, ¿crees que el viejo ladrón aprovechó para robar también aquí?
-¿Y qué importa eso ahora? No habrá sido nada grave, sólo esos regalitos que solía hacerse siempre a sí mismo, si no se los dábamos nosotros. No, ni vale la pena hablar. Lo que en realidad quiero es un pretexto para mantener a Karl lejos de Kehlensneiter durante unos días, hasta estar seguros de que Kehlensneiter, que hoy quedará libre junto con Hendryk, no intentará nada contra él.
-¿Libre?... Balduino, ¿estás seguro de...?
-No, no lo estoy en absoluto... Ven. vamos a verlos.
-¿Crees que se parecerá a mí?
-¿De quién hablas?
-¿Cómo que de quién hablo?... ¡De mi hijo, idiota!
-Pero Anders, ¡mira con qué pregunta me sales!... No ha nacido, no sabemos si será niño o niña, y tú ya quiéres saber si la criatura honrará al mundo con la gloriosa, radiante apostura de su progenitor-se burló Balduino-. No sólo no puedo adivinar eso, sino tampoco cuándo vuelves a hablar de un tema que hemos abandonado hará media hora. Y gracioso es que exijas de mí tales artes adivinatorias, nada menos que tú, que sigues sin atinarle al significado de terafá, ni aun con toda la ayuda que se te dio.
¡Tenía Balduino que tocar aquel tema!... Para Anders, la cosa empezaba a volverse humillante. Además, no tenía el menor deseo de suplir a Balduino por una semana en las guardias nocturnas de éste. Por suerte disponía de tiempo de sobra para descifrar el enigma, pero ni por casualidad imaginaba la posible solución, y temía que, expirado el plazo, siguiese igual que ahora.
-Gordo... Sucio...-murmuró; pues no acudían a su mente más opciones que las habituales.
Siguió a Balduino hasta la barbería, pero fue una caminata inútil: los dos Kveisunger, ya medianamente adecentados, habían sido llevados a la herrería para despojarlos de cadenas, grilletes y cerrojos. El pelirrojo y su escudero dieron media vuelta y llegaron en el mismo momento en que Kehlensneiter era desherrado. Junto a él había un único guardia que no lograba disimular su nerviosismo al verse encargado de la custodia de tan tristemente célebre malhechor, que para colmo ahora quedaba libre para asesinar de nuevo, si así le apetecía. Balduino no le prestó atención; le interesaban más los dos Kveisunger que había sacado de las mazmorras y cuyos rostros contemplaba por vez primera a plena luz del día, desprovistos ya de barbas, bigotes y parte de sus cabellos, que conservaban de todos modos bastante largos.
Hendryk Jurgenson tenía, hasta cierto punto, un semblante normal para un Kveisung. Incluso Anders tuvo finalmente que admitírselo a sí mismo luego de recordar la desagradable e inquietante primera impresión recibida meses atrás al conocer a Ulvgang y a seis secuaces de éste. Ahora casi la olvidaba: por costumbre, al verlos todos los días, nada extraño hallaba en sus caras.
La de Hendryk era decididamente fea, pese a sus cabellos rubios y sus ojos azules, asociados tan a menudo a la belleza. De hecho, era horrible aunque, como suele suceder, siendo tan inusualmente feo terminaba siendo más atreyente que si hubiera sido apuesto. Parecía obvio que por sus venas corría abundante sangre andrusiana, pues así lo delataban sus rasgos: arcos superciliares pronunciados, bariz respingona y ridículamente pequeña, mentón casi inexistente y un cierto prognatismo no tan acusado como en Hrumwald, el primo de Kurt, pero notorio de todos modos. Siglos más tarde, un rostro así sería calificada de simiesco o neanderthaliano.
Y el cuerpo, ciertamente, era acorde. Los brazos de Hendryk eran largos hasta la exageración; sus hombros, anchos y poderosos; su torso, macizo. Balduino entreveía ahora, por primera vez, el rubio y profuso vello en las muñecas de aquel individuo, por debajo de sus mangas. Si idéntica pilosidad revestía el resto del cuerpo, aun en total desnudez debía parecer cubierto por el pellejo de algún animal.
No era tal alto como a Balduino le había parecido al principio; era su aire duro y fornido lo que lo hacía verse gigantesco, a menos que los poderes mágicos que se le atribuían incluyeran el de incrementar y menguar su estatura a voluntad. También esos supuestos poderes sembraban dudas. No había en Hendryk vestigios evidentes de espiritualidad, aunque se pretendiera que había sido una especie de hechicero; parecía un bruto más, una bestia nervuda y fiera como un jabalí. Balduino nunca había hablado mucho con él, y no lo conocía bien: no obstante, por si a Hendryk se le ocurriera comportarse como jabalí, él se preparaba para convertirse en el mejor de los cazadores, de modo que su mirada recelosa y en parte hostil no lo intimidaba.
Kehlensneiter, en cambio, resultaba siniestro más allá de lo imaginable. Afeitado lucía más aterrador que barbiluengo. Su cabellera entre castaña y cana disimulaba algo sus orejas cortadas, pero obviamente no la nariz en idéntico estado, amargos saldos de un malogrado intento de defender a Tarian cuando éste era torturado. Como su rostro era enjuto y pálido, aquellos detalles terminaban de asemejarlo a una calavera; y no obstante, lo más terrorífico en él eran sus ojos, violáceos como los de Lambert, pero muy distintos por lo demás. La fijeza inexpresiva de aquellas pupilas era propiamente la de un muerto. Cuando de vez en cuando algo, tal vez un recuerdo funesto, avivaba la luz en ellas, las convertía en un par de tizones del mismísimo Infierno, y el semblante volvía a ser el de un asesino. Viéndolo, Anders quedó chocado de espanto, y se preguntó si tantos años de sangrientas aventuras primero y de encierro en espeluznantes mazmorras después, no habrían enloquecido a Kehlensneiter. No parecía seguro que éste fuera del todo consciente de haber recobrado, al menos provisionalmente, su libertad; y era de temer su comportamiento una vez captada tal idea.
Anders se llevó a Balduino a un rincón lo bastante apartado, y sugirió en voz baja:
-Reconsidera tu idea. Me da vergüenza admitirlo, pero... este tipo me da miedo.
-También a mí-reconoció Balduino-; pero Ulvgang, una vez, me contó algo que desde entonces no he podido olvidar: hubo una época en que Kehlensneiter aún no era tal, sino Hans Karlson. El y Ulvgang lucharon entre sí por el amor de la madre de Tarian. Hans estuvo a punto de matar a Ulvgang, pero no lo hizo aunque éste fue el elegido de Margyzer. Fue buen perdedor, y también un amigo leal; ¿o no recuerdas que se trabó en lucha cuerpo a cuerpo contra un monstruo marino, arriesgando su propia vida para salvar la de su amigo Engel?-y añadió, tras unos segundos de silencio:-. De todos modos, una vez fuera de Kvissensborg le será difícil intentar nada contra Karl, en tanto éste permanezca aquí. Y hasta entonces los guardias lo vigilarán en constante alerta. Tenemos todo bajo control.
-¿De veras crees eso?-preguntó Anders, vacilante.
-Qué va-contestó Balduino, con deprimente sinceridad; y acto seguido, acercándose a Hendryk y Kehlensneiter, dijo a éstos en voz alta:-. Nos vamos. En el patio aguarda una carreta; hacedme la merced de subir a la caja.
No hablaba suplicando, sino diciendo lo que se iba a hacer, pero tan amablemente como era posible. Tal fórmula le había dado buenos resultados con los otros Kveisunger, aunque en una época en que éstos tenían otra presión para obedecer, la condición de rehenes de tres compañeros suyos todavía encerrados en las mazmorras de Kvissensborg. Esto les había hecho imposible rebelarse de entrada, y luego Balduino los había acostumbrado a mantenerse bajo su mando persuadiéndolos cortésmente de que eso era lo que más les convenía.
Pero ahora, con Hendryk y Kehlensneiter -y sobre todo con éste último-, era factible que se presentaran problemas. Por ahora, sin embargo, existía cierta disposición a la obediencia. Sólo unos segundos demoró Kehlensneiter en acatar la orden, y le siguió Hendryk, como si éste hubiese esperado la reacción de su compañero antes de moverse, Tras ellos fueron Balduino y Anders, quienes en seguida fueron abordados en el patio por Hildert Karstenson, en pos de quien venía un soldado adolescente.
-Señor-dijo Hildert-: Gelderson encontró el pasadizo secreto por el que, creemos, escapó Thorkill tras asesinar al señor Einar, si de verdad lo hizo él.
Anders, quien ya conocía por sus nombres de pila a todos los integrantes de la dotación de Kvissensborg, estalló de júbilo.
-¡Eh, Regin, bien hecho!-exclamó, palmeando las espaldas del joven, quien parecía un tanto incómodo-. Eh, Hildert, dale a este muchacho para sonreír... Qué hombres te obedecen, ¿eh, Balduino? Te presento a Regin Gelderson.
Campechano y alegre como era, Anders concedía confianza a todo el mundo, hecho que para sus adentros debía ser para Hildert causa de gran sufrimiento, devoto como era de la disciplina marcial. No obstante, en Kvissensborg veían a Anders como lugarteniente de Balduino, comenzando por el propio Hildert, cuyas insondables pupilas permanecían inalterables, como también su escultural y helada fisonomía.
-Me enorgullezco de tenerte bajo mi mando-dijo Balduino, tratando de lograr que la frase no pareciera recitada de memoria. Por supuesto que se alegraba de que siendo tan joven, ese muchacho o cualquier otro demostrara sagacidad; pero a la vez estaba más preocupado por los reos recién liberados, a quienes observaba furtivamente por encima del hombro de Regin, mientras estrechaba la mano de este último-. Sigue así, y...
La frase en suspenso tuvo en vilo, además de al propio Regin, a Anders y posiblemente también a Hildert, aunque con éste esas cosas no eran seguras. Por encima del hombro del primero vio el pelirrojo a Kehlensneiter tomando envión en breve carrera para subir, de un salto, a la carreta. Balduino quedó consternado: ¡para colmo, aquella amenaza en potencia gozaba de una elasticidad muscular que habrían envidiado muchos jóvenes de veinte años!...
-...y...y... y hasta pasado mañana-concluyó al fin, aturdido y con dificultad.
Regin creyó haber oído mal.
-¿Hasta pasado mañana, señor?-preguntó, confuso.
Balduino se obligó a sí mismo a eliminar de su mente aquel brinco de Kehlensneiter. Acto seguido echó una segunda mirada al joven soldado: menudo, ágil, de miembros vigorosos.
-Sí. Hildert: salvo que te envíe mensaje con una contraorden, mándame pasado mañana por la mañana a este muchacho y a otros nueve o diez, todos ellos montados y provistos de cuerdas y ganchos de asalto. Escoge bien a los muchachos, por favor: necesito gente liviana y con reflejos de gato, ¿de acuerdo?
-Hmmm... Ninguno de ellos es lerdo, señor... Si me dijerais en qué vais a ocuparlos... Todos ellos son inexpertos en guerra de asedio y asalto de fortalezas, si eso es lo que precisáis...
-Ah, no importa, ya aprenderán.
-No Gelderson. El...
-Hmmm... ¿Sabes qué?: mándame también otros diez que sepan de carpintería, con herramientas todos ellos. Ah, y que toda esa gente traiga su almuerzo. No tenemos comida para todos ellos en Vindsborg, necesitaríamos otro caldero y además son demasiado jóvenes para morir a manos de Varg, mi cocinero.
-Se hará como digáis-aseguró Hildert-; pero, sabéis, me temo que Gelderson tiene un problema...
.¿Sí?... No hay inconveniente, que me lo exponga él mismo pasado mañana, cuando nos veamos, e intentaré solucionárselo, sea cual sea.
-Debo aclararos además que, si he de enviaros montada a toda esa gente, quedarán pocos caballos disponibles y, en consecuencia, pocos jinetes que puedan rastrear a Thorkill Rolfson.
-Ah, déjalo... otro que se nos escapa. Eso sí, rodea de una fuerte custodia armada a la señora Lyngheid, y fíjate si logras encontrar más pasadizos secretos.
-¿Queréis ver el que ya encontramos?
-En otro momento.
-Balduino...-intervino Anders-. Hablando de Lyngheid... Iré a despedirme de ella, si no te opones.
-Anders, ve; pero agradecería que la próxima vez recordaras ese detalle antes. Una eternidad hace que estamos despidiéndonos, y recién ahora te acuerdas de tu Lyngheid. Apúrate, por favor. Si te parece, partiré ya mismo con Tarian y los otros, y nos alcanzas luego montado sobre Slav.
-Muy bien, Balduino-aprobó Anders.
Partió a la carrera pero, por el camino, se encontró con otro joven soldado muy conocido suyo, y se detuvo a saludarlo y a intercambiar dos o tres palabras con él.
-¡Pero rápido, hombre!-le gritó Balduino, exasperado.
Sociable y simpático, Anders se había hecho querer en Kvissensborg tanto como en cualquier otra parte, y hasta al último pinche saludaba con una gran sonrisa; de modo que usualmente podía tardar media hora en cubrir un trecho muy corto, tantos eran los conocidos con los que se detenía a charlar de casi cualquier cosa. Para colmo no le molestaba demorar el regreso a Vindsborg, si debía acompañarlo Kehlensneiter. Balduino, sin embargo, tenía prisa por poner distancia entre éste y Karl, y además intuía problemas en puerta. Cualquier presentimiento de buena ventura y día relajado resultaba por lo general erróneo, mas tratándose de presagios de mala fortuna, los aciertos se acumulaban de manera pavorosa. Sabiendo esto, prefería enfrentar de una buena vez cualquier problema que estuviera acechándolo, en vez de devanarse los sesos intentando adivinar de qué se trataría.
-Hildert-dijo Balduino, mientras éste lo acompañaba hasta la carreta-: hace un rato, cuando hablábamos del asesinato de Einar, dijiste algo así como si de verdad lo hizo Thorkill. ¿Tienes acaso en mente otros posibles sospechosos?
-En parte, señor-contestó Hildert.
-Pero Hildert, ¿cómo no me dijiste esto la misma noche del crimen? ¡Me sorprende, viniendo de ti! ¿Investigaste al menos a esos sospechosos?
-No hay pistas que pueda seguir, y la idea me vino esa misma noche, sí, pero para entonces ya os habíais ido. Se me ocurrió que el señor Einar sin duda anhelaba recobrar el control sobre el castillo y que, con astucia y perseverancia, tal vez podía haberlo logrado... Y entonces vos ya no habríais mandado aquí.
No sabiendo adónde quería llegar Hildert, Balduino decidió ser directo:
-Al grano. ¿Crees que yo mismo ordené el asesinato?
-Señor, estad seguro de que, si lo creyera, no os obedecería ya con tanta presteza. No, eso no, pero hay aquí muchos que no habrían aceptado de buen grado órdenes del señor Einar. Que yo sepa, ninguno habría llegado a asesinarlo para que vos siguierais al mando, pero todo es posible.
-Bueno, observa con disimulo a esas personas por si se delatan ellas mismas.
-Una dotación entera es demasiada gente a la que observar con disimulo, señor. Además, después de todo, Thorkill ha desaparecido... y eso huele a culpa.
-Sí, pero pudieron haberlo liquidado más o menos al mismo tiempo que a Einar y ocultar luego el cadáver en algún lugar para fingir que se hallaba prófugo. En ese caso, seguro usaron el pasadizo secreto para sacar sus restos...
Intercambió una mirada con Hildert. Ambos pensaban en lo mismo: el joven Gelderson había encontrado el pasadizo secreto... Lo que, tal vez, lo convertía en el principal sospechoso. En efecto, quizás conociera desde antes la ubicación de ese pasadizo y hubiese fingido descubrirlo para ganarse algún ascenso o algo así.
Pero era demasiado joven para ser el úncio que conocía pasadizos secretos en Kvissensborg, cuando otros más veteranos nada sabían del asunto. Además, y pese a tratarse de uno de los bravucones reclutados en los muelles de Vallasköpping, su mirada era relativamente cándida y transparente. Caso de hallarse envuelto en el homicidio, sería sólo en calidad de cómplice, y hasta eso parecía dudoso.
-Bueno, ya veremos-gruñó Balduino. Como si no le sobraran cosas en las que pensar, ahora venía a agregarse, además, esto.
Por el momento, lo que urgía era evitar cualquier posible encuentro entre Karl y Kehlensneiter, de modo que Balduino subió al pescante de la carreta y se sentó junto a Tarian, tomando las riendas. Algo intentó decirle Gelderson antes de que se marchara, pero el pelirrojo tenía apuro, por lo que le reiteró una vez más que en dos días se verían de nuevo, y que esperara hasta entonces.