XXXII
Hansi estaba ansioso por enseñar a los demás la nueva y más fabulosa pieza de su colección, y Gilbert fue el primero a quien se lo mostró, mientras le informaba, excitadísimo, la sensacional noticia de que en lo profundo del mar galopaban manadas de ciervos de cornamenta roja. Muy ofendido se sintió cuando Gilbert, quien lo había oído perfectamente pese a su sordera, prorrumpió en carcajadas.
-No, no Hansi-refutó-. Esto no es asta de ciervo, sino coral.
Hansi se indignó mucho. ¿Qué sabía Gilbert? Era un ignorante en cualquier materia, excepto en lo referente a anatomía íntima femenina; conocimiento del que daba fe ese repertorio suyo de más que explícitas canciones marineras que tan a menudo berreaba a voz en cuello para tormento y aflicción de sus infortunados compañeros.
No obstante, Hansi tuvo que rendirse cuando, tras consultar a los otros Kveisunger y obtener de ellos idénticas respuestas, esperó el regreso de Tarian para preguntarle directamente a él. Tarian, chorreando agua, corroboró el dato: eso había querido aclararle a Hansi al correr tras él hasta el malecón.
-¿Coral? ¿Y eso qué es?-preguntó Hansi, frunciendo el ceño, intrigado.
-Por lo que decía Tarian, una especie de planta submarina que al morir se convierte en esto-contestó Ulvgang.
-Ve tú a saber-intervino Ursula, poniendo una de sus enormes manazas sobre Hansi como si, notando que éste crecía, quisiera empequeñecerlo de nuevo a presión-. Estos son los mismos que dicen que los delfines son mamíferos, y que la sangre de concha es venenosa.
De reojo, Balduino observó los supremos esfuerzos que por reprimirse hacía Honney, y pensó que Ursula no precisaba que su sangre menstrual fuera venenosa para serlo ella. Hasta donde él tenía entendido, Honney había sido siempre uno de los más feroces entre la sanguinaria tropa de Sundeneschrackt, y en otro tiempo sus miramientos para liquidar a quien lo fastidiara eran escasos. Hasta qué punto estaba domada la bestia, imposible saberlo, pero obviamente a Ursula ese detalle la tenía sin cuidado. A Balduino, no.
-Si mañana hay buen tiempo, saldremos de nuevo a navegar-anunció, para que la conversación tomase otros rumbos.
Cualquiera pensaría que sus mediocres dotes de navegantes harían desistir a Balduino y Anders de repetir la experiencia. La verdad era que, en lo referente al objetivo inicial, el paseo en bote no había rendido frutos. La lección práctica de navegación había mantenido demasiado ocupados a los marinos en ciernes para pensar en otra cosa, salvo en mar abierto, donde se las arreglaban bastante bien.
De cualquier manera, en ese momento a Balduino le importaba muy poco lo que haría al día siguiente, y con su frase perseguía otras intenciones. Era como alzar un escudo para proteger a Ursula de la eventual ira de Honney. Sin embargo, una acción defensiva debe hacerse calculadamente para no ofrecer otro costado vulnerable al adversario. Balduino no había tomado tal precaución, pero lo advirtió demasiado tarde. Antes de tener tiempo de, tardíamente, morderse los labios, ya sentía la estocada de otro atacante, rápido, astuto y temible como el que más: Hansi.
-¡Señor Cabellos de Fuego!-exclamó ansiosamente, alzando hacia Balduino sus ojos azules, fijos hasta entonces en el trozo de coral-. ¿Iremos a navegar? ¿En serio?
-¡Un momento!-exclamó Balduino-. ¿Y quien ha dicho que tú vendrías con nosotros?... ¡Sólo hay lugar para tres en el bote!-y Hansi no tardó en atacar de nuevo, mirando suspicazmente a Anders y luego a Balduino, y mostrando dos dedos-. Ya le tengo dicho a Tarian que no le consentiré de nuevo la locura que hizo hoy. Si nos acompaña, viene con nosotros en el bote; o bien, se queda en tierra firme.
Como un solo hombre, Hansi y Tarian se cruzaron de brazos a un tiempo, mirando burlonamente a Balduino. Este se exasperó. Eso era un cobarde ataque de dos contra uno y la más infame de las coaliciones. Tarian colocó una mano en el hombro de Hansi, y los dos aliados se miraron con muchos pensamientos coincidentes, y por supuesto ninguno que a Balduino, quien los intuía, le hiciera la menor gracia. Se sentía impotente ante aquel ataque conjunto. Si accedía a la petición de Hansi y a éste le ocurría una desgracia estando a su cargo, ¿con qué cara miraría luego a Friedrik y le daría la noticia? Pero si se negaba, ¿qué pensaría Hansi?: Tarian me cedió su lugar en el bote, pero igual el señor Cabellos de Fuego no me dejó ir con él. No mucho tiempo atrás, Hansi habría acatado la santa voluntad de Balduino, aunque muy a disgusto. ¡Malo!, habría sido su sentencia final. Pero ahora el muy díscolo se mostraba más reacio a la obediencia.
-Si Tarian es como su padre, es libre y es valiente-terció Gröhelle-, y nada lo persuadirá de hacer lo que no desea hacer. No te gastes, señor Cabellos de Fuego.
-Bien has dicho: si es como su padre-intervino Ulvgang, con voz fría, como cuestionando tal posibilidad.
Tarian se volvió hacia él, y se hizo un silencio durante el cual nada pareció existir fuera de ellos dos midiéndose con la mirada. Balduino, observándolos, casi pudo adivinar los pensamientos de uno y otro. Tarian sentía que se lo desafiaba. Si aceptaba el reto y salía airoso, demostraría ser digno hijo de su padre, y entonces tal vez éste lo amara. Tal vez lo hiciese ya, aunque en este momento su rostro fuera como un muro de piedra que impedía ver qué emociones palpitaban del otro lado. Las pasiones eran desmesuradas en los Kveisunger, y Ulvgang debía amar volcánicamente, pero todo ese fuego que se guardaba lo consumía por dentro.
Como por contagio, la visión de aquella escena entre padre e hijo despertó también en Balduino una oleada de intenso afecto. Tuvo que luchar duramente consigo mismo para reprimirse y no revelar a Tarian el motivo de que Ulvgang le retaceara tanto su cariño. Pero cuando se rompió el hechizo y el pelirrojo volvió a su realidad de Hansi pretendiendo ir en el bote con él y con Anders, Tarian pretendiendo escoltarlos a nado y a todo el mundo apoyándolos, en un segundo pasó de la ternura al deseo de estrangular a unos cuantos de los presentes. Por desgracia, esas cosas siempre están mal vistas, y mucho más si las hace un Caballero. Pero entonces, ¿qué podía hacer?... Bueno, calma. Lo más probable era que, para empezar, al día siguiente el mar amaneciera embravecido y conviniese quedarse en tierra. Con tales perspectivas, podía darse el lujo de jugar al benévolo.
-Está resuelto, Hansi-prometió-: si mañana salimos a navegar, te vienes con nosotros.