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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
06 de Diciembre, 2010    General

XXXV

XXXV

      Cuando al día siguiente los centinelas avistaron la inconfundible figura de Méntor descendiendo en una dehesa al sur de la ciudad, Benjamin pidió prestado un caballo y salió al encuentro de los dos mejores amigos que aún le quedaban. No hacía tanto se había visto con ellos, de modo que no hubo demasiada efusividad, aunque sí mucho sentimiento silencioso. Conforme a los deseos de Thorstein Eyjolvson, Dagoberto de Mortissend aprovechó ese momento en que estaban reunidos los tres, y leyó el mensaje del difunto amigo. Contrariamente a lo que habían pensado, la carta no contenía ninguna última y especial petición, excepto la de que fueran tan felices como pudieran y lo recordaran de tanto en tanto. Reflexionaba sobre la Orden del Viento Negro, que había sido el sueño de ellos cuatro y de muchos otros que ya no estaban. A menudo ese sueño había estado a punto de convertirse en pesadilla, pero Thorstein no se arrepentía de haber consagrado su vida a hacerlo realidad, aunque los logros no llegaran a estar jamás a la altura del esfuerzo. Recordaba las veces que Dagoberto, Méntor y Benjamin, ofuscados, agobiados y abatidos, habían estado a punto de renunciar al proyecto, y finalmente no lo habían hecho porque él, Thorstein, les había pedido que se quedasen. Su gratitud, decía, seguiría estando mucho después de que su cuerpo se hubiese deshecho en polvo. Pero si bien deseaba que el sueño no muriera con él, entendía que habría sido muy egoísta de su parte impedirles que vivieran sus vidas según lo creyeran adecuado; de modo que los liberaba del compromiso, agradeciéndoles una vez más. Rogad al Señor que perdone mis faltas, y estad seguros de que allí donde esté, os bendeciré, concluía la carta. En Méntor y en Benjamin, el contenido de la misma había dejado un sabor agridulce, pero Dagoberto estaba sumamente amargado.

      -Volved a leer ese mensaje, pensad en la persona maravillosa que lo escribió y el poco tiempo que vivimos realmente junto a Thorstein, y decidme si no habría sido mejor pasar nuestras vidas divirtiéndonos juntos-dijo.

      -Dago-lo reprendió Méntor-, cuando conocimos al Narigón, a Gudjon, a Sturla y al resto de sus amigos, ninguno de ellos valía nada. Eran unos imbéciles de remate. Tal vez tú mismo lo fueras, pero ellos no sólo te superaban con creces, sino que estaban llenos de ínfulas y, más grave aún, tenían poder. Mala memoria tienes; de buena fuente sé que, al verlos por primera vez, te escandalizó aquel comportamiento según tú poco digno de príncipes y no obstante tan habitual en éstos. El horror del Monte Desolación fue para ellos una aventura, y hallaron el mejor tesoro que puede hallarse, un valioso sueño que dio sentido a sus vidas y los hizo mejorar infinitamente en calidad humana. Muy otro habría sido Thorstein Eyjolvson de no haber mediado tal sueño, y puedes estar seguro de que lo último en lo que habría pensado hubiera sido hacernos sus compañeros de juergas, pues nos hubiera visto con desprecio desde lo alto de su estirpe noble.

      Cada vez que nos encontrábamos, era una verdadera fiesta... No, yo no estoy arrepentido de no haber pasado más tiempo con Thorstein-terció Benjamin-. En el alma de cada persona hay oro y oropel en distintas medidas. La rutina de la convivencia frecuente hace que el oropel resalte más y que se tienda a creer que todo el oro es vulgar imitación. No es así. Al principio, no vi en el alma de Thorstein más que barro; el oro estaba debajo. Sin duda había oropel también; pero no sé cuánto, ni creo que mucho. Hasta Gudjon, sin duda el que más lo trató entre todos nosotros, vio sólo el oro; pero incluso él lo trataba poco en los últimos años. Recuerdo aquella vez que me reencontré con Gudjon luego de no verlo por unos años. Sabéis lo dadivoso que solía ser, y habréis oído que su padre siempre se lo reprochaba. Pues bien, me contó Gudjon que, tras ser herido durante el ataque de Sundeneschrackt a Drakenstadt, se llevó el chasco de que muchos de sus amigos,sus amigos, creyendo que le faltaba poco para exhalar su último suspiro, lo urgían a hacer su testamento. Thorstein todavía no había llegado, y Gudjon casi deseó que no viniera, temiendo decepcionarse de él tanto como de los otros. Pero llegó al fin,  y no le insistió en que dictara su testamento, pese a que a priori él habría estado entre los principales beneficiarios, sino que casi le exigió que se pusiera bien... Gudjon me contó todo esto con lágrimas en los ojos. Creo que hasta aquel incidente, había visto en Thorstein sólo a un compañero de parrandas y aventuras, y que ese día captó el sentido más profundo de la amistad. Tal vez Thorstein se embelleció a sus ojos y luego lo frecuentó menos para no destruir tan hermosa imagen.

      -En realidad tengo entendido que los mantenían separados, como siempre, las necesidades de la Orden y el compromiso de ambos hacia ella-dijo Dagoberto-. No importa. Supongo que me da lo mismo. Sabes, no he tenido oportunidad de participar activamente en esta guerra desde que se inició; y con cierta vergüenza, debo admitir que tampoco lo haré en el futuro. Abandono la Orden. Te aseguro que no es por miedo; simplemente, estoy asqueado de ciertas cosas.

      -Te creo y te comprendo, Dagoberto-contestó Benjamin, sonriendo con tristeza-. Sé que últimamente viste cosas como para que la repugnancia sea inevitable... Pero déjame recordarte que, por suerte, la raza de Adán no es sólo la que invade nidos de Drake y extermina las crías en ausencia de los adultos. Thorstein, Gudjon, yo y tú mismo, con todos los defectos que podamos tener, nos esforzamos por ser cada día mejores, por ser buenos. Gracias a Dios, eso también es ser humano. Con esto no intento retenerte, sólo levantarte un poco el ánimo.

      -Acompáñanos, Ben-sugirió Dagoberto-. Olvídate de esta guerra y hasta de la Orden. A Méntor le conviene que ganen los Wurms, porque con ellos su raza la pasará mejor...

      -No digas zonceras-gruñó Méntor, indignado-. No hables en mi nombre. A pesar de todo, mi corazón está con los humanos en esta guerra. Entre vosotros siempre habrá algún Thorstein Eyjolvson, algún Erlendur Ingolvson, algún Benjamin Ben Jakob... Pero el único Wurm de quien tengo buenas referencias es Bermudo.

      -...y tu propia raza, Ben, no necesita preocuparse por la suerte de esta guerra. Gane quien gane, perdéis vosotros. Es más, creo que os convendría que vencieran los Wurms-continuó Dagoberto, ignorando la interrupción-. No sé si los judíos sois el Pueblo Elegido, pero sí sé que no sois menos hijos de Dios que los demás; algo que siempre se pasó por alto en todos aquellos tiempos y lugares en qu se os exterminó tras quitaros los bienes, como se mata a los animales que ya no son útiles. Piensa muy bien si deseas jugarte en esta causa.

      -No tengo opción. Al menos, es lo que creo-contestó Benjamin-. Si los judíos no somos menos hijos de Dios que los demás hombres, tampoco somos más hijos de Dios que ellos. Por la sangre o la espiritualidad, reclamo mi pertenencia al Pueblo de Dios; pero no se atendería a mi reclamo si no asistiera a mis hermanos en esta hora nefasta. Además, como último homenaje al Narigón, quiero estar en la Orden al menos mientras dure esta guerra. Quién sabe, tal vez él y yo volvamos a encontrarnos en otra vida; tal vez, en bandos enemigos. Si así fuera, no recordaremos que alguna vez fuimos Thorstein Eyjolvson y Benjamin Ben Jakob, amigos y Caballeros de la Orden del Viento Negro. Nosotros no, pero Dios sí. Cuanto le pido al Señor es sólo que, si por alguna locura estuviéramos entonces a punto de matarnos uno al otro, la sombra de la vieja amistad se interponga entre nosotros; que nos miremos a los ojos y nos parezca recordar algo, aun sin saber qué, y nos perdonemos mutuamente la vida, intuyendo que en alguna otra nos conocimos y nos quisimos como hermanos.

      El pico córneo de Méntor se estiró en una sonrisa.

      -Lo sabía-dijo-. La invitación era simple formalidad.

    -No para mí. Tenía la esperanza de que aceptases-dijo Dagoberto de Mortissend.

      Recuerdo que tu madre decía que la función de los árboles viejos es proteger con su copa a los más jóvenes-comentó Benjamin-. Opino lo mismo. A nosotros nos protegió gente como el  señor Federico de Knummerkamp o Knippy Haraldssen. Es nuestro turno de pagar la deuda... a otros. Aunque más no sea estando en el lugar correcto.

      -Entonces, ¿crees que soy algo así como un traidor?-preguntó Dagoberto de Mortissend.

      -No. Como dije, entiendo tus motivos. Además, será mejor que te den por muerto. de lo contrario, tarde o temprano tendrías que comparecer ante lajusticia, llamémosla así, por el asesinato de esos nobles nemoreos... Pero quisiera pedirte un favor antes de que te vayas.

      -Seguro, si está a mi alcance.

      -Antes del treinta y uno de este mes, como quizás recuerdes, tengo que estar junto a mi antiguo discípulo y escudero, Balduino, para decidir si concederle o no el permiso de la Orden para liberar aKehlensneiter y el otro convicto. Hasta mi regreso, quisiera que me reemplazaras en Bersiksbjorg.

      -Cuenta con ello. ¿Has decidido algo al respecto? Yo en tu lugar se lo prohibiría, Ben. Te recuerdo que ese Kehlensneiter es el que casi mató a Gudjon durante el ataque de Sundeneschrackt a Drakenstadt, y que en todas partes donde estuvo dejó recuerdos terroríficos.

      -Conforme a la ciencia cabalística, un día habrá redención hasta para Satán, cuya labor después de todo es parte del plan divino. Pero para todo hay un lugar y un momento... No, no he decidido nada aún. En otro tiempo, en este asunto, habría preferido confiar en el juicio de Balduino: su naturaleza fría y calculadora le ahorraba caer en las trampas de lo emocional. Sin embargo, dices que lo encontraste muy cambiado, más sensible. Quién sabe si esos piratas no le han llenado la cabeza con engaños para instarlo a liberar a sus compinches... Podrías llevarme, Méntor-dijo Benjamin, volviéndose hacia el Drake-. No tengo caballo desde  que murió miSansón. Además, sospecho que luego te irás con este sujeto-señaló a Dagoberto- y que, por lo tanto, ya no volveré a verte.

      -Viajemos juntos, Ben-accedió Méntor-, y así en Fristrande podré señalarte a ese individuo que creo recordar del Monte Desolación, el tal Adam no-sé-cuánto. A propósito, ¿alguna vez se te ocurrió por qué semejante nombre para una cumbre de tan exuberante vegetación y tanta diversidad animal?

      -No, pero luego hizo honor a ese nombre...

      -Ya no. Tuvimos que pasar tan cerca, que nos desviamos para verlo bien. Las inmensas áreas devastadas por la erupción son invadidas ahora por el bosque, y las propias laderas del volcán reverdecen de nuevo. Dentro de unos años, a la gente le costará creer que esas  vastas regiones una vez se convirtieron en páramos de la noche a la mañana debido a una explosión aterradora.

       Benjamin no respondió. Cerró los ojos e imaginó aquello: plantas y árboles creciendo vigorosos en un paisaje antes domiando por la ruina y las cenizas. En los días siguientes al brutal estallido, ¿cuántos no habían llorado de tristeza ante aquellas silenciosas escenas de destrucción?

      Y súbitamente Benjamin Ben Jakob, judío creyente pero no siempre practicante, cabalista y Caballero,  admiró aquel atisbo del misterio del ciclo de la vida y la muerte, y se sintió invadido por una paz interior y una felicidad que tal vez pocos habrían sido capaces de comprender. Sus dos amigos allí presentes sonrieron, en parte contagiados de esa dicha... Y quién sabe, tal vez sonrieron también otros amigos invisibles en la escena, siempre presentes en el recuerdo y en el corazón, y partidos hacia rumbos conocidos sólo por el Señor. Porque la Muerte es el mayor y el último de los enigmas, pero no necesariamente la tragedia que supone la Humanidad.
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publicado por ekeledudu a las 13:17 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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