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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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31 de Julio, 2012    General

CCI

CCI

      Esa misma noche, Balduino llevó a Arn a Vindsborg y lo presentó bajo un nombre falso que luego, por las razones que se verán enseguida, nadie logró recordar jamás. No pretendía engañar a sus hombres respecto a la verdadera identidad del inesperado nuevo miembro de la dotación de Vindsborg; y tampoco se interpretó que pretendiera hacerlo, porque, salvo Ursula, casi todos dieron muestras de comprender de sobra quién era aquel rubio insulso que venía a sumarse a la dotación de Vindsborg, y que el Señor Cabellos de Fuego simplemente les estaba notificando bajo qué nombre falso lo mantendrían escondido. No gustaron a Arn las miradas que le dedicaron los Kveisunger, las cuales le hicieron sentirse cual pichón acechado por gatos malvados y famélicos; y como al día siguiente Balduino regresó a Helmberg a buscar a Ljottur, estuvo unas cuantas horas ausente, para desolación de Arn, quien temía que durante esa ausencia aquellos energúmenos se abalanzaran sobre él. Debidamente armado, sus temores no habrían sido serios; pero se le había hecho dejar su espada en la iglesia de Fray Bartolomeo para que no llamara la atención, y llevaba apenas un cuchillo al cinto.

         No obstante, Balduino le había recomendado que intentara mezclarse con los demás, y pensó que Snarki y Lambert eran buenas opciones para comenzar. Por lo que, luego del desayuno, mientras todos bajaban las escaleras en dirección a la playa en inicio de la jornada laboral, estuvo buscando desesperadamente un tema para trabar conversación con ellos, y lo encontró al ver a Terafá vagando por ahí.

          -Ese cerdo ya está listo para ser faenado-comentó.

          Snarki y Lambert se miraron, imaginando la reacción de Balduino ante semejante frase tan desafortunada; y respondió el primero:

            -Más cerca del cuchillo estás tú que él...

          Con lo que pretendía advertir que, como osara poner tan sólo un dedo sobre el cerdo, Balduino tomaría sangrienta venganza; pero Arn, malinterpretando el chascarrillo -que en realidad lo era sólo a medias, por supuesto-, lo tomó como amenaza seria. El equívoco era comprensible, porque Snarki, quien por otra parte habló como plenamente convencido de lo que decía, ya no era el bordo con cara de bebé de otros tiempos y, ya que no malvado, al menos ahora se veía duro; pero tan mal comienzo bastó para que, al menos de momento, las ganas de sociabilizar de Arn se disiparan como por arte de magia.

          Dado que ese día se dedicó a la práctica de maniobras coordinadas, hubo que explicarle a Arn en qué consistían; de lo que, por orden previa de Balduino, se encargó Adler llevándolo aparte a tal fin. Cuando se sumó a los otros en los ejercicios, no se desempeñó tal mal como podía haberse esperado. Era evidente que tenía la mente en otra parte, pero al menos sobrellevaba bien las exigencias físicas requeridas. Para su desgracia, sin embargo, de nuevo estaba Ulvgang a cargo de dirigir la práctica, de la que, como era de rigor desde hacía un tiempo, participaba Tarian. Sobre éste centró primero Ulvgang su atención. En algún momento se cruzaron largamente las miradas de padre e hijo, enigmática y rebosante de orgullo secreto la del primero, desafiante la del segundo. Fue Ulvgang el primero en desviar la vista, más que nada para no delatar sus sentires más íntimos; pero Tarian, no del todo equivocadamente, interpretó que por fin había hecho las cosas bien y dejado a su padre sin la menor reprimenda que hacerle. ¿Una tregua entre ambos? Ni hablar: simplemente, el campo de batalla se trasladaba a otro terreno.

          Muy satisfecho del desempeño de Tarian, Ulvgang posó su atención sobre Arn, quien, por no meditar en lo que hacía y ser novato, cometía más errores que ninguno. No tenía motivos para guardarle muchas consideraciones:  Arn era hijo de un Conde cuya codicia, sumada a muchas otras, había redundado en sufrimiento durante años para Tarian. Su amistad con el señor Cabellos de Fuego salvaba su pellejo, y por otra parte Tarian había sobrevivido al tormento y a la adversidad, lo que ameritaba repensar cualquier venganza contra el ex conde y su linaje. Pero incluso sin intenciones de desquite, sólo mirar a Arn repugnaba a Ulvgang, aunque ni él mismo entendiera el motivo; y al reprobar y criticar su desempeño durante la práctica, no ocultó el desdén que le inspiraba. Arn, humillado y lleno de recelos y temores, soportó los reproches a cara de perro.

         Posiblemente también Tarian ignorara quién era en realidad aquel nuevo miembro de la dotación de Vindsborg, o quizás considerara, por experiencia propia, que los hijos no han de cargar con las culpas de los padres. Como sea, durante el primer descanso intentó acercarse a Arn, quien, no conociendo bien a sus nuevos compañeros, no supo de quién se trataba, ni con qué intenciones venía el muchacho-pez; por lo que le exigió que lo dejase solo. Tarian respetó su deseo y debió tragarse lo quye había anhelado transmitir de algún modo a Arn: que entendía perfectamente cómo se sentía éste, porque también a él acostumbraba martirizarlo por sus errores en los ejercicios. Pero enseguida se cruzó con su padre, y éste quedó duramente impactado por la mirada de silencioso ocio que le dedicaba su hijo, y cuya causa no lograba intuir.

            Parece que me vuelvo viejo, tonto y emocional, pensó Ulvgang. Miró a Tarian despojarse de sus ropas y sumergirse en el mar, y supo instantáneamente que el joven no sólo no retomaría la práctica ese día, sino que, directamente, no volvería a participar de práctica alguna. Lo que se había propuesto, demostrar a Ulvgang que podía hacer las maniobras coordinadas tan bien como cualquier otro, ya lo había logrado; ahora, como Arn, sólo quería que se lo dejase en paz. ¿Qué importa si me duele?, se preguntó Ulvgang. El estará bien. Pero no habría sentido mayor dolor con una espada hundida en pleno vientre o desollado vivo; de poco le servía filosofar en ese momento. Con cada día que pasaba crecía el amor que sentía por su hijo, y cada vez le costaba más aparentar indiferencia.

           También Anders estuvo a punto de acercarse a Arn para hablarle y consolarlo; pero sintió a sus espaldas la tremenda manaza de Thorvald inmovilizándolo sin esfuerzo.

          -No, muchacho-dijo el vozarrón de trueno-: ni se te ocurra.

         Quizás unos pocos meses antes hubiese Anders desobedecido, u objetado al menos; pero sentaba cabeza rápidamente y, entre otras cosas, comprendía ahora que el viejo sabía más que él acerca de muchas cuestiones. Asintió en silencio, y quedó a la espera de explicaciones que jamás llegaron. Siguiendo un consejo que solía darle Balduino, buscó él mismo esas explicaciones, y se maravilló al descubrir que no era tan difícil hallarlas, después de todo: Thorvald tal vez considerara que a Arn le convenía curtirse, o que a eventuales espías de Erik les resultaría más difícil dar con él si no lo veían en compañía de Balduino o de Anders.

         Sobre ello reflexionaba cuando se acercó Hijo Mío y dijo, en voz tan alta que parecía un heraldo precediendo y pregonando a voces la llegada de un poderoso monarca:

          -¡No entiendo al señor Balduino!... ¿Por qué rayos debemos llamar al señor Arn bajo nombres falsos?, ¡si todos sabemos quién es en realidad!...

          -Emmanuel, cierra el pico-ordenó Thorvald, sin inmutarse, mientras Anders, ante tan poca discreción,  rezaba para que lo tragara la tierra.

         -¡Pero si es cierto!... ¡Todos sabemos...!

           -Y hasta las piedras sabrán, Emmanuel, si no te callas... Y como hasta las piedras sepan, te trituro los huesos. Estás advertido.

         El tono de Thorvald era tranquilo, amable y firme, el de un hombre que hace una solemne promesa que indudablemente cumplirá. Hijo Mío se calló mientras Anders miraba en todas direcciones, como esperando que del arenal de la playa brotaran hombres de Erik dispuestos a matarlos a todos.

        La verdad era que, en las cercanías inmediatas, no había nadie más que Adam, cuyos ojos se cruzaron con los de Anders. El larguirucho se veía sarcástico respecto a la poca inteligencia y aún más escasa discreción de Emmanuel. Entonces, de improviso, Ursula vino a sumarse al grupo.

           -No entiendo al señor Cabellos de Fuego-declaró-; pero tú lo conoces mejor, Anders, y tal vez puedas explicarme: ¿¿¿de dónde rayos ha salido el nuevo???... Parece bastante inútil; ¡y francamente, no alcanzo a entender por qué el señor Cabellos de Fuego, pudiendo traernos en cambio a su amigo Arn, aprovechando que éste tiene problemas y sería más capaz, nos encaja en cambio a este Fulano de Tal que ni dónde está parado sabe!...

           Adam encogió su larga y desgarbada humanidad, como pretendiendo hacerse un ovillo, y se cruzó de brazos, meneando al mismo tiempo la cabeza con aire burlescamente reprobador.

            -Entre más grandes, más estúpidos...-gruñó.
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publicado por ekeledudu a las 12:03 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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