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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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19 de Julio, 2012    General

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      Con la caída de la noche, los cuatro se hallaban de regreso en Freyrstrande. Anders y Emmanuel volvieron de inmediato a Vindsborg, pero Balduino llevó a Hansi a casa de Friedrik y luego siguió viaje hasta la iglesia de Fray Bartolomeo adonde, tal y como se le había aconsejado, Arn había ido a refugiarse.

      Apenas había Balduino golpeado la puerta con la aldaba, que del otro lado se oyó un imperioso reclamo:

        -¡HERMANO!... ¡HERMANO!... ¡LA PUERTA!... ¡ID A ATENDER, APRESURAOS!

        Era la voz de Arn, y nada más oírla, cierto instinto informó a Balduino que algo no andaba en orden, impresión confirmada cuando por fin apareció Fray Bartolomeo.

        -Gracias a Dios... ¿Por qué tardaste tanto?-susurró, invitando a Balduino a entrar.

         Era la segunda vez en el mismo día que se le reprochaba una demora, y Balduino tuvo el pálpito de que, si Erik lo hubiese hecho eliminar, el cura habría tenido, gracias a Arn, motivos muy válidos para llorar su muerte. Sonrió con perverso regocijo: recordaba demasiado bien cómo se había reído de él el cura cuando el famoso incidente de las abejas, viéndolo en el río junto a Gudrun y sin que ninguno de los dos se hubiese despojado siquiera de una prenda. Aunque no la hubiese planeado, más cumplida venganza que ésta difícilmente habría podido encontrar.

         -Era hora de que dejarais de sufrir en soledad, no me deis las gracias por la compañía que os procuré-murmuró Balduino, jocoso.

       -¡DARTE LAS GRACIAS!... Como pretendas dejarlo aquí, te mato, ¡y el verdadero sufrimiento lo he conocido desde que albergo a este huésped que tan gentilmente me encajaste!

         -Vamos, vamos... Esto es una iglesia, ¿no? ¿Negaríais asilo a un hombre acosado por mortales enemigos?

       -Hereje, convive un tiempo con él y, para empezar, entenderás que tenga tantos enemigos. Por lo demás, no: no negaría ni le negué asilo, como puedes ver, aunque casi estoy arrepentido de ello; pues, si de martirios se trata, habría preferido uno más tradicional, como ser arrojado a un caldero lleno de aceite hirviendo. Suena más misericordioso y humanitario que éste... Pero en fin, aquí estás tú, y él no para de contarme cómo recobrará su Condado con tu ayuda y la de Anders...

       -¿Eh?... ¿Habláis en serio?

         -¡Nunca más en serio!... ¿O qué crees, que me quedan ganas de bromear? Mi sentido del humor se fue al diablo, y en cuanto a tu amigo, mejor ni te digo adónde puede irse él... Pero bueno, no importa: podrás acompañarlo en tan heroica y gloriosa empresa... Venced o morid, pero ni se te ocurra traérmelo de vuelta.

       Tras este diálogo en cuchicheos, Balduino siguió a Fray Bartolomeo hasta un cuartito adyacente a la iglesia propiamente dicha. Allí, sentado ante una pequeña mesita, Arn se disponía a cenar.

          -¡Balduino!-exclamó, feliz-. ¡Cómo me alegro de verte! ¿Cuándo regresaste?

          -Acabo de llegar...

       -¿Y viniste directamente a trraerme noticias?... ¡Eso sí es fidelidad de buen vasallo! Debes estar cansado, ordenaré al cura que te traiga algo de comer...

       Al oír esas últimas palabras, poco faltó para que Fray Bartolomeo se ocupara de que de verdad fueran últimas en el más drástico de los sentidos. De nadie sino del mismísimo Jesucristo o de jerarquías superiores de la Iglesia recibía él órdenes y. por lo demás, se disponía precisamente a atender a Balduino sin necesidad de que un hidalgüelo depuesto viniera a recordarle deberes hospitalarios que él conocía de sobra; así que, harto, estuvo a punto de cantar al ex Conde unas cuantas verdades.

        -Gracias, Fray Bartolomeo, pero no tengo hambre-intervino el pelirrojo.

          -Muy bien, iré a dar de beber a Arn-gruñó Fray Bartolomeo; y en un esfuerzo por no parecer irrespetuoso, añadió, volviéndose hacia el ex Conde:-. Refiérome a mi burro.

          El intento por no parecer irrespetuoso acababa de fracasar irremisiblemente. A Arn, sombrío, lo ofendía por lo visto que un asno se llamara igual que él. El cura se dio cuenta, pero tan harto estaba, que sólo de milagro no añadió que asno y ex Conde eran, no sólo tocayos, sino, además, cóngéneres. Ello, por supuesto, habría sido imperdonable: el de cuatro patas era buen asno, no había por qué denigrarlo con comparaciones injuriosas...

         -Suerte que nos dejó solos-gruñó Arn cuando Fray Bartolomeo se hubo retirado-. No me gusta este cura, es demasiado raro.

         -Hmmm... Déjame pensar... Practica lo que predica, es solidario, honesto... ¡Y hasta fe tiene! Definitivamente, te quedas corto: es rarísimo, no raro.

          -Es un palurdo mal educado, pero sabré recordarlo como se merece. No importa: no hablemos más de él... ¿Qué sabes de mi familia?

        -Tu esposa y tus hijas están a salvo en la Iglesia de San Juan Bautista.

        -¿Las viste? ¿Les dijiste que estoy a salvo?

         -No, Arn. Es decir: las vi, hasta hablé con tu esposa, pero quiero ser señor de mis secretos. Si le hubiera contado que te he visto, ahora estaría preguntándome si alguien nos oyó, o si algún enemigo astuto no le sonsacará esa información con gran maña. Esto último hubiese sido tanto más probable cuanto que Erik sabe que no estoy a sus pies, ni mucho menos, y que ni de mí ni de Anders puede fiarse. Yo mismo le dije que comprobaría personalmente que no hubiese hecho daño a tu familia, porque ofende al honor de un Caballero maltratar a la mujer e hijos de un vencido, o permitir que otro lo haga. Si tiene algo de seso, y admito que es dudoso que lo tenga, Erik habrá enviado a alguien a espiarme mientras estuve en Helmberg.

         -¿Quiere decir que te siguieron?

          -Estoy seguro, aunque ni me fijé. Mirar hacia toldas direcciones es mal indicio, una prueba de que se está obrando mal o al menos a espaldas de otro. Pero me siguieron, sin duda; no sé si por orden del mismo Erik o por iniciativa propia y para hacer méritos. Si fingiendo ser adictos tuyos entraron en San Juan Bautista después de que yo me marché de allí  y sondearon a tu esposa, no tendrán de qué acusarme. Tal vez informen a Erik de que estuve en la iglesia, pero se desilusionarán cuando se enteren de que se lo dije yo antes de que ellos le fueran con el chisme y, por lo tanto, no le traen nada novedoso.

         -Ya veo. ¿Y mi mujer? ¿Te preguntó por mí?

        -No. Mantuvo una saludable reserva: no se fiaba de mí, no sabía si yo era amigo o enemigo. Se mostró cortés, pero distante.

         -¿En serio?... No entiendo, ¿acaso no se ha enterado del trato que nos une? ¿No se da cuenta de que, si en alguien puede confiar, es en ti?

         -No, y menos mal que no lo hizo-replicó Balduino, impaciente-. Arn, ¿qué tal si despiertas a tu nueva realidad, por desagradable que sea ésta? Fuiste Conde de Thorhavok, sí, y puede que vuelvas a serlo algún día; pero en este momento eres un pordiosero y un fugitivo lleno de enemigos. Eres también otras cosas, claro, pero este aspecto de tu presente es el que en primer lugar debes tener en cuenta si quieres, no ya recobrar tu condado, sino directamente conservar tu vida. Solías confiar en la lealtad de todos tus vasallos; no quisiste oírnos a Anders ni a mí cuando te previnimos acerca de una pòsible conspiración contra ti, y conmigo hasta te enfadaste. Ahora pagas las consecuencias de creer en la lealtad y la sinceridad de todo el mundo. ¿No crees que, para variar, viene muy bien esa saludable desconfianza que me demostró tu esposa? nada más imagina que un esbirro de Erik nos hubiese visto a ambos confidenciando sin la menor reserva, ¿qué habría pensado de ello y qué consecuencias nos habrían sobrevenido. Luego, razona: es una mujer, no un guerrero forzado y habituado a aquilatar lealtades. Si aun así hubiese advertido que te soy fiel, correríamos grave peligro, porque entonces no sería la única por mucho tiempo: otros, más duchos en eso de sopesar el carácter humano, lo advertirían con mayor facilidad.

        -Tienes razón. Perdonaré la brusquedad de tus palabras, porque tienes razón. ¿Consideraste, sin embargo, que quizás sospechen de ti y de Anders de todos modos? Convendrá fortificar adecuadamente Kvissensborg y Vindsborg en previsión de eventuales sitios.

         -¿Estás loco, Arn?... ¡Para empezar, aun cuando fuese buena idea en el caso de Kvissensborg, da risa de sólo pensar en tomarse la molestia tratándose de Vindsborg!

         -¿Por qué?

       -¿Y me lo preguntas?... ¡Si tú mismo, en su momento, ordenaste a Einar complicarme bien las cosas, lo que él cumplió fielmente instalándome, primera medida, en una ridícula ruina con pretensiones de fortificación militar!...

          Arn empalideció. Era cierto, claro, pero no había creído que Balduino lo supiese, y él mismo lo había olvidado, persuadido durante meses de que el pelirrojo era su amigo y su más leal vasallo, y eliminando de su mente la imagen odiosa del advenedizo enrolado en una Orden de falsos Caballeros y liste para despojar a los verdaderos de sus fueros y riquezas.

       Balduino advirtió el azoramiento de Arn, e íntimamente se sintió divertido. No tenía motivos para guardarle rencor, pues el ex Conde, queriendo perjudicarlo, lo había en cambio beneficiado más allá de lo imaginable; pero igual era un placer sincerarse al fin con él.

        -...Kvissensborg, por su parte, resistiría un tiempo, pero no eternamente; y sería absurdo que nos dejáramos acorralar donde fuera sin poder contar con refuerzos capaces de romper el sitio e inclinar la balanza a nuestro favor. Carecemos de aliados en esto, tendremos que arreglárnoslas solos...

          -No solos, Balduino, tenemos aliados... He reflexionado, y de la fidelidad de algunos de mis vasallos sería imposible dud...

         -Arn, olvídalo, ¿quieres? Bah, bueno, no quieres, pero igual olvídalo... No fortificaremos Kvissensborg, ni nos dejaremos arrinconar allí. Nada de eso ocurrirá. Aprestándonos para un eventual sitio sólo conseguiríamos ponernos en evidencia como enemigos de Erik. Por otra parte, no necesitamos hacer eso: si Erik envía tropas a Kvissensborg, las dejaremos entrar y que pongan el sitio de cabeza buscándote, si quieren, porque no estarás allí.

        -¡Ah!... ¿No?

       -No. Anders juró a Erik que te encerraría en un calabozo si te acercabas a Kvissensborg, y haremos que cumpla ese juramento, ya que no en espíritu, al menos sí en letra...

          -¿Anders juró eso? ¿En serio?...-interrumpió Arn, en tono de dolido escepticismo.

           -Sí, Arn-replicó Balduino, intentando conservar la paciencia que Arn le agotaba a ritmos alarmantes-: Anders juró eso, ¿cuál es el problema?

       -¿Cómo que cuál es el problema? ¿Es que ya no se estila que un buen vasallo admita sin rodeos su lealtad hacia su señor feudal y se muestre dispuesto a morir por él?

         Lo bueno: ya no debería Balduino esforzarse por conservar la paciencia. Lo malo: ello era así porque la susodicha acababa de agotársele.

          -Arn, si Anders hubiese hecho semejante idiotez, que te habría dejado a ti con un apoyo menos, ni habría tenido Erik que ordenar arrestarlo y darle muerte: me hubiera encargado yo mismo-gritó.

         -Balduino, fíjate cómo te diriges a mí, o...

         -¿O qué?... ¡Despierta de una buena vez, Arn! No estás en posición de amenazar a nadie, ni eres señor de nada. Tan grandes ilusiones te haces respecto a la lealtad de tus vasallos, ¡pero no les has dado motivos para que te sean fieles! Te interesaban más los torneos, las justas y las partidas de caza que el gobierno de tu condado. No sé, puede que entre tus vasallos haya alguno de excepcional fibra moral que opine que, bueno o malo, eres el legítimo Conde de Thorhavok, y esté dispuesto en consecuencia a apoyarte en tu regreso al poder. Pero no podemos fiarnos de eso, porque no eres bueno evaluando a la gente. Eso me consta porque, cuando nos conocimos, te mentí y adulé cuanto quise, y tú creíste que era sincero. ¡Escúchame hasta el final!-exclamó Balduino, cuando el semblante de Arn se transformó bajo una horrorizada sorpresa-, y no vayas ahora, tontamente, a desconfiar de mí cuando más fiel te soy. Podrás no ser mi señor ni el de Anders; pero sigues siendo nuestro amigo, y estamos dispuestos a defenderte a muerte. Te engañé cuando nos conocimos para que dejaras de tratarme como a un enemigo, lo que no era ni pretendía ser; pero luego te tuve afecto sincero aunque inconveniente. Protegeremos al amigo, pero no restituiremos en el poder al señor feudal. Por otra parte, no contamos con fuerzas suficientes para ello. Sin embargo, si sigues mis instrucciones, no sñolo conservarás tu vida sino que, a largo plazo, puede que recobres tu condado.

         -¿Es que acaso puedo hacer otra cosa?...-preguntó Arn, amargado.

         -No, tienes razón: no puedes. Es la primera frase inteligente que te oigo decir desde que llegué aquí. Atiende: vendrás conmigo a Vindsborg y vivirás allí bajo un nombre falso. deberás convivir, entre otros, con peligrosos Kveisunger, incluido nada menos que el propio Sundeneschrackt. En ningún momento admitiré quién eres realmente, pero ellos se darán cuenta solos ni bien te presente, estoy seguro. No cometas estupideces como intentar darles órdenes o mostrarte despectivo con ellos, o se vengarán en ti de la traición que tu padre les hizo hace más de diez años, y la pasarás realmente muy mal. Es más, se vengarán o intentarán vengarse de todos modos; pero en tanto no oses desafiarlos, lo que sería un desatino de tu parte, te demostrarán cierta benevolencia. Saben de mi amistad contigo e intentarán respetarla, pero tienes que ayudarlos. Sobrelleva virilmente la adversidad y te ganarás su deferencia, pero no te tendrán piedad si te muestras débil y llorón como ahora.

        'En Vindsborg serás sólo un hombre más bajo mis órdenes. Nada más, pero tampoco nada menos. vestirás harapos, dormirás en el suelo y te sentirás fatal a manos de mi cocinero hasta que te acostumbres a los mejunjes que prepara. Intentaremos cambiar un poco tu apariencia; lo bastante para que cueste reconocerte, no tanto como para que llames la atención y despiertes sospechas en los hombres de Erik en caso de que éstos vuelvan por aquí. A Amund Gregson, quien capitanea ahora la guardia, creo habérmelo metido en el bolsillo, y puede que también  nos ayude en lo que pueda tu antiguo consejero, quien ahora lo es de Arn; pero tanta más suerte tendremos cuanto más trabajemos en pos de nuestros objetivos. De a poco te irás mezclando con mis hombres, de modo que quien te vea te identifique al instante  como carne de presidio y no como un alto barón depuesto. Debes verte grosero, malhablado, duro y peligroso; así nadie podrá reconocerte aun teniéndote ante sus propios ojos. Quiero, además, que observes bien a la gente de Freyrstrand, pues eran súbditos tuyos, y me gustaría que los recordaras cuando vuelvas al poder.

        -¿Crees, entonces, que recobraré lo que me pertenece?-preguntó Arn, con acentos de esperanza en su voz.

        -Eso no puedo saberlo, pero tienes posibilidades. Y si el destino quiere que vuelvas al poder, es mi deseo que seas un mejor Conde de lo que fuiste en otro tiempo; que en lo que puedas, mejores la suerte de las gentes sencillas, por amor a las que conociste aquí. Tengo motivos para creer que Erik no será Conde por mucho tiempo: si no es un vulgar pelele controlado por otro, como sospecho que es, de todas formas el aroma del poder tentará a otro. Su condición de usurpador no hace simpático a Erik; como además no promete ser  hábil en e4l gobierno, podemos suponer que quien lo derroque se presentará como tu vengador y como el hombre necesario para Thorhavok. Aguardaremos ese momento, veremos qué ocurre a continuación y entonces decidiremos. Hasta que ese momento se presente, haremos que se te desdeñe como factor de peso en la lucha por el poder. Cuando resurjas, si has de resurgir, lo harás con una imagen totalmente renovada. Cualesquiera desaciertos de tu gobierno anterior habrán sido olvidados. Serás el Conde depuesto que prefirió llamarse a silencio antes que desatar una guerra civil en su condado; el hombre que renunció al poder para, anónimamente, colaborar en la defensa de Freyrstrande contra los Wurms. Todos amarán esa imagen, de modo que procura merecer tal amor; ¿de acuerdo?

      Así diciendo, Balduino extendió su diestra hacia Arn, invitándolo a sellar un acuerdo. Lástima que la expresión bobalicona de Arn hacía pensar que no entendía una sola palabra del discurso del pelirrojo, como si éste hubiera hablado en súndaro. No obstante, tal vez por instinto o por inercia, finalmente estrechó la mano de Balduino. Fue un apretón de manos flojo; hasta la diestra de Kehlensneiter era más agradable de estrechar. Pero, como fuera, se había concretado un pacto; y al menos en el corto plazo, Balduino tendría sobrados motivos para arrepentirse de ello.
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publicado por ekeledudu a las 13:41 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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