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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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17 de Octubre, 2012    General

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      Balduino había proyectado, ese día, ir a ver a Gudrun; así que fue por Svartwulk y, de paso, sacó también a Slav para que anduviera un poco por ahí a su capricho, si su amo no se dignaba ir a Kvissensborg, posibilidad más que remota, por otra parte. En eso se acercó Tarian, con evidentes intenciones de decirle algo.

         -Retrocede un poco, Tarian, ya conoces a este animal... Ya estoy contigo-previno el pelirrojo.

         Tarian no necesitó hacerse repetir la sugerencia. Todos en Vindsborg, por supuesto, eran muy cuidadosos en lo referente a Svartwulk, y muy pocos simpatizaban con Terafá, pero sólo a Tarian parecían ambos poco menos que auténticos monstruos de pesadilla. Cualquier cosa que lo hubiese traído hasta allí, debía ser muy importante, porque había olvidado toda precaución al acercarse; si bien ahora, exageradamente, parecía querer alejarse del caballo unas cuantas leguas.

         -A ver, Tarian, dime...-lo instó Balduino, acercándose a él.

           Tarian lo llevó afuera y, acuclillándose, dibujó algo en el suelo húmedo. Acto seguido se hizo un lado para que el pelirrojo pudiera apreciarlo. Aparentemente, el dibujo representaba dos peces, uno debajo del otro y nadando en direcciones opuestas; sin embargo, esto a Balduino decía muy poco, hasta que lo asaltó una sospecha.

          -¿Debo suponer que eso son delfines?-preguntó sonriente, burlón casi; y cuando Tarian asintió, la sonrisa cedió paso a una estruendosa carcajada-. Muy bien alimentados esos delfines tuyos, por cierto.

             Pero al menos el torpe dibujo cobraba ahora sentido: era el símbolo de la amistad entre los marinos, o al menos entre los Kveisunger. Para Balduino, que prácticamente no conocía otros marinos que estos últimos, venía a ser lo mismo.

         Tarian desnudó entonces sus bíceps, llevándose alternativamente la palma de una mano al bíceps del brazo opuesto, exhibiendo los de Balduino, los rozó con la diestra.

          -¿Tú quieres que nos tatuemos los delfines?-preguntó Balduino, asombrado; y lo conmovió ver a Tarian asentir vehementemente-. Bueno, Tarian... Para mí es un honor inmenso y, por supuesto, acepto; sólo que tendrá que ser otro día, porque...

            Se interrumpió. Ese día, por supuesto, él tenía intenciones de ver a Gudrun; pero tiempo atrás, Tarian se había desollado los bíceps frotándolos con un fragmento de piedra pómez para borrarse tatuajes anteriores. Y, según sabía Balduino ahora, para reemplazarlos por otros. Debía haber sido una operación muy dolorosa. Balduino la veía ahora como un sacrificio en nombre de una amistad que el muchacho se disponía a perpetuar en nuevos tatuajes. Por lo tanto, sintió que posponerlo para otro día sólo porque él quería visitar a Gudrun, era un poco como pisotear o desdeñar ese sacrificio.

           -...porque... Bueno, porque, después de todo, para Hendryk también es día libre, ¿no?, y creo que...-balbuceó.

          Bastó esa frase inconclusa para que Tarian corriera a buscar al tatuador. Pareció que Balduino podría visitar a Gudrun como era su deseo porque, francamente, Hendryk no tenía el menor deseo de hacer tatuaje alguno en la piel de Tarian, ni ese día ni nunca: todavía se hallaba ofendido. Efectivamente, le era muy difícil perdonar al muchacho-pez la frialdad con que se había deshecho de sus tatuajes previos; lo veía como un intolerable ultraje a su arte. Balduino siguió con la mirada a Tarian mientras éste perseguía al tatuador por toda la playa, capturando ocasionalmente su mano y tironeando de ella mientras lo miraba suplicante. Iba a intervenir en la escena cuando Hendryk, al parecer, se ablandó. Tarian se inclinó y dibujó en la arena algo que obviamente debía ser el motivo a tatuar. Hendryk meneó la cabeza con obvio disgusto. 

            Por último, Tarian, por señas, logró convencer a Hendryk de que lo siguiera, y lo condujo hasta donde aguardaba Balduino.

        -No tienes que hacerlo hoy, si no quieres, Hendryk-aclaró este último.

         -Ah, ¿tú sabías que este idiota iba a pedirme que le hiciese un tatuaje? No tiene vergüenza, después de borrar sin consideración los que ya tenía-gruñó Hendryk-. Pero en fin, accedo sólo porque se trata de él, que a cualquier otro le partiría la cabeza... Y mejor lo tatúo pronto, antes de que me arrepienta... Si es que consigo entender lo que quiere este niño bonito...

          -Los Delfines, Hendryk. Quiere que nos tatúes los Delfines, en sus bíceps y en los míos.

           El rostro de Hendryk se petrificó de asombro, antes de torcerse en una mueca de incrédula burla.

          -¿Así que esos toneles que dibujaste eran delfines?...-preguntó, volviéndose hacia Tarian-. Bueno, siendo así, intentaré olvidar con qué indiferencia te despojaste de los tatuajes anteriores; porque, la verdad, en nombre de la amistad, son admisibles muchas barbaridades... ¡Pero-advirtió, de nuevo ganado por un breve arrebato de cólera- más vale que éste ni lo toques, o te frío a fuego lento como al pescado que eres!

         Tarian hizo con la mano un gesto que lo mismo podía interpretarse como una forma de desechar los temores de Hendryk, o como una manera de dar a entender a este último que sus amenazas lo tenían sin cuidado. El tatuador, por lo visto, eligió la primera interpretación, y Balduino no quiso ponerla en duda aun cuando, resignado, tuviera que posponer por ello su visita a Gudrun.

         El día estaba nublado y más bien ventoso; por lo que Hendryk eligió, para iniciar su labor, un sitio allí mismo, a la intemperie, donde hubiera luz suficiente para ver lo que hacía, y que además estuviera a resguardo de las molestas y constantes ráfagas que levantaban arena que no pocas veces entraba en los ojos. Se instaló, en suma, al amparo del lado externo de la pared sur de Vindsborg, junto a la entrada de la herrería.

        -A ver, Tarian, ven aquí-gruñó, en cuanto estuvo allí con sus instrumentos-. No es que me quede demasiado pigmento-advirtió-, así que me tendré que arreglar con lo que haya. ¿Preferirías vuestros delfines de color...?-preguntó, vacilante-. Negros-se respondió a sí mismo-. Os los haré negros.

          -Un momento, ¿no tenemos derecho a...?-empezó Balduino.

         -No. No tenéis-replicó Hendryk-. El tatuador soy yo, ¿no? Entonces, yo decido qué tatuaje estoy dispuesto a hacer, y cuál no.

          -Espera, Hendryk, espera... Somos nosotros quienes llevaremos eso en la piel, tenemos derecho a elegir...

         -...si vais a llevarlo o no. Nada más-concluyó Hendryk, con sonrisa maligna-. Vuestros derechos terminan allí. Tengo para ofreceros delfines negros, quizás con alguna pizca de rojo o dorado; lo tomáis, o lo dejáis. ¿Qué iba a tatuaros, delfines verdes?... Urgh.

          -Hendryk, si no nos haces los tatuajes tal como nosotros los queremos, ¿qué tendrá de raro que después, piedra pómez en mano, procedamos a deshacernos de ellos?...

         -¡Ni hablar!...-bramó Hendryk-. Para evitar tamaño sacrilegio es que de entrada expongo qué estoy dispuesto a tatuar y qué no. Si sabiéndolo aceptas tatuarte como exijo y te deshaces después de los tatuajes, ¡me reservo yo el derecho a luego deshacerme de ti!-replicó Hendryk, sonriendo mucho, pero con expresión de monstruo marino pronto a engullirse una barcaza con tripulación y todo.

           -Dime al menos de qué otros colores dispones.

       -Negro, verde, fucsia, violeta, blanco... Además de un poco de esto y otro poco de aquéllo...

         -Cinco colores, Hendryk, cinco, y resulta que no podemos elegir.

          -¡NO!... Mandas sobre mí en muchas cosas, pero no en  mi arte. Y ahora, te dejas de rebuznar y decides de una vez si te dejas tatuar o no. Y me dejas en paz, o te hago picadillo.

           -¿Ah, sí?... ¿Ah, sí?... ¿Conque ésas tenemos?-exclamó Balduino, en tono desafiante y agresivo. Los puños de Hendryk de verdad eran de temer, pero eso a él no le importaba en lo más mínimo en este momento-. ¡Muy bien!... Quieres pelea, y yo te la daré.

          Tarian resopló cansadamente, y fue a sentarse contra la pared. No podía decirse a sí mismo pacifista, porque la lucha formaba parte de la supervivencia, a menudo dependiendo ésta de aquélla; pero los seres de tierra firme, los humanos sobre todo, le resultaban bien raros en ese aspecto, ya que peleaban por cosas realmente insólitas, y a veces hasta por diversión. Y él era la excepción a una regla, ya que prácticamente todo Vindsborg vino a arracimarse en cuanto cundió la noticia de que de nuevo Balduino y Hendryk se confrontaban a golpes. Más tarde, todo el mundo coincidiría en que había sido una de las peleas más espléndidas que habían visto en mucho tiempo, y eso dará una idea de la motivación de ambos contendientes. Sin embargo, cuando por último no restaba el menor resuello a ninguno de los dos, fue obvio que tendrían que avenirse a una reconciliación. Por desgracia, cada uno de ellos persistía en defender su postura con tanta fiereza como al principio, así que acordaron que la decisión de Tarian dirimiera la cuestión. Pero cuando el joven dio a entender que para él estaba bien cualquiera que eligiera Balduino, Hendryk protestó: que Tarian se decidiera por un  color determinado, sin saber cuál escogería Balduino... Tarian no quiso saber nada, y entonces, tras otra larga discusión que pareció preludio de un segundo combate, se convino en elegir un mediador. Nueva discusión: ¿quién sería ese mediador?... Fray Bartolomeo, a quien todos habían olvidado, que había visto bastante y estaba ya harto, se adelantó en el momento en que las trompadas parecían, una vez más, a punto de reanudarse.

          -De esto, de reconciliar, se ocupa la Iglesia-gruñó.

          La idea de que el cura oficiase de mediador no hacía mucha gracia a Balduino ni a Hendryk, quienes se veían venir un interminablesermón previo acerca de la indignidad de la violencia; y sin embargo, no tuvieron más remedio que aceptar, pues era el único cuyo juicio sería sin dudas imparcial.

         No hubo sermón previo. Tal vez Fray Bartolomeo tuviese prisa, aunque, según sevio más tarde, otra razón podía llamarlo a silencio respecto al uso de la violencia. De cualquier modo, fue directo al grano. Se le explicó lo que desconocía de la situación: el origen exacto de la gresca, y entonces refunfuñó:

        -¡Y todo esto por un vulgar tatuaje; por un ornato más propio de paganos que de gentes civilizadas!... En fin... A ver, hereje: ¿de qué color lo querías tú?

         -Negro-replicó el interrogado. 

          -¿Neg...?-preguntó el cura, genuinamente desconcertado. Algo se le escapaba-. ¿Y tú, Hendryk?

          -¡Negro, pues!-repuso el tatuador-. Ya os lo dije.

            Fray Bartolomeo quedó estupefacto.

           -¿Cómo que negro?...-preguntó-. A ver si puedo entender esto, empecemos de nuevo: ¿de qué color lo querías tú, hereje?

          -Eh... Bueno, negro-contestó el pelirrojo, de mala gana.

           -¡Negro!... ¿Y tú, Hendryk?

           -Negro.

           El público de ocasión había empezado a reír en voz baja y ahora cada vez más fuerte, pero Fray Bartolomeo no encontró cómico el asunto.

      -¡PERO VOSOTROS ESTÁIS BURLANDOOS DESCARADAMENTE DE MÍ!-estalló.

         -¡No quiero burlarme, hermano, no quiero burlarme!-replicó Balduino, impaciente-. me encanta el negro, ¿cómo podría ser de otra manera? ¡Si es el color de mi armadura!... Además, tampoco es que haya tanto para elegir. El verde, para un delfín, se ve horrible; el fucsia y el violeta son colores de puto; el blanco, de muertos... Ni pensar en usar cualquiera de ésos. No, negro está bien.

          -Sea negro, entonces-gruñó Fray Bartolomeo, dando media vuelta en un gesto que manifestaba claramente que lo que de verdad era negro de allí, por no decir tétrico, eran sus actuales intenciones. Un día de éstos, lo mato, reflexionó, y tenía que esforzarse mucho para conseguir que no fuera ése el día del anhelado asesinato.

          -Entended, hermano, era una cuestión de principios-se justificó Balduino.

            -O de ganas de buscar cuerda. Y te has dado el gusto: la encontraste, y de sobra. Así que déjame en paz de una buena vez-rezongó el cura, alejándose.

         Balduino empezaba a sentirse un poco tonto, y escudriñó las miradas de los otros, en un intento por descubrir qué pensaban ellos. Halló de todo. Los Kveisunger no parecían interesarse por la tontería o inteligencia de Balduino en todo el asunto: estaban satisfechos de haber presenciado tan magnífica pelea, y si el pelirrojo la había provocado adrede e innecesariamente, tanto mejor: se podrían decir muchas cosas de él, pero no que careciera de agallas, y lo había demostrado una vez más. Ursula debía pensar más o menos del mismo modo, y los Björnson estaban de guardia, pero sin duda hubieran compartido ese sentir. Snarki parecía francamente aturdido, y era obvio que, para él, los pretendidos principios de Balduino no tenían pies ni cabeza; y aunque Thorvald se mostraba enigmático, debía compartir el pensamiento de Karl. Este, mirando a Balduino con cierta aflicción, parecía preguntar: ¿Era de verdad necesario todo esto, señor Cabellos de Fuego?...

          Pero quien de verdad lo hizo sentirse sumamente estúpido fue Tarian. Este ofrecía ahora su bíceps derecho a Hendryk (quien, dicho sea de paso, ni se había lavado el rostro antes de poner manos a la obra, como si nada anormal hubiese ocurrido) para que éste empezara a tatuar, y clavaba en el pelirrojo tal mirada irónica, que hasta una estatua se habría sentido imbécil, de ser observada así.

            -Una cosa es que yo elija algo, y otra muy distinta, que me la impongan-siguió alegando en su defensa, cada vez más incómodo.

        -Si tú lo dices...-replicó hendryk, creyendo que le hablaba a él-. Pero suerte que elegiste lo correcto, porque de otro color no iba a hacerte nada. Y ahora, cierra el pico, que preciso concentrarme.

        Balduino iba a replicar algo, pero lo detuvo la mirada de Tarian, más irónica que nunca. ¿Te pondrás a pelear de nuevo, pedazo de idiota?, parecía preguntar, con alarmante franqueza. Y como Balduino, después de todo, no estaba tan seguro de no haber sido un poco tonto, consideró que no era imprescindible, ni mucho menos, seguir haciendo gala de su tontería, y se calló.

          Unos diez minutos llevarían así, solos los tres -pues los demás se habían dispersado concluida la mediación de Fray Bartolomeo-, cuando, de repente, apareció Hijo Mío a la carrera:

         -¡SEÑOR, MI SEÑOR BALDUINO!... ¡VENID PRONTO, NO CREERÍAIS SI OS LO DIJERA!...

       Hendryk interrumpió su labor, y se volvió hacia él hecho una furia:

        -¡SILENCIO, MIERDA, SILENCIO!-bramó-. ¿CÓMO DEMONIOS SE PRETENDE QUE HAGA BIEN MI TRABAJO, SI NO PARÁIS DE FASTIDIAR?... ¡¡¡SILENCIO!!!... ¡NO ES PEDIR DEMASIADO, ME PARECE!...

          Todo indicaba que hasta un Jarlwurm en día de mal humor era menos peligroso que un artiste temperamental que no conseguía trabajar en paz. Emmanuel no se atrevió ya a decir esta boca es mía. De hecho, apenas si se atrevió a moverse para mirar a Balduino y pedirle, por señas, que lo siguiera, cosa que el pelirrojo hizo enseguida, en vista de que tenía una larga espera antes de que le llegara su turno de tatuarse.

        Por el camino pasaron junto a Arn, quien se había acurrucado en posición fetal contra la pared de Vindsborg, y era la viva imagen de la hosquedad.

         -¿Todo bien, Fúlnir?-preguntó Balduino al paso, un tanto distraídamente.

          Con cara  de muy pocos amigos, por no decir ninguno, Arn alzó la cabeza, sorprendiendo a Balduino, quien por primera vez advirtió que el depuesto Conde tenía ahora, no ya uno, sino ambos ojos morados. Le costó reprimir la risa: cualesquiera santas virtudes que tuviera Fray Bartolomeo, por lo visto la paciencia no figuraba entre ellas.

          No sé de que me divierto tanto-reflexionó-. Si Fray Bartolomeo lo hubiese puesto en cintura, tener aquí a Arn sería más llevadero... Pero dudo de que haya tenido más éxito que yo. Mira esa cara larga que pone el muy bobo.

         -¡Allí, señor!-exclamó bruscamente Emmanuel.

         Balduino miró en la dirección indicada por el egipcio, y lo que vio, asombroso e increíble, lo tomó por descuido, de modo que pegó un respingo y abrió tamaños ojos. Porque desafiando toda lógica, el impredecible y fiero Svartwulk, que jamás permitía que se le acercara nadie, excepto su amo, estaba pegado a Ljottur, cuya crueldad hacia los animales conocía  tan sobradamente el pelirrojo. Ljottur se abrazaba al cuello del caballo casi con desesperación, como si el animal fuera una mascota muy querida y estuviera a punto de perderla, mientras Svartwulk le babeaba el hombro, casi tan emocionado como solía hallarse frente al propio Balduino. 

       Este miraba una vez, volvía a mirar, y seguía sin poder creerlo.

         -Esto es cosa de brujería-musitó débilmente.
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publicado por ekeledudu a las 16:32 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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