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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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19 de Junio, 2013    General

CCXV

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      Cuando al día siguiente Wjoland y Hrumwald escucharon los golpes en la puerta de la casa de Herminia, adonde vivían con la anciana, seguían dudando de quién sería la tercera persona a la que se había referido Balduino, y se preguntaban, incluso, si no sería el propio Hrumwald. Así que, cuando éste abrió la puerta, lo primero que hizo después de invitar a Balduino a pasar, fue mirar hacia el exterior en busca de otra persona; pero no había nadie más en el umbral.

        -Arn quedó con los caballos-aclaró Balduino.

        -¿Arn?-preguntó Hrumwald, perplejo.

         -Sí, Arn, ¿por qué? ¿Qué ocurre?

          -Nada, sólo me preguntaba si será la persona más adecuada para... para...

        -Oh, sí, ¡vaya si lo es!-respondió Balduino-. Además, no era cosa de romperle el corazón dejándolo atrás, ¿no?, con lo entusiasta que se veía por acompañarnos.

         Del inmenso "entusiasmo" de Arn se cercioró personalmente Wjoland cuando, más tarde, acompañó a Balduino hasta el sitio donde Arn montaba guardia montado sobre Slav y con Svartwulk a su lado. Este último no paraba de bufar como con disgusto y desdén, acaso protestando por la gentuza en cuya compañía lo había dejado el pelirrojo. El ex conde tenía el rostro hinchado y amoratado. De hecho, lo que tenía roto, más que el corazón, era precisamente la cara, y era obvio que semejante demolición formaba parte de los argumentos persuasivos de Balduino. Porque sin duda, Arn había empezado negándose: ¿él, un elevado señor, rebajándose a hacer de lacayo del ingrato de Balduino, tan traicionero, tan felón, que hasta había mantenido oculta a una fugitiva?... ¡Sólo estando muerto! Ahora bien, para desgracia de Arn, esto no había sido un gran inconveniente para Balduino, quien, puñetazos mediante, pareció abocarse de lleno a convertirlo en cadáver para subsanar el detalle. Por supuesto, Arn acabó capitulando: había intentado defenderse, pero un simple noble, tan inexperto en eso de pelear a puño limpio, ni en sueños era adversario serio para alguien entrenado en las más arteras y sucias técnicas de lucha Kveisung; y tan harto tenía a Balduino, que éste había mandado de paseo todo código de lucha caballeresca, toda la loable hidalguía que solía caracterizarlo.

         Por todo lo cual, Arn era ahora la imagen misma de la docilidad: haría cuanto Balduino quisiera, pero que, por favor, ya no volviera a pegarle.

          -Bueno, Fúlnir-le decía ahora el pelirrojo-: te toca el honor de llevar esto...

         Arn agarró maquinalmente lo que se le daba. Era un palo bastante largo... O al menos lo era desde el punto de vista de quien ha recibido una paliza el día anterior y todavía se siente tan dolorido y semiaturdido, que nada más le importa. Era un palo largo y pesado, y cruzado por otro cerca de la punta. Por supuesto, técnicamente no estaba imposibilitado de identificar de qué se trataba en concreto, o la finalidad que cumplía el armatoste; sin embargo, si uno está demasiado concentrado en algo (en este caso, soportar el dolor tan viril y dignamente como fuera posible, y replantearse el comportamiento a adoptar en lo sucesivo), lo más probable es que apenas si preste atención a cualquier otra cosa.

        Balduino montó sobre Svartwulk y tendió la mano a Wjoland para que subiera también y se acomodara en la grupa. Ella lo rechazó cortésmente.

         -Gracias, tengo mi propia cabalgadura-dijo.

          En ese momento vio Balduino a Hrumwald, de pie, conduciendo de la brida a su caballo blanco. Se preguntó a qué obedecería aquello, si a un gesto de generosidad por parte de Hrumwald, o a un ataque de celos que le aconsejaba impedir que Wjoland viajara aferrada a la cintura de otro hombre, o a un rechazo por parte de la propia Wjoland a recorrer así el trayecto hasta la desembocadura del Viduvosalv. Tal vez fuera todo ello junto, pero reflexionando sobre los hipotéticos celos de Hrumwald, no pudo menos que sonreír, recordando que el año anterior había sido él el celoso, en la creencia de que el porquero cortejaba a Gudrun.
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publicado por ekeledudu a las 13:56 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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