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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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08 de Junio, 2011    General

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      Los egipcios hicieron sentir su presencia en todas partes y de muchas maneras ese día. Según lo convenido, Anders se llevó a Kvissensborg a su amigo El Saltamontes. Allí se quedaron ambos a almorzar para alegría de Lyngheid, cuyo amor hacia su esposo no hacía sino crecer y saltaba de alborozada emoción cuando lo tenía allí.

        Balduino, por su parte, invitó a almorzar a José tras algunas vacilaciones. El presunto Conde del Alto y Bajo Egipto aceptó y acudió  en compañía de Emmanuel, su hijo menor. Esto no fue muy del agrado de Balduino: a Emmanuel no lo había invitado, pero por cortesía y porque, después de todo, mejor Emmanuel que Santiago, su tío, prefirió no hacer comentarios al respecto.

        -Así que vais a Drakenstadt-dijo en medio de la conversación-. No creo que sea buen momento, sin embargo... Estais enterados, supongo, de la guerra contra los Wurms. Drakenstadt está entre las ciudades más atacadas.

        -Por eso vamos, señor-contestó José-. Uriel quiere unirse a... unirse a...

        -Al ejército-precisó Emmanuel.

       -A ejército-repitió José.

        -¿Uriel?... ¿Y quién és?-preguntó Balduino.

        José lo miró muy serio y asombrado.

         -Hijo mío el mayor-contestó.

          Costaba a Balduino recordar que El Saltamontes se llamaba en realidad Uriel, tan exacto le quedaba el apodo como si no fuese tal, sino a la vez una condición y un verdadero nombre. Aquel sujeto estilizado y saltarín daba la impresión de estar más hecho para la danza que para la guerra.

        -Si le basta con comida y alojamiento, puede quedarse aquí, con nosotros. Sueldo no puedo pagarle, por desgracia-dijo Balduino, quien dudaba de que El Saltamontes pudiera serle de alguna utilidad, pero que en auténtico combate en Drakenstadt tal vez no sobreviviera ni un día. Ya que era amigo de Anders, convenía intentar preservarle la vida.

         -¿Por qué?... ¿Mucho vienen aquí Wurms, mucho combate?-preguntó José, perplejo.

          -Pues aún no han venido ni una sola vez, afortunadamente, pero nunca se sabe...

          -¡Ah, ah... Entonces muchas gracias a ti, pero no, señor!-respondió José-. Uriel busca...

           -Acción-especificó Emmanuel.

        -¡Acción, sí, esto es!...-exclamó José-. ¡Ah, hijo mío!-añadió, colocando orgulloso una mano sobre el hombro de Emmanuel, quien sonrió con timidez-. Qué yo haría sin este hijo mío, ¿no?...

         -Ajá...-contestó Balduino, no sabiendo qué otra cosa contestar.

        Pero empezaba a comprender que José se hubiera hecho acompañar por una segunda persona a aquel almuerzo, ya que por lo visto, entre las cosas que no podía hacer aquel egipcio sin su hijo, o al menos sin alguien que hablara fluidamente cernio o Bersik, figuraba la comunicación. Ambos idiomas se le dificultaban bastante.

         -¿Está la comida a vuestro gusto?-preguntaba el pelirrojo cada tanto.

           -Pero señor, ¡cómo no me dijisteis que ya no teníais más vino!...-exclamaba Ursula, cuando veía vacía la copa de José o la de Emmanuel; y en alguna de estas oportunidades guiñó el ojo a Balduino, por encima de la persona de la que oficiaba de escanciadora en ese momento.

         Porque Balduino quería que se sintieran ambos tan bien tratados como fuera posible. En parte, cómo no, por amabilidad, por el parentesco de ambos con El Saltamontes, y porque éste era amigo de Anders; pero también para sondearlos un poco, y porque para hacerlo adecuadamente era mejor hacerlos sentirse en confianza. En este sentido, consideraba afortunado no disponer de una mesa en la que servir a sus invitados conforme a las normas habituales. Sentada a una mesa, la gente no actúa de manera natural; está pendiente de sus modales, de no meter la pata, de agradar al anfitrión. Balduino, en cambio, había preferido que el almuerzo se sirviese afuera y que inclusive se encendiera un fuego en el que mantener caliente la comida. En aquel ambiente de fogón, José y Emmanuel se conducían sumamente espontáneos. Balduino, por supuesto, había dado muestras muy convincentes de lamentar muchísimo no disponer de una larga mesa, pero si una sola y gran mentira bastase para merecer el Infierno, con aquélla él ya habría sido destinado a la más profunda y llameante fosa de las regiones inferiores.

         -¡Ah! ¡Gran comida, gran comida!...-exclamó José, a la vista del tazón lleno de apetitoso estofado de ciervo que le sirvió Ursula-. Por cierto, ¡hijo mío gran cocinero, también!

           Emmanuel volvió a bajar la cabeza con timidez. Dio también impresión de ruborizarse. Se dice que las personas de piel más bien oscura no se ruborizan, pero Balduino estuvo seguro de haberlo visto, en más de una ocasión a lo largo de aquel almuerzo, ponerse más colorado que las brasas del fogón.

          -¿Lleváis mucho tiempo viajando?-inquirió Balduino.

        -¡Toda una vida, señor!-contestó José.

         -Estoy curioso. ¿Cómo sobrevive un alto Conde, tan lejos de su baronía, en viaje hacia tierras cada vez más remotas y durante tanto tiempo?

        José sonrió.

         -Egipcios nos... ¿cómo dícese?... ¡nos arreglamos!-exclamó, los ojos brillándole por algo que Balduino creyó identificar como orgullo de raza-. Egipcios chalaneamos. Egipcios cesteros. Egipcios afiladores... ¡Hijo mío, gran afilador!... ¿Queréis afile espada vuestro?

         Antes de que Balduino pudiera responder que espada vuestro no necesitaba ser afilada, Emmanuel, muy emocionado y ansioso, exclamó:

         -¡Oh, sí, señor... por favor! ¡Permitidme hacerlo!

           -Cálmate, muchachito-replicó amablemente Balduino-, y mejor deja que mi escudero o yo mismo nos encarguemos de eso: no puedo pagarte.

        -¡Pero lo haría sólo por el honor de serviros, señor! ¡Por favor, concededme esta gracia! ¡Jamás afilé la espada de tan alto señor!

          En vista de que el tan alto señor lucía bastante informal, por no decir harapiento, era razonable suponer que ante la pompa y el lujo del palacio del Rey de Nerdelkrag, Emmanuel habría desmayado de emoción; pero todo fuera con tal de ponerlo contento.

          -Que alguien que no está a mi servicio se desviva sin embargo por servirme, hace que el honor sea mío, Emmanuel. Sea: afilarás mi espada-accedió; y por lo pronto, no en el palacio del Rey de Nerdelkrag, sino allí mismo, el adolescente egipcio pareció a punto de desmayarse de emoción.

        Esta gente es rarísima, decidió Balduino. Seguía sin hallar nada malo en ellos. Tal vez, en casos extremos, fueran capaces de recurrir al robo; pero ¿quién no en trances así, después de todo? Sin embargo, no era ésa la primera opción que elegían para sobrevivir: estaba seguro de que realmente se las ingeniaban ejerciendo las diversas actividades enumeradas por José... pero seguían siendo rarísimos.

          -¡Grifo!-exclamó de repente José, muerto del susto, señalando a Held, que se acercaba, junto con Terafá y los perros de Hundi, a recibir las sobras de la comida.

         -No pasa nada, es mío y es manso-explicó Balduino.

          José abrió tamaños ojos.

          -¡Domáis animales!...-exclamó maravillado-. Hijo mío también-y palmeó las espaldas de Emmanuel, quien notó que ahora todo el mundo lo observaba con curiosidad, y se sintió muy incómodo por ello.

        Cocinero... Afilador de espadas... Domador de animales... ¿Hay algo que Hijo Mío no sepa hacer, por casualidad?, se preguntaba Ulvgang, quien había comenzado envidiando a José por poder elogiar tan libremente a su retoño como a él le habría gustado elogiar a Tarian, hacerle saber cuánto lo amaba y valoraba. Pero ahora empezaba a sospechar que tras tanta alabanza había gato encerrado. El hijo mayor de José, El Saltamontes, parecía no existir si de recibir loas de su padre se trataba. ¿Por qué todas las acaparaba Emmanuel, el hijo segundo? ¿Habrían disputado progenitor y primogénito?

        -Porque además, nosotros actores ambulantos. Unos hacen música, Uriel baila... Emmanuel hacía acto de circo con oso. Lástima que luego oso murió.

          Aquello venía a confirmar las impresiones de Balduino en cuanto a que El Saltamontes tenía más aspecto de danzarín que de guerrero: no sólo lo parecía, sino que lo era... Pero José seguía sin interés de hablar de su primogénito:

          -Hijo mío gran talento domando animales-declaró orgullosamente, palmeando las espaldas de Emmanuel, quien de nuevo sonrió con timidez y bajó la cabeza.

           Balduino reflexionó acerca de cuán extraño era que el mayor experto en música y danzas no fuese también Hijo Mío.

          -Podrías exhibirnos tus habilidades, muchacho-gruñó Honney, de muy obvio mal talante. Se notaba que también él estaba harto de tanta alabanza a Hijo Mío, pero ni éste ni su padre se dieron por enterados.

         -No tengo animales a mi cargo en este momento-repuso Emmanuel.

         -¿Y?... ¿Acaso no tienes un grifo ahí mismo para demostrarnos tus habilidades?

         Balduino se disgustó con Honney: ¿qué quería éste, que Held devorara a Emmanuel, lo que seguramente sucedería si el joven egipcio se acercaba al grifo?... Pero no intervino enseguida, pues quería oír la respuesta del muchacho, que resultó sabia aunque vacilante:

         -Pero es que las cosas no se hacen así. Hay que lograr primero que cada bestia se acostumbre a uno de a poco. Acercarse así a un depredador adulto, pretendiendo que éste lo obedezca sin más, es una locura y un suicidio.

          -Muy bien dicho, Emmanuel-aprobó Balduino-. Tampoco yo lo haría. Curiosa contradicción: es muy valiente de tu parte no incurrir en temeridad sólo por no demostrar cobardía.

           El semblante de Emmanuel se iluminó, pero Balduino ni se dio cuenta, pues estaba muy ocupado fulminando con la vista a Honney. Este ni se inmutó: las miradas que intercambió con los Björnson, con Andrusier, con Hundi y con algunos más, decían que al menos ahora podían estar seguros de que Hijo Mío realmente tenía cierta experiencia en eso de domar animales, y que su pretendido talento no era mera jactancia paterna.

          Por lo demás, dos cosas quedaron bastante claras al final de aquel extraño almuerzo. La primera era que aquellos egipcios eran, en conjunto, inocentes. Tal vez hubiera entre ellos alguna manzana podrida, como en cualquier otra comunidad, pero sospechar del grupo entero era absurdo. José podía ser embustero al conferirse a sí mismo títulos nobiliarios que ni remotamente poseía, pero con ello al menos no buscaba más que darse aires.

          Y la segunda conclusión era que, evidentemente, nada había que Emmanuel no fuera capaz de hacer. Cocinaba, afilaba espadas y domaba bestias salvajes, era voluntario si había que ir al arroyo a buscar agua, rastreaba presas en la espesura del bosque, conocía de hierbas curativas. Si algo se rompía, Hijo Mío se da maña reparando cosas; si muela podrida, Hijo Mío extrae sin dolor. E incluso, quizás, si Universo se desploma y Dios toma vacaciones, Hijo Mío en seis días crea todo de nuevo...

          Cuando más tarde volvió Anders junto con su amigo egipcio, Balduino lo llamó aparte y le preguntó:

         -¿Hiciste como te dije? ¿Le mostraste las mazmorras?

        -Sí-contestó inexpresivamente Anders.

         -Perfecto. De cualquier manera, para tu tranquilidad, te comunico que luego de hablar hasta por los codos con José, he llegado a la conclusión de que éste es un buen hombre, aunque extraño como una gallina cuadrúpeda.

         -Qué bueno...

         -Sabes, he pensado que podríamos aprovechar que estos egipcios van camino hacia el Oeste para sacar de aquí a Wjoland. Por muy vigiladas que estén las fronteras de Thorhavok, y es muy dudoso que lo estén, los hombres de Arn no pensarán en buscar a una fugitiva entre un montón de egipcios; eso, claro, si es que recuerdan siquiera que tal fugitiva existe y tienen en cuenta la posibilidad de que siga viva después del invierno que tuvimos... Así que habría que acercarse a los de Hermini y avisar a Wjol...-se interrumpió al ver que Anders se mostraba ausente y lejano-. Eh, hombre, despierta, te estoy hablando-añadió, agitando la diestra ante la vista de Anders para que éste reaccionara.

         -¿Eh?...-Anders pareció despertar de un sueño muy prolongado-. Oh, disculpa, ¿qué me decías?...

         -Anders, ¿qué te ocurre?... Estás raro. ¿Sucedió en Kvissensborg algo que no me dices?

          -No, no, no pasó nada.

         -¿Seguro?... Anders, tal vez temas perjudicar a tu amigo El Saltamontes y, no obstante, estés enterado de algo escabroso que lo involucra. Si así fuera, te doy mi palabra de Caballero, te juro por mi honor, que tendría en cuenta...

          -Balduino, no sé de nada escabroso, ni de El Saltamontes ni de nadie más-respondió Anders, sonriendo débilmente-. Estoy muy cansado, eso es todo.

         Balduino lo miró a los ojos, y en aquellas verdes pupilas leyó franqueza en lo referente a no saber de asuntos turbios, pero ya menos sinceridad al decir que simplemente estaba cansado. También supo, sin embargo, que Anders le pedía con la mirada que no insistiera con sus preguntas... Y un buen amigo es el que realmente escucha cuando alguien siente necesidad de hablar, pero respeta también el silencio del que desea callar.

         -Ve a descansar, Anders-concluyó Balduino.
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publicado por ekeledudu a las 12:54 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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