CL
¿Había sufrido Bruno lo que la ciencia de tiempos posteriores conocería como alucinaciones hipnogógicas y definiría como las que se producen en un estado de duermevela inmediatamente previo al sueño? Cuando despertó poco más tarde, no le cupieron dudas acerca de la realidad del incidente, ni se le ocurrió que pudiera ser producto, entre otras cosas, de la atmósfera deprimente del lugar, o de su propio estado de tensión emocional y nerviosa; y el recuerdo de aquellas sonrisas desdeñosas y malvadas volvió a perturbarlo en grado sumo, vivo símbolo del inmenso poder del Mal frente a la abrumadora insignificancia del Bien. tenía motivos muy concretos para sentir temor: llevaba más o menos tres meses en el frente de combate, y ya era muy fuerte en él el anhelo de desertar. Sabía que otros lo habían hecho. Quizás esos otros ya estuvieran a salvo, muy lejos del alcance de los Wurms e incluso de su simple recuerdo, matando el tiempo en partidas de caza, torneos y fiestas. Pero cuando para uno tienen más valor un nombre limpio de infamias, un alma pura y un honor sin tacha, tales pasatiempos son frivolidades, actividades vulgares, vacuas y carentes de sentido ante el llamado del deber. Y para su desgracia, Bruno oía nítidamente ese llamado. En dirección opuesta se hallaban Reiner, Gottfried y Hunnberth -si ellos habían sido en realidad, y no demonios que habían tomado sus apariencias-. Sus semblantes, horriblemente sarcásticos, resultaban la más siniestra de las amenazas, un anticipo de lo que le aguardaría si insistía en mantener el rumbo elegido.
No varió de posición corporal, pero su alma se puso de rodillas ante el Señor, en desesperada súplica de valor para seguir soportando hasta el fin, cualquiera fuera éste. Por alguna razón, acudió a su mente la imagen de Hildi, la hermana de Andy Anderson, tal como la recordaba de su brevísimo paso por El manantial de los unicornios: Hildi, dulce y bella, su amor secreto, inexpresado. Durante no más de un segundo, lo incomodó que una imagen profana perturbase su plegaria; pero ¿qué podía haber de impuro en un sentimiento así? El amor era sagrado, no profano... Y la imagen de Hildi le transmitía algo de la paz que tanto necesitaba.
La mantuvo en sus pensamientos hasta que la puerta del pabellón volvió a abrirse y entró precisamente Andy Anderson: nada menos que el hermano de aquélla en quien pensaba. No pudo evitar sobresaltarse, como si el adolescente lo hubiera pescado in fraganti abrazado a Hildi; pero superado el instante inicial, se alegró de tenerlo allí. Sus recuerdos en común del atribulado viaje a Drakenstadt a principios de enero, a través de cenagales infestados de Jarlewurms, los unían mucho, y habían pasado a ser muy valiosos, aun cuando incluyeran el doloroso episodio de la muerte de Wilfred, que Bruno seguía reprochándose.
-¿Qué te pasó en el brazo?-preguntó tras saludar a Andy, advirtiendo cierto vendaje.
-Nada, me cayó encima brea ardiente-repuso Andy, mirando el brazo vendado, el izquierdo, como en forma acusadora. Parecía recriminarle silenciosamente que se hubiera dejado alcanzar por el fuego Jarlwurm.
-La sacaste barata...
-Ni qué decirlo... Otros dos quedaron bañados... A uno le apagó las llamas uno de los Elderswarder, creo que el propio Hod Christianson, aunque no estoy seguro... Ese puede que se salve. El otro ya es menos probable, parecía una antorcha viviente, era horrible. Lo ayudaron el nuevo y otro de los Elderswarder...
-¿El nuevo?... ¿De quién estás hablando?
-Del egipcio.
Bruno enarcó las cejas, intrigado.
-¿Qué egipcio?...-preguntó.