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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
09 de Mayo, 2012    General

CXCII

CXCII

      La posada a la que finalmente fueron a dar Balduino, Anders, Hansi y Emmanuel, aunque de traza humilde, estaba bien enclavada en el corazón de Helmberg. Previamente, y por sugerencia de Anders, habían recorrido las barriadas más pobres, con la esperanza de irrumpir en medio de una gresca, hacer el papel de héroes y ser recompensados con alojamiento gratuito; pero en todas partes parecía reinar una inoportuna paz, y en cambio a ellos todo el mundo los miraba con manifiesta aversión y desconfianza. Estaba claro que se trataba de gentes de dudosa laya y no muy afectos a los Caballeros. Rodeados de personas así, Balduino y sus compañeros no necesitarían que Erik los mandase asesinar: la fauna que los rodeaba lo intentaría por su cuenta. Desde luego, durmieran donde durmieran, lo harían por turnos, con al menos uno de ellos velando el sueño de los otros tres; pero eso no era motivo para no procurarse una noche tan tranquila como fuera pòsible. Por lo tanto, salieron de aquellos arrabales hacia el centro de la ciudad, y de esa manera, sobre la mano izquierda,  vieron una modesta construcción con techo a dos aguas contra cuya fachada, con la espalda pegada a la pared, dormitaba una extraña figura tendida en el suelo, con el rostro cubierto tras un gran sombrero de paja que hacía evocar el de Thomen el Chiflado.

        Balduino y Anders se consultaron mutuamente con la mirada; pero como su escudero se veía tan indeciso como él, fue el pelirrojo quien por fin resolvió que aquella posada podía ser tan buena como cualquier otra. Así que, tratando de atraer la atención del muchacho dormido -a quien tomó, quizás con acierto, por un mozo de cuadra-, carraspeó, ligeramente al principio, más fuerte después, pero siendo evidente que podía seguir con su carraspeo hasta el Día del Juicio Final sin conseguir su propósito, decidió ser más directo:

        -Chico-llamó-. Eh, tú... El del sombrero... Trabajas aquí, ¿no?

           -¿Ah?...-respondió al fin el sujeto tirado en el suelo.

          La exclamación había sonado más como desganado mugido de vaca hastiada, que a servicial respuesta de empleado laborioso; y más o menos así de prestos y entusiastas fueron los movimientos del muchacho, que en primer lugar alzó un poco el gran sombrero de paja como para cerciorarse que de verdad le hablaban a él, y pareció muy decepcionado al constatar que sí.

         -Ah-volvió a mugir, incorporándose con exasperante cachaza entre bostezos y desperezos varios- Yo soy Rattele... No, no soy Rattele.

          -Bueno, ¿en qué quedamos: lo eres, o no?-preguntó Anders, impaciente. 

      -¿Ah?...-mugió por tercera vez Rattele, o como quiera que se llamase el extraño y perezoso espécimen aquel, cuya voz era propiamente la de un bobo.

          -¿Cómo te llamas?-preguntó Balduino, en tono de firme reclamo.

           -Rattele... Pero no me llamo así, no, no me llamo...

          -¡Pero no te estamos preguntando cómo NO te llamas!-exclamó Emmanuel, exasperado.

          -Calma, Emmanuel, calma...-dijo Balduino, apaciguador-. ¿Quieres decir que te dicen Rattele, pero no te llamas, así?

          -Ljottur Erlingson, sí, a vuestro servicio-dijo entre sonrisas estúpidas el muchacho, si eso era; porque su edad biológica constituía un misterio, aun cuando mentalmente parecía no alcanzar siquiera cinco años. Y al pronunciar aquellas palabras, por fin de pie y medianamente derecho, se quitó el sombrero al tiempo que se inclinaba leve y respetuosamente; con lo que al fin pudo vérsele bien el rostro.

        Y era, sin dudas, un feo rostro. Una larga melena rubia y un par de ojos azules no necesariamente son sinónimo de belleza. Eso ya quedaba en claro viendo a hendryk Jurgenson, y ahora el rostro de este Rattele venía a confirmarlo.

       Para empezar, seguía siendo un misterio su edad: lo mismo podía tener doce años que cuarenta. De lo que no quedaban dudas era que aquellos ojillos maliciosos de ningún modo eran los habituales en jóvenes de doce, veinte, veinticinco años: tenían la expresión dura, taimada y hasta corrupta de un hombre adulto y descreído de todo valor moral. Eso suscitaba desprecio en él, pero por otro lado se veía tan enclenque que inspiraba lástima. Su cuerpo esmirriado parecía el de un chico de doce o trece años, flacucho y pálido... ¡Al punto que, quizás, el mismísimo Adam Thorsteinson habría parecido todo un fortachón a su lado!... Su rostro era estrecho, prominente y afilado, más bien repulsivo; de hecho, recordaba en todo el hocico de un roedor, lo que explicaba su apodo, Rattele, que significaba ratita.

        Se babeaba de un modo a la vez patético y grotesco. Parecía imposible hallar un sujeto más repulsivo que aquél.

        Balduino estaba persuadido de que Svartwulk era casi humano; dicho sea esto, naturalmente, sin ánimos de ofender a tan noble corcel. Entre otras cosas, creía que cierto particular bufido de su caballo era una manifiesta expresión de repudio cuando algún individuo el caía especialmente mal. Y como a él mismo este Rattele le causaba una pésima impresión, quedó a la espera de dicho bufido. Se asombro de que el mismo no llegase pero, pensándolo bien, hasta un caballo tan inteligente tenía derecho a errar en sus juicios de tanto en tanto.

         -¿Trabajas aquí?-insistió Balduino.

         -Ljottur Erlingson a vuestro servicio-reiteró Rattele, repitiendo la deferente inclinación, siempre con el enorme sombrero entre sus manos.

            -¡Trabajas aquí!-exclamó Anders. ¿Estamos de acuerdo sobre este punto?, pareció preguntar su mirada.

      -Me llaman Rattele.

        -¡Que sí, hombre, que ya te entendimos!...-exclamó Balduino, impaciente; y ante el subsiguiente sobresalto de Rattele, se arrepintió de su pequeño estallido-. Lo siento, no quise asustarte. Mira: somos dos Caballeros que...

         -¡NO!-exclamó Rattele, presa de un súbito horror sin límites.

         Difícil hallar más estremecedor rictus de pánico que el que ahora deformaba el semblante de Rattele. Contagiados, Balduino y Anders echaron mano a sus aspadas y volvieron grupas, esperando, como mínimo, verse rodeados de enemigos armados hasta los dientes. Después de todo, estaban muy cerca de Erik, quien no les guardaba mucha simpatía que digamos. Cuando, desconcertados, se volvieron de nuevo hacia Rattele, éste huía calle abajo a una velocidad prodigiosa, como perseguido por todos los demonios del Infierno. Ni atinaron a intentar detenerlo; no tenían la menor idea de qué lo había asustado tanto. Y durante cosa de dos o tres segundos, el estupor paralizó las lenguas de los cabalgantes.

        Fue Anders el primero en recobrarse:

         -Debe ser la Maldición del Sombrero Enorme-sentenció-. Te pones uno de ésos y quedas chalado para toda la vida... Aunque ya calzarse un sombrero así es síntoma de locura, si lo piensas. Como sea, con éste ya conocemos dos casos.

        -Thomen no está loco-rebatió Balduino.

       -¿Y nuestro nuevo amigo roedor, tampoco?-preguntó Anders, en tono burlón-. Daba desde el principio la sensación de ser medio idiota, pero ahora creo que pone exagerado esmero en serlo sin remedio.

           -Hmmm...-murmuró Hansi, repentinamente atacado por un acceso de maligna hilaridad-. Medio idiota, lo que se dice medio idiota...

           No dijo más, pero A buen entendedor, pocas palabras... Anders no tenía precisamente fama de sagaz en Vindsborg, y él lo sabía de sobra. Todos lo sabían.

        De reojo y con creciente indignación, Anders observó a Hansi estremecerse y ponerse colorado bajo indecibles esfuerzos por reprimir la carcajada.

        -Como te rías tú también, te dejo de a pie-gruñó a Hijo Mío, quien, contagiado de Hansi, no podía evitar sonreír también-. Bueno, Balduino, ¿qué hacemos ahora?

         -Nuestros buenos y risueños escuderos podrían ir en busca del dueño de la posada-sugirió el consultado.

         Emmanuel,  impaciente por servir y hacerse notar a los ojos de su señor, descabalgó de inmediato, y Hansi hizo lo mismo para no ser menos. Ambos entraron en la posada atropellándose casi, y cubriéndose mutuamente de insultos. En ello estaban, cuando de algún rincón de la sombría posada surgió un vozarrón atronador:

        -¡FUERA DE AQUÍ, PESTES, QUE YA OS TENGO DICHO QUE NO TENGO NI TENDRÉ NADA PARA VOSOTROS!

      Una aparición habría asustado menos a Emmanuel y a Hansi que aquella reprimenda inesperada y proferida en tono desmedidamente brutal y amenazante.

        -E-E-Es que v-v-venimos como huéspedes... Nuestros s-s-señores a-aguardan afuera-tartamudeó Emmanuel.

       -¡RATTELE!... ¿HAS OÍDO? ¿DÓNDE ESTÁS, PEDAZO DE INÚTIL? SI NO QUIERES QUE TE ROMPA LOS HUESOS...

       -No está-interrumpió Emmanuel, ya más calmado; pero no sabiendo si se le creería o no, añadió:-. Se asustó y huyó.

         Y casi tanto como antes el mismo Rattele se asustaron Emmanuel y Hansi cuando se oyó un fuerte crujir de tablas de madera del piso, y de una habitación contigua apareció una figura descomunal, semejante a un ogro de cuentos de horror, riendo de manera desagradable.

         -Huyó, ¿eh?... Bien, parece que yo mismo tendré que hacerme cargo. ¡Llevadme ante vuestros señores!
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publicado por ekeledudu a las 15:10 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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