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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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18 de Octubre, 2011    General

CLVI

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      Nunca se supo lo sucedido con el dichoso gancho de asalto y la dichosa cuerda. Edgardo y sus compañeros dedujeron que los guardias habían valorado erróneamente aquellas pruebas del delito, interpretando que la finalidad de la escalada había sido también evaluar la seguridad palaciega; en cuyo caso, les convenía hacer como si nunca las hubieran encontrado. Pero la aventura nocturna trascendió de todos modos en diversas versiones, y muchas de ellas aportaban teorías propias acerca del destino de la cuerda y el gancho. Una de ellas sostenía que la misma Gunilla había recogido y cortado parte de la cuerda para evitar que Edgardo subiese de nuevo y, no contando esta vez con la suerte de la primera ocasión, se matara. Luego, según esa misma versión, Gunilla había dado a los guardias orden de buscar el gancho de asalto y lo que quedaba de la soga y deshacerse de ellos para luego guardar silencio y olvidarse de todo el asunto. Por fin, otra teoría suponía que el gancho y la soga habían sido hallados por los guardias durante una ronda, y que hasta Dunnarswrad llegó a conocer su existencia, pero que todos dejaron las cosas en secreto porque, en definitiva, la Princesa Gunilla era dueña de tener el amante o los amantes que quisiera, no quedando ya en su familia figura masculina alguna capaz de llamarla al orden. El único varón sobreviviente, su hermano Ragnar, era todavía imberbe, y Duque sólo de título; así que él no se iba a animar a regañar a Gunilla.

        De cualquier manera, hubo muchos cambios notorios desde aquella noche. Edgardo recuperó su color y peso normales, y desde entonces, en combate se lo vio más brioso y valiente que antes. Al parecer, por él empezó Gunilla a ver con otros ojos a los Caballeros, ya que dejó de tratarlos con su conocida y reprensible frialdad; pero a todos pareció que reservaba para Edgardo un trato especial, y que ambos se sonreían fugazmente desde la distancia si se veían, y hasta se guiñaban un tanto atrevidamente un ojo teniéndose más cerca, aunque no cruzaran ni media palabra, lo que solía ser más frecuente. Sin embargo, nadie pudo afirmar con justicia que fueran amantes, aunque ese aire de felicidad cómplice de ambos diera mucho que pensar.

         No se sabe qué opinó Felipe de Flumbria de todo aquello, pero las crónicas más fiables coinciden en afirmar que creía que la atracción de Gunilla por Edgardo era un simple deslumbramiento pasajero, o tal vez un intento de ponerlo celoso a él, a Felipe. Yendo más lejos, afirman algunos haberlo oído afirmar que a su debido tiempo Gunilla caería en sus manos por sí misma, como una fruta madura; pero hay quienes cuestionan la credibilidad de tal testimonio. En cualquier caso, no estaba enteramente demostrado que un verdadero lazo sentimental uniera a Gunilla y a Edgardo, ni mucho menos que éste frecuentara los aposentos de la Princesa, a los que Felipe nunca había tenido acceso. Por consiguiente, Felipe debe haber considerado que, hasta el momento, Edgardo no era más exitoso que él con Gunilla, y en consecuencia seguramente no lo veía como un rival serio. Como sea, la relación entre ambos Caballeros, ni de lejos amistosa, no mejoró ni empeoró a raíz de todo aquello.

         Gunilla mostraba cada vez más intenso interés por la religión, el cual fue objeto de muchos comentarios. Algunos creían que tal devoción probaba que intentaba purgar un pecado de la carne, otros creyeron que elevaba sus plegarias suplicando protección para Edgardo o Felipe -a gusto de cada quien-. Otros supusieron que agradecía una gracia recibida y, de éstos, muchos interpretaron que esa gracia era haber conocido el amor; pero sus detractores, malignos hasta la médula, rumorearon que la gracia en cuestión era haber disfrutado de al menos un minuto de abstinencia sexual en su vida, mientras que otros, aún peores, aseveraban que en realidad rogaba a los cielos que ese minuto de abstinencia, para ella muy frustrante, no volviera a repetirse... Gunilla no se había hecho querer mucho. Y así, cuando hizo algunos intentos por incorporarse a los Angeles Curadores en el Hospital, las mismas lenguas maliciosas aseguraron que en ningún otro lugar hubiera podido hallarse más a gusto: ¡con tantos hombres forzados a guardar cama, dispondría cada noche de uno distinto con quien fornicar!

         Sin embargo, las cuatro hermanas de Spär, que antes tampoco la habían querido y ahora encontraban en ella cualidades valiosas, nunca la habían creído una ramera, y aunque hubiera sido fría y antipática hasta no hacía tanto -o quizás por ello mismo-, creían que se mantenía casta y que, si así no fuera, no habría tenido detractores varones; pues si de un lado había existido dureza y hielo, del otro lado había orgullo herido.

          Igual que los demás, las hermanas de Spär+ ignoraban los verdaderos motivos por los que Gunilla deseaba colaborar en la atención de heridos y enfermos, pero estuvieron, quizás, entre los primeros en intuirlos; porque en poco tiempo habían aprendido a evaluar a cada mujer que se postulaba para sumarse a las filas de los Angeles Curadores, y a diferencias aquellas que realmente querían ser útiles de las otras, que por suerte eran cada vez menos, y que simplemente soñaban con que, cuidando durante cierto tiempo de algún Caballero malherido, lograran que éste se enamorara de ellas. Estas últimas, inevitablemente, terminaban poniendo pies en polvorosa ante la chocante, espantosa realidad, tan poco en consonancia con sus ensoñaciones, de los cuerpos mutilados o bañados en brea candente.

        Dio la impresión, al principio -y quizás fuera cierto- de que Gunilla, en espíritu, estaba más cercana al segundo grupo. Al explicar sus intenciones a Martha y Dolly de Spär, su mirada era la de una persona que no tiene del todo sus pies en la tierra. Ellas nunca habían rechazado colaboración alguna, y mucho menos podían rehusar la de una Princesa; pero gente así terminaba siendo más molesta que útil, de modo que no se alegraron mucho de que se les uniera, aunque las consolaba la idea de que no estaría con ellas más que un breve tiempo.

         Los hechos parecieron darles la razón. Gunilla resistió un día apenas, y se rindió.

           -Esto no es para mí-se justificó al irse.

         Podía haberse ahorrado la explicación, que las hermanas de Spär conocían mejor que ella. Por lo demás, su partida era mucho menos asombrosa que su llegada, inexplicable por aquel aire de chica tonta y soñadora en una mujer reputada como inconmovible. Pero aunque los Angeles Curadores disponían de poco tiempo para el chisme, hasta ellas acabaron enterándose de que al parecer un Caballero, al fin, había hecho trizas el pétreo cascarón con que Gunilla había envuelto su alma, aunque por timidez o por cualquier otra razón, la guerra entre ellas, no pudiera verlo muy a menudo; y fue consenso que la Princesa anhelaba que el Caballero fuese herido y que ella quería colaborar en el Hospital sólo a modo de pretexto para poder verlo cuando quisiera y sin dar explicaciones a nadie durante la prolongada convalecencia. 

         De cualquier modo, extrañamente, Gunilla volvía cada tanto al Hospital para ofrecer allí sus servicios, alegando que tenía que intentarlo de nuevo. Algunas entre los Angeles Curadores ya se tomaban el asunto muy a broma, y decían que al parecer Gunilla estaba condenada a volver una y otra vez al Hospital, lo quisiera o no, como debía el martillo Mjolnir retornar a la mano del dios Thor tras ser lanzado contra el enemigo. Pero las hermanas de Spär notaban que con cada una de esas idas y venidas, el semblante de la Princesa se tornaba más grave; y en base a lo que sabían o creían saber, tejieron sus propias conjeturas al respecto, y la compadecieron de todo corazón.
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publicado por ekeledudu a las 15:47 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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