CLVII
De toda esta historia, por supuesto, poco era lo que sabía Bruno, apenas lo que le había contado Edgardo; pero ahora, mientras aguardaba en el Hospital, esa mínima información desfilaba por su mente en forma de imágenes más intuidas que conocidas, complementadas con su propia imaginación.
Fue el redoblar de las campanas de la Catedral lo que al fin sacó a Bruno de su ensimismamiento. Sonrió: los Jarlewurms se replegaban... Varios de los durmientes, incluido Andy, levantaron la cabeza y sonrieron también, felices de que los monstruos, aunque más no fuera momentáneamente, se dieran de nuevo por vencidos. Otros oyeron el repique en sueños, y sonrieron igualmente sin despertar. Pero todos ellos alzaron la cabeza cuando se abrió la puerta, cosa que antes en ningún momento habían hecho a un tiempo. Quizás todos, instintivamente, anhelaban que alguien entrara y anunciase la definitiva retirada de los Wurms, esperanza ingenua si las había, puesto que, aun cuando los reptiles nunca más atacasen Drakenstadt, eso sólo podría saberse luego de cierto plazo.
Sin embargo, con seguridad su decepción no fue mucha, pues nadie, conscientemente, esperaba tan buena nueva. Al volverse todos hacia la puerta, vieron el rostro de Martha de Spär, radiante y embellecido por esa hermosura que, más que de rasgos físicos, brota del alma.
-Señores-anunció-, la señora Gerthrud acaba de dar a luz un robusto varón. Podéis...
Hubo un amago de vitoreo, inmediatamente reprimido por la joven en razón de los enfermos y heridos del hospital, que ante todo necesitaban paz y silencio; y sin embargo, en lo más íntimo de su corazón, era ella la primera en gritar de júbilo, como si el niño recién nacido fuera otra campana anunciando la retirada de los Wurms.
-...Podéis acercaros a verlo-prosiguió; y añadió con firmeza:-. Claro que debo rogaros, con mis mejores excusas, que no permanezcáis mucho tiempo junto a la señora Gerthrud, quien se encuentra bien, pero un tanto exhausta.