CLVIII
A los Caballeros les habría gustado que el hijo de Maarten Sygfriedson llevara el mismo nombre de su ilustre padre; pero Gerthrud se opuso, alegando que Maarten, antes de morir, tenía ya otro nombre en vista, porque el suyo no le gustaba. Muchos recordaron entonces que esto último era cierto: Maarten era nombre infrecuente en Drakenstadt, o lo había sido hasta hacía poco; y el difunto héroe a veces solía reflexionar en voz alta, maldiciéndolo por creerlo la raíz de los infortunios y reveses que había atravesado en su niñez y adolescencia. Era cosa extraña, porque ahora casi la mitad de los varones que nacían en Drakenstadt se llamaban así. Sus padres creían que, por ser nombre de héroe, haría a esos niños tan valientes como el hombre que había salvado Drakenstadt de la ira de Talorcan el Negro.
Sin embargo, si Maarten había escogido otro nombre para su hijo, era menester respetarlo, aun cuando sonara horrible, como a la mayoría pareció en un principio. Y así, el niño fue llamado Skallagrim, aunque pronto todos dieron en referirse a él como el Pequeño Skal. Tal apodo sonaba lleno de buenos augurios; porque, en Bersik, la palabra Skal significaba debo, estoy obligado; y en un sentido más arcaico, he matado. Y a Ignacio de Aralusia, culpable como seguía sintiéndose por la muerte de Maarten, le parecía como si la sangre del padre, desde las venas del hijo recién nacido, se jactara de haber dado muerte a Talorcan (aunque Maarten nunca había alardeado de su asombrosa hazaña, que lo había dejado perplejo a él mismo hasta el fin) y como si el niño asumiera el deber, impuesto por el mismo Dios, de garantizar la supervivencia de la estirpe humana contra todo funesto panorama de ruina y muerte adivinado tras los fuegos de los Jarlewurms.
Hoy, estas ideas podrían considerarse extrañas, quimeras ridículas; pero así como, a punto de caer a un abismo. se aferra uno a cualquier cosa a falta de asideros firmes, los defensores de Drakenstadt buscaban fuerzas anímicas incluso en las tonterías más absurdas a medida que cedían sus esperanzas más firmes. Y muy pronto cundió la teoría forjada por la imaginación de poeta de Ignacio, y todos recordaron que el padre de aquel niño les había salvado la vida arriesgando la suya en desigual combate contra Talorcan. Se hizo común entonces que, cuando eran atacados por los Wurms, algunos guerreros cuyo valor se hallaba en vías de derrumbe repitieran, para sus adentros o en voz alta: Skal, palabra que resumía a la vez esperanza de continuidad para el género humano, y el deber individual de no rendirse ni aun en las más tétricas circunstancias.