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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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07 de Noviembre, 2011    General

CLXVIII

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      No fue Dunnarswrad el único en manifestar preocupación por el estado de Ignacio. Apenas salido del despacho de Hrodward de Gälster, Ignacio encontró en uno de los pasillos a Damián de Aord Aimorn, Joseph de Urasoil, Roland de La Mö y Robin Haraldssem, y todos ellos preguntaron por el aralusio; de hecho, habían estado aguardando al pelirrojo exclusivamente para recabarle información al respecto. Edgardo lamentó no tener buenas noticias que darles; y cuando ellos expresaron sus intenciones de ir ya mismo a visitar a Ignacio, agregó:

         -Mejor id mañana. Quizás para entonces se haya sosegado, quizás haya aceptado lo que le ocurrió.

        Hubo un momento de vacilación en el grupo, seguido de un asentimiento general.

         -¿Tal vez querríais venir con nosotros a la taberna, señor?-invitó Damián.

         -Os lo agradezco, no estoy de ánimos-respondió Edgardo.

         -Quizás por eso mismo deberíais venir con nosotros-sugirió Joseph-. En soledad, las penas se agrandan mucho; en compañía, tienden a disiparse.

         Sin duda aquello era cierto, pero no lo era menos que se puede padecer soledad incluso en compañía de una muchedumbre. Edgardo apreciaba de corazón a aquel grupo, lamentaba sinceramente no ser como ellos; pero eso no quitaba que se sintiera distinto y, por lo tanto, de más. Y lo lamentaba de veras, porque la forma de ser de aquellos muchachos era de algún modo más sana, más conveniente. Ellos se preocupaban sólo cuando su preocupación servía para remediar algo. De Ignacio, por ejemplo, quizás no volvieran a acordarse hasta que llegara el momento de visitarlo e infundirle aliento. Edgardo no era así. El no podría sacarse de la cabeza de Ignacio hasta que lo viera mejor, o hasta haberlo vengado de alguna manera. Por otra parte, no quería ganarse nuevos amigos habiendo ya sufrido bastante por Maarten primero y por Ignacio ahora.

          -En otra ocasión-prometió.

         -No estéis torturandoos por lo que no puede cambiarse-aconsejó Robin Haraldssen.

          -Intentaré no hacerlo, pero es difícil.

         -Señor-intervino Roland de La Mö, incómodo-, respecto a lo sucedido en el despacho del señor de Gälster...

          -Olvídalo. Estoy seguro al menos de que crees en la realidad de lo que afirmas, y tu derecho a que no se te obligue a deformar lo que para ti es la verdad es completamente legítimo. Yo mismo no puedo menos que dudar, aunque tu testimonio y el de ese chico suenen descabellados.

          Allí concluyó el diálogo, y se separaron tras saludarse respetuosamente. Edgardo fue entonces por su lado, sin rumbo fijo, inexpresablemente triste. No sólo por Ignacio, sino también por todos aquellos buenos Caballeros muertos ese día por los Thröllewurms, entre ellos Davir Ben Najmani, un hombre valiente y un gran compañero al que lamentaba no haber conocido mejor. Y también había caído Roland de Armelinskvald: uno de los pocos Caballeros del Viento Negro que se había referido a su hermano Balduino en palabras amables.

          Pensar en Balduino hizo que Edgardo girase la cabeza hacia el grupo que desaparecía en dirección opuesta, y más concretamente hacia Robin Haraldssen; pues había sido este último quien, meses atrás, le trajera noticias de su hermano menor, tras admitir que se había desviado del trayecto para cerciorarse de ciertas cosas.

         Edgardo recordaba vivamente el diálogo entre Robin y él:

         -Me ha pedido que os pregunte si recordáis cierta noche de agosto, en vuestra infancia...-había comenzado a decir Robin, cuando lo interrumpió Edgardo:

         -¡Sí, sí!... ¡Claro que lo recuerdo!... Una estrella se movía aquella noche en los cielos-y el corazón del pelirrojo redobló con renovado vigor.

           Fue notorio el asombro de Robin por la intensidad con que un sencillo momento del pasado, al que evidentemente ambos concedían idéntica importancia, permanecía grabado en la mente de los dos hermanos de Rabenland.

          -Dice añorar y amar al hermano que aquella noche lo alzó en brazos para ver mejor esa estrella-concluyó Robin, sonriente.

            Y no hubo respuesta por parte de Edgardo, como no fuera una expresión de infinita emoción y sorpresa. La sonrisa de Robin de amplió entonces bajo un sentimiento de amor hacia lo más bello que encierra la Humanidad y que afloraba en este caso a través de Edgardo; y en ese momento, esfumada toda jerarquía, palmeó afectuosamente el brazo del pelirrojo, en gesto comprensivo, antes de marcharse en silencio.

          Ahora, Edgardo recordaba todavía cómo en aquel momento su mente había vuelto al reciente avistamiento de otra estrella moviéndose en los cielos. Había sucedido la Navidad pasada; y en ese instante, inevitablemente, había evocado el otro suceso similar acaecido en su infancia y compartido con Balduino. Era natural, dadas las circunstancias; pero que entre tantos recuerdos en común con Balduino ambos valorasen especialmente ése, no parecía serlo tanto. Así que se había preguntado si la estrella de Navidad entrañaba alguna especie de mensaje o señal de buenos augurios en un momento en que él se condolía por una relación entre hermanos que había quedado trunca.

          Edgardo quería creer que sí, y que nada en el Universo había que no cumpliera una función, ni sucedían cosas por simple azar. Y ahora que acababa de perder otra tanda de amigos o simples camaradas de armas y que, en el hospital, tras quedar mutilado, el joven poeta que alguna vez había sido Ignacio de Aralusia se convertía velozmente en un lisiado resentido de su condición de tal, que insistía en gritar a quien quisiera oírlo que la vida era absurda, tétrica y abominable, edgardo precisaría aferrarse con fuerza a esa creencia para poder seguir adelante.
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publicado por ekeledudu a las 14:05 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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