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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
18 de Noviembre, 2011    General

CLXXI

CLXXI

      Aun sintiéndose incómoda entre la gente de Vindsborg y entre los aldeanos en general, Lyngheid acostumbró, de allí en más, visitar a Anders, casi siempre llevándole al niño de ambos para que pudiera verlo una vez al día al menos. Venía con una lencera a la que había hecho dama de compañía y una escolta de dos o tres hombres, siempre con Thorstein el Joven al mando de la misma. Trascendió más tarde que invariablemente, en algún momento del trayecto de ida o de vuelta, Thorstein ordenaba detener la marcha y se internaba en los bosques para explorar en busca de quién sabía qué. Sus compañeros al parecer sabían la causa de tan extrañas incursiones, pero no decían nada al respecto, aunque tranquilizaban a Lyngheid explicando que nada había que temer.

          Después de que la situación se repitiera unas cuantas veces, Lyngheid, intrigada, comentó el asunto con Anders, quien se mostró tan desconcertado como ella y refirió a su vez el incidente a Balduino. Apenas unos segundos necesitó éste para deducir que, siempre que Thorstein ordenaba detener la marcha, había abedules cerca, hecho confirmado más tarde por la propia Lyngheid. Pareció, entonces, que Thorstein se había ofrecido como voluntario en esa custodia a fin de aprovechar el paseíto para proveerse de su infaltable bola de resina; y sin embargo, se reveló a posteriori que lo había designado a dedo la propia Lyngheid. No quedaba muy claro el motivo de tal elección, ya que nunca se habló abiertamente sobre el particular; y sin embargo, Balduino intentó deducirla y quizás incluso lo hizo con éxito. Según tal deducción, la mentalidad simplista de Lyngheid parecía considerar que la virtud venía siempre envasada en apostura física, y Thorstein era sin duda bien parecido. Desde luego, ella había sido bastante ligera de cascos en el pasado, lo que habría podido generar conjeturas malignas en lo concerniente a su elección; pero ahora Lyngheid quería olvidar y que se olvidaran sus viejos deslices sexuales, cosa que, en realidad, no era difícil hacer. Otorgaba su confianza a Thorstein, pero manteniendo las debidas distancias, y si no se animó a preguntarle directamente por qué detenía la marcha y acto seguido se internaba solo en el bosque durante un rato, fue sin duda porque no quería cruzar con él más palabras de las estrictamente necesarias a fin de que su interés no se malinterpretara. Por otro lado, Anders, en Kvissensborg, profesaba especial amistad hacia Thorstein, hecho que debió influir en la confianza que le demostraba Lyngheid.

          Cuando visitaba a su esposo en Vindsborg, no siempre traía ella al niño, aunque precisamente el pretexto inicial era que padre e hijo pudiesen verse una vez al día. El caso era que con clima destemplado era un crimen sacar al niño a la intemperie, arriesgándolo a enfermar. Por lo tanto, Lyngheid se abstenía de llevarlo consigo si el clima no era propicio para ello. Pero por ese entonces transcurría un espléndido verano, y si hacía un poco de frío, de todos modos nunca era tanto como para no sacar afuera al niño, convenientemente abrigado, por supuesto.

          Cada vez que el bebé venía a Vindsborg, generaba conmoción a su alrededor. Era obvio que hasta los duros Kveisunger se enternecían ante aquella criaturita que, como Hansi y Thommy antes que él, despertaba sus instintos protectores, confiriéndoles un aire de fieras defendiendo su cachorro. Con el paso de los días, dejó de parecerles feo; y de hecho, Balduino no paraba de preguntarse si su vista se había engañado al verlo por primera vez, tal vez por conceptos preconcebidos acerca de cuál debía ser la apariencia de un recién nacido. También podía ser que la supuesta fealdad del niño no lo pareciera tanto, a fuerza de habituarse a ella; o bien, por último, que su aspecto poco agraciado hubiese mejorado paulatinamente luego de unos días, sin que nadie advirtiese el cambio progresivo.

         Como sea, el niño se hizo pronto muy popular y querido, y sus visitas se esperaban con ansia; y pronto se suscitó un debate acerca de cómo llamarlo. Pues si para el orgulloso padre la cuestión era muy sencilla, los demás no estaban de acuerdo. Que llevara el mismo nombre de su progenitor complicaba mucho la cosa cuando, al pronunciarse el nombre de Anders, empezó a no ser claro si se hablaba del padre o del hijo. Entonces Anders (padre) propuso que se refiereran a su retoño como Andy; pero losKveisunger, muy enojados, respondieron que ése era apodo de puto y que, si quería, podía usarlo él; que tal vez a él le viniera como anillo al dedo, pero que ni se le ocurriera motejar así al bebé, a quien estaban decididos a hacer un macho hecho y derecho.

         -¿Con vosotros cerca?... ¡Milagro sería que no le contagiarais vuestro afeminamiento!-replicó vengativamente Anders.

         -Están Thorstein el Joven y Thorstein el Viejo...-comenzó Per.

         -...así que, ¿por qué no Anders el Joven y Anders el Viejo?-concluyó Wilhelm.

      -Vosotros dos, siempre a dúo para la imbecilidad más entusiasta-refunfuñó Andrusier-. ¿Habéis notado, por casualidad, que vuestro "Anders el Viejo" ni veinte años tiene?

        -Sigue siendo el más viejo de los dos-porfiaron los gemelos a dúo.

          Para horror de Anders (padre), parecía que la propuesta de los Björnson iba a imponerse. No quiso oponerse a ella abiertamente porque, si manifestaba su desagrado, los demás sin duda terminarían concediéndole su aprobación aunque sólo fuera para enfadarlo y reírse luego a costillas de su enojo; pero si de algo estaba seguro, era que no quería que no lo conocieran como el Viejo. estaba lleno de energía y vitalidad y, como es frecuente a los dieciocho años, la mera idea de envejecer le ponía los pelos de punta. Sugirió entonces que para a su hijo se lo llamaraLille ("Pequeño") Anders. Una vez más, losKveisunger rehusaron terminantemente: si el niño paraba de crecer a una estatura aún diminuta para un varón, que se lo llamara Pequeño lo mortificaría todavía más; pero mucho peor sería si cargando aun con el mote llegaba a convertirse en un hombrón de talla descomunal y poderoso vozarrón, en cuyo caso el sobrenombre le quedaría grotesco e incongruente.

          Sucedió que otro día que continuaba el debate al respecto, y aprovechando que Lyngheid solía venir siempre alrededor de la misma hora, la familia de Thomen el Chiflado vino a conocer al bebé, excepto el propio Thomen, que como todos los días se hallaba en alta mar con sus compañeros de faena. Hansi había quedado en tierra ese día y, como siempre que ello ocurría, se hallaba en Vindsborg. Daba la impresión de esperar que sucediera algo; y esealgo era, al parecer, la llegada de la prole de Thomen, dado que, cuando la misma apareció en la carreta siempre arrastrada por el jamelgo Kamper, Hansi corrió a recibirlos.

        Mientras tanto, en la playa, los hombres seguían paseándose uno a uno al bebé y discutiendo cómo llamarlo.

         -Mirad cómo sois idiotas y complicáis hasta lo más simple-opinó Adler-. No hay nada de malo en llamarlo Andy; no es apodo de puto, como decís vosotros.

          -Debe ser que también tú te llamas Anders y tu novio te dijo eso para que dejaras de llorar, narigón marica-se burló Hundi.

         -¡Ja!... ¡Hablando de putos... Mirad quién se da por aludido y acude prestamente al llamado!...-intervino venenosamente Hijo Mío, al ver regresar a Hansi trayendo de la mano a Thommy.

          Hansi le devolvió la desafiante sonrisa. No era muy seguro que el cruce de pullas ponzoñosas con Emmanuel no fuera ahora, para él, el principal atractivo de quedarse en Vindsborg: se había convertido en todo un deporte.

          -Por mí, lo dice, Thommy-aclaró Hansi a su diminuto acompañante-. Si se refiriera a él mismo, tendría que aclarar: puto, negro y bruto.

          Amplió su sonrisa, muy satisfecho de su propia réplica. Hijo Mío hizo un gesto de admiración ante el ingenio y la rapidez mental de Hansi, y pareció decidir que esa vez daría por ganada la partida a éste.

         -¿Tú qué quieres, ver al bebé?-preguntó un tanto rudamente Ursula, quien en ese momento tenía en brazos al pequeño Anders, a Thommy.

         --confirmó Thommy.

          Hansi, al parecer, estimaba que Thommy seguía bajo su custodia aunque, por no ser ya siquiera futuro escudero, quedara igualmente excluido del eventual honor de la Caballería. Pero se había sentido escudero del señor Cabellos de Fuego, y al parecer opinaba que ello generaba deberes que sólo se perdían con la muerte, en especial si su sucesor en el cargo (o sea, precisamente aquel deleznable usurpador egipcio) estaba presente. ¿Alguna vez el señor Cabellos de Fuego le había ordenado cuidar de Thommy?... Pues bien, ¡la consigna seguía en pie, y él la cumpliría!

          -Yo te enseñaré, Thommy... Este egipcio tonto no sabe nada de nada-afirmó lapidario, sonriendo burlonamente a Hijo Mío mientras Ursula se agachaba, siempre con la criatura en brazos.

          -¿No?...-preguntó Thommy, con gran curiosidad, dejando de contemplar al bebé para mirar a Thommy, como cerciorándose de si había entendido bien la nueva lección de su mentor.

         -No. Y es importante que sepas tratar al bebito, porque es el heredero de Anders, su noble descendiente; es decir, un día va a ser el señor de Kvissensborg, y tienes que saber cómo tratarlo, ¿eh?

          -. ¿Cómo... ehm... Cómo ze llama el bebito?

          -Anders, también.

   -¿Zí?...-preguntó Thommy, abriendo desmesuradamente sus ojos azules en expresión de vivo asombro-. ¿Po' qué?...

         Era obvio que no reparaba en que él mismo se llamaba igual que su padre y, por lo tanto, le resultaba insólita la escasa originalidad de Anders.

         Hansi, sin embargo, estaba aún muchísimo más confundido que Thommy. En efecto, ¿por qué rayos el hijo de Anders se llamaba igual que el padre?... Bien vista, era la idea más absurda del mundo. Por causa de ella, siempre que alguien gritara el nombre común a ambos, acudirían los dos.

         -Bueno... Esteee...-balbuceó Hansi.

          Con sus grandes e inocentes ojos azules abiertos de par en par, Thommy aguardaba una respuesta. No era el único: como la aparición de aquellos dos críos siempre aportaba un bienvenido toque de comedia, todos estaban pendientes de ellos y en este momento, muy especialmente, de la réplica de Hansi. este, al principio, notó todos aquellos ojos sobre él, y se puso más nervioso que si lo estuvieran interrogando en relación a un abominable crimen. Luego, indignado, captó que pretendían reírse a su costa, viéndolo en aprietos para contestar. Decidió que no les daría el gusto; y a Hijo Mío, por supuesto, menos que a nadie.

        -No sé, será que, como Anders es casi tan tonto como el egipcio, no se le ocurrió ningún otro nombre-contestó con suficiencia.

          Si con tal réplica pretendía que el auditorio quedara serio, se vio ampliamente defraudado: carcajadas, y no risas, fue lo que cosechó, en especial porque en ese momento Anders venía de hacerle algunos arrumacos a Lyngheid en la carreta y escuchó la respuesta, que lo dejó pasmado.

           -¡HANSI!...-exclamó, entre indignado y divertido-. ¿QUÉ COSAS LE ENSEÑAS ACERCA DE MÍ A ESE CHICO?

         -¡SI ES CIERTO!...-se defendió Hansi, genuinamente persuadido de su inocencia-. ¡SI CUANDO TUVISTE QUE ADIVINAR QUÉ QUERÍA DECIR TERAFÁ, REPETÍAS SIEMPRE LO MISMO: GORDO, SUCIO, INMUNDO Y QUÉ SÉ YO QUÉ MÁS, Y YA TE HABÍAN DICHO UNA Y MIL VECES QUE NO ERA NADA DE ESO, Y TÚ SEGUÍAS CON LO MISMO!...

          -¡MUY BUENA RESPUESTA, HANSI, MUY BUENA RESPUESTA!-intervino Balduino, malignamente deleitado mientras Anders, atónito, intentaba sobreponerse a la pulla y contraatacar.

        -¡AH, PERO HANSI TAMPOCO PUDO ADIVINAR QUÉ QUERÍA DECIR TERAFÁ!...-terció Hijo Mío con su veneno habitual-¿O SÍ, ENANO?

       -¡Ves, Thommy, cómo yo tengo razón!...-sentenció Hansi, con aires de Júpiter Olímpico desdeñoso de simples y corrientes mortales-. Cómo será que el egipcio tonto tiene que darle una mano a Anders... Entre los dos no hacen uno.

          Mientras tenía lugar esta escena -con el público riendo a mandíbula batiente-, el único desconforme era Thommy, que aguardaba impacientemente a que Hansi le impartiese las lecciones de etiqueta que se había comedido a enseñarle en lo referente al bebé. Tiró de la manga del maestro de ocasión y, cuando éste se agachó para oír bien en medio del estruendo  provocado por la carcajada general, el diminuto discípulo, en un tímido hilillo de voz, reclamó sus derechos.

          Cruzado de brazos para no ceder a la tentación de retorcerle el pescuezo a Hansi, Anders quedó a la espera de lo que vendría, fuese lo que fuese, aunque no estaba muy seguro de que le conviniera enterarse.

           -Decía, Thommy-recapituló pomposamente Hansi-, que tienes que saber cómo comportarte ante un príncipe, sobre todo si vas a ser Caballero. Al llegar ante él, hincas rodilla en tierra... Así-prosiguió, dando el ejemplo.

              -¿Qué prínzipe?-inquirió Thommy, mirando hacia todas direcciones.

      -¿Cómo que qué príncipe?... ¡Este, hombre, éste!-exclamó Hansi, señalando al bebé.

        -¡Zi ése no ez un prínzipe, ez nada máz el bebé!...-rebatió Thommy, muy seguro, al parecer, de que Hansi trataba de engañarlo.

          Por lo visto, su mente estaba muy apegada a la tradicional imagen del gallardo príncipe cabalgando sobre su espléndido corcel y quizás rescatando de algún peligro mortal a la princesa de turno. Frunció el ceño al tratar de conciliar dicha imagen con la de aquella criatura en pañales.

        -Oh, bueno, lo será cuando crezca-decidió Hansi, quien tampoco tenía muy clara la cosa-. Pero nosotros, como leales súbditos suyos que seremos, debemos acostumbrarnos ya a tratarlo como es debido... Por eso te decía que este bebito es el noble descendiente de Anders.

          Poco faltó, oyendo estas palabras, para que la mandíbula inferior de Anders no cayera al piso en gesto de suprema estupefacción.

           -¿Noble descendiente?...-gimió-. Hansi, eres de lo que no hay. Primero me pintas como el mayor idiota de la creación; ¿y ahora resulta que mi hijo es mi noble descendiente?... ¡Ya nos imagino a ambos en una crónica posterior en doscientos o trescientos años: "Imbécil I fue escudero del señor Cabellos de Fuego, comandante de Vindsborg, antes de ser elevado a la dignidad de señor de Kvissensborg. A su muerte lo sucedió su noble descendiente Imbécil II, a cuyo valeroso y afamado Caballero, Sir Thommy, el muy ilustre Hansi Friedrikson enseñó el protocolo cortesano"!

       -¡Tu hijo no es imbécil!-protestó Hansi-. ¡Nunca le diría eso!

        -Pues qué suerte y qué consuelo-gruñó Anders-. Al menos él no cargará con el estigma de no haber sido demasiado listo intentando adivinar el significado de una simple palabra en otro idioma... A mí me perseguirá esa humillación hasta el fin de mis días.

         -¿Humillado, tú?-saltó Balduino-. ¿Y yo qué, eh?... ¡Bien pronto has olvidado que quien perdió la apuesta, y de la forma más absurda del mundo, fui yo!

         -¡Gracias por recordarlo!...-ironizó Anders-. Ahora explícaselo a Hansi, ¿sí?-sonrió como para no llorar-. Me vuelvo con mi señora esposa... Ella me quiere.

       Y desanduvo el camino hacia la carreta, con cara de circunstancias.
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publicado por ekeledudu a las 11:21 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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