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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
26 de Noviembre, 2011    General

CLXXII

CLXXII

       A partir de entonces, al hijo de Anders se lo llamó Kon, "noble descendiente", según el vocablo Bersik utilizado por Hansi en aquella ocasión. Al principio, a Anders lo irritó mucho aquel apodo, por la connotación irónica que llevaba implícita; y su ofuscación causó mucha hilaridad, y no hizo más que redoblar el uso de aquel mote. Y sin embargo, se calmó al meditarlo bien, ya que, en definitiva, el sobrenombre no era ni pretendía ser insultante. Su cuota irónica era más bien sutil, y dedicada al padre antes que al bebé. Con éste, todo el mundo se encariñaba cada día más, y los Kveisunger habrían muerto por defenderlo; así que, en ese sentido, todo estaba bien. Y después de todo, ¡qué alivio, para Anders, que el problema no se hubiese solucionado llamándolo a él el Viejo!...

        Muy afortunado fue que el dichoso padre dejara de preocuparse por tonterías; pues nuevos dolores de cabeza, o viejos dolores remozados, vinieron pronto de la mano de su esposa. El amor que Lyngheid sentía por Anders no era sano: si por ella hubiera sido, lo habría tenido a su lado todo el tiempo para adorarlo. Cada vez que él iba a Kvissensborg, la separación era terrible, y no tardó ella en pretender que Anders se desentendiera de los asuntos de Balduino y de Vindsborg para retenerlo consigo.

          -Lyngheid, mi vida, entiende que no puedo-respondió Anders con suavidad-. Para empezar, todavía soy escudero de Balduino, y aún me queda un trecho por recorrer antes de ser armado Caballero. No puedo abandonar el servicio sin renunciar al honor de la Caballería; y aunque nuestro hijo, a su turno, deberá ganarse él mismo ese honor, le será más fácil si previamente lo ostenta su padre. Además, debo a Balduino todo lo que tengo aquí; por lo tanto, lo menos que puedo hacer es serle fiel y ayudarlo en todo lo que pueda. Por último, ayudar a Balduino es ayudarnos a nosotros mismos, puesto que trabaja en la defensa de Freyrstrande contra los Wurms. Los muros de Kvissensborg jamás podrían detener a esos monstruos, si vinieran aquí. No quiero un día verme forzado a huir a través de los bosques rumbo a las montañas, escondiéndonos estrangulados de miedo al sentirlos cerca, seguros de que en cualquier momento terminaríamos bañados en fuego y brea candente.

      Bastaba por lo general con que Anders expusiera estos razonamientos, ciertamente sensatos, para que Lyngheid capitulase resignada. Por lo general, pero no siempre. Cada vez que ella volvía a sacar el tema, se veía forzada a escuchar los mismos sabios argumentos de costumbre. Los entendía, pero no siempre los aceptaba. A menudo intentaba refutarlos esgrimiendo disparates o incoherencias. Decía que no creía en la existencia de los Wurms; que, incluso si fueran reales, con seguridad un centenar de hombres valientes podrían vencerlos; que como vasallo que ahora era de Anders, Balduino debía simplemente hacer lo que éste mandara. Anders no tenía problemas en responder con paciencia y ternura a cada una de estas objeciones; lo que no soportaba eran los accesos de llanto. Lyngheid, en efecto, había adoptado la fea costumbre de usar las lágrimas como chantaje emocional para obligarlo a hacer lo que ella quería. Anders tuvo el valor de no ceder en ninguna de esas ocasiones; pero siempre, al retirarse -o más bien, al huir-, debía dejarla deshecha en llanto, sintiéndose un ruin y despreciable villano por no correr a consolarla.

        -Mi mujer me ahoga-se lamentó un día a Balduino, en tono confidencial.

   Balduino entonces lo miró preocupado, preguntándose cuánto más lograría resistir su pobre amigo. Casi se sentía culpable por haberlo forzado a asumir su responsabilidad de futuro Caballero casándola con la joven a la que había embarazado. Por desgracia, no había, para damas, un equivalente tan estricto como el código caballeresco.

       -Lo que pasa es que Lyngheid tiene demasiado tiempo libre para pensar en ti y extrañarte-dijo-. Sugiérele que se encargue de manejar la economía de Kvissensborg. Muchas damas del Reino hacen lo propio en sus dominios, y son muy buenas para eso.

        -Se lo he sugerido, pero no muestra mucho interés.

         Parecía obvio que Anders en algún momento terminaría hartándose de Lyngheid y mandándola de paseo; pero, sorprendentemente, estando en Vindsborg parecía extrañarla tanto como ella a él.

          -Parece mentira, ¿no?-dijo de repente un día, durante el descanso del trabajo, que en ese momento era la tala de árboles cuya madera se necesitaba.

          -¿De qué hablas?-preguntó Balduino, intrigado.

        -Tenía tantos hombres para elegir, y me escogió a mí... Mi mujer, mi Lyngheid... La madre de mi hijo.

   Balduino, exasperado, estuvo a punto de responderle que se dejara de rebuznar: la mayoría de los hombres que había conocido Lyngheid habían sido feos como ellos solos, o brutales y toscos como Thorkill Rolfson; así que, ¿qué de extraño tenía que hubiese preferido a un muchacho guapo, bueno y gentil como Anders?

         Pero lo vio tan serio, silencioso y pensativo, como tratando de asimilar la realidad de un increíble prodigio, que él mismo prefirió callar y reflexionar un momento.

          -Se me ocurre que a pesar de tanto alarde, también tú tienes un flanco inseguro, humilde-dijo al fin-. De otro modo, entenderías que Lyngheid era sólo una chica nada tonta para elegir marido; una más entre tantas otras que te rondaron como abejas a la miel, intentando echarte las redes. En cambio, hablas de ella como de una diosa olímpica que hubiera condescendido a otorgarte, graciosamente, sus favores.

         Anders no respondió enseguida; y sin embargo, sólo por la manera en que alzó sus ojos hacia Balduino, supo éste que había dado en el clavo.

          -Nunca podrás comprenderlo, porque naciste noble, y no sabes qué se siente siendo villano y debiendo soportar que los gentilhombres te miren con asco desde lo alto de sus monturas-contestó al fin.

           -Por si no lo recuerdas, yo era  muy bueno en eso de mirar con asco desde lo alto de una montura; y sin embargo, procedí exactamente con príncipes que con villanos, salvo en unos pocos casos, a regañadientes y por razones protocolares. Creo que fue Séneca el que escribió aquello de éste que  tú llamas siervo tiene tu mismo origen, está bajo el mismo cielo, y respira, vive y muere como los demás. No diré que supe captar esa frase en toda su sabiduría, ya que en vez de ser humilde con los de bajo nacimiento preferí ser soberbio también con los de noble cuna; pero al menos tuve en claro que un hombre vale por aquello en lo que se convierte con su propio esfuerzo, no por el punto en que inicia su existencia en este mundo. Fui despectivo, pero por mi convicción de que llegaría a convertirme en el guerrero más grande del Reino.

          -No ensillamos, y ya cabalgamos...-bromeó Anders.

          -Bueno,  en ese momento no tenía nada más que me permitiera ser desdeñoso-replicó Balduino en el mismo tono de chanza-. ¿De qué iba a jactarme, de tener más pecas que ninguno?... Como sea-añadió, serio ahora-, me sorprende que tú, por ser el interesado, no tuvieses claro que un villano no vale menos que un noble.

          -Tú te criaste entre libros, pero lo único que un plebeyo puede leer sobre ese tema son las miradas de los nobles que encuentra en su camino. Por lo general, esas miradas informan que uno vale más o menos lo mismo que una boñiga de vaca, así que, la verdad... y me siento un malvado por admitirlo... disfruté mucho para mis adentros cuando te vi mirar exactamente de esa manera a varios elevados señores de nuestra Orden que, en lo sucesivo, tuvieron menos humos-Anders sonrió ante el recuerdo, y Balduino hizo otro tanto por contagio.

          Enseguida volvieron al trabajo, de modo que no retomaron el tema de Lyngheid; pero Balduino entendió un poco mejor, a partir de allí, la relación entre Anders y la joven esposa de éste, aunque en modo alguno le pareciese envidiable. Ofreció entonces a su escudero concederle otro día libre a la semana, para que pudiera pasarlo en Kvissensborg, junto a su mujer; pero Anders se opuso. Aparte de que no le correspondía, no necesitaba ese privilegio. Dijo que la distancia la hacía amarla más intensamente, y que cuantos más días pasaban sin verla, más bella le parecía luego, y más disfrutaba del reencuentro. Lyngheid, por supuesto, no era de la misma opinión, y una mañana lluviosa, la primera en que no pudo traer al pequeño Kon a Vindsborg, fue de todos modos sin él, sólo para ver a su esposo. Llegó empapada y no aceptó la invitación que Thorvald, que fue quien la recibió, le hizo de entrar. Entonces Anders, en la creencia de que algo malo le había ocurrido a su hijo, corrió asustado hacia la puerta; y en cuanto lo tuvo a su alcance, Lyngheid le echó los brazos al cuello y lo besó apasionadamente, frente a la vista de todos, como si fuera la última vez que le era permitido hacerlo. La primera reacción de Anders fue de sorpresa, pero enseguida respondió a ese arrebato de pasión con el mismo vigor.

          -Qué hijo de puta-murmuró Hundi, al verlos-. Si sigue así, va a cogérsela en el mismo umbral y bajo la lluvia.

            Balduino no supo qué pensar de aquello. Karl comentó algo acerca del conmovedor gesto de Lyngheid; él, sin embargo, estaba mucho menos emocionado. Le parecía que había algo anormal en la fuerza del amor de la joven, y le traía presentimientos nefastos que ni él mismo podía explicarse.

            -¿Ni un día puede estar sin verlo?-musitó Ursula, cruzando una mirada con el pelirrojo.

           Ahí está... Es eso, pensó Balduino. Hasta ese momento, ni él mismo se explicaba qué lo desconcertaba tanto en aquella escena que de algún modo lo aterraba un poco. Era eso, el hecho de que Lyngheid no pudiera privarse siquiera un día de ver al menos por un instante a Anders... Pero si a éste no le preocupaba, ¿qué iba a decir Balduino?
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publicado por ekeledudu a las 12:47 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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