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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
26 de Noviembre, 2011    General

CLXXIII

CLXXIII

         Siempre es mucho más edificante, después de todo, ocuparse y disfrutar de la propia vida, que meterse en la ajena. Que Anders y Lyngheid se amasen como les viniese en gana... A fin de cuentas, Balduino no podía especificar qué había de dañino en aquella relación. Por otra parte, la pasión entre ambos jóvenes había reavivado, y con muchos ímpetus, la que a él mismo lo unía a Gudrun. Hacía mucho que no veía a ésta, como no fuera en Vindsborg, cuando ella venía a traer productos para el trueque en Vallasköpping. Obviamente, no era ése el concepto que él tenía de ver a Gudrun. La extrañaba... y con mayor razón que Anders a Lyngheid, o viceversa.

         Lo malo era que, con la venia del pelirrojo, ahora no había domingo que Anders no pasara en Kvissensborg, con su esposa y su hijo. Esto era un problema. A falta de un lugarteniente ideal, Balduino disponía en Vindsborg de varios que, a su juicio, eran capaces de controlar cualquier situación tan bien como uno solo, actuando en conjunto. Por su juventud y vigor, Anders era uno de ellos; y ahora debía prescindir de él para que lo supliera.

         Un domingo de fines de julio, Balduino decidió ver a Gudrun contra cualquier cosa que se le opusiera. Bastó que tomase dicha decisión para de inmediato recordar que faltaba otra persona esencial: Tarian, quien muy temprano había ido al mar y podría tardar en volver. El muchacho-pez se mostraba más reservado y extraño que nunca, y Balduino, reflexionando sobre ello, se preguntaba qué le ocurriría ahora... Hasta que, de inmediato, archivó toda curiosidad al respecto. Iría a ver a Gudrun, y sanseacabó. Eso sí,  antes habría que dejar instrucciones varias.

          Comenzó por Kehlensneiter, a quien encontró solo a orillas del Duppelnalv, arrojando piedrecillas a la superficie del arroyo susurrante.

          -Si vas a liquidar a alguien, al menos que no sea uno de los nuestros, ni de la dotación de Kvissensborg, ni un aldeano de Freyrstrand, ni un Caballero que pase por ahí, ni un hombre a las órdenes de éste; ¿de acuerdo?

          Las horrendas pupilas violáceas quedaron mirando a Balduino. En ellas, la expresión habitualmente muerta cedía paso al mayor de los asombros.

          -¡No seas idiota!-exclamó-. ¡No pienso liquidar a nadie!

         -Puede que no, pero no tengo forma de adivinarlo si no me lo dices, y ya ha quedado perfectamente claro qué iniciativa tienes para esas cosas. Aseguras que no asesinarás a nadie. Ignoro qué valor debo conceder a tu palabra, pero confiaré en ella por esta vez.

           -Mentira-rebatió Kehlensneiter, sin énfasis, pero con esa espantosa voz suya que ponía los pelos de punta-. Enseguida irás a advertir a los demás que me vigilen.

         Las lúgubres pupilas violáceas quedaron fijas en Balduino, en tácito desafío.

         -Tienes razón en que eso es lo que suelo hacer-reconoció el pelirrojo-. No lo haré esta vez. No sé si no cometí un error al sacarte de la mazmorra, pero tendré que confiar en ti de una vez por todas, o devolverte a ella o...-vaciló-...o no sé qué.

       -De nuevo mientes-replicó Kehlensneiter, abiertamente desdeñoso-. O matarme, ¿no? Esa sería la tercera posibilidad. Lo sabes mejor que yo.

          -Sí, esa sería exactamente. Pero no es tanto que al callarla quisiera engañarte, como que yo mismo prefiero no pensar en ella.

          -Deberías tener en cuenta que el mundo estaría mejor sin ciertas personas.

         -Sin duda, pero como si nos tomásemos la cosa, muchas áreas quedarían desérticas tras semejante limpieza, más vale ser flexibles al respecto. Sólo lamento no saber en qué punto exacto esa flexibilidad deja de ser lógica.

           -Ignorancia peligrosa... Un día te arrepentirás de ella.

         -Ya tengo a Adam para decirme ese tipo de cosas, no necesito que tú lo imites. ¿Puedo entonces irme tranquilo, sabiendo que no liquidarás a nadie?

             -No me hagas reír... ¿Irte tranquilo? ¿Tú?... No te irás tranquilo. Te irás preguntándote si no eres un imbécil que confía en quien no se debe... Te irás lleno de temor y dudas...

         -Es verdad, Kehlensneiter; pero si me das un apretón de manos, tal vez confíe más en tu palabra.

           -No, no lo harás...-murmuró Kehlensneiter.

         Aun así extendió su diestra, laxa y fofa. Kehlensneiter odiaba los contactos físicos de cualquier tipo; si tocaba a alguien, era para matarlo, y a varios había matado precisamente por sólo tocarlo. Probablemente, estrechar una mano le produjera una repugnancia inenarrable, y si ahora accedía de mala gana a ello, era tal vez porque quería que se confiase en él... Lo que, desafortunadamente, no garantizaba que no estuviese dispuesto a traicionar esa confianza.

         No existió el pretendido apretón de manos, sólo un contacto muy desagradable para ambas partes, una especie de caricia obligada y meramente cortés entre las palmas de sus respectivas diestras. No se supo cuál de los dos, si Balduino o Kehlensneiter, retiró la mano con mayor prisa. El siniestro rostro cadavérico del Kveisung lucía nervioso e irritable, lo que muy lejos estuvo de tranquilizar al pelirrojo.

         No obstante, decidió mantenerse firme en su decisión. Ensilló a Svartwulk y comunicó al resto de la dotación que pasaría el resto del día con Gudrun, pero nada más. Acto seguido, montó y volvió junto a Kehlensneiter.

          -No ordené que te vigilaran-anunció.

            -No, no lo has hecho... Pero ha sido estúpido de tu parte. Te marcharías más tranquilo si lo hubieras hecho. Ahora no tendrás ni un segundo de paz en todo el día.

          -Seguramente, pero a lo largo de mi vida tuve miedo de distintas cosas y, por lo mismo, sé que el miedo es un tirano que subyuga continuamente en tanto uno se lo permita... Y como todo tirano, a veces oprime demasiado. Entonces no es posible seguir pagándole tributo, y hay que rebelarse y hacerle frente a riesgo de que el asunto termine en desastre...

        Calló, súbitamente consciente de que estaba desnudando su alma frente a un hombre inescrutable y muy, muy peligroso. Sin duda, eso no era muy sabio, como tampoco lo había sido liberar a Kehlensneiter ni muchas otras cosas.... Pero todas ellas habían sido hechas ya; de modo que a seguir adelante y desear que todo terminara bien...
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publicado por ekeledudu a las 13:56 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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