CLXXIV
Pareció a Balduino que se haría cierto lo vaticinado por Kehlensneiter y que, en realidad, no disfrutaría ni un segundo de aquel día; pero hete aquí que éste, para empezar, estaba espléndido a juicio del pelirrojo. Había sol, pero fúnebres nubarrones orlados de blanco y dorado imponían de tanto en tanto su sombría majestad en el firmamento; y aunque no hiciera exactamente frío, poderosas ráfagas de viento fustigaban la región. Días así, contrastantes en sus claroscuros, eran los que mayor encanto aportaban a Freyrstrande, haciéndola lucir más temperamental e indómita que nunca; y días así, también, favorecían mucho a Gudrun, resaltando su propio carácter duro, único, salvaje. Una princesa se habría horrorizado ante la sola idea de que la ventolera amenazase su pulcritud; Gudrun, curtida, coriácea casi, se plantaba de cara a esa misa ventolera, desafiante y temible como ella, amenzando a los elementos con su cayado, un poco reina y un poco guerrera de su restringido mundo personal. A ella le sentaba magníficamente que el viento la despeinase cuanto quisiera... Y una excitación sin límites recorría a Balduino al verla así.
Estaba lejos aún cuando Gudrun, divisándolo, buscó a Copito de Nieve y lo ató a un arbusto con una cuerda que últimamente traía siempre para usarla en momentos como éste; porque también ella había extrañado a Balduino. Cuando comprendió el motivo por el que se lo ataba, Copito de Nieve, indignado, baló una y otra vez; y según se vio más tarde, no sólo tiró de la cuerda, sino que también la mordisqueó, aunque sin llegar a liberarse. Y las otras ovejas, aunque reconocieron a Balduino y se acercaron a recibir mimos de él, eran infinitamente menos fastidiosas que el malcriado del rebaño, si éste se hallaba imposibilitado de dar el mal ejemplo, como era el caso.
Se podía acusar a Gudrun de muchas cosas, pero no de tonta. A sabiendas de que aquello no sería eterno, de que Balduino un día se iría, se había propuesto al menos disfrutar al máximo el tiempo que pasara con él. Por ello, había aprendido a conocerlo mejor de lo que él mismo se imaginaba. Un solo vistazo le bastaba para predecir sus estados de ánimo; y ese día supo de inmediato que Balduino estaba preocupado... Pero ella conocía el remedio para eso.
-Hermosa sorpresa me dais, señor cabellos de Fuego... Lástima esa cara de funerales que traéis-le dijo al tenerlo cerca-. Hay que solucionar eso. Es un crimen semejante cara en un día precioso como éste.
Balduino, quien había desmontado a cierta distancia para hacer a las ovejas los mimos de rigor y traía por la brida a Svartwulk, dejó libre al caballo, que se puso a pastar, y abrazó a Gudrun, quien le sonreía de modo sugestivo, insinuante, y que al devolverle el abrazo le acarició mucho ambos omóplatos y la nuca. Había notado cuánto lo relajaba y excitaba eso.
Al minuto siguiente estaban fundidos en un beso, menos de cinco minutos más tarde estaban tendidos sobre la hierba, dominados por un delirante frenesí sensorial. La preocupación de Balduino por lo que Kehlensneiter hiciera o dejara de hacer había pasado a mejor vida.
