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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
01 de Diciembre, 2011    General

CLXXVI

CLXXVI

      El diez por ciento de Balduino era un estúpido y sabihondo macho que sin razonar, sino simplemente por hábito, asumía que las mujeres eran todas unas inútiles o, en el mejor de los casos, no tan capaces de desempeñar ciertas tareas como los hombres. Como cualquier otro macho, éste no era sino un colosal bufón que, presumiéndolas de listo, iba de yerro en yerro; y como tenía frágil memoria u orgullo a prueba de todo, lejos estaban sus repetidos errores de abochornarlo, como habría sido lógico. El macho Balduino había afirmado, ordenado casi, que las ovejas de Gudrun de ningún modo comerían heno mohoso. Que no sólo Copito de Nieve lo había devorado con glotonería, sino también Svartwulk y Slav, lo sabía ella por boca de Anders, quien lo había contado riéndose a carcajadas de Balduino... Porque el macho Balduino jamás habría admitido algo así, y había replicado con evasivas y bromas al ser consultado por Gudrun respecto a cierta notoria merma en sus acopios de heno mohoso.

         El macho Balduino también había discutido con Gudrun respecto a la siembra de alfalfa, para lo que había que esperar, según él, a que fuera cuarto creciente... que precisamente acababa de quedar atrás al discutir el asunto. ¿Y por qué había que esperar al cuarto creciente?: porque así las plantitas crecerían más de prisa... Pero, ¿había cosa más absurda que demorar la siembra todo un mes para acelerar el crecimiento de las plantas? Y el macho Balduino porfiaba también en que los unicornios eran ramoneadores, dato que seguramente conocía a traves de algún libro de Tortugano, Plonio o quién sabía qué otro de esos estrafalarios escritores que leía él, y que no eran otra cosa que soberanos asnos. Gudrun había visto en persona a los unicornios usando el cuerno para desenterrar raíces y devorarlas acto seguido; ¿qué diablos tenía el tal Tortugano que decir a eso? Mejor ni enterarse, que ya vendría el macho Balduino a repetirlo con entusiasmo digno de mejor causa... En suma, El Caballero Balduino era todo un señor, alguien que infundía respeto e inspiraba amor, pero el macho Balduino era sencillamente un ridículo.

           -Gudrun, el hecho de que sean abejas no las hace menos peligrosas-explicó pacientemente Balduino-. Has mencionado a los Wurms, a cuyo lado mis hombres y yo nos veríamos también como insectos; y sin embargo, si se acercaran a Freyrstrande teniendo ya la defensa debidamente organizada, más duro les daríamos nosotros a ellos que ellos a nosotros.

           -Os lo creo-replicó Gudrun, entre la saña y el sarcasmo-. El Caballero sois vos, no yo. Pero quien desde hace tres o cuatro veranos viene sacando miel de esta colmena soy yo, no vos; y por consiguiente, sé lo que se debe hacer. Tal vez reciba una picadura o dos, pero...

           -¿Ves?-interrumpió él-. Si no eres lo bastante cauta...

          -¡Oh, rayos, señor Cabellos de Fuego! ¡Que son sólo abejas, os digo! ¡Sólo abejas!...

          -Gudrun, querida, te enojas conmigo, y lo único que quiero es protegerte.

         Precisamente eso era lo más exasperante: la mayoría de los machos, a juicio de Gudrun, eran fáciles de poner en su lugar por soberbios, despectivos, brutales y, en suma, más desagradables que un cubo colmado de babosas. Pero el macho Balduino parecía empeñado en remedar la gentileza del Caballero. No era culpa de aquella hembra que fuera tan tonta y, por lo tanto, había que acudir presta y heroicamente a defenderla de ella misma, de su propia y peligrosa tontería, pero sin lastimarla u ofenderla. Con lo que Gudrun se veía reducida a la impotencia, porque a alguien tan dulce y amable no podía saltarle un ojo ni partirle algo por la cabeza, como a cualquier macho vulgar. Y obligada a reprimirse, no sabía ya cómo hacer para lograrlo.

         Intentó sonreír, pero la mueca resultante parecía la de una persona aquejada por dolor de muelas. Acto seguido, sin decir palabra, volvió a señalar la colmena con su mano izquierda y, cargando a Copito de Nieve para ponerlo a salvo del desastre que, sospechaba, se vendría encima dentro de poco, se alejó. Que el macho Balduino insistiera en que los unicornios eran ramoneadores aun cuando ella, Gudrun, los hubiera visto alimentarse de raíces, era sin duda fastidioso, pero nada más. El problema ahora era que el sabihondo iba a demostrar sus talentos manejando abejas. Y las abejas tienen aguijones ponzoñosos... De buena gana habría Gudrun arremetido a dentelladas de rabia contra el tronco más cercano, sólo para desahogarse, y si se abstuvo fue sólo por temor a que el macho Balduino le saliera con que no debía nutrirse de troncos pues, según Tortugano, debía ser ramoneadora.

           Mientras tanto, Balduino, muy satisfecho de haber salvado a Gudrun de las peligrosísimas abejas, se inclinaba sobre los restos truncos de árbol donde aquellas se habían instalado; trataba al mismo tiempo de recordar qué decía Plinio el Viejo de aquellos insectos, pues en su Historia natural les había dedicado varias páginas. Tres o cuatro abejas revoloteaban en torno a él, zumbando, lo que no le gustó nada... Plinio decía que las abejas apostaban centinelas en la entrada del nido... ¿Y qué diablos eran ésas que revoloteaban por ahí? ¿Exploradoras? No recordaba que Plinio dijera que las tuviesen.

      Siguió recordando otros datos de la Historia natural: las abejas toleraban con dificultad los climas duros... ¿Qué hacían entonces aquellas en Freyrstrande, espléndidas, rozagantes y laboriosas? Por lo visto no habían leído la obra, o tal vez era que, así como entre los seres humanos aparecían de vez en cuando individuos de excepcional vigor, caso de Hércules y Sansón, entre las abejas, tan similares en ciertos aspectos al género humano, también había algunas muy resistentes. La idea no agradó a Balduino. Una picadura de abeja era dolorosa, una de superabeja debía ser mucho peor... No sin cierta renuencia, intentó separar las enredaderas que ocultaban la entrada del nido. Enseguida otras dos o tres abejas alzaron vuelo, como advirtiéndole que empezaba a pasarse de la raya, y él retiró la mano, asustadísimo. De inmediato se avergonzó de su cobardía y alzó la vista en dirección a Gudrun, en el preciso instante en que ésta, con Copito de Nieve en brazos, sacudía la cabeza con una expresión desolada que él no vio porque la joven, cada vez más segura de la inminencia de una catástrofe, disimuladamente se alejaba cada vez más, para asegurarse una pronta huida cuando las cosas se pusieran feas.

         De repente, Balduino se indignó sobremanera consigo mismo. Aquéllos no eran superinsectos, sino abejas comunes y corrientes; y lo estaban haciendo quedar en ridículo frente a su novia. ¿A qué tanta duda?... ¡El tesoro que habían venido a buscar aguardaba allí, en el interior de aquel tocón semisepultado por una maraña de enredaderas: una miel exquisita, digna de ser comentada en la Historia natural de Plinio el Viejo! ¡Ningún dragón lo custodiaba, sólo un enjambre de estúpidos insectos!... Volvió a vacilar: él y sus hombres también serían insectos al lado de los Wurms, él mismo se lo había dicho a Gudrun, pese a lo cual planeaban dar a aquéllos un castigo ejemplar si osaban acercarse a Freyrstrande... Sonrió ferozmente: ya verían esos monstruos lo que era bueno... pero, ¡ay!, ahora el papel de Jarlwurm invasor le tocaba a él, y los valientes defensores serían las abejas encargadas de la custodia del tesoro que él codiciaba... Volvió a enfurecerse consigo mismo: diablos, ¡él era un hombre, no un gallina, y no había entrenado tan duro y durante tantos años para amedrentarse ahora por unos cuantos insectos zumbones! ¡Si los Wurms eran tan torpes, ineptos y cobardes para dejarse vencer por criaturitas diminutas en tamaño aunque descomunales en coraje comparadas con ellos, era problema de ellos, no suyo! ¡El, Balduino Cabellos de Fuego, el Lemming de Freyrstrande, les demostraría ahora, aunque no pudieran aprovechar la lección por hallarse lejos, cómo emprender un ataque así y salir victorioso! ¡Eso es!...

          En su prisa por demostrarse a sí mismo su propia intrepidez, el valeroso guerrero olvidó toda esa cautela que había reprochado a Gudrun no tener, y hundió la mano en la colmena con la brutalidad de un jabalí nutriéndose en un primoroso jardín. Obviamente, aquello a las abejas no les gustó nada, y se lo hicieron saber de inmediato al invasor, en forma harto elocuente y dolorosa. El valeroso héroe de marras, o su mano impregnada en miel al menos, emprendió rauda huida del agujero, pero de momento se quedó junto al tocón cubierto de enredadera, junto con el resto de la anatomía de Balduino. Este se hallaba inquieto de veras, porque ahora eran muchas las abejas que revoloteaban en torno a él, declaradamente hostiles todas ellas; pero tanto se había arengado mentalmente a sí mismo, que no estaba dispuesto a emprender tan pronto humillante aunque inteligente retirada, sin intentar al menos un segundo ataque. Lo malo era que los malditos insectos se estaban poniendo de verdad condenadamente bravos. El pelirrojo intentaba ahuyentarlos manoteando aquí y allá, pero en el proceso su diestra impregnada en miel, de modo involuntario, iba untando diversas partes de su propio cuerpo, enloqueciendo aún más a los agresores alados.

        Los brazos de Gudrun se habían acalambrado de tanto tener en brazos a Copito de Nieve. Definitivamente harta, decidió dejarlo en el suelo; si el testarudo animalejo, según su costumbre, se pegaba al señor Cabellos de Fuego y éste consumaba su hazaña, logrando que el enjambre entero los persiguiese y picase a gusto, a él y a su oveja faldera, allá él. No obstante, la esperanza de lograr persuadir a un ser racional existe siempre, y tal vez por eso no renunció del todo Gudrun  a alejar del peligro a Copito de Nieve, olvidándose en cambio de Balduino, quien no tenía remedio. Anteponiendo frente al animal la pierna o arrastrándolo por el pellejo, intentaba retenerlo junto a ella... Y entonces, la hecatombe largamente prevista y temida por la joven sobrevino al fin.

          -¡CORRE, GUDRUN!-gritó Balduino, corriendo perseguido por todo un enjambre de abejas enfurecidas.

         Gudrun saltó como accionada por resortes, escapando a todo correr y olvidando a Copito de Nieve. Iba a volver por él, cuando vio que Balduino lo traía en brazos. Copito de Nieve descubrió con deleite que Balduino, untado con miel, estaba más dulce que nunca; por lo que empezó a lamerlo con gran ahínco.

        -¡DEJA DE MOVERTE Y DE RASPARME CON ESA LENGUA ÁSPERA QUE TIENES!-lo reprendió Balduino, quien, como si con huir de las abejas no tuviera suficiente, debía soportar a aquella bestezuela forcejeando entre sus brazos y limpiándolo de miel con algo que, más que una lengua, parecía una lija.

          El trío dejó atrás el bosque y ganó las dehesas aledañas al Duppelnalv. Dichas dehesas importaban un bledo en este momento; el río mismo era lo que contaba. Pero aunque los separaba de él un buen trecho teniendo en cuenta la crisis que atravesaban, esa misma crisis ponía alas en los pies de Balduino y Gudrun, quienes no tardaron en zambullirse de cabeza en las protectoras aguas, de las que sólo Copito de Nieve volvió a emerger enseguida, alcanzando la orilla. Se sacudió a la manera de un perro, visiblemente asqueado y ofendido de que se dulce banquete se viera interrumpido en forma tan brusca. A él, aparentemente, las abejas lo dejaron en paz, pero permanecieron un rato en la zona, como a la espera de despedirse de Balduino como era debido, a aguijonazos.

        Cuando por fin los fugitivos se animaron a emerger de nuevo, Fray Bartolomeo pasaba por allí a lomos de Arn, su burro. Los miró con curiosidad, pero no hizo preguntas ni comentarios. Sin embargo, interiormente lo intrigaba qué nueva absurda idea habría tenido aquel hereje, quien, como tal, estaba cada día más chiflado. Se preguntaba igualmente si bañarse vestidos en el río era una mera etapa o ya el desenlace de la puesta en práctica de dicha idea. No supo qué deducir al respecto, pero sólo de pensar en ello lo acometió un implacable ataque de risa, que intentó inexitosamente reprimir como pudo, sin detener la marcha. Varias veces quiso decir algo, pero su arrebato de hilaridad lo obligó a interrumpirse una y otra vez.

          -Cura del diablo, como te atrevas a predicar acerca de compasión y caridad cristiana luego de reírte así de mis infortunios, te decapito-masculló el pelirrojo.

         -¡VOLVERÉ CON TOALLAS Y ALGO QUE CUBRA VUESTRAS RESPECTIVAS DESNUDECES!-les gritó Fray Bartolomeo, ya desde bastante lejos; y acto seguido se abstuvo de seguir conteniendo las carcajadas.

         Balduino ansió poder decirle que no hacía falta, pero que en cambio se quedase un rato con ellos; porque sospechaba que se le venía una tormenta encima, y hubiese querido no verse obligado a arrostrarla solo. Pero la silueta del fraile alejándose a lomos de su burro se iba haciendo cada vez más pequeña. En fin... A lo hecho, pecho, pensó entonces el pelirrojo, volviéndose con gran timidez hacia Gudrun, quien lo miraba como para traspasarlo con sus iracundos ojos de color celeste lavado.

         -¿Te... Te picaron?

         Picar es lo que yo os haré a vos, pensó ella. Pero la expresión de él, terriblemente culpable, la ablandó un poco.

         -No-contestó.

          -Todo está bien entonces-decidió Balduino-. Bah, bueno, al menos tan bien como es dable hallarse en estas circunstancias...

         -Apartad los cabellos de vuestro rostro un momento, señor, os lo ruego-interrumpió Gudrun-. No, así no: hacia atrás-agregó.

        Y Balduino obedeció de mala gana, y así se vio forzado a exhibir algunas de las humillantes huellas de la terrible represalia llevada a cabo por el enjambre. En total, en su semblante, brazos y manos, le habían hundido veintitantos aguijones, y aunque Gudrun no tuviera a la vista las marcas de todas esas picaduras, sospechaba que las que veía no debían ser las únicas.

         -¿Os duelen mucho, señor Cabellos de Fuego?

         -Molestan un poco-admitió Balduino, lacónico.

       No quería mostrarse quejumbroso o llorón, en especial porque padecía simples consecuencias de su fogosa necedad; y además, exagerar sus dolencias para recibir mimos especiales como hacían tantos hombres, guerreros inclusive, decididamente no iba con él.

         No se animaban a salir del agua para exponerse al viento mojados como estaban; con un poco de suerte, Fray Bartolomeo volvería pronto y entonces tendrían con qué secarse y cubrirse. Hasta que ello sucediera, sentirían menos frío en el agua. Allí seguían, metidos hasta el cuello en una especie de pozón natural, cuando Gudrun se acercó a Balduino y lo abrazó y besó con inusitada ternura.

         El no comprendió qué pasaba por la mente de ella. Después de todo, Gudrun tenía excelentes motivos para enfadarse: por culpa de él, los habían perseguido las abejas y ahora tiritarían hasta quién sabía cuando en el agua, adonde habían tenido que refugiarse. Y si Fray Bartolomeo no hubiese pasado por allí, quizás habrían tenido que volver a sus respectivos hogares desnudos o con las ropas empapadas. Y como si todo ello fuera poco, en este momento Balduino, con su rostro hinchándose aquí y allá por las picaduras de las abejas, estaba más feo que nunca. Si en tales circunstancias Gudrun se sentía especialmente atraída por él, y a menos que su intención fuera consolarlo o hacerle ver que perdonaba sus torpezas -y él estaba seguro de que no se trataba de ninguna de las dos cosas- era realmente como para concluir que el amor no sólo era ciego, sino también sordo y estúpido.

          Y sin embargo, el amor de Gudrun no era ciego, sordo ni estúpido. Seguramente, hasta el fin de sus días recordaría con cierta impaciencia cuán tonto había sido el señor Cabellos de Fuego el famoso día de las abejas, seguramente recordaría cuántas ganas de estrangularlo la habían asaltado, cómo habían tiritado de frío en el agua y aquel rostro hinchándose por las picaduras. Ese día, señor Cabellos de Fuego se había portado como un imbécil, y eso ella no podría ni deseaba olvidarlo, porque consideraba que no había tontería más peligrosa que el amor ciego o desmemoriado.

         Pero ahora sabía ella que el amor que tiene tan buena vista para lo bueno como para lo malo puede ser algo sublime, un auténtico don del Cielo, al menos si lo que había de bueno era realmente digno de verse. Cuando recordara los hechos de aquel día evocaría también la más descomunal, bella y noble de las tonterías del señor Cabellos de Fuego: demorarse en la fuga por salvar a un animalito fastidioso y deforme que no había parado de estorbarlo a lo largo de la huida, una hazaña que no le reportaría gloria alguna y por la que, quizás, había obtenido picaduras extra. De no haber cargado con Copito de Nieve, de no haberse visto obligado a bregar para mantenerlo quieto, de no haber temido tropezar y que el raquítico animalito sufriera daños irreparables, de no haberse visto forzado, por consiguiente, a tener mucho cuidado al pisar para no tropezar y dejarlo caer, aun cuando los persiguiera un enjambre de iracundas abejas... De no haber sido por todo eso, Balduino podría haber huido más velozmente y ser menos castigado por el enjambre.

         Gudrun lo recordaría... Y recordaría también que, al caer en la cuenta de ello, su corazón había redoblado su latir con ímpetus hasta entonces desconocidos, embriagada de amor por su Caballero, su señor Cabellos de Fuego, su hombre... De hecho, el que para ella había sido el mejor de los hombres, más allá de todos sus defectos... Y Gudrun sabía que, cuando recordara todo esto, antes que llorar la ausencia de Balduino o mortificarse por un regreso que jamás se produciría, agradecería al Señor por haberla bendecido, permitiéndole conocer y tener a su lado, aunque más no fuera por breve tiempo, a semejante hombre...
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publicado por ekeledudu a las 13:34 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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