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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
14 de Diciembre, 2011    General

CLXXVII

CLXXVII

        Sólo mientras cabalgaba de regreso a Vindsborg recordó Balduino a Kehlensneiter, y temió lo que pudiera hallar a su regreso. Ya había oscurecido cuando guardó a Svartwulk en la caballeriza. Allí notó que Anders no había regresado de Kvissensborg aún, puesto que faltaba Slav. Esto era lo de menos: lo preocupante era que el interior de Vindsborg permanecía en tétrico silencio. Eso no era habitual a esa hora en que Varg solía hallarse terminando de preparar la cena mientras los demás charlaban animadamente.

          Subió a la carrera la escalinate de pìedra y entró con tal brusquedad que todas las miradas convergieron en él, llenas de curiosidad. Enseguida constató que Kehlensneiter estaba sentado pacíficamente y que parecían estar presentes más o menos todos los que debían estar presentes. De momento, nada más captó, y pudo respirar aliviado.

          Algunos de los hombres estaban sentados en el suelo, pero otros permanecían de pie, y éste era el caso de Thorvald. El gigante, situado geográficamente frente al pelirrojo, lo miró más detenidamente que ninguno y preguntó, tras el prolongado examen:

     -¿Venían persiguiéndote bichos raros en enjambre, que entraste así, corriendo como alma que se lleva el diablo? Tienes unas cuantas picaduras hinchándose como para reventar, muchacho...

          -Mejor olvídalo, ¿sí?-sugirió Balduino. No había urdido ninguna buena historia que explicara las picaduras sin hacerlo quedar como un imbécil-. Confórmate con saber que tuve un día bastante agit... TARIAN, ¿QUÉ RAYOS HACES?

            El mentado alzó la vista ante la horrorizada exclamación de Balduino, quien recién ahora tomaba debida nota de las actividades del muchacho-pez. Este, acuclillado y desnudo hasta la cintura, no se había inmutado demasiado, y seguía con lo suyo. Que, de momento, consistía en frotarse el bíceps izquierdo con una cosa en parte gris y en parte roja que, con cierto esfuerzo, el pelirrojo identificó como un fragmento de piedra pómez medio cubierto de sangre fresca. Y el bíceps derecho de Tarian estaba en carne viva.

          -¿Tantas inmersiones en el mar te han dejado sin cerebro, o qué?-lo reprendió Balduino-. ¡Deja de hacerte eso! ¡Nada más verte, me da impresión!

          Tarian interrumpió su espeluznante labor, miró a Balduino con sus ojos glaucos muy abiertos y le bastaron un par de expresiones de fingido asombro y afeminamiento, entremezcladas con sonrisas de sorna, para manifestar cuánto lo maravillaba que el pelirrojo fuese así de delicado.

         -Sigue haciéndote el gracioso, Tarian, sigue haciéndote el gracioso, y te garantizo que correrás el riesgo de mañana amanecer con unos cuantos dientes menos...-gruñó Balduino-. He visto escenas terribles en el campo de batalla, sí; hombres despanzurrados de pies a cabeza, ¡pero no se habían puesto ellos mismos en ese estado!... te veo hacer eso y me doy cuenta de que tienes la azotea llena de murciélagos. Intenta disimularlo, al menos; no te hará daño comportarte como una persona cuerda.

      -Tarian no está loco, señor Cabellos de Fuego-intervino malhumorado Hendryk, quien hasta ese momento se había mantenido sombrío y con la vista baja, alzándola sólo de tanto en tanto para observar a Tarian con cara de pocos amigos-: es un ingrato y un insensible, eso es todo.

     -¿Qué quieres decir?-preguntó Balduino, intrigado.

         Bajo los efectos de la cólera, el semblante de Hendryk enrojeció, y por un momento pareció a punto de reventar. Acto seguido apuntó con su índice hacia el muchacho-pez, como acusándolo de crímenes abominables y exigiendo que se lo sentenciase a la horca.

          -¡Quiero decir que este bastardo desgraciado está usando esa puta piedra pómez, que gustosamente le metería en el culo, para borrarse los tatuajes que yo mismo le hice más de diez años atrás a bordo del Zeesteuven a pedido suyo!-rugió-. ¡Mierda, Tarian, ya que tan poco valoras mi arte, podrías al menos no hacérmelo ver tan ostensiblemente!... ¡Podrías haberte ido aparte a hacer eso que estás haciendo!

          Era obvio que lo tenía sin cuidado que Tarian se lastimara a sí mismo adrede, pero que en cambio hacía trizas su corazón lo que consideraba un menosprecio hacia su arte. Tenía una escala de prioridades muy personal.

       -¿Y así conseguirá borrarse los tatuajes?-preguntó Balduino, escéptico.

           Sí, rompiendo todas las capas de piel-gruñó el ofendido Hendryk.

            Balduino, por supuesto, había visto una y mil veces esos tatuajes en los bíceps de Tarian, pero en éste otras cosas llamaban mucho más la atención. Sumado a ello que por ser obra de Hendryk los consideraba más bien arte menor, nunca se había detenido a observarlos muy detenidamente; incluso le costaba recordar de qué motivos se trataba. No obstante, haciendo memoria recordó que en uno de los bíceps había un tridente y un monstruo marino, símbolos ambos del poder de los mares, aunque no estaba muy seguro de en qué brazo se hallaba cada uno de esos tatuajes. Ninguno de ellos podía compararse en calidad, por ejemplo, a Frida, la mujer estampada por mitades en sendos brazos de los Björnson.

     -Lo que yo no entiendo es: ¿de dónde sacó Tarian la piedra pómez?-preguntó Emmanuel.

    -Mira que eres imbécil, Hijo Mío, haces las preguntas más increíblemente gansas concebibles, y para colmo con aire de aportar perlas de sabiduría. Cuando den premios a la estupidez, los acapararás todos-respondió Hendryk, irritado.

    -¿Y yo qué dije ahora?...-preguntó Emmanuel, indignado.

        -Hay mucha piedra pómez en Eldersholme-le explicó Balduino-. Lo único que tuvo que hacer Tarian fue nadar hasta allí y tomar un fragmento... Y tal vez ni eso. A veces se la encuentra flotando en la superficie del mar, o la traen las olas a la playa.

          -Muy bien; ¡pero yo no tengo por qué saberlo!-saltó Hijo Mío, con traza de joven gallo de riña aprestándose al combate, y acercándose furibundo a Hendryk.

         -Calma, Emmanuel... Nadie discute eso-suspiró Balduino. Era imprescindible persuadir al joven gallo de riña de que ya era suficiente, de que había defendido bravamente su honor, antes de que por buscar cuerda a Hendryk quedara estampado contra la pared más próxima tras un simple manotazo del tatuador fortachón-. Y en cuanto a ti, Hendryk, ¿crees de veras que vale la pena ofenderte sólo porque Tarian se borró sus tatuajes? A mí me parece poca cosa.

          -Señor Cabellos de Fuego, te guardo respeto, y lo sabes-gruñó Hendryk, malhumorado-; pero en este momento, gustosamente te rompería la cara, a ver si también eso te parece poca cosa. Eres todavía más insensible a los sentimientos artísticos que el mismo Tarian.

          Parecía grotesco e incongruente escuchar a aquel energúmeno simiesco y musculoso, rubio y de ojos azules pero de todos modos prodigiosamente feo, parlotear acerca de cosas como sensibilidad artística; pero de cualquier modo, Balduino no quería hacerlo enojar. La última vez que se había medido en combate pugilístico con él, Hendryk lo había castigado con el papá y la mamá de todas las palizas; y como no tuviera bastante humillándolo a puñetazos, se permitió la mortificación adicional, bien intencionada pero vejatoria, de calificar semejante carnicería como empate. Muy noble de su parte aquel intento por preservar incólume el honor de Balduino... Lástima que a éste aquello le parecía basura escondida bajo el tapete. Le habría encantado gritar que, de empate, nada; que con sus puños grandes y feos,  Hendryk sencillamente lo había demolido... Pero temía con ello crearse complicaciones. Hendryk no había actuado así por lástima o condescendencia, eso era claro; tal vez, conforme a los códigos Kveisunger, una derrota así restara autoridad al vencido, y él no quisiera menoscabar la de Balduino, con la que estaba, después de todo, conforme. Después de todo, de veras estaba persuadido de que Balduino y su tótem, El Lemming, los guiarían hacia la gloria; así que la idea de sustituir a semejante líder debía sonarle a blasfemia, o poco menos.

         -Respeto tus talentos artísticos, y eso bien lo sabes tú-respondió el pelirrojo-; pero admite que has hecho cosas mejores que esos Tatuajes que tiene Tarian... Bah, bueno, que tenía...

         -¡No le hace!-tronó Hendryk-. ¡Un artista ama todas y cada una de sus creaciones!

           -Hendryk, te doy permiso para que me rompas la cara, como dijiste; pero ya que de sensibilidad hablamos, respeta por favor la de mis oídos, y deja de gritar. Y tú, Tarian-dijo Balduino, volviéndose hacia este último-, ya que durante trece o catorce años conviviste sin problemas con esos benditos tatuajes, ¿puede saberse qué necesidad tenías ahora de deshacerte de ellos, máxime si ello implicaba consumar esta especie de atentado contra ti mismo, por más que no fueran, en fin, las mejores creaciones de nuestro innegablemente talentoso tatuador?

          Enfadado, Tarian volvió a alzar hacia Balduino sus ojos glaucos, moviendo al mismo tiempo de tal manera sus puntiagudas orejas -señal en él de nerviosismo o irritación- que se hubiera dicho que las estaba probando para usarlas a modo de alas y emprender vuelo. En su muy expresivo rostro andrógino y habitualmente manso había ahora sorprendente, temible dureza, como si la sangre paterna aflorara en él a la manera de lava en un volcán en erupción. El mensaje implícito en tal semblante era muy claro: a nadie tenía por qué rendir cuentas de lo que hiciese de su vida.

          Ahora bien, si Tarian estaba enojado porque los demás se metían en asuntos que no eran de su incumbencia, hendryk lo estaba también con Tarian por haberse éste despojado de sus tatuajes e Hijo Mío se hallaba todavía más furioso con Hendryk por haberle hablado con tanto desdén, Balduino, absolutamente harto, no tenía por qué ser menos, y empezaba a montar cólera contra aquellos tres por igual mientras en torno al cuarteto el resto de la dotación presente, fascinada, seguía con gran atención y deleite el desarrollo de los acontecimientos. Desde la primera pelea a puñetazos entre Hendryk y Balduino, los combates boxísticos por mero pasatiempo se habían vuelto bastante habituales en Vindsborg en la medida en que lo permitía el pelirrojo, quien no podía consentir que los contendientes , por simple deporte, llegaran al extremo de aporrearse al extremo de no poder luego cumplir con sus deberes. Pero hacía rato que no se producía ningún sano cruce de puñetazos; y ahora el público advertía, muy emocionado, que después de todo tal vez le dieran el gusto de ver golpes volando en todas direcciones y alguna sangre que no fuera la de los desollados bíceps de Tarian. Y sería sin duda algo fantástico, porque los antagonistas, cualesquiera que terminasen siendo, lucharían enojados de veras y, por lo tanto, se darían sin asco... Aunque al final se reconciliaran, como debía ser.

         Así estaban las cosas, cuando se oyó que afuera alguien se acercaba cantando, no mal ni con desagradable voz, pero sobre todo con mucho entusiasmo: Anders regresaba a Vindsborg, jubiloso, feliz de la vida y, sobre todo, muy inocente, sin sospechar siquiera, ¿cómo habría podido hacerlo?, lo que ocurría puertas adentro. El cuarteto de malhumorados estiró cuellos en dirección a la entrada. Por primera vez desde el inicio del incidente, parecían todos de acuerdo en al menos una cosa: era gran villanía por parte de Anders volver tan alegre, en absoluta discordancia con el mal humor imperante en Vindsborg, y había que darle su merecido. Al menos fue ésa la impresión que recibió el joven de ojos verdes al entrar cándidamente y con una gran sonrisa iluminando su rostro, y chocar con aquel clima de funerales y caras de perro.

      -¡Hola, gente linda!... ¿Cómo va todo?-saludó exultante, al traspasar la entrada.

   Pero si ni con el mayor optimismo podía habitualmente decirse que la gente de Vindsborg fuera linda, ahora menos que menos, y eso esta vez iba también por Tarian. El único lindo ahora, no ya por apostura física, sino por su expresión radiante en medio de tanta cara torva, era precisamente el propio Anders.

         Varg asomó desde la cocina.

        -La cena está lista-anunció.

        -Gracias, cené en Kvissensborg-dijo Anders.

        ¿También eso? ¡Era el colmo!... Balduino se cruzó de brazos, de peor humor aún: Anders no sólo osaba venir contento contra todos los demás, unisonantes en su avinagramiento, sino que además lograba esquivar los horrores culinarios de Varg, los que pronto atormentarían al resto de la dotación.

       -Eh...-Anders ya no sonreía y se veía sumamente perturbado-. ¿Hice algo malo?-preguntó a Balduino.

  Este repasó todos sus conocimientos para cerciorarse de que no se le escapara ningún resquicio legal que permitiera colgar a Anders bajo el cargo de ser dichoso.

         -No, Anders-contestó al fin, resoplando.

         -¿Sucedió alguna desgracia de la que no estoy al tanto?

          -Tampoco-gruñó Balduino.

         En realidad, lidiaba en ese momento, no con una, sino con tres desgracias; y pensaba que quizás por propia culpa. Si no hubiese prohibido a Kehlensneiter liquidar a sus propios compañeros, tal vez aquellos tres no caminarían ahora por el mundo de los vivos, generando problemas a diestra y siniestra.

         Anders se preguntaba el motivo de semejantes caras de mal humor, si todo parecía bien; sin embargo, la vida era espléndida, de modo que ¡a seguir disfrutando de ella!... La sonrisa volvió a su rostro. Cerró la puerta, abierta hasta ese momento, y dio unos pasos hasta que, al situarse junto a Balduino, notó ciertos detalles en el semblante de éste.

       -Veo que Gudrun va progresando en sus estudios-dijo, risueño-: lo que no sé, es en qué trató de convertirte. No lo hizo bien, pero ya podrá consultar a sus cofrades en el próximo aquelarre... Ah, no, ya sé, no me lo digas: eso son efectos secundarios de alguna poción garantizada para eliminar pecas... O a lo mejor lo que están garantizados son los efectos secundarios, quién sabe...

         El clima no era propicio para bromas. otro, en su lugar, lo habría advertido enseguida; pero él era todavía muy chiquilín, y además, la buena racha personal que atravesaba lo volvía ciego respecto a determinadas cosas. Balduino, furioso, resopló una vez más. El Código de Honor de la Caballería lo autorizaba a ser todo lo amargo que quisiera, pero sus principios éticos censuraban esta actitud; y en todo caso, de acuerdo, podía ser amargo... ¡Pero no al punto de asesinar a su escudero sólo porque éste era feliz!

      De repente advirtió Anders los bíceps desollados y ensangrentados de Tarian, y lo asaltó una palidez mortal.

       -Oh, Dios mío-murmuró-. Balduino, ¿qué diablos hace Tarian? ¡Tienes que  impedir...!

        -Anders, Anders, Anders...-dijo benévolamente el pelirrojo, rodeándole los hombros con su propio brazo y apartándolo de Tarian, Hendryk e Hijo Mío, los cuales permanecían observando a ambos jóvenes, como a la espera de que ambos terminaran de hablar y los dejaran así reiniciar la rencilla.

     A Balduino le había salido de adentro el Caballero, y al Caballero, pensándolo bien, Anders le encantaba en este momento: era como un niño muy pequeñito que se hubiese internado en un cubil de temibles fieras con la sola intención de acariciarlas... Ahora bien, el problema era que no resulta fácil ser al mismo tiempo el Caballero que acude a proteger al niñito en cuestión, y además una de esas fieras tan peligrosas...

         -...Anders... Mira... Era muy bonita esa melodía que venías cantando ahí afuera-rposiguió Balduino, en un tono y con una cara tales, que Anders no entendió si quería protegerlo de algo, o más bien degollarlo-. Sigue cantándola... Porque, ¿sabes?, eres demasiado curioso. Preguntas demasiado. Ya deberás preguntar y saber y meterte gratuitamente en todos los líos habidos y por haber cuando seas un Caballero debidamente armado. Mientras tanto, puedes darte el lujo de ignorar muchas cosas; aprovéchalo, no sabes qué suerte tienes... La gente ignorante es inmensamente feliz...

   La expresión de Anders era el summum del desconcierto. A suaves empujones, Balduino lo había colocado contra la pared y lo aferraba de los hombros con el afecto de un hermano y la firmeza de un verdugo, y no era seguro si sonreía o si exhibía su dentadura en una fase previa a un arrebato caníbal. Mientras tanto, los demás iban a la cocina, uno por uno, a buscar su cena.

       -Pero es que...-balbuceó Anders.

        -Shhhhhht...-lo hizo callar Balduino-. Sabes todo lo que necesitas saber: que eres joven, apuesto y tienes una esposa muy linda que está loca por ti y un hijo robusto al que todos aman. No quieras saber más... De lo contrario, aunque no tengas hambre, terminarás haciendo cola frente a la cocina para ver si la suerte te favorece logrando que Varg te borre del mapa con la cena de turno, ya que tanto esmero pone en finiquitar a sus comensales... Eso, si es que logras antes sobrevivir al mal humor general, claro...

        Observó los grandes ojos verdes que lo miraban, totalmente confusos, incapaces de discernir qué debía tomar en serio de todo aquel sermón. Sonrió entonces y palmeó suavemente una de las mejillas de Anders.

        -Buen chico-concluyó.

        Y sin decir más, se plegó a la fila de los que iban por su cena, dejando a Anders aturdido y preguntándose si se habían vuelto todos chiflados o si el loco era él.
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publicado por ekeledudu a las 13:00 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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