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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
21 de Marzo, 2012    General

CLXXXIV

CLXXXIV

       -Puede que la historia sea cierta-prosiguió Balduino-, pero sus narradores la interpretaron burdamente, pues hicieron de Gran Roble una víctima, cosa que no era, excepto de su propia debilidad y estupidez; la verdadera víctima, desde luego, era Irene, quien ningún mal había hecho a nadie y sólo quería sobrevivir. Pero la ñoñería romántica obra maravillas, y Gran Roble se transformó, merced a una balada, en alguien que no tuvo elección, que estaba entre la espada y la pared, y que se condenó a sí mismo al condenar a su amada. Así inspiró compasión, cuando su conducta era inexcusable. Lejos de ser el duro que pretendía, Gran Roble demostró pertenecer a la más baja y despreciable categoría de blandengues, los que vienen adulterados de supuesta reciedumbre y cometen villanías manejados por otros. Triste cosa es que su detestable papel conmoviera a unos cuantos de nuestros cofrades en la Orden: si tanto lo compadecían era, sin duda, porque se sentían identificados con él. Pero un Caballero que tiemble ante eventuales amenazas a su reputación puede ser temible, y por otra parte un Caballero no debe aspirar a convertirse en el más duro de todos. La Caballería exige que uno sea implacable y compasivo, duro y blando, todo en las dosis exactas y en los momentos precisos.

         -Pero, ¿qué tiene que ver esta historia con lo que estábamos hablando?

        -En que estoy casi seguro de que, en algún momento, a Ulvgang sus hombres intentaron someterlo a una prueba, como a Gran Roble los suyos; hablo de cuando nuestros Kveisunger se enfrentaban a la flota de Thorvald y hallaron a Tarian en pleno océano. Pero, a diferencia de Gran Roble, Ulvgang tuvo las pelotas suficientes para responderles que podían meterse su dichosa prueba en el culo. El caso es que nuestros bravos Kveisunger, como los hombres de Gran Roble, se creen muy machos y muy duros, pero hay algo que los hace temblar como gallinas: la superstición. Todo lo que para ellos es vago e inaprehensible los acobarda. Por otra parte,  es lo habitual que alguien capaz de medirse solo contra diez u once hombres e incluso más, se encoja de pavor ante lo sobrenatural. Ahora bien, una superstición Kveisung sostiene que trae mala suerte tener niños a bordo de una nave. Y Tarian tenía sólo once años cuando Ulvgang lo admitió a bordo del Zeesteuven. Aquí las cosas sucedieron a la inversa que en la historia de Gran Roble, que culminaba con los hombres de éste siguiengo a la muerte a su jefe por no admitir que tenían miedo. Ulvgang creía que la presencia de Tarian a bordo del Zeesteuven, en efecto, le sería fatal; pero lo amaba tanto que  resolvió afrontar su destino con coraje. Y si el capitán se mostraba tan intrépido, sus hombres quedarían como cagones si no hacían otro tanto, pero el caso es que tenían miedo; no obstante,  creyeron que había una forma de manipular a Ulvgang, de obligarlo a proceder como querían, y era acusarlo de estar ablandándose. Tal vez terminaran creyéndolo, tal vez lo habían creído asimismo los hombres de Gran Roble, pero las acusaciones de éstos encubrían lujuria y envidia, y las que los hombres de Ulvgang imputaron a su jefe no eran mucho más honestas. En su caso, encubrían temor.

        'Pero era estúpido querer infundir temores ridículos en alguien como Ulvgang, que incluso contra guerreros espectrales había combatido, sobreviviendo a pesar de todo. Sabía quién era, sabía cuánto valía y sabía que no estaba ablandado en absoluto; al contrario, se endureció aún más y con mayor ferocidad para proteger a Tarian. Y humilló a quienes lo desafiaban. Los acusó de cobardes, lo que en realidad eran en ese momento. Por otra parte, algunos de sus hombres estaban de su lado: Gröhelle y Kehlensneiter, por ejemplo, y también Honney y su viejo compinche Mälermann, aunque estos últimos quizás a desgano: ya habían arriesgado sus cabezas antes, amotinándose contra Ulvgang, y no debía apetecerles la idea de contrariarlo de nuevo y perderlas esta vez... Equivalía a encontrar mucha, mucha mala suerte, sin necesidad de que Tarian la trajera. En resumen, Ulvgang quizás tuviera escasos aliados, pero los que tenía eran más sanguinarios que lobos entre ovejas. Eso debe haber disuadido cualquier conato de motín, pero el clima enrarecido persistió, y se agravó a medida que los hechos parecieron demostrar que, en efecto, Tarian había traído mala suerte: la flota de Thorvald no concedía ni un segundo de paz ni respiro a los Kveisunger. Sabes que Thorvald me merece enorme respeto, que admiro su coraje; pero estoy seguro de que ni él habría podido con Ulvgang, que lo superaba en astucia, de no haber sido por la presencia de Tarian a bordo del Zeesteuven. La certeza de que el niño-pez traía mala suerte acabó creándola: Ulvgang ya no podía concentrarse debidamente en luchar contra Thorvald en forma contundente, pues ahora su prioridad era mantener a salvo a Tarian, y no tanto del enemigo externo como del interno. Temía que su amado hijo fuera asesinado; defenderlo pasó a ser su única prioridad... 

       'Todo lo cual, de ser cierto, explicaría varias cosas. Primero, por qué nuestros Kveisunger guardan silencio sobre lo acontecido en ese último año de piratería, aunque sean muy locuaces al hablar de todas sus restantes aventuras, incluso la derrota final en Svartblotbukten. Ese último año les debe haber sido insoportable: los Kveisunger tienen en alta estima la camaradería, pero en ese ambiente de malestar provocado por la división entre simpatizantes y detractores de Tarian, por así llamarlos, no había compañerismo posible. Unos y otros estaban unidos sólo por la premonición de que no tardaría en sobrevenirles el final. No son recuerdos agradables, y seguramente no quieren hablar de ellos... En segundo lugar, ayuda un poco a entender también la relación que luego acabó creándose entre Ulvgang y Thorvald. Este, para Ulvgang, no era sólo un enemigo valiente y por lo tanto honorable: era como la mano amiga que arma en mano abrevia las penas del agonizante. Luego del desastre de Svartblotbukten, los piratas de Sundeneschrackt volvían a ser hermanos en lo bueno y en lo malo, aunque en número menguado; y esta vez, todos estaban unidos para proteger a Tarian, aunque más no fuera para que aquella derrota tuviera algún sentido.

        'Imaginemos cómo vivió Tarian todo esto. Durante ese único año de convivencia, sin duda la relación entre padre e hijo sufrió los embates de su entorno. Para cuando tuvo lugar la batalla final en Svartblotbukten, estaba fortalecida. Esa solidez del lazo familiar infundió en Tarian una inmensa dosis de obstinación y valor, que le permitió resistir diez u once años de tormento carcelario. Hacia el final estaba comprensiblemente acobardado y confundido. Cuando, una vez libre, chocó con el rechazo de Ulvgang, volvió al pasado con su mente, en busca de respuestas para aquella reacción, que no entendía; y reinterpretando los hechos a su manera, halló esas respuestas.

       'Durante aquel último año de libertad, Tarian se sintió imán de los dedos acusadores de buena parte de los hombres de Ulvgang, que lo hicieron sentirse ave de desgracia. En la niñez se es particularmente vulnerable, y Tarian debe haberse sentido impactado por esas acusaciones. No se lo culpaba por algo que hubiera hecho, sino por lo que iba a hacer, adrede o no: traer infortunio. En algún momento, la sensación de ser malquerido debe haberlo impulsado a plantearse la posibilidad de volver al océano, abandonando para siempre el Zeesteuven y a su padre. Por otro lado, anhelaba fervientemente quedar junto a éste, tal vez por ser su único pariente cercano vivo; pero ese detalle es lo más especulativo de todo esto.

         'Ulvgang no tenía dudas respecto a sus sentimientos hacia Tarian. La fisonomía de éste era demasiado similar a la de Margyzer, la amada sirena de Ulvgang; y los ojos verdiazules del chico eran un vivo recordatorio de su paternidad. Pero no pasaron juntos todo el tiempo que merecían. Ulvgang debía cumplir con sus deberes de capitán, y a la vez vigilar a los enemigos externos e internos y velar por la seguridad de Tarian. No deben haber tenido demasiado tiempo para el diálogo tranquilo. Ulvgang, además, seguramente lo exhortó varias veces a dejar el barco, aunque otras tantas debe haberlo detenido cuando Tarian, amargado, se decidía por cuenta propia a abandonarlo. Y es que aquel pirata implacable no vacilaría en defender a su hijo con su propia vida, pero a veces temía que esto no bastara para protegerlo. Por eso a veces  trataba de persuadirlo de que se marchara. Puede que a veces, luego de hablarle así, él mismo terminara reteniéndolo. De todos modos, en ciertas ocasiones, Tarian debió preguntarse si Ulvgang, al insistir en que se marchase, no estaba cediendo a las presiones de su tripulación, que le exigía deshacerse del muchacho. En Svartblotbukten no tenía ya dudas, pero su convicción flaqueó de nuevo cuando, más de diez años más tarde, Ulvgang lo recibió con fría indiferencia. Le pareció claro entonces que el temor a parecer blando, o quizás a haberlo sido, había hecho mella en su padre. Otros indicios parecían certificarlo: por ejemplo, el hecho de que Ulvgang, prisionero en las mazmorras, no admitiera que Tarian era hijo suyo. En realidad, por supuesto, con ello buscaba sólo protegerlo; pero la duda pudo inducir a Tarian a la errónea conjetura de que Ulvgang se avergonzaba de su paternidad. Y durante una de las peores torturas sufridas por Tarian, Ulvgang intentó mantenerse impasible para evitar que mataran a su hijo; fue Kehlensneiter quien, como sabes, perdió el control, y pagó por ello con su nariz y sus orejas. De cualquier forma, la inacción de un padre puede ser malinterpretada por la mente confusa y el corazón dolido de un hijo... Pero el tiempo del dolor está quedando atrás para Tarian. Ahora es el tiempo de la ira y el desquite, de demostrar a su padre cuánto se equivocó al despreciarlo. Quizás sea, para él, el comienzo de una etapa más positiva.

          -¿Lo crees realmente?-preguntó Anders, dubitativo.

          -Cuanto puedo decir es que la ira provechosa es preferible al dolor callado y pasivo-replicó Balduino.

         Anders no contestó. Cuando habló al fin, luego de un prolongado silencio, el cambio de tema fue total, hecho que Balduino recibió con verdadero alborozo: hay ocasiones en que las trivialidades son un auténtico bálsamo para el espíritu.
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publicado por ekeledudu a las 19:37 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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