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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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14 de Abril, 2012    General

CLXXXIX

CLXXXIX

      Adler, de guardia en el torreón, interceptó a Hansi cuando éste se encaminaba tras su padre hacia la barca de pesca. A Friedrik no dejaba de asombrar que un Caballero precisase tanto de los servicios de su hijo, pero lo consideraba un inmenso honor y, en consecuencia, ni se le habría ocurrido protestar.

        La llegada del chico, cuando en Vindsborg se acababa de desayunar, fue ciertamente oportuna. El y Emmanuel ayudaron a Balduino y Anders a enfundarse en sus respectivas armaduras y subieron tras ellos, cada uno en la correspondiente grupa sobre Svartwulk y Slav, y acto seguido los cuatro se pusieron en marcha hacia Helmberg. Pero no habían cubierto aún un gran trecho, que divisaron una figura harapienta que venía hacia ellos por el camino y, cuando estuvo lo bastante cerca, agitó los brazos indicándoles que se detuvieran. Balduino se puso instantáneamente en guardia, no fuera a tratarse de una emboscada Landskveisung -aunque era dudoso que éstos se animaran a atacar a hombres armados y que no parecían llevar un botín tentador-o, poeor aún, del tal Erik; pero entonces, a duras penas, reconoció al individuo-

          -¿¡Arn!?...-exclamó, casi sin poder creer a sus ojos.

         -¿A...?-el nombre, pronunciado como pregunta, se atoró en la garganta de Anders.

        No menos estupefactos estaban Hansi e Hijo Mío. Y había motivos: el depuesto ex Conde de Thorhavok parecía una década más viejo de lo que en realidad era, llevaba al menos una semana sin afeitarse y sus ojos parecían tremendamente agobiados. En ellos, las pupilas azules tenían sin embargo un irreconocible matiz heroico, como el de alguien que ha sufrido mucho y pese a todo resiste aún. Balduino no recordaba haber visto jamás tal expresión en los ojos de Arn; paradójicamente, ella lo ayudó a reconocerlo, y le inspiró un inmenso respeto hacia él.

            Lástima que ni la expresión noble ni el consiguiente respeto duraron mucho... Sólo hasta que Arn habló por fin:

           -Sí, soy yo-musitó-. Me humilla que me veáis así. Me han traicionado, me han...

           -Bueno, bueno, ya, Arn-lo interrumpió Balduino, en un intento por tranquilizarlo, pero incapaz de disimular su propia impaciencia e irritación ante aquel tono plañidero-. Cualquier cosa que fueses antes, sigues siéndola ahora, sin importar qué parezcas.

            -Eres el primero que aún me sigue viendo como Conde-murmuró Arn, con la cabeza gacha y casi al borde de las lágrimas.

         Me temo que Conde es precisamente lo único que no eres de todo aquello que solías ser, y no me refería a eso... ¡Pero para qué gastarme en tratar de hacerte entender!, pensó Balduino, sintiendo que ambos hablaban distintos idiomas. Por fuerza, uno de los dos tendría que aprender el del otro, y él de ningún modo pensaba adaptarse al de Arn.

        Anders no sabía qué pensar del ex Conde de Thorhavok. Parte de él lo compadecía pero, por alguna razón que no atinaba a entender, también le inspiraba ahora un sentimiento nuevo, equiparable al asco.

        Tampoco Hansi o Emmanuel sabían cómo tomar a Arn. Eran conscientes de que algo no andaba bien, pero de nada más. En este momento, al lado de Arn, Tarian les habría parecido una persona común y corriente, sin peculiaridad alguna.

              -Necesito tu ayuda... Vuestra ayuda, la de ambos...-prosiguió Arn.

          -Y la tendrás-replicó Balduino-. Precisamente ahora nos dirigimos a Helmberg a conocer a este tal Erik.

          -¿No me traicionarás tú también?

         Balduino no quería ser grosero, pero si Arn seguía hablando en ese tono llorón, temía acabar cediendo a la ira, o a la ironía.

        -Arn: si hubiera querido traicionarte, ya lo habría hecho. Recuerda que, en cambio, Anders y yo te previnimos acerca de esto que finalmente ocurrió. Algunas cosas olían muy raro-respondió, conteniéndose-. Podríamos haber investigado por nuestra cuenta para sumarnos a la conspiración. Es más: ahora mismo, si quisiéramos, podríamos hacerte prisionero y entregarte a Erik. El momento para traicionarte es ahora; si no lo hacemos, es que ya no lo haremos, ¿de acuerdo?...

         -Es que como ya estás tan al tanto de lo de Erik...

          -Sí, bueno, sabemos que existe y que te ha depuesto y reemplazado como Conde de Thorhavok, pero nada más. No me parece tanta información, y si disponemos de ella es sólo porque precisamente anduvieron los esbirros de Erik en Vindsborg, buscándote. Por si aún se mantuvieran en la región, más te vale ocultarte hasta nuestro regreso. Conozco un lugar en el que, teóricamente, estarás a salvo. Se trata de una iglesia: pedirás asilo en ella. No sé en qué medida dicha protección será eficaz, pues hasta yo, que soy un descreído, guardo mayor respeto por la Casa de Cristo que muchos que tan devotos afirman ser, especialmente si son poderosos o están armados; pero por otra parte, no se me ocurre mejor lugar. El cura es un buen hombre, no te traicionará adrede; antes, sin notarlo, revelaba secretos de confesión, pero en algún momento se lo hicimos saber, y creo que se ha enmendado, o que al menos se cuida más que antes-dijo Balduino.

        E indicó a Arn cómo llegar a la iglesia de Fray Bartolomeo.

         -¿Y por qué me dices todo esto?...-preguntó Arn-. ¿Acaso no vais a llevarme allá?

         Balduino se impacientó aún más: ¿con pretensiones era la cosa, encima?

         -No sería prudente-replicó-. Hasta aquí, si alguien nos viera, esto parecería un diálogo de un par de Caballeros con un vagabundo. Llamaría la atención que el vagabundo en cuestión subiera a la grupa de uno de esos Caballeros. Además, nos urge entrevistarnos con Arn para estudiarlo un poco.

          -¿Estudiarlo?... ¿Y qué tienes que estudiar de él?-siguió gimoteando Arn, ahora menos plañidero por sentirse molesto y desconfiado-. ¡Yo puedo decirte la clase de persona que es! Es...

         -Arn, yo podría decirte a ti qué clase de persona me dirías que es Erik: un cobarde e infame traidor. Pero como hasta hace apenas unos pocos días atrás habrías dicho que era un muy noble y muy leal vasallo tuyo, más vale que dejes que nosotros mismos nos cercioremos al respecto e intentemos profundizar un poco más en su carácter. Es una tontería no tratar de conocer a un enemigo potencial. Y una cosa es segura: amigo nuestro, Erik seguro que no es.

           -Está bien-gruñó Arn, en un tono que lo asemejó a un niño enfurruñado; más exactamente, a Balduino le recordó al Hansi que hasta hace no tanto lo acusaba a él de ser malo cada vez que le negaba algo.

           -Bueno, Arn, hagamos eso. Quédate en la iglesia; a nuestro regreso, yo mismo iré a buscarte y te traeré noticias-concluyó Balduino.

         No le preguntó si estaba de acuerdo, porque algo le decía que no lo estaba. Pero ahora las reglas las pondría él, y no estaba muy seguro de poder soportarlo más, por otra parte.

        Arn gruñó algo, hizo un gesto que con buena voluntad (muy buena, a decir verdad) podía interpretarse como un saludo y les dio la espalda, iniciando la marcha conforme a las instrucciones de Balduino y dejando a éste tan perplejo como sus tres acompañantes ante tamaña descortesía.

         -Se ve que junto con su Condado le arrebataron sus modales-gruñó.

         -Es cierto-admitió Anders-; sin embargo, me preocupa menos él que yo mismo. De algún modo, me repugnó un poco. ¿Se me habrán subido los humos a la cabeza?... Y sin embargo, no me siento diferente de cuando no tenía castillo alguno, o más noble ahora por tenerlo.

        -Es que es otro el problema. Te has ennoblecido, te sientas como te sientas, y no puedes evitar cierta... repugnancia, digamos, hacia Arn, que ha perdido toda dignidad. La perdió porque la base de su dignidad eran sus títulos y su sangre noble, y ésos no son fundamentos razonables para el orgullo. Ahora no tiene títulos, y su sangre noble no vale mucho, valiera lo que valiera antes; lo que sí parece cotizar muy bien en el mercado es su cabeza. De todos modos, intentemos ser humildes, que en parte fue la poca dignidad que veía en los demás lo que en otro tiempo me convirtió en un soberbio insufrible, aunque no puedo culpar exclusivamente a eso.

           Y tras esta reflexión, reanudaron la interrumpida marcha hacia Helmberg.


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publicado por ekeledudu a las 18:51 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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