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EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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09 de Julio, 2012    General

CXCIX

CXCIX

      No tenían mucho tiempo, y por eso Balduino se marchó poco después, llevando a Ljottur en la grupa de Svartwulk. No podía Anders hacer otra cosa que esperar junto a Hansi y Emmanuel, lo que hicieron los tres sentados a la mesa donde había desayunado. Pero a los diez minutos, la espera ya se hacía tensa hasta el agobio. Por más que se dijera a sí mismo que Balduino sabía cuidarse solo, le era imposible a Anders no preocuparse. Intentaba sobreponerse a sus temores reflexionando que todo Caballero tenía enemigos y estaba más expuesto al peligro que cualquier otra persona, y que más valía una muerte noble que una vida indigna; pero ese tipo de pensamientos sirve de muy poco cuando es un amigo muy querido el que está en riesgo sin que uno pueda hacer nada por ayudarlo.

        Tan sombríos pensamientos resultaron contagiosos, tanto más cuanto que sobre la cocina entera había caído un tétrico silencio, roto sólo por el ruido de pasos que acompañaba a Gudhlek en su ocasional entrar y salir. El posadero conservaba en su rostro amoratado las huellas de la golpiza de la noche anterior. Otras heridas, éstas de su espíritu miserable, parecían sensibilizarse en cuanto veía a Anders. Entonces era obvio su anhelo de venganza; pero no lo era menos el hecho de que, si algo no podría hacer, sería caer por sorpresa sobre el joven: aparte de que su andar pesado lo delataría desde lejos en casi cualquier sitio, varias tablas sueltas del piso de la posada, con un rechinar desagradable, anunciaban su presencia cual heraldos de baja estofa cuando se las pisaba, y a veces era imposible evitarlas.

         A la cocina, Gudhlek ya había entrado en varias oportunidades luego de la partida de Balduino. La primera vez, para prepararse el desayuno; en otras dos ocasiones, a preparárselo a clientes recién llegados. Siempre que estaba en la cocina miraba de soslayo a Anders, quien advertía instintivamente  la oleada de negro rencor, pero sin concederle importancia: el posadero no constituía una gran amenaza, no debía precaverse de modo especial contra él. Emmanuel, sin embargo, se tomaba muy en serio su fingido rol de escudero de Anders, y creía que éste cometía un tremendo error al descuidarse así, que pagaría metiéndose en graves aprietos de los que él, Emmanuel, tendría que sacarlo. Por ello mantenía su diestra posada sobre la empuñadura del cuchillo que llevaba al cinto y que sabía manejar bastante bien, según creía; aunque nunca había tenido ocasión, hasta entonces, de usarlo para otra cosa que no fuera trabajar o alimentarse, y la perspectiva de emplearlo para fines menos santos lo ponía un tanto nervioso.

      De repente, sintiendo que si no hablaba del asunto estallaría, preguntó:

       -Anders, ¿has matado alguna vez a alguien?

  -A varios. Todos la misma noche, en Kvissensborg... Durante un motín-contestó el interrogado-. ¿Por qué?

        -¿Qué sentiste en ese momento?

       -Para serte franco, estaba demasiado ocupado tratando de evitar que me mataran a mí para meditar demasiado acerca de lo que hacía. Eran muchos y peleaban con ganas... Ganas, sobre todo, de liquidarnos a Balduino y a mí, ¿recuerdas, Hansi?

        -¿ estabas?-preguntó con asombro Hijo Mío, volviéndose hacia Hansi.

        Este asintió.

          -Justamente de eso me acordaba ahora-dijo con gravedad-, porque esa noche hubo un momento en que nos tuvieron arrinconados en una cocina, aunque mucho más grande que ésta.

         -¿ peleaste también? ¿En serio?

        La creciente excitación de Emmanuel no conmovió gran cosa a Hansi.

          -No, no peleé...-repuso, pensativo.

          -¿Cómo que no peleaste?-terció Anders-. No le creas una palabra, Emmanuel: sí peleó. Fue muy valiente.

           -No peleé...Pero un hombre me atrapó y amenazó al señor Cabellos de Fuego con matarme si no se rendía-añadió Hansi-. Creí que me mataría de todos modos, que no me dejaría ir vivo... Y de puro miedo, le metí mis dedos en sus ojos, y él me soltó.

           -Bueno, ¿y qué es eso, sino pelear?-preguntó Anders, notando que Emmanuel miraba a Hansi con un nuevo respeto.

         Hansi se encogió de hombros. Para él, una pelea no era tal si no era con armas de verdad o, por lo menos, a puñetazos.

          -Lo mató el señor Cabellos de Fuego-concluyó-. Desde entonces, algunas noches me persigue en sueños un hombre sin ojos.

          -Primera vez que lo dices-comentó Anders, mientras Emmanuel se santiguaba.

          -Sí, primera vez.

         Se hizo de nuevo el silencio. Anders y Emmanuel quedaron a la espera de más detalles por parte de Hansi, pero éste se había ensimismado en sus propias cavilaciones, y era dudoso que siquiera se diera cuenta de la expectativa creada.

         Advirtiendo que la espera sería vana, dijo Emmanuel:

         -Se rumoreaba en la tribu que mi tío había matado a un hombre.

         -¿Cómo que se rumoreaba? ¿Mató o no mató?-preguntó Anders.

      -Los únicos que sabían la verdad sobre ese tema en la tribu eran los adultos. Ellos decían que no, pero nadie les creía entre los más jóvenes, Tío Santiago solía emborracharse muy seguido. Durante una de esas borracheras, decían algunos, mató a un hombre, que en su último aliento lo maldijo. El mulo del difunto volvía a él noche tras noche para atormentarlo-Hijo Mío se santiguó una vez más-. Cuando se embriagaba de nuevo, Tío Santiago veía al mulo. Siempre nos preguntamos cómo se vería éste; horrible, a juzgar por los gritos de Tío Santiago. Otras veces este último tomaba su bujamí y tocaba melodías muy tristes en ella, y se decía que entonces el mulo las oía y, apiadándose, lo dejaba en paz. De hecho, era frecuente que hasta los mismos ángeles se conmovieran oyendo esos rasguidos y lloraran. Te dabas cuenta porque entonces caía más rocío del habitual.

      Anders no reparó en la poética interpretación de Emmanuel; estaba demasiado ocupado, primero preguntándose qué rayos sería un bujamí y luego deduciendo que debía ser aquella especie de laúd que había visto en manos de Santiago la noche de la juerga con los egipcios. Entonces no había prestado atención especial a las melodías, pero recordaba ahora, con asombro, haber visto aquella noche a Kehlensneiter sentado junto a Santiago y con una inusual expresión de paz en su semblante.. En Tarian, por el contrario, la música parecía haber provocado un profundo e inexplicable desasosiego. Ciertamente, el muchacho-pez mostraba un pasmoso desinterés por la música y la danza, pero por lo mismo su rauda huida de aquella noche, advertida por escasos pero coincidentes testigos, se antojaba más misteriosa. Se había bromeado al respecto diciendo que, quizás, Santiago sólo era buen músico para alguien tan sordo como Gilbert, y que cuando empezaba a tañer su instrumento más valía poner pies en polvorosa. Balduino, sin embargo, había podido evaluar el talento del egipcio, describiendo su música como poderosamente emotiva; pero quizás tan tristes acordes hicieran mal al corazón de alguien como Tarian, ya muy melancólico por naturaleza.

        -¿Y nunca te asustó la idea de matar?-preguntó Emmanuel, volviendo a su preocupación del momento.

           -Sí, como a todo el mundo... Pero si vas a ser Caballero, más te vale hacerte a la idea de que habrá veces en que tengas que matar, a menos que no te importe que te maten a ti. Queda siempre el consuelo de que será en defensa de la justicia-replicó Anders.

           -¿Siempre?... El señor de Orimor, no hace tanto, hizo que el señor Balduino creyera haber cometido grandes injusticias sin proponérselo-objetó Hijo Mío.

          -Tal vez, pero Balduino, en su momento, no lo había visto así. Creía sinceramente hacer lo correcto. Y después de todo, no hay seguridad de que no lo fuera, sólo dudas.

         -¿Puede haberlas?... Quiero decir, en el momento de matar a otra persona, ¿no se supone que tienes que estar seguro de que ésa es la única solución posible?

         -Emmanuel, por favor... Como sigas hablando así, harás que me sienta un asesino incluso por lo de aquella noche en Kvissensborg. No tengo respuestas para tus preguntas; sólo un filósofo las tendría. Balduino es así, pregúntale a él cuando vuelva. No sé, debe ser que soy un tonto para estas cosas.

       -¡Sin duda!... ¡Sin duda!... ¡Magnífica deducción!-intervino malignamente Hansi, con total solemnidad.

        Anders soltó un gruñido mientras Hansi y Emmanuel reían por lo bajo.

        Fue el último instante de hilaridad durante la larga espera, que de allí en más transcurrió en opresivo silencio. Cada uno de los tres había vuelto a sus propias y lúgubres reflexiones. Y si Anders meditaba sobre lo que podía sucederle a Balduino y las hondas responsabilidades que recaerían sobre él si ocurriera lo peor, y Emmanuel reflexionaba acerca de las funestas implicaciones de matar a un semejante -mientras permanecía atento a la posibilidad de que Gudhlek atacase a un desprevenido Anders, obligándolo a saltar en defensa de éste-, Hansi, por su parte, pensaba en aquella recurrente pesadilla en la que se veía perseguido por un hombre sin ojos.

          Se había vuelto tan rutinaria, que apenas si pensaba en ella estando despierto. Durante brevísimo tiempo, le había resultado angustiante, porque en sueños, escapando del monstruo sin ojos, llamaba desesperadamente a Balduino, sin que nadie le respondiese, excepto los ecos de su propia voz. Pero en algún momento, tras comentar la pesadilla con Balduino, éste lo había exhortado a enfrentar solo al monstruo la próxima vez que soñara con él. Hansi recordó el consejo; al seguirlo, la pesadilla, como el rpopio monstruo, había perdido poder sobre él, transformándose de a poco en un absurdo más como tantos otros que asaltan a la mente durante el sueño.

          Recién ahora pensaba Hansi en el llamativo hecho de que había confiado sus temores a Balduino y no a su padre. Eso le había parecido normal, tanto como el hecho mismo de que en la propia pesadilla, no encontrando a Balduino, no llamara a nadie más en su ayuda. Y es que Friedrik, su padre, parecía insensible al miedo e incapaz de comprenderlo. Hombre rudo y de conceptos simplistas, había sentido asombro y tristeza al comprender, en cierto momento, que su hijo quería más al señor Cabellos de Fuego que a él. Intuyendo que en ello buena parte de la culpa debía ser suya, había tenido con su hijo el primer diálogo extenso, profundo y sincero de su vida. Conmovido, Hansi había meditado mucho sobre aquella charla, y decidido que su deber era quedarse co9n su padre aun cuando lo tentara más la idea de convertirse en escudero del señor Cabellos de Fuego y formarse en el arte de la Caballería. Pero para ciertas cosas era ya demasiado tarde; y Friedrik jamás inspiraría en su hijo la seguridad y confianza que le despertaba Balduino.

         Y ahora había un sitio vacío a la mesa; de cuatro sillas, sólo tres estaban ocupadas, y Hansi mirabq de reojo a Anders y notaba que algo preocupaba a éste, cosa por otra parte no muy difícil de advertir en un joven habitualmente tan alegre y ahora con cara de funerales. Para que estuviese así, el señor Cabellos de Fuego debía hallarse de verdad en peligro... Hansi se preguntó si, como en su pesadilla, tendría en lo sucesivo que enfrentarse solo a muchas cosas. Tal vez estuviera preparado para hacerlo, pero la pérdida de la persona que le había enseñado a ello, la más cercana a su corazón, dolería de todos modos.

         Así estaban los tres, compartiendo una espera que se hacía eterna, cuando al fin volvió Balduino.

          -¡Por Dios!-exclamó Anders-. Ya era hora, temí que te hubiese ocurrido algo. ¿Por qué rayos tardaste tanto?

         El tono de la última pregunta era de reproche. Balduino, quien había hallado todo normal y no creía haber demorado tanto, quedó perplejo.

           -Mira, Anders-repuso-: cuando el señor de Orimor me halló en Vindsborg y por segunda vez tuve que enfrentarme a él en combate singular, me diste por muerto ya mucho antes de que iniciara la lucha. Ahora otra vez me imaginabas difunto. No sé si sentirme halagado por tu preocupación o, más bien, defenestrarte por agorero; pero la próxima vez, toma una pala y empieza a cavar mi tumba, que a lo mejor sí se distienden tus nervios. Espero que no te ofendas si luego regreso vivo y hago que todo tu trabajo sea de balde...
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publicado por ekeledudu a las 13:53 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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