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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
22 de Mayo, 2012    General

CXCVI

CXCVI

      Era obvio que Gudhlek Hallmarson gustaba de sentirse fuerte y poderoso. Que hubiera bautizado su posada con el nombre del palacio de un antiguo dios del panteón Bersik habría podido atribuirse, en cualquier otro, a una simple inspiración poética, pero nada parecía menos poético o romántico que el propio Gudhlek. Era un bruto que pensaba con sus músculos y al que lo dominaba el ansia de conquistar glorias, por mediocres que fueran éstas.

          Dos Caballeros y sus respectivos lacayos se rebajaban a trabajar como mulas a cambio de una noche de albergue y comida. La situación no podía menos que deleitarlo.

        -Os lo advierto, aquí los títulos de nada valen para comer-advirtió a sus improvisados siervos-. Vosotros...

        -Se te aclaró que te pagaríamos con nuestro trabajo, ¡abrevia!-exclamó agresivamente Anders.

   -Cálmate, Anders-sugirió Balduino, tranquilamente.

          -Os sería muy saludable-convino Gudhlek, con una sonrisa sucia y despreciable-. Creo que vos y yo llegaremos a entendernos muy bien, señor pelos rojos.

        -No sé, maese posadero-respondió Balduino, sin alterarse por el insolente apodo-, porque me parece que de veras sufrís de grave problema de entendimiento, si habiéndoos dicho que se os pagaría con trabajo, venís con estas aclaraciones innecesarias.

         -Sólo es para que vayámonos entendiendo-dijo gravemente Gudhlek.

          -¡Pero si nada había para entender!... De nuestra parte, al menos. De la vuestra, claro, la certeza en este sentido es ya mucho menor.

        De veras era dudoso que Gudhlek fuese lo bastante inteligente para comprender cuando menos el exacto sentido de las palabras de Balduino; aun así, la sonrisa socarrona y desdeñosa de éste le permitió intuir que se burlaba de él. Terminó de convencerse de ello cuando, ante su expresión de absoluto azoramiento, el pelirrojo, se cruzó de brazos y su sonrisa se tornó falsamente afable, una fachada tras la cual seguía agazapada la mofa. ¿Y, has comprendido por fin?, parecía preguntar.

        Gudhlek sonrió también, pero la suya no era una sopnrisa tan divertida. Era la de un hombre insignificante y cruel que descubre la manera adecuada de vengarse de una afrenta.

        -Al trabajo, entonces-dijo, mirando a Balduino y Anders-. Vosotros dos partiréis leña, para empezar; y vosotros dos- añadió, volviéndose hacia Hansi e Hijo Mío-, limpiaréis la posada de arriba abajo. En cuanto terminéis, vendréis a mí y os daré más trabajo. Cada tanto iré a revisar que todo esté haciéndose correctamente. Por la noche, si me complacen los resultados, os daré comida y alojamiento.

          Era un abuso mondo y lirondo, pero Balduino no se iba a achicar, y Anders, Hansi e Hijo Mío lo sabían.

           -Comprendido-contestó Balduino, como si quien impartía las órdenes fuese el mismísimo Benjamin Ben Jakob-. ¿Os ha quedado claro, esta vez, que sí entendí?... Porque si no, puedo repetíroslo-y el tono de estas últimas palabras sonaba inocente hasta la imbecilidad.

         Sin esperar respuesta, se volvió hacia sus compañeros:

         -Quienes somos jóvenes y briosos debemos ser comprensivos y amables con la gente mayor y físicamente incapacitada para tareas más pesadas-dijo en voz alta-, y ser pacientes con cualesquiera quejas, insistencias y caprichos con que nos agobien. Y nosotros somos guerreros; nada puede doblegarnos así nomás, y menos el trabajo duro, que para nosotros ni siquiera empieza a serlo. Ataquémoslo con ferocidad.

        Hansi ponderó por un momento la posibilidad de recordarle a Balduino que él no era ni sería guerrero, sino sólo pescador; pero no podía quedarse sentado tranquilamente mientras los demás trabajaban como demonios. Y por otra parte, a menudo seguía soñando despierto con su viejo sueño de convertirse en Caballero cuando tuviera la edad suficiente; y puesto que la situación así lo exigía, le pareció mejor seguir el consejo de Balduino y serlo ya en su imaginación, y considerar la dura labor que sin duda les aguardaba como un grande y temible Jarlwurm cuya muerte los llenaría de gloria. Además, tanto él como Anders y Emmanuel consideraban ahora deshonroso no demostrar que eran muy hombres y muy vigorosos y que, por lo tanto, estaban a la altura de las circunstancias.

           -Seguro... El descanso es cosa de viejas-respondió perversamente, alzando sutilmente la voz para que lo oyera Gudhlek.

       Sin más preámbulos, los cuatro pusieron manos a la obra, aunque sólo Balduino mantuvo en todo momento la dignidad en alto. Los otros tres no tardaron en reflexionar que eran unos idiotas por dejarse mandonear como si fueran esclavos; pues Gudhlek, fiel a su palabra, apareció varias veces -demasiadas- para supervisar la labor, y siempre tenía algo que objetar: que los trozos de leña debían ser más pequeños, que no estaban debidamente acomodados en la leñera, que Hansi Y Emmanuel levantaban demasiado polvo, que tal o cual sitio no había quedado del todo limpio... De veras parecía una vieja rezongona. Los atareados compañeros de Balduino, recordando el discurso de éste acerca de cómo elegir una buena posada, ardían en deseos de estrangularlo por hablar zonceras. El mismo lo recordaba con gran humillación para sus adentros; y lo consternó enterarse de cuán presentes tenía Anders aquellas imprudentes palabras.

         -Mira, lo que importa ahora es hacer un buen papel ante este posadero abusivo; guárdate las quejas y las ironías para después, ¿eh?-y ante la respuesta hostil que recibió de Anders, añadió Balduino:-. Esos deslices sexuales que atribuyes a mi madre nada tienen que ver en este asunto.

        -Y para colmo, esta maldita hacha está desafilada...-gruñó Anders.

           -Bueno, la mía tampoco es una maravilla... Busquemos piedras y afilémoslas antes de seguir. Es más práctico que protestar.

         Era una idea sensata, y de inmediato procedieron a llevarla a cabo. Estaban buscando las necesarias piedras, cuando Balduino recordó haber visto una muy apropiada y decidió ir por ella. Pero coincidentemente, Rattele se hallaba también por allí, tendido cuan largo era entre la hierba; y cuando vio a Balduino avanzar hacia él, el pánico volvió a dominarlo y, poniéndose de pie, echó a correr. Iba ya el pelirrojo a gritarle que se detuiviera, que enten diese de una vez por todas que no pretendía hacerle daño, cuando allí donde Rattele había estado acostado, entre la hierba aplastada, algo llamó su atención, y se inclinó para verlo mejor. Lo que vio, lo heló de repugnado estupor.

         Era un pobre ratón agónico, atravesado de lado a lado por una ramita afilada. Se hallaba en sus últimos estertores, pero vivo aún, aunque sin posibilidades de recuperarse.

         Los roedores eran una plaga a mantener a raya en todo el Reino; por lo que Balduino, por mucho que amara a los animales, no podía oponerse a su eliminación, más allá de que no sintiera especial predilección por ratones, ratas y afines. Y sin embargo, la visión de aquel desdichado animalito lo llenó de piedad. Quien hubiera hecho aquello había obrado, no por exterminar bichos dañinos, sino por malévolo disfrute en la agonía de otros seres. ¿Pero quién podía haber hecho aquello? ¿Rattele? La presencia de éste en el lugar de los hechos no bastaba para señalarlo como autor de temeña atrocidad. Tal vez fuera obra de otro, y Rattele simplemente lo hubiese hallado así... Pero su actitud, tendido sobre la hierba, había sido la de alguien que aprovecha un instante para relajarse. Y si se distendía observando la muerte lenta de una pobre criatura, no hacía falta mucho para atribuirle la autoría del hecho.

        Pero era muy fácil sospechar de Rattele, cuya chocante fealdad inevitablemente le enajenaba afectos y simpatías. Balduino se resistió: se resistía a creerlo. Estaba la posibilidad de que Rattele se hubiese tendido sobre la hierba sin  siquiera notar que tenía cerca un ratón agonizante. No era tan difícil de notar, pero hay personas distraídas que pasan por alto detalles increíblemente obvios, y Rattele sin duda no era muy sagaz.

         Tuvo que admitir, sin embargo, que intentaba absolverlo contra una evidencia muy contundente, puesto que momentos antes lo había visto llevando una bolsita en cuyo interior algo, casi seguramente aquel pobre ratón, se movía. Balduino recordó el aire furtivo que tenía entonces Rattele, que ahora se le antojaba más similar que nunca al hocico de una rata dañina, sucia y horrible, supurando vileza por cada uno de los poros de su cuerpo. La imagen le inspiró una repugnancia que jamás  habría creído poder sentir, una repulsión más fuerte que él, que le exigía a gritos apoderarse de Rattele y matarlo a golpes. El mundo estaría mucho mejor cuando aquella inmundicia hubiese desaparecido.

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publicado por ekeledudu a las 12:00 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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