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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
29 de Mayo, 2012    General

CXCVII

CXCVII

      Benjamin Ben Jakob solía decir siempre que un Caballero debía ser en primera instancia un defensor de la justicia y de la vida, y sólo en última un exterminador de inicuos. Por ello, Balduino luchaba consigo mismo por dominar aquella creciente repugnancia que lo dominaba; al fin y al cabo, cualquiera de sus Kveisunger era mucho más criminal que cien sujetos como Rattele, y él lo sabía. Pero esto no bastaba para aplacarlo, y ni él mismo se explicaba por qué.

         Luego de cortar leña, Anders y él debieron efectuar ciertas reparaciones. Por su parte, Hijo Mío y Hansi lavaron sábanas. Fue una jornada verdaderamente ardua por la cantidad de trabajo, pero mucho más fatigosa aún por la constante presencia de Gudhlek, tan poco querible éste como Rattele, quien, dicho sea de paso, demoraba en volver a la posada, como si intuyera que el regreso podía serle muy poco saludable.

          -Podéis sentaros a la mesa en la cocina. La cena está servida-dijo al fin Gudhlek.

          Anders, Emmanuel y Hansi largaron cuanto tenían entre manos y corrieron en dirección a la cocina. Más interesado en mantener su dignidad, Balduino fue a velocidad normal.

           -¿Y Rattele?-preguntó a Gudhlek.

         -Ya vendrá, y cuando lo haga, le daré la paliza de su vida-contestó el posadero-. Quién sabe, quizás se haya refugiado en el establo, como suele hacerlo.

           -¿En el establo?... ¡Que ni se le ocurra! Mi caballo sería capaz de matarlo a golpes de cascos.

           -Bueno, ése es problema suyo, no mío ni vuestro, ¿o sí?

          El tono era desdeñoso, burlón. Balduino se rebeló al oírlo. Rattele podía haberle caído mal, pero el posadero le era todavía más repugnante.

           -Es problema mío, y más vale que sea el vuestro-dijo en tono temible-. Tomad medidas para que nada le suceda, u os juro que lo lamentaréis de verdad.

          Gudhlek se sobresaltó un tanto. No en vano: las palabras habían sonado espeluznantes.

           -Bueno, bueno, ya iré a buscarlo... No os preocupéis por este asunto, id y disfrutad de vuestra bien merecida cena-respondió, apaciguador, en cuanto hubo recobrado su dominio sobre sí mismo.

           Balduino asintió, con cara de mal humor satisfecho. Creía que el posadero había entendido que se estaba pasando de la raya, que estaba atravesando un límite que era peligroso rebasar. Y él se moría de hambre, así que decidió olvidar el asunto e ir a cenar. Pero cuando llegó a la cocina, y ya antes de ocupar su sitio a la diminuta mesita que allí había, notó las caras largas de sus compañeros de travesía: lo que Gudhlek había servido de cena era un engrudo inenarrable, un mazacote no muy diferente de la comida que debía preparar para sus cerdos, si no era la misma u otra aún peor.  Si no mejor que las creaciones de Varg, tampoco era peor; y sin embargo, lo que en Vindsborg hubiese resultado admisible por el continuo hábito, aquí parecía completamente inaceptable incluso para Anders, Emmanuel y Hansi, muchachos de humilde cuna todos ellos, acostumbrados a épocas de vacas flacas y a comer cualquier cosa que hubiera en la mesa. Porque habían trabajado hasta deslomarse los tres y, por lo mismo, creían merecer trato más hospitalario. Estaban seguros de que esta bazofia no era lo que Gudhlek servía habitualmente a sus clientes.

           Balduino comprendió qué pasaba por las mentes de sus compañeros, y lo aflgiió un poco no poder ahorrarles ese momento humillante; pero aunque era evidente que el posadero estaba llevando su paciencia al límite, él no pensaba trasgredir sus conceptos acerca de lo lícito y lo ilícito; y por otra parte, la humillación no ocurre si la actitud no le da lugar. Así que Balduino, como hallando todo perfectamente normal, se sentó en su sitio y probó el horroroso engrudo.

           -Hmmm... No está mal-dijo;  y la verdad es que, aunque debía saber horrible, estaba demasiado famélico para notarlo.

           Gudhlek vino enseguida, sin que se supiera para qué, como no fuera para burlarse. Paseó la mirada por el grupo, como con indiferencia. Para entonces, también Hansi e Hijo Mío habían empezado a comer; pero Anders, cuyo tazón seguía intacto, se volvió hacia el posadero:

         -¿No hay otra cosa?...

          La pregunta había sido un craso, descomunal error. Gudhlek sonrió con maligno regocijo.

         -Lo mejor se reservar para los clientes-respondió-. Vosotros sois sólo jornaleros, de modo que comed lo que se os sirve... O no comáis, me es igual.

          Y tras decir aquello, se retiró.

          Anders demoró en reaccionar; le parecía que aquello no podía ser otra cosa que una broma de dudosa calaña. No era justo. Ni él, ni Balduino, Hansi o Emmanuel habían hecho algo que ameritara tan despectivo trato. Permaneció uno o dos minutos mirando al vacío, con expresión triste, hasta que de golpe, como si recién entonces captara el hecho en toda su dimensión, se incorporó hecho una fiera, con los puños cerrados, como dispuesto a hacer añicos cuanto se pusiera en su camino.

        -¡HIJO DE PERRA!-bramó-. ¡LO VOY A...!

  -¡NO!... QUIETO, ANDERS, ¡SIÉNTATE!-ordenó Balduino.

          Renuente y decepcionado, el joven escudero obedeció.

       -No es justo, Balduino-dijo, cabizbajo y transido de desconsuelo.

         -No, Anders, por supuesto que no lo es; pero en otro tiempo yo mismo no supe serlo, y sin embargo me soportaste valientemente durante cuatro largos años. A este bastardo de posadero mañana ya no lo verás más; resiste un poco, entonces. Estás muy cansado, eso es lo que sucede; todos lo estamos, y por eso nos tomamos algunas cosas demasiado a la tremenda. Mañana las verás con otros ojos; hasta entonces, no des a tus enemigos el placer de verte vencido o humillado. Si luego de cenar nos aloja entre sus cerdos, dale las gracias como si dormir ahí fuera el anhelo de toda tu vida, que igual es más honorable dormir en el chiquero que bajo el mismo techo que lo aloja a él... Te haces más grande y noble con cada día que pasa, Anders, y eso es algo que espíritus pequeños y mediocres como este Gudhlek rara vez perdonan; de modo que ve acostumbrándote. A ellos siempre les encantará rebajarte para así sentirse grandes; no les des ese gusto, amigo.

          -Tienes razón, Balduino-aprobó Anders, reconfortado.

           Pareció que las cosas quedarían así. Ya de mejor ánimo, Anders se dispuso a comer aunque el contenido de su tazón estaba frío ahora y, por consiguiente, menos apetitoso que nunca. Incluso habían empezado a bromear alegremente los cuatro, cuando desde el exterior oyeron unos furibundos truenos proferidos sin duda por Gudhlek. Qué gritaba éste exactamente, al principio no se entendió; pero luego la voz se oyó más cercana y quedó claro, entonces, que amenazaba a alguien.

         Por fin la nitidez de las voces evidenció que Gudhlek y otra persona, quizás Rattele, acababan de entrar en la posada.

           -¡INSERVIBLE DE MIERDA, YA TE ENSEÑARÉ YO A ESCAPARTE POR AHÍ Y DEJARME SOLO CON TODO EL TRABAJO!-rugía Gudhlek-. ¡TOMA, PARA QUE APRENDAS!

      Siguió a eso un chasquido similar al de un látigo cortando el aire, y un gemido desgarrador que todos identificaron como perteneciente a Rattele. Ese consenso en la identificación resultaba un tanto llamativo porque, en definitiva, jamás habían oído gemir a aquél; y por el sonido, la lastimera queja habría podido pertenecer a un animal. Balduino mismo se preguntó por qué estaba seguro, y ci la semejanza entre el rostro del caballerizo con el hocico de una rata justificaba la asociación.

           -¿Pero de qué rayos habla este ganso?... ¡Si el trabajo lo hicimos nosotros!-farfulló Anders, indignado.

           -¡NO ERES MÁS QUE UN INGRATO CON QUIEN NO VALE LA PENA MOLESTARSE EN FAVORES, QUE NO ERES CAPAZ DE RETRIBUIRLOS COMO SE DEBE! ¡OTRO, EN MI LUGAR, TE HABRÍA MATADO A GOLPES HACE YA MUCHO TIEMPO, Y YO, EN CAMBIO, TE HE TENIDO LÁSTIMA, ME HE DESVIVIDO POR TI... Y ASÍ ES COMO ME LO PAGAS!

        Cómo le gusta a este Gudhlek maltratar a los demás... Y el de Rattele es sin duda un rostro que invita al maltrato, pensó Balduino. De nuevo apareció en su mente el semblante vil y odioso, tan repugnantemente parecido al hocico de una rata, e inmediatamente aprobó para sus adentros cualquier castigo que se impusiera a aquel ser despreciable.

          -Señor Cabellos de Fuego...-murmuró Hansi.

         -Rattele tampoco es bueno, Hansi-respondió anticipadamente Balduino, quien no había comentado con sus compañeros de viaje lo del ratón atravesado por la rama, pero lo recordaba demasiado bien para andarse con benevolencias hacia el autor de semejante crueldad.

           -No sé, Balduino-dijo Anders-. A mi me parece que...

           Pero lo que le parecía a Anders no tuvieron el gusto de oírlo, porque en ese momento se abrió de golpe la puerta de la cocina y entró Rattele, desnudo de la cintura para arriba. Su cuerpo sin ropas y cubierto de estigmas dejados por golpizas, antiguas unas y recientes otras, se veía horrorosamente tan escuálido y enfermizo como el de Adam. Ninguno de los cuatro comensales pudo evitar un vago sentimiento de espanto ante aquella exhibición de costillas que parecía todo un reproche a su propio vigor.

         Gudhlek entró poco después, enorme, tremendo, malvado, jugando con un cinto que traía en su mano derecha. Al verlo, Rattele se acurrucó en un rincón de la cocina, estremecido de horror.

          -No me pegues otra vez, amo... Por favor-gimió, con las lágrimas rodando por sus mejillas-. No volveré a hacerlo, lo prometo...

           -Puedes estar seguro de que así será-respondió Gudhlek, con voz helada y siniestra-. Me encargaré de que así sea.

          Cayó un horrible silencio, durante el cual no se oyó más que el sonido amenazante del cinto de Gudhlek cortando el aire y el lloriqueo aterrado de Rattele.

         Anders buscó la mirada de Balduino con la suya, pero no la encontró, pues el pelirrojo mantenía la cabeza gacha, debatiéndose entre el recuerdo del ratón atravesado por una diminuta estaca, y la ostensible maldad de la presente escena.

         Finalmente optó Anders por actuar por su cuenta:

         -Disculpad-dijo a Gudhlek-, pero creo que, haya hecho el chico lo que haya hecho...

          -No es asunto vuestro-cortó Gudhlek-, ocupaos de vuestra cena y dejadme hacer.

           Era una orden, y Anders, demasiado entrenado para obedecer, la acató instintivamente, pero no de buen grado. Se volvió una vez más hacia Balduino, quien había alzado la cabeza y le devolvía la mirada con expresión hermética, misteriosa. Infructuosamente, Anders intentó escrutarla, buscar en ella indicios de aprobación o reprobación; pero no los encontró. Se dijo que quizás Balduino, con ese gesto silencioso, buscara recordarle que ya antes lo había llamado al orden respecto al posadero, y que un Caballero no tenía por qué repetir al escudero que lo servía una orden impartida con anterioridad. Así que llegó a la conclusión de que la violencia no era buena opción si no quería problemas con su señor, aun cuando éste fuera también su amigo. Pero ya que el Caballero allí era Balduino, esperaba que éste interviniera o le ordenara a él hacerlo; y sin embargo, parecía obvio que nada de ello ocurriría.

            Consultó con la mirada a Hansi e Hijo Mío, como si en última instancia  esperara que la orden viniera de ellos. De inmediato advirtió lo infantil de su comportamiento, y se avergonzó: él, un Caballero en ciernes, aguardaba que un par de niños le dijeran qué debía hacer. Y por otra parte, los niños en cuestión, tan confusos como él por la inacción de Balduino, lo miraban a su vez como preguntándole si iba a quedarse así, sin hacer nada. Y sí, claro que exactamente eso haría, ¿qué otra cosa podía hacer?

         Pero el gimoteo convulsivo de Rattele, a la vez grotesco y patético, le hacía mal, y dio al traste con sus intenciones.

             -Yo me encargaré de que vuestro sirviente no os fastidie más, pero...-murmuró con timidez.

            Gudhlek sonrió entre la satisfacción y la burla, y se volvió hacia Rattele.

          -Oh... ¿Has oído, Rattele?... ¡El se encargará! ¡Ya te lo había prevenido-rió-, te advertí que, si seguías portándote mal, un día vendrían a buscarte los Caballeros y te llevarían con ellos!

           Ni Balduino, ni Anders, Hansi o Emmanuel esperaban nada como lo que sucedió a continuación: Rattaele, ya bastante aterrorizado hasta entonces a la vista de Gudhlek blandiendo el cinto, ahora directamente perdió todo control sobre sí mismo, estallando en alaridos de espanto, entrecortados por un llanto desesperado:

           -¡NO, AMO! ¡NO LOS DEJES... POR FAVOR! ¡PÉGAME, PERO NO DEJES QUE ME LLEVEN!

          -Demasiado tarde, Rattele. Ya están aquí, vinieron por ti. te arrojarán a un calabozo oscuro, húmedo... y lleno de fantasmas-replicó Gudhlek, con repugnante sonrisa, la sonrisa de un hombre sádico que se deleita en el sufrimiento del prójimo. Y miró fugazmente a los cuatro comensales, seguro, al parecer, de que el espectáculo los divertía tanto como a él, aunque más no fuera por el consuelo de ver que otro la pasaba peor que ellos.

         Pero con el espantoso alarido que a continuación profirió Rattele, Balduino se puso de pie, bullendo de rabia. Llevaba ya unos cuantos minutos reprimiéndose por distintos motivos, pero cada vez más convencido de que Gudhlek recibiría la paliza de su vida antes de que el sol se alzase de nuevo sobre el horizonte. Y ahora la gota había desbordado el vaso. Balduino se sentía orgulloso de ser Caballero, un defensor de débiles y necesitados; y este energúmeno desalmado, Gudhlek, lo hacía quedar como un Cuco ante alguien que necesitaba de su protección. Podía soportar el trabajo duro, la mala comida y muchas cosas más, pero no esto. Así que, cuando se incorporó, más semejante a un implacable verdugo que a un Caballero, un temible volcán retemblaba en su interior, a punto de estallar en violentísima erupción.

           Pero Anders le ganó de mano. Ni advirtió que Balduino se había levantado al mismo tiempo que él. No importaba qué sucediera luego, lo único que le interesaba era impedir que Gudhlek continuara martirizando a Rattele. Sobre uno y otro vinieron a caer las sombras de los dos jóvenes que se incorporaban a un tiempo, funestas para el posadero, protectoras para el caballerizo que, sin embargo, fue de los dos el único que se aterró. Intentó huir, pero Balduino lo atrapó cuando pasó junto a él. Al sentir a la miserable criatura temblando bajo su potente abrazo, que imposibilitaba todo movimiento a su presa sin causarle daño, lo ganó una compasión que, sin embargo, no le hizo olvidar otras cosas.

          -Tranquilo-murmuró al oído de Rattele, mientras Hansi y Emmanuel se acercaban, también, para tratar de calmarlo. Más allá, el ruido de la lucha entre Gudhlek y Anders se amalgamaba en lo que para los oídos de Balduino era la más melodiosa de las músicas-. No te permitiremos ciertas cosas, no podemos hacerlo, no seguirás dañando sin motivo a otras criaturas vivientes... Pero tampoco nadie volverá a lastimarte. Nunca más. Relájate y disfruta del espectáculo... Qué pelea, ¿eh? Nadie pensaría que a ese chico bonito le enseñaron a pelear nada menos que los piratas de Sundeneschrackt, ¿no?

          Por lo pronto, el que nunca lo hubiera imaginado era, por lo visto, Gudhlek. El creía que nadie que no tuviera su misma apariencia de bruto podía ser bueno peleando, y en base a ello había cometido el error de suponer que vencer a Anders tenía que ser pan comido. Se estaba llevando un chasco único. Anders se tomaba su tiempo para humillarlo: al principio no hizo más que esquivar los golpes  de su contrincante hasta dejarlo completamente agotado, y en ese punto lo remató de un formidable, glorioso derechazo que lo hizo caer como se derrumba una montaña, entre las ovaciones entusiastas de Hansi y Emmanuel, la perversa aunque silenciosa satisfacción de Balduino y el total desconcierto de Rattele. Sólo lamentó Anders haberlo liquidado tan de golpe, hubiera querido seguir demoliéndolo a gusto; ¿pero qué iba a demoler, si Gudhlek estaba ya tendido cuan largo era en el suelo, como si le hubiera pasado por encima el mismísimo Goliath?... El posadero  demoró su buena media hora en recobrar la conciencia, y mucho más, sin duda, en asimilar las consecuencias de sus abusos: a la mesa de la cocina, donde antes había cuatro comensales eran ahora cinco, y se hartaban de pan y embutidos obtenidos de la despensa.
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publicado por ekeledudu a las 14:17 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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