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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
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29 de Junio, 2011    General

CXIV

CXIV

        Dos días después, por la tarde, los gemelos Björnson estaban en la herrería terminando de reparar un viejo estafermo que ellos mismos habían traído de Kvissensborg valiéndose de la carreta arrastrada por bueyes de Osmund, cuando les llamaron la atención los gritos y aplausos que venían de afuera. Wilhelm, que en ese momento descargaba martillazos sobre una pieza calentada al fuego, miró a su hermano, y ambos salieron a investigar. No les asombró en lo más mínimo descubrir que el señor Cabellos de Fuego y sus compañeros estaban de regreso; pero quedaron sorprendidos y divertidos al descubrir que uno de ellos también llevaba armadura.

         -¡Eh!-exclamaron al unísono, juntándose con los demás, que rodeaban a Anders, muy apuesto éste en su atavío de guerra.

          -¿Y esta armadura de dónde salió?-preguntó Thorvald, de buen humor.

          Anders compuso una voz fingidamente jactanciosa:

         -Poseo amigos influyentes...-respondió-. Por ahora no he necesitado recurrir al entorno del Rey; me ha bastado con apelar al hombre de confianza de mi señor Arn de Thorhavok.

            -Anders... Termina de una buena vez. Te destriparé, lo prometo. Te desollaré vivo. Te romperé los huesos-gruñó Balduino.

         Anders se había mostrado muy mesurado durante casi todo el regreso, porque estaba Lyngheid presente; y aparte de que frente a ella quería mostrarse gentil y caballeresco, su principal preocupación era entonces la seguridad de su esposa encinta. Pero habiéndola dejado ya cómodamente instalada en Kvissensborg, empezó a divertirse a costa de ciertos pruritos de Balduino, a quien incomodaba muchísimo la absoluta confianza que ahora le dispensaba Arn, y más aún descubrir que éste deseaba retenerlo en Thorhavok incluso cuando la guerra hubiese terminado. Porque Balduino no le era a Arn todo lo leal que éste suponía. Anders, viendo las cosas de un modo práctico, consideraba que el primero no merecía la absoluta fidelidad reclamada. Pero Balduino sabía que en Arn había también una veta de nobleza, y debido a ella era precisamente que le dolía tener que engañarlo a veces.

         -Medio condado, sí señor; medio condado daría mi señor Arn, con tal de conservar a su lado al hombre de fidelidad incuestionable...-prosiguió malignamente Anders.

         -¡Anders, sigue así, y lo único incuestionable será que te arrancaré la cabeza!-exclamó Balduino-. Y ahora, saquémonos las armaduras y hagamos algo útil-refunfuñó.

         -Señor Cabellos de Fuego, mientras tú te quitas la armadura...-comenzó Per.

         -...nosotros terminaremos de reparar el estafermo; de modo que luego podrás verlo.

        El semblante de Balduino se iluminó.

          -¿Con que ya está casi listo?... ¡Espera, espera, espera, Anders!-exclamó, dirigiéndose al joven de los ojos verdes, que muy renuentemente se disponía a subir la escalinata, con muy pocas ganas de despojarse de su magnífica y flamante armadura-. Ya que te ves tan heroico, puedes deleitarnos con un anticipo de tus futuras bizarras hazañas, ¿no?... Eres ya bastante diestro con la espada; ¡veamos ahora qué tal te sienta la lanza! Alguien con tanto ímpetu para acometer de palabra, algún talento para atacar de otra manera tiene que tener.

          -¿Yo?... ¡Espera y verás!-repuso Anders, muy contento y confiado de sus habilidades.

         Los gemelos Björnson se pusieron a trabajar de nuevo, y al rato volvieron trayendo consigo el estafermo en cuestión. Era el estafermo una máquina con figura de tamaño natural de un hombre a caballo armado de lanza, que se accionaba mediante una manivela. Al girar ésta, la figura se movía en sentido vertical, a imitación de un jinete sobre su montura. A quienes se adiestraban en las armas, dicha máquina les era útil para entrenar, ya que cargaban contra ella montados a caballo. Si no lo hacían bien, lo más probable era que fueran derribados de la montura. Y por lo general no lo hacían bien la primera vez, porque acometían demasiado envanecidos y seguros de sí mismos; y lo más probable era que también a Anders le ocurriera lo mismo, pues estaba demasiado infatuado de su nueva armadura. Y Balduino, saturado como estaba de sus pullas, lo disfrutaría enormemente.

          -Emmanuel, pónte a la manivela-ordenó Balduino.

          -Señor... ¿Qué daños sufriría Anders si cayera del caballo?-preguntó Hijo Mío, preocupado.

         -Qué interesante que lo preguntes. Unos cuantos moretones, a veces huesos rotos... Los más tontos, que atacan sin ton ni son, hallan en la primera arremetida su camino hacia su propia tumba; de modo que mejor tomemos palas y empecemos a cavar-replicó Balduino con sonrisa venenosa, aunque muy seguro de que ninguna torpeza de su escudero llegaría tan lejos.

         -¡No! Mejor ve a sazonar bien tus propias palabras, que pronto te las haré tragar-se burló Anders-. Te olvidas muy pronto de qué manera afortunada te gané una apuesta hace poco.

          -¡Sé tan bien como tú con quien trato, Maese Suertudo!... La condenada posibilidad de que todo el tiempo permanezcas gallardamente encaramado sobre la silla de tu caballo ya se me cruzó por la cabeza, pero entre tanto nada me impide soñar, ¿no?... Además, con el estafermo tienes que practicar de todas maneras. No me haría gracia que te rompieras algún hueso; si bien eso no es la muerte de nadie y son riesgos del oficio, te necesito en una sola pieza, de manera que atiende bien mis instrucciones.

         -Por supuesto... Como que vienen del hombre de confianza de mi señor Arn.

         Balduino reprimió un par de palabrotas, dio instrucciones a Anders y concluyó, dirigiéndose a Emmanuel:

           -Y tú, pon el corazón en girar con mucho brío esa manivela. Si este mal sujeto cae de su montura y de lo alto de su vanidad, celebraremos con ronda doble de aquavit... Seimpre y cuando no sufra daños serios, por supuesto. Y ahora, apartémonos todos y permitamos que nuestro campeón se luzca debidamente.

         Todo el mundo se puso a debida distancia. Anders, mientras tanto, montó sobre Slav y recibió de manos de Balduino la propia lanza de éste. Luego, mientras el pelirrojo se unía a los otros espectadores, Anders se alejó un poco del sitio donde Hijo Mío esperaba con la manivela del estafermo entre sus manos; y cuando lo consideró oportuno, volvió grupas y acometió contra el enemigo mecánico, dispuesto a cubrirse de modesta gloria. Sería El Terror de los Estafermos...

         Slav no era un corcel de guerra; aun así, como si quisiera colaborar con su bravo jinete, pareció muy dispuesto a hacer lo que pudiera en tal sentido. Y si bien no llegó a alcanzar la imponente prestancia de Svartwulk, salió de la prueba muy airoso. No así podemos hablar de su amo: la formidable embestida se le volvió en contra a El Terror de los Estafermos cuando su lanza se desvió y en cambio dio con él la del muñeco al que Hijo Mío infundía rudimentaria y belicosa vida. El apuesto futuro Caballero, en una imagen muy poco garbosa por cierto, se desplomó a tierra cuan largo era, y así quedó, quejándose. Emmanuel, como si no hubiera notado nada, siguió haciendo girar la manivela del estafermo, como si el muñeco de madera anhelara más enemigos con los cuales batirse; y así continuó hasta que el público, Balduino a la cabeza, llegó hasta el sitio del combate para verificar que Anders estuviera bien.

           -Eh, Hijo Mío, ¡para de una vez por todas de hacer girar esa cosa, que tu enemigo ya quedó fuera de combate!-exclamó Andrusier, medio indignado-. ¡Qué egipcio más tonto!...

        Emmanuel soltó la manivela, que por inercia continuó girando por sí misma un rato, como entusiasmada por el ejercicio y no muy dispuesta a darlo por terminado, y se unió a los otros.

         Anders estaba viendo las estrellas, dolorido; pero la parte de sí mismo que más resentía la caída era su ego.

         -Todo bien-murmuró-. Debo tener algún moretón, pero debía dejarme caer-bromeó-. Si no, parecería que te estoy enseñando cómo se hace...

          -Ajá... Y entonces preferiste mostraer cómo caer de la silla, pero te aseguro que no era necesario: lo hago muy bien yo solito-contestó Balduino, riendo.

         -Además, tenía ganas de beber aquavit; de modo que espero que cumplas con lo prometido-concluyó Anders, mientras Honney y Ulvgang lo ayudaban a ponerse de pie.

         Y la promesa se cumplió: al concluir el día, todos gozaron de una inesperada ronda doble de aquavit.
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publicado por ekeledudu a las 14:27 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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