CXL
Balduino volvió a tener pesadillas aquella noche. En este caso al menos no se llevó grandes sobresaltos, pero fueron igualmente sueños muy amargos, en los que se veía rodeado de Jarlewurms que ni intentaban dañarlo físicamente, contentándose con encerrarlo entre las inmensas moles de sus cuerpos y sonreírle burlonamente mientras lo hacían. Esa misma pesadilla, con distintas variantes, se repitió tres o cuatro veces a lo largo de la noche; al despertar, no recordaba mucho más, excepto una tremenda sensación de culpa y fracaso. Daba la impresión de que, en su sueño, los Jarlewurms habían arrasado Freyrstrande y devorado a cuantos él amaba.
A la mañana siguiente, Thorvald estuvo más callado de lo habitual en él. No es que fuera precisamente parlanchín, pero en otras ocasiones al menos cruzaba dos palabras acerca del trabajo a realizar a lo largo de la jornada; ahora, en cambio, conservó hermético silencio, dando la impresión de morder su pan sólo para evitar la tentación de atacar a dentelladas a alguien más.
Concluido el desayuno, cuando todos se dispersaban rumbo a la playa, vociferó desde cierta distancia:
-¿Anders!... ¡Ven aquí, quiero hablar contigo!
Anders ya no era para él El Pichón, y no se privaba de amonestarlo con dureza cuando creía que estaba obrando incorrectamente; pero el joven escudero sí que se sentía desorientado esta vez.
-¿Por qué?... ¡Si no hice nada malo!-replicó, tras examinarse concienzudamente en busca de eventuales metidas de pata.
-¡Vuelve a responderme en ese tono, y te garantizo que cualquier cosa que digas, serán tus últimas palabras!... Ven aquí, te digo.
Las reprimendas de Thorvald solían ser breves, pero furibundas y contundentes. Aquella no fue la excepción: todavía no terminaban los demás de reunirse en la playa a esperar las instrucciones del día, que ya el gigante volvía junto a Balduino.
-Ve a despedirte de Anders-gruñó.
-¿Se va a Kvissensborg?
-Se va a Kvissensborg.
Era muy obvio que Anders no se marchaba de muy buena gana. Se sentía muy incómodo ante lo que le parecía una deserción, y sin darse cuenta se encontró de pronto mascullando disculpas a Balduino mientras ensillaba a Slav. El pelirrojo, que aprovechó la ocasión para sacar a Svartwulk de la caballeriza a fin de que pestara a su antojo, lo interrumpió con suavidad:
-No tienes que excusarte conmigo. No puedes ayudarme en esto, y en cambio, como ya te dije, hará feliz a tu esposa que estés con ella en los últimos días de su embarazo.
-Ya sé, por eso me voy; pero me sentiría más tranquilo sabiendo que dejarás de mortificarte-esbozó una sonrisa-. Dice Thorvald que lo que menos necesitas es que te compadezcamos, y que hará que vuelvas a ser el de antes así deba molerte a golpes para ello; de modo que yo, en tu lugar, al menos fingiría sentirme perfectamente.
-No sé quién de los dos tiene motivos para estar más nervioso-bromeó Balduino-. Thorvald es amenaza seria, por cierto; pero creo que tu caso es peor. A fin de cuentas, vas a reunirte con tu mujer...
