CXLI
Y Anders se fue a Kvissensborg por unos días, y durante el resto de aquel de su partida, Balduino trabajó como siempre, a la par de sus hombres, sombrío como lo estaba últimamente. Por cómo lo miraba Thorvald, ceñudo, se habría dicho que de veras caería sobre él en cualquier momento para molerlo a golpes como había prometido a Anders que lo haría.
Como si con sus propios conflictos internos no tuviera ya bastante, Balduino tuvo que compartir, en cierto modo, un dolor ajeno. Ello ocurrió cuando, poco después de mediodía, volvió Tarian, quien llevaba varios días ausente. No se unió a los demás; al contrario, se mantuvo a distancia, solo y en posición fetal, mirando hacia el océano. Balduino dio orden a Hijo Mío de llevarle su ropa, cosa que el joven egipcio hizo a la carrera. Pero Tarian no se vistió, y seguía exactamente en la misma posición cuando Emmanuel regresó, corriendo como a la ida.
-Señor Cabellos de Fuego, tienes que ver a Tarian-dijo.
-¿Tanto te gustó el miembro de Tarian, Hijo Mío, que avisas a los demás para que acudan a admirarlo:-broméo Hundi, y todos se echaron a reír.
Emmanuel solía enfurecerse por este tipo de chascarrillos, pero esta vez se contentó con mirar a quienes lo rodeaban como si recién ahora notara la presencia de tanta gente y eso lo pusiera incómodo. Finalmente, bajando la voz en un intento de que sólo Balduino lo oyera, añadió:
-Está llorando.
Unos cuantos, desafortunadamente, alcanzaron a oír estas palabras, entre ellos algunos Kveisunger. Estos de inmediato se pusieron tensos, y cuando otros, por no haberla oído bien, los consultaron sobre aquella última frase de Hijo Mío, fingieron tampoco haberla escuchado. Ulvgang mismo participó un poco de esta actitud; pero su instinto paterno lo hizo volverse en silencio hacia Balduino en tácita petición de ayuda.
Así que el pelirrojo fue a indagar qué le había sucedido a Tarian. Una primera imagen de éste con su rostro arrasado en lágrimas le hizo mal, y desvió la vista de ella. Tal reacción era inevitable: Tarian ciertamente poseía una singular belleza que hacía que la mera idea de dañarlo pareciese un sacrilegio, pero además era tremendamente expresivo. Verlo llorar era como contemplar todo lo bueno y bello de este mundo maltratado, pisoteado y profanado por la crueldad y la ignorancia. Así que Balduino no volvió a mirarlo enseguida, contentándose en cambio con sentarse junto a él en silencio. Tenía la acertada impresión de que, si trataba de forzarlo a hablar, a comunicar de alguna manera qué le ocurría, Tarian, de naturaleza bastante reservada, retornaría al océano, adonde nadie pudiera seguirlo, para que se lo dejase en paz. Por la seguridad del muchacho-pez, era prioritario evitar que ello sucediera. Desde hacía tiempo, Balduino lo sabía capaz de sobrevivir solo en el océano, pero en este momento, afligido como estaba, sería más proclive a bajar la guardia, exponiéndose así a riesgos adicionales de los que nadie podría rescatarlo. Así que Balduino le dio una palmadita en la espalda, como diciéndole que allí estaba él para lo que necesitara, y simplemente se sentó a su lado y aguardó. Confiaba en que Tarian, después de un rato, le abriera como pudiese su corazón, que le revelara el motivo de su pena. Pero a pesar de la afectuosa palmadita en la espalda, muda invitación a expresarse que arrancó, en medio de un torrente de lágrimas, una sonrisa en el rostro de Tarian, éste se guardó para sí la causa de su aflicción. Balduino, mirando fijamente hacia el mar, decidió tratar de deducirle por sí mismo. Sus razonamientos de entonces nunca se verían confirmados ni del todo invalidados. Más adelante -bastante más adelante, en realidad- comprobaría haberse equivocado en al menos un punto, pero en general posiblemente estuviera bien encaminado en el resto de sus suposiciones.
Ultimamente, a Tarian no se lo veía mucho en Vindsborg. Sin embargo, el poco tiempo que solía vérselo su semblante había irradiado tanta felicidad como luz irradia el sol. La causa: estaba enamorado. En estremecedor contraste, ese mismo semblante era ahora el vivo símbolo de la desdicha. La primera conclusión de Balduino, en base a estas pistas, fue que el romance de Tarian con su desconocida novia había terminado. Faltaba esclarecer la causa de dicha ruptura.
Una posibilidad era que la novia en cuestión hubiese muerto; ¿devorada por un monstruo marino, quizás? Pero las armas de Tarian, el arpón y el tridente -y dicho sea de paso, a lo largo de su idilio no había perdido ninguna de sus armas, contra su previo historial- no mostraban indicios de lucha. Seguramente el agua de mar lavaría la sangre, pero igual era raro que no quedase siquiera un mísero trozo de piel adherido a ellas. Balduino dedujo que las armas no habían sido usadas, aunque el cuerpo del joven exhibía sospechosas contusiones; y fue de lo único que pudo estar casi seguro. La deducción ni siquiera acababa con la posibilidad de que un monstruo marino fuera el causante del dolor de Tarian: éste bien podía haberse separado por un momento de su novia, encontrándola luego ya muerta y sin poder descubrir la exacta identidad de la bestia asesina. Balduino, sin embargo, dudaba de esto último: sólo alguien con cierto bagaje de conocimientos podía sobrevivir en un hábitat salvaje y hostil como indudablemente tenía que serlo El Mundo Bajo las Olas. A su manera, Tarian debía ser un experimentado rastreador en su ambiente natural, y tener manera de distinguir las señales distintivas del ataque de cada depredador suboceánico. Y pudiendo identificar al culpable, sin duda otros sentimientos lo hubieran embargado: ira, sed de venganza... Y había vengado a su novia, ya que no temía realmente a los monstruos marinos. ¿A ninguno? La cosa se complicaba. Balduino recordó de repente que había una única criatura en todo el océano capaz de acobardar de verdad a Tarian: la barracuda de Nerdel.