CXLII
Tiempo atrás, Friedrik, el padre de Hansi, había mostrdo a Balduino una barracuda muerta: un pez de buen tamaño, pero nada que mereciera, siquiera remotamente, el calificativo de gigantesco. En principio sonaba chistoso que Tarian no temiera a colosales serpientes marinas y sí a un pez como aquel; y sin embargo, el entendido acerca de cuanto tuviera que ver con las profundidades oceánicas era él, así que las barracudas debían ser realmente peligrosas.
El examen de la mordedura del ejemplar pescado por Friedrik dejaba en claro que con una sola mordedura podía hacer bastante daño. Al parecer, era muy voraz y atacaba en cardúmenes. Si se tenía en cuenta todo esto, había que concluir que sí, que aquella criatura era en cierto modo peor que cualquier serpiente marina, al menos para un ser natátil como Tarian; y ello por varios motivos. En primer lugar, un enorme monstruo marino, en razón de su tamaño, no tendría acceso a ciertas grietas y cuevas pequeñas en las que sí podría refugiarse cualquier posible presa; mientras que una barracuda, de menor tamaño, podría acosar a sus víctimas incluso en esos reductos. En segundo lugar, siempre es preferible tener enfrente un único enemigo, por colosal y temible que sea éste, que verse rodeado por infinidad de enemigos más pequeños, contra los que tal vez no se tenga defensa si atacan todos al mismo tiempo. Por último, y en el peor de los casos, un gran monstruo marino deglutiría a su víctima en uno o dos bocados, mientras que las barracudas devorarían viva y de a poco a su presa. Debía ser una forma horrible de morir.
El amor creaba vínculos muy poderosos en Tarian. En Svartblotbukten, tras la derrota de Sundeneschrackt y su banda, él, por amor a su padre, se había dejado atrapar junto con los demás, incluso a sabiendas de que tal vez fuera condenado a muerte junto a ellos, pudiendo en cambio huir a las profundidades marinas. Teniendo en cuenta esto, ¿cómo podía suponerse que habría reaccionado si su novia hubiera sido atacada por barracudas? En un intento por protegerla, tal vez hasta se habría dejado dejado devorar vivo junto a ella... O tal vez no. Quizás habría sido más fuerte el terror que cualquier otra cosa. Sin embargo, siendo este último el caso, la impotencia, la desesperación y la inevitable sensación de culpa lo habrían embargado; y en cambio, el suyo era más bien un dolor resignado, aunque al parecer atroz: la reacción de quien sufre por algo que no era previsible ni evitable... A menos, claro, que el hecho no fuera tan reciente aunque Balduino recién se enterara de ello ahora, y a una desesperación inicial sobreviniera la lógica resignación; pero esto resultaba imposible de discernir por el momento.
Y en realidad, nada era discernible. La novia de Tarian podía haber muerto por otras causas, como enfermedad o accidente... O tal vez Tarian no llorara una muerte, sino un desengaño o un abandono. Balduino, sin embargo, no quiso explorar mentalmente estas posibilidades. De repente se sentía infinitamente triste y cansado, y se preguntó qué necesidad tenía de andar hurgando en los secretos de otros, aun cuando su intención fuera sólo ayudar. Si Tarian necesitaba esa ayuda, ya se lo haría saber. Mientras continuara con su habitual reserva, mejor concluir que podía arreglárselas solo.
Pero pese a tan sabia conclusión, Balduino no pudo evitar hacer suya la tristeza deTarian; y como ya cargaba previamente con la propia, su desánimo al final de la jornada no tenía nombre. Thorvald debió notarlo porque, lejos de molerlo a golpes como había dicho a Anders que lo haría de ser necesario, más tarde la habló en tono muy suave; y cuando Balduino anunció que, según su costumbre de todas las tardes, iría a encender el hogar de Gudrun -ya que incluso en verano eran frías las noches en Freyrstrande-, dijo el anciano:
-Y quédate allí, con ella, hasta que te sientas mejor.
-No puedo, tengo cosas que hacer aquí, y no sé cuánto podría demorar en recobrarme... De algunas cosas ni siquiera sé si me recobraré alguna vez.
-Buena frase para uno de esos dramones baratos que compañías de malos actores ambulantes representan de pueblo en pueblo; pero en ti suena especialmente ridícula, porque eres Caballero, no actor. ¡Vamos, muchacho!... Así no nos sirves. Ya veremos cómo nos arreglamos sin ti. Creo que mejor de lo que supones... Y tú mismo te recuperarás mucho antes de lo que imaginas.