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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
30 de Septiembre, 2011    General

CXLVII

CXLVII

      Dos días después, a eso de las tres de la mañana, llegó a Vindsborg un soldado de Kvissensborg trayendo un mensaje de Anders: Lyngheid empezaba a experimentar los dolores del parto.

        Sin pérdida de tiempo, Balduino despertó a Tarian para llevárselo consigo: creía que le haría bien tener otra cosa en qué pensar que no fuera su drama personal, cualquiera fuera éste. Hijo Mío, quien despertó por sí mismo, se invitó a acompañarlos, alegando que era su deber de escudero. Balduino no discutió esa opinión: el joven egipcio, cada vez que se lo excluía de algo que le parecía importante, se tornaba susceptible, creyendo que se lo dejaba de lado en razón de prejuicios raciales. Así que Balduino permitió que fuera con él, pese a que habría sido más útil en Vindsborg; pero mentalmente se prometió hartarlo a patadas si reincidía en sus quejas y lamentos de supuesto excluido.

          El pelirrojo enganchó la carreta a Svartwulk, y puso rumbo a Kvissensborg junto con sus dos acompañantes. Los tres iban medio muertos de sueño. Dicha circunstancia sirvió a Tarian, no sólo para no volver mentalmente sobre sus desdichas, sino también para tolerar el para él odioso vaivén del vehículo, mucho más soportable que el bamboleo que padecían los jinetes sobre la montura, pero aun así irritante.

         Anders, quien estaba hecho un manojo de nervios, se alegró mucho de verlos llegar.

          -No aguanto más-confesó al salir a recibirlos-. La espera me está volviendo loco desde que llegué aquí. Habría hecho mejor quedéndome en Vindsborg, donde sólo de vez en cuando me acordaba de mi futura paternidad.

         -Bueno... Por lo de la locura no te preocupes. Mucho no puedes haber empeorado-bromeó Balduino.

         Pero fuera porque la agudeza mental de Anders nunca había sido excesiva, fuera porque el sueño o la preocupación mellaban su entendimiento, no captó el sentido de la frase, ni que era un simple chascarrillo.

         -Y encima, ¿querrás creer-se lamentó- que el primer día que vine aquí ya me encontré con complicaciones?... Imagínate, Balduino, ¡acababa de morir la comadrona! No era raro, por supuesto: tenía tantos años, que ni ella recordaba cuántos; apostaría a que era viuda de Matusalén. Pero habiendo vivido tanto, ¿qué le hacía, me pregunto, esperar unos días más antes de pasar a mejor vida? Necesitaba encontrarle reemplazante, y nunca adivinarías en quién pensé.

          -Por supuesto que no adivinaría, pero igual me enteré-contestó Balduino-. Increíble logro, ése de convencer a la vieja de que viniera.

          -¡No creas, no creas!... Yo mismo pensé que me mandaría al diablo, pero aceptó enseguida.

          -Maldito suertudo... A mí me habría arrojado por la cabeza todos los cachivaches que encontrara a mano antes de acceder... Y eso sí accedía. Creo que hubiera tenido que llevármela a hombros. ¿Falta mucho para que nazca, Anders?

          -Pero Balduino, ¡vaya pregunta que me haces!... ¿Cómo rayos quieres que lo sepa?

          El pelirrojo pareció desconcertado.

          -Pero, ¿cuánto tiempo hay que esperar una vez que empiezan los dolores de parto?-preguntó.

       -No se sabe, no ocurre igual en todos los casos.

       Mucho distó la expresión de Balduino, quien por lo visto había creído que la reproducción humana era una especie de ciencia exacta, de aproximarse a algo que pudiera calificarse siquiera de medianamente inteligente. Anders meneó la cabeza. Y justo a éste vengo a llamar para que me dé apoyo moral-pensó-. Nada menos que a éste, que hasta hace cosa de año y medio ni sabía qué era realmente vivir.

         Las miradas de Tarian y Emmanuel iban de uno a otro antes de convergir entre sí. Balduino y Anders se sintieron como un par de criaturas exóticas en exhibición, lo que ya era una constante cuando Tarian los observaba.

         Seguidamente, Anders condujo al grupo a la habitación donde yacía la parturienta.

          -Estaos en silencio-advirtió-; que si alguna vez pensasteis que Herminia es brava, no desearéis verla en acción en su nuevo rol de comadrona.

          -Seguro. Nadie quiere molestar-contestó Balduino.

         Y hablaba sinceramente; mas del dicho al hecho, hay mucho trecho.

       Acostada en una cama provista de cortinas de tul, Lyngheid sonreía tenuemente, mientras Herminia, sentada en una silla, le hablaba con dulzura maternal tratando de tranquilizarse. Nunca antes se había visto tan enternecida a la vieja, excepto, quizás, aquella famosa vez que había visto a Tarian recién salido de la mazmorra, triste y con los estigmas del maltrato.

         No había más sillas en aquella cámara. Anders, en su condición de señor de Kvissensborg, podría haber reclamado la que ocupaba Herminia, quien al fin y al cabo era una simple plebeya;. Pero, claro, un Caballero no hace esas cosas; y Anders recibía adiestramiento para serlo por conducta mucho antes que por espaldarazo. Así que se contentó con arrodillarse junto a su mujer, lo que de inmediato hizo surgir una expresión amenazante en Herminia. Pero cuando Anders tomó la mano de su esposa entre las suyas y ella lo miró con adoración, la vieja pareció tranquilizarse. El suyo era un aire de perro malo dispuesto a destrozar a cualquiera que osase perturbar la tranquilidad de su dueña.

          -Todo saldrá bien, señora-dijo a Lyngheid-. Respirad tal como os lo he indicado y pujad, pero sin prisas y sin nervios.

         Tarian conocía muy poco a Herminia, pero pensó que ésta debía saber lo que hacía y que, en todo caso, daba la impresión de gozar de la confianza de Lyngheid. La incipiente madre se veía sorprendentemente serena, y más ahora que tenía a su lado a su amado esposo; era éste, y no ella, quien necesitaba que le recomendaran ejercicios respiratorios que lo ayudaran a mantenerse calmo. Sin embargo, era obvio que la técnica que Herminia prefería para sedar a padres primerizos era el garrotazo. Anders, por lo visto, lo tenía muy bien aprendido, y trataba de controlarse; pero para Balduino, casi tan nervioso como aquél, eso no estaba del todo claro.

           -Eh... ¿Tenéis experiencia en esto?-preguntó, vacilante.

          La pregunta irritó a Herminia. No era que se precisase mucho para que ello sucediera, desde luego; pero, por respeto a la parturienta, intentó dominarse esta vez.

          -Más experiencia de la que pueda darse aires cualquier hombre, puesto que yo di a luz un hijo-gruñó, con toda la delicadeza que halló a mano.

         -Ah-replicó Balduino, cohibido.

         Herminia, efectivamente, había sido madre, muchos años atrás, de un niño muerto a muy corta edad. Esa desdicha era una de varias que la habían vuelto muy amarga, y Balduino lamentaba que hubiese surgido el tema de aquel niño. Sin embargo, la vieja no daba importancia al asunto: lo que contaba en este momento era que Lyngheid diera a luz en paz, y ella pondría todo su celo para que así fuera. Si a Anders o a Balduino no les gustaban sus métodos, debían haberlo pensado antes de llamarla en sustitución de la difunta comadrona.

        El pelirrojo permaneció en silencio unos diez minutos, transcurridos los cuales no pudo seguir reprimiéndose:

         -Eh... ¿No podríais adelantar un poco el parto?-preguntó.

         -No, no puedo-replicó Herminia en tono agrio.

         -Pero bueno, ¡vos sois la comadrona!...

        Comadrona, señor mío, no milagrera!...-exclamó Herminia, absolutamente harta; y como Lyngheid se agitó un poco, la vieja se inclinó sobre ella con dulzura-. Calma, querida señora, todo está bien; pero hay que saber meterse a los hombres en cintura cuando se ponen pesados.

          Para cuando llegó Hansi alrededor de una hora después del alba, venido por cuenta propia al enterarse del evento, el parto estaba ya muy avanzado, el bebé saldría en cualquier momento y Balduino había contagiado su nerviosismo a Anders, quien de todos modos, dada la ocasión, no necesitaba demasiado para perder la calma. Entre los dos daban indicaciones a Herminia, le hacían preguntas que más que tales parecían órdenes, y soltaban exclamaciones de alarma luego de cada grito de la parturienta. Por consideración hacia ésta, Herminia soportó todo como pudo, hasta que al fin se hartó.

          -¡Dejaos de molestar, o yo misma os sacaré de aquí!-gritó-. ¡A escobazos, si es necesario!

         Hansi llegaba justo para oír esta reprimenda de Herminia, pero se había perdido todo lo demás. No dijo una sola palabra, y miró a Balduino como quien contempla un molesto abejorro zumbón que viene a perturbar la tranquilidad de una plácida tarde de verano. Seguidamente, lanzó una mirada similar a Anders y por último se volvió hacia Emmanuel, como reprochándole que no hubiera sabido mantener en orden a aquellos dos. Hijo Mío, tal vez porque entre los suyos había tenido que lidiar con viejas de peor carácter que el de Herminia, se mantenía quieto y callado como lo requería esta última; y al tácito reproche de Hansi respondió con un encogimiento de hombros. Balduino y Anders se consultaron con la vista, indignados y divertidos a la vez. Para eso valían las molestias que se habían tomado por cada uno de aquellos dos mocosos... Para que ahora, de eternos rivales, pasaran a ser aliados contra sus protectores. Así estaba el mundo...

       A Lyngeid, tranquila hasta entonces, súbitamente la venció el dolor. Anders, más preocupado por ella a medida que avanzaba el parto, se inclinó de nuevo a su lado y le tomó la mano una vez más, susurrándole frases cariñosas y palabras de aliento.

          Tarian no había molestado para nada y se contentaba con estirar el cuello desde lejos para tratar de ver algo. Hansi y Emmanuel optaban por hacer otro tanto. Por fin, sabia decisión, Balduino optó por imitarlos; pero se vio ampliamente frustrado, ya que, como a propósito para castigarlo por su previo papel de fastidioso crónico, Herminia no cesaba de obstaculizarle la visión, interponiéndose entre él y el vientre de Lyngheid. Si se cambiaba de posición para ver mejor, también ella lo hacía. Y sin embargo, no podía ser a propósito, a menos que la vieja tuviese ojos en la espalda. Balduino estaba que se comía las uñas, pero no se atrevía a decir ni pío.

       Por fin Lyngheid se relajó. Entre la sombra proyectada por el techo de la cama, los cortinados de tul y la vieja Herminia, no se veía nada; y en vista del inquietante silencio que sobrevino, casi todos coincidieron en la idea de que Lyngheid había muerto junto con el hijo que intentaba traer al mundo. Sólo Anders, quizás por primera vez enamorado realmente de su esposa, notaba que ésta se hallaba bien y se alegraba de que, fuera como fuere, todo hubiese terminado al fin. Se inclinó aún más sobre ella y la besó con amor.

           -Es un varón-anunció Herminia, con su normalmente hosco semblante ahora dulcificado por la ternura.

         Olvidando sus penurias de parturienta, Lyngheid se sentó en el lecho, con la expresión ansiosa de una niña a la que se ha prometido una sorpresa, y recibió, de manos de la vieja comadrona de circunstancias, la criatura que acababa de alumbrar, envuelta en una pequeña manta. Anders se acercó a verla y, durante unos minutos que parecieron eternos, ambos esposos, abrazados, permanecieron entre el asombro y la emoción ante el milagro de la vida, milagro que en este caso era fruto del amor de ambos; un amor que desde sus mismos inicios había pasado por unos cuantos azares y adversidades y que, por lo mismos, volvía más digno de maravilla el acontecimiento.

          En medio de su dicha, el orgulloso padre parecía querer hacerlo todo al mismo tiempo: tener en brazos a su hijo, mostrárselo al resto de los presentes, mimar a Lyngheid. Fue una feliz circunstancia, ya que le impidió estudiar adecuadamente la reacción de los demás. Apenas lo puso en brazos de Balduino, volvió junto a la flamante madre. Al pelirrojo, que había esperado encontrarse con un bello y vivaz aunque llorón bebé, lo asaltó un súbito deseo de reír, aunque lo reprimió medianamente bien, ante lo que veía: un engendro medio rugoso, del que se habría dicho que era ciego, puesto que ni por casualidad abría los ojos, y que apenas si se movía, con la exasperante lentitud de un reptil medio aletargado por el frío. Parecía un mal chiste; parecía como si el angelito hubiera sido sustituido por un topo feo y sin gracia alguna. Pero una opinión así, uno no la proclama frente a dos felices padres; de modo que Balduino hizo lo que pudo por volver amable su sonrisa sarcástica, y rápidamente se dio vuelta como para enseñar a los demás la criaturita, aunque lo que realmente le interesaba era ocultar su semblante a los ojos de Anders y Lyngheid; y al hacerlo, aunque no fuera creyente, apretó los dientes y alzó sus ojos al cielo, como en muda súplica de clemencia divina. Tal expresión dejó intrigadísimos a Tarian, Hansi y Emmanuel, quienes se acercaron a ver de cerca al recién nacido. La decepción transtornó de inmediato sus rostros; pero fue Hansi quien expresó en susurros el consenso unánime:

         -¡Dios! ¡Es un espanto!

       -¡Pero por supuesto que es un verdadero encanto!-la arregló Balduino, asestando un puntapié a Hansi mientras sonreía insinceramente. Otra frase como ésa, y te estrangulo, advertían sus ojos.

         No sólo Hansi, sino también Hijo Mío acusó recibo de la advertencia. Ambos sonrieron, simulando estar complacidos de lo que veían. El que no lograba superar su horror, al parecer, era Tarian, cuyas orejas aleteaban nerviosamente y daba la sensación de estar próximo a estallar en relinchos de espanto por más que ningún parentesco lo uniera a los caballos. Su cara revelaba a las claras que, a su juicio, aquel pequeñajo era más feo que todos los monstruos marinos del mundo.

          -Qué preciosura, ¿eh, Tarian?-dijo Balduino; y el mentado comprendió que aquella frase disfrazada de consulta era en realidad una orden, y se esforzó por sonreír también.

        -¿Y cómo se llamará?-preguntó Hansi.

        El dichoso padre andaba por las nubes, y hubo que repetirle la pregunta.

        -Anders-respondió al fin.

         -No, tonto...-murmuró Hansi, cuya expresión era la de quien ya no soporta seguir sufriendo necedades ajenas-. El bebé, tu hijo... ¿Cómo se llamará?

        -¿Y qué te estoy diciendo, mocoso?... ¡Anders!-exclamó el flamante padre, indignado.

        -¿Como... Como tú?-preguntó Hansi, con cara de asco.

         -Veo que encontrar nombre para tu hijo representó para ti un auténtico desgaste cerebral-ironizó Balduino, tratando de pensar en otra cosa que no fuera el horroroso aspecto de aquel diminuto topo humanoide.

         Pero no había caso. ¡Era tan feo!... Balduino empezaba a entender, si él mismo había lucido así ya desde sus días de bebé, que no se lo hubiera querido. La idea le inspiró compasión, y se alegró de que, de cualquier forma, Anders y Lyngheid fueran tan ciegos respecto a la apariencia de su vástago. Bueno, pequeño, y qué culpa hemos tenido tú y yo si la Naturaleza no fue generosa con nosotros, ¿eh?, pensó, maximizando sus esfuerzos por reponerse de aquel cubetazo de agua helada que había sido ver por primera vez al pequeño Anders. Intentaba consolarse pensando que al menos no había nacido realmente malformado, cuando la minúscula mano del bebé, moviéndose muy despacio y a tientas, le aferró por azar un dedo. Era un gesto tan dulce, que Balduino se enterneció, y sonrió de corazón esta vez. Se le ocurrió, entonces, que quizás el bebé no fuera tan feo como le había parecido a él al principio; pero no tuvo tiempo de salir de dudas. En ese preciso instante, con un cagido, el pequeño Anders reclamaba el pezón de su madre.
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publicado por ekeledudu a las 12:50 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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