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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
01 de Agosto, 2011    General

CXXXI

CXXXI

        El estado de descomposición de aquella cosa era muy avanzado, haciendo imposible discernir la identidad de la víctima. Los fluidos cadavéricos la convertían en una masa viscosa, a la que la arena se adhería fácilmente, cual macabro rebozo; también eran visibles restos de tierra. Todo indicaba que aquella cosa había estado sepultada y que Geri la había desenterrado.

        Los perros de Hundi ciertamente solían alejarse bastante de Vindsborg, pero nunca demasiado. La persona a la que había pertenecido aquella cabeza llevaba varios días muerta. En ese lapso no se habían reportado muertes violentas o desapariciones en Freyrstrand; no obstante, la víctima tenía que haber muerto en las cercanías. No había posibilidad de que el difunto hubiera muerto devorado por los grifos, pues éstos no eran desdeñosos a la hora de partir los cráneos de sus presas para devorarles los sesos, que les encantaban. Además, que el cuello había sido rebanado con notable pericia y delatando intervención humana, era algo que quedaba fuera de dudas.

        Se trataba, entonces, de un asesinato. Restaba identificar lo mismo a la posible víctima que a sus potenciales asesinos. Con mucho optimismo, pero en el fondo sin creer ni él mismo en su propia teoría, Balduino centró primero su atención en los egipcios, más que nada porque le convenía que fueran ellos los culpables, ya que, en cualquier caso, no los conocía, además de que castigarlos le habría sido imposible ahora.

        En conjunto, los gayané habían resultado ser, pese a su mala fama, personas más o menos normales. Por desgracia, como los Kveisunger, fácilmente se dejaban dominar por sus pasiones, lo mismo las buenas que las malas. El mejor ejemplo de ello era El Saltamontes: sólo una noche de parranda con Anders le había bastado para considerar a éste como un hermano. Pero también era un cuchillero experto, capaz de silenciar fríamente las burlas, como había demostrado al ser sobrado por Andrusier. Su furia para con Hrumwald por haber detenido bruscamente la caravana no había tenido límites; y luego había sido igualmente sincero e intenso su arrobamiento por el tierno desenlace de la singular historia de amor entre Wjoland y el porquero.

         Esto no significaba necesariamente que El Saltamontes fuera el asesino, por supuesto. De hecho, José, su padre, era bastante sensato y poacífico; aunque más no fuera por respeto filial, El Saltamontes -suponía Balduino-dominaría sus probables impulsos asesinos, a menos que se lo atacara primero. Podía suponerse otro tanto de muchos egipcios, pero no de todos. No hay pueblo exento de crimen o cuya historia no tenga páginas sangrientas, y en el caso de los gayané, por ejemplo, cabía sospechar del resentido Santiago, de quien Hijo Mío contaba a veces que al emborracharse se tornaba violento.

        Pero por desgracia, los gayané habían bordeado las Gröhelnsklamer sin asesinar a nadie, y era dudoso que Geri se aventurara tan lejos. Que se supiera, ningún otro forastero había sido visto en la comarca, y entonces Balduino tuvo que dirigir sus sospechas hacia la posibilidad más lógica y obvia: si aquel asesinato llevaba una firma, ésa era sin duda la de Kehlensneiter, "Cortagargantas"... Quien, sin embargo, no podía haber actuado solo, sino con quién sabía cuántos encubridores y cuando menos un cómplice.

        Balduino reaccionó con ira y alarma ante sus deducciones. Algo feo había ocurrido a sus espaldas, algo que desafiaba su autoridad. Aferró por los cabellos aquella cabeza putrefacta y, seguido de Emmanuel, se reunió con los demás, que discutían animadamente detalles de la catapulta en construcción. Contra ésta lanzó Balduino la cabeza cercenada, que impactó contra la madera con un ruido seco para luego caer y rodar por la arena. Todas las miradas convergieron en Balduino, sorprendidas, para luego dirigirse al macabro e improvisado proyectil. El horror y la sorpresa de Anders fueron genuinos; el gesto de Ulvgang fue de dolor ante algo que inoportunamente salía a la luz, señal de que él, al menos, estaba al tanto de aquel crimen.

         -Que alguien me explique qué significa esto. Ya-dijo Balduino con voz helada. Miradas evasivas y semblantes pálidos ponían bajo sospecha a casi toda la dotación.

       -A mí no me mires. No sé nada-dijo Anders, innecesariamente.

       -Lo hice yo, y lo sabes bien-intervino agresivamente Kehlensneiter con su espeluznante y característica voz ronca y sus tétricos ojos violáceos mirando a Balduino como para traspasarlo, y dando un paso al frente en gesto hostil y desafiante.

          -Los hombres a quienes confinamos a las islas debían dejarse ver todas las tardes en determinados lugares y momentos previamente convenidos. Nuestros Jungene Kveisunger afirman que ni la mitad de ellos cumple con esa imposición. ¿A cuántos de esos ausentes has asesinado, Kehlensneiter?

         -A dos nada más.

         -Por supuesto, Pudiste haber escapado a mi vigilancia en un momento de descuido, pero tuviste tiempo de liquidar sólo a dos antes de volver. ¿Cuándo lo hiciste? ¿Aprovechaste cuando, hace poco, fui a visitar a Arn?

         -No, fue antes de eso, cuando todavía no se había terminado el traslado de los prisioneros a las islas. Ibas de aquí para allá, atendiendo a demasiadas cosas. Eso me permitió apoderarme de un bote sin que lo notaras y hacer lo mío-contestó Kehlensneiter, siempre en tono belicoso.

         -¿Y elegiste a dos al azar?

         -No, a ésos se la tenía jurada desde hace mucho tiempo.

          -Burlaste mi vigilancia, la de Anders y la de otros, tal vez; pero estoy seguro de que otros te vieron y fueron cómplices-dijo Balduino, paseando su mirada ceñuda entre los demás presentes-. ¿Qué papel desempeñó en este asunto cada uno de vosotros?

         -Señor Cabellos de Fuego, no tengo palabras para justificar mi descuido-dijo Karl, consternado.

         -Pues... Mira, muchacho, la verdad es que... Preferí que quedaras al margen de este asunto-explicó Thorvald, sin que sus helados ojos se turbaran en lo más mínimo al confesar su participación.

        -¿Tú también estás metido en esta traición?...-exclamó Balduino, enojado, mientras Karl se volvía con asombro hacia su gigantesco camarada.

         -Señor Cabellos de Fuego-intervino Ulvgang, sin alzar la voz, pero con estremecedora dureza, según su estilo habitual-, traición es un término un poco fuerte; y exijo que te retractes.

         -Es verdad, Ulvgang, disculpa. Disculpad todos-accedió Balduino-; pero quiero saber la verdad.

        -Admito que mis hombres y yo sabíamos de esto, Pudimos haberlo impedido, pero no lo hicimos-reconoció Ulvgang.

         -Nosotros, lo mismo-dijeron a dúo los gemelos Björnson.

         -Pues lo que es yo, en ningún momento noté que faltara Kehlensneiter-dijo el viejo Lambert, quiñando compulsivamente su ojo izquierdo.

         -Yo tampoco. Tan acostumbrado estoy a que sea Tarian quien lo vigile, que no me habitúo a que otros tengamos que reemplazarlo ahora que tiene la entrepierna en llamas-dijo Adler.

         Era muy tonto por parte de éste, por más que sin duda Kehlensneiter lo intuyera, confirmar la función de Tarian como vigilante de aquél. Claro que no podía esperarse nada más habilidoso de tan descuidado aspirante a secuestrador, que en su primer delito fracasa y se deja capturar.

         -Yo no sabía al principio-admitió Snarki-, pero me di cuenta luego y no supe qué hacer entonces... Lo siento, señor Cabellos de Fuego.

         -Yo tampoco sabía... Claro que, de haber sabido...-intervino Adam, con gesto burlón, haciendo ademán de lavarse las manos.

         -Ya lo sé, Adam, la pregunta no te incluía-dijo Balduino-. Ursula está de guardia en el torreón; a ella le preguntaré después. ¿Qué hay de los Jungene Kveisunger?-preguntó, mirando a Hendryk.

         -Ah, no...-contestó éste-. Respondo por mí, señor Cabellos de Fuego; pero no soy soplón.

         -Ni yo tan tonto como para no darme cuenta de ciertas cosas... De algún lado tuvo que llegarle a Kehlensneiter la información necesaria para matar a esos dos, es decir, en qué isla se encontraban. A juzgar por lo poco que tardó en despacharlos, estaban en la misma isla. La cosa no fue sólo premeditada, también muy bien organizada: se los pusieron juntos, servidos casi en bandeja... Los guardias de Kvissensborg los sacaron a ambos al mismo tiempo, y eso los vuelve sospechosos también; pero puede que sólo lo hicieran por sugerencia de otros, y sin imaginar qué se tramaba. Los jungene Kveisunger tienen ya menos excusa: seguramente fueron ellos quienes sugirieron a sus camaradas sacar juntos a ese par. Y antes de abrir sus bocas para revelar a Kehlensneiter o a algún posible intermediario cierta información, debieron primero cerciorarse de estar autorizados a ello. El hecho de que no defiendas briosamente su inocencia, Hendryk, termina de confirmar que están implicados de un modo u otro.

        Hendryk no negó ni afirmó. Se hizo un silencio, durante el cual el pelirrojo quedó pensativo.

          -Geri ha traído sólo una cabeza-dijo a Kehlensneiter-. Me mostrarás dónde enterraste la otra.

         -Como quieras-respondió sombríamente Kehlensneiter.

        -No volváis a hacer cosas a mis espaldas-ordenó; y todos asintieron, excepto Adam y Kehlensneiter. Y para sorpresa de Anders, la siguiente orden, como si nada hubiera pasado, fue volver al trabajo. Las charlas sobre aspectos técnicos de la catapulta en construcción se reanudaron de inmediato.
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publicado por ekeledudu a las 16:50 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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