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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
01 de Septiembre, 2011    General

CXXXV

CXXXV

        No podía tacharse a Anders de cobarde por sentir temor de El Toro Bramador de Vultalia, antiguo terror de toda la Orden del Viento Negro; pero a Balduino le habría encantado que por lo menos se mantuviera callado mientras lo ayudaba a ponerse la armadura. Durante ese tiempo, el joven escudero no cesó de evocar la sanguinaria fama -exagerada, según creía Balduino desde su primer encuentro con él- de Miguel de Orimor. Se había llegado a decir de él que hasta cocinaba y devoraba a algunas de sus víctimas. El propio Balduino lo había creído, también; y curiosamente, tal vez por eso no había sentido miedo más que al hallarse frente a frente con él, momento en que la leyenda negra tuvo que ceder paso a una realidad mucho más abrumadora: El Toro Bramador de Vultalia era un cristiano tan convencido de su fe como de la validez de su enconado combate contra los enemigos de la misma, reales o supuestos, y particularmente contra los Caballeros del Viento Negro. Para él, éstos eran unos forajidos que enlodaban el honor de la Caballería protegiendo a herejes y otras amenazas al orden social. Eliminarlos, para él, había sido deber de buen cristiano.

          Sin embargo, Balduino lo había desafiado a combate singular, osadía que ningún otro de los supuestos forajidos se había permitido y de la que aun pocos de los caballeros "auténticos" hubieran sido capaces. Miguel de Orimor, impresionado, lo había invitado a retirarse por donde había venido y emplear su valor en mejores causas. En sus palabras palpitaba la condescendencia y la dura amonestación de un adulto hacia un niño que se estaba portando muy mal pero a quien, aun así, no se deseaba castigar. Esta imagen había intimidado todavía más a Balduino que la del carnicero monstruoso e inmisericorde, tan difundida entre las huestes del Viento Negro; lo había hecho sentirse realmente insignificante, pues la compasión es un lujo que sólo pueden permitirse los fuertes. Y Miguel de Orimor no sólo había dicho no querer lastimarlo, sino que, además, lo había tildado de muchachito irreflexivo que no sabía lo que hacía. Tan severa resultaba aquella mirada penetrante suya, que hacía tambalear cualquier seguridad o convicción; y Balduino tuvo mucha dificultad en recordar que no era él el equivocado.

        Ahora bien, la reciente conversación con Miguel de Orimor lo persuadía de que no había rencores latentes entre ambos... Y sin embargo, alguna duda le quedaba aún, más que nada por aquel siniestro más vale que pelees bien de último momento. No sabía si debía tomar esa frase como amenaza, pero habría podido mantenerse tranquilo de todos modos... ¡De no haber sido por Anders y sus funestos vaticinios!

         Acabó perdiendo la paciencia.

         -Bien, Anders-dijo entonces, sarcástico y enojado-, ya que al parecer el señor de orimor me cortará en rodajas, según dices, ve encendiendo la pira funeraria para ganar tiempo; ¡pero al menos antes de arrojarme a ella déjame salir a pelear primero, para morir honorable y valientemente, hombre!....

          Anders se calló y terminó de ayudar a Balduino a ponerse la armadura; y en medio de ese silencio fueron audibles ciertas voces provenientes del exterior, que hacían pensar que allí no reinaba exactamente la paz. Balduino confirmó esa impresión cuando, ya listo para el combate, descendió las escalinatas de Vindsborg y vio caras torvas y amenazantes por todos lados, lo mismo entre sus hombres que entre los de Miguel de Orimor. Los dos bandos parecían próximos a matarse entre sí en cualquier momento.

         -No sé mediante qué brujería, pero por lo visto te has ganado la lealtad de esta escoria sobre la que mandas-dijo Miguel de Orimor, pensativo; y se volvió hacia Ulvgang con algo que no se sabía si era ironía, admiración o una mezcla de ambas- Hasta la de El Terror de los Estrechos... Increíble.

          Ulvgang le sonrió de una manera espeluznante. En cada uno de sus ojos parecía reflejarse una tumba con una lápida dedicada a la memoria de Miguel de Orimor. A él, ningún Toro lo intimidaba. El rugido de un monstruo marino alcanzaba para acallar el bramido de cualquier toro...

         Miguel de Orimor se bajó la visera del casco. Balduino hizo lo propio. Enseguida desenvainaron sus espadas, se saludaron formalmente como se estilaba al inicio de un duelo y de inmediato comenzó el mismo. Los dos contendientes se movieron con calculada lentitud uno en torno a otro, como peligrosas arañas próximas a devorarse mutuamente, y las espadas en alto como mortales aguijones, hasta que al fin El Toro Bramador de Vultalia lanzó la primera estocada, que apenas si llegó a rozar la hombrera de Balduino. Este se apresuró a devolver el golpe, con más éxito, ya que haciendo uso de todas sus fuerzas logró incluso que alguna anilla saltase por los aires al alcanzar a su contrincante en el brazo izquierdo.

          Durante cierto tiempo, pareció que saldría vencedor, ya que llevaba clara ventaja. Miguel de Orimor pronto se encontró herido en varios puntos del cuerpo; nada grave, pero Balduino tampoco pretendía matarlo ni siquiera malherirlo. El problema era que Miguel de Orimor se tomaba el combate muy en serio. Había prevenido al respecto al pelirrojo, claro, pero algunas de sus estocadas parecían tener intención de acabar con su oponente, algo que Balduino no había imaginado y contra lo que sólo sus reflejos y la fuerza del hábito lo habían protegido, hasta que no le quedó más remedio que admitir que estaba peleando en defensa de su vida. Como él ni siquiera había buscado aquel combate, no quería igualarse en intenciones a su rival, pero algo realmente contundente tenía que hacer si pretendía sobrevivir. Pensó que herir superficialmente a Miguel de Orimor y procurar cansarlo sería buena estrategia hasta que lograse desarmarlo.

          Fácil de decirlo, mas no de hacerlo: como espadachín, Miguel de Orimor resultó un adversario mucho más temible de lo que parecía porque, pese a su colosal tamaño, no se agotaba con facilidad y se movía con notable rapidez; y en segundo lugar porque, aunque no recurriera a fintas, adivinaba con gran facilidad las de Balduino; y cada vez que paraba un golpe, echaba hacia adelante toda la fuerza de su cuerpo. El resultado fue que el esfuerzo para contener aquella mole hizo que el primero en cansarse fuera precisamente Balduino, cuyo brazo derecho empezó a dolerle. Prefirió entonces prescindir del escudo, así dispondría de ambos brazos para esgrimir la espada.

           Entonces Miguel de Orimor empezó de repente a recurrir a la finta, como si recién en ese momento recordara la existencia de tal treta. Dos o tres veces Balduino, desconcertado, se descubrió apresurándose a parar un ataque fingido en uno de sus flancos mientras el verdadero lance se consumaba por el otro. Luego ya no volvió a caer en el engaño con tanta facilidad, pero si hasta entonces se había mantenido incólume, ahora ya no podía decir lo mismo, aunque las heridas fuesen tan superficiales como las de Miguel de Orimor. Pero lo peor es que estaba exhausto. También su contrincante, pero no tanto como él.

          Balduino se retiró un poco para poder concederse un respiro, pero su rival no le dio tiempo de tomárselo. Ya consciente de su inminente derrota, Balduino volvió sin embargo a lanzarse a la lucha para, ocurriera lo que ocurriera, hacer hasta el final al menos el papel más honroso que pudiese. Lo más duro eran las ocasionales embestidas de Miguel de Orimor amparado tras su escudo: El Toro tenía de verdad fuerza taurina.

           Por fin, una de estas embestidas acabó por derribarlo, y la espada cayó de su mano y fue por su lado. Balduino llegó a sentarse e iba a recuperar de nuevo su acero, cuando sintió el de su contrincante introducirse suavemente entre el gorjal y el capuchón de mallas metálicas, adonde permaneció su punta, amenazante.

          Miguel de Orimor levantó la visera de su casco. Balduino se despojó del suyo y echó hacia atrás el capuchón de mallas metálicas, revelando un rostro bañado en sudor.

          -Suplica clemencia. La tendrías-lo animó El Toro Bramador de Vultalia.

           Balduino, sin miedo, meneó la cabeza.

           -Si no os molesta recordarlo, la vez pasada no tuvisteis que solicitarla para que os la concediera-repuso-. No creo que sea vuestro estilo no corresponder al gesto.

         -Piénsalo bien... No fue pequeña la humillación que sufrí por tu causa-respondió El Toro Bramador de Vultalia.

           Pero en sus labios se insinuaba un leve gesto humorístico, que bastó para que Balduino sonriera a su vez.

    -Puede ser-admitió-, pero mientras conversábamos, disteis a entender que existía la posibilidad de que no fuera ésta la última vez que nos veíamos, y además hablasteis largo y tendido, dándome consejos; y no sé para qué todo ello, si vuestra idea, desde un principio, hubiese sido matarme aquí y ahora.

           -Desde un principio no, precisamente. Pero tus mismos hombres, queriendo salvarte, han sellado tu condena a muerte. Varios de ellos, cada uno por cuenta propia, amenazaron hacerme lo mismo que yo hiciera contigo... No me gusta que me desafíen.

           El pelirrojo quedó serio por un instante y luego volvió a sonreír, en paz consigo mismo. La idea de morir en ese momento y lugar le resultaba increíble, pero la aceptaba.

          -Pues es agradable terminar los propios días así, entre tanto afecto y lealtad, cuando se ha vivido durante mucho tiempo sin afecto alguno-respondió-. Si os pidiera misericordia, me rebajaría y ni yo me respetaría a mí mismo, no hablemos ya de mi gente y no merezco eso: me la dais o no me la dais. Si os fui de veras particularmente molesto, lo lamento; eliminadme. Temo que por ese acto el más perjudicado seríais vos.

          -Excelente respuesta... De veras que me encantó-dijo Miguel de orimor, envainando su espada y esbozando una sonrisa, antes de extender una mano hacia Balduino para ayudarlo a levantarse, cosa que éste hizo de inmediato mientras en torno a ambos se distendían tanto la escolta de El Toro Bramador de Vultalia como la dotación de Vindsborg.
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publicado por ekeledudu a las 12:00 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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