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¡Sorpréndeme!
EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO II
La segunda parte de la más extraña trilogía de la literatura fantástica, publicada por entregas.
02 de Septiembre, 2011    General

CXXXVI

CXXXVI

      -Necesitaba saber que quien me había derrotado al menos no era un cualquiera-explicó El Toro Bramador de Vultalia, adusto de nuevo, aunque hablando en tono amistoso-. Ahora que lo he hecho, sólo necesito de ti ciertos datos sobre la actividad de los Landskveisunger en la región.

        Balduino contestó que poseía escasa información, pero que se la proporcionaría con gusto. Refirió entonces la fuga de dos Landskveisunger de las mazmorras de Kvissensborg, añadiendo que uno de ellos, Kniffen, estaba ahora muerto, pero que el otro, Daudensgraber, en principio seguía vivo y en libertad. También comentó cierta enigmática matanza ocurrida antes de que él y Anders llegasen a Freyrstrande, inicialmente imputada a los grifos, pero en la que éstos parecían haber desempeñado exclusivamente papel de carroñeros.

         Estuvo a punto de sugerir también que, para acabar con los Landskveisunger como se le había encomendado, más que pasearse aparatosamente de aquí para allá con hombres armados hasta los dientes en ostensible exhibición de poder, habría convenido infiltrar espías en las bandas; pero se sintió idiota y presuntuoso al reflexionar sobre su propia y presunta astucia. Era ridículo suponer que Miguel de Orimor, quien merced a su eficaz red de informantes había estado a punto de destruir a la Orden del Viento Negro, no habría tomado ya medidas similares. Todavía más, casi seguramente el hecho de pasearse con la comitiva armada era más una maniobra de distracción que otra cosa. Algunos mensajeros -los pocos que iban quedando vivos y en funciones- se quejaban de que, en los seis meses que nominalmente llevaba combatiendo a los Landskveisunger, Miguel de Orimor seguía sin solucionar nada a ojos vista. Recién ahora meditaba Balduino sobre estos comentarios. Era obvio que El Toro Bramador de Vultalia, de quien muy poco debía saberse en Andrusia, se mostraba adrede engañosamente lerdo e inepto.

        -Hay un jefe Landskveisung del que se habla muy especialmente-dijo Miguel de Orimor-. Un tal Vin-Ein-Auke... ¿Qué sabes acerca de él?

           Los hermanos Björnson, que no destacaban exactamente por su religiosidad, se santiguaron temerosos al oir aquel apodo. En ello estaban cuando Balduino se los señaló a Miguel de Orimor, explicando que los gemelos sabrían informarle mejor que él.

        -Posiblemente, señor, no se trate de la misma banda ni del mismo Vin-Ein-Auke que nos eran conocidos hasta cierto punto...-dijo Per.

          -...porque aquella banda se desmembró, y su líder, el verdadero Vin-Ein-Auke, está muerto-concluyó Wilhelm.

         -Sin embargo, ésa tras la que ando es una que estuvo inactiva durante mucho tiempo y ahora se reconstituyó-replicó Miguel de Orimor-. En cuanto al que los dirige, parece que es un tuerto malo como el Diablo, con quien, por otra parte, se dice que ha hecho pacto. Debe ser cierto, porque no logramos encontrar ni el menor rastro de él. Para colmo, en algunas zonas de Andrusia parecen ser más los tuertos que los que conservan ambos ojos.

       Los gemelos Björnson no se mostraron demasiado alterados exteriormente; pero quienes mejor los conocían, Balduino incluido, notaron en ambos hermanos cambios sutiles y difíciles de precisar, producto evidentemente de una vaga intranquilidad. Tal vez la misma tuviera sustento, ya que los Landskveisunger no eran enemigos con los que dieran ganas de medirse, sobre todo porque, cuando podían, eludían el ataque frontal, y preferían en cambio la traición, sin importarles cuán ruin y solapada fuera. Y como Per y Wilhelm habían delatado a la banda del tal Vin-Ein-Auke ante las autoridades, era lógico que temiesen represalias por parte del líder dado por muerto y que, según creía saberse ahora, continuaba vivo.

         Ambos dijeron a Miguel de Orimor lo que sabían sobre sus viejos enemigos y sobre el que los mandaba.

         -¿Y decís que nunca llegasteis a ver personalmente a este tal Vin-Ein-Auke?-preguntó Miguel de Orimor.

          -No, apenas si llegamos a conocer a algunos de sus lugartenientes. El era el cerebro de la banda, pero no participaba activamente de los golpes-dijo Per.

        -Y de esos lugartenientes la mayoría, o todos, murieron en prisión; así que deben quedar pocos miembros originales. Deben ser todos reclutas nuevos-añadió Wilhelm.

        -Bueno, supongo que esto deberá serme suficiente-gruñó Miguel de Orimor; y se volvió hacia Balduino-. Ahora tengo que irme, pero antes te haré una recomendación; y atiende bien, que esto va muy en serio.

          Desenvainó nuevamente su aspada, y Balduino, sorprendido, ni tiempo tuvo de desenvainar la suya; pero en cualquier caso, no era necesario, lo único que quería El Toro Bramador de Vultalia era usar el arma para, apuntando de lejos hacia el pelirrojo, recalcar todas y cada una de sus siguientes frases. Al parecer era un hábito particular suyo.

        -Si quiere Dios que ganemos esta guerra-dijo-, la Orden del Viento negro quedará de nuevo proscrita y, esta vez, ocultaros bajo vuestros cascos no os servirá de nada. Tú puedes esquivar el destino que aguardará a tus compañeros. De veras que me has caído bien: eres noble, valiente, sincero, respetuoso. Sería una pena que tanta virtud se esfumase en la nada. No tiene por qué ocurrir así... No quiero que ocurra así. Ignoro qué extravío, qué tontería juvenil te hizo preferir un grupo de forajidos antes que una legítima Orden de Caballería, pero hay sitio para ti entre los Custodios de la Doble Rosa. Sólo tienes que decirlo, y será un honor para mí declarar en tu defensa ante el Rey. Cuando nos veamos de nuevo, me gustaría ser tu mentor y protector, no tu enemigo... Piénsalo.. Cualquier cosa que hayas hecho, valdrá la pena perdonártela.

           -¿Sólo a mí?... ¿Y por qué?-preguntó Balduino, perplejo y medio indignado.

          -Porque los crímenes del Viento Negro, en conjunto, no tienen perdón de Dios-contestó Miguel de Orimor-. Puede que entre ellos haya algún elemento rescatable, no sé; pero lamentablemente no es posible detenerse a examinarlos uno por uno, como sería lo ideal. Hay que exterminarlos a todos para que no exista la menor posibilidad de que prosigan sus inicuas actividades. Si contigo hago una excepción, ello se debe sólo a que, pese a habernos visto en apenas dos ocasiones, te conozco mejor que a muchas personas a las que llevo años tratando. No habrá tiempo para conocer tan profundamente a nadie más-concluyó, envainando la espada y disponiéndose a retirarse.

         -Un momento-dijo Balduino, todavía estupefacto y de mal humor-. En el frente de batalla hay unos cuantos de mis cofrades, luchando a la par que los vuestros y junto a ellos; ¿eso no cuenta para nada?

        -Digamos que espero que quienes nos mandan recapaciten y los aparten de la lucha a la brevedad, así ello no contará mucho-contestó Miguel de Orimor.

         -¡Pero a mi Orden, Su Majestad la indultó de todos los cargos!-exclamó Balduino-. ¡Los Caballeros del Viento Negro luchan contra los Wurms y caen en combate contra ellos tanto como los Caballeros de la Doble Rosa!

         -Ya lo sé, y siento vergüenza de los dirigentes de mi propia Orden, tanto de Diego de Cernes Mortes, que estaba secretamente en combinación con el Viento Negro, como del señor Tancredo, que se rebaja y nos rebaja a nosotros a aceptar esta nefasta alianza.

          -¿Debo recordaros además, señor, que cientos de Caballeros de la Doble Rosa siguen haciendo normalmente su vida en el Sur, participando quizás de banquetes, torneos y bailes, mientras los forajidos apoyamos a sus más dignos cofrades en la lucha contra los Wurms?

          -No, pero te ruego que no ensucies el honroso título de Caballero aplicándolo a cualquiera de esos mequetrefes cobardes, los cuales, por otra parte, a su debido tiempo pagarán cara esta deserción en masa, de eso puedes estar seguro. Pero a cada uno lo que le corresponda.

          -¡Lo que corresponda!... ¿Y qué cosa tan terrible hemos hecho los Caballeros del Viento Negro?: ¡haber dispuesto de unos yacimientos auríferos muy codiciados y jamás encontrados por nadie más, con los que financiar nuestras actividades!... ¡Haber rescatado de las mazmorras de ciertos castillos a inocentes próximos a ser torturados en nombre de la fe y de la Santa Iglesia!... ¡Interponer nuestras espadas entre muchas otras personas inocentes de todo, excepto sólo de sustentar creencias distintas de las de la mayoría!...

        -Hablas de lo que no sabes. Para empezar, desde la abolición del Santo Tribunal de Justicia Eclesiástica, la tortura ya no se emplea en casos de herejía...

        -¡Que no se emplea!... Sí que se emplea, ¡y cómo! ¡Lo he visto con mis propios ojos!

          -¿Y tan seguro estás de que era simple herejía el cargo contra aquellos a los que dices haber visto sufrir tormento? Porque te recuerdo, o te informo si no lo sabes, que la tortura sigue siendo válida y legal en otros casos. De hecho, a veces es la única manera de condenar a alguien por vías legales, ya que de otro modo los culpoables no confiesan.

         -O los inocentes no se responsabilizan de delitos ajenos o directamente inexistentes...

        A estas alturas, lo mismo Balduino que Miguel de Orimor estaban tan apasionados defendiendo casa uno su respectiva posición, que el debate entre ambos amenazaba producir más chispas que el anterior combate con espadas. Durante aquel duelo previo, los contendientes habían demostrado mucha hidalguía, mucha señorialidad; pero daba ahora la impresión de que vencer en este terreno era más importante que cualquier otra cosa.

         -¡Inexistentes!...-se burló El Toro Bramador de Vultalia-. Buen tendal de muertos han dejado esos inexistentes delitos.

          -No es crimen defenderse si se es atacado-gruñó Balduino.

           -¿Y hacer pedazos a mujeres y niños, tampoco?-preguntó Miguel de Orimor, desafiante.

         -¿Qué queréis decir?

         -Me refiero a esas cosas diabólicas, los Truenos de Alquimista: unas armas con apariencia de otras cosas mucho más inofensivas, pero que de repente estallan, sembrando muerte alrededor sin distinguir entre el guerrero y el no combatiente, entre el enemigo peligroso y un inofensivo bebé. Los herejes las escondían en las aldeas de verdaderos cristianos y las hacían estallar, provocando matanzas espantosas.

        Balduino empalideció durante unos instantes y se quedó sin habla. Tras él, también sus hombres acusaron el impacto de aquellas palabras de Miguel de Orimor. La descripción de éste les recordaba con demasiada exactitud el experimento efectuado meses atrás por Gabriel de Caudix. Hasta ahora lo habían recordado meramente como un episodio cómico, pero nadie sentía ya deseos de reír.

           -Eso es una ruin mentira-acusó Balduino-. Que vos le hayáis dado crédito es otro tema.

         -Pues también yo hablo de algo que vi con mis propios ojos-contestó Miguel de Orimor.

         -Y vos, vos que me preguntabais cuán seguro estoy de que los torturados que vi estaban acusados sólo de herejía, ¿lo estais de que los culpables de tamaña monstruosidad fueron realmente herejes?

          -¿Quiénes, si no?

          -Tal vez defensores de la verdadera fe que quisieron echar culpas sobre el bando contrario.

          -Hablas como un descreído...

           -¿Hablo?... ¡Soy un descreído!

            -¡Mayor razón para que te unas a nuestras filas, así, en el peor de los casos, continuarás siendo sólo un descreído!... En la Orden del Viento Negro terminarías siendo algo todavía peor: si no un hereje, un judío.

         Balduino estalló.

         -¡Pues antes hereje y judío, que ingresar en una Orden de locos y mentirosos!-gritó, sulfurado-.¡Si al fin y al cabo, fue de un judío que aprendí esos ideales por los que queréis hacerme parte de ella!

          No agradó a Miguel de Orimor el tono elevado y desafiante del pelirrojo; de modo que respondió con palabras que resonaron como truenos, duras y cortantes. El tono airado de Balduino fue in crescendo al replicar a su vez; y no se supo en qué momento, uno y otro empezaron a no dejar hablar al otro, a interrumpirse mutuamente a gritos.

          Muy poco faltaba ya para que comenzaran a cubrirse de improperios. Antes de que llegaran a ese punto, Thorvald, alzando su mano derecha y el muchón izquierdo (este último en dirección a Miguel de Orimor), se interpuso entre ambos y exigió un cese de hostilidades verbales y la atención de ambos. No quedó en claro si el efecto fue intencional, pero a la vista de aquel brazo trunco, El Toro Bramador de Vultalia intuyó al parecer una mutilación sufrida en combate, impresión que se confirmó al ver los helados y duros ojos del viejo exigiéndole obediencia. Comprendió que se hallaba ante un veterano que ya dominaba con maestría las armas cuando él todavía ensuciaba pañales; de modo que guardó silencio tanto como Balduino.

           -¡Suficiente!...-tronó el anciano-. me parece perfecto que dos partes enfrentadas tengan cada una ocasión de exponer sus puntos de vista a la otra. Eso está hecho en este caso. No hace falta perder la dignidad. Creo que haríais bien en meditar en todo lo que se hizo hoy-concluyó.

          Balduino inclinó la cabeza en gesto sumiso. los regaños de Thorvald eran para él órdenes directas, pero en este caso su mente se había puesto a trabajar sin necesidad de que el colosal anciano dijera nada. Casi enseguida lo invadió una profunda aflicción, y tardó en alzar la vista de nuevo. Cuando lo hizo, lo sorprendió notar que Miguel de orimor se le había acercado. creyó vislumbrar en los ojos de su enemigo un resplandor de pena; si ésta era propia o compartía la de Balduino, éste no lo supo, pero cuando la gran manaza envuelta en el guantelete palmeó la espalda del pelirrojo, protegida por la cota de mallas, el sonido del impacto de metal contra metal vibró intentamente en el aire, impregnándolo de algo que supo a solidaridad.

         -Estoy seguro de que esto no quedará aquí; de modo que hasta pronto-dijo El Toro a manera de despedida.

         A Balduino no le salieron las palabras y tuvo que contentarse con una inclinación a guisa de saludo.

        Miguel de Orimor echó un vistazo a su alrededor. Múltiples miradas torvas seguían atentamente todos y cada uno de sus movimientos. Comprendió que estaba rodeado de fieras de colmillos filosos listos para saltar en defensa del líder de la manada pero, lejos de inquietarse en lo más mínimo, le complació aquella salvaje lealtad. Presentía que Balduino estaría vulnerable durante un tiempo, y sería bueno que no contase con la protección de individuos cualesquiera, sino con la de asesinos implacables. Sopesó brevemente a Ulvgang, a Honney, a Andrusier y a dos o trés más, y decidió que quien quisiera aprovechar la debilidad del pelirrojo se las vería con ellos y la pasaría muy mal; y como de veras el muchacho le había caído bien pese a las irreconciliables diferencias que los separaban, se despidió de ellos llevándose la diestra a la altura de los ojos, como si llevara todavía el casco puesto e intentara levantarse la visera del mismo, gesto que habitualmente reservaba para dar a entender a las tropas bajo su mando, luego de pasar revista, que había hallado todo en orden.

        Regresó junto a sus hombres, también ellos convertidos de nuevo en fieras en tensión, y junto a su propio caballo. Antes de montar, hincó rodilla en tierra, como ante un rey; y al único Rey que le merecía auténtico respeto, tras santiguarse, se dirigió, para pedir para Balduino protección adicional. Pero su plegaria concluyó con una petición para sí mismo: tenía mucho en qué pensar y necesitaba que el Señor lo iluminara.
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publicado por ekeledudu a las 11:30 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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SOBRE MÍ
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Eduardo Esteban Ferreyra

Soy un escritor muy ambicioso en lo creativo, y de esa ambición nació EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO, novela fantástica en tres volúmenes bastante original, aunque no necesariamente bien escrita; eso deben decidirlo los lectores. El presente es el segundo volumen; al primero podrán acceder en el enlace EL SEÑOR CABELLOS DE FUEGO I: INICIO. Quedan invitados a sufrir esta singular ofensa a la literatura

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